Regreso a la adolescencia-1

A sus 42 años y con un pasado oscuro de sexo y desenfreno, Almudena volverá a sentir sensaciones enterradas en su oscuro pasado, lo que hará que su vida actual se tambalee...

Tres horas han pasado. Tres simples horas y ya siento angustia de como mirar a mi mejor amiga a la cara. por no hablar de mi pobre hija.

Me llamo Almudena. Soy una madre de 42 años que se encuentra en una encrucijada moral.

Me siento avergonzada por lo que he hecho hace un rato, pero no he podido evitarlo. Por otro lado he disfrutado muchísimo de lo ocurrido y no sé si podré evitar actuar del mismo modo, o si realmente quiero actuar de otra manera.

A mis 42 años lejos queda mi vigésimo quinto cumpleaños donde me quedé embarazada de mi hija Leticia.

Por aquel entonces estaba en mi mejor momento. Acabado mi segundo trabajo de fin de máster, siendo éste en psicología criminal tras el de psicología infantil, estaba disfrutando de mi tiempo libre con toda clase de fiestas.

Durante los 5 años anteriores estuve en el Campus de Somosaguas en Madrid estudiando mi carrera soñada.

En aquel momento no había la libertad y "libertinaje" que hay actualmente en la sociedad, pero tampoco nos andábamos con tonterías, y yo, una chica pueblerina, se vió desbocada a la lujuria que facilita el anonimato de una ciudad tan poblada.

Recuerdo como de cara a la familia, estaba con Pedro, mi novio del instituto desde los 16 años, pero a la semana de haber llegado a la universidad, mi compañera de habitación, Lorena, ya me había liado a conocer a unos compañeros de universidad de un par de cursos por encima nuestra, y sin comerlo ni beberlo acabé follando con uno en los sucios baños de la discoteca Capital.

Fue la primera vez que puse los cuernos, almenos en el sentido de follar. No puedo tener presente los típicos magreos o besos que te puedes llegar a dar con alguien con unos años menos cuando ni se es novio realmente ni hay un compromiso de futuro.

Volviendo al asunto, y concretamente en el momento posterior al polvo en los baños de la discoteca Capital, recuerdo lo mal que me sentí al llegar a la habitación del campus.

Estaba demasiado borracha para recordar bien lo que había pasado. Todo me daba vueltas y me dejé caer sobre la cama revuelta.

  • Joder que buenos estaban esos cabrones. Jesús tenía pinta de romperte el coño a base de bien... ¿Almudena?
  • ¿Qué quieeeeres?- le contesté con desgana y sin separar la cabeza de la almohada.
  • Que si te ha follado bien te pregunto.

Maldita sea. Las imágenes se me sucedían en la mente como en un espacio intemporal. De repente estaba bailando, de repente estábamos cenando en un McDonald´s, luego estaba esperando a las puertas del campus a que nos recogiesen en el Bmw de quien al parecer se llamaba Antonio.

Y entre todas esas imagenes, Lorena y yo frente al espejo del baño.

A mis 20 añitos me veía un auténtico bombón. 173 céntimetros de morenaza, con el pelo largo y ondulado y los ojos verdes en un rostro repleto de pecas y con unos labios finos y bonitos que apenas necesitaban un toque de pintalabios rojo nada fuerte.

Tenía un pecho ni muy grande ni muy pequeño con una 85c. Para que engañarnos. Estaba acomplejada de mi pecho, aunque mi Pedrito nunca se había quejado y mi culo era pequeñito pero firme y redondo, con unas largas piernas. Además no pesaría más de 58 kilos y mi figura era muy apetecible.

Esa noche llevaba unos vaqueros apretados y una blusa blanca con algo de escote pero bastante alto.

Lorena a mi lado era una chica más normalita. De pelo castaño corto, la pobre Lorena no era una chica demasiado agraciada.

Su culo era más abultado que el mío pero poco bonito. Tenía algo de sobrepeso en la cintura aunque eso permitía que sus pechos fueran ya no solo más grandes que los míos, algo fácil, si no enormes. Tenía una115C, lo que junto a su simpatía y desparpajo, hacía que todos los chicos le bailasen el agua.

Ese día estaba especialmente apretada con el pantalón y parecía que le fuese a cortar la respiración. Llevaba un buen escote con una blusa negra que no dejaba nada a la imaginación.

Estábamos en aquel baño comentando lo buenos que estaban nuestros tres acompañantes, y visto lo ocurrido, poco valor tuvieron después mis palabras hablando de que yo solo quería divertirme pero que mi pensamiento estaba en un dulce chico que me esperaba en mi tierra natal, Burgos.

  • Ahora no quiero hablar de ello, dios que puta soy.
  • Un poco puta si eres, jajaja.
  • ¿Qué pensaría mi madre si me viera? ¿Y mi novio? Ni una semana he tardado en ponerle los cuernos, y con él estuve 3 meses hasta que nos acostamos.

Unas pequeñas lágrimas cubrían mis ojos, pero a día de hoy no sabría asegurar si era por culpabilidad, tristeza por mi novio, o fruto de la vergüenza de que mi compañera me tuviera por una guarra.

Le conté a duras penas que los bailes con Jesús me habían calentado sobre manera, y que cuando perdí la cuenta de las copas que llevaba, Jesús me ofreció una pastilla.

Le pregunté qué era y me contestó que me haría subir al cielo. No sé porqué pero ni me lo pensé y me la llevé a la boca. A partir de ahí la memoria me fallaba totalmente.

Podía recordar la lengua de ese chico lamer mi cuello mientras bailábamos pegados y me cogía desde atrás. Se me erizaron todos los pelos del cuerpo; todos.

Era como si sintiese cada centímetro de cuerpo que su lengua me tocaba, o mejor dicho, cada milimetro.

Me imaginé como sería sentir esa lengua en mi boca y no tuve que esperar mucho. Como él veía que no ponía resistencia me dio la vuelta y me metió la lengua hasta la campanilla.

Poco importaba el olor a alcohol o el sabor a tabaco de sus labios. Su lengua luchaba con la mía por un sitio en mi boca, mientras sus manos me agarraban firmemente el culo.

Solo pensaba en el placer que me estaba dando con esa lengua. No sabía por entonces que con el éxtasis los sentidos se agudizan hasta el extremo y las sensaciones placenteras son mucho mayores que en un estado natural.

Tenía borrones y saltos en el recuerdo.

Creo que entré al baño de su mano mientras le decía que nos la íbamos a cargar, que nos iban a echar de la discoteca.

  • Es el baño de tías aquí no puedes entrar- le decía una rubia de ojos claros vestida de blanco a Jesús.

No le contestó y entre risas me metió en un baño cerrando la puerta mientras me volvía a besar.

Lo siguiente que recuerdo es tener los pantalones y las bragas por los tobillos apoyada contra la pared, de espaldas a aquel chico rubio de ojos claros, que con sus grandes manos me agarraba de la cintura mientras martilleaba mi coño a toda velocidad.

  • ¿Te gusta Alba? ¿Te gusta como te la clavo?

Ni mi nombre sabía ese cabrón y me magreaba las tetas a su antojo mientras me follaba a placer.

Yo podía sentir cada centímetro de polla que entraba en mi chochito. Era más grande que la de mi novio, porque mi agujerito resistía ante el ímpetú de aquel chico, que a sus 25 años estaría cansado de tirarse a chicas universitarias de primero como yo.

Recuerdo que sacó su polla de mi coño y se quitó el preservativo mientras me pidió que le pajease porque si no no se iba a correr.

Se sentó en la tapa del retrete mientras yo de rodillas comencé a masturbarle.

El suelo estaba mojado, con papel tirado por todos lados. Allí olía a orines y el ruido de las voces de las chicas y el sonido de la discoteca cada vez que se habría la puerta era escandaloso.

Poco importaba para una recatada chica de pueblo que estaba colocada de alcohol y éxtasis, pues sin pedirlo el chico lancé un escupitajo al glande de su enorme polla para comenzar un sube y baja mientras no perdía de vista aquel enorme rabo que mi mano derecha no abarcaba.

Jesús me echó el pelo a un lado con dulzura, toda la dulzura que aquella situación podía permitir, pero acto seguido me lo agarró y trató de dirigirme a la punta de su pene.

Yo traté de echarme atrás pero el hizo más fuerza y me obligó a metérmela en la boca.

Eso es lo que yo recordaba.

Aquella polla olía mal y sabía peor. Nunca me había metido una polla en la boca después de haberla metido en mi coño.

No es que no se la chupase a mi novio, pero no era algo en absoluto habitual, sino mas bien excepcional, y desde luego era algo previo a acostarnos, no después.

Tuve varias arcadas mientras intentaba separarme.

-- Ahhh chupa joder, que puta eres.

-- Mmmmppphhff.

Su mano me liberó y traté de coger aire, pero él hizo fuerza de nuevo y me la clavó aún más profundo.

Segundos después, cuando me volvió a liberar un hilillo de sangre se mezclaba con borbotones de saliva. Me había hecho sangre en la boca o en la campanilla, no lo sé, pero sí sé que seguidamente mis recuerdos eran de ser yo la que trataba de comérmela toda y lamerla una y otra vez, deslizando mi lengua por toda su longitud sin mirarle a la cara por vergüenza, pero disfrutando de su voz e importándome poco ese agrio sabor que a decir verdad, a medida que mi saliva cubría aquella enorme verga iba desapareciendo, aunque no ese olor a orin y los pelos que se me quedaban en la lengua.

Después solo tengo la imagen de sus ojos enrojecidos y boca entreabierta con sus jadeos mientras martilleaba mi coñito y me sujetaba con su cuerpo contra la pared. Era un chico muy alto y me tenía que apenas tocaba el suelo de puntillas. Le dije que se pusiera un condón, pero me dijo que no le quedaban y que él controlaba. Me pareció indiferente pues yo estaba disfrutando como nunca.

Mis gemidos se convirtieron en gritos mientras oía a las chicas de fuera reir y decir que nos fuesen a un hotel.

-- Joder ojalá mi novio me hiciera gritar así.

-- Jajajaja o el mío. Así no tendría que venir aquí buscando cariño.

Las voces de las chicas poco me importaban. El cuerpo me temblaba en cada embestida, podría engullir esa polla entre las paredes mojadas de mi chocho. Nunca había estado tan caliente ni tan mojada. Busqué su cuello y le di un chupetón.

Aceleró sus embestidas a muerte entre jadeos cada vez más rápidos. A punto estaba de correrme cuando el chico sacó su polla de mi coño, cuyos labios acompañaron a su glande tratando de abrazarlo como me abrazaba Pedro cuando cogí el tren destino Chamartín hacía 7 días.

Borbotones de blanco semen salieron de aquella polla para convertirse en transparentes eyaculaciones después.

Me puso perdida de ombligo para abajo mientras cerraba los ojos y su rostro alcanzaba un punto gracioso más que excitante.

El chico me dio un beso, restregó la polla sobre mi muslo derecho como limpiándose los restos que le quedaban en la punta de su verga y después de limpiarse con papel se la metió en el pantalón y se subió la cremallera para darme un último beso de despedida y largarse de allí. No supe más de él.

Me senté en la taza del váter y me subí los pantalones sin siquiera limpiarme el esperma de Jesús.

Aquella situación que me llevó a estar avergonzada horas después en la habitación junto a mi compañera, se repitió poco después, esta vez en una fiesta en casa de unas amigas de Lorena.

Fue un chico de Zamora, que estaba estudiando tercero derecho en el campus de Cantoblanco.

Sus claros ojos eran mi debilidad y esta vez fui yo la que directamente me lancé a chupar su polla en una habitación de la casa cuando el chico ni siquiera había hablado conmigo más de 30 minutos.

Había pasado un mes desde que me follara Jesús en los baños de la discoteca, y en ese tiempo había hablado por teléfono 3 veces por semana con mi novio, diciendole lo mucho que le echaba de menos.

Con el tiempo, el alcohol y el éxtasis era una constante en mi vida universitaria.

Tenía sexo a menudo con chicos diferentes, practicamente nunca repetía, y el sexo oral era una constante.

Mi novio también era recatado y muy pocas veces me comía el coño. Yo seguía con él llevando una doble vida.

Yo a mi novio le quise al principio. Le ponía los cuernos continuamente, pero era un tema sexual. Mi novio no me satisfacía, y el éxtasis me hacía ponerme como una moto y hacer cosas que con mi novio jamás haría.

Ya fuera en los baños de una discoteca, en la habitación del campus echando a mi compañera, o en un párking, o un descampado en el interior cualquier coche cutre del universitario medio, yo no dejaba de follar y experimentar.

Si el chico me parecía muy guapo se la chupaba hasta que se corriese en mis tetas o incluso en mi cara. Si el chico se portaba bien y me comía el coño hasta correrme, se la chupaba hasta el final y luego le enseñaba la boca antes de escupir su simiente en cualquier parte.

Nunca me lo tragué. El semen de cada chico casi podría decir que me sabía diferente, pero ninguno era un sabor agradable, aunque por más que escupas a veces algo me tragaba, ya fuera en una primera eyaculación directa a la garganta o por los restos que quedaban en la boca tras escupir.

A los 2 años podía haberme acostado ya con 1 tío cada semana, lo que daba un total de 104 mínimo, aunque algún fin de semana cayó más de uno.

Hacía lo que quería con ellos, todas las copas me salían gratis, y alguno me invitaba a comer o cenar, pero con ninguno tuve sexo más de 3 días.

Ese fue el tiempo que duró mi relación con mi chico. Le culpaba de mis cuernos hacia él. No me llegaba a correr con mi novio casi nunca, y si lo hacía era por tocarme yo mientras me la metía. Me costó decidirlo, pero a fin de cuentas lo nuestro era una mentira. No nos engañemos. Creo que él también me los podría haber puesto. Yo no estaba en el pueblo y apenas nos veíamos dos fines de semana al mes, y a veces ni eso.

Durante los siguientes 3 meses, lo cierto es que apenas salí. A pesar de tenerle con la cornamenta yo le quería y se me hizo difícil llevar la ruptura.

A veces me llamaba y hablábamos, pero nunca tuve el valor de decirle que le había sido infiel.

Pasado el bache volví a mi vida de desenfreno, y aunque hubo algún rollo o novio de semanas, no era nada serio, y seguía siendo promiscua.

El hecho que cambió algo en mi interior ocurrió año y pico después. Estaba en una fiesta en un piso de una niña pija llamada Ana María.

Ana María era una universitaria de clase alta que estaba estudiando Derecho. Era una chica de pelo rizado de color mas bien naranja, por mucho que se denomine pelirroja. Su rostro estaba cubierto con pecas y tenía los ojos bicolor; Uno verde y otro azul. Le veías algo raro en la mirada, pero hasta que no te acercabas no te dabas cuenta de ese detalle.

De fuera me parecía una cursi creída que lo tenía todo hecho. Tenía un piso enorme de 200 metros cuadrados en plena calle Serrano cerca de la zona de Colón. Era el piso más grande que había visto nunca; solo el salón era más grande que cualquier piso en los que hubieramos estado en otras fiestas.

Para más inri esa chica era extremadamente guapa. No se veía un solo grano en su cara. Sus labios eran finos y rosados y hasta su nariz era adorable. Parecía sacada de un pase de modelos. Lo único que la diferenciaba de una modelo era que tenía las tetas bastante grandes, y las modelos eran generalmente mas bien de pechos como el mío.

Su cintura estrecha acababa en un culo de tamaño perfecto algo más grande que el mío, pero igual de firme.

Además era más alta que yo. Estaba claro que me daba mucha envidia.

Esa noche, en aquella casa, la fiesta era mas bien tranquila. Los cubatas no abundaban y el ambiente era más de charlar que de bailar. Estábamos en una zona pija donde hacer ruido le podría llevar problemas así que en cierto modo era lógico ese tipo de fiesta, aunque yo ya me estaba empezando a aburrir...