Regreso a casa (capítulo 1: Prólogo)

Rafa vuelve, a sus 23 años, al pueblo donde pasó su más tierna infancia... Pero las cosas han cambiado demasiado, ¿o no?... La introducción de la nueva serie, después de un descanso; espero que os guste. Un abrazo

Tuvo que desviar la mirada para no quedar deslumbrado por el sol que brillaba esa tarde de Mayo; bajó del autocar con una vieja mochila al hombro, más llena de recuerdos que de pertenencias de valor. La pequeña parada de autobuses del pueblo estaba casi vacía exceptuando a los típicos parroquianos jubilados, que no tienen otra cosa que hacer, que comentar cada una de las llegadas y salidas del pueblo.

Rafa había decidido volver a casa; bueno, para ser exactos, a la casa donde se había criado de pequeño junto a su abuela paterna y sus tíos… Recuerda que, quizás, fue la época más feliz de su vida. Sin preocupaciones, sin pensar en el futuro; también porque era un niño de siete años que jugaba con sus amigos y no sabía lo que era la vida en la gran ciudad. Después vino el divorcio de sus padres y el irse a vivir a la ciudad junto a su madre que consiguió la custodia… Nunca más volvió al pueblo, y de eso hace 16 años.

La dejadez que mostraba su forma de vestir y esas rastas que llevaba en el pelo no se correspondía con lo bien amueblada que tenía su cabeza. Su madre se volvió a casar hace siete años y, digámoslo de una manera suave, no puso ninguna objeción a que Rafa no quisiera vivir con su nuevo marido.

Respecto a su padre, estuvo recibiendo visitas suyas durantes los primeros años de la separación, pero la distancia, el nuevo estado civil de su mujer y el hecho de que Rafa se marchó al extranjero a estudiar, hizo que se distanciaran un poco… Además su padre nunca había salido del pueblo, no era un hombre de grandes ambiciones como su madre y, en eso, Rafa era bastante parecido a él. Llevaba más de ocho años sin verlo y, ahora, había decidido volver al pueblo para sorprenderlo por su cumpleaños.

Se sentó en un banco viejo y carcomido que había frente a la estación, para liarse un cigarro; un anciano apoyado en un tosco cayado lo observaba, desde el banco de enfrente, como si fuera un bicho raro, pero con una entrañable sonrisa. Rafa devolvió la sonrisa, contento por ver la reacción de aquel desconocido y comprobar la falta de maldad de las gentes del pueblo, tal y como las recordaba.

-                             No se preocupe, buen hombre… No es droga, es tabaco…- dijo Rafa refiriéndose al cigarro prensado que encendía en ese instante.

-                             Nene, si lo que yo estaba mirándote eran los pelos…- sonrió el abuelo.

Rafa volvió a reír y, atusándose una de las rastas, se levantó para sentarse al lado del acompañante. El hombre no hizo ningún ademán de sentirse incómodo por la repentina compañía y seguía observando al muchacho con inusitada curiosidad.

-                             ¿Sabe? A lo mejor me puede ayudar usted… Estoy buscando la casa de un hombre, pero hace mucho que no vengo al pueblo y no sé muy bien como empezar.

-                             Pues no sé, nene… Yo con la edad ya no me acuerdo de mucho… De la taberna y de “donde las putas”, jejeje…

-                             Bueno, puede que otra día… ¿No sabrá usted como llegar a casa de Rafael Guzmán?- dijo nombrando a su padre para tratar de hacer recordar al hombre.

-                             ¡Ah! ¡Falete! ¡El hijo de “la Guzmana”!- gritó al anciano dándose un golpe en la rodilla.- Pobrecico , lo solo que se quedó… Pero, ¡claro que sé donde vive! Pero cuidado con “la Guzmana”, que como te vea aparecer con esos pelos es capaz de esquilarte como a una de sus ovejas…

-                             No se preocupe, ya me las apañaré…- rió Rafa al saber que su abuela todavía vivía; en una cosa tenía razón aquel simpático anciano: el carácter de su abuela era conocido en toda la comarca.

-                             Bueno, como tú digas… Al menos tienes buenas patas para salir corriendo, jaja… Mira, todo esto es la parte nueva del pueblo con esos pisos que parecen cárceles de las de Franco; tienes que subir esa cuesta y llegar hasta casi el final del monte. Ahí empiezan las casas de cal y ya verás a lo lejos la panadería de “la Guzmana”, al lado está su casa…

La explicación de aquel hombre le había traído a Rafa grandes recuerdos; porque, de golpe, recordó la panadería de su abuela, cuando con sus primos ayudaba a amasar el pan y a meterlo en el horno de leña.

-                             Vale, creo que lo encontraré… Muchas gracias, buen hombre. Ha sido un placer…- dijo Rafa mientras se levantaba del banco y apagaba con la suela lo poco que quedaba del cigarro, para comenzar a alejarse.

-                             ¡Oye nene!- llamó su atención el abuelo, lo que hizo que el muchacho se diera la vuelta.- ¿Te importa si te acompaño que me pilla la taberna al lado y así no voy sólo?

El chico se sorprendió, pero la verdad siempre había sentido un respeto casi reverencial por las personas mayores y el hecho de que aquel hombre lo hubiera tratado con tanto cariño, le hizo aceptar la invitación.

-                             Bueno, me llamo Genaro…- dijo el hombre alargando la mano para estrecharla mientras comenzaba a caminar a ritmo pausado.

-                             Yo soy Rafa…

-                             ¿Y qué trae a un zagal con esos pelos por un pueblo como este?

-                             Pues, la verdad, que no lo sé muy bien… Vengo a ver a mi familia; hace tiempo que no los veo y he decidido tomarme unos días libres…- contestó el muchacho, sin querer entrar en muchos detalles.

-                             Vaya, pues desde que murió la Agustina , hace once años, aquí no viene nadie a verme… Y tengo dos hijos, ¿sabes? Pero ya sabes como es la gente de ciudad, se olvida de los viejos y de los que tanto trabajamos para pagarle todo lo que tienen…

Rafa sintió una enorme ternura por aquel abuelo, que esperaba todos los días frente a la estación por si alguno de sus hijos llegaba a verlo… Una triste historia que no parecía hacer mella en el ánimo de Genaro; al escuchar sus palabras, lamentó no haber ido mucho antes a visitar a su padre y no haberle demostrado antes todo lo que lo había echado de menos en ese tiempo.

Con una amena conversación llegaron a la plaza nueva del pueblo; nada de toda esa zona le era familiar a Rafa, que si no llega a ser por Genaro no hubiera sabido como llegar a casa de su abuela… La plaza peatonal, rodeada de algunas zonas ajardinadas, estaba justo detrás del paseo de la estación de autobuses y estaba bastante concurrida de gente, con niños jugando al futbol, madres con cochecitos de bebé enfrascadas en charlas, etc…

Al pasar por uno de los lados del parque, en uno de los bancos había sentadas dos chicas en el respaldo del banco y una de pie charlando mientras comían pipas.

-                             Con lo fácil que es sentarse bien, parecéis monas…- dijo Genaro sonriendo, dándole a entender a Rafa que conocía a las chicas.

-                             Jajaja, hola Genaro… ¿Ya viene usted de su paseo?- dijo una de las muchachas.

-                             Sí, vengo de recoger a mi nieto…- dijo Genaro sorprendiendo a Rafa que lo miró incrédulo, pero no se atrevió a llevarle la contraria.- El pobre viene del extranjero y casi no habla español…

Rafa estaba flipando con la imaginación de aquel anciano; tuvo que aguantar la risa, para no descubrir todo el pastel, porque las chicas estaban cayendo en la trampa como unas chinas… La chica que estaba de pie era una morena con el pelo largo casi hasta la mitad de la espalda, los ceñidos vaqueros que llevaba puestos dejaban poco a la imaginación y su piel morena y sus grandes ojos la hacían atractiva sin ser un bellezón. Sin embargo, los ojos del muchacho se clavaron en una las muchachas que estaba sentada en el respaldo y que la dejó anonadado. Sus pequeños ojos de color verde, sus piernas desnudas cubiertas por un pantaloncito corto y sus hombros encogidos mientras no apartaba la vista de él, sin decir palabra lo tenían obnubilado.

-                             Hola… Yo… Soy… Maite…- dijo la chica que estaba de pie, hablando muy despacio como para que Rafa entendiera lo que decía.

Rafa estiró su mano para darle la mano, cortando el intento de Maite de querer darle dos besos; veía que era, de lejos, la chica más lanzada de la pandilla, y le apetecía ponerle dificultades. Maite se sorprendió al ver la mano estirada del chico y la estrechó mientras miraba a sus amigas con gesto divertido:

-                             ¡Madre mía con el guiri! El primer tío que me rechaza un par de besos y, encima está buenísimo.

Las amigas de Maite reían ante la ocurrencia de su amiga. Genaro cogió del brazo a Rafa, para tirar de él y proseguir el camino, a lo que el muchacho no se opuso, pero antes de irse, hizo un gesto de despedida con la mano… A lo que las chicas contestaron con risa nerviosa. “Joder con el nieto del Genaro”, “Que morbo tiene el guiri” , eran frases que pudo escuchar mientras se alejaba del sitio.

-                             ¿Por qué ha dicho que soy su nieto?- preguntó Rafa a Genaro que no paraba de reír.

-                             Bueno, lo siento hijo… Pero siempre se ríen de mí porque me voy a la estación y, la verdad, ya he tenido más relación contigo que con cualquiera de mis nietos… No quería molestarte.- dijo el hombre en la primera muestra de tristeza desde que lo conoció.

-                             No me molesta, Genaro, no se preocupe usted…- dijo el joven poniendo su mano sobre el hombro de su amigo.- ¿Y por qué lo de que era extranjero?

-                             Pues eso no lo sé- rió el anciano volviendo a mostrar esa mellada sonrisa de dientes amarillentos.- Pero lo has hecho bien porque se lo han creído… Además tienes pinta de extranjero…

-                             ¿Ah sí? ¿Y que pinta tiene un extranjero?- dijo divertido Rafa por la ocurrencia de Genaro.

-                             Pues no sé, nunca he visto ninguno… Pero o tienes pinta de extranjero con esos pelos o eres una oveja…

Siguieron caminando ya por la zona empedrada que daba acceso a la parte vieja del pueblo; el ritmo de los compañeros de caminata bajó, porque a Genaro le costaba trabajo subir las cuestas de aquel angosto pueblo de casas blancas.

-                             No veas como han cambiado las cosas desde mi época…- decía Genaro cuando salió el tema de las chicas de la plaza.- Antes había que apartar las bragas para ver el culo y, ahora, hay que apartar el culo para ver las bragas esas que se ponen…

-                             Jajajaja… Madre mía, Genaro… Jajaja… No sea usted bestia, hombre.

-                             Pero, ¡si es verdad! Pero que yo no me quejo, ¿eh?

-                             Ande, ande… Que menudo elemento está usted hecho…

-                             Mira, allí está la taberna… Anda, párate a tomarte un finito conmigo antes de seguir para arriba.- dijo el anciano indicando la puerta abierta de un local con mesas de madera pintada de verde en la entrada.

-                             Bueno, vale… Pero déjeme que lo invite yo, ¿de acuerdo?

-                             No sé yo, si las monedas extranjeras las aceptará José, jajaja.- volvió a bromear Genaro, mientras entraba en la taberna saludando a voz en grito y dando bastonazos en el suelo.

La mayor parte de la gente que había en la taberna, casi todo hombres de entre cuarenta y setenta años, no reparó en la entrada de Rafa y siguió con sus charlas, y sus partidas de dominó y cartas…

-                             José, pon un par de finitos para mi amigo y para mí.- dijo Genaro dejando el bastón sobre la barra del bar.

El camarero puso dos catavinos sobre la vieja barra de metal y, sacando una botella sin etiqueta, llenó los vasos hasta la mitad. A Rafa le pareció una escena típica de película cutre del oeste.

-                             Ten cuidado al beberte esto, que no son los cubatas esos que os tomáis los jóvenes, jajaja.- dijo Genaro dándole un buen sorbo a la copa.- Anda, mira quien está ahí… ¿No buscabas a Falete? Pues ahí lo tienes jugando al dominó…

Rafa sintió un escalofrío al escuchar nombrar a su padre; puede decir que todo lo que había preparado para cuando lo viera no servía para nada… Se giró lentamente para situar a su padre en la angosta taberna. Creyó que sería difícil reconocerlo entre los que jugaban la partida, pero no fue así: aunque habían pasado muchos años, no había cambiado a penas a pesar de las canas y de los pocos kilos de más…

-                             Nene, ¿se puede saber para que buscas al hijo de “la Guzmana”- dijo Genaro con la mano en el hombro de su amigo.

-                             Porque es mi padre…- dijo Rafa sin desviar la mirada de aquel hombre al que Genaro llamaba Falete, que era ajeno a la conversación.

La verdad es que no se puede decir que Rafa hubiera perdido totalmente el conctacto con su padre todos estos años, porque siempre había mantenido la relación mediante llamadas telefónicas donde su progenitor le preguntaba sobre como le iba la vida y los estudios; nunca le recriminó el que no fuera al pueblo, porque Rafael era hombre de pueblo y sabía que la gente joven no quería vivir en una pequeña población como aquella… Además, Rafa sabía que su padre se sentía orgulloso de recibir las postales que le mandaba desde Londres, Amsterdam, Varsovia y Milán durante sus estudios universitarios gracias a las sucesivas becas de intercambio.

Pero había decidido presentarse en el pueblo esos meses sabáticos sin avisar, para darle una sorpresa a su padre y su familia… Y, ahora, estaba bloqueado sin saber muy bien como afrontar este trance.

-                             ¡No me digas que Falete es tu padre!- dijo Genaro dando una fuerte palmada en la espalda del chico, demasiado fuerte para la edad que atesoraba, que casi hace que Rafa se doble como una alcayata.

La voz que había dado Genaro hizo que la mesa de dominó al completo reaccionara, porque se había escuchado en toda la taberna. Rafael padre miró hacia atrás sorprendido para encontrarse a  aquel chaval, de hombros anchos y peinado extraño, que portaba una mochila.

-                             Hola papá…- dijo el chico con la voz tomada por la emoción y sin ser capaz de articular ningún movimiento.

-                             ¿Rafa? ¿Eres tú?- preguntó un emocionado padre que, por supuesto, no esperaba la visita de su hijo tras tantos años de ausencia.

Pero, ahora ya no importaban los años sin verlo, sino que estaba allí… Se lanzó a los brazos de su hijo, estrechándolo fuertemente contra su pecho. Los hombres de la taberna cuchicheaban, porque la gente de pueblo cuchichea, no se emociona. Genaro miraba la escena con una tímida sonrisa en los labios, imaginando que algún día fuera uno de sus hijos quien fuera a visitarlo.

-                             ¿Qué haces aquí? ¿Cómo que no has avisado? ¡Qué mayor estás!- decía de forma atropellada Rafael sin dejar de tocar los hombros de su hijo y la cara.

-                             Tranquilo papá… Qué te va a dar algo.- reía Rafa mientras tampoco dejaba de tocar a su padre.- Tengo unas semanas libres y he decidido venir al pueblo; lamento no habértelo dicho, pero quería darte una sorpresa…

-                             Y lo has hecho, ¡vaya si lo has hecho!- decía el padre echándose mano al corazón- Anda, vamos a casa de tu abuela que la vas a hacer la mujer más feliz del mundo… Tus tíos, tus primos… ¡Qué alegría tenerte aquí!

Antes de dirigirse a la salida, Rafa se giró hacía Genaro que seguía observando la escena con su simpática sonrisa y el codo apoyado en la vieja barra.

-                             Muchas gracias, Genaro… Ha sido un placer conocerle.-dijo Rafa, dándole un fuerte apretón de manos al abuelo.

-                             El gusto ha sido mío, hace falta más gente joven como tú en este pueblo de viejos.- contestó el hombre.- Además, siendo hijo de Falete, y viendo como lo has alegrao , ya me doy por contento.

-                             Camarero, cóbrese de lo que hemos tomado…- dijo Rafa, sacando un billete de su cartera.

-                             Guárdate eso, sino quieres que te de un bastonazo que te parta la mano. Además éste es José, de camarero creo que tiene poco…- dijo el anciano riendo y dándole una palmada a José que sonreía tras la barra.

-                             Tabernero, hijo… Bodeguero y tabernero…- dijo el dueño del local mientras se afanaba en limpiar la barra, en uno de esos gestos típicos de hostelero.

-                             Tienes un buen hijo, vale mucho… Aunque parezca una oveja con esos pelos.- retomó la conversación Genaro, mientras daba la mano a Falete.

Rafa vio como esos dos hombres se daban la mano y pensó en lo diferentes que eran las relaciones entre los vecinos respecto a la ciudad… De hecho, podía asegurar que no conocía a casi ninguno de los vecinos del mismo edificio donde vivía.

-                             Y cuida de mi nieto, ¿eh?- continuó Genaro mientras los dos Rafaeles se marchaban.

Rafael padre miró a su hijo para buscar una explicación a la frase del anciano; conocía perfectamente el carácter bromista de Genaro, pero no se explicaba como podían haber llegado a conocerse los dos.

-                             Es una larga historia…- dijo Rafa con una sonrisa en la cara y echando el brazo sobre el hombro de su padre para salir de la taberna.

Rafa siguió los pasos de su padre que le bombardeaba a preguntas para saber como le iba la vida: “¿Cómo te van los estudios?”, “¿Qué tal en el extranjero?”, “¿sabes hablar idiomas?”, “¿Tienes novia?”… Él trataba de responder lo más rápido posible, pero ya habían llegado dos preguntas más; pero no se sentía incomodo porque, quizás, era el momento más familiar que había vivido en los últimos diez años de su vida.

-                             Verás la sorpresa que se va a llevar la abuela Isabel cuando te vea…- dijo su padre llegando a la entrada de la casa.

El chico sonrió porque era la primera vez que escuchaba el nombre de pila de su abuela, desde su regreso a casa; Genaro la llamaba “la Guzmana” , haciendo referencia al apellido de su abuelo Antonio Guzmán, al que Rafa no llegó a conocer porque murió durantela Guerra Civil,  una cosa normal en los pueblos donde todos se conocían por el nombre del hombre de la casa.

Llegaron a la puerta de la casa, totalmente abierta y cubierta con una cortina de esparto para no dejar pasar la claridad de la tarde; el padre la apartó y entró sin llamar:

-                             Mamá, sal que tenemos visita…- dijo al entrar en un salón de muros anchos con poca ventilación en el que no había nadie y tratando de llamar la atención de la abuela que estaría en otra habitación de la casa.

-                             ¿Quién viene a estas horas? ¡Qué son las seis de la tarde, por dios!- escuchó protestar a la abuela Isabel que salió de un pasillo, limpiándose las manos llenas de harina en el delantal.

Aquella mujer tampoco parecía haber cambiado, con su moño alto, su pelo canoso, sus anchas caderas y sus andares pesados… Para Rafa era como si visitara de nuevo el pasado y se encontrara todo tan poco cambiado que pudiera reconocerlo; y hacía más de 15 años que se había ido.

La anciana guardó silencio, observando al visitante, sin dejar de limpiarse las manos en el floreado delantal y con gesto serio, como si tratara de adivinar las intenciones de aquel joven chico. El silencio de la habitación se volvió incómodo para el muchacho, que veía como su padre guardaba silencio para ver si la mujer era capaz de reconocerlo.

-                             ¿Rafa…?- dijo la mujer cambiando el gesto de repente por uno de completa felicidad.

-                             Sí, abuela, soy yo…- contestó el chico de 23 años que no se explicaba como su abuela lo había reconocido.

-                             ¡Dios mío, que alegría más grande!- rompió a llorar la anciana abrazándose a su nieto.

-                             Jajaja, ¿cómo me has reconocido?- preguntó Rafa que no se podía creer que su abuela Isabel hubiera relacionado a aquel chico de siete años con él.

-                             Tu abuela es una gran observadora, no se le escapa nada…- reía su padre que veía la escena ya sentado en una de las sillas del salón.

-                             Y que eres igual que tu madre, nene…- dijo la abuela, lo que provocó que Rafa mirara a su padre, preocupado por si la referencia a su madre le había molestado.

Rafael sonrió, ocultando una posible sombra de tristeza en sus ojos, pero la abuela Isabel cortó de raíz, cualquier preocupación por la madre.

-                             Oye, que tus padres no quisieran estar juntos, no quiere decir que aquí se hable mal de nadie… Esto es una casa decente, y se respeta a todo el mundo.- aclaró la Guzmana .- ¿Y cómo que no me has dicho que el niño volvía?

-                             Yo no sabía nada…- dijo el padre al que se había referido esa última frase.- Se ha presentado aquí para sorprendernos…

-                             ¿Y cómo te ha encontrado?

-                             Genaro lo ha llevado a la taberna…- aclaró Rafael.

-                             Genaro… Ese gandul…- dijo la abuela con los brazos en jarras.

-                             Abuela, no hables así de ese hombre, a mí me ha caído muy bien.

-                             Jajaja, ¿cómo voy a hablar yo mal de Genaro? Pero, eso no quita que sea un vago…- rió la abuela pegando uno de esos pellizcos desagradables que dan las abuelas en las mejillas de los nietos.

El padre se levantó de la silla y cogió la mochila de su hijo para echársela al hombro.

-                             Bueno, vamos… Que querrás darte una ducha y ver tu habitación, ¿no?- dijo subiendo unas escaleras estrechas sin barandilla.

-                             Sí, estoy baldado del viaje, una ducha no me vendría nada mal…

-                             Anda, descansa un poco… Yo haré café y unas tostadas…- dijo la mujer que ya se dirigía a la cocina.

-                             No te molestes, abuela… Me acabo de tomar una vinito en la taberna de José.- aclaró Rafa que todavía notaba en la boca el amargo sabor del fino.

La cara de la abuela era un poema al escuchar a su nieto decir que venía de la taberna; se dio la vuelta y miró con cara de enfado al padre del chico.

-                             Mamá, por dios, que ya es un hombre… Tiene 23 años…

-                             Tienes razón…- dijo la abuela cambiando el gesto por una relajada sonrisa.- No me acabo de acostumbrar… Anda, sube y descansa un poco.

El padre le enseñó la habitación donde dormiría; era más grande que casi todo el piso donde había vivido en Londres… Rafael vivía con su madre desde que se separó de su mujer, pero la casa familiar era lo suficientemente grande para tener intimidad.

Una vez que su padre le explicó como funcionaba el viejo termo de agua caliente y donde estaban las toallas, se quedó sólo en el cuarto de baño que había en la planta de arriba. Se metió en la ducha tras desnudarse y se relajó bajo el agua templada de la ducha; perdió la noción del tiempo hasta que el agua empezó a enfriarse.

Después entró en su habitación y se tumbó en la grañidísima cama de sábanas blancas; fijó su mirada en el techo de la habitación, del que pendía una bombilla desnuda sin lámpara… Rafa se fue quedando dormido mientras pensaba en todas la emociones que había vivido ese día.

Se despertó casi dos horas después; por el ventanuco de la habitación observó que ya estaba oscureciendo, por lo que serían casi las nueve de la noche. Se levantó de la cama, tan sólo con el pantalón deportivo puesto; se miró al espejo y se recogió las largas rastas en una coleta con una goma del pelo. Sus fuertes hombros y su cuerpo, definido por la práctica de varios deportes como el rugby y el full contact, estaban adornados con algunos tatuajes de motivos tribales que no tenían ningún significado para él.

Decidió bajar a la planta de abajo para ver si estaba su abuela, en la panadería y charlar un rato con ella… Bajó sin camiseta porque, a pesar de la hora, el calor era insoportable. Al llegar al la zona del mostrador, escuchó la voz de alguien hablando y miró con curiosidad.

Se encontró allí a Maite, la chica que había conocido en el parque y la otra chica de pequeños ojos verdes que lo había dejado obnubilado. Las dos chicas se quedaron calladas y con la boca abierta, mitad por la sorpresa de ver allí a aquel desconocido y mitad por encontrárselo sin camiseta y con ese cuerpo.

-                             Joder, nena… ¿Qué coño hace el guiri éste aquí?- dijo Maite en voz baja sin saber que Rafa lo entendía todo.

-                             Yo que sé… Habrá venido a comprar…

-                             ¿Sin camiseta y bajando de arriba?- dijo la chica mascando chicle y sonriendo al “extranjero”.

Rafa miraba divertido a las chicas que no sabían muy bien como reaccionar; la broma del extranjero estaba yendo demasiado lejos y no quería que las dos chicas estuvieran incómodas. No podía evitar mirar a la chica de ojos verdes, que le devolvía la mirada avergonzaba y sin atreverse a mantenerla…

-                             Hola… ¿Dónde… está… tu abuelo?- dijo Maite, haciendo referencia a Genaro, el abuelo ficticio de Rafa.

En el momento que Rafa se disponía a contestar para acabar con aquella farsa, su padre entró en la panadería y se sorprendió de ver la situación.

-                             ¡Vaya ya os conocéis!- dijo Rafael al ver a los tres juntos.

-                             ¿Al guiri? Sí nos lo ha presentado su abuelo en el parque…- dijo la muchacho de ojos verdes que le dio dos besos al padre de Rafa.

-                             ¿Su abuelo? ¿Guiri? Desde luego… Luego me tienes que contar lo de Genaro, que ya me tienes loco.- dijo el padre mirando con una sonrisa a su hijo que ya se había puesto la camiseta.

-                             Vale, luego te lo cuento… Es una tontería…- soltó Rafa, dejando alucinadas a las chicas al darse cuenta de que hablaba perfectamente el castellano.

-                             Bueno, pues esta es Maite y ella es Verónica… Verónica, éste es tu primo Rafa…

La cara de las dos chicas se pusieron pálidas, tanto como la de Rafa al enterarse que aquella chica que le había cautivado desde el primer momento era su prima hermana.

-                             Joder, con el primito…- susurró Maite de forma casi inaudible mientras daba un ligero codazo a Verónica.

(CONTINUARÁ)