Regresando a la U
Maduro y joven, compañeros universitarios. 40 y 20 diría José José.
De vuelta a la U
A mis 40 años decidí volver a la Universidad. Universidad de Costa Rica, Literatura, alumno maduro, por no decir viejo.
No era un asunto laboral, ni un pendiente que tenía, simplemente quería estudiar algo diferente y por puro gusto, sin presiones de notas, plazos de graduación ni nada por el estilo.
Uno de los primeros cursos que matriculé era sobre literatura universal, y para el cierre del semestre había que preparar un ensayo, en parejas, sobre algún género literario de libre escogencia: yo escogí literatura erótica. Iba a trabajar sobre Fanny Hill de John Cleland, los dos Trópicos de Henry Miller y la Historia de O de Aury.
El primer día de clases éramos 17 estudiantes por lo que acepté trabajar sólo (en realidad no me gustaba la idea de un trabajo en parejas) por lo que pude escoger el tema sin ningún problema. Lo otro era el asunto de edad, con 40 años no me atraía la idea de trabajar con veinteañeros que escogían temas y libros casi de supermercado. La profesora no me puso peros pues me imagino que también estaba cansada de los trabajos sobre ciencias ficción, género de terror, ocultismo y otros temas afines escogidos por mis compañeros.
Esa primera semana me dediqué a buscar en la biblioteca análisis sobre dichas obras y alguno que otro estudio sobre el género (las obras no las necesitaba pues las había leído y sólo ocupaba releerlas un poco).
Para la siguiente clase ya le llevaba a la profesora una lista bibliográfica de lo que pensaba usar para el trabajo, aunque no lo hubiera pedido, lo que hizo que me convirtiera, además del viejo del grupo, en el “sapo” como se le dice acá a quienes estudian por puro placer.
A la tercer semana me llegó una nueva alumna, Rebeca, una muchachita menuda delgada, tímida y cuyo único atractivo era un trasero pequeño pero firme. No tenía casi nada de pechos y no usaba adornos ni ropa a la moda. La profesora la presentó y sin más me avisó que como había quedado sola le tocaría hacer el trabajo conmigo y que al final nos pusiéramos de acuerdo. Rebeca estaba a unos tres asientos del mío, me miró y simplemente asintió con la cabeza sin mostrar gusto o disgusto por trabajar con un viejo como yo.
Al final de la clase todos nos levantamos y fuimos saliendo menos ella, que se quedó en su asiento mirando hacia el frente de forma inexpresiva. Desde la puerta le dije: -Oye tenemos que hablar del trabajo no- lo que la hizo sobresaltarse, agarrar sus cosas y caminar hacia mí sin decir una sola palabra.
Caminé en silencio hacia unas bancas en las afueras del edificio y me senté en una de ellas, cuando Rebeca llegó me presenté y sin más le comencé a hablar del trabajo que tenía planeado como para darle a entender que no pensaba cambiar el tema aunque ella lo quisiera. Cuando terminé comenzó a hablar de forma suave aceptando todo lo que le dije. Le pregunté si quería que nos dividiéramos el material a leer a lo que me respondió que había leído todas las obras propuestas menos la Historia de O, por lo que me ofrecí a prestársela para que la leyera mientras avanzamos con el material secundario.
Más o menos tres semanas ya ella me devolvía el libro y quedamos de reunirnos un sábado para empezar a organizar el trabajo. Yo pensaba en una reunión en la Universidad pero ella me pidió que si podía ser en su casa porque a su madre no le gustaba que saliera los fines de semana. Sin ponerme a juzgar nada, porque en realidad no me importaba, acepté y tomé su dirección.
El día de la reunión llegué con mis materiales y una bolsa de repostería para no abusar de su cortesía y me llevé una agradable sorpresa pues la casa tenía un amplio patio trasero, con árboles y plantas hermosas, junto con una mesa y sillas cómodas que nos dieron un espacio inigualable para comenzar a hablar.
Rebeca estaba vestida con una jeans común y una sudadera liviana, además de chancletas, en fin estaba en su casa. Para mi sorpresa la muchacha era muy inteligente y había leído el material. Aportaba interesantes ideas y hablaba del tema sin problemas, dejando de lado la timidez que se le veía en todo lo demás. A media tarde el calor aumentó y Rebeca se quitó su sudadera: aquí tuve que desviar la mirada pues llevaba debajo una camiseta blanca, de esas de tirantes, muy liviana. No desvié la mirada porque tuviera un cuerpo espectacular, ya les señalé que no tenía casi nada de pecho, sino que, por esa misma característica se notaba sin problemas que no llevaba sujetador pues se le marcaban dos pequeños pezones en el leve abultamiento que eran sus diminutos pechos.
Me recompuse rápido y seguimos hablando del trabajo, estableciendo el plan de capítulos y escogiendo citas y tópicos a desarrollar sin mayores problemas, aunque a veces miraba hacia sus pezones para deleitar mi vista.
Cuando ya íbamos finalizando el trabajo del día Rebeca me preguntó si sabía que existían películas de Fanny Hill, Historia de O y Trópico de Cáncer y que ella quería escribir un apartado sobre la calidad de estas adaptaciones al cine. No me pareció mala idea y le dije que lo escribiera, a lo que me respondió que me llevaría a la clase las películas para que las viera y pudiera ver si su apartado estaba bien escrito o no.
La clase siguiente Rebeca no me llevó las películas y luego de las disculpas me preguntó si podía ir a recogerlas a su casa el sábado temprano, a lo cual accedí porque además me quedaba de camino para el parque donde suelo correr los fines de semana.
El sábado llegué a recoger las películas y casi me voy de espaldas cuando Rebeca salió a entregármelas en una corta licra y un top pequeño. Su pelo recogido dejaba ver su delgado cuello. Me dijo que estaba haciendo yoga y como yo iba con ropa de deporte me preguntó que si no quería hacer yoga un rato. No soy fan de ese “deporte” pero la idea de verla estirarse en esas ropas venció a mi deseo de correr y acepté.
Con la excusa de observar mejor lo que tenía que hacer me coloqué detrás suyo. Comenzó a asumir algunas posiciones de Yoga mientras didácticamente me decía sus nombres y características, físicas y espirituales, las cuales apenas escuchaba pues su delgado cuerpo, anodino en otras ropas, se mostraba sugerente, flexible y deliciosamente semidesnudo ante mí.
En cierto momento Rebeca trató de ayudarme a asumir cierta postura pero perdimos el equilibrio, más exactamente, YO perdí el equilibrio y caímos al suelo, ella debajo de mí. Me levanté rápidamente pidiéndole disculpas pues peso más de 80 kilos y ella debe rondar si acaso los 50, pero no pasó nada serio, excepto que vi con vergüenza que la había empapado de sudor, pues asumir esas poses me tenían sudando como pollo a la leña.
Después de casi una hora de estiramientos, que a mis 40 años me sacaron más herrumbre que estrés, nos sentamos a tomar un refresco tranquilamente y nos contamos un poco de la vida (la verdad Rebeca tenía poco que contar con apenas 20 años y yo me reservé casi todo lo que no fuera meramente profesional). A medio charla me soltó la pregunta de ¿por qué había escogido de tema la literatura erótica?, a lo que respondí sin pudor que siempre me había gustado todo lo relacionado con el sexo, desde la pornografía hasta lo erótico más refinado. A partir de acá Rebeca me bombardeó con preguntas de todo tipo, yo contestaba tratando de mostrar naturalidad, pero estaba más que incómodo con la situación. En cierto momento me preguntó que cuanto se duraba en promedio haciendo el amor, yo ya un poco extrañado le contesté que a esas alturas ella debía saberlo. Su cara se puso roja, agacho su mirada con la timidez del primer día que la vi en clases y me dijo que ella nunca había tenido sexo con un hombre (lesbiana pensé), pero rápidamente me aclaró que una vecina de sus abuelos había abusado de ella y la había desvirgado a los 15 masturbándola con un consolador, pero que nunca dijo nada y “esa mujer” nunca intentó nada más conmigo. En mi mente sólo rondaba la imagen de ese cuerpo tan menudo siendo penetrado por un pepino, pero rápidamente me centré (la historia no era nada agradable para ella).
Siguieron las preguntas de rigor, que si no creía que debía hablar con alguien, que sus padres, que un psicólogo y todo lo que se me pudo ocurrir en semejante situación, hasta que ella me preguntó sin más que porqué ella sólo se excitaba pellizcando sus pezones. Hasta acá llego mi seriedad, la erección que tuve fue de antología y no acaté a decirle otra cosa que probablemente era porque nunca se había estimulado bien la vagina.
Con total descaro me levanté dejándole ver mi pantaloneta totalmente deformada por la erección que tenía. Su cara se puso roja y sin dejar de mirar mi bulto puso sus dos manos en sus rodillas. Me acerqué a ella, caminé hasta detrás de su silla, ella levantó su cara para mirarme y bajé mis dos manos hacía aquel pecho casi plano para seguidamente hurgar dentro de su top y tomar sus pezones con mis dedos.
Su piel estaba levemente sudada y no tuve miramientos en pellizcar sus pezones con fuerza, ella sólo abría su boca en un rictus entre dolor y placer y sus manos en sus rodillas apretaban con tanta fuerza que se veía empalidecer su piel.
Me erecto pene se apoyaba en su nuca y con una mano lo liberé de mi pantaloneta para apoyarlo descaradamente entre su hombro derecho y su mejilla. Ella apoyó su cabeza hacia ese lado atrapando mi pene con su cabeza y comenzó a sacar su lengua tratando de lamer mi inflamado glande. Recordando la sudada que me había dado producto del yoga le di un beso en la frente y le pedí que me llevara a una ducha.
Caminó delante de mí sin decir nada y al llegar al baño se volvió y me miró a los ojos para luego bajar su mirada a mi entrepierna. Esta vez me desnudé del todo y me acerqué a ella para comenzar a desnudarla. Nos metimos juntos a la ducha y restregamos nuestros cuerpos uno contra otro, primero resbalando en nuestro propio sudor, luego con agua, luego con jabón, otra vez con agua, sin decirnos nada. Su pequeño y menudo cuerpo se notaba diminuto entre mis brazos y ella se frotaba contra mí como una gatita chineada. Hundía su cara en mi velludo pecho, en mis brazos, pasaba su nariz por mis espalda, mis hombros, y pronto me dí cuenta de que parecía que estaba reconociendo con el olfato.
Salimos de la ducha, nos secamos y me dirigió a su habitación: se acostó boca arriba en su cama y comenzó a pellizcarse los erectos pezones que sobresalían de sus diminutos pechos. Me acerqué a ella y sustituí sus dedos por los míos, cuando abrió la boca en ese mudo gemido me acomodé de tal forma que pudiera meter mi pene en su boca mientras pellizcaba sus pezones. Este fue el disparo de salida, comenzó a retorcerse en la cama gimiendo con mi pene dentro de su boca y mis dedos torturando sus pezones hasta que no pude más con tan morbosa escena y derramé todo mi semen en su boca.
Ella tragó un poco, el resto resbalaba por sus mejillas pero sus manos se encargaron de esparcirlo por toda su cara mientras yo no dejaba de pellizcarla hasta que, pegando un gemido grave y gutural, pareció caer desmayada, seña suficiente para que yo la soltara y me acostara a su lado sin decir una sola palabra.