Regalos 2

Otra joven mujer cae bajo el poder de un sensual regalo, pero esta vez no está sola.

REGALOS

Continuación basada en el relato original de Alphax: Regalos. Por supuesto es conveniente leerlo antes de leer esta historia. Gracias a Chiqui por su inspiración.

Por Sigma

Parte 2: Giselle

La bella mujer se retorcía incontrolable al ser penetrada una y otra vez por su joven vecino, a veces se saludaban al encontrarse por la calle, pero ella nunca le había prestado verdadera atención, en realidad ni siquiera sabía su nombre, pero aquí estaba: cogiéndosela  casi con desesperación y ella recostada boca arriba sobre un sofá, con sus manos inmovilizadas a su espalda, sus piernas enfundadas en medias, con tacones negros y colocadas sobre los hombros del chico que vivía a solamente dos puertas de la suya.

-Aaaahh… aaahh… aaaahh –gemía con cada embestida, sin poder evitarlo apretó los parpados y abrió la boca mientras echaba la cabeza hacía atrás dominada por un fuerte orgasmo. Luego se derrumbó totalmente sonrojada por la vergüenza, causada no por estar teniendo sexo con un desconocido, sino por que no podía controlar sus deseos sexuales debido al enorme gozo que las malditas Pantaletas del Placer le hacían sentir.

-De haber sabido lo que pasaría nunca hubiera tocado la maldita prenda… -pensó antes de derrumbarse sin aliento.

Una semana antes.

Al atardecer Giselle llegó finalmente a su casa tras una larga semana de trabajo en el hospital, estaba totalmente extenuada, ahora lo único que deseaba era dormir tres días seguidos.

Ansiaba cambiarse de ropa: quitarse su blusa crema, sus pantalones azul obscuro y sus zapatos bajos de vestir. Necesitaba cenar algo, relajarse y olvidarse de los pacientes, al menos por una noche.

-Al fin, un baño y a dormir –pensó sonriente al acercarse a la puerta mientras se soltaba su larguísimo cabello negro.

Entró a su casa y tras dejar su bolso en la mesa fue directamente a su habitación a cambiarse, tras despojarse de su ropa se miró un momento al espejo y le gustó lo que vio, a pesar del cansancio aun lucia muy bien, sus ojos y cabello negro siempre llamaban la atención, tenía unos senos grandes y generosos, una breve cinturita y lindas caderas, las pronunciadas curvas de su cuerpo la hacían destacar con facilidad.

Finalmente se metió al baño, el agua caliente la relajó maravillosamente y la hizo recuperarse en gran medida, excepto por que se sentía un poco sola pues su trabajo no le dejaba mucho tiempo libre, en ocasiones salía con amigos pero por lo general no pasaba de eso.

Tras salir del baño se puso una bata y empezó a preparase algo de cenar, entonces sonó el timbre de la puerta.

-¿Eh? ¿Quién podrá ser? No espero a nadie.

Al abrir sonrió complacida, era su vecina Dianne, se llevaba muy bien con ella e incluso habían salido juntas a divertirse varias veces, llevaba puesto un lindo conjunto para la noche, un vestido color vino hasta las rodillas, unos botines de tacón altísimo, medias negras, unos guantes cortos y hasta una gargantilla negra, se veía muy elegante. Llevaba su rubio cabello recogido en un complicado peinado y se había maquillado con esmero. En la mano llevaba una bolsa negra.

-Vaya, seguro tienes una cita ¿Cómo estás Dany? –le saludo alegre.

-Hola Gigi. ¿Como te va? Así es, tengo una fiesta elegante en el centro, pero será hasta dentro de un par de horas así que pensé que podríamos cenar algo antes y ponernos al día con nuestras vidas.

-Oh, no se Dany, estoy algo cansada del trabajo…

-¡Vamos Gigi! No quiero esperar sola en casa, además mira lo que te traje… -dijo mientras sacaba de la bolsa un par de botellas de vino tinto.

-Mmmm es mi marca favorita… -dijo Giselle ya saboreando la bebida- tú ganas déjame hacer algo para que cenemos y que me vista.

-No hace falta, quédate en bata, recuerda que yo me tengo que ir.

Tras una deliciosa cena de pasta con carne y una botella y media de vino, las dos jóvenes comenzaron a platicar entre risa y risa, sobre el trabajo, las noticias, las amigas y finalmente los chicos.

-Estoy tratando de descansar un poco, ya sabes que la última vez no funciono con aquel compañero de trabajo y por ahora prefiero seguir libre –le explicaba Dianne a su amiga.

-Si, espero que ya te sientas mejor, tiene dos semanas que eso pasó –le respondió Giselle algo preocupada.

-No te preocupes, ya estoy mucho mejor –dijo con una gran sonrisa.

-Eso veo y me alegra. Ojala yo pudiera esta tan tranquila y relajada como tú, no se como lo haces…

-Ah luego te platico, pero ya es hora de irme a mi fiesta de lo contrario estaré demasiado ebria para poder comportarme…

-¡Eres terrible Dany! Lastima que tengas que irte, me hizo mucho bien tu compañía…

Dianne recogió sus cosas y se dio la vuelta para despedirse.

-Bueno pensaba esperar, pero como de todos modos ya te lo compré, creo que podrías disfrutar esto hoy mismo –dijo mientras sacaba de la bolsa una caja- ¿Querías saber como es que estoy tan relajada? Aquí esta el secreto y ahora te lo paso a ti.

Giselle tomo la caja con una sonrisa, era cuadrada, pequeña y negra con un listón blanco de satén, un moño en la tapa y una etiqueta en la que estaba escrito: Para mi Giselle en letras cursivas.

-¡Oh Dany, no debiste hacerlo… gracias que linda!

-Hay una condición, no lo abras todavía, primero termina tu bebida, olvida tus prejuicios y disfrútalo, confía en mí. Ya me dirás que te parece… nos vemos –dijo mientras salía de la casa dejando a su amiga intrigada.

Tan pronto la puerta se cerró detrás de ella, la sonrisa de Dianne se desvaneció, saco un teléfono celular de su bolsa e hizo una llamada.

-Si mi Ama… está hecho… para mañana ella será tuya… entendido.

Después de colgar Dianne guardó su teléfono y volvió a entrar en su casa para ponerse su uniforme de esclava y esperar nuevas instrucciones.

Giselle le hizo caso al consejo de su amiga y se tomó las cosas con calma, escuchó algo de música suave, se bebió la otra media botella de buen y dulce vino tinto y se relajó.

Finalmente no soportó más la curiosidad, tomó la caja que se encontraba en la mesa y se sentó para abrirla, de un tirón deshizo el moño y pudo levantar la tapa, pero en el primer momento no comprendió lo que era.

Despacio introdujo la mano en la caja y extrajo lo que parecía una pieza de tela plastificada, negra, brillante, pero increíblemente suave y elástica, casi liquida, al tacto.

-¿Pero que es esto? –pensó aun más intrigada que antes.

Revisó la tela detenidamente y en poco tiempo descubrió que se trataba de unas pantaletas estilizadas, pero quedo impactada cuando además descubrió que llevaban integradas dos consoladores con extraños diseños en su superficie que correspondían a su vagina y ano. No eran demasiado grandes, el de atrás era el más pequeño, pero eran muy suaves.

-Ji ji ji… Dany, eres tremenda, ahora veo por que estás tan tranquila y relajada –pensó con picardía para luego dejar la prenda en la caja- y por que debía olvidarme de mis prejuicios.

Mientras pensaba en el consejo de su amiga se bebió el último sorbo de su copa y siguió escuchando la música, dudando, pero la confianza en su amiga Dianne y la falta de inhibiciones debida al alcohol la hicieron decidirse.

Se levantó del sofá, se desató la bata, la abrió y lentamente comenzó a ponerse las pantaletas, que conforme subían por sus torneadas piernas se iban ajustando maravillosamente a sus curvas, finalmente llegaron a su entrepierna, en ese momento Giselle cerro suavemente los ojos, abrió sus piernas a la altura de los hombros, tomó con sus delicados dedos el consolador delantero y lo hizo entrar en su vagina. El fresco material entró con facilidad, haciéndola sentir un gentil rose de placer.

Sin poder evitarlo la trigueña se sonrojó algo avergonzada por lo que estaba haciendo.

Luego hizo lo mismo con el consolador trasero, poco a poco lo fue introduciendo en su pequeño orificio, al principio sintiendo muy rara la invasión de ese material en su sensible ano, pero entró con una facilidad tan pasmosa que le causó un escalofrío de gozo.

-¡Aaahhh! –gimió suavemente ante la sensación. No era muy afecta al sexo anal pues solía dolerle debido a su sensibilidad, pero esto había sido muy diferente y placentero.

Después de eso terminó de subirse las pantaletas, ajustándolas perfectamente en su cintura y piernas, entonces se dio cuenta de que aunque al frente la cubrían de forma normal, por atrás dejaban parte de sus nalgas expuestas, haciéndolas parecer más llamativas y apetitosas. Finalmente uso sus manos para empujar los consoladores a través de las pantaletas hasta el límite de su alcance.

-Oooohh que rico…–murmuró al hundir al máximo los consoladores en su cuerpo, para luego comenzar a deslizar lentamente las manos por sus caderas- Mmmm… y que suavidad, creo que esto me va gustar.

Giselle se recostó de nuevo en el sofá y se quedó inmóvil unos minutos, simplemente disfrutando de la sensual satisfacción que le daban los consoladores en su cuerpo. Después, cerro los ojos y tentativamente empezó a acariciar su suave vientre muy despacio, luego su cintura, sus costados, y al fin sus senos en gentiles círculos, hasta llegar a sus ya duros pezones rosados, acariciándolos con calma, apretándolos ligeramente.

Luego decidió empezar con su ya húmeda entrepierna, su mano derecha se movió con calma hasta llegar al punto donde debajo de las pantaletas esperaba ansioso su enrojecido clítoris, comenzó a acariciarlo pero sus ojos se abrieron de golpe al darse cuenta que a pesar de su toque no sentía nada allí.

-¿Pero que está pasando? –pensó sorprendida, pues las pantaletas eran tan cómodas y delgadas que pensaba que disfrutaría acariciarse sobre ellas, pero era como si tratara de tocarse a través de un colchón, no sentía nada. Algo preocupada y confundida acercó su mano a la cintura de las pantaletas para quitárselas. Pero justo entonces sintió un increíble latido de placer surgir del consolador en su entrepierna.

-Aaaaaahh… -gimió en voz alta, el latido pareció invadir toda su vagina y acariciar su clítoris de una forma que nunca había experimentado.

-Oh ¿Qué fue eso? –pensó sorprendida la trigueña, justo antes de sentir otro placentero latido- Mmmm… pensé que sólo eran pantaletas eróticas pero creo que… aaaahh… ¡También son electrónicas!

En efecto las deliciosas vibraciones de sus pantaletas del placer parecían aumentar tanto en potencia como en frecuencia, dándole cada vez más deleite en cada vez menos tiempo.

-¡Si… que bien! –murmuró Giselle con la voz ronca, para de inmediato abrir sus piernas y así poder sentir más placer.

De repente el consolador en su ano comenzó a palpitar deliciosamente, haciéndola emitir un incontrolable gritito de placer inesperado.

-¡Aaaaaayyy! –la sensación al combinarse de los dos consoladores la hizo cruzar la línea y alcanzar un pequeño orgasmo- oh… oh… tendré que comprarle… a Dany… un bonito regalo de… agradecimiento, es maravilloso.

Pero el gozo aun no terminaba, las vibraciones de los consoladores siguieron aumentando, enviando ondas cálidas desde su entrepierna al resto de su cuerpo, excitándola cada vez más, llevándola a un enorme orgasmo como hacía meses, incluso años que no sentía.

-Siii… si… eso es… -gemía suavemente la trigueña mientras se acariciaba sus piernas, su pezones, su cuello, intentó de nuevo con su clítoris y vagina pero seguía sin sentir nada a través de esa tela así que se concentró en el resto de su cuerpo, de todos modos no hacía falta pues las pantaletas le daban un placer en su entrepierna que nunca antes había sentido. Casi llegaba, podía sentirlo… pero de pronto el latido comenzó a disminuir en potencia y ritmo, alejándola de la satisfacción.

-¿Qué es esto? ¿Por qué se detiene? –pensó casi molesta- Espero que no se hayan descompuesto…

Pero la vibración volvió a aumentar paulatinamente acercándola de nuevo al éxtasis, aun con más fuerza. Podía sentir su cuerpo moviéndose con cada latido y comenzó a subir y bajar sus caderas, a apretar sus grandes senos y a pellizcar sus pezones, a morderse suavemente los labios para no gritar.

-¡Si… vamos… ya casi…! -susurraba suavemente- ¡No… no de nuevo!

Los consoladores volvieron a disminuir su ritmo, pero sin detenerse, y pronto volvieron a acelerarse. Durante largo rato continuó el extraño juego, manteniendo a Giselle tremendamente excitada, jadeando en el sofá, su cuerpo brillando por el sudor de manera casi hipnótica, pero sin poder alcanzar el tan deseado orgasmo. Finalmente cuando el éxtasis llegó casi perdió el sentido ante la fuerza con que estalló, cuando su mundo tembló, sacudió la cabeza incontrolablemente, movió sus caderas de forma frenética arriba y abajo, tras un grito se derrumbó con el rostro cubierto por su cabello negro y con sus carnosos labios entreabiertos.

-¡Oooooohhhh Dioooos!

Durante un par de minutos se quedó inmóvil, tratando de recuperar el aliento, aun disfrutando de la placentera calidez posterior al orgasmo, pero de pronto los ojos de Giselle se abrieron como platos por la sorpresa: el ciclo de latidos de sus Pantaletas del Placer (como la trigueña las acababa de bautizar) estaba comenzando de nuevo.

-¿Otra vez? Oooohh… no se si podré, me siento agotada –pensó con una gran sonrisa- Mmmm… ustedes son insaciables ¿Verdad?

Decidió que ya era demasiado por esa noche y estaba a punto de quitarse la erótica ropa interior, cuando el ciclo comenzó a variar el ritmo de forma diferente y aun más placentera.

-Aaaahhh… aaaahh… bueno…. quizás un rato… maaaaahhhhs… -susurró mientras apartaba las manos de su cintura poniéndolas arriba de su cabeza- pero sólo… un poco…

Pero “un rato más” se convirtió en horas, en las cuales Giselle perdió la noción de todo, solamente disfrutando el placer siempre creciente y cambiante de sus Pantaletas del Placer. Orgasmo tras orgasmo continuó hasta que se quedó dormida sobre el sofá, con una pierna colgando a un lado, jadeante, feliz y con los consoladores aun susurrándole al oído su irresistible canción de cuna.

Ya de madrugada Giselle se despertó sintiendo algo de frío por lo que decidió ir a su cama, aun adormilada se levantó y se dirigió a su habitación, tras quitarse la bata se metió bajo las cobijas y cansada pero feliz empezó a dormir. Sin embargo, en ese momento, en la casa de junto, Dianne, que había estado tocando su cuerpo mientras era complacida por sus Pantaletas del Placer, escuchó sonar su teléfono celular y de inmediato contestó, para escuchar únicamente unas pocas palabras.

-Casi es hora… prepárate mi puta esclava… yo llegaré en poco tiempo –dijo una voz excitada y ronca- y no me falles…

-No mi ama, estarás orgullosa de mi… -dijo mientras se arrodillaba y empezaba a jadear por el premio de las pantaletas- No te fallaré.

Dianne comenzó a tocar su cuerpo y a gemir de placer bajo el embrujo de sus consoladores y allí en la alfombra comenzó a retorcerse, esperando el momento de actuar, pronto tendría una hermana en esclavitud y eso la excitaba aun más, si es que eso era posible.

Giselle despertó al amanecer con una terrible sed, se sirvió agua de la jarra en su mesita de noche y  bebió con avidez, luego se sirvió de nuevo y volvió a vaciar el vaso.

-Ah… eso me hacia falta –pensó satisfecha para luego mirar el reloj- aun es temprano, dormiré otro rato… pero mejor primero me quito mi juguetito y me pongo algo calientito para dormir.

La trigueña pensó que tras pasar la noche entera con sus Pantaletas del Placer se sentiría irritada y cansada, pero sorprendentemente de hecho se sentía aun más cómoda que la noche anterior, sin embargo no le pareció correcto seguir con la prenda puesta tras pasar toda la noche usándola, debía dejar descansar su  cuerpo y darse un baño.

Se sentó, llevo sus manos a la cintura de sus pantaletas y empezó a tratar de meter sus dedos, pero falló. Hizo un gesto de extrañeza con su bello rostro y volvió a intentarlo, de nuevo sin éxito.

-¿Eh? ¿Dónde están? –pensó intrigada- quizás me las quité durante la noche…

Levantó las cobijas para buscarlas pero se encontró con que en efecto aun las llevaba puestas, de nuevo intentó meter su mano bajo las negras pantaletas pero entonces se dio cuenta que ya no había hueco donde introducir sus dedos, aunque veía perfectamente donde terminaba su prenda y empezaba su piel, al tacto no podía distinguir una diferencia, era como si ahora formaran parte de ella. Empezó a asustarse.

-¿Pero que demonios…? –susurró mientras con sus largas uñas trataba de abrir la prenda o rasgarla o lo que fuera para separarse de esta, pero en vano, lo único que sintió fue algo de dolor en su piel por arañarse.

Ya muy preocupada se levantó de un salto y se dirigió al espejo de cuerpo entero de su habitación, en efecto las pantaletas se veían casi como si estuvieran pintadas en ella en lugar de puestas, al frente podía notar el hueco de su vagina y los pliegues de sus sexo pero cubiertos completamente por el negro material, incluso creyó distinguir su clítoris y descubrió un pequeño agujero a la altura justa para orinar.

En al parte de atrás la cosa no iba mejor, debido a las pantaletas ahora sus nalgas parecía perpetuamente levantadas y enmarcadas, eran dos perfectas medias esferas negras, con un hueco mediano para… para sus otras necesidades.

-¿Qué esta pasando? –gimió ya francamente aterrada. Decidió ir al hospital, quizás allí le pudieran ayudar, sería una humillación pero era más fuerte su miedo que su vergüenza. Se dirigió al guardarropa y estaba abriendo las puertas cuando sus Pantaletas del Placer empezaron a palpitar de nuevo.

-¡No! ¡Ahora no! ¡Tengo que salir! –pensó con miedo y disgusto, pero las vibraciones de la prenda se volvieron poderosas e insidiosas- ¡Aaahhh! ¡Altooo!

Trató de ponerse un pantalón aguantando las sensaciones, pero de pronto fue como si el placer comenzará a martillarla en su vagina, su clítoris y su ano, haciéndola derrumbarse en el piso con la boca abierta, en minutos ya no podía resistirse al placer y comenzó a tocar su cuerpo como si todo estuviera bien, disfrutando intensamente cada segundo, aun contra su voluntad.

-¡Que alguien me ayude! –gimió más por placer que por desesperación. De pronto el placer comenzó a enfocarse y dirigirse, haciéndola sentir mejor cuando se movía en cierta dirección, casi arrastrándose se dirigió fuera del cuarto hasta llegar a la puerta de su casa y al abrirla se encontró con otro regalo.

Dianne regresó justo a tiempo a su casa, tras dejar el nuevo regalo en la puerta, para ver por la ventana lateral a su amiga salir de su casa, casi temblando y vestida sólo con sus Pantaletas del Placer, luego la vio tomar la caja, acariciarla y besarla para finalmente volver al interior. La esclava rubia sonrió complacida, ya sólo faltaba que llegara su Ama, pues el nuevo regalo lo había elegido ella y era muy especial.

Giselle tomó el nuevo regalo negro del tamaño de una caja de zapatos y comenzó a acariciarse con este, sus muslos, sus pezones, sintiendo su dureza y frialdad, finalmente desató el nudo y al abrir la caja se encontró con una serie de bandas de metal plateado y brillante, grabadas de forma exquisita con diseños complejos y elegantes, eran cinco de diferentes medidas, acomodados primorosamente entre terciopelo. El placer la volvió a invadir y la guió para ponerse la más grande en el cuello, era del tamaño y forma de una gargantilla, de unos dos centímetros de ancho y en cuanto la colocó escucho un clic y sintió como se ajustaba, en ese momento un fuerte orgasmo la golpeó haciéndola desplomarse en el piso y quedar semiinconsciente, disfrutando de nuevo el placer de sus pantaletas.

La linda trigueña no supo cuanto tiempo había pasado, sin duda aun era muy temprano, pues apenas entraba luz del amanecer por la ventana, pero despertó cuando sintió de nuevo como sus pantaletas empezaban a excitarla suavemente, todavía en el piso se sentó y entonces se dio cuenta de que no estaba sola. Frente a ella, sentada en el sillón de su sala estaba una mujer, tendría unos cuarenta años, la piel bronceada y el cabello castaño claro arreglado en un peinado alto, estaba muy elegante con un vestido negro hasta las rodillas y tacones de aguja de charol negro. Sostenía entre sus dedos una computadora de mano.

-Buenos días doctora Giselle, espero que te sientas muy bien, tus pantaletas deben estar encargándose de eso. Me aseguré de que así sea.

Giselle se quedó confundida un instante al ver sus penetrantes ojos verdes y escuchar su voz ronca, acariciante pero demandante. Finalmente sacudió la cabeza e intentó levantarse.

-Oiga no se quien sea…

-¡No te muevas! –le ordenó la mujer con decisión, con lo que la trigueña se detuvo con las manos en el piso, dudando sobre que hacer.

Entonces la mujer se acercó a Giselle y se arrodilló junto a ella, la miró y sonrió complacida.

-No esta mal para tu primera orden doctora, nada mal –dijo con una voz cargada de deseo- pero aprenderás a hacerlo cada vez mejor. ¿Te gustan tus nuevos regalos?

Al decir esto señaló los pies de la trigueña y entonces esta se dio cuenta de que le habían colocado en sus esbeltos tobillos otro par de bandas de metal como la de su gargantilla, aunque también estaban primorosamente grabadas eran más anchas, de unos cuatro centímetros y lucían como bellos adornos o las pulseras de unas zapatillas altas elegantes. Aun aturdida por todo lo que ocurría extendió la mano para tocar una de las pulseras y entonces vio que también le habían puesto otras dos pulseras en las muñecas, estas tenían un grabado similar, eran de unos dos centímetros de ancho y se veían muy femeninas y delicadas.

-¿Quien es usted? –al fin pudo hablar la intrigada chica en el piso- ¿Qué preten…

En ese momento la chica sintió un gozo tan afilado que era casi dolor, cerró los ojos, abrió la boca en una perfecta O y arqueó la espalda, momento que la mujer aprovecho para darle un húmedo beso en la boca. De inmediato la sensación pasó.

-Desde ahora no hablarás hasta que te lo permita, eso fue para que no lo olvides –le susurró al oído la mujer- en cuanto a quien soy, te bastará saber que soy tu Ama y en adelante me perteneces.

Pero Giselle no cedería tan fácilmente.

-¡Mire ya es suf…! –comenzó a decir cuando ante una mirada de la mujer una serie de orgasmos explosivos la hicieron caer de espaldas y retorcerse sin control, pero sin dejar de disfrutarlos.

-Ooooh… oooohh… oooohhh… -casi sollozaba la trigueña mientras la mujer aprovechó el momento para tomarla de las manos y ponérselas tras la espalda, para luego sujetar sus tobillos para juntarlos.

Al fin la sensación empezó a disminuir paulatinamente, jadeante, Giselle trató de incorporarse y se dio cuenta de que no podía separar sus manos ni pies, era como si las pulseras estuvieran unidas en una sola pieza.

Presa del pánico trató de pedir ayuda, pero cuando abrió la boca la mujer le dio una orden simple y directa.

-No grites puta.

-Auxilio… ayúdenme… -trato de gritar pero de su garganta solamente salió un susurro.

-Bien, ahora cierra la boca, es la última advertencia que te hago… esclava –le dijo con voz grave a Giselle- no quiero usar contigo el collar de la obediencia, no quiero que seas como mis otras esclavas, quiero disfrutarte sin quitarte tu independencia. Serás la primera de muchas.

La trigueña en el piso estaba a punto de hablar de nuevo, pero al ver los penetrantes ojos verdes de la mujer clavados  en ella, se detuvo y cerró la boca.

-Eso es, ya estás aprendiendo. Como pequeño premio por tu obediencia te dejaré hacer una pregunta. Puedes hablar.

-¿Qué son estas pantaletas? ¿Qué me hizo? –logró decir casi presa del terror.

-Supongo que no importa que lo sepas, de todos modos no puedes hacer nada al respecto, aun siendo medico. Verás, yo me dedico a la investigación de avanzada en nanotecnología e inventé un material casi milagroso, capaz de fundirse con el tejido vivo y con el sistema nervioso de una persona, pero también permite albergar una computadora dentro de la misma substancia, de ese material están hechas tus pantaletas negras.

Mientras decía esto, la mujer comenzó a acariciar la cadera cubierta de negro de Giselle, sonriéndole de una manera que la hizo sonrojar.

-Una vez que te las pusiste la computadora integrada comenzó a interactuar directamente con tus terminaciones nerviosas para darte el mayor gozo por medio de impulsos eléctricos controlados y mientras tú disfrutabas, el material dentro de ti comenzó a fundirse y extenderse por tú clítoris, vagina y ano, ahora forman parte de ti. Tratar de quitártelo sería como arrancarte la piel. Por eso ahora soy tu Ama.

-¡No puede controlarme simplemente por el sexo! –dijo la chica de cabello negro.

-¿Estás segura? ¿Sabías que si a un ratón se le conectan electrodos a los centros de placer del cerebro y se le da a elegir entre activarlos o comer el animal se la pasará usando los electrodos y morirá de hambre? La manera en que ahora puedo controlarte es diferente a todo lo que existe, nunca nadie ha tenido este poder sobre una persona y te aseguro que es bastante efectivo, por ejemplo tu amiga Dianne ya me pertenece, le di un tratamiento completo y me es totalmente devota. Pronto te lo enseñaré, pero ese no es tu destino, como dije, quiero que conserves cierta independencia, pues eso me complace: que a pesar de tu libertad me obedecerás, serás mía.

-¿Y las pulseras? –preguntó cada vez más aterrada Giselle, pero a la vez, al acelerarse el ritmo de los consoladores, comenzando a excitarse por la magia de las pantaletas.

-Ah, son mi más reciente invento, es otro material que inventé, es extraordinariamente resistente y magnetizado, pero sólo entre si, cuando acercas las pulseras a menos de diez centímetros una de la otra se quedan unidas, puedes despegarlas claro, pero no tu sola, necesitarás ayuda, son para facilitar el controlarte y no te las puedes quitar. Y por último tenemos el Collar de la Obediencia, emite campos magnéticos hacia tu cerebro para hacerte vulnerable a ciertas sugestiones, no lo usaré mucho contigo pero era necesario para asegurarme de que estarás bajo control.

Giselle empezó a gemir suavemente sin poder evitarlo, cerró los ojos y comenzó a retorcerse.

-Mmmm… veo que estás casi lista, haremos la primera prueba… esclava –dijo la misteriosa mujer para luego levantar con sorprendente facilidad a la trigueña y sentarse en un sillón acomodando con cuidado a la chica en sus piernas.

-Ah, sin duda mi nuevo regalo te queda muy bien Giselle, de por si las pantaletas te hacen lucir exquisita, como para comerte, por eso te elegí por que tengo un gusto muy particular. Me gustan tus curvas, tus sensuales caderas, tu cintura pequeña, tus grandes tetas, mmm… si esto será tanto placer como negocios.

-Oooohhh… váyase al infierno… -murmuró excitada la mujer de largo cabello negro.

-No todavía, primero iremos al paraíso. –le susurró al oído- Empecemos: de ahora en adelante me llamarás Ama.

-¡No! ¡No lo hare… ooooooh…! -el cuerpo entero de Giselle se volvió un arco desde la cabeza hasta las puntas de sus pies, mientras la Ama aprovechaba para pellizcarle sus pezones.

-Yo creo que si lo harás, y además lo disfrutarás. Ya verás… soy tu Ama ¡Dilo para mi zorra!

-¡No… oooohhh… ooohhh! –el gozo de las pantaletas ahora la hizo encogerse hasta quedar casi en posición fetal sobre el regazo de la mujer.

-¡Soy tu Ama! ¡Dilo! –le ordenó mientras sujetaba a Giselle del cabello con una mano y la obligaba a mirarla a los ojos y con la otra le acariciaba los muslos.

La voluptuosa trigueña trató de resistir, pero entre el turbador y debilitante placer de las pantaletas y los penetrantes, dominantes ojos verdes de la mujer, estaba como en una cámara de torturas cubierta de seda y simplemente no pudo más.

-¡Dilo perra! –le gruño al oído mientras le pellizcaba un pezón.

-¡Es mi Ama! ¡Es mi Ama! ¡Usted gana! –gimió la trigueña, para de inmediato ser recompensada por una cálida y amorosa sensación de gozo y liberación que sintió que duraba una eternidad.

-¡Aaaaaaaaaahhhhhaahh!

Finalmente la Ama de Giselle se levantó y la llevó cargando al sillón, donde con cuidado la recostó para que recuperara el aliento, y se quedó allí, inmóvil y desnuda, excepto por la Pantaletas del Placer, brillante de sudor y con las plateadas pulseras reflejando la luz de la mañana.

-Sin duda serás una excelente esclava Giselle –dijo su Ama mientras se sentaba a su lado y acariciaba la gargantilla de la trigueña- y recuerda, estas piezas de metal no son solamente para controlarte, son para marcarte, no te las podrás quitar nunca, desde ahora te señalarán como mi esclava, no son pulseras o adornos, son grilletes, tus grilletes de esclava.

-No… por favor… Ama –susurró agotada la mujerzuela/esclava Giselle- no hagas esto…

-Muy pronto lo disfrutarás, aun tenemos mucho por hacer el fin de semana –le dijo amorosa su Ama mientras le acariciaba su larguísimo cabello negro- vamos a gozarlo juntas, será maravilloso mi esclava, y el lunes podrás seguir con tu trabajo, pero cuando sienta deseos de ti o te necesite para alguna labor vendrás a mi.

-Dios… no… -gimió la trigueña.

-De vez en cuando te daré labores muy placenteras putita -una sonrisa perversa apareció en el rostro de la Ama- pues también uso a mis esclavas como mujerzuelas para pagar a algunos de mis trabajadores más leales con placer, y cuando alguno de ellos vea tus grilletes, te identificará y podrá usarte a su voluntad ¿No te gusta la idea?

-No lo haré… Ama… no lo permitiré.

-Te aseguro que lo harás, y además lo gozarás. Pero debemos continuar con tu entrenamiento. Repite después de mi: Sólo amo a mi Ama, voluntaria y amorosamente sirvo y obedezco a mi Ama, la adoro sólo a Ella, pues Ella es la Diosa Suprema…

Giselle trató de negarse, de resistir, pero entonces volvió a percibir los latidos de sus inamovibles consoladores comenzar a llevarla de nuevo al éxtasis contra su voluntad, esta vez no era un martilleo en su cuerpo, sino una suave y deliciosa danza en su clítoris, su coño y su ano a la vez, que amenazaron con enloquecerla de gozo…

CONTINUARÁ