Regalo sorpresa
Las fantasías se pueden hacer realidad, siempre que exista confianza con la pareja. Si conoces a tu pareja, y logras descubrir sus vicios, puedes abrir una puerta a un placer que desconocías.
¡Qué sol hace!, otro año más tendríamos una primavera-verano sofocante. Sólo apetece tomar unas cañitas, comer algo suave y llevar el mínimo de ropa posible. Encima la piscina está otra vez estropeada.
Abro la nevera y está casi vacía.
- ¡Diana hay que ir a comprar, no queda nada!, comenté en voz alta a mi mujer que estaba en la terraza cogiendo sol.
- ¿Vamos esta tarde?, contestó ella.
- Vale, comemos algo y salimos, dije cerrando la nevera de golpe.
Mi mujer se llama Diana, tiene 33 años y es una chica de metro cincuenta y siete, pelo largo color chocolate, y dos buenos pechos que siempre me han llamado la atención.
Al llegar a la terraza con las dos bandejas de refrigerio que había preparado para matar el hambre, me encontré que a Diana tumbada boca abajo, tomando sol.
- ¡Qué culo tienes amor!, dije sin poder quitarle la vista de encima.
- ¿Después de tantos años juntos lo sigues mirando? Preguntó Diana sonriendo.
- Como para no mirarlo ¿tú te has visto bien? Contesté preguntando.
La verdad es que tiene un gran tipazo, tanto que sé que mucho de los chicos que van por la calle se van fijando en ella, o incluso en alguna ocasión he cogido a algunos amigos mirándola descaradamente.
Cierto es que los años han ido pasando y no es que perdonen ya no somos unos chavales, pero siempre hemos sabido mantener el equilibrio entre la convivencia y las situaciones que nos han surgido. Y la llamita que tenemos dentro de nosotros, lejos de apagarse se mantiene encendida durante los últimos catorce años que llevamos juntos, más aún como soy yo, que siempre estoy investigando que cosas podemos probar, o hacer.
No se los había dicho, pero mi nombre es Oscar, tengo 34 años y soy bastante moreno. Pelo corto y empezando ya a despuntar las primeras “mechas plateadas naturales” que la gente tiene la manía de llamarlas canas. Mido un metro ochenta y un centímetros. No soy el típico chico que se mata a levantar pesas pero por mi trabajo, ya me mantengo suficientemente en forma. Por más que como, no cojo esos kilitos demás, pero son cosas del metabolismo de cada uno. A pesar de todo, me encanta que una mujer no sea tan delgada, ni viva obsesionada con lo que come, y sus dietas milagrosas. A mí me gusta que una chica tenga sus curvas y por qué no decirlo que tenga donde coger.
Como les decía, nuestra relación ha sufrido altibajos como cualquier otra, pero siempre hemos congeniado y sabido mantenerla. Tanto a nivel de convivencia como a nivel sexual. Somos bastante activos, y con los años hemos aprendido que si uno no prueba las cosas, no puede decir que no les gustará.
Tampoco es que probemos todo lo que se nos pasa por la mente, ya que evidentemente tenemos una reputación y cariño propio, y vamos distinguiendo lo que se podría probar o lo que mejor sería mantener como una fantasía.
El problema está en que después de tantos años juntos, nuestras fantasías o deseos, han ido en aumento y en muchos de los casos, se han abierto demasiado a un mundo que quizás muchos tacharían de peligroso, al menos para la estabilidad de una relación.
Siempre me ha gustado sorprender a mi mujer, y busco en ella, el mismo propósito, por lo que mi mente siempre ha tramado planes y posibles sorpresas que brindar a nuestro disfrute del amor. He de reconocer que no todo lo que se experimenta aporta un buen resultado, pero que narices, tiempo de no volverlo a realizar hay.
En una ocasión, recuerdo que estando en casa, me dio por comprar una webcam. Mi mujer siempre se había interesado por saber cómo sería ver a otro chico o pareja jugar ante ella y una noche cualquiera, empezamos a hablar con un chico por internet que sin darse cuenta, ya que creía hablar con una chica, cayó en mi trampa. Llame a mi mujer que preparaba la cena y la senté ajena a lo que vería ante sus ojos. Tape nuestra cámara con cinta y el chico conectó la suya.
La cara de mi mujer era de asombro, jamás se esperaría que ante ella hubiera un chico de cuerpo atlético sujetando ante ella su polla y masajeándose.
- ¿Qué es esto Oscar?, dijo ella asombrada. ¿Pero él nos está viendo?.
- No mujer, le he hecho creer que tenemos la webcam rota, tu mira y relájate.
Durante un rato, su nerviosismo no le dejaba estar quieta en la silla, se reía, hacía comentarios del tipo; estás loco, esto que es, no me gusta,… Pero lo curioso del caso es que no dejaba de mirar como aquel chico se tocaba ante ella.
- Escríbele algo mujer, cuanto más juegues con él, más interesante se pondrá la cosa.
- ¿Y qué le pongo?, decía aun nerviosa.
Coloque el teclado para poder escribir, y tras hacerme nuevamente pasar por ella, el chico se tocó ante sus ojos. Mi mujer no daba crédito, y menos aún al ver que el chico se venía sobre su webcam.
- ¿Te ha gustado?, pregunté mientras mi mano recorría su muslo y entraba en contacto con su coñito bastante húmedo.
- La verdad es que no mucho, a ver si ha sido algo diferente y ha estado bien pero es una situación un poco fría.
- Pues tu coñito está bastante húmedo, contesté.
- Si me ha puesto muy cachonda la sorpresa, más al pensar que me podría estar viendo pero, luego imaginé que podrías ser tú el que estaba al otro lado, o no sé…
Quien diría que tras aquella sorpresa la mente de mi mujer, le jugaría malas pasadas, o buenas según como se mire. El caso, es que después de aquel día, cada vez que se ponía a tono, me susurraba al oído muchas de las fantasías que su mente demandaba. Mi propósito se había cumplido, y lejos de hacer de aquella experiencia un acto absurdo, se convirtió en la llama que hacía volar la imaginación de Diana.
La cosa no quedó ahí, sino que poco a poco, fue dando forma a sus deseos, y en ocasiones cuando fallábamos me pedía si podía jugar.
- Cariño, no tienes porqué pedirme permiso. Tú deja volar tu mente, esto es un juego para ambos, le decía.
- Ya pero es como ponerte los cuernos, decía y te quiero mucho para perderte por estas cosas.
- Tú cuando quieras jugar, házmelo saber y lánzate. Quizás si me cuentas tus deseos y fantasías, te lleves la grata sorpresa de que me gustan y motivan más.
Siempre he pensado, que tanto chicas como chicos, tenemos nuestras fantasías y deseos más ocultos, encerrados bajo llave. En muchas ocasiones, ni nos atrevemos a contarlas por miedo a que tengan una mala opinión de nosotros o simplemente por intimidad. Pero ¿quién no ha pensado alguna vez en otra persona que no es su pareja? O ver una película erótica y dejar volar la mente pensando en la protagonista o el protagonista. Aunque solo fuera un juego del que luego sueles arrepentirte es una herramienta más a la hora de disfrutar del sexo, y quien diga que no lo necesita o no lo ha hecho nunca que tire la primera piedra. La cuestión es que es un juego para disfrutar del sexo, y no tiene nada que ver con ser infiel o perder el respeto a tu pareja. Para mí el sexo está abierto a cualquier práctica, y siempre que no pases unos límites, será divertido y bueno. Claro está es mi punto de vista, pero para que se quede encerrado en un rincón oscuro de nuestro cerebro y estarlo reprimiendo, prefiero que me lo cuenten y compartir su disfrute con mi pareja.
Aún muchos piensan que si su pareja se masturba, usa juguetes eróticos, ve porno, o lee relatos picantes, es porque no le satisface y se sienten ofendidos. No se dan cuenta que jamás es un sustituto, sino un complemento que podría mejorar mucho su vida sexual manteniendo la llama del amor.
El caso es que Diana entró en mi mundo; ese mundo en el que los deseos pueden pasar de estar en un baúl cerrado con mil candados, a una biblioteca en la cual pudiéramos entrar a ojear y disfrutar de los capítulos que fueran surgiendo a lo largo de nuestra vida.
Cada vez que nuestros cuerpos se unían, las fantasías y narraciones iban más lejos, y en algunas ocasiones, me confesaba su deseo de saber si le gustaría su cuerpo a otro hombre, o si algún día sería capaz de probar la polla de algún chico que le gustara lo suficiente.
Un día al llegar del trabajo, encontré a Diana en la cama con una tentación puesta. Se había arreglado el pelo y maquillado.
- Oscar, ¿quieres hacerme el amor?, dijo poniendo su carita de niña buena que nunca había roto un plato.
- ¡Uff, cualquiera rechaza una situación como ésta! ¡Estás preciosa!, contesté mientras me desprendía de mi ropa todo lo rápido que podía.
- He de confesarte algo, cariño. Hoy he sido una chica muy mala, añadió.
Ya sobre ella. Besando su cuerpo y acariciando cada rincón del mismo, continuó confesándose.
- Me levante muy cachonda, anoche soñé que habíamos ido a una fiesta y nos habíamos encontrado con algunos amigos. Después de estar hablando y vacilando con ellos, tú fuiste a pedir otra ronda de copas, y yo aproveché para ir al coche a buscar mi abrigo. Uno de tus amigos que no paraba de mirarme mientras bailábamos, me siguió, y una cosa llevo a la otra y acabamos follando en el asiento trasero de nuestro coche.
- ¡Qué zorrita eres!, dije mientras bajaba besándola desde sus pezones al ombligo.
- Me da vergüenza, dijo ella.
- Continúa, no seas boba.
- Pues tú al ver que no llegaba fuiste a buscarme y me pillaste con él en el coche, y lejos de enfadarte, te uniste a nosotros. En mi sueño es como si tú y yo hubiéramos pactado previamente aquel encuentro, y el chico no lo sabía, pero lo pasamos genial.
- ¡Mmmm, me encanta que seas tan zorrita!, dije con voz entrecortada ya que mi boca disfrutaba ya de su coño dulce y jugoso. ¿Te gustó?.
- Sí, me sentí puta, pero una puta que jugaba con permiso, y tanto lo disfrute que cuando me desperté no pude evitar masturbarme pensando en ello, y me corrí como nunca, tanto que como ves aún sigo cachonda.
- Se nota, tu coñito está muy rico, dije.
Lejos de enfadarme, aquella situación me gustó. Era una mezcla de celos y morbo, ya que no es fácil pensar que tu pareja pueda desear estar con otro, pero si se sabe buscar el punto de equilibrio, tenía que ser franco sabiendo que en más de una ocasión yo había también deseado a alguna de sus amigas, o de las mías propias. No se trataba de un deseo continuado, sino el encuentro de una noche de lujuria, y poco más.
Por fin mi mujer había abierto su mente y me había confesado sus deseos. Me había brindado la llave de su biblioteca secreta, y me gustaba, ya que compartiendo sus deseos, y confesiones, nuestros encuentros fueron ganando en calidad y por qué no decirlo en cantidad.
No se trataba de confesarlo todo, ni siquiera de que fuera algo que se mantuviera a diario, ya que como sabéis, todo en exceso aburre. Pero en determinadas ocasiones, y por circunstancias variopintas, las confesiones y deseos de ambos, fueron surtiendo efectos y sorprendiendo ya que daban lugar a fantasías que lejos de ser individuales, se convirtieron en un juego común.
Después de muchos años de confesiones, ya que no tocaban fondo, nuestra confianza fue tal que pronto empezamos a atrevernos a ir por la calle, y decirnos quién nos gustaba, o que haríamos juntos. Incluso su deseo a disfrutar de otro hombre ante mí, bien fuera jugando con los dos, o uno mirando mientras el otro disfrutaba de su precioso cuerpo, se convirtió en nuestro compañero de cama. Como yo nunca me rendía y quería saber más, llegué a sonsacarle con cual de nuestros amigos le gustaría hacerlo, o al menos se prestaría a jugar. De esa manera, cuando fallábamos en la cama, ya no se trataba de pensar únicamente en la situación, sino que sabiendo la persona que deseaba en ese momento, (no siempre tenía que ser la misma), la fantasía rosaba la realidad.
Luego, al quedar con esas personas, nos mirábamos pícaramente sabiendo que días antes habíamos jugado y lo bien que lo habíamos pasado. El reencuentro con esas personas ajenas a nuestro placer, solía hacer que el morbo hiciera acto de presencia, o en algunos casos, sintiera uno que había sido una locura usar a esa persona determinada, pero jamás arrepintiéndonos de lo realizado, ya que en ese momento había sido muy excitante.
Un día como otro cualquiera, coincidimos con un amigo que hacía tiempo que no veíamos. En principio él se había ido de la isla temporalmente tras separarse de su esposa, había salido a Alemania en busca de trabajo y nuevos aires. Sólo estaría unos días, ya que tras conseguir un buen trabajo, decidió instalarse definitivamente allá. Tomando unas copas, decidimos irnos de discoteca, y disfrutar esa noche rememorando viejos tiempo.
Diana, se había puesto muy guapa, con sus típicos vestidos escotados y la verdad no podía quitarle la vista de encima.
- ¡Qué guapa estas!, dije sonriente al verla.
- Gracias, me he puesto guapa para ti, dijo Diana.
- No sé yo si será mejor que no salgamos esta noche, dije bromeando.
- Bueno cariño ya tendrás luego tu regalito, pero me apetece salir, y Robert nos espera.
Así se llamaba mi amigo Robert.
- No sé yo si debería dejar que Robert te viera así, dije con un tono forzado haciéndome el celoso.
- ¡Jajaja, no seas bobo Oscar!, sabes que este cuerpazo ya tiene dueño.
Tras terminar de prepararnos, salimos en busca de Robert. Fuimos a cenar, y podía ver como Robert no le quitaba los ojos de encima a mi mujer. Incluso en alguna ocasión lo pille tan directamente que me pidió perdón.
- Perdona Oscar, es que Diana está impresionante, la recordaba una chica guapa, pero los años le han sentado aún mejor.
- Tranquilo, hombre. Pero respétamela que una cosa es disfrutar de la vista y la otra saborear la mercancía, sonreí rendido al efecto de las copas que habíamos tomado.
La velada acabó en la discoteca, donde bailamos y lo pasamos genial. Robert que siempre había sido un ligón, no había perdido las mañas y no tardó en encontrarse con una vieja amiga, que tras hablar con ella, se lo llevó a su casa para rememorar viejos tiempos.
Diana y yo, regresamos a casa y como lo prometido es deuda, empezamos a jugar los dos, desprendiéndonos de nuestra ropa. Se sentó en la cama y me sujetó por mis nalgas llevando mi polla ya erecta hacia su cara. Me apretó con sus manos las nalgas y llevó mi polla a su boca, que fue poco a poco, creciendo dentro de ella, y ocupando cada rincón disponible. Después de masajearme y disfrutarla, la recosté y me tocó a mí, disfrutar de su coño rasurado y chorreante. Sus pezones se habían puesto duros como piedras, y se retorcía al unísono de mi lengua con su coño.
- ¡Fóllame ya no puedo más!, dijo suspirando y desesperada.
Me incorporé y abriendo sus pies, humedecí mi polla y la llevé hasta la entrada de su caliente coño. Poco a poco la fui introduciendo, sin dejar de besar sus pechos y su cuello. Aguanté mi peso con una de mis manos, y llevé la otra a su cuello, para sujetarla mientras la envestía. Acaricié su pelo, su cara, y cuando mi mano llegó a su boca, la abrió y sujetó con sus labios uno de mis dedos, comenzándolo a chupar.
- ¿Sabes qué estoy pensando?, dijo con la boca llena al estar mi dedo dentro de ella.
- No, la verdad, pero me gustaría saberlo, añadí.
- Tu amigo Robert está muy bien, nos lo deberíamos haber traído a casa, no la zorra esa que se lo llevó.
- ¿Te lo follarías?, dije mientras no paraba de envestirla.
- Bueno, no está nada mal, y si tú me dejarás. Ahora mismo estaba pensando que mientras él me follaba te chupaba la polla a ti.
- ¡Mmm, que zorra eres!, hablo enserio ¿te lo follarías?
Soltó mi dedo.
- Es sólo un juego cariño, sabes que sólo quiero estar contigo. Te respeto.
- Ahora no me vengas con juegos, Diana, ¿sí o no?.
- ¡Valeeee!, sí me lo follaría, pero me da vergüenza reconocerlo.
Volvía a meter mi dedo en su boca y me acerqué a su oído.
- ¡Sabes Robert, mi mujer está deseando follarte, métesela hasta el fondo!. Susurre.
Lanzó un suspiro de placer, y aumenté mi ritmo de envestidas, cada vez más profundas y fuertes. Ella se fue metiendo poco a poco en el papel, pero se mantenía con los ojos cerrados y en silencio. Únicamente se le oían sus gemidos y su respiración agitada.
- ¡Mírame a los ojos y dime cuanto quieres que te folle! ¡Di su nombre y pídele que quieres que te haga!, dije mirándola fijamente.
- ¡Oh si Robert fóllame mientras mi marido se toca viéndonos!. Estoy muy cachonda quiero correrme ya, añadió.
- Quiero que te corras, diciendo su nombre, pensando en su cuerpo y mirándome a los ojos, para ver lo puta que eres, dije.
No tardó mucho en venirse, gritó su nombre y sin apartar la mirada.
- ¡Me corro, siiii! Que polla tienes Robert, córrete sobre mis pechos, quiero sentir tu leche caliente.
Noté como su vagina daba espasmos y apretaba mi polla, cuando ya no pudo más, la incorporé la puse haciendo la postura de perrito y la penetré de nuevo.
- ¡Jooo, ahora me siento avergonzada!, dijo.
- ¡Cállate, eres mi putita!, me has puesto cachondo, dije mientras la envestía y podía oír sus pechos chocar el uno contra el otro.
No pude aguantar más y me corrí dentro de su coñito ardiente.
- ¡Mmmm, ya tengo su corrida en mis tetas y la tuya en mi coño!, dijo sonriendo Diana.
- ¡Qué más quisiera mi dulce putita!, dije sonriendo mientras nos levantamos para asearnos.
Tras esa noche, todo continuó como siempre, Robert regreso a Alemania y nunca supo de nuestro juego.
Cuando nos apetecía incorporábamos a alguien a nuestro juego, a veces chicas otras chicos, y disfrutábamos de nuestro juego. Incluso cuando no estábamos juntos y teníamos ganas de masturbarnos, nos confesábamos cuando follábamos de las situaciones que habíamos pensado o de las nuevas fantasías que iban apareciendo.
Un día se me ocurrió tapar sus ojos con un pañuelo, y sujetar sus manos con unas esposas que consiguió tras irse con sus amigas a un tapersex, una de esas reuniones que van a pasárselo bien un grupo de amigas y en las que terminan comprando juguetes y complementos eróticos.
La experiencia lejos de ser monótona o muy vista, se vio favorecida, al coger un cubito de hielo y pasarlo por su cuerpo. Se retorcía de placer, y de la sensación de frío. Luego acopié de varios alimentos, y fui pasándolos por su cuerpo, para que notara el tacto, entre suspiros y gemidos, le daba a probar para que adivinara que podía ser.
Superada la prueba, cogí el vibrador que le había regalado hacía tiempo, y que no usaba muy a menudo, para hacer lo propio como con la comida. Esta vez, lo llevé a la boca y no tardó mucho en descubrir a nuestro amigo. Lo chupó como si de una polla de verdad se tratara y lo bajé a su entrepierna que ya estaba abierta esperándolo. Lo pasé por el exterior de sus labios, luego por el interior, y poco a poco fui metiéndole la puntita del vibrador. Cuando la penetré arqueó su cuerpo y resopló de gusto. Acerqué mi polla a su cara, y empezó a mamármela mientras con su propio movimiento de vaivén se introducía a nuestro amigo.
- ¿Sabes que estoy pensando?, dije con voz muy picarona.
- Me lo puedo imaginar, dijo ella.
- Estaba pensando qué harías si algún día yo trajera a un chico, te amarrara como hoy y le dijera que te follara.
- ¡Estás loco! ¡te mataría!, añadió.
- ¿No te pondría cachonda?, dije.
- Sí, mucho. Pero no sé si sería capaz de hacer algo así. Es una fantasía, nada más.
- Y si lo hiciera, ¿te enfadarías?, insistí.
- Seguramente, no sé. O no quien sabe, todo depende de cómo esté de cachonda a fin de cuentas tu eres el que lo has traído. Pero podría sentirme mal luego.
- ¿Mal? ¿Por qué?, pregunté intrigado.
- ¡Porque te quiero a ti! Y no deseo a otro hombre de esa manera, concluyo.
Seguí como mi juego y tras sacar mi polla de su boca, retiré su pañuelo sin soltar las esposas y no dejé que hiciera nada hasta que se corrió junto conmigo.
Pasados unos años y por situaciones de la vida, a Robert lo habían mandado a un congreso en la isla, y aprovechando su estancia quería quedar con nosotros para tomar algo. Esta vez sólo estaría una noche, y para colmo su familia no se encontraba en la isla puesto que habían salido de vacaciones.
Decidimos Diana y yo, que se quedara en casa, a fin de cuentas llegaría tarde del congreso y sólo serían unas horas las que pasaría allí, ya que a la mañana siguiente tenía que coger el vuelo de vuelta muy temprano.
Robert llevo por el sur de la isla, y tras aterrizar su avión lo recogimos y fuimos a tomar un café y como había llegado su vuelo con retraso, lo dejamos directamente en la capital llevándonos sus maletas a casa.
Diana y yo aprovechamos para ir a la playa, el día estaba radiante y ya que ambos teníamos descanso del trabajo, pues aprovecharíamos. Se puso su biquini nuevo que hacían sus pechos preciosos, y su tanga casi de hilo dejaban que su culito luciera al natural. Tras juegos en la arena y en el agua, decidimos regresar a casa. La verdad es que estábamos bastante calentitos y no precisamente del sol que hacía, puesto que ya era bastante tarde y empezaba a anochecer.
Al llegar a casa nos duchamos, y cuando Diana llegó al dormitorio, venía únicamente con un tanga puesto. Yo ya tenía preparados los atuendos que hacía tiempo que no usábamos.
Vio las esposas y el pañuelo, y sonriendo me miró a la cara.
- ¿Hoy te amarro yo?, dijo con cara de sátira.
- No hoy te toca a ti que hace tiempo que no lo hacemos, añadí.
- Pero no me apetece hoy así, quiero poder verte la cara y jugar contigo, dijo con voz de niña pequeña buscando juego.
- Tú déjate llevar y verás que lo disfrutarás, insistí.
- Pero es que Robert podría llegar en cualquier momento, y no me siento cómoda, mejor mañana que ya estamos solos, dijo.
- Robert llegará tarde, él me dijo que esos congresos son muy pesados, así que tenemos tiempo, además seguro que luego se irá a tomar una copa con los compañeros, y si viene no tiene llave, así que tendrá que tocar el timbre.
Fue eso precisamente lo que terminó de convencerla y se rindió a mi juego.
Coloque las esposas, y las até al cabecero de la cama. La besé por todos lados y cuando ya estaba húmeda y chorreante de placer, tape sus ojos con el pañuelo, que no podía quitarse por tener las manos atadas.
Le pedí un segundo de su tiempo para ir a comprobar la puerta de la entrada la casa y asegurarnos de que no estaba abierta. O eso le hice creer, ya que sin que ella lo supiera, Robert había salido antes de su congreso, y estaba en el cuarto de al lado. Ambos habíamos planeado el satisfacer la fantasía de mi mujer, y la condición era que nunca más se volvería a repetir aquel encuentro. Además si la cosa se torcía el abandonaría la escena y pasaría la noche en un hotel, que claramente pagaría yo, ya que corría el riesgo de fastidiar la velada.
Cuando salí de la habitación cogí la cámara de vídeo y en silencio la puse a grabar. Avise a mi amigo para darle paso, y entró en silencio. Únicamente llevaba un bóxer puesto, como yo, y al ver que a Diana desnuda y atada en la cama pronto su bóxer cambió de forma, y parecía apretado.
Siempre había sabido que Robert estaba loco por mi mujer, incluso cuando venía a casa con su mujer, que era amiga de la mía, él la escaneaba con la mirada.
- Cariño, me está dando frio ¿Qué estás haciendo?, estoy muy cachonda y así no puedo ni quiera tocarme, dijo.
Hice una seña a Robert para que no perdiera el tiempo. Él se acercó y acarició los muslos de mi mujer, besó sus pechos que se pusieron duros y bajo suavemente hasta abrir sus muslos, beso una de sus rodillas y al hacerse hueco, bajo su boca hasta besar su coño con la tanga aún puesta.
Yo no dejaba de grabar aquella escena de porno casero, aunque de vez en cuando acariciaba mi polla por fuera del bóxer que estaba palpitando de deseo. Por mi cuerpo recorría una sensación de celos, al ver a Robert tocar a mi mujer, pero por otro lado, una fuente de morbo emanaba endorfinas que dejaban continuar a Robert disfrutar de mi linda esposa.
Él continuó besando el coño de mi mujer, y apartó su tanga a un lado para poder lamer sus labios. Mi mujer ajena a aquella vivencia se mantenía en silencio. Suspiraba y se retorcía de placer, mientras Robert era quien se lo proporcionaba.
- ¡Quiero que me folles ya!, dijo Diana.
Robert me miró y tras hacerle un gesto de aprobación, se desprendió de su bóxer y dejo libre su polla erecta. Su polla era quizás algo mayor a la mía, pero no mucho más. No sabía si esto delataría su presencia, pero no dejé de grabar la escena.
La metió suavemente, y empezó como normalmente lo hacía yo, poco a poco incrementando las envestidas. Diana ya no jadeaba ligeramente, sino que lo hacía abriendo su boca y casi chillando de placer.
- ¡Qué polla tienes cariño!, dijo exhausta.
- ¿Te gusta cariño?, dije yo acercándome al oído.
- Sí sabes que siempre me ha gustado y que bien te mueves, añadió.
- ¿Te gustaría tener dos pollas como la mía?, dije mirando a Robert y sonriendo, mientras él contenía sus gemidos para no ser delatado.
- Sabes que sí, aunque dudo que otro tenga una polla tan rica como la tuya. Cariño quiero jugar, ¿Puedo?, preguntó muy cachonda.
- Claro amor, no tienes que preguntarme, ¿en qué estás pensando?, dije intrigado a su respuesta.
- ¡Mmm, pues estaba pensando en mi fantasía, que una amigo tuyo venía…
Robert y yo nos miramos, sabiendo que su deseo ya se estaba cumpliendo. Con mucho cuidado coloqué la cámara para enfocarla a ella, y a nosotros y me acerqué a su cabeza.
- ¿De verdad te gustaría hacer realidad tu fantasía?, volví a preguntar.
- Sí, me pone mucho y lo sabes.
- ¿Y si hoy te concediera ese regalo?, añadí.
- ¡Qué bobo!, pues me lo follaría para joderte y me lo pasaría en grande. Venga déjate de bobas y sigue follándome, concluyo.
Fue en ese preciso momento cuando solté el pañuelo que tapaba sus ojos. Los abrió y al ver a Robert follándosela, me miró sin reaccionar.
- ¿Qué haces?, dijo preocupada, y confusa.
- Pues quería cumplir tu fantasía y como no te atrevías, he decido arriesgarme y hacerte un regalo sorpresa.
En ese momento reaccionó y se intentó liberar de las manos. Robert paró y pidió disculpas.
- Cariño no te enfades, no es culpa de Robert, fui yo quien le pidió el favor.
- ¡Estás loco, Oscar!, dijo Diana intentando asimilar lo que pasaba.
- ¿No te ha gustado? ¿Te has enfadado?, dije ya algo preocupado al ver que no reaccionaba.
- No, no estoy enfadada, sólo confusa. No sé Oscar, este ha sido un paso muy grande y no quiero que acabe mal. Sabes que mis fantasías no tenían por qué hacerse realidad, concluyo.
- Dejemos a un lado lo de la fidelidad, y demás, se ha dado la situación y tienes mi aprobación hasta el punto de que lo he traído yo. ¿Te apetece?, dije intentando desbloquearla de su confusión interna.
Diana me miró y me pidió que la soltara, Robert, viendo la situación se retiró a un lado y se dispuso a abandonar la habitación, no sin antes pedir disculpas.
- ¿Dónde vas Robert?, dijo Diana seria. Ahora tendrás que acabar lo que empezaste, que me estaba gustando mucho.
Robert se paró a los pies de la cama.
- Diana siempre me has atraído mucho, y te respeto. Oscar y yo habíamos llegado al acuerdo, que una vez cumplida la fantasía, no se volvería a repetir, y como vivo lejos, pues no tendríamos ni que vernos las caras, al menos durante un tiempo muy largo.
- ¡Déjate ahora de explicaciones, Robert! Estoy cachonda, ¡Fóllame!
Dicho y hecho, Robert se acercó a Diana que ya para ese entonces se había liberado de sus ataduras. Se colocó sentada en los pies de la cama y cogió su polla semierecta y la llevó su boca, limpiando los restos de su propio coño. Me hizo señas para que me acercara y con su otra mano libero mi polla del bóxer que ya estaba empalmada, y la masajeó. Luego cambió de polla, y mientras chupaba la mía, masajeaba la de Robert.
Estaba claro que Diana había tomado las riendas, así que nos convertimos en sus juguetes humanos. Cuando se cansó de chuparnos, y saborearnos, se colocó a cuatro patas sobre la cama, y me pidió que la follara como siempre lo hacía. Robert se colocó delante de ella. Diana no paraba de gemir con la polla de Robert en su boca, y mi polla en su coño envistiéndola.
La situación era de tal erotismo que casi intentaba no correrme al verla disfrutar tanto. Y por la cara que ponía Robert, él estaba como yo aguantando para no defraudar a Diana, a fin de cuentas éramos sus juguetes.
Diana se percató que la polla de Robert estaba ya muy morada, así que me apartó y le dijo que aguantara que quería volver a tenerla en su coño.
- ¡Fóllame Robert! Dijo entre suspiros. Quiero que me folles y mi maridito se siente en la butaca y se toque al ver como su amigo se la folla a su putita.
Se acostó boca a arriba, y yo me senté en la butaca, humedecí mi mano con saliva y masajee mi polla, viendo como Robert se colocaba sobre ella, y le iba metiendo la polla nuevamente en su coñito.
Diana me miraba masturbarme al ver aquella escena, y yo la miraba mientras sujetaba el culo de Robert y éste se la metía hasta el fondo. Jadeaba como una condenada de placer.
- ¿Te gusta ver como se follan a tu putita, cariño?, dijo ella con una mirada picaresca.
- ¡Eres mi zorrita!, le dije moviendo mi mano por mi polla enrojecida.
Robert no paraba de envestir, pero se le veía a punto de irse. Diana lo paró y se colocó de nuevo a cuatro patas él se colocó tras ella y volvió a metérsela. Los pechos de Diana no paraban de chocar el uno contra el otro. Me hizo señas para que me levantara y me pusiera a su lado. Cogió mi polla y la introdujo en su boca, chupándomela como una loca. ¡Qué rico la chupas putita!.
Soltó mi polla, y sin sacársela de la boca, llevó su mano a su coño chorreante, masajeándolo mientras Robert la envestía. No pasó mucho tiempo, saco mi polla de su boca, y le pidió a Robert que no se fuera dentro de ella, que cuando ya no pudiera más se corriera en sus nalgas. Volvió a coger mi polla la metió en su boca y bajo nuevamente su mano a su coño.
Fue entonces cuando Robert, empezó a dar bufidos y gemidos que delataban que estaba muy próximo a correrse. Como ordenó Diana, sacó su polla y lanzó toda su corrida por su culo y espalda. Yo tampoco podía más, saque mi polla de su boca casi al límite de mi orgasmo y tras colocarme tras ella, hice lo mismo que Robert, sólo que esta vez me acompañó Diana con su orgasmo.
Exhaustos por la situación, Diana se levantó y fue a asearse. Robert me dio las gracias, y se fue a su habitación.
Yo fui junto a Diana, ya estaba secándose con la toalla, me lavé y cuando me secaba yo, ella se acercó por detrás y me abrazó.
- Gracias por tu regalo, me ha encantado, dijo.
- ¿Enserio?, dije.
- Sí, pero no lo volveremos a repetir. Hoy he sido tu putita, y me ha gustado mucho, pero prefiero que siga siendo un juego entre ambos, no quiero que esto se convierta en un problema futuro.
Nos fundimos en un abrazo, y nos fuimos a la cama.
A la mañana siguiente, todos nos levantamos como si no hubiera pasado nada. Desayunamos, acompañamos a Robert al aeropuerto y nuestra amistad siguió como si jamás hubiera pasado nada.
Hoy por hoy, Diana y yo seguimos manteniendo la misma confianza, y los mismos vicios en la cama. Cada cierto tiempo, recordamos aquella noche y lo hacemos reviviéndola, pero sólo en nuestras mentes.
Ah y se preguntarán que pasó con las escenas de la cámara de vídeo. Esa noche me olvidé de la cámara, grabo hasta acabarse la pila. Cuando Diana la descubrió la visionamos una única vez que acabó en un gran polvo. Luego la confiscó y sé que utilizó para masturbarse cuando yo trabajaba, hasta que un día la encontré rota en la basura, eliminando la única prueba visible de aquel encuentro. Así nunca caería en malas manos.