Regalo por regalo olvidado
No podía creer que se me hubiese vuelto a pasar. Llevaba una temporada muy agobiado por el trabajo y me había despistado. Últimamente la tenía un poco de lado, no me daba la vida para todo. Lo sé.
“No me jodas, Antonio”, fue lo primero que me dijo mi mujer al irnos a la cama. “¿En serio?”. Yo la miré desconcertado, con mi libro en las manos y sin saber qué decir. Ante mi cara de sorpresa, se levantó, fue al armario, sacó una percha y me la tiró. “Feliz aniversario”, me dijo, antes de salir del dormitorio llorando. Sobre la cama, el paquete, deshecho, dejaba entrever un traje nuevo.
Fui corriendo detrás de ella. Se había encerrado en el baño. A través de la puerta la oía llorar. No podía creer que se me hubiese vuelto a pasar. Llevaba una temporada muy agobiado por el trabajo y me había despistado. Últimamente la tenía un poco de lado, no me daba la vida para todo. Lo sé. La pedí mil veces disculpas y me excusé con éstos y otros motivos, pero se mantuvo sin decir palabra.
Una eterna media hora más tarde (o al menos, eso me pareció), abrió la puerta. La abracé. “Lo siento, cariño; lo siento de verdad, pídeme lo que quieras”.
Me miró y acto seguido me empujó fuera del dormitorio. “Estar sola”, gritó a través de la puerta al cerrarse. “¡De verdad!”, apostilló.
Por la mañana madrugué para preparar el desayuno antes de que se fuese a trabajar. Dejé una nota de disculpa y volví al sofá. Ella, al despertar, ni se lo tomó y se fue sin cruzarse conmigo. Las trizas de lo que fue la nota estaban en el suelo.
Aquel día no vino a casa a comer.
Por la noche, cuando llegué, me la encontré en mi ordenador. En el navegador se veía el historial. Mi historial. En el título de la página se leía “Putas Madrid VIP”. Joder. Más de una vez me había masturbado viendo esas chicas. Mi mujer había indagado en mis visitas.
- Además, ¿putero? - me recriminó, con lágrimas en los ojos.
- Te prometo que no… - intenté explicar, pero me interrumpió.
- Quiero esto.
Señaló al primero de los escorts masculinos. Yo no daba crédito.
- ¿Cómo?
- Dijiste que te pidiese lo que quisiese, ¿no? Tú mereces una lección y yo un regalo.
Siguió, plagada de reproches hacia mi, sin oportunidad de réplica, durante largo tiempo. Estaba rabiosa, y tenía razón.
- Coge el puto móvil y llama. Que venga mañana a las 11. Tú pagas.
La miré en silencio.
Marqué el número.
- ¿Qué, lo tienes en la agenda? - preguntó, sarcástica. No dije nada.
Al otro lado de la línea una mujer me dijo amablemente que Fran no estaba disponible para el día siguiente, pero que los otros sí. Se lo dije a mi mujer.
- Vale - respondió.
- Vale, ¿cuál de los dos? - le dije.
- Los dos.
Mientras daba los datos de nuestro domicilio y acordábamos el pago, ella abrió sus fotos y se desabrochó los vaqueros. Se anticipó con un cortante “ni se te ocurra” al darse cuenta que pensé en meter mi mano.
- 400€ por una hora con los dos - la dije, a punto de colgar.
- No, no. Quiero dos horas.
Puse el manos libres y se lo expliqué a la señora, que me dijo que entonces, si no era para un hombre sino para una mujer, serían 600€, por la noche completa.
- Aún mejor - dijo mi mujer, ya con los dedos dentro de sus bragas.
Ella misma le explicó los controles de salud pertinentes y los servicios que los hombres estarían dispuestos a proporcionar, con todo lujo de detalles. Noté su respiración acelerándose antes de colgar.
Cuando salí de la habitación, gemía.
Aquella noche también me mandó al sofá. Sin embargo, de madrugada, me despertó su mano en mi polla. Fui a hablar pero un dedo en sus labios me indicó que hacerlo sería un error. Se inclinó para susurrarme mientras me masturbaba.
“Una noche más en el sofá. Después volverás a la cama. No volveremos a hablar de lo que ocurra mañana. Y a partir de entonces me tratarás como merezco, o se acabó”.
Me montó en cuanto estuve duro. “No se te ocurra correrte o me compro un consolador y no me vuelves a tocar”, dijo.
Cerró los ojos y comenzó a masturbarse mientras se follaba conmigo. Notaba sus dedos girando en su clítoris y su vello púbico acariciándome. Giraba sus caderas sobre mi. Su otra mano fue por debajo de la camiseta, a sus pezones.
No tardó en terminar con un tímido “sí…” y marcharse, dejándome allí, con mi polla erecta y húmeda.
Al día siguiente me despertó la puerta de la casa cerrándose con un portazo.
Tampoco vino a comer.
Por la tarde recibí un mensaje suyo: “He reservado en el restaurante donde me pediste matrimonio, espero que te acuerdes de cuál es. 9:00. Lleva los 600€.”.
Lo saqué de un cajero de camino. En lugar de una de mis tarjetas había una nota: “Luego te la doy”. Llegué cuarto de hora antes al restaurante, y efectivamente había una mesa a mi nombre. Pedí una copa vino para pasar el mal trago de la espera.
Apareció deslumbrante. Inmediatamente me sentí culpable por no haber caído en estrenar el traje que me regaló. Se había cortado y alisado el pelo, normalmente algo rizado, y se había teñido ligeramente con tonos caoba. Iba impecablemente maquillada, más de lo normal, pero terriblemente atractiva. Lucía dos gargantillas: una tira negra con broche en el centro y otra de plata, con colgante, que realzaba su esbelto cuello. Pendientes de perla, plateados también. El vestido era sencillo pero sexy, gris, muy escotado y con un fino cinto negro del que colgaban dos cordones. Medias negras. Para rematar, un bolso y varias bolsas de la compra. Como medio restaurante, me quedé con la boca abierta al verla pasar, reaccionando justo a tiempo para levantarme cuando llegó a la mesa.
- Estás espectacular. - la dije. La intenté besar, pero me correspondió con dos besos en las mejillas.
- ¿Me has traído mi regalo? - preguntó. En silencio, la extendí los doce billetes de cincuenta, y los guardó en el sujetador, en un gesto que no pasó desapercibido a varios de los que nos rodeaban. - Seguro que la próxima vez te acuerdas de elegirlo tú.
Nos sentamos, y el camarero nos ofreció la carta de vinos. Ella la dejó en la mesa. Coqueteando, le preguntó.
- Si fueses a cenar conmigo, ¿qué vino elegirías para mi?
Apretó sus brazos, haciéndose la ingenua, remarcando el escote, lo que no le pasó desapercibido. Sonriendo, él propuso uno de los más caros, que ella aceptó gustosamente. Al probarlo, le guiñó, diciéndole que “él sí sabía lo que quería”.
Dio un largo trago a su copa mientras el camarero nos servía a ambos. Cuando se fue, sacó una tarjeta de crédito de su minúsculo bolso y la dejó en la mesa. Era la mía.
- No es que yo no hubiese podido pagar todo esto, pero es parte del escarmiento. ¿Te gusto así? - preguntó, mirándose.
- Estás preciosa.
- Aquí me pediste matrimonio, y desde entonces todo se está yendo a la mierda. Pasas de mi constantemente. Casi no hacemos el amor.
No podía responder a sus acusaciones. Tenía razón.
- A partir de hoy, esto va a cambiar. Hoy me voy a desquitar. A partir de mañana, veremos qué vida queremos. Pero así no podemos seguir. ¿Estamos de acuerdo?
- Sí.
Se levantó, y acercó su silla a mi. “Te quiero”, me dijo antes de besarme.
Durante la cena la tensión se fue rebajando. En el segundo plato ya reíamos como no lo hacíamos en años. Nos besamos varias veces, incluso antes de acabar la botella de vino y pedir otra. Al verla de mejor humor, la pregunté.
- ¿Cancelarías lo de esta noche?
Ella guardó silencio. Después, sonrió ligeramente.
- ¿Te puedo confesar algo? - preguntó. Sin esperar respuesta, mirándome a los ojos y justo antes de dar un largo trago, continuó. - Tengo ganas de que lleguen las 11. Mi mano estaba apoyada en su pierna. Instintivamente, ella las separó un poco. Me besó. - Llevo todo el día jodidamente húmeda.
La miré. El escote dejaba entrever el encaje de su sujetador.
- Si te dijese que puedes cancelar lo de esta noche, ¿lo harías?
Bebí. Tardé en responder.
- Sí.
Buscó entre sus bolsas y sacó un paquete que puso en medio de la mesa. Lo abrí. Era una cámara de vídeo.
- Pues no. Y lo vas a grabar.
Dio otro largo trago. Después apoyó una mano en mi paquete.
- Quien sabe, igual lo disfrutas más que yo. Tenías mucho porno en tu ordenador…
Me besó. Notó mi erección.
Creo que entre la cuenta del restaurante y lo que ella había gastado ese día se habían ido varios sueldos.
Llegamos a casa a las 10:45. Ella fue al baño a arreglarse el maquillaje. Yo fui con ella, mirándola, callado.
- ¿Qué? - preguntó.
La abracé. Me besó. Notó mis ganas de llorar.
- Mira, cielo. - susurró en mi oído. - Me van a follar. Les voy a follar. Y tú lo vas a grabar. Asúmelo.
Salió hacia el dormitorio. Extendió sobre la cama el traje nuevo. Cogió otro, mi favorito, y lo puso a su lado. También cogió dos de mis relojes.
El timbre sonó. Me ordenó que les abrirera. Altos, constitución perfecta, sonrientes. Uno, ligeramente despeinado y barba de dos días. El otro, impecable de pies a cabeza. Se presentaron educadamente, dándome la mano.
“Espéranos en el salón”, me dijo al llegar a la entrada, cogiéndoles de la mano y llevándoles a nuestro dormitorio. Afiné el oído, pero no escuché nada.
Volvió sola. Me besó y me dijo que preparase la cámara, justo antes de poner música y sentarse junto a mi.
- Vamos a acabarnos el vino - propuso ella. - Trae copas.
Me levanté, y llevé cuatro copas al salón. Cuando volví, ella ya estaba entre ellos dos, vestidos con mis trajes, sin camisas.
- Sirve sólo para nosotros tres, camarero.
Rieron. Cuando lo hube hecho, ella propuso brindar “por una noche inolvidable”. Tras chocar sus copas sonriendoles, bebió, dedicándome una mirada seria.
“Graba”, ordenó.
Sin dejar de mirarme, separó las piernas para mostrar a cámara sus braguitas bajo el vestido. Las manos de ellos, sentados a sus lados, fueron a sus muslos.
Sacó el fajo de billetes de su sujetador. Contó seis y se inclinó sobre el de su izquierda. Mientras le besaba, le metió uno a uno los billetes en el bolsillo del traje. Pasó a besar al otro, pero esta vez los billetes se perdieron de golpe en sus pantalones. Por el movimiento de su mano creo que usó los billetes para masturbarlo.
Acto seguido, les cogió de la mano y se levantaron al centro del salón.
El primero se dirigió a besarla, y ella le correspondió, aunque él no se quedó ahí. Su mano derecha fue al pecho y la izquierda a su culo. El segundo se unió a ellos pegándose por detrás. Ella se estremeció, pude notarlo desde mi asiento.
Para cuando atiné a enfocar la escena su vestido estaba por su cintura y dejaba ver un liguero negro que no conocía. Ella ya tenía las manos bajo la americana del que no dejaba de besar. Las manos de él acariciaban su lencería.
El de detrás bajó la cremallera del vestido para colar sus manos hasta su pecho mientras se frotaba sin disimulo contra ella. Poco después, el vestido caía al suelo y ella se giró hacia él.
- Quiero verla.
Le besó mientras se desabrochaba el pantalón para liberar su verga. Un impresionante trozo de carne de veinte centímetros se deslizó en las manos de mi mujer. Le acarició las pelotas mientras comenzó a masturbarle. La punta prácticamente rozaba su sujetador.
- Ven - me dijo. Hice amago de soltar la cámara para acercarme, pero me lo impidió.
Quería que grabase de cerca cómo se arrodillaba. Comenzó masturbándole mirando a cámara. Continuó con unos lametones. Uno, dos tres… “Mira lo que hace tu mujer”, dijo justo antes de meterse aquella verga en la boca.
- Estoy deseando que me folle con esto...
Poco después, mis dos trajes caían al suelo. No se habían molestado en ponerse calzoncillos. Sin mover la mano de la verga del primero, se lanzó a comer la otra. Bastante más corta, pero absurdamente gorda en la base. La engulló sin miramientos.
Uno de ellos pasó una mano sobre mi hombro, y dijo en tono de compadreo “tu mujer la come de la hostia”. Ella se levantó y le besó antes de decir “él se lo está perdiendo”.
Se encaminaron al dormitorio. Les seguí por el pasillo. Ellos entraron primero. Ella paró, y mirando a cámara preguntó “¿Cómo la tienes?” justo antes de agarrarme sobre el pantalón. Me besó. Ambos notamos mi erección mientras yo notaba el sabor de sus pollas en su lengua.
Entró en el dormitorio y sin quitarse la ropa interior se puso a cuatro patas. El de la verga mayor le llenó la boca con ella sin dilación. El otro se tumbó bajo ella y le apartó las bragas para comerla. Ella gimió. No tardó en correrse por primera vez.
- Joder, valéis cada euro...
Tras hacerlo, él se levantó. Se puso detrás de mi. Me guió para acercarme más a ellos, hasta tener un primer plano de ella comiéndole la polla al otro. Me agarró el paquete y me dio un beso en el cuello antes de decirme “aprende”.
Se acercó a ella por detrás. “Te rompería las braguitas, pero son demasiado bonitas”, dijo antes de sacárselas poco a poco. Mostró su coñito totalmente rasurado por primera vez en años. Después, colocó su polla sobre el culo de ella, anticipando cuánto la iba a penetrar.
- Vamos, fóllame ya, que para eso os he pagado...
Y lo hizo… Colocó la punta en la entrada de su coño y la atrajo tirando de sus caderas. Esto liberó su boca y la permitió gemir. Él comenzó despacio, suave, pero al notarla entregada no dudó en endurecer la follada y su vocabulario.
- Vamos, fóllale la boca a su mujercita - dijo a su compañero. Él siguió el juego, haciéndola tragar todo lo que pudo de su verga.
Casi pasé miedo. Lo hacían realmente fuerte. Yo jamás la he tratado así, pero ella parecía disfrutar, dejándose llevar en sus manos y sus sexos, e incluso acariciándose ella misma su coño o su pecho. No dejaban de azotarla, y en sus caderas se marcaban ya los dedos de él moviendo su cuerpo como si de una muñeca se tratase.
Tras un rato así, él me miró, provocándome.
- Graba esto.
La cogió de los hombros y, sin parar la penetración, la levantó de cintura para arriba, pegándola a él. Sus biceps se tensaron para poder sujetarla mientras la follaba. Su rasurado pubis dejaba ver su hinchado clítoris. Los tirantes del sujetador ya estaban por sus codos y un pecho se salía de la copa por los empujones de su amante. En su cuello y algo encima de un pezón destacaban dos chupetones. Ella me miró, pero sólo unos segundos, porque tuvo que cerrar los ojos al llegar el siguiente orgasmo.
- ¿Ves lo que ocurre cuando me follan de verdad, cielo? - sentenció al recuperar el aliento.
Ella acabó boca arriba sobre la cama. Reía.
- Joder…
- ¿Preparada para el gran final? - dijo el de la polla más grande, con ella iniesta, tumbado a su lado.
Ella, en lugar de responder, se giró y le montó, introduciéndole en su coño antes de reclinarse sobre él y besarle.
- Qué polla, joder, enorme…
El otro vino detrás de mi. “¿Te gusta lo que ves, eh?”, me susurró tras agarrar mi paquete y notar mi palpitante polla. Noté la suya pegada a mi espalda y me alegré de no haberme desnudado. Metió la mano en mis pantalones y comenzó a masturbarme. Yo seguí grabando.
El culo de mi mujer era zarandeado arriba y abajo por las gigantes manos del poseedor de no menos gigante polla. Pero ella pedía más y más, como jamás la había visto.
El otro me soltó, se alejó de mi y, subiéndose a la cama, se arrodilló a su lado. Colocó su polla entre los labios de ellos, y la compartieron.
El ritmo de la follada aumentó. Uno de sus dedos del que era comido por ellos dos fue al culo de mi mujer. Gritó. Pronto lo tuvo hasta los nudillos.
- ¡¡Dios, otra vez!! - exclamó, corriéndose de nuevo. - Me matáis.
Lejos de detenerse, el otro vertió una abundante cantidad de lubricante, que escurrió por su culo hasta los huevos de su amigo.
- Empápala bien - dijo, obligándola a comerle la verga casi por completo. La saliva goteó sobre el cuerpo de su otro amante. - Tú, ponte ahí - me dijo, señalando un lateral de la habitación.
Desde ahí pude ver cómo se situó detrás de ella y su polla desapareció, centímetro a centímetro, en su culo, como una acentuada cuña para partirla en dos. Ella no dejó de mirarme mientras recibía a los dos escorts en su interior.
- ¿Notas mi polla? Ya está toda dentro de ti.
Mi mujer asintió sin poder hablar, sólo gimoteando, con los dos todavía quietos, acostumbrando su cuerpo a semejante intromisión. El que la sodomizaba le quitó el sujetador y me lo tiró.
Miró a la cámara.
- Enseñadle cómo follarme.
Ahí empezó un continuo grito. Comenzó con la polla entrando y saliendo de su culo, con él inclinandose para besarla lo que sus gemidos la permitían. Pero pronto las manos del otro, agarrando sus glúteos, consiguieron mejorar la follada y que ambas vergas entraran y salieran de ella. Sus pezones se frotaban contra el cuerpo de él con el movimiento.
No pude más. Una mancha de semen empapó mis pantalones, justo antes de que ella anticipase el orgasmo más largo de su vida. La verga de su amante inferior se había clavado en lo más profundo de sus entrañas, y sus manos empujaban su clítoris contra el pubis de él. Se notaba llena como jamás lo había estado. Eso llevaba cada poro de su piel al extremo, y podía notar cómo los huevos de su segundo amante impactaban en su perineo en cada enérgica penetración a su ano. Creo que pudo ver mi mancha cuando abrió los ojos de par en par y gritó “Dios” al comenzar a correrse. Ellos no sólo no pararon sino que incrementaron la fuerza. Notaba su esfínter contrayéndose, opuesto a sus incursiones, y el dolor sólo intensificaba su placer. “¡Más, sí, más…!”, gritaba.
Sólo cuando acabó de temblar salieron de su cuerpo. Uno me agarró del cuello para acercarme a grabar un primer plano de la cara de mi mujer mientras ellos se vaciaban sobre ella.
Me miró, sudando, empapada y sonriendo. Tocó mi húmeda entrepierna y mi ya flácido pene.
- Veo que te ha gustado mucho.
Uno de ellos cogió la cámara. Ella acercó mi cara para besarme, manchandome de su semen. Se apartó el pelo.
- Límpiame con la lengua.
Tuve que contener las arcadas, pero lo hice.
- Me voy a dar una ducha rápida. Prepara dos gintonics y espera en el salón.
Estaba totalmente ido, sin saber cómo reaccionar a lo que había visto. Mis siguientes minutos los viví como si fuese un robot, sin sentir nada.
- ¿Qué haces? - dijo ella al entrar desnuda en el salón y verme con la copa en la mano. - Los gintonics son para ellos, se lo han ganado.
Ella se sirvió el vino que quedaba y se lo bebió de un trago.
- Todavía queda mucha noche. Pero ni nos vas a oír.
Puso en el equipo de música Slayer a todo trapo. La seguí al pasillo pero me detuvo.
- No, idiota. Ni oír, ni ver. No, tú, al sofá.
Lo último que vi fue a ella desapareciendo en el dormitorio, cerrando por dentro con pestillo.
Cinco minutos después llamaban a la puerta. Salí a abrir.
- ¿Le parece que son horas para poner la música así?
Mi vecina, una señora de no menos de ochenta años y que yo consideraba sorda, estaba en la puerta quejándose. Era la una de la mañana. Volví al salón y apagué la música.
- ¿Así? - la pregunté, volviendo a la puerta. Ella se limitó a asentir, extrañada.
Ya sin música, a lo lejos, pude oír los gemidos de mi mujer.
Al cerrar la puerta me di cuenta de mi mancha en el pantalón, aún visible.
No recuerdo cuándo me quedé dormido escuchando el cabecero chocar contra la pared y los gemidos de los tres, follando tras el tabique.
Cuando desperté, en la mesa estaba la cámara. A su lado, un fajo de billetes, la tarjeta de la agencia de escorts y una nota:
“Había sacado yo misma el dinero por si acaso eras tan mierda de no hacerlo tú. Al menos de eso no te olvidaste. Si cualquier día no me encuentro satisfecha, en cualquier sentido, les llamaré de nuevo. Guarda esto en el cajón de la entrada, junto a las llaves, para verlo todos los días. Si algún día no está, ya sabrás porqué. No dirás nada. Sencillamente volverás a meter otros 600€ y pensarás en qué has hecho mal. Seguiré gastándome tus 600€ en ellos hasta que me canse. En la tarjeta de memoria tienes el vídeo completo de la noche, para que lo veas cuando quieras. Menos mal que hoy en día caben muchas horas, qué par de sementales. Por supuesto, tengo otra copia. Vuelve a la cama cuando estés de acuerdo con todo esto”.
En el móvil tenía un mensaje de la agencia: “Nos agrada que les haya gustado la noche con nuestros chicos. No duden en contactar con nosotros.”. Era una respuesta a uno escrito por ella, haciéndose pasar por mi: “Mi mujer ha quedado muy, muy satisfecha. Han superado sus expectativas. Muchas gracias por todo y enhorabuena por sus sementales.”
Cuando entré el dormitorio apestaba a sexo y sudor. Me quité la ropa y me tumbé junto a ella. Sólo conservaba las gargantillas y los pendientes. Notó mi presencia y me abrazó. La di un beso en la frente. Creo que lo hice sobre una mancha de semen.
- Tenemos que cambiar las sábanas, cariño - me dijo.