Regalo inesperado
El regalo soñado, aunque temido, por fin llega.
No se lo esperaba...
Aunque decía que hacía tiempo que Lisa se lo pedía, el momento le sorprendió...
Recuerdo perfectamente su cara de sorpresa cuando abrió la puerta y vió que Jaime venía acompañado. No sabía como reaccionar, entre saltitos de alegría y risitas, pero con esa carita que delataba sus dudas. Jaime le había dicho que te esperara preparada para una ocasión especial, y realmente lo había hecho. Estaba realmente sexy, con un vestidito corto que mostraba sus largas piernas cubiertas por unas medias negras que dejaban parte de sus muslos al descubierto. La tela fina de su vestido, ajustada, adaptada perfectamente a su afinado contorno, dejaba intuir perfectamente sus duros pezones.
Ciertamente le hacía ilusión, pero un desconocido siempre causa un cierto temor. Y eso añadía más ansiedad en su interior. En ese momento vi claramente el respeto y la confianza que le tenía a Jaime. Después de escudriñar con su mirada lasciva toda mi anatomía, se fundió con él en un abrazo de agradecimiento. Ella sabía que no la defraudaría con la elección.
Una breve presentación, y nos dispusimos a romper el hielo con algo de musica. No duró mucho tiempo.
Jaime en seguida tomó la iniciativa e hizo los honores. Casi ejecutando un solemne ritual, me libró a su mujer para que hiciera con ella lo que quisiera. Ella había imaginado cientos de veces un encuentro como este. Ahora era el momento de realizar algunas de sus fantasías...
Lo que quizás no esperaba fue la continuación. Después de una breve presentación, Jaime sacó de su cartera un par de billetes y me los dio. Yo los tomé mientras Lisa observaba entre intrigada e incrédula, con una mirada interrogante.
Lisa y Jaime habían hablado muchas veces mientras fantaseaban. Ella le contaba frecuentemente que soñaba ser poseída por varios hombres a la vez. También a veces le decía que le gustaría que abusaran de ella, sentirse puta y usada, mientras él los observaba. Jaime se dirigió a ella para explicarle la situación.
-Sólo intento cumplir tu sueño. –Le dijo, -¿No querías sentirte como una puta? Pues Jaime ha pagado por ser tu propietario durante todo el día. Hará contigo lo que él desee, a partir de ahora eres su esclava hasta las 12 de la noche.
-No te atreverás, ¡cabrón! dijo ella.
-Ya ha pagado por ti, y no hay marcha atrás. Así aprenderás a no ser tan puta. Puede Usted empezar, Jaime.
Ella se abalanzó sobre Jaime golpeándole en el pecho, lloriqueando, histérica.
-¡Perdóname, pero no me hagas esto! -imploró Lisa.
-Demasiado tarde, dijo Jaime, poniendo cara impasible mientras se la sacaba de encima.
-Así vestida, ¿qué esperabas? Le dijo.
Ella se miró instintivamente, aunque sabía perfectamente cómo iba vestida. Intentó cubrirse un poco estirándose el vestido, pero la imagen era ridícula.
-No intentes cubrir lo imposible y acepta tus deseos. Siguió Jaime. Querías entrar en este mundo y no sabías como hacerlo. ¡Bienvenida! Hoy voy a ver como se adiestra a una puta.
Ella rompió a llorar y a suplicar, pero yo la cogí firmemente de la mano y la acerqué hacia mi.
-¡Deja ya de lloriquear como una chiquilla! Hoy vas a aprender como debes comportarte, le dije con mirada inquisidora
-Bien, os dejo solos unos minutos, voy a ponerme cómodo, ahora vengo. Dijo Jaime marchándose por la puerta.
Ella se sintió todavía más desprotegida, e intentaba no alejarse de él, pero yo los separé. La tomé fuertemente por la nuca y acerqué su cara a la mía. Le propiné un beso en la boca mientras ella se resistía.
-Hoy eres mía. Aprenderás a obedecer. Y le propiné un nuevo beso forcejeando con sus labios, corriéndole el carmín por su preciosa boca. El rimel corría mezclado con lágrimas por sus mejillas, provocando que su cara fuera un poema.
Jaime se fue, dejándolos solos. Aunque ella no pudo verlo, estaba en la estancia contigua, escuchándonos.
-Lo primero que harás será darme tus bragas, empecé.
-¡Ni lo sueñes! Respondió ella altivamente
Pero yo no estaba dispuesto a conceder ni un poco de misericordia, y agarrándola del pelo hice que se agachara. La minifalda se subió un poco quedando parte de su culito al aire, con las braguitas un poco metidas entre las nalgas.
-Ahora ya las he visto. Te quedan preciosas, pero ¡quítatelas!
-¡I una mierda! Respondió ella gritando.
Inmediatamente la tomé por la entrepierna y le propiné un pellizco por encima de las bragas abarcando sus labios y su clítoris.
Ella gritó mientras seguía forcejeando, pero yo no estaba dispuesto a ceder. Empecé a tocarle el coño por encima de las bragas sujetándola por detrás. Estaba húmeda y con un dedo iba hundiendo ligeramente la tela entre los labios. Ella se sentía sorprendentemente excitada por la acción de ese intruso pero a la vez estaba tremendamente aterrorizada. No conocía a ese hombre y creyó que Jaime hablaba totalmente en serio. Se sentía desprotegida y abandonada. La abracé desde atrás, tomando los pezones por encima del vestido. Se habían endurecido, por lo que se marcaban suficientemente a través de la tela elástica para evidenciar su excitación.
-Veo que en el fondo eres realmente una puta. Te gustará. Vas a vivir un día que nunca vas a olvidar. Espero que sea para bien, si colaboras.
Sin embargo, evidentemente ella forcejeaba para soltarse, lo que hacía que el manoseo se intensificara.
-Quítate las bragas y dámelas, le susurré de nuevo al oído.
-¡Nunca! Respondió ella.
Le propiné una pellizco en ambos pezones simultáneamente que la hizo gritar desesperadamente. Jaime nos oía y esperaba al momento adecuado para entrar en la estancia. Grandes lágrimas brotaban de los ojos de Lisa, llevándose lo poco que quedaba de rimel.
-Me gusta. Dije, así nos divertiremos más. Me apasiona domar fierecillas.
Le quité como pude una de las medias y le até las manos tras ella alrededor de una columna en un lado de la sala. Intentaba soltarse, pero no podía conseguirlo.
-Ahora vuelvo, dije, y desaparecí saliendo de la casa.
Ella no cesaba de insultar a Jaime, e intentaba soltarse, pero lo único que conseguía era dañarse las muñecas y el silencio por respuesta.
Al rato volví con una gran maleta, de evidente peso. La abrí lo suficientemente cerca de ella para que pudiera entrever lo que contenía en su interior. Cuerdas, consoladores, utensilios metálicos que ella no podía reconocer y un sinfín de cosas más. Tomé un largo látigo, me acerqué a ella y le bajé la parte superior del vestido dejándole los senos al aire, desprotegidos completamente. Su mirada denotaba terror, pero sus bragas se mojaban más. Me alejé lo suficiente y di un restallido al aire.
-No por favor, ¡te daré mis bragas! Suplicó ella.
-Demasiado tarde, ¡puta! Respondí. Así aprenderás a obedecer en el momento oportuno.
Y solté un latigazo que rodeó la columna para acabar enroscándose certeramente sobre sus senos. Estos saltaron por el impacto, y una franja enrojecida apareció en seguida en su piel.
-Ahora te soltaré y me darás tus bragas.
-Sí. Respondió ella con un hilo de voz.
-¿Sí qué?, Pregunté enérgico.
-Si que me las voy a bajar.
-No basta con eso, ahora soy tu dueño y así debes llamarme.
-Si Amo, te daré mis bragas, sollozó ella.
La solté y ella se apresuró a quitarse las bragas, temerosa de más represalias.
-Bien, veo que empiezas a entender quien manda aquí.
Ella alargó la mano ofreciéndomelas temblorosa sin atreverse a mirarme a la cara, cubriendo su pubis con la otra mano.
-No hace falta que te cubras, pienso ver cada centímetro de tu piel con detalle. Tomé la ofrenda y le esposé las manos a la espalda. Lisa llevaba el coño recién depilado.
-Así me gusta, que seas una putita bien pulida. Dije mientras le pasaba la mano por su liso pubis.
Ella gemía, y le acaricié las tetas, masajeando la marca enrojecida que las cruzaba. Miré las bragas. Tenían el rastro de hembra en celo. La excitación había dejado su huella.
-Abre la boca. Le inquirí. E hice que las lamiera por su parte más íntima. Luego se las introduje enteras en la boca y la amordacé con la media.
Entonces apareció Jaime. Se quedó en el dintel, con el hombro apoyado en el marco de la puerta, observando el acontecimiento. Estaba preciosa. De pie, quieta en el centro de la sala, con las manos esposadas detrás de si. Amordazada con una media negra y sus bragas en la boca. Sus senos quedaban al descubierto, más blancos que el resto de su cuerpo moreno, con la marca del latigazo todavía perceptible. Tenía el vestido elástico remangado en su cintura, dejando justo su culo y su pubis al descubierto. Una pierna la tenía al descubierto mientras la otra mantenía todavía bien puesta la media. Los labios de su coño sobresalían un poco de su precioso pubis depilado, evidenciando su excitación. Yo miraba pensativo a cierta distancia y ella al ver a Jaime le miró entre enfadada y suplicante, musitando algo ininteligible. Jaime entró y se acercó a ella.
-No hace falta que me pidas nada, yo ahora ya no puedo hacer nada, hoy no eres mía, eres propiedad de Paco y hará de ti una buena putita.
Intentó abalanzarse sobre él y patearle, pero yo la cogí de nuevo por el pelo e hice que se arrodillara. Jaime se sirvió una copa y se sentó cómodamente en un sillón para observar el festín
-Primero vas a probar mi leche, le dije.
-¡Ni hablar! Respondió ella.
Pero no había acabado de articular las palabras cuando recibió una torta que le giró la cara.
-No tienes derecho a hablar, soy tu dueño y tú solamente me obedecerás. ¡Bájame los pantalones y empieza! Dije mientras la tomaba por el pelo de la nuca.
No tuvo más remedio que obedecer. Entre muecas y tirones de pelo, me bajó los pantalones. El pene, retorcido en los calzoncillos, pugnaba por salir.
-¡Bájalos y cómetela!
A ella le enloquecía comerse la polla de Jaime, pero por lo visto hacérselo a un desconocido le daba reparo, por lo que se resistió. Restregué el slip por su cara para ponérmela bien, hasta que parte de mi tranca emergió por encima de la goma apuntando hacia mi ombligo. Le acerqué la boca a la punta y apreté, pero ella no quería abrir la boca y seguía resistiéndose. Le tapé la nariz hasta que tuvo que abrir la boca para respirar. Entonces deslicé el nabo en su boca, mientras le tiraba del pelo.
Ella intentó mordérmelo, pero profundicé hasta llegar al fondo, alejando de sus dientes la zona más sensible. Empecé a embestir profundamente, sujetándola del pelo y las orejas.
-Ahora conocerás el sabor de mi leche. Dije. Y empecé a bombear violentamente follándole la boca. A cada embestida profundizaba un poco más, llegando a meterla toda dentro, penetrando en su garganta. Con mi mano en su cuello, notaba como mi pene le provocaba un abombamiento cada vez que entraba hasta el fondo.
Ella tosía e intentaba contener sus arcadas, pero yo no la dejaba casi ni respirar. Su cara se enrojeció, y soltaba todo tipo de babas y jugos, que se esparramaban sobre sus senos.
Ella notaba como mi pene se endurecía cada vez más dentro de su boca, y se ajustaba con dificultades a su garganta, hasta que, primero notando unas pulsaciones en el pene, y seguidamente, notando como el tibio líquido que salía de mi polla le rellenaba toda la boca, sin poder expulsarla, puesto que yo mantenía firmemente apretada su cabeza contra mí.
-Traga putita. Grité. Ella intentó expulsar todo ese líquido, pero no retiré mi pene hasta que noté como tragaba toda la descarga.
Entonces le retiré el pene de la boca, quedando conectado con ella por hilos pegajosos que se deslizaban por su barbilla y su pecho hasta llegar al suelo. Ella estaba agotada por la falta de aire y se quedó de rodillas, sentada en sus pies.
-¡Muy bien! Ahora ya sabes lo que se siente cuando un desconocido se corre en el fondo de tu garganta.
Su respiración era todavía agitada. Lisa intentaba tomar aire mientras miraba hacia Jaime sin saber qué decir. Su mirada reflejaba su confusión de sentimientos. Le jodía ser humillada, pero se notaba excitada. Se daba cuenta de que una vez superado el primer temor, se lo empezaba a pasar bien. Sin embargo esto era sólo el principio. Le quedaban todavía largas horas hasta acabar la dura jornada.
-Ven aquí, perra, le dije cortando su descanso. Vas a tener que excitarme otra vez.
Saqué de la maleta unas pinzas metálicas, unidas por una cadenita, especiales para los pezones. Se las di a Lisa.
-Ahora te las vas a poner, le dije.
-¿Qué? Respondió ella con cara de no entender nada.
-Más vale que te las pongas bien, seguí.
Ella me miró con cara de incredulidad. Nunca había visto aquellos artilugios y menos sabía dónde ni cómo ponérselos. No imaginaba que podían ser para una de sus partes más sensibles. Me lamí las yemas de los dedos y pellizqué uno de sus pezones.
-Van puestas aquí, le indiqué mientras ella se retorcía de dolor.
-¡Ni lo sueñes! Respondió ella intentando huir.
Eché una breve mirada al látigo. Eso fue suficiente para que ella accediera sin rechistar. Tomó las pinzas y se las miró con cara de terror. Imaginaba el frío acero clavarse en la puna de sus senos. Eso la hacía estremecer y un escalofrío recorrió su cuerpo, desde sus pezones hasta su coño.
-¡Póntelas de una vez! Le ordené
Estaba temblando y casi se le caen las pinzas al suelo. Apretó una para abrirla y la acercó temerosa a su pezón. Lo abarcó con el frío acero y empezó a soltarla con mucho miedo. Lo tenía demasiado en la punta y al soltar el dolor era insoportable. Le indiqué guiándole la mano que abarcara hasta la aréola para poderlo soportar mejor. Se puso la otra pinza y la hice levantar. Una vez puestas no dolían tanto como ella había imaginado. La tomé por la cadena que las unía y de un tirón la dirigí hacia el suelo para que se arridollara. Las tetas se le estiraban a cada tracción.
-Vas a limpiar lo que ensuciaste. Dije indicándole las gotas esparcidas por el suelo. –No vas a dejar ni rastro.
-¡I una mierda!, saltó ella.
Respondí con un tirón seco a la cadena, que le hizo gritar repetidamente. Una de las pinzas se había deslizado hacia la punta del pezón, pellizcándole agudamente.
-¡Lame! O no te la quito.
Ella accedió sin remedio y empezó a lamer mi semen esparcido por el suelo, mientras yo me agachaba para recolocarle la pinza en su sitio.
-¡Muy bien perra! ¡Ves cómo sí sabes hacerlo! Le dije una vez lo había lamido.
-Acaba de limpiarlo con las bragas, seguí ordenando acercándoselas con el zapato deslizándolas por el suelo. Ella sospechó de tanta amabilidad, pero lo hizo sin rechistar.
Con las bragas todavía en su mano, la levanté, le quité del todo el vestido y la llevé hasta una mesa de cristal guiándola con la cadena que apresaba sus tetas. Cualquier falta de coordinación entre los dos significaba un tirón a sus pezones doloridos. Hice que se tumbara en la mesa, con la barriga sobre el cristal, que estaba frío como un témpano. Su piel se erizaba por el frío, levantando su vello corporal. Quedó con el culo en pompa y su cuerpo apoyado sobre los pezones presos, doblándose por efecto de las pinzas, que se clavaban irregularmente. Le até cada extremidad a cada pata de la mesa por lo que no podía apenas moverse. Me situé detrás de ella. Acaricié su culito, su espalda, su nuca, sus senos por el costado, para bajar hacia las caderas y la parte exterior se sus piernas hasta llegar a los pies. Le bajé en el camino la media que le quedaba para dejarla caída en el tobillo. Subí luego acariciando la parte interior hasta los muslos, para acabar manoseando sus labios vaginales.
-¡Mmmmmmmmmm!, ¡Preciosa! Toda esta piel para poder jugar. No imaginas lo bien que lo vamos a pasar.
Ella largó una serie de improperios, que ignoré completamente para no cortar la magia del momento contemplativo.
-Veo que estas cachonda. Le dije mientras metía un dedo profundamente en su vagina. Estaba mojada, cosa que a Lisa le costaba de asimilar. En el fondo se lo estaba pasando en grande. Le metí otro dedo, y luego otro más. Jugando con sus labios y su clítoris a mi antojo con la otra mano. Ella intentaba resistirse haciendo fuerza con las piernas, pero lo único que conseguía era atormentarse los tobillos. Alternaba gritos con gemidos según la rudeza o suavidad de mi manipulación. Tomé las bragas que todavía estrujaba en su mano y empecé a metérselas por el coño. Ella intentaba evitarlo, pues naturalmente le repelía la idea. Acababa de limpiar el suelo con ellas. Sin embargo no había nada que hacer, aunque intentara forcejear.
-Esto hará que no te mojes tanto. Le dije mientras iba introduciendo la tela con el dedo hasta alojarla en el fondo de su cueva. En efecto, fue notando como las braga absorbían su flujo, dificultando la entrada de la última parte. Lamentaba no haberse puesto tanga, pues habría sido más reducido.
Fui hasta la maleta, la abrí y la puse bajo su vista. Saqué de ella una gran vela, más estrecha en un extremo y con abultamientos progresivamente más anchos en el otro. Me agaché frente a ella y le miré a los ojos.
-Ahora le toca a tu culito.
Sus ojos se abrieron de par en par y empezó a gritar.
-¡No te atreverás! ¡Cabrón! ¡Jaime! ¡Dile que ya basta! Dijo Lisa mirándole suplicante.
-Es lo que deseabas. Respondió Jaime impasible. Se había bajado los pantalones y manipulaba su pene erecto. Estaba disfrutando del espectáculo.
-No te quejes que te lo estás pasando en grande. Añadió.
-¡Calla ya puta! Me tienes harto ya de tanta queja.
Me acerqué a la maleta y empecé a hurgar en su interior. Ella se fijaba en todos los utensilios extraños para ella. Le recorría un escalofrío por el espinazo sólo imaginar qué haría con ellos en su delicado cuerpo. Sus ojos saltaban de un artilugio a otro. Había cuerdas de todos los grosores y colores, cadenas, consoladores pequeños y enormes, pinzas, agujas, tijeras, cuchillos y un sinfín de utensilios que ella no podía reconocer. Se sentía totalmente desprotegida, a merced de un desconocido, que se creía con derecho a todo por haber pagado una cantidad ridícula por poseerla. Tomé una de las bolas de color con correaje. Era de un rojo vivo que llamó su atención y la hizo estremecer pensar por dónde le metería esa bola enorme.
-Abre la boca, dije. Así te estarás bien calladita. La cogí por la barbilla abriéndole la boca de par en par y le introduje la bola dentro. Costó de pasar entre los dientes pero acabó alojándose detrás de ellos. Le até el correaje en la nuca por lo que le sería completamente imposible expulsarla. Sentía su boca llena, sin poder ni mover la lengua. Esto le impedía tragar correctamente la saliva, por lo que como estaba boca abajo le salía por la comisura de sus tensos labios.
Entonces tomé de nuevo la vela, la rocé por la barbilla de Lisa mojándola con los hilos de saliva que pendían. Se trataba de una vela blanca, con un extremo estrecho y romo, para ir ganando grosor progresivamente a base de abombamientos, hasta llegar a un tamaño descomunal.
-Ahora te voy a reventar tu culito precioso. Ella intentaba gritar y forcejeaba para soltarse, pero ni siquiera la mesa se movía, y cada vez que intentaba moverse, las pinzas se clavaban más en sus pezones. Me acerqué a su culo y empecé a sobarle las nalgas. Recorrí su ranura y las separé dejando el ojete en evidente indefensión. Dejé caer certeramente sobre él un hilillo de saliva que esparcí con un dedo. Le metí el dedo, primero la puntita, y luego más profundamente.
-Relájate, perrita, sino esto te va a doler más de la cuenta, le dije mientras inspeccionaba su interior con el dedo completamente metido hasta el fondo. Ella seguía gritando por el miedo, aunque ya no forcejeaba y se notaba que le gustaba.
Le introduje con tacto el extremo de la vela. El principio entraba bien, sin impedimento. Se notaba que no era la primera vez que este orificio recibía visitas. Ella gemía ligeramente a cada movimiento de vaivén. Llegó el primer abombamiento, que sería de unos dos centímetros de grosor y empujé con fuerza. Entró con alguna dificultad puesto que apretaba el culo para impedirlo, pero sin sufrimiento para ella. Incluso gemía descaradamente de vez en cuando. Lo saqué y volví a meter varias veces, escupiendo en la vela para lubricar el orificio. Ella gemía de placer e intentaba acompasar un ligero movimiento de su culo con el mío.
-¡Muy bien! ¡Goza putita! Dije mientras empujaba de nuevo para que entrara el siguiente abombamiento, de unos tres centímetros de diámetro. El ojete empezaba a estirarse tensando la piel y ella ahora intentaba no moverse para que no le doliera. De nuevo lubriqué con saliva el siguiente tramo, sacando los dos anteriores para volverlos a meter varias veces.
-Ahora empieza lo bueno, ¡zorrita!, dije soltando una carcajada
Noté como sus piernas y su ojete se tensaban por el miedo, esperando lo peor. Empujé de nuevo, ahora ya con dificultades mientras ella empezaba a quejarse, el culo se le hundía sin conseguir que la vela entrara más. La piel estaba tensa al máximo y empecé otra vez un movimiento de vaivén y paré. Cuando ella empezaba a relajarse de nuevo, empujé de nuevo con fuerza consiguiendo que entrara el siguiente tramo. Una vez entraba cada tramo el abombamiento se estrechaba, dejando un poco de respiro a la piel, pero que impedía expulsarlo fácilmente, por lo que la vela se quedaba alojada en su culo. Le empezaba a escocer el culo. Notaba el ojete a punto de reventar e intentaba gritar para que aquello parara de una vez. Jaime veía la cara de Lisa frente a él y ella lo buscaba con la mirada, pero veía que permanecía estimulándose impasible. Jaime se fijaba en mi cara de concentración, atento al culo de Lisa. Mi verga adquiría de nuevo una consistencia considerable. Lamí el contorno de su ojete, estirado al máximo, llenándolo de saliva y masajeando la piel para darle placer. Ella seguía articulando sonidos ininteligibles a causa de su mordaza, cuando de golpe le metí el siguiente el siguiente abombamiento dentro del culo, sin previo aviso. Fue una maniobra rápida y precisa, por sorpresa, y Lisa pegó un ahogado grito desgarrador. La piel cedió en algún lugar, por lo que la vela se manchó ligeramente de sangre. Ella rompió a llorar y a implorar compasión. Aunque nadie podía comprender sus palabras, su mirada así lo manifestaba.
-¿Te gusta putita? Así aprenderás a obedecerme cuando te ordene algo. Le dije mirándola fijamente a los ojos. Ella los cerraba para abrirlos de nuevo con la mirada baja en señal de entrega forzada.
-Ahora te vas a quedar aquí para reflexionar.
Prendí la vela, me acerqué a Jaime, nos levantamos y nos fuimos dejándola allí con sus reflexiones. Ella lloraba, notando como su culo desgarrado le escocía, y la vela lo dilataba más allá del extremo. Intentó apretar para expulsarlo, pero el abombamiento que tenía dentro era demasiado grande y le dolía demasiado. La cera se fundía, cayendo en el suelo. Llegó a temer que se gastara del todo y le quemara el culo, puesto que nadie apareció durante largo tiempo.
Al rato, volvimos los dos a tomar nuestras posiciones. Jaime primero dio un rodeo alrededor de la mesa observando a Lisa.
-¿Te gusta? Le preguntó.
-¡Cabrón! Me pareció entender como respuesta.
-Relájate y disfruta, putita. Y volvía a sentarse en su sillón.
Luego me acerqué yo a Lisa y le dije:
-Bien, perrita mía, ¿quién es tu propietario hoy?
-Mmmm, respondió ella.
-Perdón, no te entiendo, y le quité la mordaza de la boca.
-Si, mi señor, respondió ella después de tragar saliva.
-Muy bien zorrita. Veo que vamos avanzando. ¿Qué más estás dispuesta a hacer por mi?
-Lo que usted desee, Señor. Respondió resignada.
-Muy bien. ¡Lo vamos a pasar en grande!
Saqué de la maleta una vara con un trocito de fina cuerda en su extremo y acaricié toda su espalda con ella, bajando hasta su culo. Aunque estaba morena, lo tenía blanquito de la braga del bikini.
-¡Tan redondito y blanco! Démosle algo de tono.
-¿No es así, puta?
-Si, Señor, respondió tensando instintivamente sus delicadas nalgas. Las piernas le temblaban. Al primer fustazo, ella soltó un grito agudo.
-No te pongas tensa, o te dolerá más.
Pero era imposible relajarse. La fusta le había provocado una leve hinchazón a lo largo de todo el impacto y le picaba. Se moría de ganas de acariciarse el culo y al no poder tocarse, esa sensación se prolongaba.
-Voy a seguir hasta que no grites. Y los vas a contar.
Cayó el segundo y ella no pudo remediar gritar de nuevo. Eran impactos agudos y breves.
-Dos. Susurró ella.
Le acaricié la zona con la fusta para relajar el dolor, y en seguida cayó el siguiente impacto. Lisa hizo un intento enorme para contenerse, pero volvió a gritar.
-Tres. Siguió ella, rompiendo a llorar.
A cada impacto se le tensaba el ojete y le parecía que el ano se le desgarraba un poco más.
-Grita putita. Me encanta jugar con este culito.
Al cuarto impacto, logró estar callada mordiéndose el labio.
-No esta mal, putita mía. Tienes aguante. Dije mientras acariciaba con la mano los relieves causados en la piel por la vara.
-Como premio te voy a quitar la vela del culo. Se había apagado por algún fustazo. Ella pensaba que acabaría ya su tormento anal, pero faltaba algo que ella no esperaba. El último abultamiento quedaba en su interior, por lo que para sacar la vela debía volver a superar la máxima amplitud. Volví a lamer su ojete, todavía manchado con algo de sangre, hice rodar la vela para lubricar un poco la zona y empecé un movimiento leve de vaivén. Le escocía, pero ella se esperaba una extracción fácil y el final del sufrimiento. Un nuevo tirón seco hizo salir la vela pillándola desprevenida. La piel volvió a ceder un poco más, empezando a sangrar de manera más evidente. Lisa rompió a llorar otra vez. Su ano quedó por momentos dilatado, ofreciéndome la visión de sus entrañas enrojecidas.
-No hay mejor visión que un culo roto, putita. Y me apresuré a meterle la polla. Tenía el culo ardiendo y ello se transmitía a mi capullo con intensidad. A ella le escocía, pero nada impedía mi bombeo. Entraba y salía suavemente sin dificultad alguna. La saqué de su culo, para rozarle su coño. Sus bragas, todavía alojadas dentro, sobresalían un poco entre los labios. Las fui empujando hacia su interior con el pene. La tela había absorbido su flujo y el pene rozaba en todos sus pliegues sin deslizar con suavidad. Las bragas fueron alojándose en el fondo de su vagina, llenándola por completo cuando empecé a bombear hasta golpear con mis huevos en su clítoris. Todo mi pene desaparecía dentro de ella, empujando con fuerza las bragas cada vez más adentro. Ella gemía y gozaba.
-¡Calla puta! ¿Quién te ha dado permiso para gritar?
Paré de bombear, y metí los dedos hasta el fondo de su vagina, alcancé las bragas no sin tener que hurgar con la mano entera dentro de ella. Las saqué y se las metí en la boca. Estaban hechas unos zorros, empapadas en sus jugos. Volvía entrar en su coño con fuerza, bombeando de nuevo con potencia. Tumbado sobre su espalda, le metía los dedos en la boca, sujetando las bragas en su interior. Totaba como mi pene tomaba nuevas energías mientras rozaba su interior. Ella gemía ahogadamente. Se notaba que hacía rato que estaba excitada. Creo que realmente deseaba explorar este mundo de sumisión y empezaba a darse cuenta que estaba hecha para ello. Sus bragas empapadas saliendo de su coño así lo habían evidenciado. El relieve de las marcas en su culo habían desaparecido, dejando en su lugar unas bandas enrojecidas, que junto con su ojete escocido, decoraban su blanco trasero. Seguí bombeando hasta hacerla llegar al límite del orgasmo. Entonces me detuve.
-Sólo falta un detalle. Le dije
-¡No pares ahora! ¡Por favor, mi señor!
Sin sacarle el pene de su vagina, me agaché como pude y tomé de la maleta un guante de cuero y una vela que tenía un soporte con un gancho. Me puse el guante y dejé la vela en la mesa junto a su cara. La prendí. Ella miraba lo que yo hacía con mucha atención, con temor en los ojos. Me quité el anillo metálico que llevaba en el dedo, leí en voz alta dos iniciales y lo coloqué en el gancho. La llama calentaba el anillo, que quedaba justo encima, enfrente de su vista.
Volví a bombear, ella estaba ansiosa de correrse. La había dejado en el clímax y estaba caliente como una perra. Miraba la llama con temor pero sólo deseaba correrse.
-¡Toma putita! Goza como una puta del rabo de un desconocido que ha pagado veinte euros para poseerte. Ella sólo deseaba explotar y se apresuraba para no quedarse otra vez con las ganas en el momento cumbre. Jadeaba y gemía aceleradamente, respirando con dificultad por la nariz. Empecé a bombear más rápido y con los dedos rozaba la punta de su clítoris. Empezó a intentar dar saltitos con los pies atados, estaba a punto de estallar sin remedio. Entonces tomé el anillo ardiendo y lo estampé en su blanca nalga. Se corrió mientras gritaba como nunca lo había hecho según Jaime, ahogando el sonido de la piel chamuscada.
-¡Ahí tienes para siempre la marca de tu propietario, puta! Podrás comprarte cremita con los diez euros que tu chulo te dará por la sesión.
-!!Hijo de puta!! Gritó ella ahogadamente, llorando desesperadamente mientras imaginaba mis iniciales estampadas en su culo para toda la vida.
-Ahora me toca a mí, le dije. Y aceleré nuevamente las embestidas. A cada bombeo sacaba mi polla entera y la volvía a clavar con fuerza de nuevo hasta el fondo. Lo notaba en todo su apogeo, duro y brillante, y me gustaba verlo aparecer todo para luego hundirlo e imaginar hasta dónde debía llegar dentro de ella. Ella gozaba de nuevo con las embestidas y quería llegar más veces. Tomé por debajo de su barriga la cadenita que unía las pinzas en sus pezones y empecé a tirar de ella acompasadamente con las embestidas. Ella gritaba de dolor, pero también gozaba como una perra y estaba a punto de correrse otra vez. Aceleré los impulsos y al poco, grité:
-¡Ahí tienes mi leche, zorra! Mientras pegaba un tirón a la cadena que hizo que las pinzas se deslizaran hasta saltar pellizcándole la punta de los pezones justo en el momento que nos corríamos los dos. Su gritó resonó por la estancia, antes de caer rendida.
-Las once y media, dije yo. –Todavía tengo media hora. Y la dejé atada a la mesa, jadeando y exhausta. Escupió las bragas, que cayeron al suelo. Estaba rendida, sollozando. Lo había pasado realmente bien, pero la idea de quedar marcada con las iniciales de un desconocido le afectaba.
Mi semen se deslizaba saliendo de su coño, goteando a través de su clítoris hasta el suelo.
A las doce menos cinco, aparecí otra vez con el látigo en la mano.
Ella se estremeció temiendo lo peor. Le metí los dedos en el coño, acabando de vaciar su contenido en el suelo. La desaté y le indiqué mis gotas de semen en el suelo. Ella lamió y tragó sin rechistar todo mi semen esparcido sin dejar rastro.
-¡Muy bien, puta! Veo que estás bien adiestrada. La próxima vez te gustará aún más. A partir de ahora te aplicarás con tu verdadero amo.
Ella me miró extrañada. Jaime se levantó y se acercó. La abrazó y la besó profundamente.
-Cariño, te quiero, le dijo Jaime. –Paco es amigo mío de la infancia y ha accedido al juego. Las iniciales que llevas en tu culito son la prueba de tu amor por mí. Son las mías.
Ella se tranquilizó, le confesó que lo había pasado en grande y se fundieron en un intenso abrazo. Luego Lisa se giró hacia mí, acariciándome la mejilla.
-Gracias Señor, me dijo. –¿Volveremos a vernos?
-Quien sabe… respondí pensativo.
Me fui mientra ellos se enlazaban en una noche interminable.