Regalo de Reyes
Hasta hoy os he ido contando historias de mi vida, si bien el fondo es real es obvio que existe cierta libertad literaria en mis escritos. Las experiencias han sido más o menos como las he contado, como digo, con alguna licencia creativa. El pasado está bien, pero a partir de hoy os iré narrando mis vivencias actuales, y que mejor comienzo que Enero y que fecha más ilusionante que un Día de Reyes.
Lunes 6 de enero y día de Reyes. Me levanto emocionado a mis 54 años, como un niño, ansioso por descubrir la sorpresa tan especial prometida por mi esposa Esther. No me he tenido que lucir demasiado ya que mi regalo, por adelantado, fue una operación de pecho para ella. Ahora, con 50 años recién cumplidos, Esther luce unas espectaculares tetas turgentes y duras, torneadas y mucho más voluminosas aunque sin caer en la grosería. Inquietos ambos tomamos un café, yo en pijama y ella con una pequeña bata de satén rosa, dejando a medio entrever sus nuevos y rutilantes pechos. En el salón una enorme caja, mi regalo imagino, espera desde el día anterior cuando la entregó una mensajería. Esther es la primera en abrir sus presentes:
- Espero no hayas tenido la tremenda ordinariez de regalarme un Satisfyer – dice ella entre chanzas mientras abre sus regalos.
Lencería, unas piezas finas y otras más “guerreras”, un par de tacones y un fin de semana para dos personas en nuestro hotel favorito con una nota dejando a las claras que el acompañante no puede ser su marido, o sea, yo. Es algo que a ella le venía apeteciendo hace mucho tiempo y me lo agradece con un húmedo beso comiéndome la boca con su lengua.
- Gracias amor, si quieres puedes ocupar una habitación contigua. Dejaré abierta la puerta que comunica ambas para que veas lo bien que se lo pasa tu esposa con su novio, ¿te gustaría eso? – dice ella – Venga, dejemos de fantasear, es tu turno.
Abro la gran caja y a la vista queda un curioso mueble en caoba oscura por su parte superior, inferior y esquinas, a juego con nuestro suelo de madera. Gruesos barrotes negros forman el resto del cuerpo, dejando ver el interior, y en uno de los laterales remaches y bisagras doradas conforman una puerta cerrada por un candado también en dorado. Sin saber que decir agradezco a mi esposa su regalo, totalmente fuera de juego con su sorpresa. Beso a Esther mientras una fuerte erección sacude mi polla.
- Ya veo que te gusta tu jaula, mira cómo se te pone el rabito – dice ella mientras masajea mi tranca por encima de la fina tela del pijama.
Mis manos se aferran a sus jugosas nalgas, sintiendo el suave tacto de sus carnes abrirse en canal, a la vez que ella retira un poco su bata mostrando sus nuevos tetones. Una mano suya libera mi pene por la abertura del pantalón y mientras lamo sus pechos me masturba. Como un animal en celo mi polla busca su coñito mientras froto su clítoris, momento en el que ella para.
- No amor, tienes que ser casto hasta que estrenemos tu regalo – sentencia Esther mientras se tapa pudorosamente y se levanta – Coloca tu jaula allí, al fondo del salón y decórala, que parezca un mueble de diseño para las visitas.
Paso una semana en “ayunas”, sin sexo ni pajas y en la más absoluta abstinencia pero empalmado la mayor parte del tiempo. Hoy es la mañana del sábado día 11 de enero y Esther me interrumpe con un aire muy severo:
- Hoy estrenamos tu jaula. Me voy, estate atento al móvil. ¿Entendido?
Asiento y ella se marcha. A eso de media tarde recibo un mensaje. Esther me dice que está en la puerta, que me desnude, busque un antifaz que ha dejado en el dormitorio y con él puesto espere en el salón. La oigo entrar, con su taconeo inconfundible, hasta la puerta. Adivino como se descalza, dejando sus tacones a la entrada (vivimos en una casa unifamiliar). Su mano toma la mía y me conduce por el salón.
- De rodillas – me ordena ella mientras suena un mecanismo metálico – Entra en tu jaula.
Me empuja y entro en el cubículo. La altura no me permite más que apenas estar acostado en el suelo de madera y la longitud me obliga a adoptar una posición casi fetal, si bien hay holgura tampoco es el summum de la comodidad.
- Voy a arreglarme. No quiero que me veas ni quiero me estés molestando con tu pollita tiesa como un baboso detrás de mí – se mofa Esther.
Pasa el tiempo, escucho primero la ducha, el secador de pelo, largos silencios y a ratos a ella pasar, supongo recreándose con mi vista dentro de la jaula. Justo cuando más entumecido estoy escucho un taconeo de Esther acercarse, advirtiéndome tenga bien puesto el antifaz. La jaula se abre y pide que salga y me incorpore. Sus manos abrazan mi cuello y un collar queda sujeto a él. Una cadena engancha el collar y un fuerte tirón me obliga a caminar tras ella.
- Estírate, te espera una noche muy larga – ordena en un tono sombrío.
Tras un corto paseo un restallido seguido de un fuerte ardor en la parte trasera de mis muslos hace que me agache.
- Así, perrito mío, pasea con mami – se burla Esther mientras continua llevándome por toda la casa, esta vez a cuatro patas, para acabar metiéndome de nuevo en mi jaula.
Tras otro largo periodo de espera la voz de Esther me ordena desde lejos quitarme el antifaz. La noche se vislumbra tras los amplios ventanales con el salón en penumbras y a media luz. Aún me escuecen los muslos, con un dulce dolor más emocional que físico. Esther está al fondo de la estancia, de pie y brazos en jarras. Viste una camisa slim de color negro, desabotonada hasta la altura de los pechos, un pantalón de cuero negro ceñido y unas sandalias negras sin plataforma pero de tacón altísimo, lo cual hace que tenga que mantenerse de puntillas. Lentamente se acerca hasta mi prisión situándose a mi lado. Desliza una pierna entre los barrotes situando su pie a la altura de mi cara y mi polla salta como un cañón al ver su pedicura: de un rojo fulgente luce unas largas uñas artificiales acabadas en punta, unos finos estiletes, dándole un aire muy felino y sexual, muy agresivo y espectacular a la vista.
- ¿Te gustan?. No lo parece, lámelas mientras te pajeas, pero no te corras – me dice.
Sobre la marcha comienzo a lamer sus pies, su empeine, su tacón cuando ella lo eleva ligeramente ofreciéndomelo hasta que llego a sus uñas, sintiendo el fino filo y la punzante terminación de las mismas arañando mi lengua. Me introduzco el dedo gordo en la boca y succiono a la vez que ella clava su garra en mi lujuriosa lengua.
- Así, cabrón, deja que tu dueña marque el ritmo. Si, ya veo que te gusta. Mira, mira las de mis manos, bonitas también, ¿no? - dice mi esposa.
Esther se inclina hacia abajo, dejando ver todo su escote con sus nuevas tetas colgando enormes y sin sujetador. Las uñas de sus manos lucen el mismo color y forma que las de los pies, tal vez ligeramente más largas. Incorporándose de nuevo me dice:
- Voy a ir al club, no sé a qué hora volveré. Ya sabes que los sábados está muy concurrido y dejan entrar a “singles” para que nos empotren, machos jovencitos haciendo turno para encular a tu esposa. Emocionante, ¿verdad?. Quítame la sandalia, anda.
Descalza de uno de sus tacones se sitúa a la altura de mi cintura y vuelve a introducir el pie dentro de la jaula.
- Para de pajearte y ábrete, cariño, deja que mami te ayude – me ordena mi esposa.
Como puedo dejo todo el espacio posible y su pie empieza a masajear mis testículos suavemente. Pasado un rato de dulce friega sobre mi pinga clava sus punzantes uñas en mi escroto, provocándome un gemido sin que la polla pierda vigor de lo cachondo que me tiene. Sigue por mi rabo, amasándolo con su planta y arañando la caña de mi rabo a la vez, mientras mi polla palpita de la excitación.
- Cariño, necesito más cornuditos como tú, ¿lo sabes, no?. En el club voy a poner a dos machos a jugar con mis pies mientras le chupo la polla a otro hasta sentir su leche calentita resbalando por mis labios hacia mis tetas. Mmmm, como me apetece, vida – Esther me estaba llevando casi al orgasmo.
Mi polla va a estallar y Esther notándolo la aprieta fuerte contra mi cuerpo para dejarla sobre la marcha y clavar sus afiladas uñas en mis huevos, provocándome una corrida de campeonato. Mi lefa me pringa la barriga mientras Esther sigue extendiendo los restos de leche sobre mi tranca con su pie. Disfruto de mi tremendo orgasmo con los ojos cerrados y al abrirlos el pie de Esther, pringado de mi semen, espera delante de mi cara.
- Bien limpio, cariño, déjamelo bien limpio. Mira que eres cerdo, cómo has dejado el piececito a tu esposa.
Mi lengua lame todos los restos de leche de su pie, de sus uñas, entre sus dedos y notando como mi pinga pretende levantarse de nuevo intento abarcar todo su pie dentro de mi boca provocando que sus afiladas garras lastimen mis labios. Me agito dentro de la jaula, deseando salir y clavarle mi polla en su caliente panocha, abrirle el culo carnoso a mi esposa a base de pingazos hasta dejárselo bien lleno de mi espesa leche. Ella se percata a la perfección de mi estado y me dice:
- Ponme la sandalia, me voy, amor. ¿Te cuento un secreto?. Hoy me he puesto un par de enemas, mami tiene el culito caliente y bien limpio. Voy a estar escurriendo leche por el culo toda la noche y, quien sabe, siempre hay algún cornudo salido en el club que quiera beber de él. Quizás, si no vengo muy exhausta y estás despierto, te dejaré lamer los restos. Si no, siempre puedes jugar con mis braguitas usadas un rato.
Dicho esto mi esposa se marcha, dejándome una botella de agua y el móvil para alguna emergencia al lado de mi jaula, quedando totalmente a oscuras y en silencio.
Pierdo la noción del tiempo, la incertidumbre de lo que va a pasar, mi estado de sumisión total y el éxtasis al que mi mujer me ha llevado hace que me sienta en eso que algunos cuckolds llegan a definir como subespacio. No sé cuánto tiempo ha pasado, tal vez dos o tres horas, cuando escucho la puerta abrirse abajo, en la entrada de nuestra casa. Una ligera conversación es audible desde la escalera mientras los tacones de mi mujer se hacen cada vez más sonoros anunciando su llegada. Sin apenas luz veo entrar a Esther seguido de una masa enorme, un grandísimo y robusto maromo de casi dos metros que se queda a escasos metros de mi sin prestarme atención. Mi esposa se dirige hacia las habitaciones y vuelve con algo en la mano para dárselo a nuestro visitante. Esther vuelve a irse encendiendo antes unas velas. A la tenue luz distingo que el amigo de mi esposa es Ramsés, uno de los porteros del club con el que tenemos buena sintonía, un tío enorme y gordo. Ahora Ramsés cruza su mirada con la mía y una sonrisa a camino entre la complicidad y la burla se fija en su rostro. Esa es su única reacción. El gigante comienza a desvestirse hasta quedarse totalmente en pelotas. Coge lo que mi esposa le ha entregado hace un momento y se coloca sobre su rostro una capucha de verdugo bastante siniestra, dejando solamente la abertura de los ojos y boca libres en su cara. Ramsés se acerca a mi prisión, un cuerpo adiposo y peludo aunque con una polla descomunal, oscura y velluda, cimbreando de un lado a otro hasta dejarla a un palmo de mi cara. Comienza a tocársela y estirarla, dejándola en un punto entre morcillona y semi empalmada mientras se embute en un pequeño tanga de latex. Su miembro enorme queda medio fuera medio tapado, con los huevos casi colgando por ambos lados. Ahora su figura es del todo espeluznante: un enorme verdugo, peludo y obeso, embutido en un micro tanga de latex que apenas tapa su portentoso falo.
Suena el timbre de la calle y Ramsés pregunta por el interfono. Acto seguido se abre la puerta. En el salón entran tres hombres. A dos de ellos los conozco de vista. Son dos singles que frecuentan el club al que vamos. El tercero no me suena de nada, un pipiolo bastante joven con cara de sabelotodo. Sin embargo a los tres se les cambia el rostro nada más ver la tétrica figura de Ramsés esperándolos. Cohibidos apenas traspasan la puerta, sin importarles mi presencia ni circunstancia. Amablemente nuestro lúgubre celador les invita a desvestirse. Aún con cierto reparo, pero con la seguridad de quien lo ha acordado previamente, lo hacen. Ramsés les pasa una bolsa y les pide se pongan lo que hay en su interior, quedando cada uno de ellos con una máscara de cerdito a media cara, tapándoles el rostro desde la frente hasta la nariz. Una vez puestas el cíclope se acerca a ellos y agarrándoles el rabo uno por uno les coloca una argolla en la base del pene, asegurándose queden bien sujetas, a la vez que les menea los rabos hasta dejarlos medio erectos. De la forma más amable les pide se pongan a cuatro patas y engancha una cadena a cada uno por la argolla. Ahora se acerca a mí y con su mirada pide colaboración colocándome también una de esas argollas.
- Tú no te la menees, mi ama te la pondrá bien gorda – me dice.
Vuelve con los tres cerditos, nunca mejor dicho, y agarrando las tres cadenas tira de ellas de sus rabos para llevarlos a la entrada opuesta del salón y avisa a su ama que todo está listo. El taconeo de Esther no se deja esperar y la que parece va a ser nuestra ama hace acto de presencia. Decir que lleva un sujetador sería mucho ya que lo que realmente se ajusta a sus senos son unas finas tiras negras bordeando sus tetonas, dejándolas totalmente al aire, esplendorosas y relucientes. Un micro tanga que apenas tapa su coño deja su culo también al descubierto, vibrando a cada paso, con esas ligeras y sensuales vetas de celulitis ondeando de manera mórbida al caminar. Las mismas sandalias que llevaba al salir la elevan esplendorosamente haciéndola caminar con pasitos cortos y eróticos. Esther llega al lado de Ramsés y toma las cadenas que él le cede. Caminado por el salón, como una diva con sus mascotas, los pasea un rato hasta dejarlos en medio de la sala. Se dirige a ellos:
- Así, mira que lindos son. Hoy parece que tengo tres admiradores dispuestos a complacer todo lo que les pida su ama. Si alguno se arrepiente ya sabe la palabra. Quien diga “FUEGO” recogerá sus cosas y desaparecerá para siempre. Ramsés y sus chicos se ocuparán de que ninguno vuelva a pisar el club tampoco. Si Ramsés grita “ORDEN” todos deben parar o pasará lo mismo. Por eso lo he traído, para cuidar a una ama tan inexperta como yo, además de que tiene una buena porra por si las cosas se ponen feas – dice Esther mientras libera sin dificultad el pollón del verdugo por un lateral del tanga, amasando su enorme cipote y colocando otra de esas argollas en su voluminoso miembro, pajeándolo lentamente mientras con las puntas de sus uñas araña uno de los pezones del mastodonte. Acto seguido Ramsés despoja a mi esposa de su tanga, mostrándonos a todos su coño depilado.
Esther toma la cadena de uno de ellos, el más joven, el único que la mira descaradamente y de un fuerte tirón lo sube sobre la mesa baja del salón.
- Mira que cerdito tan malcriado tenemos aquí, mirándome insolente sin mi permiso – dice Esther - ¿Sabes, Ramsés, que a los cerdos también se les puede ordeñar?. Mira.
Situándose por detrás del joven cerdito Esther se coloca en cuclillas y sus manos, con sus largas y morbosas uñas, comienzan a masturbarlo, hinchándole la polla al momento. Pronto el anillo hace su efecto y la tranca del encadenado se vuelve morada y henchida, alargando el placer sin llegar a correrse.
- Así, deja que saque tu lechita, mira que rico, que bien te ordeña mami – se deleita mi esposa – Ven Ramsés, colócate a mi lado.
Aumentado el ritmo el joven comienza a gruñir, como un auténtico cerdo, mientras Esther sonríe maliciosamente.
- Ahora Ramsés, ya viene – dice mi mujer al verdugo y éste aprisiona con su boca la polla del joven mientras Esther le aprieta los huevos, clavándole sus puntiagudas uñas.
Al cerdito le comienzan a temblar las piernas mientras se derrama por completo en la boca de Ramsés, el cual le succiona la tranca mientras mi mujer se la sostiene. Dejándole terminar Esther retira su mano, momento en el que uno de los otros cerdos, uno con el vello del cuerpo canoso, aprovecha para lamerle los restos de fluido sumisamente. Acabado el festín de nuestro guardián mi esposa se funde en un húmedo beso con él, compartiendo ambos el néctar que acaban de extraer, mientras ella le masturba la polla desaforadamente.
- Estás muy nervioso, cariño. Eso no es bueno, no para un macho tan grande como tú, te necesito tranquilo, amor. Anda, ven, fóllame y lléname coño – le pide Esther.
Sobre la marcha Ramsés coloca a mi esposa tumbada en el sillón y agarrando su entumecida poronga la dirige hacia su depilado coñito. Mi esposa la recibe con un dulce masajeo y se la introduce poco a poco, estirando y abriendo su vagina como una boa tragando a su presa, hasta clavársela por completo. Ramsés comienza un folleteo duro y enérgico, seguramente le tenía ganas desde hace tiempo, sacando y metiendo un rabo color azulado y brillante de flujos, horadando cada vez más a cada embestida la raja de mi esposa hasta convertirla en una charca cenagosa. La profesionalidad y la presión del anillo en la polla de Ramsés hacen que su corrida se dilate, llevando a Esther de orgasmo en orgasmo, hasta que incrustándosela hasta el fondo termina por eyacular en su interior. Una vez la saca deja a la vista el potorro desgajado de mi esposa con los primeros brotes de leche asomando entre sus pliegues mientras los cerditos, a cuatro patas, observaban encandilados.
- Ven aquí, machote, déjame que te la limpie. ¡Mmmm, deliciosa!, gorda, caliente y lechosa, como a mí me gustan – dice mi esposa -. ¡NIÑOS, A COMER! – ordena.
Como un resorte los tres cochinitos se lanzan a la espumosa vagina de Esther, hinchada y lechosa como un jugoso papayo, atropellándose y compitiendo a empellones por llevarse la mejor tajada. Una mezcla de caras, labios y lenguas violan la chucha de mi esposa, sorbiendo todos de su coño ávidamente. Mientras, ella limpia el sable de Ramsés y se deja hacer, con la paciencia de una cerda amamantando a sus lechones, hasta que no queda nada que lamer de su delicioso chochito.
- Pobrecito, que malos tus hermanitos, apenas te han dejado mamar tu lechita. No te preocupes, lindo, túmbate – dice Esther al del vello cano, quedando tendido sobre la alfombra– Tú, el más glotón, ven aquí – dice dirigiéndose al tercero, un hombre menudo y de cuerpo fibroso.
Aferrando su polla se la menea y la chupa, clavando una vez más sus uñas en el escroto y colocándola luego entre sus tetas. Esther, agarrándose sus preciosos melones los mueve impúdicamente, y las primeras gotas de líquido asoman en el capullo reventón de su esclavo a la vez que se la restriega entre sus pechos. Cuando mi esposa nota la inminente corrida se la agarra, apuntado el mástil hacia sus tetas, y un enorme chorro de semen le baña al completo sus lustrosos tetones, dejándolos pringados y cargados de una lefa espesa. Sensualmente, Esther se coloca a cuatro patas sobre el cerdito canoso, dejando sus buenas tetas colgando sobre su cara rezumando leche sobre él.
- Mira que rico, mira las tetitas de mami cargaditas de leche. Anda, mámamelas – le incita cariñosamente mi esposa mientras se agacha depositando el peso de sus senos sobre su cara, facilitándole un festín de teta y leche a su cerdito erecto – A ver, jovencito – dice volviéndose -, hoy vas a aprender a montar a una hembra. Ven, cariño, monta a tu mami, méteme ese rabo bien tieso que tienes por el coño.
Sin dilación alguna el joven la ensarta por detrás de manera salvaje y su polla, inmovilizada y latiente, la penetra con fuerza entre jadeos de mi esposa, presa del gusto por la follada y la mamada de tetas del otro cerdo. Así están un buen rato hasta que sus mamas colgando quedan brillantes y bien limpias y su coñito totalmente lleno de nuevo. La veo gatear entonces hacía mí, con su mirada viciosa, el culo en pompa y columpiando sus tetas al acercarse. Llega y se gira, se abre de piernas, introduce cada una de ellas entre los barrotes y aprieta su culo a los hierros hundiendo sus carnes entre ellos, quedando ante mí su jugoso chochito escurriendo leche. Me lanzo como un desquiciado a por él, comiéndole el coño y sorbiendo sus jugos, llorando por la desesperación y el gusto. Termino mi manjar pero quiero más, escarbo dentro de su vagina, lamiendo sus suculentas nalgas y buscando penetrar su culo con mi lengua, momento en el que ella se separa.
Esther se toma un descanso mientras degusta una copa de vino, observando a los que son sus primeros esclavos. Se le ve tan feliz y yo me alegro por ella. Ellos en ningún momento pierden el vigor de sus pollas, tal es la función de los anillos que nos han puesto. La mía parece va a reventar de un momento a otro. A partir de ese momento mi esposa comienza a jugar con ellos, poniendo en práctica todas las perversiones que se le ocurren. Primero, tirando de las cadenas que sujetan sus rabos los incorpora, poniéndolos de pie y en fila, y alternándose con cada uno se va introduciendo sus pollas por el culo, advirtiéndoles que el primero que eyacule se queda sin premio. Pierde nuestro cerdito canoso, dejando una buena corrida escurriendo del ano de mi esposa. Ella lo tumba en el suelo y se descalza. Llama a Ramsés y se sube encima del torso del cerdito, clavando sus garras en la carne. El verdugo levanta ligeramente su capucha para agacharse y comerle el culo a mi señora, saboreando los exquisitos caldos que brotan de él. Cuando termina ella arrastra los pies sobre su esclavo dejándole unos verdugones escarlata como castigo. Los juegos de mi esposa continúan un buen rato, desgastando poco a poco a los tres machos con la ayuda de Ramsés.
- Muy bien, va siendo hora de irse, me apetece jugar con mi cerdito favorito – dice Esther mirando hacía mi -. Pero antes vamos a despedirnos con el premio para los dos campeones de hoy.
Mi esposa coloca sentado en el sofá al maromo delgado y fibroso, con su pinga tiesa como un garrote y morada como un pepino de mar. Aún descalza, Esther se sube quedando a horcajadas y de espaldas a él. Se deja caer a plomo y la polla del macho le penetra el culo hasta media caña. Ella se desliza plácidamente hasta enterrarla por completo en sus entrañas, pidiendo al más joven la ensarte por el coño. Empalada por ambos orificios ella disfruta el placer de sentirse doblemente empotrada. Ofreciendo los pies al cerdito canoso le obliga a chupárselos, cosa que hace con devoción, jugando con sus dedos y sufriendo en su rostro los arañazos de las afiladas uñas de mi esposa de manera aleatoria. Cansados y exhaustos como están aún son capaces de darle una buena jalada a mi esposa, taladrando su coño y su ano como dos sementales, para nada coordinados, intentando cada uno dar el máximo placer a su ama. El primero en correrse es el que la tiene perforada por el culo, agarrándola por la cintura y depositando profundamente todo su semen. Esther se deleita con la cálida irrigación en sus intestinos mientras el joven sigue aserruchando su vagina, hipnotizado con el vaivén de sus tetas, hasta correrse como un animal en su calado coñito. Cuando mi mujer toma de nuevo resuello se separa de ambos, incorporándose y despidiendo a sus tres sumisos no sin antes advertirles que los llamaría si lo necesitase. Esther, ya recompuesta y con otra copa de vino para refrescarse pide a Ramsés que me libere. Salgo de mi prisión sin poder ponerme de pie de lo entumecido que estoy. Arrastrándome a cuatro patas me acerco a mi amada esposa.
- ¿Qué te ha parecido, has disfrutado? – me interroga ella mientras masturba a Ramsés.
Cojo los tacones de Esther, que han quedado olvidados en medio de la refriega, y calzándola devotamente le respondo:
- Sí, mi ama
Beso sus pies y lamo sus uñas provocativas consciente del daño que me pueden hacer si ella lo desease. Subiendo voy chupando sus muslos pringosos de semen y al llegar a la altura de su chocho aspiro profundamente, embriagándome del penetrante perfume que emana de su coño. Un hilo de semen cuelga de uno de sus labios vaginales pero antes de que yo llegue Esther lo recoge con sus dedos. Abriéndose de piernas y mostrando su dilatado ano lo embadurna, introduciendo sus dedos y encharcando toda la zona, dejando su bollito palpitando y deseoso de polla.
- Ramsés, rómpeme – pide mi esposa.
Esther se apoya en la mesa del comedor y el mulo restriega su pollón en la entrada del culo de ella. Desde abajo veo como el purpúreo capullo penetra en su ano y se detiene ante el quejido de mi mujer. Ella se gira y mira a Ramsés con cara de contrariedad y él, entendiendo el significado, se la entierra por completo sin impunidad. A Esther apenas le da tiempo de quejarse pues el macho comienza a embestirla por detrás sin piedad, follándose analmente a mi esposa. Sus tetonas bailan como locas y las carnes de sus nalgas tiemblan con cada embestida. Esther baja su mirada y encuentra la mía, evidenciando en su cara el más puro éxtasis en el que se encuentra. Tras un rato de machacona enculada Ramsés la toma por la cintura corriéndose como un verraco., sus enormes manos aprisionan las tetazas de mi esposa y tras tres fuertes empellones termina por depositar toda su carga en el culo de Esther. Aún no ha terminado de sacarla cuando yo ya estoy comiendo del culo de mi mujer, mamando toda la leche que emerge de su enorme y destrozado agujero, lamiendo, por fin, las paredes interiores de su orto.
Gracias Ramsés, has sido muy atento esta noche. Nos vemos, seguro – dice ella.
Gracias ama – responde él y vistiéndose se marcha.
Esther no deja que acabe y se marcha rumbo al dormitorio. La sigo como un perrito faldero, ya de pie una vez recobrada la tensión en mis músculos. Al llegar se sienta en la cama y yo le quito sus sandalias. Luego la despojo de las finas tiras que cincelan sus pechos y ella se acuesta, tapándose entre las sábanas.
- Estoy muerta, vida. Mañana pon las sábanas a lavar – me dice Esther.
Hago el amago de quitarme la argolla de mi pene, con la quimera de pajear mi verga y aliviarme pero ella no es de la misma opinión:
- No, amor, no te lo quites. Acuéstate a dormir, es tarde.
A su lado, y con la polla tiesa como una madero, Esther no tarda en jugar con sus uñas en mi pecho. Al rato las de sus pies comienzan a arañar mis piernas.
- Son bonitas, ¿verdad?. ¿Quieres vérmelas de nuevo otro día? – me susurra mi esposa al oído – Igual te dejo follarme con ellas.
El suave y sensual roce de sus uñas provoca espasmos en mi polla. No aguanto más y de una fuerte sacudida retiro las sábanas. Me incorporo de rodillas sobre la cama a sus pies, con mi rabo tieso y empalmado mientras Esther, con una sonrisa burlona, se sujeta los pechos y se abre de piernas, mostrándome su coño batido y su ano desvencijado. El semen que escurre de sus cavidades tienen impregnadas las sábanas.
- Cuidado cariño, estás faltando el respeto a tu ama – me dice mientras juega con las uñas de uno de sus pies sobre mi polla.
Con un rápido movimiento de su otro pie rasga con sus afiladas garras mi pecho, provocando surcos sanguinolentos sobre él y dejándome con una mirada de sorpresa.
- Te lo advertí, eres tu el que quiere jugar con esta leona. ¡GRRRRR! – se burla mi esposa.
Esther intenta un segundo ataque, con sus zarpas tratando alcanzar mi cara, pero esta vez soy capaz de sujetarla por el tobillo. La visión de mi esposa abierta y sujeta, oliendo a sexo como un hembra en celo, termina por encenderme. Me lanzo sobre ella y mi polla penetra su húmeda y caliente raja follándola con ansias, solamente buscando mi corrida como objetivo. Solo es sexo, solo quiero cubrir a esa fiera dominante y satisfacer mis apetitos. Ella jadea como una mula y mi rabo erecto no es capaz de eyacular a pesar de los esfuerzos. Esther aguanta como una fiera, moviéndose y mordiendo mi cuello, clavando sus uñas en mi espalda y arañando mis gemelos con las de sus pies. Exhausto salgo de ella, con mis huevos doloridos aún repletos de leche. Mi esposa recoge sus tacones del suelo y se los pone, colocándose a continuación a cuatro patas con su espectacular culo en pompa y su ano abierto y despedazado apuntando desafiante hacia mi.
- Móntame, ya me tienes donde querías, préñame por el culo, amor – me invita Esther.