Regalo de Navidad
Después de leer dos de mis relatos (Habitación 415 y Si tú lo pides) y saber que hay una tercera historia con los mismos protagonistas, Xio me pide que la suba. Después de unos meses escrita, yo dudaba si hacerlo, pues es algo personal que escribí para alguien en concreto, pero si lo pide ella...
- Disculpadme -. Pilar aprovecha para ausentarse un momento en el que las conversaciones fluyen a su alrededor pero no la tocan. Como anfitriona de la comida familiar de Navidad quizás hubiera encontrado una fácil excusa en la cocina para exculpar su ausencia en la sobremesa, pero no disimula que su refugio se encuentra en el dormitorio principal. En cuanto enciende el ordenador, lo ve conectado.
- Llegas tarde, te estaba esperando - aparece en la ventana emergente del chat.
- No me riñas, yo también hubiera querido conectarme antes - escribe Pilar rápidamente, como si no quisiera perder más tiempo. - Además, tengo un regalo para ti - añade, y mirando atrás para asegurarse que la puerta está convenientemente cerrada, comienza a recoger el bajo de su vestido. Pilar mueve la pantalla de su portátil, buscando un ángulo idóneo para que la webcam capte lo que quiere enseñarle.
- Empezamos mal, sigues usando bragas. Te he pedido mil veces que no lo hagas - salta en la pantalla y Pilar interrumpe sus gestos un segundo para leer; a continuación sigue con los movimientos para desvelar la sorpresa.
- Me lo he dejado crecer, ¿te gustaba así, verdad? -. Obviando las quejas de Álex, Pilar teclea con la mano izquierda mientras la derecha siente las cosquillas que el vello púbico le provoca al rozarlo.
- No está mal, pero tiene que crecer más; así cuando me corra en él la leche formará un engrudo y no podrás negar que eres mía - lee enseguida Pilar en la pantalla. Sabe que no pertenece a nadie, ni siquiera a su marido, pero cuando, después de leer esas palabras levanta la vista y ve el pene majestuosamente erecto del chico al otro lado del ciberespacio, no puede sentir una quemazón interna que le lleva a contestar con un lacónico Sí y una carita avergonzadamente sonrosada.
En otro momento tal vez se perdiese en discusiones, o quizás se parase a pensar en las razones que le llevan a conectarse a escondidas al chat para intercambiar masturbaciones con aquel chico al que apenas conoce, pero lo que le llevó a levantarse como un resorte de la mesa, salir del salón y esconderse en la habitación fue otra cosa, algo parecido a lo que comienza a sentir cuando su mano diestra, apartando la braga, acaricia sus labios vaginales. Sin un pestillo que proteja su intimidad, siente que en cualquier momento la pueden interrumpir, su marido viniendo a buscarla extrañado por su ausencia, o uno de sus sobrinos buscando también un escondite ahora que, abotargados, han dejado de lado la bandeja de los turrones y han comenzado a jugar ante la pasividad de los adultos que se pierden en debates varios. Pero lejos de asustarla, aquello la excita. Se siente traviesa, como una niña mala, pero al mismo tiempo se siente terriblemente mujer, mucho más que cuando folla sin ganas y con su marido el sábado a la noche para mantener las estadísticas. Cuando se introduce dos dedos en el coño y aquel chico le dice que es su polla la que está entrando, Pilar siente tantas cosas que le cuesta expresarlo con palabras.
Querría gemir, gritar, aullar, como cuando estas conversaciones virtuales se producen cuando está sola en casa y no corre peligro de ser descubierta, pero se limita a morderse el labio inferior cuando su dedo corazón se le clava en el fondo del chocho. Por experiencia sabe que cuando el chico rodea con sus dos manos el pollón que se gasta ya no va a escribir más, que en adelante todo será hablado, así que Pilar se asegura que el volumen de su computadora está lo suficientemente bajo para que nadie en el salón pueda oír nada. Tira de sus braguitas de encaje hasta hacerlas caer, y aprovecha el momento de levantar los pies para evitar que se le enreden en los tacones para subir los bajos del vestido y mostrar a su interlocutor el final de sus medias y su poblado monte de Venus; después de años llevándolo totalmente rasurado se nota extraña cuando sus dedos buscan el clítoris en esa maraña de pelo. Cuando lo alcanza, cuando se estimula la pipa una y otra vez con su mano mientras observa en la pantalla cómo él se masturba lento, Pilar se empieza a calentar. Tiene que controlar también el volumen de los gemidos que, casi inconscientemente, se escapan de sus labios entreabiertos.
Seguramente estuviese más cómoda sentada, abierta de piernas y con el vestido remangado hasta la cintura, y seguramente él lo apreciaría más y mejor, tendría una visión más clara de su coño si pudiera abrírselo completamente con la ayuda de las manos, pero el hecho de que tenga que ser rápido, a escondidas de su familia, le excita aún más. Su mano adopta la forma de la vulva, recorre su concha de arriba abajo y de abajo arriba. Su dedo central se cuela irremediablemente entre sus labios y Pilar comienza a follarse lento con él. Del otro lado de la conexión, él se sigue pajeando, llevando una y otra vez su mano derecha a lo largo de su cipote.
- Úsame - dice de pronto Álex. Pilar sonríe, sabe lo que aquello quiere decir. Vuelve a mirar a la puerta que permanece cerrada y sin aparente peligro. Deja caer el vestido, y apresurándose, quizás por miedo a verse sorprendida, quizás con pena de dejar de mirar la polla hipnótica de aquel chico, camina varios pasos hasta un armario empotrado que queda fuera de plano. Allí, escondido en el último cajón del cuerpo central, tapado por viejos calcetines de lana, está él. En realidad él no es Álex, sino un consolador, una polla de plástico que, por tamaño y tacto, se queda pequeña ante lo que tiene entre sus piernas aquel chico. De vez en cuando la usaba, cuando ni su marido ni sus dedos podían satisfacerla, pero desde que empezó a chatear con aquel joven, se ha convertido en su juguete preferido. Un día decidió escribir con rotulador rojo el nombre de él sobre el plástico, desde entonces usar el consolador es su manera de follárselo en la distancia. Puede vibrar pero Pilar no lo pone en marcha. Tan sólo se lo introduce lento, girándolo y hasta la empuñadura, hasta que su propia mano hace de tope contra la carne. Él mira y ella se folla con un trozo de plástico inerme que nunca le hará sentir lo que podría sentir con lo que ve reflejado en la pantalla de su ordenador.
Quisiera quitarse el vestido y ofrecerle el resto de su anatomía, pero esta tarde las cosas tienen que ser así, aunque Pilar preferiría no tener que sujetarse continuamente la falda para evitar que se moje y usar las dos manos en su cuerpo. Sigue follándose, hundiendo el consolador, sintiendo el falso capullo y la ligera curva que tiene el objeto. También las acanaladuras, los salientes, esos pequeños bultos que tratan de hacerlo más real, de extraer todo su potencial. Álex le pide más, más rápido. Ella obedece, siempre obedece, se ha vuelto sumisa sin darse cuenta. Incrementa el ritmo, el objeto salpica flujo en sus paredes, se va a correr, conoce su cuerpo y sabe que el orgasmo va a licuarse en forma de chorro que caiga por sus muslos, pero aunque quisiera detenerse, buscar un trapo que empape, no puede hacerlo, sólo quiere correrse para él. Abre bien las piernas, dobla su cuerpo. Comprueba en el pequeño recuadro de la pantalla en el que aparece su parte de emisión que no se le ve la cara, y vuelve a emplearse con ganas. Hunde el objeto una y otra vez, lo gira, lo aplasta contra sus entrañas, lo mueve buscando una postura en el que, al final de cada viaje, sus dedos golpeen con insistencia el clítoris crecido bajo su capuchón.
- Ah, sí, joder... me corro..., qué bueno, jodeeer - musita Pilar acercándose involuntariamente al micrófono de la cámara. Respira de manera acelerada, entrecortada. Del otro lado de la pantalla él sigue masturbándose tranquilamente, sin intención de acelerar el final. La mano de Pilar sigue moviéndose de manera autómata, rematando cada viaje del consolador por su coño con un gesto de muñeca que la exprima más. De repente lo que ella esperaba y temía, una descarga brutal de fluidos que salpica el suelo, sus zapatos, la mesa sobre la que está el ordenador y moja, haciendo brillar, la piel de sus muslos. Pilar mira el desaguisado, pero su única reacción es llevarse el consolador empapado a la boca y lamer con fruición, hasta darse cuenta que el nombre que escribió para él comienza a borrarse por la acción de sus fluidos y la lengua.
- Córrete, córrete para mí, no me dejes así, quiero que me llenes la cara de leche - suplica Pilar. Sabe que su ausencia en la sobremesa se está alargando demasiado, pero no quiere terminar la conexión sin que él antes le haya cubierto virtualmente de semen. Escucha una sonrisa burlona, de quien se sabe con el control de la situación. Promete Pilar que habrá más, en cuanto todos se vayan y su marido se duerma, será toda para él, hará lo que él le pida, pero que por favor ahora descargue sus cojones para ella. Él se apiada y acelera el ritmo de la paja. Se exprime el capullo retorciéndolo, busca llegar al final. Pilar observa ansiosa, acercando su rostro a la cámara, ofreciendo su boca entreabierta para que él se corra en ella. Parece que la polla de aquel chico se endurece más y más, se pone más colorada si cabe. Pilar implora y él se incorpora del asiento. Dirige la polla hacia otra zona, y Pilar siente la pequeña decepción de no saber si sus ojos se cerrarían instintivamente cuando él descargara toda la lefa en dirección a la cámara. Da igual, él se está corriendo, gruñe y el cuerpo se le agita. Pilar tiene una sonrisa dibujada en el rostro mientras asiste a los últimos estertores, a la aparición de una última gota de semen que emerge lenta del capullo. Luego él agarra un pañuelo de papel de los que tenía preparados sobre la mesa, recoge los restos de la corrida y los acerca a la cámara. Pilar saca su lengua y hace ademán de lamer.
- Gracias - dice ella y sus labios envían un beso al otro lado del mundo virtual, donde él, cayendo pesadamente sobre su sillón, antes de que se interrumpa la conexión, todavía tiene tiempo de ver cómo Pilar, nerviosa, no encuentra nada mejor que las braguitas que se acababa de quitar para secar los restos de su corrida. Luego, cuando la pantalla se va a negro y una melodía indica el final de la sesión, Pilar empuja de una patada las bragas empapadas debajo de la cama, y abanicándose la cara con la mano y recomponiéndose el peinado, agarra su teléfono móvil, con la secreta esperanza de que él aprecie las fotos que, abierta de piernas y bajo el mantel, ella tiene intención de hacerse para enseñarle cómo la ha dejado.