Regalo de cumpleaños

En todas las historias de familia, los cumpleaños son muy importantes.

Historia de familia

Salgo del cuarto de baño casi sin secarme, desnuda y con los pies descalzos, a sabiendas de que voy a tropezarme con Joan en el pasillo, como así sucede. Finjo estar sorprendida por su presencia, él en cambio, me mira realmente sorprendido, sin por ello evitar que sus ojos me recorran de pies a cabeza.

Con toda calma, como si fuera la situación mas normal del mundo, le hablo.

Hola Joan, no sabía que estuvieran en casa

Durante unos segundos no responde, me devora con los ojos.

Quieres ayudarme a elegir un vestido?, le pregunto mientras me dirijo a mi habitación y plantada delante del armario, abro sus grandes puertas; me vuelvo hacia él mirándole a los ojos y sabe leer mi mirada.

Aquí no, me responde, agarrándome por una muñeca y tirando de mi, al tiempo que descuelga un vestido malva, del armario. Casi corriendo llegamos a su habitación, no hay tiempo para nada. Apenas si la puerta se ha cerrado a nuestras espaldas, que nos estamos comiendo a besos, voraces, ansiosos el uno del otro; caemos sobre la cama donde le recorro enteramente con mis manos y mi boca, reteniendo sus ansias de penetrarme de inmediato. He llegado a su abdomen y mi lengua se pierde en su ombligo, desciendo un poco más para encontrar su sexo que tomo entre mis labios, jugueteo con él, lo paladeo, lo mismo que Joan hace con mi clítoris, provocándome fuertes estremecimientos. Me voltea, se coloca sobre mi y tomando su verga con mis manos, acaricio mis labios que se abren ampliamente para recibirla; ahora ya no tiene prisa, me penetra a poquitos, se retira, nuevamente la mete un poco más profundo, sale de nuevo, se diría que todo mi cuerpo se levanta hacia él para no dejarle escapar, mis piernas se anudan en su espalda, como mis manos que le retienen y las contracciones precursoras de un fenomenal orgasmo se suceden

Después, hicimos el amor de mil maneras y hasta la caída de la tarde, con intervalos en los que las palabras sustituían a los actos. Teníamos mucho de que hablar.

Todo había comenzado hacia muy poco, pocas semanas antes habíamos recibido un cablegrama de Joan, el hermano menor de Antonio, mi marido desde hacía dos años. Nos anunciaba su regreso de Australia donde residía desde hacía diez años, y su propósito de pasar unos meses con nosotros, si es que podíamos recibirle.

A mi marido le encantó la idea, y por mi parte esperé con curiosidad la llegada de aquel extraño, y con la esperanza de que serviría para animar un poco mi monótona vida de casada, ya que el excesivo sentido de la responsabilidad de Antonio en su trabajo, no contribuía a animarla mucho.

La llegada de Joan fue una aún más agradable sorpresa, 30 años muy próximos a cumplir, simpático, dulce, cariñoso, estupendo conversador, seductor sin quizás proponérselo y guapísimo, hicieron que mi casa se convirtiera en una exposición a la que venían a diario todas mis amigas, aunque él, con exquisito tacto, se las quitaba de encima una detrás de otra.

La corriente de simpatía entre nosotros fue inmediata, desde el primer día comenzamos a contarnos nuestras respectivas vidas, después contamos los sueños, los deseos. Nos mirábamos ya de una diferente manera, estableciendo mudos diálogos, en los que se incorporaba mi deseo de gustarle, como por sus miradas, yo sabía que le gustaba a él.

Para celebrar su cumpleaños nos invito a salir a cenar juntos, y con ese motivo, elegí un vestido especial, un vestido corto de fiesta, con tirantes muy finos y un gran escote, imposible ponérmelo con sostén, de modo que, por la sutil materia de que estaba hecho, permitía que mi cuerpo se viera casi enteramente, Antonio estaba asombrado de mi elección, pero supe convencerle de que era la ocasión apropiada para lucirlo, y cuando Joan me vio, se quedó literalmente boquiabierto.

La cena transcurrió maravillosamente, el local elegido, la comida, el ambiente, todo era perfecto, así como las cuatro botellas de vino que vaciamos durante ella, y que consiguieron que la animación y la alegría entre nosotros fuera aumentando.

Así animados, nos dirigimos a una discoteca de moda, en la que Joan había hecho reservar una mesa, desde luego pareciera que su elección la hubiera hecho personalmente, estábamos situados en una zona relativamente en sombras, con amplias y cómodas butacas sobre las que nos instalamos. Nueva petición de bebidas, comentarios y chistes que nos hacían reír a los tres, y pese al aire acondicionado de la sala, la sensación de calor que me hacía sentir incomoda en mi vestido.

Sin darme cuenta, los tirantes del vestido se habían deslizado de mis hombros, con lo cual se había ampliado el escote descubriendo un poco más mis senos, sobre los que sentía la abrasadora mirada de Joan.

Salí a la pista a bailar con mi marido, aún a costa de varios pisotones; no es muy aficionado al baile, así es que se sintió mas seguro al finalizar la pieza y, al llegar a la mesa, se dirigió a su hermano para invitarle a que bailase conmigo, cosa que hicimos de forma muy comedida y entre risas, viendo como Antonio pedía nuevas copas. Volvimos junto a él y al dejarme caer sobre el asiento, el vestido se subió a mitad de mis muslos; no lo bajé, estaba luciendo mis piernas ante Antonio y Joan, si bien mi marido apenas si se daba cuenta de ello, por la gran cantidad de alcohol que había tomado y que ya empezaba a hacerle efecto. Le propusimos regresar a la casa, pero se negó a ello e insistió para que volviéramos a bailar.

La música era muy movida y bailábamos sueltos, yo comencé a moverme mas lentamente, poniendo en mi baile mucha más sensualidad, sin importarme si mi escote aumentaba o mi falda subía, mirando fija a los ojos de Joan. Realmente bailábamos como en trance, la mirada de Joan hizo me diera cuenta de que uno de mis senos estaba descubierto enteramente, pero en vez de cubrirlo levanté los ojos hasta fijarlos nuevamente en los de mi cuñado, el cual se fue acercando a mi, para tomar el borde del escote y cubrirme el pecho.

Volvimos a la mesa y ahora si, decidimos regresar a casa, soportando en silencio durante el viaje en coche, los medio-ronquidos de Antonio, completamente borracho. Con ayuda de Joan y ya en la casa, conseguí acostarle en nuestra cama, y que con los esfuerzos necesarios para lograrlo, se rompiera uno de mis tirantes sin que me diera cuenta.

Salimos de la habitación hacia el salón, donde Joan sirvió nuevas copas y con ellas en las manos se dejó caer literalmente sobre el sofá. Fue al tenderme mi copa que se dio cuenta de que mi pecho estaba nuevamente fuera del vestido. Como ya había hecho en la discoteca, se puso en pié y se dirigió hacia mí. No le dejé llegar, tomé el otro tirante con mi mano y lo hice deslizar lentamente de mi hombro. Joan se detuvo mirando como el vestido caía hasta la cintura, tendió sus manos y al tomarlas con las mías me atrajo contra él para sellar mi boca con la suya en un beso que me pareció interminable, nuestras lenguas jugaban entrelazadas y sus manos presionaban mis senos, mordisqueaba mis pezones mientras que ambos nos quitábamos la ropa mutuamente hasta quedar desnudos. Me apoyó contra la pared y allí mismo, con ansia, me penetró violentamente, comprendiendo muy claramente que yo le estaba dando mi regalo de cumpleaños.

Su cuerpo era magnífico, y aquella verga que sentía en mi interior y que me llenaba por completo, se acoplaba perfectamente a mi vagina, pero la voz de Antonio, que me llamaba, nos sacó del ensueño. Joan se salió de mi rápidamente, para entrar en su cuarto, y yo cogiendo al pasar una toalla en el baño, entré también en el mío para encontrarme frente a mi marido que, con una fuerte erección, me llamaba a gritos.

Dónde estabas?, me preguntó. En el cuarto de baño, contesté, me iba a duchar aunque por lo que veo, será mejor que lo haga después. Efectivamente, tirando de mi y al tiempo que me quitaba la toalla, me hizo caer a su lado sobre la cama para abalanzarse sobre mi sexo y comenzar a juguetear con su lengua. En su estado no podía durar mucho, y sin tiempo de llegar a penetrarme, se corrió sobre mi bañándome de semen.

Cuando salí del baño después de ducharme, oí como la puerta del cuarto de Joan, se cerraba y ya no volvió a abrirse en toda la noche.

Bonita situación, me dije, dos hombres en la casa, uno dormido como un tronco, el otro encerrado en su cuarto, y yo, acariciando mi clítoris en busca de un placer que ninguno de ellos me había dado. Mi cuerpo se contrae en espasmos violentos cuando llega el momento del orgasmo, sin que Antonio, dormido a mi lado, se entere.

Los días siguientes son como eso precursores de tormenta, o de catástrofes, Joan parecía no verme, ni me hablaba cuando nos cruzábamos, y solo al tercer día pude volver a ver un brillo especial en sus ojos. Comenzó a sorprenderme tomando mis senos cuando no le veía llegar, a hacerme una caricia cuando mirábamos la tele por la noche. Pero todo ello sin terminar nada, y así hemos llegado hasta el día de hoy.

Después de habernos aseado y puesto orden en el salón, cada uno nos dirigimos a nuestras respectivas tareas, por supuesto, yo llevaba puesto el vestido de color malva que Joan había elegido en mi armario, y eso llamó la atención de mi marido porque el vestido en cuestión, es bastante corto, y muestra gran parte de mis senos gracias a su gran escote y a que, además, lo uso sin sostén.

Había quedado con Joan a las cinco de la tarde. Me llamó por teléfono para decirme que me tenía reservada una sorpresa, y así era efectivamente. Me dijo de acompañarle, cuando nos encontramos, y nos dirigimos hacia un local cerrado, que nos abrió una chica joven, cuando Joan pulsó el timbre de a puerta.

Una especie de club privado, con muy poca luz y diversas habitaciones equipadas con grandes camas.

Pedimos unas copas, sentados sobre altos taburetes, que no solo me obligaban a mostrar mis piernas en toda su extensión, ya que la mano de Joan tuvo acceso libre hasta mi tanga; sentí como sus dedos la apartaban y comenzaban a acariciar mi sexo, abrí las piernas mientras nos besábamos, y esos mismos dedos comenzaron de inmediato a acariciar mi clítoris. En un momento tenía el vestido enrollado en la cintura, las manos de Joan amasando mis senos y sentada a horcajadas sobre su verga. Dada la posición, era ya la que tenía que moverme, y así lo hice, ante la mirada envidiosa de la mujer que nos había abierto la puerta. Sonó un timbre, y mientras la mujer iba a mirar quien era, descabalgué a Joan para, tirando de su mano, irnos a un ambiente más privado, donde nada más entrar, se desnudó también y me hizo caer sobre la cama para tumbarse al lado mío. Su mano de adueñó de mi clítoris, lo acariciaba con los dedos húmedos de su saliva, me penetraba con ellos, de nuevo me acariciaba y me hacía volar por el infinito, hasta que, cuando sintió que estaba muy cerca de alcanzar el clímax, me penetró con su delicioso sexo, y juntos buscamos el orgasmo que nos dejó felices y agotados.

Llegué a casa antes de que Joan lo hiciera, por fortuna lo hice, porque Antonio esperaba con cara de pocos amigos. Me preguntó de dónde venía, que había hecho durante toda la tarde. Era muy claro que estaba celoso y algo sospechaba, aunque no tenía idea de que yo estuviese con su hermano, pero la situación se había convertido en muy peligrosa. Como siempre, pude calmarle a base de caricias, pero cuando Joan llegó, nos sorprendió desnudos sobre la alfombra del salón y con la verga de su hermano en mi boca.

No pude hablar con él, ni darle una explicación sobre lo sucedido, a la mañana siguiente, cuando me levanté, el equipaje de Joan estaba en el pasillo y él ya no estaba en casa.

Han pasado seis meses, camino pesadamente por la calle cuando oigo una voz que me pregunta si puede ayudarme, es la voz de Joan que me para en seco y tengo miedo de volverme hacia él, aunque después de todo tenía que saberlo algún día. Sus ojos me detallan y lo que ve le asombra, mi bastante voluminosa barriga, mis pechos, que si antes ya eran abundantes, ahora con el embarazo han devenido desbordantes y sobresalen por el escote de mi vestido.

Estás preciosa, me dice, como nunca antes te había visto.

Es por tu hijo, le respondo, y sin manifestar sorpresa, me abraza fuertemente y después me conduce hasta su coche en el que monto sin hacer preguntas. Durante el trayecto, no muy largo, hablamos sobre los meses transcurridos desde su marcha, de mi separación de su hermano.

Detiene el coche ante una bonita casa en las afueras, hasta la cual me conduce. Es mi casa, me dice, y nada más entrar en ella nos fundimos en un estrecho abrazo. Como si el tiempo no hubiera pasado, su boca se adueña de mi boca y su lengua juguetea con la mía hasta que me hace dar la vuelta quedando a mis espaldas; posa entonces sus manos sobre mi barriga, como buscando sentir la vida que hay en ella. Permaneció así un largo rato, para después comenzar a subir sus manos hasta mis senos henchido, parecía redescubrirlos de nuevo, los sopesaba como queriendo medir como y cuanto habían cambiado, los amasaba y pellizcaba mis pezones, quería ser el primero, antes que nuestro hijo, quien los saborease, los lamía, succionaba de ellos, mientras con mis manos a la espalda trataba de desabrochar su pantalón y alcanzar aquella verga que parecía querer taladrarme a través de su pantalón y mi vestido.

En mi estado no podía hacer maravillas, así es que al depositarme con cuidado sobre la cama, me puse de perfil y en forma de 4, para que él se pusiera detrás de mí y alcanzase mi sexo con el suyo, después de varios intentos conseguimos la posición perfecta, y aquel sexo suyo que tanto añoraba, se acopló con el mío y ambos nos desatamos por completo. Solo sé que no salimos de la cama hasta el día siguiente, y que no dormimos en toda la noche, tantas eran las ganas que teníamos el uno del otro.

Joan ha salido y yo estoy escribiendo nuestra historia, mientras él regresa. No me he vestido, no vale la pena hacerlo porque sé que en cuanto llegue, volveremos de inmediato a hacer el amor, y solo de pensarlo, mi sexo y toda yo esperamos impacientes su llegada.