Regalo de cumpleaños

Un joven es sometido a una prueba para certificar el control de calidad de su sumisión...

El Volvo gris metalizado se detuvo frente a un hombre inmóvil.  La ventanilla eléctrica bajó un poco y la conductora pregunto:

-¿David?

El joven asintió con la cabeza y ella dijo sonriendo:

-Suba al coche.

David subió inmediatamente murmurando un tímido "buenos días".  La mujer sonrió de nuevo y le preguntó:

-¿Trajiste los papeles?

Era el signo convenido.  David le mostró su carné de identidad, ella lo miró, sonrió satisfecha y cogió su teléfono móvil.

-Perfecto, todo en orden.

David, mientras tanto, deslizó su mirada hacia las largas y bellas piernas de la conductora, y pudo ver también sus pies.  Calzaba sandalias negras de tiras.  Era un modelo que dejaba casi al total descubierto sus bonitos pies.

Escuchó la conversación que mantenía la conductora:

-¿Hola?  Soy Clara  Sí, ya estoy con él.  Todo está bien…No, no es necesario. Vamos hacia allí.

No podía ver su pié derecho, probablemente ocupado en apretar el acelerador, pero desde su posición David disponía de un ángulo de visión suficiente como para poder entrever el pie izquierdo y sus uñas pintadas de color rojo brillante.

-Bueno, ¿te gustan mis pies, no? Créeme, sólo te falta babear.  Me estoy pensando seriamente cobrarte por mirar, dijo ella en tono burlón.

David se ruborizó por haber sido cogido in fraganti y no fue capaz de articular palabra.

Clara le miró con sonrisa burlona y le dijo: Todo está bien, al menos en lo que a mí respecta.  Podemos hacer lo acordado.  Nos vamos.

Instantes después, arrancó el coche, apretó el acelerador y el BMW se perdió entre el tráfico

Habían llegado.  Se trataba de una casa aislada fuera del núcleo urbano de Buenos Aires rodeada por una verja que acotaba un pequeño jardín.

Clara abrió la verja que daba acceso a la casa y entró en la casa seguida por David.  Para su sorpresa, apareció un joven musculoso de talla mediana, un físico realmente atlético.  El joven se aproximó y, sin decir una palabra, se postró delante de Clara, humilló su cabeza hasta el suelo, cerca de sus pies, y murmuró unas palabras de bienvenida.  David se percató de que su espalda, desnuda, mostraba unas inquietantes estrías rojas.  Clara, mientras tanto, contemplaba al joven desde arriba, cruzada de brazos, con mirada excrutante.  Al cabo de unos segundos, elevó con su pie la mandíbula del joven hasta que cruzaron sus miradas, le miró, le sonrió y le dijo:

-gracias por venir a saludar, pero ahora debes irte.

Puso su sandalia sobre su hombro y empujó con fuerza, de tal modo que el muchacho salió despedido hacia atrás.  Inmediatamente, desapareció por donde había venido.

-Acabas de conocer a mi marido, dijo Clara a David.  Le he entrenado personalmente y cada vez es más eficiente

Clara entró en el salón seguida a corta distancia por David.  Se sentó en un enorme y mullido sillón de terciopelo azul.

-Quítate la camisa.

David obedeció la orden sin discutir.  Notaba que su pulso se aceleraba, y que verdaderamente comenzaba el punto de no retorno.

-Arrodíllate aquí, frente a mí.  Baja la cabeza hasta el suelo y  pon las manos extendidas en el suelo.  Bien, buen muchacho.

-¿Así que no tienes experiencia como sirviente, no es así?  Teoría sólo, mucha teoría.

Estas son las clases prácticas.

Me pareces especialmente dócil.  Y me cuesta creer que ninguna mujer hasta ahora se haya dado cuenta de tus cualidades

Clara posó su sandalia sobre la espalda de David.  Por primera vez en su vida, sentía el contacto de una suela sobre su piel desnuda.  Era una suela algo rasposa, sin duda sucia, pero a su propietaria no parecía importarle demasiado porque se entretuvo varios minutos en pasársela por la espalda, como si quisiera limpiarse sobre él

-¿Estás dispuesto a aceptar todas las humillaciones que se le ocurran a tu ama?

Dijo Clara en tono irónico.

-Sí, señora.

Clara retiró el pie de la espalda de David en ese momento.  David, que tenía la cabeza pegada al suelo, pudo ver entonces un primerísimo plano del pie derecho de Clara.

-Y, ¿estás dispuesto también a soportar sufrimientos? Preguntó de nuevo Clara. Mientras decía esto, pisó con su sandalia la mano de David, e incrementó la presión hasta que consiguió que un quejido saliese de su boca.

-Ayy, se quejó David.

-¿Qué quiere decir ayy, David? Eso es una onomatopeya, y recuerda que yo te he preguntado si estás dispuesto a sufrir por mí.  Ese ayy es un sí, un "haré lo que pueda" o un "no estoy seguro"?  Responde, David, se te acaba el tiempo.

-Estoy dispuesto a sufrir para agradarla, señora.  Intentaré sufrir todo lo que pueda.

Y trataré por todos los medios sufrir sin quejarme.

-Bla, bla, bla.

Hablas mucho, David.  A partir de ahora, quiero hechos, comportamientos, actitudes.

Recuérdalo, grábalo en tu mente.  ¿Sabes una cosa?

Me aburren los blanditos.

Clara cesó su presión sobre la mano de David y tomó por fin asiento en el sillón.  Cruzó sus piernas de tal manera que su pie derecho se balanceaba al mismo nivel del rostro de David, que mantenía su mirada hacia el suelo.  Se divirtió unos instantes rozando su pelo con la sandalia, o directamente tocando su cara que parecía interponerse en la trayectoria que describía su pie al balancearse.  Podía notar la respiración de David cada vez más nerviosa, sabía que él no miraría el espectáculo.  Finalmente,  posó su sandalia sobre la cabeza de David.  Mientras jugueteaba con su pelo, le dijo:

-Una vez más, te recuerdo que estás aquí para demostrar tu interés y determinación por servir a tu ama.  A partir de ahora, no quiero escuchar ni una palabra tuya, a menos que yo te autorice expresamente.

Los perros no hablan.  Los siervos no hablan mi idioma.  Por tanto tú no hablas.  ¿Estás entendiendo ?

Clara tomó la barbilla de David con la punta de su sandalia y elevó su mentón, de forma que sus miradas pudieran cruzarse.  No pudo contener una satisfecha sonrisa al leer en la mirada de David la completa aceptación de las condiciones.  Carla se entretuvo entonces moviendo con su pie la cabeza de David de derecha a izquierda, y pudo comprobar que David obedecía mansamente al más mínimo impulso de su pie sin oponer resistencia.  Finalmente, devolvió la cabeza de David a la posición inicial, inclinada hacia el suelo.  Continuó aleccionándolo:

-Cuando tu señora regrese a casa después de una larga jornada laboral sus pies estarán cansados.  Parece natural que su siervo la reciba en loa puerta de casa para procurarle el confort que ella merece…Supongo que estás plenamente convencido de eso.  Tienes una buena predisposición para la sumisión, pero sé que ante todo eres fetichista.  Y eso es peligroso, porque a menudo los fetichistas os concentráis demasiado en la veneración –y disfrute vuestro- de vuestro fetiche, y olvidáis con frecuencia que servir comprende también otras áreas.  Creo que va siendo hora de que me demuestres tus capacidades para servir eficazmente.  Comenzaremos por algo que te gusta: vas a besar mis pies despacio y muy delicadamente, muy suavemente. Muéstrame hasta qué punto te gustan mis pies, adóralos, venéralos, tómate tu tiempo…..

Sin más esperar, David aproximo sus labios a su pie y depositó un ligero beso, justo en el empeine.  Después, otro, y después comenzó a besar sus dedos uno a uno.  Le resultó más difícil bajar aún más su cabeza para poder besar con mucho cuidado la planta y el talón.  Sabía perfectamente que no podía provocar cosquillas con sus movimientos.

-Sí, sí, me gustan tus maneras.  Ahora, vas a desatarme las sandalias…pero sin utilizar las manos, claro. Házlo bien: voy a estar observando.  Y ten en tu mente mi orden. He dicho desatar, no quitar. Así que procura no tirarlas al suelo.

David comenzó a desatar la tira de la sandalia izquierda de Clara con sus dientes, interrumpiendo la acción regularmente para cubrir de besos el pie de su señora.  Al cabo de varios minutos había finalizado esa delicada operación.  Ella cruzó entonces sus piernas para presentarle la sandalia derecha.  Se cumplió el mismo ceremonial, y cuando la tuvo desatada, Clara se divirtió unos instantes haciéndola balancear justo frente a sus ojos, en un difícil movimiento de equilibrio puesto que sólo permanecía unida a su pie por la punta de sus dedos.  David se quedó inmóvil, sin saber qué era lo que ella esperaba de él.  Y, de repente vió cómo, con un hábil movimiento de su pie, Clara hizo volar la sandalia a través de la habitación… La orden siguiente no se hizo esperar:

-Tráela.

David obedeció dócilmente.  La vergüenza que sentía sólo se atenuaba por el hecho de que no podía ver la mirada irónica de Clara.  Caminó a cuatro patas hasta llegar a la sandalia, que había ido a parar contra la pata de una silla, y bajó su cabeza para cogerla  con sus dientes.  Cuando la tuvo sujeta, volvió para entregársela a su señora igual que hubiera hecho un perro.  Depositó la sandalia a los pies de Clara y permaneció con la cabeza humillada hacia abajo.

-Buen chico.  Aprendes pronto e intuyes cómo me gustan las cosas.  Probablemente, por eso prefiero los hombres a los perros.

Los hombres son más fáciles de entrenar.  Bueno, quédate aquí, ahora regreso.

Y no ladres.  ¿O no sabes ladrar ?

La joven se levantó del sillón y salió de la habitación dejando a su sirviente arrodillado, inmóvil como un mueble.

Habían pasado varios minutos, y el sonido sordo de los pies desnudos de Clara indicó a David su retorno inminente al escenario de su entrenamiento.  De repente, notó que algo se posaba en su espalda y presionaba hacia abajo.  Inmediatamente se dió cuenta de que era el pie desnudo de Clara.

-¿Quién soy? Escuchó.

David dudó unos momentos y en seguida dijo con voz baja:

-Clara.

-No he oído bien, dijo la joven.

-Clara, dijo David, ahora con voz más alta.

La joven tomó de nuevo asiento en el sillón.  Levantó la barbilla de David con su pie derecho primero, y luego con el dedo índice su mano, hasta que lo tuvo entre sus piernas.

Inesperadamente, un sonoro bofetón se estampó en la mejilla de David.

-¿Quién soy?

David, totalmente aturdido porque no esperaba eso, volvió a pronunciar su nombre, pero antes de haber terminado, otra bofetada, esta vez con la otra mano, casi hizo saltar las lágrimas de sus ojos.

David reflexionó rápidamente, recapacitó sobre la conversación que Clara había tenido con él, y, como iluminado por una luz, emitió un ladrido.

-Guauuuu.

-Bien, dijo Clara.  Has demostrado reflejos, y capacidad para rectificar errores.  Estoy segura de que estos episodios cada vez serán más infrecuentes.

David pudo ver entonces que Clara había traído un plato con un pedazo de pastel.

-Es la hora de comer.  Para mí.  Otra cosa que debes aprender: me gusta que mientras estoy comiendo mi marido se dedique a lamerme los pies.  Eso me procura sensaciones…mmm voluptuosas.  ¿Habías lamido alguna vez los pies de una mujer?

¿Sí? ¡Estupendo!.

A ver cómo te desenvuelves. Vamos, puedes comenzar.

Clara cruzó de nuevo sus piernas y David aproximó sus labios hacia la planta de su pie.  En seguida notó que había pequeñas partículas de suciedad, probablemente procedentes del viaje a la cocina que Carla había hecho con sus pies descalzos, o quizá estaban ahí ya antes.  Eso no era muy de su agrado, y comenzó a inspeccionar las "partículas intrusas" hasta que sintió un fuerte golpe en su rostro.

Había sido el pie de Clara.

-Vamos, indeciso.  A qué esperas, ¿a que oscurezca ?

Mortificado, el joven comenzó a lamer el pie de Clara, aunque con reticencia.  No estaba acostumbrado a lamer pies sucios.  Ninguna de las mujeres que había conocido antes le había dado una orden parecida.  También estaba sorprendido por el sabor salado muy pronunciado, pero rápidamente olvidó todo eso y se puso a lamer más ávidamente.  Un olor muy suave emanaba del pie de Clara, penetrante sin ser agresivo

Lamió también afanosamente los dedos, engulléndolos golosamente y bañándolos de saliva.  Olvidadas las malditas partículas de suciedad, olvidada la transpiración, parecía tomar conciencia de su verdadera razón de ser en la vida, que no era otra que permanecer bajo los pies de aquella joven que lo dominaba con tanta naturalidad.  En realidad, estaba haciendo lo que siempre había ansiado.  Ser un lamepies.

Clara observaba satisfecha todos sus movimientos mientras comía el pastel.  Podía notar cómo sus pies estaban totalmente húmedos por la acción de la lengua de David, y eso tenía un efecto enormente placentero y relajante sobre ella.

Miró sus dedos, algo pringosos de la crema del pastel, y se dedicó a acariciar con ellos el pelo de David.  Era una forma más de humillación.  Otra manera de hacerle comprender que no era más que un objeto utilitario ante sus ojos.

-No te desenvuelves mal hasta ahora.  Pero falta un detalle….

Se levantó del sillon y continuó hablándole.

-Algunas señoras no se contentan con una actitud servil.  Quieren un sirviente sólido, resistente, bien preparado físicamente.

Vamos a empezar.  Túmbate en el suelo, boca abajo.  Y levántate sobre tus brazos.

David obedeció en seguida.

-Ahora vas a hacer flexiones.  Cuando estés en posición alta, cuentas en voz alta.  Cuando bajes hacia el suelo, me das un beso en el pie. Es fácil. Vamos, puedes comenzar.

David, un poco temeroso ante semejante orden, comenzó el ejercicio.  Hacia arriba y hacia abajo, contando las veces y besando los pies de Clara.  Cinco, seis, veinte flexiones.  A partir de ese momento comenzó a experimentar algunas dificultades.  Cuando llevaba veinticinco, sintió el pie izquierdo de Clara sobre su espalda, justo cuando estaba besando el derecho.  Elevarse fue un calvario debido a la presión suplementaria…veintiseis…El peso del pie de Carla sobre su espalda, pese a que ésta no hacía presión, se hacía insoportable.  ¿Hasta dónde querría llegar?  Cuando llevaba veintinueve, todos sus músculos se contrajeron.  Besar el pie de su torturadora se volvió casi un imposible.

-Si no llegas a treinta y cinco, no estaré contenta.

Treinta y uno, el pie de Clara era una auténtica losa sobre su espalda.  Treinta y dos: el beso sobre el pie de Carla parecía no acabar nunca, porque David parecía incapaz de levantarse.  Treinta y tres: la elevación resultó casi milagrosa porque David ya no creía en ella.  La treinta y cuatro no llegó, porque David se desplomó sobre el pie izquierdo de Clara y ya no se levantó.

Clara fue implacable:

-No, David.

Así no puede ser.  Mi anterior sirviente hacía casi el doble…pero un sirviente fuerte también es un sirviente capaz de encajar golpes.  Imagina, por ejemplo, que tu señora está nerviosa.  Que tiene ganas de desahogarse con alguien.  A mí, cuando estoy en esa situación, me gusta descargar tensión pegando a mi sirviente, probablemente ya habrás intuido eso.  Y a ti, te gustaría ser mi válvula de escape?

Clara acompañó su pregunta de un fuerte golpe de talón en las costillas de David, siempre postrado a sus pies.

-Mi hermana pequeña tiene aún peor carácter que yo, y la mano más suelta…¡A cuatro patas!

-Un nuevo golpe, esta vez con la planta, hizo reaccionar a David.  Se levantó penosamente a cuatro patas.  Un inesperado golpe con el empeine en su vientre lo devolvió a la posición original, tumbado en el suelo.

-Levántate, vamos. ¡A cuatro patas!

El castigo continuaba, metódico y cruel.  Cada golpe minaba su resistencia un poco más, se levantaba y volvía a caer sin solución de continuidad.  Finalmente, su capacidad de respuesta se esfumó, y quedó tendido exhausto a los pies de Carla, con los ojos semicerrados.

Estaba dolorido y agotado física y mentalmente.

-Vaya.

Suspenso en resistencia física, y suspenso en la prueba anti-choque.  No esperaba esto, David.

A partir de ese momento, se hizo el silencio y Clara desapareció.  David quedó inerte en el suelo, incapaz de moverse.  La verdad es que cuando entró en aquella casa no esperaba que la situación iba a ser tan dura.  Se preguntaba qué hacía allí, por qué no se iba para no volver jamás.  Por otra parte, se criticaba a sí mismo porque siempre había tenido ese tipo de fantasías, incluso más fuertes, y siempre se había lamentado de no poder llevarlas a la práctica.  Esto que estaba viviendo ahora  era la práctica.  Reflexionó sobre la distinción entre fantasía y realidad.  Su cabeza era un mar de contradicciones, pero unos pasos le pusieron de nuevo alerta.

Vio aproximarse los pies desnudos de Clara.  Se detuvieron a escasos centímetros de su rostro.  Un pie se levantó del suelo y se posó sobre su rostro.  David notó la presión de ese pie, cada vez más intensa, hasta el punto de dolerle.  Sentía cómo los dedos se enredaban entre sus cabellos, y sintió también el talón sobre su mejilla.  Parecía que su rostro se estaba amoldando a la forma del pie de Clara.  La presión se hacía cada vez más fuerte, y David comenzó a sudar y a enrojecerse.  Cuando parecía que su cabeza iba a estallar, cesó la presión, y Carla se sentó en el sillón de nuevo

-Levanta de ahí, holgazán.  Ponte de rodillas, pero mantén la cabeza inclinada hacia abajo.  Debo hablarte.

David se puso en la posición demandada, intentando aguantar el temblor de piernas que le causaba la debilidad producida por el castigo recibido y los nervios acumulados.

-Es más difícil de lo que yo pensaba encontrar un sirviente adecuado.  Tú no lo eres.  Pero, de todos modos, aún así pienso que podrías llegar a serlo… a menos, claro, que durante este tiempo hayas cambiado de opinión. ¿Has cambiado? Estoy esperando tu respuesta….Ah, y olvídate de que eres un perro.  La voz te ha vuelto por esta vez.  Puedes expresarte con palabras.

David se sintió mal.  Si aceptaba, tendría más de lo mismo.  Si rechazaba, jamás se perdonaría haber perdido la oportunidad por la que siempre suspiró.  Las palabras salieron de su boca casi sin él darse cuenta:

-No, no he cambiado de opinión.  Estoy totalmente de acuerdo en seguir a prueba.  Las condiciones iniciales han sido respetadas.  Por eso, señora, le ruego que continúe con mi entrenamiento. Creo que puedo mejorar….

-Excelente, estoy seguro de que gustarás a mi hermana pequeña.  Vas a ser su primer sirviente.  Hasta ahora ella sólo ha  podido desarrollar su evidente talento natural como dominadora con su marido.  Estoy segura de que estará muy feliz de poder poseer un segundo sirviente.  Además, creo que eres su tipo de hombre.  Creo que le gustarás

Clara miró al hombre que tenía arrodillado ante ella.  Mantenía su mirada baja, humilde, sumisa.  Sonrió satisfecha y tomó su teléfono móvil.

-Hola, hermanita.  ¿Qué tal tu cumpleaños?  ¿Bien? Pásate por casa, tengo aquí tu regalo.  Ah, yo no voy a estar.  Debo salir a hacer unas compras.  Te lo dejo en la entrada….

-Sígueme.

David caminó a cuatro patas detrás de Clara hasta la puerta principal.

-Ponte boca abajo.

David se puso boca abajo enfrente de la puerta principal, y sintió cómo Clara pasaba una especie de cinta alrededor suyo.  En seguida se apercibió de que se trataba de cinta para envolver regalos.

-Así. Y ahora, el lacito.  Ah, y una tarjeta.

-Te gusta la tarjeta, David? Mira, léela.

La tarjeta decía: "Felicidades, hermanita.  No lo rompas, no tiene garantía".

-Uff, cada día cuesta más elegir los regalos.

Esa fue la última frase que David escuchó de los labios de Clara.  Ésta desapareció para volver minutos más tarde y desaparecer tras la puerta sin decir nada

Santiagoo

santiagoo_f@yahoo.es