Regalando abrazos indirectamente

Ella levanta una mano en señal de buena fe… pero algo cambia en la actitud del chico, la coge de la mano, la acerca a ella y la estrecha entre sus brazos. Un abrazo.

Ahí estaba yo. Tumbada en una cama, con una televisión encendida y tres cabezas flotando en el ambiente. La chica, la más alejada de mí, apoyaba un vaso de cristal contra la pared, intentando descifrar las palabras que borbotaban al otro lado de la pared.

Yo era la que más ganas tenía de saber qué pasaba en la habitación adyacente. Lo único que delataba mi ansiedad era mi respiración. Aplasté la cabeza contra la almohada, intentando acompasar mis bocanadas de aire. El tiempo se me estaba haciendo eterno.

¿Qué estaba pasando?

Las otras cabezas desplazaron rápidamente sus ojos a la televisión. Era inútil. No se podía oír nada, ni un murmullo. Desistimos, y nos decimos interiormente que lo más probable es que nos enterásemos de todo con lujosos y jugosos detalles… pero esta ansiedad me mataba.

La almohada se ha vuelto dura… y reconozco rápidamente el olor. Su olor. Mi corazón empieza a bombear sangre a todo mi cuerpo, una reacción a ese aroma.

A partir de ahora es cuando pierdo totalmente la cordura y la razón.

Oigo la puerta abrirse… un minuto de silencio.

Y luego se abre a puerta de la habitación. La chica tiene los ojos llorosos. Él parece que ha sido derribado por un boxeador profesional y que le han noqueado de lo lindo. Tiene la mirada perdida.

Me levanto de su cama, y él ocupa el lugar que yo había usurpado.

Hay momentos de silencio, preguntas varias. Yo estoy deseando saber qué  ha pasado en esas cuatro paredes. Quiero ver la escena del crimen.

Abandono la habitación de los chicos para dirigirme a mi habitación, al lado de la suya. Ninguna de las camas parece haber sufrido daños.

Nuestra televisión está apagada, y todo está en su sitio. Bueno… al menos sabemos que no hubo peleas, además no hubo gritos.

Mi cama parece un lugar demasiado estable para el caos de mi cabeza. Me acurruco entre las sábanas, y luego me entristezco cuando me doy cuenta de que esta almohada no huele a él. Lanzo un breve suspiro.

La rubia y la morena entran en escena. Una empieza a desnudarse mientras la otra no para de pegar botes de alegría y de autosatisfacción.

Empieza a mover la lengua y a emitir palabras. Explicaciones, arrepentimiento, sentimientos enterrados que han vuelto a ser tocados por la luz del sol, disculpas, sollozos… Todo en ese orden.

-Bueno, entonces… ¿amigos?

  • Sí, se podría intentar – dice el chico.

Ella levanta una mano en señal de buena fe… pero algo cambia en la actitud del chico, la coge de la mano, la acerca a ella y la estrecha entre sus brazos. Un abrazo. <<

¿¿¿Qué???

Un solo sentimiento me cruzó el cuerpo de la cabeza a los pies: celos.

Hasta hace cuatro horas escasas se odiaban a muerte. ¿Qué ha pasado aquí?

¡Ah, sí, vale! Fui yo la que ha provocado esto encerrándolos en la misma habitación para que, una de dos: se matasen o se acostasen juntos. Curiosamente, no he conseguido ninguna de esas dos.

¿Y qué he conseguido? Que Él la abrazase a ella.

¡A Ella! Al que utilizó, manejó y zarandeó como a un trapo viejo, a Él y a su corazón.

Y la siguiente cuestión es…  ¿qué le ha pasado? ¿Por qué ahora, después de estos meses, la trata con tan suma dulzura y cariño, mientras que yo sólo recibo las migajas de los panes devorados? No he obtenido nada de él, sólo las sobras.

¿Y por qué el sollozo de esa pobre chica nos ablanda el corazón? Yo consigo encerrarlos en la misma habitación y Él la abraza con devoción.

¿Acaso ha recordado sus sentimientos por ella? Sus sonrisas, sus gestos, sus abrazos… ¿has sido todo este tiempo sólo para ella?

¿Y yo qué?

Y ahora estoy aquí… regalando abrazos indirectos, muerta de envidia y celos, bajo una fina sábana blanca y una almohada que no huele a nada.