Reformas en mi culo I

El muy guarro entró en el piso, se desabrochó el pantalón y se sacó el rabo

El balcón de mi salón da a un callejón. Es tan estrecho el callejón, que desde mi balcón se ve todo lo que pasa en el piso de enfrente y viceversa. Hasta hace poco vivía una anciana, pero de la noche a la mañana ya no la vi más. El piso quedó cerrado hasta hace un mes, que de pronto vi que las persianas se abrían y un matrimonio daba vueltas por el piso mirándolo todo. Ella tenía una pinta de maruja amargada, que parecía que no le gustaba nada del piso. Sin embargo, él parecía bastante entusiasmado. Lo miré bien y parecía atractivo. Tendría unos 50 años, pelo negro, medio alto, con un poco de barriga. Un papi chombo de los que me ponen perra. En alguna ocasión me pilló mirándolo y le saludé para disimular. Le pregunté por la anciana y me dijo que era su madre y que la habían tenido que llevar a una residencia. Se llama Juan. Me dijo que iban a reformar el piso y que disculpara si molestaban mucho. Le dije que no se preocupara. Me gustó oír su voz tan grave.

Al cabo de una semana llegó el primer equipo de reforma. Eran tres obreros que se iban a encargar de derribar paredes y suelos. Un marroquí alto y delgado, un ecuatoriano más bajito, pero se veía fuerte. Ambos eran jóvenes. El último un español. Parecía el capataz porque estaba hablando con Juan. Era medio calvo, de unos 50 años también con barriga. Al rato Juan se fue y ellos empezaron a trabajar. Estuvieron toda la mañana picando pared y suelo. Durante ese día yo los miraba de vez en cuando. Me gustaba ver a esos hombres darle duro al trabajo. El ecuatoriano marcaba unos buenos brazos. El marroquí se dedicaba a otra pared y el capataz estaba por la parte de atrás del piso, así que no pude verlo. Más de una vez el marroquí me pilló mirándolos, sobre todo al ecuatoriano. Decidí pasar a la provocación. Me desnudé y me puse un tanga negro. Al rato volví contoneando mi cuerpo mientras cruzaba el salón e iba a la cocina. En esa ocasión no miré, pero al girarme para volver al salón vi al marroquí mirándome, le saludé y volví al salón. Seguí provocándoles toda la mañana. De vez en cuando me agachaba frente a la ventana, quería que el ecuatoriano me viera bien el culo. No tardó en quedarse mirándome durante unos segundos. Alguna vez comentaban algo entre ellos, pero no podía oírlos, aunque sabía que hablaban de mí. Cuando llegó la hora de comer, vi que el capataz se iba del piso y ellos dos se ponían a comer en el suelo. Yo me preparé una ensalada y salí al balcón a comer. Me quedé de pie comiendo para que los obreros me vieran bien. Cuando acabaron de comer, el ecuatoriano salió al balcón y se puso a mirar su móvil no sin antes dedicarme un repaso. Lo saludé y me di la vuelta para entrar en casa, caminando lentamente para que viera bien mi culazo. De pronto oí un silbido y al girarme el ecuatoriano estaba agarrándose fuerte el paquete mientras me sonreía. Volví al balcón.

-          ¿Te has quedado con hambre mami? – me preguntó

-          Depende de para qué - le dije

El muy guarro entró en el piso, se desabrochó el pantalón y se sacó el rabo. Un rabo moreno y gordo. Empezó a golpeárselo con la mano y me hizo un gesto para que fuera. Qué fácil había sido. Yo me vestí y fui en busca de mi postre. Cuando entré en el piso, Félix, el ecuatoriano, se acercó a mí con el rabo fuera. Olía a sudor y me quedé embriagado.

-          Omar dice que pasa. Mejor para mí – me dijo. Y me cogió la cabeza y me obligó a agacharme. Empezó a golpearme la boca con la polla. Olía a meado y sudor y como una buena guarra, abrí mi boca y se la agarré fuerte con los labios, como dándole un bocado. Era gorda pero aun así pude meterme un buen trozo. El soltó un bufido. El sabor aun era mejor. Gusto a polla de macho. De haber estado currando un buen rato. Dejé que me impregnara bien la boca y empecé una buena mamada.

-          Buah, que boquita más caliente tienes. ¡¡Moro tienes que probarla!!

Omar estaba de pie mirando como devoraba la polla de su compañero. Yo lo miré sin dejar de chupar la picha de Félix, la cual ya estaba dura.

-          Enséñame ese culito que he visto antes – me dijo

Me puse de pie sin dejar de comer polla. Me quité la camiseta y el pantalón, mostrándole mi tanga negro.

-          Oh si mami, qué rico – empezó a acariciarme las nalgas – el moro y yo decíamos que tienes culo de tía - y me dio una buena palmada fuerte. Yo me quejé de placer. Él empezó a restregar el hilo del tanga por mi raja. Yo separé las piernas de gusto. Él empezó a restregar su mano por mi raja. Se notaba rugosa pero bien grande.

-          Quiero metértela – me pidió, pero le dije que sin goma no lo hacía.

-          Pues chupa chupa – me ordenó. Se quitó la camiseta dejando ver unos buenos abdominales y un pecho fuerte. Me cogió la cabeza y me metió la polla hasta los huevos. Empezó a follarme la boca, haciendo que se llenara de babas.

-          Como la aguantas cabrona - No dejó de follarme la boca mientras gemía de placer, hasta que me avisó que se corría, llenándome de una buena cantidad de lefa.

-          Buah…menuda mamada – me soltó la cabeza. Yo escupí en el suelo y seguí chupando hasta dejarle el rabo limpio. Él empezó a acariciarme el culo.

-          ¡Mañana no te libras mami – Y plas! Al incorporarme vi al moro pegado a la pared, haciéndose una paja. Tenía una buena polla, no tan gorda como la de Félix, pero si larga. Yo caminé lentamente mientras me tocaba las tetas.

-          Prepárate moro que vas a flipar – dijo Félix mientras se subía los pantalones. Al llegar a la altura del moro me agaché, pero no dejó que se la chupara.

-          Córrete en mis tetas Omar – Cogí mis pechos y me lo apreté para que se imaginara que eran dos buenas tetas de tía. Él siguió meneándose el rabo hasta que empezó a soltar varios chorros de leche que fueron a parar a mis tetas. Yo restregué todo el semen del moro por mi pecho mientras le guiñaba un ojo. Él sonrió.

Los dejé trabajar y volví a mi casa. Durante la tarde seguí paseándome en tanga por mi salón y de vez en cuando ellos miraban y se reían o se tocaban los paquetes. Cuando el capataz miraba yo me escondía y no entendía de qué se reían sus trabajadores. Estaba deseando que llegara el día siguiente para volver a ver a mis obreros…