Reflexiones de un hombre cercano a los 40
Mi primera realidad: me encantan los jovencitos de menos de 20 años.
Hola de nuevo. Sigo siendo el mismo tipo que conocieron en mi primer relato, si bien un poco más viejo. El mismo tipo cercano a los 40, casado, con una vida buga que los demás podrían calificar de exitosa. Estoy lejos de ser un figurín, sobre todo comparado con estos muchachitos, pubertos tardíos, que se ven por todos lados hoy en día. Estos chicos, con apenas quince a dieciocho años a cuestas, tienen todo lo que necesitan, y lo tienen perfectamente en su lugar.
Debo confesar que me siento increíblemente atraído hacia ellos. Todo el tiempo me sorprendo a mí mismo mirando sus figuras casi infantiles; esbeltos, ágiles, con ropa demasiado aguada, que a pesar de eso no alcanza a disimular sus atractivos cuerpos juveniles. Fantaseo con ellos cuando los veo en los centros comerciales, andando en palomillas con actitudes un tanto afeminadas que me resultan increíblemente atractivas. Me encantan sus pelos parados, hábilmente acomodados para parecer casuales. Me encantan sus aretes, piercings, cadenas, pulseras, colgajos y demás accesorios que armonizan tan bien con su estilo. Me encantan también sus jeans holgados, que amenazan con caer al suelo a no ser por un cinturón que los ajusta por debajo de la línea del vello púbico. A veces, no entiendo cómo esos pantalones logran permanecer en su lugar, y me pregunto si debajo de aquellos jeans, que frecuentemente dejan ver el resorte de unos boxers tipo Calvin Klein, se encontrará una verga que haga juego con tan sensual figura. Me imagino un miembro grande aún en estado de flacidez, prácticamente lampiño, coronado solamente por una mata de vello púbico suave y fresco en la parte superior. Me imagino también unos huevos grandes y ricos, sin un solo pelo, haciendo juego con este magnífico pedazo de carne.
Fantaseo con la posibilidad de encontrar a uno de ellos sólo en un baño. Me imagino que me acerco a un mingitorio y veo a uno de estos jóvenes ocupando el de junto. Discretamente me asomo, y para mi asombro veo una verga de gran tamaño, a pesar de estar en estado de flacidez. De ella sale un chorro dorado potente. El chico no me ha notado. A pesar de su aspecto despreocupado, este muchachito ejerce una rara influencia sobre mí. Su figura afilada, sus nalgas redondas, que apenas se alcanzan a distinguir debajo de los pantalones, me ponen loco. Sin embargo, no quiero parecer inoportuno. Me quedo parado junto a él hasta que no sale una gota más de ambos, aterrorizado del momento en que él decida guardarse tan hermosa verga en la bragueta y salir. Decido que debo hacer algo para llamar su atención, por lo que carraspeo levemente y el chico me voltea a ver.
Por primera vez puedo ver su cara. Es un chico de no más de 18 años. Es perfecto: con pelo y ojos negros, blanco, completamente lampiño, peinado hacia arriba de forma desordenada. Su nariz afilada y boca un poco grande le dan un aspecto juvenil, irresistible para mí. Sin duda es guapo, y aunque sus ojos son grandes y aparentemente expresivos tiene un cierto vacío en la mirada que hace evidente que su mente está en otra parte. Lleva una playera de manga corta bastante ajustada, que le delinea un torso delgado, increíblemente sensual. Usa un cordón al cuello con un pendiente que no alcanzo a entender, así como varias pulseras de plástico y cuentas que complementan su estilo relajado.
Hace un rato que el chico ha dejado de orinar, pero se ha quedado parado allí, sin hacer nada, seguramente habiendo detectado mi interés, y esperando a que haga algún avance sobre él. No creo gustarle; más bien creo que le llamó la atención la posibilidad de probar algo diferente de la rutina a la que está acostumbrado durante sus visitas al centro comercial. No me preocupa demasiado si me encuentra o no atractivo. Instintivamente, guardo mi instrumento en el pantalón y doy unos pasos hacia atrás, para meterme a uno de los cubículos de los excusados. Dejo la puerta abierta mientras lo observo permanecer inmóvil un par de minutos más, como asimilando la idea de que algo podría suceder.
Me empiezo a desilusionar, pensando que el chico tal vez haya tenido suficiente aventura por hoy, y prefiera reunirse con la palomilla que sin duda lo estará esperando afuera. Para mi sorpresa, él voltea, y casi sin verme camina hacia adentro del cubículo. Yo me hago hacia atrás para permitirle el paso. No me dice nada, simplemente está allí, parado, emulando a Raquel, la estatua de la vida contemplativa que flanquea al Moisés de Miguel Ángel. Parece más bien un Adonis moderno, si bien poco expresivo, que la fortuna puso en mi camino el día de hoy. Este estado de pasividad, lejos de desilusionarme me excita, por lo que mi verga comienza a reaccionar dentro de mis pantalones, mientras con una mano cierro la puerta del cubículo.
Decido romper el momento poniendo una mano encima de su paquete, mientras que con otra mano le acaricio ligeramente el pecho, metiendo mi mano hasta alcanzar un pezón. Siento que su verga se empieza a apretar contra mi mano, a pesar de que su cara sigue mostrando muy poca expresión. Bajo el cierre de su bragueta lentamente, para encontrarme con los boxers que asomaban desde el principio por encima del cinturón. Desabrocho la hebilla con una mano, y logro liberar el botón que es el último sostén del holgado pantalón, permitiendo con esto que caiga hasta sus pantorrillas. Las piernas del chico son tal cómo me las había imaginado: delgadas pero fuertes, correosas y totalmente lampiñas. Se alcanza a notar una fuerte erección que apenas se puede contener debajo del boxer, que resulta ser a cuadros amarillos y verdes.
Me hinco frente a él y con ambas manos bajo el calzón hasta las pantorrillas, para dejar salir el premio mayor. Es una preciosa verga que supera todas mis expectativas. Es larga, aunque no muy gruesa, blanca, recta; verdaderamente perfecta. Aunque el chico sigue sin mostrar emoción alguna, su verga está completamente parada, y muestra grandes venas que la cruzan de principio a fin. Este hermoso pedazo de carne está rematado por una cabeza grande, brillante, impecable, que la hace completamente apetecible. Por debajo de tan perfecto palo cuelga un par de huevos grandes, hermosos y completamente lampiños. El conjunto es impecable.
No resisto más y me meto este manjar de un solo golpe a la boca. Siento cómo su glande llega hasta lo más profundo de mi garganta, y hago un esfuerzo por comérmela toda. Pasa la garganta, llegando hasta dentro de mí. Empiezo a chuparla como si no hubiera mañana. Siempre me ha gustado mamar una verga rica, especialmente si es grande. Me encanta el olor fresco, ligeramente perfumado de su palo, que va perfectamente de acuerdo con el sabor dulce y suave que comienza a dejar en mi boca. Me encanta que mi recién encontrado Adonis no haga grandes esfuerzos por metérmelo o sacármelo, sino que siga allí, parado, casi estático, dejándome a mí hacer todo el trabajo. Sigo en la tarea, decidido a lograr que el chico se venga en mi boca. Empiezo a meterme y sacarme su trozo cada vez más rápido, mientras que con ambas manos acaricio primero, luego aprieto firmemente la parte de la verga que no me alcanza a entrar en la boca. Siento cómo aquel maravilloso pedazo de carne empieza a mostrar síntomas claros de excitación, a pesar del rostro completamente inexpresivo de su dueño. La cabeza comienza a crecer, y toda aquella maravillosa verga se pone cada vez más dura, grande y sabrosa.
Por fin, logro mi cometido. Siento que un chorro caliente me golpea el paladar, seguido de otros cuatro o cinco más. A pesar de que es demasiado, hago un esfuerzo por tragarme todo el líquido, sin desperdiciar ni una sola gota de tan preciado manjar. Sigo chupando y limpiándolo con mi boca, hasta que no queda rastro.
Subo sus boxers y pantalones permitiéndole a él que los arregle de acuerdo con su particular sentido de la moda. El chico da la vuelta y sale del cubículo sin articular palabra. Yo me quedo adentro, dispuesto a hacerme una tremenda puñeta con el sabor de sus jugos en mi boca. Oigo cómo él camina hacia la salida, y alcanzo a escuchar un suspiro conforme se aleja del lugar. Increíblemente, me emociona la única muestra de sensibilidad recibida de aquel extraño, y la guardo dentro de mi corazón como si fuera una declaración de amor. Hay cosas más importantes, La puñeta puede esperar.