Reflejos dorados

Mirando desde su ventana...

Reflejos dorados

Andrés abrió los ojos sin saber por qué. La luz gris de un día más iluminaba el dormitorio. Giró la cabeza para ver que ya eran las 10:30 de la mañana. El silencio llenaba toda la casa. Los niños estaban en el colegio, su mujer probablemente habría salido. Se incorporó, se sentó en la cama y respiró profundamente con los ojos cerrados.

Hacía ya 3 semanas que había perdido su trabajo como periodista en una pequeña radio local. No fue buena idea enfrentarse a las ideas del nuevo jefe sin saber que podría llegar a ser tan cabrón. Desde el día que lo echaron no había sabido reaccionar. Su mujer casi no le hablaba, quedaban aún muchas facturas que pagar. Hasta ese momento, Andrés no supo lo desgraciado que era. Se encontraba sólo e incomprendido, el divorcio llamaba a su puerta. 42 años y en la calle. No encontraba la salida de ese agujero. Todavía ni siquiera había llegado al fondo, la caída era larga. Cuando llegara abajo se iba a hacer más daño aún, eso lo tenía claro.

Mientras tanto, como cada mañana, esperaba varios minutos sentado en su cama, solo en casa. De la cama al baño, a sentarse esta vez en la taza del váter y volver a pensar en lo difícil que era todo en esta puta vida cuando te sales del camino. Después, como siempre, se miraba al espejo –"los elefantes del zoo tienen mejor tipo que yo"- pensó mientras veía su flácida polla reflejada. La última vez que hizo el amor con su mujer fue hace casi un año, la última vez que folló con ella fue la noche anterior a que le despidieran. Seguramente no volverían a repetirlo.

En la cocina le esperaba el desayuno. Abrió la nevera buscando algo que llevarse a la boca. Una cerveza fue lo más apetecible que encontró. Sería la primera de las diez que se bebería aquel día. La cerveza era últimamente su mejor amiga. Andrés en calzoncillos, con una botella en la mano, la lluvia suave cayendo tras las ventanas y la vida pasando despacio. Todo era cada vez más patético. Debía salir a buscarse la vida y no convertirse en un amargado pero todavía no podía, y menos aún con sólo media cerveza en el cuerpo.

El timbre sonó dos veces. Muy despacio fue a la habitación y se pusouna camiseta. No era cuestión de enseñar la barriga a cualquiera. Mientras se dirigía a abrir la puerta el timbre volvió a llamar sonar y se sorprendió imaginando que tras la puerta estaría la joven vecina del segundo dispuesta a llevar a cabo su fantasía más poderosa. Abrió pensando en eso a la vez que tenía la certeza de que no iba a suceder y que, aunque así fuera, su polla inerte y su ánimo apagado no le serían de gran ayuda. Efectivamente

Buenos días, ¿es usted Andrés Alonso?

Si…….

¿Me firma aquí, por favor?

..

Gracias, que pase un buen día.

"¡Un buen día! ¡Será hijo puta! ¡El cabrón me trae una multa y me desea un buen día! Por lo menos podrían venir tías buenas a traer las jodidas notificaciones de los cojones…"

Rasgó el sobre con la seguridad de que era otra multa que no iba a pagar. Así era, 90 euros por mal aparcamiento. Esa no la recordaba, seguramente fue su mujer…. Arrugó el papel y lo tiró hacia la mesa sin preocuparse de dónde caía.

Necesitaba más fuerza de voluntad para vestirse y salir a la calle. Tenía que ir a hablar con algunos antiguos amigos para ver si podían darle algún trabajillo con el que salir adelante. A él en realidad le apetecía más escapar de ese pueblucho y emigrar a Madrid para no volver jamás. Pero su amada esposa no quería ni oír hablar del tema.

Dando vueltas por la casa, puso en marcha el equipo de música. Los programas de actualidad de la radio no decían nada más que estupideces inflamadas. Un CD de Sigur Ros fue la solución más rápida para hacer callar esas voces inútiles. Mientras sonaban esas melodías de hielo, Andrés deambulaba por la casa con la segunda cerveza de la mañana en la mano. Recorría su piso acercándose a cada ventana, mirando al exterior desde esa quinta planta. Las nubes estaban dejando paso al azul. La atmósfera se aparecía limpia después de tres días de lluvia que habían dejado las calles brillantes.

Al llegar a la ventana del salón, Andrés vio movimiento en la cuarta planta del edificio de enfrente, un bloque de ladrillo marrón igual de horrible que el suyo. Tras unas finas cortinas blancas casi transparentes, un hombre con el torso desnudo se paseaba por el dormitorio. Debido a la distancia y al velo de la cortina no lo veía muy bien, pero si podía comprobar que era un hombre joven y musculado. El joven se sentó a los pies de la cama y, segundos después, una mujer se paró delante de él. Andrés tampoco la distinguía con definición, pero era suficiente para ejercer de mirón por una vez. Una camiseta de manga larga blanca y una falda roja era su vestimenta. Un cinturón de cadena dorado emitía reflejos brillantes cuando recibía los rayos de sol que entraban ahora con fuerza por la ventana.

El joven se levantó y parecía, que comenzaban a besarse . "¡Qué suerte tienen algunos!" "Ya me gustaría a mí poder tirarme a una tía tan buena ahora mismo" – pensaba Andrés mientras deseaba que se pusieran a follar con él de espectador. La mujer se deshizo de su camiseta y mostró unas espléndidas y redondas tetas. Andrés estaba realmente cerca, unos 10 metros que separaban la desesperación de una vida triste del sexo de un hombre y una mujer que se amaban. Su polla empezó a pulsar bajo los raídos calzoncillos. Varios días sin haberse masturbado hicieron el resto: se sacó la verga y empezó a tocarse suavemente mientras observaba semioculto tras las cortinas blancas de su ventana.

Los pantalones del hombre del edificio de enfrente ya debían estar por los tobillos y una polla dura y plenamente erecta brincaba en el aire. De nuevo se sentó al borde de la cama y atrajo hacia sí a la mujer que se iba a follar. Estando ella de pie, metió las manos bajo la falda y sacó de un tirón una pieza de tela negra que debían ser sus bragas, y muy despacio, la sentó sobre su verga. Ya debía estar empalada hasta el fondo. La mujer empezó a moverse arriba y abajo sobre el mástil de carne caliente que la penetraba. Al principio lentamente, luego cada vez más rápido hasta convertirse en un polvo bestial.

Andrés se pajeaba con fuerza al ritmo de los saltos que daban las tetas que estaba viendo casi sin creérselo. "Joder, qué buena está la cabrona; cómo se la están follando. Ya me gustaría a mí tener una mujer así en mi cama" . Había dejado la cerveza en el suelo para disponer de sus dos manos;, estaba plenamente concentrado en su paja y en correrse viendo esa escena. Enfrente, la mujer seguía cabalgando mientras su cinturón despedía destellos dorados en cada uno de sus vaivenes. Andrés comenzó a soltar su leche en largos chorros calientes que se estrellaron en el cristal. Mucho tiempo sin correrse, una buena paja. Se quedó con la cabeza apoyada en la ventana a la vez que parecía que sus vecinos habían terminado su polvo. La mujer se colocaba su camiseta, el hombre estaba tendido sobre la cama.

Unos trozos de papel de cocina sirvieron a Andrés para limpiar el desastre de la ventana. Recogió todo pensando en el cuerpazo de la tía a la salud de la cual se había masturbado. "¿Sería guapa de cara? Seguro que sí, con ese cuerpo no podría ser de otro modo".

Tumbado en el sofá decidió que esa mañana tampoco saldría a la calle. Mañana sería otro día, lo intentaría entonces, la vida gris seguiría esperándole ahí fuera. Sin darse cuenta se quedó dormido. Le despertó el ruido de las llaves en la cerradura. Se levantó y recorrió el pasillo hasta cruzarse con su mujer.

Eeeeeehhh…hola Esther.

Hola, ¿hoy tampoco has sido capaz de salir a la calle, no? – dijo ella con tono agrio.

Andrés no contestó. No pudo reaccionar cuando su mujer giró al final del pasillo para entrar en el baño y un destello luminoso surgió del cinturón dorado que ceñía su falda roja.