Reencuentro y frenesí - Bienvenida al sexo (2/2)

Buscando reconciliarme con un antiguo amigo de la adolescencia, acabamos desnudos en mi cocina y salí desflorado... Ocurrió un viernes del julio de 2017, yo tenía 19 y él a punto de cumplirlos. En esta segunda parte contaré mis primeras experiencias anales y el desenlace con mi amigo.

Damià: es bailarín, así que cuidar su cuerpo es parte de su profesión. Ya en 2017 tenía muy buen físico, labrado a base de entrenar. Hombros anchos, cintura perfilada… Es bastante alto, me saca casi una cabeza. Tiene la piel morena, pelo negro rizadísimo, la nariz grande, muy pecosa, y ojos oscuros. De su cuerpo, lo que siempre me ha enloquecido más son sus labios anchos y oscuros.

Yo: Mido 1,77. Aunque no tengo los músculos de Damià, también me cuido. Entonces llevaba el pelo al estilo militar, siempre me ha parecido sexy. Mis ligues suelen piropearme por mis ojos, verde pardo, y los hoyuelos que marca mi boca rosada. Soy blanco, aunque tampoco pálido. Además, tengo la suerte que la madre Naturaleza me fabricó con dos nalgas propensas a amelocotonarse. (Damià y Pol son pseudónimos)

ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DE MI PRIMER RELATO REENCUENTRO Y FRENESÍ (1/2) : para seguir mejor el hilo de la historia y leer la escena en la cocina, te invito a echarle un vistazo ( https://www.todorelatos.com/relato/184532/ )

Antes de poder comentar nada, escuchamos pasos y la voz de mi madre:

– Ahora vuelvo, voy al baño.

A ambos se nos detuvo la circulación. Estábamos prácticamente en pelotas en medio de la cocina. La puerta estaba abierta y para llegar al baño des del balcón había que pasar por delante. Como por instinto, me levanté de un salto, lo empujé para meternos debajo de la mesa y arrastré la ropa hacia nosotros. Des del pasillo, no se nos veía en ese ángulo. Aun cagado de miedo, estar desnudo escondiéndome al lado de Damià, sintiendo el calor que irradiaba, me puso muy burro. Entonces caí en la cuenta de que me había tragado la leche de Damià inconscientemente, mientras nos escondíamos...

...Empecé a acariciarle la mandíbula suavemente y nos miramos a los ojos. Mi madre había pasado de largo, sin fijarse en los platos a medio lavar que habíamos dejado en la encimera de la cocina. Nos besamos en silencio.

– ¿Y si vamos a un lugar más privado?— susurró Damià. Asentí. Nos vestimos como pudimos, acuclillados bajo la mesa, y nos dirigimos hacia mi habitación. En el pasillo nos cruzamos con mi madre, que preguntó si habíamos acabado con los platos y le mentí. Ella explicó que tenía que ir a una reunión con unos clientes, que los padres de mi amigo también se iban. Sentí un pinchazo en la entrepierna: ¿casa sola? Conteniendo la emoción, saboreando aún el semen de Damià, me giré hacia él y le pregunté:

– ¿Qué quieres hacer? — Damià entendió lo que estaba ofreciéndole. Puso cara de ángel y le dijo a mi madre que si no molestaba, se quedaría en el piso un rato.

– ¡Tú siempre eres bienvenido aquí, Damià! —respondió mi madre. Sus padres tampoco tenían planes con él, así que no se opusieron a que se quedara. Unos minutos después ya les dijimos que adiós, adiós. Justo había cerrado la puerta de entrada cuando sentí a Damià abrazarme por detrás, besándome el cuello. Ahora el apartamento entero era  "un lugar más privado".

La polla empezó a crecerme de nuevo. Me giré y empezamos a liarnos allí mismo, recostados contra la puerta. Me dijo que besaba muy mal y se rio. Yo le pisé suavemente un pie:

– Pues nen enséñame— des de mi primer beso con Damià, hacía tres años, no había triunfado demasiado respecto a los líos. Él puso cara de póquer y soltó:

– Ahora mejor aprenderemos otras cosas. Ven. - me cogió de la mano y me guio por mi propia casa hacia la salita. Se sentó en el sofá e hizo que me sentara a su lado. Mientras me besaba, me fue desvistiendo. Yo me dejaba hacer, con la polla echando líquido de nuevo. Se separó de mí un poco, mirándome a la cara:

– No esperaba que fueras virgen... Aunque sí suponía que hoy acabaríamos más o menos así —rio. No reí, la verdad yo no sabía ni más ni menos que íbamos a acabar a mamadas en una cocina. No sabía cómo tomarme su comentario. Él siguió—. Por eso vengo preparado.

Él aún iba vestido. Metió la mano en un bolsillo de su pantalón y sacó unos condones. El tío lo había vuelto hacer. Otra sorpresa.

– ¿Llevas toda la mañana con eso en tus pantalones? — él asintió: que hasta venía con la lavativa hecha. Me preguntó si no querría usar esos condones. No dije nada, lo cogí por la nuca y me lo acerqué para besarlo bien besado. Después del morreo, se levantó y lentamente se desnudó de nuevo, delante de mis ojos. Su cintura parecía de escultura clásica. Volvió hacia mí para pajear mi ya tiesa verga, mientras le acariciaba el culete precioso. Hizo que me estirara en el sofá y se acuclilló justo encima de mi cara. Qué vista… Sus nalgas morenas, fibradas y redonditas, enmarcaban un ano oscurito e impoluto. Todo bien exfoliado, depilado e hidratado. Sus bolas colgaban más allá de su perineo, y su polla se erigía por encima de mi cuerpo. Yo nunca le había comido el culo a nadie, así que improvisé. Levanté el cuello y con las manos separé bien los glúteos de Damià. Con la lengua empecé a sondear la zona. Entonces Damià me cogió las manos y las situó encima de sus muslos. Después bajó el culo hasta quedar estampado contra mi cara, y empezó a restregarse contra mi boca. Entre gemidos, iba dándome consejos sobre cómo mover la lengua. Sentir la piel de sus nalgas contra mis mejillas me trastornaba. Empecé a morrearme con su ano, succionándolo. El tío gritó como nunca. Tuve que apartarlo un poco y decirle que cuidado: en ese edificio siempre ha habido varias marujas y marujos. Él murmuró una disculpa y con una mano me acercó de nuevo a su agujerito. Seguimos un rato así. Mientras le besaba el culo, él me la mamaba con devoción. Al cabo de un rato, se incorporó y dijo:

—Listo?

Yo claro que lo estaba. Me hizo permanecer estirado. Cogió un condón y le quitó el envoltorio de un mordisco. Se arrodilló, con mis piernas entre las suyas, mientras me miraba con la boca entreabierta. Me puso el condón y se colocó encima de mi polla. Empezó a restregar la raja de su culo contra mi miembro. Mientras, yo le acariciaba los pectorales y los pezones. Bajó la cabeza para besarme en la mejilla y, de una sentada, se metió toda mi polla dentro. Sí que tenía experiencia mi querido amigo. Levantó la cabeza hacia el techo, con los ojos cerrados.

—Es más gorda de lo que pensaba— dijo, con un hilo de voz. No sé por qué, oír eso me llenó de convicción. Lo estiré sobre mí y empecé a succionarle el cuello, mientras movía las caderas muy suavemente. Al cabo de unos minutos, Damià ya estaba rebotando contra mi cuerpo. Sentirme en sus entrañas me hacía quererlo aún más. Le besaba todo lo que podía, le acariciaba, le rasguñaba, lo que fuera para estar en contacto con su cuerpo entero… Él apretaba sus glúteos para sentirme bien, se movía sobre mi verga como si de un dildo se tratara. Yo intentaba hacer un poco de mi parte, moverme. Pero en general, cuando lo hacía, se me salía la polla del ano de Damià. La falta de experiencia y el frenesí. Él pacientemente se reintroducía mi verga y volvía a ordeñarla con su culete. No duré mucho. Sin poder avisar, grité mientras me abrazaba a Damià, enfundando mi pene completamente en él mientras me corría. Como si fuera mi primer orgasmo, una electricidad dorada me atravesó el cuerpo. A la mierda los vecinos, no podía parar de gemir.

Después de venirme, nos quedamos un rato así estirados. Sentía su cabeza contra la mía, su esfínter alrededor de mi tronco. Con los dedos le dibujaba eses en la espalda. Entonces se incorporó un poco y dijo que ahora me tocaba a mí. La punta de su rabo me rozaba la barriga. Yo ya estaba flácido pero se apreciaba que él seguía con ganas. Salió de encima mío y se dejó caer sobre el sofá, meneándosela. Me quitó el condón y me dijo que me pusiera boca abajo, paralelo al respaldo del sofá. Antes de hacerlo, mirándole, me di cuenta de que yo llevaba tres años deseando lo que estaba a punto de pasar. Pero bajé la mirada hacia su polla y una duda me asaltó.

—Me va a doler?— El también se miró la polla. Entonces dijo:

— Ah, ostia! No me acordaba, también vengo preparado para esto.

Desapareció por el pasillo un momento y volvió con un botecito de lubricante en la mano. Me guiñó el ojo mientras me lo enseñaba. No pude evitar reírme. Lo tenía todo pensado el nene. Me estiré como decía. Noté como sus manos calientes me abrían las nalgas. Comentó que lo tenía bien limpio y me escupió en el ojete. Aunque aún nunca me había hecho una lavativa, siempre he sido cuidadoso con mi higiene allí abajo.

Mi culo no ha sido nunca ni de lejos tan fibrado como el de Damià, pero tengo la bendición de ser bastante nalgón. De repente sentí una palmada en el culo. Instintivamente, gemí y alcé el culo, sacudiéndolo, como provocando. Mi amigo se lanzó directo a besármelo. Me agitaba las nalgas, me las mordía, me lamía, con los dientes me estiraba los pelitos, me penetraba con la lengua, se morreaba con mi agujero. Yo gemía como una gata en celo. Damià también recorría la lengua por mi perineo, mis bolas, mi polla, la cual volvió a levantárseme con vigor. Tras unos minutos de amor hacia mi culo, se separó de mí. Escuché un "chuf". Se inclinó para mordisquearme las orejas. Mientras lo hacía, sentí algo frío contra el ano. Era su dedo, cubierto de lubricante. Empezó a dedearme lentamente, mientras me decía que ese estaba siendo el mejor polvo de su vida. Yo me mordí los labios y apreté el esfínter, acariciándole el dedo. La sensación en mi culo era muy rara. Supongo que mi cerebro se debatía entre huir de ese intruso o esperar a ver. Y entonces Damià me llegó a la próstata. Los ojos se me viraron hacia atrás, se me puso el cuerpo entero en tensión. Nunca en la vida había experimentado algo así. Mi cerebro pasó de debates y empecé a mover el culo para que siguiera rozándome allí. Damià rio un poco y me susurró al oído:

—Bienvenido.

En aquel momento no pillé a qué se refería, solo gemí. Pero aquello iba a ser la bienvenida a mi verdadero despertar sexual. Me acabó metiendo hasta tres dedos. Después se apartó y me preguntó si quería ponerle el condón. Me dio morbo. Se sentó a mi lado y me incorporé. Me pasó el sobre, que no supe abrir. Lo abrió él con facilidad y me dio la goma. Mientras se lo ponía dijo:

—Espera que está del revés.

Yo le miraba la polla con codicia. Quería eso contra mi próstata ya. Cogió él el condón y se lo colocó correctamente. Volví a echarme como antes. Damià aplicó un poco de lubricante en mi ano y sobre su polla. Me dio unos golpecitos con el rabo en cada nalga, luego sentí una presión en mi esfínter. Dolía. Él avanzaba lentamente. Cuando yo ya pensaba que estaba todo dentro, se alegró porque ya me había entrado todo el glande y me besó en la mejilla. Solo el glande. Menudo glande. La penetración inicial dolió menos de lo que esperaba. Pero dolió. Una vez me había ensartado hasta el final, se dejó caer encima mío. Sentí una confianza brutal hacia él. Su cuerpo existiendo físicamente dentro del mío, como minutos antes había sido a la inversa. En un escalofrío, solté un tembloroso t’estimo .

Él exhaló y empezó a bombearme apasionadamente, rozándome la próstata con cada embestida. Mi polla babeaba preseminal a chorro. Con mis manos me abría las nalgas para Damià. Él me pasó un brazo por el pecho y los labios por el cuello. Me giré para mirarlo. Tenía los ojos entrecerrados, estaba rojizo con la boca entreabierta. Me penetraba con vigor, pero la expresión de su cara era muy tierna. Rocé mis labios contra los suyos. Me besó y sacó la polla de mí. Me dijo que me diera la vuelta, cosa que hice. Me cogió los pies y los recostó contra sus pectorales. Volvió a entrar dentro de mí. Empezó a mover las caderas lentamente, mientras susurraba que me amaba. Me puso una mano en el cuello y apretó ligeramente. Yo le cogí la mano con la mía, dejando entender que me gustaba. Y mucho. Con la mano que tenía libre le cogí de la cadera para moverlo hacía mi. Debimos estar así unos diez minutos, hasta que me la sacó de sopetón, se quitó el condón y se movió para apoyar su glande sobre mis labios rosados. Le miré a los ojos y noté cinco potentes chorros contra mi boca. Cuando impactaron contra mi cara me asusté, pero tragué lo que pude. Le miré a los ojos. Percibí un ligero cambio. No sabía muy bien a qué se debía.

Quise chuparle la polla, pero se apartó. Me relamí el semen que tenía alrededor de la boca. Me abalancé a besarle, pero volvió a apartarse. Toda la lujuria que había sentido hasta ahora desapareció de un soplo.

— ¿Qué pasa? — Le pregunté, temiendo otra pelea.

Lo que pasó después fue un poco drama. Decía que ahora veía muy claro que lo que había entre nosotros era más que amistad y vicio. Dijo muchas cosas, sin mirarme a la cara, y se fue. Sin decir adiós casi. Estuvimos unas semanas sin hablarnos. Acabé entendiendo que ya no era homofobia lo que le echaba atrás, sino que al estar tan enamorado, se sentía vulnerable y eso le daba miedo.

Y ya estamos en 2022. Evidentemente, desde 2017 nos hemos vuelto a ver. Medio hicimos las paces y durante un año y pico tuvimos una relación rara, muy apasionada, casi de telenovela. Muchos altibajos, sin nunca llegar a ser novios. Otra historia. El tiempo pasó y ambos nos acabamos cansando. Él se fue a Madrid por trabajo y allí encontró novio. Yo me encanté de una compañera de clase, en la universidad (estoy a punto de sacarme Enfermería). Ahora Damià y yo somos solo amigos, aunque nunca hemos vuelto a conectar como antes. Decidí escribir este relato porque hace poco soñé con Damià, pasando sus labios por mi cuello. Corriéndose en mi boca en medio de la cocina. Aún echo de menos aquel viernes caluroso en que perdí la inocencia…

FIN.