Reencuentro y frenesí (1/2)

Buscando reconciliarme con un antiguo amigo de la adolescencia, acabamos desnudos en mi cocina y salí desflorado... Ocurrió un viernes del julio de 2017, cuando yo tenía 19 años y él estaba a punto de cumplirlos.

Damià: es bailarín, así que cuidar su cuerpo es parte de su profesión. Ya en 2017 tenía muy buen físico, labrado a base de entrenar. Hombros anchos, cintura perfilada… Es bastante alto, me saca casi una cabeza. Tiene la piel morena, pelo negro rizadísimo, la nariz grande, muy pecosa, y ojos oscuros. De su cuerpo, lo que siempre me ha enloquecido más son sus labios anchos y oscuros.

Yo, Pol: mido 1,77. Aunque no tengo los músculos de Damià, también me cuido. Entonces llevaba el pelo al estilo militar, siempre me ha parecido sexy. Mis ligues suelen piropearme por mis ojos, verde pardo, y los hoyuelos que marca mi boca rosada. Soy blanco, aunque tampoco pálido. Además, tengo la suerte que la madre Naturaleza me fabricó con dos nalgas propensas a amelocotonarse. (Damià y Pol son pseudónimos)

El tren ya había entrado en Girona. Mi móvil sonó, era Damià. Decía que ya estaba en la estación, con su madre también, que se había acercado un momento para saludar a la mía. Se lo expliqué a mamá y ella sonrió. Nuestras madres se habían llevado muy bien, tiempo atrás. Yo estaba muy quieto y callado, intentando no mover el pie, ni mostrar de ninguna manera que estaba muriéndome de nervios. Desde 2014, solo había visto a Damià un par de veces, siempre en cumpleaños de amigos comunes, casi sin saludarle. No sabía si ser frío con él o sonreírle, si abrazarle o esperar a que él hiciera el primer paso. Pensé que quizás lo mejor era ser prudente: Damià es un cabezota de manual y podía seguir cabreado. Aun así tenía muchas ganas de verle... En el viaje en tren ya había ido dos veces al baño, sin poder frenarme, para "rebajar ilusiones" pensando en sus labios carnosos y firmes, imaginándolos por mi cuello. Pero me dije que por el momento me mostraría distante.

Aquel caluroso viernes, mi madre tenía que ir a Salt (provincia de Girona) por trabajo y me había propuesto que porqué no subía con ella y así ya pasábamos allí el finde. Yo por entonces estaba un poco saturado de la humedad de Barcelona, así que accedí a la propuesta... En Salt mamá tiene un pisito: mi abuelo era de allí y, poco antes de fallecer, le cedió el apartamento donde vivía a sus hijas. Aunque suele estar ocupado por inquilinos, aquel mes estaba vacío.

Llegamos a la estación. Al salir del edificio, nos encontramos con Damià y su madre, allí de pie. Él estaba más alto de lo que recordaba y se le habían ensanchado los hombros, de donde le pendía una riñonera. A su lado, su madre parecía mucho más bajita de lo que es en realidad. Por lo demás, mi antiguo amigo había cambiado poco. Piel marrón claro, algunas pecas, el pelo rizado rapado por los lados, mandíbula afilada enmarcando esa boca abundante y oscura... Su madre es negra, oriunda de Guinea Ecuatorial, y su padre blanco, nacido en Salt. Ambos guapísimos, su hijo es una obra de arte. Me acerqué, sonriendo, dejé caer la maleta y abracé a Damià, todo sin soltar ni un hola. Mientras lo estrujaba contra mí, recordé que estaba en misión ser distante . Con las mejillas ardiendo, me separé de él y le saludé secamente. Él arqueó las cejas, visiblemente conteniendo una sonrisa, y me preguntó que qué tal en el tren. Su madre hizo una broma sobre las ganas que teníamos de vernos. Se notaba que ni ella ni mi madre sabían del mal rollo que había entre los dos.

Me explico. En 2009, la crisis nos acabó dejando a mis padres y a mí en la calle. Tuvimos que dejar Barcelona e irnos a Salt, donde vivimos cinco años con mis abuelos. Como es de esperar fue un momento difícil para mí, muchos miedos y demasiadas novedades. Damià fue mi primer amigo en mi nuevo cole. Fue quien más me ayudó a aterrizar en Salt, con el tiempo nos volvimos carne y uña. Ya entonces estaba colgadísimo por él, aunque no me di cuenta hasta 2014, en la fiesta mayor de Salt, con 16 años. En el típico botellón de fiesta, todo el mundo bebió un poco demasiado y claro, con mi amigo pasó lo que tenía que pasar. Solo fueron unos besos (muy torpes) a escondidas, algún toqueteo tímido. Suficiente como para entender que nos amábamos. Pero desde aquella noche, Damià empezó a distanciarse de mí. Además, aquel verano mis padres y yo volvíamos a vivir a Barcelona. Justo el día antes de partir definitivamente, fui a hablar las cosas con él y acabamos a gritos y lágrimas, él decía que él marica para nada. Desde entonces (aunque ya no me pasa), siempre que iba a Salt, se me comían los nervios por dentro. Así que tras tres años de silencio, cuando mi madre me dijo de subir, decidí que ya no me daba la gana sufrir cada vez que íbamos allí. Ni quería extrañar más a Damià. Con un venazo, pedí el número del chico a una amiga en común y me puse en contacto con él, diciéndole de ir a dar una vuelta. Él (para mi sorpresa) accedió rápidamente: que la mañana de aquel viernes tenía unas cosas que hacer en Girona y que me esperaría en la estación.

Y allí estábamos. Nuestras madres, alegres de verse, acordaron que iríamos a comer a nuestro pisito después que ambas hubieran acabado de trabajar. Nos despedimos de ellas y cada una se fue por su lado. Y allí nos quedamos, los dos solos, por primera vez desde la pelea de 2014. Yo temblaba. Él miraba como por tic hacia la izquierda. Le pregunté si había terminado los recados que tenía en Girona. Me miró fijamente, sin entender. Después abrió mucho los ojos y dijo algo como (hablamos catalán todo el rato, pero lo traduzco):

– Ooh! Sí, sí, era rápido –soltó. Se rascó la nuca nerviosamente y me fijé en lo fuertes que tenía los bíceps. Me di cuenta de que lo de los recados en Girona se lo había patillado como excusa. Por alguna razón eso me relajó un poco y me dio valor para forzarme a decir:

  • ¡Nen, que estás cachas que te cagas! ¿Qué has hecho?

– Tu tampoco vas mal – dijo riendo. Me explicó que estaba haciendo danza, que le encantaba y quería dedicarse a ello, aunque lo tenía difícil porque había empezado relativamente tarde. Y así empezó la mañana. Fue mucho mejor de lo que esperaba, pero aun así, me daba cuenta de que seguía habiendo cierta tensión, ciertos temas que evitábamos. Mientras paseábamos le expliqué mi vida. Que tal y cual. Él me habló de la suya. Ya debían ser casi las dos cuando dijo que había estado mirando para afiliarse en alguna asociación en plan pro queer y antirracista por Girona. Me quedé de piedra. Antirracista no me sorprendió, ya desde pequeño, Damià no aguantaba gilipolleces de nadie. ¿Pero pro queer? ¿Damià pro queer? Lo miré, quieto. Él se giró hacia mí, con la mirada baja.

– Pol... En aquella fiesta –se refería a la de 2014 –, me asusté mucho. Lo que hicimos... Me parecía mal, pero fue tan guay... Y tan gay... –rio un poco, nerviosamente – Bueno, que me ha costado lo suyo aceptarlo... Que me hiciste ver que soy gay. Nunca te dije nada porque… Joder, no sé. Lo siento.

Yo flipaba. No sabía qué decir, ni qué sentir. Y para mi vergüenza, se me había puesto la polla como una roca. Justo cuando iba a responderle, le sonó el teléfono. Su madre: que donde estábamos, que nos recogía con el coche y nos acercaba al piso de mi familia, que la comida estaba lista. Anticlímax total. La esperamos allí, casi sin mirarnos. Volvía a sentir los nervios del tren.

La comida fue muy extraña. El padre de Damià también estaba allí. Los tres adultos se lo pasaron de coña, no paraban de reír. Damià intentaba seguirles el juego, aparentar, aunque sudaba mucho y dudo que fuera por el  verano. Yo estaba medio en la luna. Le daba vueltas a las palabras de mi amigo. Me fijaba sin querer en los músculos de su cuello, en como se movían cuando hablaba. Cuando acabamos, mi madre salió al balconcillo a fumar, acompañada de los padres de Damià. Nos dijeron que ya que no habíamos preparado nada de la comida, que lavásemos los platos.

Al principio, nos hablamos lo justo para decidir quién enjabonaba, que sería yo, y quién enjuagaba, o sea mi amigo. Después silencio. Damià me iba mirando, pero yo hacía como si nada. A veces nos rozábamos el brazo sin querer, o nos tocábamos las manos al pasarnos alguna olla. Sonará cursi, pero solo con eso me puse a cien. La polla me palpitaba y para ocultarlo, iba girando el cuerpo un poco. Pero cuando lo hacía, notaba los ojos de Damià sobre mis nalgas y volvía a girarme. Y así hasta que en un momento, mientras mi amigo quitaba el jabón de una sartén, se le cayó, o más bien se echó, un chorro de agua sobre la camiseta. Soltó un "Ay" impostado y me dijo si me molestaba si se quitaba la camiseta. Yo no pude evitar resoplar y abrir los ojos como platos. De reojo miraba como la tela empapada marcaba sus deliciosos abdominales. Entre temblores, le dije que no pasaba nada, internamente queriendo echarme encima suyo y huir a la vez. Dijo que guay y se la quitó. Se quedó mirándome de frente. Algo en la mirada le había cambiado. Ya no parecía tan nervioso. Vaya pectorales me traía el chaval ¿Y esas tetillas oscuras? Divinas. Que ganas de lamérselas. Pero no. Aún había ese abismo entre los dos. Le miré fijamente a los ojos y le pasé un plato enjabonado. Sonrió (me derretí) y se giró a echarle agua. Me fijé en el olor a sudado que desprendía Damià. En general odio ese olor. Pero por alguna razón, en Damià solo me hacía querer besarlo más y más, por todas partes. Un hilillo de pelo le bajaba del ombligo hasta debajo el pantalón. Que ganas de acariciar esos pelitos con la cara. Cuando dejó el plato, recuerdo que me preguntó:

  • Tío debes estar muriéndote de calor. Mira como me sudas ¿No quieres que te quite la camiseta? –que cabrón. Ya no pude más. Me abalancé sobre el chico, buscando su boca con frenesí. No me dio ni tiempo a sacarme el jabón de las manos, se lo esparcí por las mejillas, por su cuello y hombros. Él me devolvió el beso y el cerebro se me frio. Me apretaba fuerte contra su torso sudado. Me sacaba casi una cabeza. Con habilidad, me arrancó la camiseta. Se veía que no era la primera vez que lo hacía. Empezó a mordisquearme el cuello y a acariciar mis pezones rosados. Gemí, estaba en el cielo. Damià me miró y susurró que no hiciera mucho ruido. Entonces recordé que nuestros padres estaban en el balcón, que no estábamos solos. Eso me dio un poco de respeto, mi madre aún no sabía que soy bisexual y no quería que lo descubriera de esa forma. Pero Damià empezó a lamerme un pezón y me olvidé de todo. Hasta me ponía, hacer algo así a escondidas en medio de la cocina. De los pezones empezó a bajar, a besos, por mi torso delgado. Llegó al vientre y me lo mordió.

Ahora estaba de rodillas frente a mí, yo echando preseminal a toda hostia. Mientras me besaba el miembro por encima del short, me miró con vicio. Me bajó todo de golpe y fue directo a lamer mis huevos. Aún nunca me había rasurado allí abajo, pero tampoco soy muy peludo. A él parecía encantarle. Lamía y succionaba mis testículos como loco, mientras restregaba mi polla por su cara. Por fin sentía esos labios bien intensamente. Verlo así me llenó de un amor inmenso. Reuní el valor suficiente para acariciarle la cabeza y dirigirla hacia la punta de mi pene. Él se dejaba hacer, iba besando cada milímetro por donde pasaba su boca. Una vez tuvo la cabeza de mi polla contra sus labios, empezó a succionar suavemente.  Primero empezó a jugar con el glande y después bajó para tragarse todo el tronco. Mi polla es de longitud media y puedo decir que bastante gordita. Por ancha que sea, Damià tragaba sin problema. No paraba de mirarme con esos ojos café, que le lagrimeaban un poco. Arriba abajo, arriba abajo.

– Si me sigues mirando así... –Entonces Damià se sacó mi polla de la boca y se incorporó. Con su cara muy cerca de la mía susurró:

– Uy no, no te corras aún - sonrió con lujuria y me besó. Después hizo presión con la mano para que bajara por su cuerpo. Intenté imitar lo que él me había hecho, mordisqueando su cuello, bajando a esas tetillas oscuras preciosas, besando su perfilado torso de bailarín, resiguiendo con la nariz el hilillo de pelo que le bajaba por el vientre... Me notaba un poco torpe, por ser la primera vez, pero Damià igualmente resoplaba como un toro. Se bajó los pantalones de golpe y su miembro salió disparado, golpeándome el mentón. Agarré sus nalgas depiladas y firmes con las manos y le devolví la mirada a ese pene erecto que apuntaba hacia mí. Es un poco mayor que el mío, un par de centímetros más, aunque nunca se lo he medido. Muy oscuro de color, lo recorren unas venas hinchadas y termina en un prepucio que apenas contiene su magnífico glande tipo seta. Una gota de preseminal le bajaba de allí. Como por instinto, cogí la gota con la lengua para después meterme, a duras penas, el cabezón de Damià en la boca. Cerró los ojos y suspiró. El olor y el sabor genital de mi amigo se me subieron a la cabeza y empecé a tragar como desesperado, buscando llenarme por completo de Damía. Tras unos minutillos, me frenó con la mano y dijo:

– Es tu primera vez?— Yo, con su polla aún en la boca, levanté una ceja a modo de interrogación ¿Por qué me lo preguntaba justo ahora? Él lo pilló y aclaró:

– Los dientes— se rio. Yo me saqué el pene de su boca. De repente, ya habiendo saboreado el nabo de mi amigo, me entró cierta timidez. Le dije que sí, que era virgen. Damià esbozó una sonrisa boba, extasiado—. Joder.

Me cogió de la cabeza y de un empujón me metió toda la polla hasta la garganta. Sentía sus huevos contra la barbilla. De repente se contorsionó y noté que se le hinchaba el miembro. Noté rachas de calor líquido contra la garganta ¡Qué sabor tan peculiar! ¿Se estaba corriendo? Me entró una arcada y tuve que sacarlo de mi boca. Qué gustazo sentir como salía de sopetón. De la polla le salía una gota blanca. Antes de poder comentar nada, escuchamos pasos y la voz de mi madre:

– Ahora vuelvo, voy al baño.

A ambos se nos detuvo la circulación. Estábamos prácticamente en pelotas en medio de la cocina. La puerta estaba abierta y para llegar al baño des del balcón había que pasar por delante. Como por instinto, me levanté de un salto, lo empujé para meternos debajo de la mesa y arrastré la ropa hacia nosotros. Des del pasillo, no se nos veía en ese ángulo. Aún cagado de miedo, estar desnudo escondiéndome al lado de Damià, sintiendo el calor que irradiaba, me puso muy burro. Entonces caí en la cuenta de que me había tragado la leche de Damià inconscientemente, mientras nos escondíamos...

(Continuará :P)