Reencuentro sexual con Beki, una ex particular
Su recuerdo me vino con insistencia a la memoria unos meses antes de mi divorcio, como un mal augurio. Sin embargo, en vez de nubes negras, trajo luz para superarlo. Necesité convertir el recuerdo en realidad y me atreví a hacerlo. Y no sabéis cuánto me alegro de que haya pasado...
No me preguntéis por qué, pero tenía la sensación de que este encuentro iba dirigido a terminar en la cama sí o sí y que, además, hacía falta que fuera así. Y, lo mejor de todo, es que no era una forma de cerrar una puerta, de sellar una historia. Si no que, por el contrario, iba a ser el sello con el que confirmáramos la renovada amistad que ha surgido entre nosotros.
Es la historia con una ex que, en su momento, se vivió de un modo particularmente traumático y que terminó mal. Muy mal. Una historia que nos mantuvo separados durante casi diez años y que, hace algo más de uno, se fue poniendo en marcha hasta terminar en el encuentro que tuvimos recientemente y que he venido a contaros.
Pues eso, que, hace algo más de un año, y por razones que no vienen al caso, Beki empezó a colarse en mis recuerdos con más frecuencia de la habitual y siempre de un modo amable. Todo lo contrario a lo que eran los recuerdos que me quedaron de ella el día que nos dijimos adiós sin siquiera decirlo.
Yo creo que fue una premonición, que mi cabeza se vio la tormenta que me sobrevolaba y decidió empezar a buscar elementos de defensa. Y, no me preguntéis por qué, Beki le pareció uno oportuno.
Bueno, va, os lo cuento. Yo aún no lo sabía pero estaba a unos meses de mi divorcio. Aunque, debe ser, mi inconsciente ya se lo olía...
Y lo cierto es que, durante el huracán, el recuerdo de Beki fue muy oportuno porque provocó una sinergia entre nuestra ruptura y la que estaba viviendo en ese momento que favoreció que entendiera muchos errores y perdonara muchas cosas; Tanto de una, como de la otra. Su recuerdo me hizo fuerte y a ella hermosa. Alguien a quien merecía la pena recuperar.
Así que, un día, decidí perdonarme por la mala relación que le di a Beki en su momento, acepté que merecía la penitencia que tuviera que venir y me puse en contacto con ella.
Nunca olvidé el número de su móvil, ni siquiera el de su DNI. Hay algunos elementos que nacieron durante nuestra historia que siguen presentes en mi presente: el llavero que siempre acompaña a la llave de mi coche, por ejemplo, es uno que me regaló ella y, el de mi casa, otro. Pero este era de los que te daban de regalo si comprabas un cartón de cierta marca de tabaco. Y, en nuestros tiempos, fumábamos... ¡Como carreteros!
Le envié por whatsapp el enlace de youtube al vídeo de nuestra canción. Porque, afortunadamente, nosotros fuimos una de esas parejas que tienen una canción. Y, con el enlace, un mensaje nostálgico de reconciliación.
No fue fácil. Yo me había perdonado y la había perdonado a ella. ¡Pobre! Hasta la entendía y era capaz de sentir las mismas puñaladas que debía haber sentido ella. Pero claro, que fuera ella quien me perdonara, eso era ya harina de otro costal.
Ya os he dicho que no fue fácil. Los primeros días salió toda la frustración que Beki había tenido guardada durante diez años. Y Beki es una tía de caracter, también os lo digo. Pero, como la había entendido, había descubierto el corazón tan grande que tenía y sabía que perdonaría. Sabía que me perdonaría.
Me costó un par de meses sacarle un “pues sí, claro que me gustaría verte”. Y aún no sabe lo feliz que me hizo cuando me lo escribió y lo envió.
Lo de vernos se fue demorando hasta que pudo ser, con muchos meses de diferencia entre la primera vez que se puso sobre el tapete y el día que finalmente pasó. Al final fui yo quien se desplazó a la ciudad en la que vive ahora y en donde, por fin, nos vimos.
Y nos vimos con esa sensación que yo tenía de que, aquel encuentro, tenía que terminar en la cama sí o sí. Y me lo curré por si pasaba...
Nos vimos junto a una boca de metro en el centro de la ciudad. Mis recuerdos de esta ciudad eran con ella, ya vivía aquí un año antes de que rompiéramos, así que encontrarme en aquel lugar, junto a aquellos edificios, en ese ambiente tan singular era como ponerle un punto y seguido de lectura inmediata a una pausa que, en realidad, había durado diez años. Pero no había pasado el tiempo, la sensación en la tripa era la misma: era Beki.
Me importó tres mierdas lo que pensaran de nosotros quienes me vieran abrazarla en medio de la calle, levantándola en peso y girando sobre mí mismo en lo que, cariñosamente, se conoce como un “abrazo con vuelta”. Los segundos que habían pasado desde que la reconocí andando hacia mí entre la muchedumbre hasta que se lo pude dar me habían terminado de convencer para que lo hiciera. Y es que, si ya me apetecía hacerlo después de haber recuperado nuestra amistad vía mensajes de whatsapp, el subidón de aquel momento terminó de desinhibirme. No podía alegrarme más de verla.
Hasta la habría besado en la boca apasionadamente...Sin embargo, mi inteligencia emocional me propuso algo más saludable y empecé a llorar para expulsar todos los sentimientos encontrados que se fueron apareciendo por mi mente en aquel momento: Tanto los que quedaban con Beki, como los que venían de mi divorcio.
- Estás preciosa -le dije tras posarla de nuevo en el suelo-. Igual que hace veinte años pero mucho mejor.
¿Veinte años? ¿No has dicho antes que eran diez?... Sí, tenéis razón. Mejor os lo explico poniendo los años y, así, nos salen las cuentas claras.
Beki y yo estuvimos saliendo del 96 al 99 y, luego, del 99 a 2007 nos fuimos alejando hasta que, como os he contado al principio, nos dijimos adiós sin siquiera decirlo. Lo que no os he dicho es que ocurrió el día que, tras meses sin hablar, me llamaba para invitarnos a su boda. Que la llamada terminara con el mal rollo con que terminó, seguro que no era lo que había imaginado para una noticia tan feliz. Esa fue la penúltima herida que le dejé.
La última fue no saber estar a la altura cuando falleció su padre cuatro años después. En esa la cagué por SMS.
Por eso, si hablo de cuando rompimos en el 99, digo que han pasado veinte años y, si hablo de la ultima vez que hablamos, la referencia es la llamada por la boda. En 2007. Lo del SMS de 2011 es un Bonus Track marca de la casa. Soy especialista en dejar el regalito final...
- Tú estás muy flaco -contestó-. Muy moreno y muy flaco, ¡Cabrón!
2018 y podría ser, perfectamente, 1998... Pero mejor.
Había conseguido organizarse la tarde para disponer de tiempo hasta las diez y eran las cuatro y diez cuando hicimos el idiota dando vueltas en medio de la calle. El plan que le había propuesto inicialmente era sencillo y apetecible: tranquileo a tutiplén en una terraza Lounge de esas que han proliferado en las azoteas de los edificios. El café, una copa, otra, tiempo para hablar, cero estrés...
Un buen reencuentro...
Y así fue. Elegimos una de las terrazas que existen en los edificios de la avenida en la que nos encontrábamos y, tras acomodarnos en un sofá de dos plazas y media y brazos grandes que nos servían de apoyo y empezar con el rito del café (o té, o lo que sea. “Café” es el genérico), la charla se produjo de manera animada y fluida. Habíamos tenido tiempo en el último año de ponernos al día con nuestras vidas y poder hablar así del presente con cierta normalidad.
Al final me he quedado esperando que aparecieras por la playa este verano -le dije.
Con las ganas me he quedado yo. Y tú venga a subir fotos, que no has parado.
Contarle todo lo que me había ofrecido el verano fue un buen tema de conversación. Tocamos todos los palos: el trabajo, la playa, los viajes y otros caprichos y hasta los momentos de crecimiento personal que había vivido con el mar.
La charla había durado lo suficiente como para dar lugar a que la primera copa estuviera por debajo de la mitad y me había sentado tan bien, la charla, digo, que ya estaba preparado para subirle el nivel emocional. Además, es que me apetecía mucho hacerlo.
Después de ir hilando palabras y frases para ir llevándolas al lugar adecuado, posé mi mano sobre la suya, que se apoyaba a su vez sobre su muslo, y le dije:
- ¡Qué tontico fui! Qué maneras de ir metiendo la pata contigo... De veras que lo siento...
Lo bueno de llegar a este momento de aceptación y madurez en el que me hallo es que, en ese momento de disculpas sinceras, ni siquiera te parece necesario recordar las cosas que ella también hizo y que a ti te dolieron particularmente. Te das cuenta de que están realmente perdonadas y, sentir esa paz, es muy grande.
Descubres el amor que se queda cuando superas las historias y te centras en las personas.
- Te quiero -le dije.
Tardó décimas de segundo en ubicar correctamente la connotación de ese “te quiero” que acababa de regalarle. Entonces sonrió, posó su otra mano sobre la mía, la frotó y me dijo:
- Te mato.
Todo estaba perfectamente. Es Beki.
Apuramos la primera copa y aproveché que, en la terraza, no tenían la marca de licor que le gusta a Beki para lanzar el órdago que había preparado.
- En el hotel tengo yo una...
Había que decirlo con la entonación perfecta y la gesticulación perfecta para que, inmediatamente, entendiera que estaba preparado y que significaba “me gustaría que echáramos una copa en mi habitación”.
Beki tardó cinco segundos en contestar.
- Y seguro que también has comprado el refresco...
Sonreí. Miró su reloj.
Tres cuartos de hora entre metro y coche. Podemos estar allí a las seis y media y, con salir a las nueve, tienes una hora para volver.
¿Tres cuartos de hora? ¿Pues dónde has cogido el hotel?
Prefiero enseñártelo, te va a gustar.
Y, con una sonrisa, volví a animarla a que nos fuéramos.
Accedió. Pagamos y nos fuímos. Bajamos al metro y nos hizo viajar en el tiempo. De repente allí estábamos los dos, sentados en el metro como decenas de veces hiciéramos años atrás. De nuevo juntos, conectados... Volví a cogerle la mano entonces.
Me alegro de la vida que tienes.
¿Me estás vacilando?
Para nada. No me refiero a las circunstancias del entorno, esas no son tuyas, no puedes controlarlas. De lo que me alegro es de que tú estás donde quieres estar. Que trazaste tu camino y lo conseguiste. Que lo sigues trazando y lo sigues alcanzando... Y también que, con el entorno que te ha tocado, lo lleves de una manera tan ejemplar, tan llena de amor por tu parte.
¡Pero si los mataba a todos!
La miré con cara de “Evidente. Si no, no serías tú. Pero es que tú matas por lo que quieres, no es la primera vez que te lo digo”. Y me entendió perfectamente porque sonrió con un “tienes toda la razón” que nos hizo sonreír aún más a los dos con cara de “¡Joder! Qué tonto/a me pones!
Y, con el hormigueo en la tripa que provoca ese tipo de tontería, los dos terminamos de disfrutar en silencio de nuestros recuerdos en metro hasta que finalizó el viaje. Luego, en el coche, la conversación regresó y se centró en dónde podía estar mi hotel a tenor del lugar en el que nos encontrábamos.
El interrogatorio terminó cuando llegamos: un pequeño hotel rural en la falda de un cerro arbolado que era, a su vez, el mirador de un pintoresco valle que formaban otras dos montañas mucho más grandes que había en frente. A cinco kilómetros del núcleo de población más cercano, lejos del mundanal ruido.
El sitio me había encantado porque tenía un capricho que me llamó la atención y que miré y remiré en el Google Earth para asegurarme de que podía ser como me lo estaba pareciendo. Resulta que, mientras que el hotel estaba construido con el valle como vista principal para las terrazas de sus pocas habitaciones, tenía otras dos que miraban al lado opuesto y que no eran visibles la una desde la otra y que también estaban orientadas hacia otros rincones de la zona que eran bonitos.
El de mi terraza mucho más de lo que Google Earth me había insinuado.
Beki esperaba encontrarse con la vista de las dos montañas grandes cuando miró a través de la enorme cristalera que separaba mi habitación de mi terraza. Sin embargo, se encontró con lo que tenía toda la pinta de ser un barranco pequeño que estaba mucho más cerca.
Abrió la cristalera y se fue a la baranda del fondo de la terraza. Enfrente, a veinte o treinta metros, el cortado de una montaña se alzaba unos cien metros sobre la vertical de la terraza y se perdía otra treinta más hacia abajo. La terraza de mi habitación, de forma un poco irregular, ocupaba justo el espacio que ofrecía un caprichoso saliente de nuestro cerro que se asomaba al barranco.
- Tenías razón -me dijo girándose de nuevo para mirar al interior de la habitación-. Me gusta. Y eso también...
Ya tenía en la mano la botella de su licor.
Preparé un par de copas y nos acomodamos en el sofá que había en la terraza junto con una mesita de té. La cristalera a nuestras espaldas, separados de ella como unos cuatro metros, y con otros cuatro metros de terraza hasta llegar a la barandilla. Al fondo, la vista del cortado y, como sonido ambiente, el agua del arroyo que serpenteaba por lo más hondo del barranco y el viento meciendo de vez en cuando las hojas de los árboles.
A mí ya se me había activado el “modo sexo”: es lo que ocurre cuando una idea preconcebida va saliendo bien y, encima, tienes una cama tan cerca, La uses o no para follar. Pero, que haya una cama, indica que es un sitio en el que se folla. Habíamos superado los momentos iniciales de conversación medio trascendente, habían sido muy entretenidos, por cierto, y llegaba la hora de tirar la caña.
¿Te parece inoportuno hablar de nuestros tiempos? -le pregunté.
Según lo que saques a relucir -bromeó.
No, no es eso. Te iba a preguntar que cómo los recuerdas, qué sabor te han dejado.
Me volviste una mujer desconfiada -empezó a decir sonando a reproche pasajero para, luego, cambiar la entonación al de afirmación sincera-, pero me vino muy bien. Pasaste en el momento oportuno: cuando, de ser una muchacha que creía tenerlo todo, estaba empezando a pasar a ser una mujer que se estaba construyendo su propio futuro.
Se quedó en silencio unos segundos en los que yo le sonreí porque me parecía una reflexión honesta que ponía de manifiesto, además, que volvía a confiar en mí.
Ahora que soy capaz de ver la historia con tus ojos, te entiendo perfectamente. ¡Menuda relación la nuestra!
¿Y a ti?
Bueno, yo es que lo he descubierto hace relativamente poco y ya sabes por qué. Pero la conclusión es exactamente la misma: yo era un niño, no estaba creciendo y tú sí. Tenía que pasar. Solo era cuestión de tiempo. ¡Y mira que lo alargamos!
Me tenías muy enganchada a pesar de los pesares y, como te he dicho antes, apareciste en el mejor momento en el que podrías haberlo hecho.
Yo también estaba muy enganchado contigo...
Pues no lo parecía, con los pares de cuernos, en plural, que me colocaste.
“No estábamos saliendo” era la justificación que, en todas las ocasiones en que pasó, yo argumentaba en mi defensa. Que ocurriera tras discusiones de las que se terminaban como una escena de culebrón exagerado a mí me parecía un “hemos cortado” en toda regla. Lo que pasara a partir de ese momento no podían considerarse cuernos. Más aún cuando estamos hablando de periodos en los que podíamos estar hasta meses sin hablarnos. Beki, sin embargo, sí mantenía esos periodos dentro de la línea constante de la relación. Y por eso “eran cuernos” me pusiera como me pusiera entonces.
Ahora lo entiendo: porque uno ama hasta que deja de amar, no se ama por temporadas.
Es normal que se volviera una desconfiada, ¿qué le estaba enseñando sobre el amor con mi comportamiento? Nada bueno, desde luego.
No ha sido hasta que me he divorciado (exactamente por la misma razón que la que me llevó a romper con Beki) que no he aprendido esa y otras lecciones como, por ejemplo, que solamente viendo tus cosas malas hacia los demás, será cuando veas las suyas buenas; Cuando te des cuenta de todo el amor que te han dado.
Y Beki me dio mucho más amor del que jamás me había dado cuenta. Quería darle las gracias y pedirle perdón, aunque fuera veinte años después. Se lo merecía.
Te lo compensaré... -una frase de nuestros tiempos que sabía que, metida justo en este momento, le sacaría una sonrisa.
Ya estás tardando -sonrió.
¡Vale!
Me levanté del sofá de la terraza y entré en la habitación. Saqué de la maleta un paquete y, al volver a sentarme, se lo di. Lo desenvolvió y se encontró con una caja de madera de, más o menos, el tamaño de una tablet que, sosteniéndola en horizontal, se abría por la tapa de arriba. La abrió y, en su interior, había dos cosas: una tabla con un paisaje pintado y decorado a mano, que reposaba sobre un pañuelo que la protegía, y otro paquete un poquito más pequeño.
Cogió la pintura. Era un paisaje costero al atardecer, una playa y una silueta fácilmente reconocible para quienes conocemos el lugar. Estaba, además, decorado con arena de esa misma playa, un par de caracolas y un poco de purpurina para crear bonitos efectos en el agua y el sol. Supuse que le gustaría.
- Muchas gracias.
No hicieron falta más palabras, su expresión corporal dijo todo lo demás. La forma de sostenerlo, de mirarlo, de mirarme y de sonreír mostraron notablemente su felicidad.
¿Y ese?
Para darte ese tienes que estar de pie.
Dejó la pintura de nuevo el pañuelo y se levantó de inmediato, acompañando el salto con una simpatiquísima cara de “dámelo, dámelo”.
- Y tienes que cerrar los ojos.
Y los cerró. No sin antes dedicarme una mirada de “te estás pasando” en un evidente tono de broma que me encantó.
Cogí la tabla para sacar el pañuelo y volví a dejarla dentro de la caja de madera. Y cogí también la cajita pequeña.
- Las manos en copa. Una sobre otra, por favor.
Deposité la cajita, cerrada, sobre sus manos por si le daba por abrir los ojos. No lo hizo. Entonces le di la vuelta a la mesa para ponerme a espaldas de Beki y me preparé el pañuelo en las manos para vendarle los ojos.
- ¿Qué haces? -preguntó, sin volver a moverse, tras el respingo que dio al sentir la tela sobre su piel.
Me pareció que se iba a dejar hacer, así que aguardé un par de segundos sin responder y sin moverme antes de reiniciar lentamente la maniobra de vendarle los ojos. No me equivoqué, me permitió que se los vendara. Y, una vez que terminé de remeterle los extremos del pañuelo por las dos vueltas que le había dado a la altura de la sien, y tras volver a ponerme frente a ella, le dije:
- Ya puedes abrirlo.
Cogió la cajita y, con una mano, le quitó la tapadera. Se la pasó a la otra mano, para sujetarla con los dedos, y se volvió a dejar la mano libre para explorar el interior. Lo primero que encontró al palpar fue una tira de papel que, al coger y reconocer, levantó instintivamente con un giro de muñeca. Justo lo que tenía que hacer...
El inconfundible aroma de un perfume muy particular alcanzó nuestro olfato y Beki lo reconoció de inmediato.
- Lou Lou...
La cara es el espejo del alma y aquella sonrisa que acompañaba sus palabras fue cristalina. Son incontables los buenos recuerdos que guardamos en los que, ese perfume, estuvo presente.
Y tuvimos un sexo maravilloso como broche final en muchos de ellos.
Volvió a llevar la mano a la cajita y, esta vez sí, debajo del papel, se encontró con el bote de perfume.
- ¿Te puedo poner un poquito? -le pregunté. Asintió sin dejar de sonreír.
El modo en que le hice la pregunta fue totalmente inocente pero, conforme me escuché y le descubrí el doble sentido, me pareció acertadísima y me inspiró en mi manera de proceder a continuación.
Le cogí la cajita de las manos y la dejé sobre la mesa, no sin antes quedarme con el bote abierto en una de las mías: la derecha, para ser concretos. Y, acto seguido, volví a ponerme delante de Beki y le pasé suavemente la mano izquierda bajo el pelo, por su derecha, hacia la nuca, hasta que, finalmente, con el pulgar sujetándola por el final de la mandíbula y el resto de los dedos justo al otro lado de la sien, y le giré la cabeza suavemente para dejarle expuesto el lado derecho del cuello.
Usándolo a modo de tapón, me mojé levemente la yema del pulgar derecho y lo llevé hacia su cuello. El modo en que continuó sonriendo tras sentir el contacto con la humedad del perfume tras la oreja, me dio permiso para continuar.
El dedo la acariciaba dibujando suaves madejas sobre su piel. Luego lo posé justo al otro lado de la barrera que era mi otro propio dedo gordo y, desde debajo de la mandíbula, continué acariciándole el cuello. Al llegar al centro de la irregular y estimulante trayectoria con que lo estaba recorriendo de lado a lado, cambié la dirección del dedo llevándolo hacia abajo. Justo hasta donde te detiene el esternón.
Aproveché ese punto intermedio para detenerme y volver a empaparme la yema del dedo con una gota de perfume. Y, con la misma sugerente intención, reinicié la trayectoria que, finalmente, me llevaría a tener la cabeza de Beki sujeta en mis manos.
- ¿Quieres ponerte más? -esta vez no había medias tintas. La pregunta no era inocente ni casual.
Y, el modo en que tomó airé, relajó los hombros al exhalarlo y sonrió fue respuesta más que suficiente.
La solté del cuello durante unos segundos antes de cogerla de nuevo por la cintura. Darle tiempo suficiente para que sintiera el subidón de no saber qué iba a pasar a continuación.
Posé las manos sobre el jersey que llevaba puesto. Una prenda de entretiempo, de tejido cálido pero de manga corta, sobre la que empecé a mover los dedos que podía (os recuerdo que estaba sujetando el bote de perfume en la mano derecha) para empezar a remangársela en sentido ascendente.
Recordé el tacto de su piel al posar las manos sobre el jersey. Recordaba ese tacto de jersey... Y fue una sensación súperexcitante tanto por inesperada como por sorprendente.
Os voy a contar un secreto... Hay algo de Beki que nunca he olvidado: el tacto de su vello púbico. Eran tan finos, tan suaves y tan en su justa medida y tamaño que no los he encontrado iguales. Y ya no es solo que sean únicos, es que me encantaba.
Me parecía curioso eso de recordarlo perfectamente a pesar de haber pasado tanto tiempo y, entonces, acababa de recordar también el tacto de su piel. Y estaba a punto de comprobar cómo andaban realmente mis recuerdos después de veinte años. El miedo a haber idealizado y la ilusión por no haberlo hecho peleaban de igual a igual. Tenía muchas ganas de sentir de nuevo esas otras partes de su piel en mis dedos. Y, por cómo empezaba a apretar los labios, Beki también.
Hasta que, por fin, ocurrió. Y fue genial.
Cuando mis dedos superaron los faldones del jersey y se rozaron por fin con la piel de Beki, la reconocí de inmediato. No me había equivocado con la sensación del tacto que me había a la mente hacía unos segundos. Pero es que, además, conforme la cogí de la cintura reconocí las curvas de su cuerpo. Estaba sintiendo toda la forma de su silueta, incluso la de las partes que no tocaba.
Mientras que la izquierda se quedaba en la cintura haciendo caricias con las yemas de los dedos, llevé la mano derecha al vientre de Beki. Apoyé el bote de perfume sobre su ombligo para poder sujetarlo solo con la palma y, al liberar los dedos, empecé a moverlos haciéndole caricias que iban cobrando intensidad conforme la perdían las que le había estado haciendo con la otra mano.
Centré el juego en la mano derecha que, lentamente, fue ascendiendo por su vientre con cálidas caricias hasta que el bote de perfume se encontró con el sujetador de Beki, justo en el centro. Entonces, después de recrearme un poco en ese primer momento en el que Beki sentía en su pecho, al lado de fuera de la copa, el contacto con el bote, continué ascendiendo lentamente y estirando los dedos cuanto fuera necesario para terminar por sentir el tacto de su pecho con mi propia piel.
Beki se mordía el labio. Hacía tiempo que había pisado el acelerador a pesar de que yo no hiciera más que buscar pruebas de que sabía dónde terminaba esto. Y, cuando palpé teta, se me quitaron los miedos y las tonterías.
Con la mano izquierda tiré del sujetador para separárselo del cuerpo, justo por entre los pechos, y ahí le metí el bote de perfume: en el canalillo. Luego, las manos volvieron a alejarse hacia la cintura con dulces caricias y cogieron el jersey por los bajos para tirar de él hacia arriba. Beki levantó los brazos asegurándose de sostener el bote debidamente.
Qué ganas de comerle las tetas me dieron cuando volví a reencontrarme con ellas. Beki había mejorado con los años, era indiscutible. Mantenía el vientre y la voluptuosidad de sus senos. Qué sexy estaba con el pantalón, en sujetador y con los ojos vendados. Sobre todo cuando, después de terminar de sacarse el jersey, se llevó las manos a la espalda y se las cruzó sobre el culo.
La cogí del pantalón por la hebilla del cinturón y tiré de ella hacia mí. Apenas fue un paso, lo suficiente para que, en el zarandeo, llegáramos a golpearnos el pecho. Entonces le desabroché la correa, me volví a separar un segundo de ella y, agachándome lo necesario, la rodeé con los brazos para cogerla con las dos manos por los cachetes, cerquita de la zona cero, y la levanté en peso a la par que le tiraba para que se abriera de piernas.
La diferencia de estatura y peso me garantizaba la fuerza suficiente como para tenerla en el aire el tiempo que fuera necesario hasta que comprendiera que quería que me rodeara con las piernas. Tampoco lo necesité, conforme empecé a despegarla del suelo las fue abriendo.
Entonces me vine arriba y la sostuve solo con una mano, bien metida entre las piernas y palpándole con descaro el coño, La apreté contra mí y, con el otro brazo, hice lo mismo pero sosteniéndola por la espalda y cogiéndole la cabeza.
Nada más que con el muerdo que empezamos a darnos en ese momento me he corrido más de una vez al recordarlo posteriormente. Podéis haceros una idea de las ganas con que nos cogimos y lo bien que nos sentó.
Sin dejar de besarnos entré de nuevo al dormitorio y la dejé de nuevo sobre el suelo al llegar a los pies de la cama. Le desabroché el pantalón y le bajé la cremallera y, tras hacer lo mismo con mi ropa, me agaché: pero llevándome conmigo hasta los gemelos el pantalón y los calzoncillos. Aproveché el momento de quitarle los botines para descalzarme y desnudarme. Me terminé de quitar la camisa al ponerme de nuevo de pie.
La cogí por las caderas, colando los dedos por debajo del pantalón desabrochado, y empecé a acariciarla con firmeza pero sin exageración, metiendo bien las manos para cogerle de nuevo el culo. Pero sin acercarme a besarla. Aunque, eso sí, me permití el capricho de darle el primer beso a una teta. Un beso de esos que succionan lo suficiente para poder pillar bocado con los dientes y que luego terminan justo cuando el mordisco va a empezar a doler un poco más de lo necesario.
De la teta pasé al vientre y, cuando llegué al ombligo, las manos empezaron a tirar del pantalón hacia abajo. Cuando mi boca alcanzó el elástico superior del tanga, el pantalón acababa de caerle de las caderas y, cuando hundí los labios sobre el tejido contra su monte de venus, terminé de sacarle las perneras con tranquilidad. Esa se apoyaba sobre mis hombros para sostenerse.
Tanga y sujetador a juego. Me hizo gracia porque me vino a la mente eso de que, si las piezas coinciden, es porque ella ya había decidido follarte antes de que empezaras a tontearla siquiera.
Me puse a sus espaldas, Beki seguía de pié, con los ojos vendados y de costado a los pies de la cama. Me acerqué lo suficiente como para poder alcanzar el bote de perfume con las manos pero sin que la rozara cualquier otra parte de mi piel. Entonces, después de acariciarle suavemente los pechos, le saqué el bote del canalillo y Beki sintió como se desabrochaban los corchetes en su espalda.
Deslicé las tirantas para que le cayeran por los hombros y ella hizo el resto para que el sujetador terminara cayendo al suelo. Entonces le sorprendió una gota que le cayó sobre el esternón y que trajo consigo cinco dedos juguetones que empezaron a acariciarla y a repartir su perfume sobre su piel. Y la sonrisa de Beki me gustaba cada vez más.
Le dejé el bote entre el monte de venus y el tanga y, tras darle un par de besos en el cuello, comencé a comérmela mientras recorría a discreción cualquier curva de su cuerpo con las manos. Y ahí ya no pude más y la oprimí contra mí para que, por fin, nos fundiéramos en un excitante encuentro entre mi polla y su culo.
¡Espectacular! ¡Inolvidable! ¡Irrepetible!
Apenas nos sentimos sexo junto a sexo los dos gemimos y nos apretamos con todas nuestras fuerzas.
Ni te imaginas las ganas que tenía de echar este polvo contigo -le dije.
Llevo veinte años esperándolo -me contestó.
La giré, de espaldas a la cama, le saqué el bote del tanga y, sin entretenimientos, le quité también la prenda. Me encontraba cara a cara con el más íntimo de los recuerdos que tenía de Beki: su vello púbico... Su coño.
Estaba igual que siempre, como lo recordaba. Lo besé antes de indicar a Beki que se tumbara boca arriba en la cama. La acomodé, abierta de piernas, me subí de rodillas yo también a la cama, me coloqué para beber de aquel precioso recuerdo y, con dulzura, comencé a probar el sabor de la realidad.
- Puedes quitarte el pañuelo cuando quieras -le dije justo antes de ahogar mi voz en el placer.
No me he comido un coño con más gusto en mi vida. Y mira que es algo que me gusta, y mira que es algo que he hecho (veces, que no con muchos)... Seguro que recordáis algún episodio del estilo: una comidita inolvidable. Bueno pues este fue como una versión 2.0 de esos. ¡Una pasada!
- Siempre he recordado su tacto -empecé a contarle a Beki mientras, con respiraciones entrecortadas, ella se reponía de su primer orgasmo-... La suavidad, la sensación... Pero no recordaba su sabor. Y sabe a que volveremos a hacerlo hoy y siempre que queramos.
Beki se abrió de piernas el poco más que aún podía antes de partirse. Se había quitado el pañuelo y, con la mirada más cómplice y seductora que os podáis imaginar, me dijo:
- Ya estás tardando...
Sonreímos al encajar esa frase en un momento anterior vivido en la terraza y me fui recolocando para posarme encima suya. Le emboqué la polla antes de juntar nuestros cuerpos y, lentamente, empecé a penetrarla. ¡Qué ilusión me hizo volver a follar con Beki! ¡Qué de cosas se me ocurrían para hacer entre los dos! ¡Qué dura la tenía! ¡Cómo le gustaba sentirla tiesa como un palo mientras la rellenaba por dentro! ¡Cómo gemía sin dejar de mirarme!
¡Qué disparate de polvo!
Cómo nos palpábamos, cómo nos apretábamos, cómo nos besábamos, nos lamíamos, nos mordíamos... En el inicial misionero que comenzó tierno y se fue volviendo cerdo. Luego con Beki recostada con una de sus piernas bajo las mías y la otra por los aires, a cuatro patas, de nuevo de costado pero sobre la otra pierna, boca arriba de nuevo con las piernas suspendidas en el aire y, finalmente, ensartada y sentada sobre mí que estaba sentado sobre mis rodillas.
Y no uno, ni dos, sino otros tres orgasmos que se llevó en esa postura: refrotándose bien el clítoris contra mí cada vez que me cabalgaba magistralmente con las caderas. Dos veces me corrí yo. La segunda cuando, teniéndola trincada por el culo mientras me follaba, porque me follaba, la penetré analmente con un dedo. Se fue relajando, lo notaba, y vaya si se relajó: fue su tercer orgasmo y con el que más fuerza chilló de gusto.
Pues ni aún así éramos capaces de parar. Estábamos empapados en sudor, nos seguíamos besando y dando bocados en la boca, nos tocábamos la cara. Ni ella terminaba de batir las caderas ni a mí se me terminaba de poner blanda.
- No dejes de follarme nunca -remarcando ese “nunca” con un mordisco que me dio en el labio y con un apretón de coño que me la volvieron a poner dura-. Donde quieras, cuando quieras, siempre habrá un día más para que hagas conmigo lo que quieras...
Estaba cachondísima; Estaba cachondísimo...
Vamos a la terraza que esto se lo tienes que decir a cámara mientras me comes la polla para colgarlo en Internet...
Ya estamos tardando...
Solo me queda deciros que, sexo aparte, ha sido todo un cierto recuperar a Beki y traerla a mi vida y nos alegramos muchísimo de que haya pasado.