Reencuentro otoñal
Soy José, hace unos meses choqué con el carro de la compra de esos metálicos, contra otro en un gran centro comercial. La mujer con la que choqué, era más o menos de mi edad. Nos reímos y nos reconocimos. Quedamos en almorzar un día para rememorar momentos vividos.
Me llamo José vivo una vida feliz, algo monótona, pero más activa que muchos jubilados de mi edad. Mi esposa se llama Sara, es un bien de Dios, es la persona más bondadosa e inteligente que hubiese podido desear, y si a eso le añadimos que aún en la madurez mantiene esa hermosura serena que me sedujo, pues debo decir que lo tengo todo para ser feliz. Cuando nos conocimos, Sara acababa de pasar una experiencia lésbica, me dijo que fue curiosidad sexual lo que le llevó a una relación con una amiga y, aunque no le desagradó, prefería la relación hetero. Vive con nosotros nuestra hija María, porque entre la crisis, los trabajos mal pagados y el máster que está haciendo a fin de mejorar su currículo, no es de extrañar no se haya podido emancipar. Como tantos miles de jóvenes españoles.
Todos los días salgo a caminar entre una y dos horas, muchos días preparo yo el almuerzo, después de comer, afino el bajo y lo toco un poco… aclaremos: el bajo, instrumento musical, también la guitarra y el teclado ya antiguo Korg M1, que no lo he cambiado parque me gustan sus emulaciones de los instrumentos de viento. Repaso alguna partitura, edito las fotografías pendientes, miro internet, chateo por el MSN con amigos, en fin que no me aburro, no, ¡aún me falta tiempo! De mi familia soy yo el que acostumbra a ir a comprar a los grandes supermercados.
Hace unos meses andaba algo distraído por el supermercado, con ese carro metálico que nunca va hacia donde uno quiere; tuve un golpe frontal contra el carro de otro comprador, bien, era una compradora. Nos miramos y espontáneamente nos reímos los dos. Como siempre, por mi manera de ser, asumí que la culpa era mía y me disculpé. Ella aceptó la disculpa y sonrió. Me encanta una mujer cuando me sonríe, en ese momento me pide 100 euros para hacer un óbolo a la curia y se los doy. Me quedé algo embobado mirando los hoyitos que se le formaban en los extremos de la boca con su sonrisa, que por momentos ya casi era carcajada.
─ ¿No nos conocemos…? Dijo en medio de una franca carcajada
─ No lo creo- le contesté – Es imposible olvidar una cara tan bonita-¡¡Toma ya!! Piropo de sexagenario…
─ Hombre, gracias por el piropo, pero… ¿tanto he cambiado? Tú sí, estás más gordito… Pero te he recordado… ¡José! ¿Ya no recuerdas el café que tomábamos en la empresa “El transistor loco”?
─ ¡¡¡¿¿¿Elenaaaaaaaaa???!!! ─ Dije asombrado y también cabreado por el patinazo de no recordarla…
─ Siiiiiiiiii, ─ y sin mirar donde estábamos y lo peor, sin mirar si yo había venido solo, me pegó un abrazo y un beso de aquellos de película.
¿Cómo la había podido olvidar? Si estaba prácticamente igual, era más alta que yo, algo más llenita eso sí, con más curvas y con una sonrisa permanente desde que nos encontramos.
Acabamos la compra, la dejamos en los coches y fuimos a tomar un café… ¡Un café!, como hacíamos antiguamente muchas veces.
Estuvimos hablando más de una hora, nos dimos los teléfonos y quedamos en encontrarnos para almorzar en un restaurante de la zona marítima.
Faltaban pocos días para almorzar con Elena y me vinieron a la memoria recuerdos de nuestra juventud.
Elena y yo éramos compañeros en El Transistor Loco, la empresa que lanzó al mercado el primer aparato de radio portátil a pilas y pequeño. Estábamos en la cadena de montaje, junto con Enrique en el control de calidad, por lo que pasábamos más horas juntos que con nuestras parejas. Nos teníamos una confianza total, hablábamos del tema que fuese, sin morbo, como amigos que éramos. Me había explicado historias de ella con su novio, algunas buenas y otras para olvidar. ¿Será verdad que la mayoría de los hombres menospreciamos a las mujeres por machismo? Mucho no me hablaba de sus cosas íntimas, solo cuando la alegría la desbordaba o la tristeza la embargaba. Nunca la miré de otra forma más que como amiga.
Cuando Enrique se fue de la empresa, tuvimos más confianza, hablábamos más tiempo, estábamos más solos.
Un día me dijo Elena que me invitaba a comer para explicarme algo. Después de la comida y ya con los cafés,
─José, me voy a casar y voy a dejar la empresa-me dijo
─Ya lo sabía por las amistades que tengo en el departamento de personal, solo esperaba que me lo dijeses tú.
─Será dentro de dos semanas…─dijo, sus ojos estaban humedecidos…
─Elena, amiga mía, me gustaría que sigamos en contacto, tenemos que reservar al menos un día al mes para vernos.
Y decidimos dedicar para nosotros el primer jueves de cada mes.
Regresando al tiempo de la cita, al día siguiente era la comida con Elena y yo ya estaba nervioso e impaciente. El día que nos encontramos en el supermercado, al citarnos para comer, me dijo que disponía de todo el tiempo del mundo. No me extrañó, porque recordé la relación tan abierta que tenía con su esposo. Yo también busqué tener el día libre, para justificarlo le expliqué a mi esposa una verdad a medias: Le dije que iba a comer con Enrique y más amigos que no veía hacía muchos años, y que después estaríamos explicándonos nuestras vidas. Sí, lo sé. Debí decirle la verdad, pero prefería explicársela más tarde y no sé porqué, ya que nunca le engaño. Por cuestión sexual no era, porque nuestro sexo se va relajando, por eso de la edad...ella tiene pocas ganas y yo pienso “Menos mal que no me pone en apuros…”
Llegó el día. Elena fue puntual. Estaba preciosa parecía tuviese quince años menos. En un taxi nos trasladamos hasta mi coche y de allí fuimos hasta Caldetes, pueblo de la costa catalana. Almorzamos en un restaurante excelente, que llevan dos hermanas. Comimos muy bien, la compañía de Elena, con su excelente conversación suplía mi habitual timidez. Sin darnos ni cuenta habían pasado dos horas.
Pensé en algún sitio para poder pasar la tarde hablando
─ ¿Vamos a mi casa? ─ dijo Elena
─ ¿Podemos ir…? ─Le pregunté
─Vivo sola , ─dijo Elena
En ese momento de di cuenta que no habíamos hablado nada de nuestra situación personal.
Fuimos a su casa. Vive en un rascacielos de la zona del Fórum. En el piso 18. La playa está casi a sus pies. Recuerdo que esas viviendas eran carísimas.
─Elena, discúlpame ¿dónde más trabajaste, para poder pagar esto? ─ le dije asombrado por el gran nivel de vida que se respiraba.
─Jajaja José, no pensarás que hice de puta, ¿verdad? ─ me contestó Elena con grandes risas.
─Bueno, no… no sé…, perdón, pero es que este piso no lo podría pagar yo ni en tres vidas que viviese.
─¿Recuerdas que tenía novio y me casé? ─dijo Elena
─ Si claro, con Roberto el Cejas, ─le contesté, le decíamos “el cejas”, cuando en realidad le teníamos que decir “El Ceja” porque las tenía unidas.
─ Jajaja, ─rió Elena ─ todavía recuerdas lo pobladas que las tenía.
Salimos a la hermosa terraza, con un bourbon con hielo en la mano, y estuvimos unos minutos contemplando el mar.
─Y quién no recuerda a Rober, si parecía el Paul Naschy transformándose en hombre lobo ─dije yo.
─Pues “El Cejas” fue ascendido en aquellos almacenes que trabajaba, llegó a director de aquellos almacenes. Nos casamos. Se ganaba muy bien la vida y cuando hicieron la remodelación de toda la costa para las olimpiadas de Barcelona, miramos un piso en la villa olímpica. Y fuimos a vivir allí. Años más tarde construyeron éstos y lo compramos, entre lo ahorrado, la venta del nuestro y 50 kilos de hipoteca, pues aquí me tienes ─ dijo Elena, dando pequeños sorbos a su bourbon.
─A todo esto, Rober debe hacer tiempo que está jubilado, ¿Dónde está? ─ le pregunté yo
─Enterrado José, Rober está enterrado, y no llegó a disfrutar nada de la jubilación, murió en activo. Bebía socialmente, pero demasiado, y le afectó el hígado. Cuando quisimos reaccionar ya era tarde. Fue bueno conmigo e hizo las cosas bien hasta el final: El seguro del préstamo hipotecario se hizo cargo del importante resto de la hipoteca. Ahora yo tengo para vivir de sobra, puedo darme cualquier capricho. Y como no tuvimos hijos… ─comentó Elena dejando en el aire la idea que estaba forrada.
─Lo siento sinceramente Elena, recuerdo que era una excelente persona ─le dije rememorando que cuando nos veíamos y tomábamos algo siempre pagaba él.
─Sí José, Rober para mí fue un gran hombre, un marido ejemplar y aunque al principio era un poco machista, fue un fogoso amante y teníamos una relación muy abierta ─ dijo Elena con cierto aire de melancolía ─ ¿Recuerdas que nos explicábamos todo?
─ ¿Cómo olvidar eso? ─ le dije ─ siempre me dabas consejos cuándo tenía problemas y me ayudaste mucho ─ recordé.
─ Si supieses… ¿Sabes José que un tiempo estuve colgada de ti? ─confesó Elena ─ y aquellas veces que nos veíamos para mantener la amistad después de que me casé, era duro para mí. Me debatía en el amor que tenía a José, y el puro deseo que me provocaba tu presencia, sólo recordar los polvos que pegabas a aquella zorrilla que era tu novia en aquella época, y que me explicabas con todo detalle, ¡so bandido!, me ponía a mil. Entre tú y Enrique me teníais contenta con vuestras confesiones. Claro que yo disfrutaba y quería saber todo…─ quedé sorprendido nunca había visto a Elena más que como una amiga, incluso aquellas veces que íbamos a un hotel. Siempre lo tomé como sexo entre amigos.
Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, los dos recordamos ese primer día que nos fuimos a un hotel. Era la tercera o cuarta vez que nos encontrábamos, y como siempre, salíamos a comer a la Barceloneta, lugar donde hay una concentración de restaurantes marineros. Ese día quizás nos pasamos un poco con la bebida, acabamos un poco achispados, y me dijo Elena que hasta la noche no iría a su casa. Yo no sabía dónde ir, porque era temprano para ir a bares adecuados donde poder hablar tranquilamente. Le recordé a Elena ese día.
─ Jajaja ─rió Elena ─ recuerdo ese día como su fuese ayer. Te propuse ir a un hotel, allí podíamos hablar, aunque mi intención era quitarme un trauma: ¡Quería que me follases de una vez!
─ Jajaja, sí que lo recuerdo, yo estaba asombrado ¿Cuánto hacía que nos conocíamos? ¿Siete, ocho años?, y en todo ese tiempo te había visto como una amiga, como una hermana ─ dije a Elena
─Mira José, Enrique y tú me gustabais. Pasábamos muchas horas juntos, y a veces tuve fantasías contigo ─decía Elena
Y recordamos lo que ocurrió aquella lejana tarde…
Después de comer como cada primer jueves, fuimos a un hotel cercano a Barcelona. Subimos a la habitación cogidos de la cintura, yo estaba nervioso como un flan, Elena ya casada estaba muy tranquila, tenía una relación liberal con su esposo, Roberto tenía el cargo de director de unos importantes grandes almacenes y eso les implicaba tener que asistir a fiestas muy, pero que muy liberales en las que cada uno se acostaba con quien le venía bien. En aquella época eso era impensable fuera de esos ambientes, por ese motivo Elena no tenía el sentimiento de infidelidad cuando iba a la cama con alguien.
Elena me tomó de la mano y me llevó hacia la cama. Me besó suavemente. Yo le correspondí, nos abrazamos. El beso era apasionado, empezamos a desnudarnos mutuamente. Nos quedamos en ropa interior. Elena tenía unas braguitas de ensueño, digno de las modelos actuales de lencería, yo la miraba embobado, la besé con pasión, deslizando la mano por la espalda de Elena, hasta llegar a las braguitas, acaricié sus glúteos. Elena mientras me había arañado suavemente mi frondoso pecho, enredando los dedos entre los pelos, haciendo entre ellos, húmedos caminos con su lengua. La mano de Elena se deslizó por mi vientre, llegó al slip. Acarició mi miembro que ya esta desperezado. Lo liberó de su prisión. Dejó de humedecer los pelos de mi pecho para pasar al monolito erecto y brillante. Le pasó la lengua a lo largo y ancho. Se lo introdujo en la boca, jugando y vibrando con su lengua debajo del glande.
Yo dejé de acariciar los glúteos y acerqué mi cabeza a la entrepierna de Elena. Separé la fina tela que cubría la encharcada vagina y empecé a lamer los labios a lo largo, recogiendo todo el néctar que emanaba continuamente de Elena. Martiricé dulcemente el clítoris con mi ágil lengua. Recorrí toda la vagina con la lengua mientras acariciaba dulcemente la entrada anal. Elena estaba estremecida de placer y se introdujo en la boca mi polla en su totalidad. Le pedí que parase, porque si seguía succionando acabaría muy rápido. Entré dentro de Elena, encima de ella, de cara, es de la manera más tradicional, pero la más hermosa porque los dos veíamos nuestras expresiones de placer, y eso nos potenciaba el placer recibido. Tuvimos el orgasmo a la vez, eyaculé dentro de ella y estuvimos varios minutos quietos, abrazados, contentos de descubrir que podíamos ser amigos y también amarnos. Fue algo muy hermoso.
─ José, ese recuerdo me ha puesto melancólica, triste, contenta y también muy caliente ─ dijo una Elena totalmente desinhibida.
─ Elena, yo tengo esposa y no soy capaz de serle infiel ─ le dije esperando que lo comprendiera.
─ Te entiendo José, tú y yo tenemos muy diferentes formas de pensar respecto a eso. Yo nunca le fui infiel a mi marido y eso que estuve en la cama con muchos hombres, pero nos lo explicábamos todo. Nos gustaba demasiado el sexo y cuando había oportunidad, lo practicábamos con quien fuera, tanto él como yo, incluso tuve sexo con mujeres ─dijo Elena ─ Pero no puedo pedirte que tú hagas lo mismo ─continuó Elena ─ Si que te pido que me hagas compañía por el hermoso reencuentro que hemos tenido . ¿Sabes? ─ continuó ─ no tengo amigos, salí con alguien después de viuda, pero fue un fracaso. Sólo quería mi dinero. Mi antiguo mundo se lo llevó Rober. Discúlpame si me he puesto melancólica.
Aquellas palabras me hicieron ver la soledad de Elena, había tenido todo mientras vivió su marido, ahora sólo tenía dinero. No tenía amigos, y se cansó de falsedades, parecía que solo me tenía a mí y eso porque el destino nos reunió. Yo tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba la fidelidad a mi esposa, por otro la ternura que me inspiraba Elena. Recordaba aquellos encuentros que habíamos tenido, recordaba el sexo y la entrega con que nos dábamos. Tomamos otro whisky con hielo. Apenas hablábamos, nuestras miradas lo decían todo, la de ella expresaba nostalgia, tranquilidad, comprensión; la mía era un mar de contradicciones. Y entonces tomé la decisión más acertada de mi vida.
Cogí las manos de Elena y me las llevé a los labios. Las besé, abracé a Elena, la atraje hacia mí y le di un beso en los labios. Me respondió con delicadeza, apenas rozábamos nuestras bocas. Elena me acariciaba los labios con su lengua, el beso subía de intensidad. Elena tenía los ojos cerrados, con sus uñas me acariciaba la nuca. Sentí deseos de abrazarla, protegerla con un abrazo, estar así con ella, me sentía muy bien.
Nos empezamos a desnudar casi con miedo, habían pasado muchos años de nuestros encuentros. Yo quería tener algo con ella y aún no sabía lo que era. Hicimos el amor sin penetración, me parecía que así era menos infiel… Me esmeré en las caricias, mimándola como si fuese la primera y la última vez que nos viésemos. Me importaba mucho que ella se sintiera bien y que disfrutase todo lo que pudiese. La estuve acariciando, besando, haciéndola llegar al orgasmo. No éramos los jóvenes de antaño, pero era una pasión otoñal que disfruté casi casi con amor. Nos vestimos, seguimos otro buen rato sentados en la terraza, mirando las tranquilas aguas de la playa. Hablábamos cogidos de la mano. La veía feliz en mi compañía. Entonces lo vi. Comprendí lo que yo deseaba, era casi una utopía, pero que con el carácter de mi esposa creía que podría llevar a término………….
Unos días más tarde…
─ Sara, ¿recuerdas el otro día la reunión de viejos amigo s? ─le pregunté a mi esposa
─ Si, José, por cierto pensé que vendrías más tarde ─contestó mi esposa
─ Tengo que decirte algo. A esa reunión vino Elena, la que se caso con el director de los Grandes Almacenes ─ le dije.
Y le expliqué a grandes rasgos como estaba Elena, sin amigos, sola y que había pensado en invitarla a comer a casa, si a ella le parecía bien. Sara tiene un corazón enorme. Aceptó. Ahora solo faltaba decírselo a Elena. No sabía cómo se lo tomaría.
Llamé a Elena, quedé para tomar un café, eso ya era una costumbre.
─ Elena, ayer hable con Sara ─le dije
─ Y, ¿le has dicho lo que pasó? ─me preguntó Elena.
─ No, solo le he explicado que me dijiste en qué situación estás. Queremos que vengas a comer un día a casa ─le dije
─ ¿Tú no estarás violento con las dos?¿Ella me aceptará? ─me preguntó Elena
─ No Elena ─le respondí ─ yo no creo haber traicionado a Sara. La amo y no la dejaría a ella para ir contigo. Lo del otro día para mí fue una expresión de amistad con la que intenté hacer que olvidaras tu soledad. Que te quede claro que me gustas horrores y que estas preciosa, pero no pude consumar el acto contigo. No sentí que traicionase a Sara. Y ella claro que te acepta, desea que vengas.
─ Iré a comer con vosotros, intuyo que Sara será de un carácter semejante al tuyo. ¡La quiero conocer! ─dijo Elena
Y llegó el día en que Elena y Sara se verían, notaba que Sara estaba impaciente por conocerla. Se estuvo probando ropa para ver que le quedaba mejor, fue a la peluquería y se hizo la manicura, amén de hacerse una depilación en todo el cuerpo. ¡Parecía que tenía que conquistar a mi amiga!
Llegó Elena con buena puntualidad femenina - solo demoró diez minutos - lo cual agradeció Sara porque aún se estaba dando los últimos retoques en el espejo. Elena me entregó para refrigerar dos botellas de cava Ex Vite Gran reserva, de Llopart y también dos botellas de vino tinto priorato Vall Llach 2005. Se notaba que Elena entendía de vinos… ¡y que podía comprarlos!
Hice las presentaciones y de inmediato pensé que había sido una buena idea: A los cinco minutos de conocerse, hablaban entre ellas como si se conociesen de toda la vida y, de vez en cuando, me dejaban intervenir.
La comida fue excelente, como no podía ser de otra manera, porque modestia aparte, la mano de Sara en la cocina es casi tan buena como la mía. Para tomar el postre nos sentamos en el sofá, lo acompañábamos bebiendo el cava. Ya estábamos un poco achispados y la conversación era cada vez más desinhibida. Hablábamos de nuestras cosas comunes de juventud y en estas mi adorada esposa dijo:
─ Vosotros ya habíais estado juntos antes del otro día, ¿verdad?
Callamos unos instantes ante la contundencia de la pregunta.
─Si, Sara, habíamos salido alguna vez, hace tantos años… contestó Elena
─Y ¿por qué dices “antes del otro día”, Sara? ─ dije yo
─Porque el otro día estuvisteis juntos… ─ decía Sara ─ solos
─Sí, es verdad, pero te lo hubiera dicho todo en otro momento ─ le dije a Sara
─Sé que me lo hubieses confesado. De hecho sabía que algo me ocultabas desde el mismo día. Llamó Enrique preguntando por ti, y casi le digo que estabas con él… ─ dijo Sara con algo de sorna. Cuándo me explicaste que Elena estaba prácticamente sola, sin amigos, entendí y comprendí tu forma de actuar.
Sara se acercó a Elena y la abrazó. Elena estaba emocionada, imaginaba que Sara era buena persona, pero se quedó corta: La veía como un ángel. Ni que decir tiene que yo estaba henchido de felicidad. Abrazados los tres, acabamos con la segunda botella de Ex Vite. Nos quedamos dormidos en el sofá, yo estaba sentado en el centro y ellas medio estiradas con las cabezas en mi regazo.
Acordamos pasar más días juntos. Cada día hablaban ellas largo tiempo al teléfono. Al poco tiempo dejaron el teléfono y lo hicieron en persona. Cada vez nos encontrábamos con más frecuencia. La amistad entre Elena y Sara cada vez era más fuerte e íntima. Elena propuso pasásemos unos días en su casa, era grande y tendríamos nuestra privacidad. Elena había sido un revulsivo en la relación entre Sara y yo. Su mirada había recuperado esa viveza de antaño. Hacíamos más veces el amor, disfrutando más del sexo. Había regresado el sexo oral de unas largas vacaciones en las antípodas.
Nos encontrábamos en casa de Elena. Esos días encargaba la comida en un buen restaurante y almorzábamos en la gran terraza. Las tardes eran fenomenales viendo el mar, hablando, recordando cosas de nuestra juventud, haciendo proyectos...
Un día al regresar de mi carrerita matutina por la arena de la playa, llegué a casa y encontré a Elena y Sara abrazadas. Pensé que se habían estado besando. Me acerqué a ellas y me miraron con cara de felicidad. No tuve que pensar mucho más, porque se volvieron a besar. Me hicieron acercarme a ellas, nos besábamos los tres. Fue un momento emotivo para mí. Me propusieron viviéramos juntos los tres. Estábamos los tres abrazados, yo con el pensamiento de la suerte que tenía en estar con estas dos mujeres. No tendríamos tiempo de aburrirnos, Elena ya hacía planes para hacer los tres un viaje inolvidable. Yo tenía una duda: Ellas no eran lesbianas… pero era indudable que se querían.
─ Sara, ¿cómo habéis llegado a desear vivir juntas? ─pregunté a mi esposa.
─ Mira José, hemos estado hablando Elena y yo. Sabes que no somos lesbianas, pero tengo un gran deseo estar con ella, de abrazarla, de besarla, de explicarle mis pensamientos y ella también desea lo mismo conmigo. Y las dos queremos estar contigo, hacer el amor contigo, ser felices el tiempo que podamos disfrutarlo. Nos imaginamos que tú no te opondrías, porque sé que te gusta Elena. Además viviendo aquí, nuestra hija tendrá nuestro piso a su disposición.
─Habéis pensado en todo, Elena ¿y tú qué dices? ─ le pregunté
─No tengo palabras para expresar mi sentir. El día que estuvimos aquí en casa, apreciaste totalmente mi soledad, notaste mi necesidad de afecto, de cariño, de amor. Y al ver que Sara me ha acogido con los brazos abiertos, sin reprochar que hubiésemos estado haciendo el amor aquel día, ha hecho que mi corazón haya quedado atrapado entre los dos vuestros. Os quiero ─ confesó Elena.
─Soy muy feliz ─ y besé a Elena y a Sara.
─Por cierto José, yo no soy como Sara, mis hormonas están algo más activas que las de ella, así que puedes empezar en dejar de hacer el vago. En la mesita de noche tienes una buena provisión de viagras…
Y heme aquí en la actualidad metido en una relación especial, porque nosotros somos especiales, con una cariñosa Sara que desde que tiene relación lésbica con Elena (aunque ella diga que no es lesbiana) se le ha despertado más la sexualidad. Y Elena, tan sensual como siempre, tiene sexo para los dos. También dice que no es lesbiana, pero veo amor y deseo en sus ojos cuando mira a Sara. Los tres somos felices, nos respetamos y nos amamos. Y deseamos nos dure siempre.
Mi hija se sorprendió cuando le explicamos nuestra relación y le dijimos que los tres viviríamos juntos, afortunadamente la juventud de hoy en día es de miras mucho más amplias que las nuestras y viendo la felicidad de nosotros tres, aceptó nuestra situación sin reservas.
¡Bendito tropezón que dimos en el supermercado!