Reencuentro

Viniste a mi cama, desnuda, como hacías en aquel entonces

“Lo veía venir. Desde que las antiguas alumnas del internado nos reencontramos y quedamos en vernos cada año, era cuestión de tiempo que volviéramos a estar solas. Tenemos que agradecer a Isabel, la organizadora del encuentro, la decisión de que nos distribuyéramos en las habitaciones como entonces. Así estuvimos en aquel hotel madrileño. Como entonces, volvimos a compartir el dormitorio. Y como en el pasado te viniste a mi cama.

Y la chispa que se apagara cuando cada una se fue a una universidad distinta y dejáramos de vernos, volvió a encenderse aquella noche. No te mentiré si te aseguro que, al apagar la lámpara tras la charla intrascendente que tuvimos, tenía mariposas en la barriga.

Viniste a mi cama, desnuda, como hacías en el internado. Y te sentí a mi espalda; clavándome tus duros pezones. Y todo mi ser se removió al reconocer algo tan querido como el contacto con tu cuerpo. Y tus manos se perdieron dentro de mi camisón, buscando mis pechos, sedientos de tus caricias. De mi boca salieron los primeros jadeos. Mi cuerpo quería más.

Me di la vuelta para enfrentar mi cuerpo al tuyo, pero tú no me dejaste, sino que me hiciste tumbar boca arriba; y te pusiste encima. Para besarme, para acariciarme, para chuparme, para volver a perderme en tus brazos. Y mi cuerpo te devolvió los besos y las caricias, el manoseo y el juego entre lengua y clítoris.

Al amarme me sacudiste, no solo el cuerpo, estremecido por un orgasmo que casi no recordaba desde aquellas noches juntas, sino también el deseo de ser amada como tú lo hacías en aquel lejano entonces y lo volviste a hacer aquella noche.

Tú te dormiste, siempre tuviste esa capacidad de desconectar y de que las preocupaciones no te alteraran el sueño. Yo no, me quedé despierta, abrazada a tu sueño y sin moverme para no despertarte. Estuve meditando; pensando que, separada de aquel tipo con el que estuve casada veinte años, que tantas tardes negras me dio, y con lo hijos ya crecidos y lejos del hogar, debía dejar atrás tantos años oscuros y vivir mi propia vida.

No se trataba de irme contigo; no negaré que te acababa de recuperar y que el deseo de tenerte no dejaba de entrar en mis planes, sino de rebelarme contra el destino y, si así lo deseara, verte cuando quisiéramos sin que me importara nada el qué dirán. Vivir mi vida, ir allá donde fuera sin la sombra de un marido dominante. Controlar mi futuro de acuerdo con lo que realmente quiera y con quien desee.

Aquella noche del reencuentro me zarandeaste sin querer, y me lanzaste a mi futuro. Por eso te doy las gracias cada vez que nos vemos y nos echamos una en brazos de la otra. Fuiste mi mejor amiga y amante, y nos hemos reencontrado para siempre. Te quiero.”

María cerró la carta de Silvia. Encendió las velas y se dispuso a recibir a su amiga.