Reencuentro en la boda

Ricardo va a la boda de su prima Paula. el hombre no lo pasa muy bien en ella hasta que no tarda en cruzarse con alguien que no veía en bastante tiempo: su hermana Sofía.

Acababa de llegar y ya deseaba irse. Vio toda la aglomeración de gente delante y su único deseo era salir de allí por patas. Había muchas personas a las que no conocía de nada. Otras, en cambio, si le resultaban reconocibles, pues eran su familia y con quienes menos deseaba hablar. Sin embargo, Ricardo no tenía otra alternativa. Ya estaba aquí, así que sacó todo el valor que pudo y se dirigió hacia ellos.

Nada más presentarse, varios se volvieron y lo saludaron con efusividad; tíos, tías, primos y primas a los que no había visto en mucho tiempo. Todos se acercaban, pronunciado su nombre con mucha alegría y abrazándolo con demasiada fuerza. Ricardo tuvo que hacer uso de toda su voluntad para aguantar el martirio. Allí había mucha familia y fue un proceso largo y extenuante. Para cuando acabó, quiso que la tierra se lo tragara. Eso sí, a ella todavía no la había visto, cosa que le resultó tanto reconfortante como triste.

Era la boda de su prima Paula. Con veintitrés abriles se iba a casar por todo lo alto en la iglesia de un pueblecito perdido en la sierra. Llegar hasta allí fue un suplicio, pues tuvo que subir la montaña entera, recorriendo con el coche por serpenteantes carreteras en mal estado. Ahora, se encontraba afuera, aguantando el bullicio y un molesto calor que lo iban a dejar agotado.

Apoyado contra la pared de una casa cercana, vio como todo el gentío se agolpaba en la entrada de la iglesia para recibir al novio y a la novia, que acababan de llegar en coche. Ricardo prefirió quedarse allí. Encontrarse atrapado entre tanta gente le ponía de los nervios.

—Primo, ¿no te acercas para ver a los novios? —preguntó alguien a su lado.

Se trataba de su primo Oscar, uno de esos familiares a los que había visto de vez en cuando. La última vez, recordaba que era un muchacho adolescente. Ahora, pasaba de la veintena, indicando como de rápido pasaba el tiempo.

—Que va, prefiero quedarme fuera del ajetreo —se excusó—. Para estar ahí apretujado bajo el Sol, mejor me quedo aquí.

—Llevas toda la razón, tío —dijo el chaval mientras se apoyaba también contra la pared—. La verdad es que esto es un coñazo.

Se limitó a asentir como respuesta. Tampoco tenía muchas ganas de quejarse. No era su intención sonar mal frente a la familia, pues luego se comentaban las cosas y comenzaban las críticas. No era algo por lo que deseaba pasar.

Vieron como toda la gente perdía la cabeza cuando la pareja de futuros casados salieron del coche y comenzaban a gritar alegres. Aunque estuviera un poco lejos, pudo ver a su prima y a su novio. Paula estaba muy guapa vestida de blanco y el velo transparente ocultaba su rostro, dándole un toque casi mágico. Era toda una preciosidad. Su pareja llevaba un traje negro que lo mostraba muy elegante. Vamos, estaban perfectos para casarse.

Mientras veía como se dirigían hacia la iglesia, una inesperada ansiedad lo azotó. No quería pensar en ella, pero dadas las circunstancias, era inevitable que lo hiciera. Todavía no la había visto y pensar en el probable encuentro lo ponía muy nervioso.

—Oye, ¿has visto a Sofía? —preguntó a su primo.

Este, que se encontraba trasteando con el móvil, se volvió hacia él nada más escucharlo.

—Creo que andaba con las primas dentro de la iglesia —dijo señalando con la cabeza hacia el edificio—. Sé que estaba allí metida desde hace rato.

La explicación pareció dejarlo satisfecho, pero no aplacó el miedo que sentía. Tarde o temprano, se encontrarían. Eso hacía que el pánico emergiera con mayor urgencia. Oscar lo miró lleno de curiosidad.

—¿Es que no la has saludado todavía?

Su pregunta lo pilló desprevenido. No tenía muchas ganas de hablar sobre ella, menos con miembros de su familia.

—No nos hemos encontrado.

—Coño, pues es tu hermana —Una sonrisilla tontorrona se le dibujó mientras hablaba, cosa que no agradó a Ricardo— Hace mucho que no la ves, primo.

Que le recordara que era su hermana lo puso más tenso de lo que ya estaba. Desde luego, no iba a ser una boda con la que fuera a disfrutar.

Con los novios ya dentro, el tumulto se agolpó frente a la puerta. Ricardo se acercó, pero no pudo ir mucho más allá. La iglesia era tan pequeña que no cabía nadie más, tan solo los padres de la pareja y algunos cuantos lo bastante atentos para llegar primeros y pillar sitio. Lo más probable era que los más mayores y casi todos los niños también estuvieran allí sentados. El resto tendría que enterarse de la ceremonia desde fuera. A él no le importaba demasiado, en verdad.

Indiferente, siguió apoyado de espaldas contra la pared en la que se hallaba antes. Al menos, hacía sombra, por lo que estaba bien a gusto. Oscar tampoco se fue de su lado e intercambiaron algunas palabras en el rato que se celebraba el casamiento, enterándose de cómo les iba todo a cada uno. A Ricardo no le iba muy bien, claro. El fallecimiento de sus padres tres años atrás lo había dejado bastante afectado, junto con otra cosa que prefería no recordar. Esperaba que la boda lo ayudara a animarse un poco, pero tenía la sensación de que no sería así.

Pasado un rato, todos los que habían apretados en la entrada salieron y se colocaron a cada lado de la iglesia, formando un improvisado pasillo. Los recién casados no tardaron en aparecer y pusieron rumbo hacia el coche que ya los esperaba. Por el camino, no tardaron en sorprenderles con una lluvia de arroz. La gente les lanzaba granos entre vítores, mostrando lo emocionados que se hallaban. La pareja les saludó muy felices. Antes de entrar en el vehículo se dieron un tierno beso y agitaron las manos para despedirse de los allí presentes. Luego, se metieron dentro y se marcharon hacia el hotel, donde tendría lugar el banquete.

Enseguida, el gentío comenzó a dispersarse. Ricardo también vio que era hora de largarse de allí, así que se fue directo a su coche.

—Bueno, primo, nos vemos en el hotel —le comentó Oscar—. Por cierto, ¿alguien se va contigo para allá?

Se encogió de hombros ante su cuestión.

—No, que yo sepa —respondió de manera escueta—. He venido hasta aquí solo.

Oscar se lo quedó mirando con cierta sorpresa. No esperaba una contestación así.

—¿Te importa si te acompaño?

Quedó algo asombrado ante la propuesta, pero no le importó. Su primo no era alguien molesto y le agradaba tener con quien charlar de camino al hotel.

—Claro, vente —le dijo en tono jovial mientras empezaban a caminar.

—Genial —habló muy entusiasmado el chaval—. Es que no me apetece ir con mis padres y mi hermana. Me aburren mucho.

—Sí, lo más seguro. —Ambos se rieron un poco ante ese comentario.

Pusieron rumbo hacia el hotel y, en media hora, llegaron allí.

Para estar perdido entre de las montañas, el complejo hotelero era bastante grande. Se trataba de un enorme edificio de cinco plantas. Tenía una piscina interior, varias terrazas, canchas de tenis, paddle y futbol, además de un spa y una zona de masajes. Un lugar completo donde pasar un buen fin de semana. De hecho, ellos pasarían la noche allí. Ya tenían reservadas las habitaciones con antelación. Así, podrían descansar tras la celebración, pues el viaje de vuelta sería largo.

Nada más llegar, aparcó el coche y Oscar se reunió con su familia. Se despidió de su primo y puso rumbo hacia la recepción para que le dieran las llaves de su habitación. Le dijo el nombre a una chica que había allí y esta, tras revisar el listado, le entregó la tarjeta que tenía que usar para entrar. Le sorprendió que usara eso. Desde luego, le daba un toque más moderno al hotel. Se fue hacia el ascensor y subió hasta la quinta planta.

Nada más entrar, dejó una pequeña maleta con algo de ropa en el armario y se dirigió al baño para refrescarse un poco. Mirándose frente al espejo, se fijó en lo bien arreglado que iba. No solo por el traje con corbata, la cual llevaba bien apretada y deseaba quitarse desde que se la puso esa mañana, sino por el buen afeitado que se había pegado y por el pelo recortado. Se había preparado a conciencia para que todos viesen lo bien que iba, aunque en su mente, se preguntaba qué pensaría Sofía. ¿Le gustarían sus pintas? Un leve cosquilleo de emoción recorrió su cuerpo solo de imaginárselo, pero no tardó en desvanecerse al notar el malestar surgiendo en él. Terminó de lavarse la cara y, tras secarse, salió de allí, rumbo al banquete.

Llegó al convite, montado en una amplia sala donde había varias mesas enormes desplegadas. Sobre ellas, había fuentes y platos repletos de diferentes aperitivos: jamón, croquetas, queso, canapés, gambas rebozadas, brochetas e, incluso, sushi. Mucha gente ya se encontraba pululando alrededor, cogiendo todo cuanto pudieran. Algunos se llevaban hasta platos, como si pensaran que se los fuesen a robar. Entre ellos, los camareros iban y venían repartiendo vasos de vino y cerveza. Alguno que otro tenía que esquivar con la mejor pericia posible a los comensales que ni se molestaban en apartarse para dejarlos pasar.

Ricardo miró a un lado y a otro, sin tardar demasiado en reconocer a miembros de su familia. Eran muchos, aunque no resultaba extraño. Su padre tenía tres hermanos y dos hermanas y se habían prodigado en tener bastantes hijos. Un promedio de cuatro, en comparación con sus progenitores. Solo les tuvieron a él y a Sofía. Siguió observando el lugar un poco ansioso hasta que alguien lo llamó.

—¡Ricardo!

Reconoció la voz. Recorrió con su mirada el lugar y no tardó en detectar a Oscar, quien se encontraba con otros primos, incluyendo sus dos hermanos mayores. Lo llamó con la mano y fue hacia ellos.

—Coño, no te había visto —le saludó emocionado Marcos, el segundo hermano de Oscar.

—Lo mismo digo —comentó el hombre mientras estrechaba su mano.

—Macho, que bien vestido—le señaló José, el otro hermano, al cual también le dio un buen apretón—. ¡Cómo se nota que vienes dispuesto a arrasar!

—Bah, me puse lo primero que vi en la tienda —dijo tratando de quitarle importancia al asunto.

Una camarera pasó por el lado del grupo y les ofreció las bebidas que llevaba en la bandeja. Ricardo cogió una jarra con espumosa cerveza, dándole las gracias. La chica lo miró de arriba a abajo y le sonrió de forma picarona. Enseguida, recibió codazos por parte de sus primos.

—Ricardito, ¡ya estás ligando! —El tonito de cachondeo de Oscar le resultó un tanto molesto.

—Quita, hombre. Yo no he venido a eso —intentó excusarse.

—Lo que tú digas, pero esa tía está tremenda —dijo Marcos con la mirada puesta en la fémina—. Tiene un buen culazo.

—No sé para qué andáis perdiendo el tiempo con la camarera cuando por aquí hay una colección de pibonazos increíbles —comentó emocionado José—. Tenéis para elegir cuanto queráis.

—Ya te digo, tío —coincidió su hermano pequeño—. Yo espero ver si hoy ligo con alguna.

Oscar sonaba optimista. De hecho, se le notaba ansioso por pillar cacho, pero esa frase hizo romper en carcajadas a sus dos hermanos.

—¡Tu ni de coña te pillas a una chavala! —habló Marcos entre risa.

—Lo siento mucho, hermano, pero me temo que vas a seguir siendo virgen —se burló con mofa José.

A Ricardo le apenaba el trato que le daban esos dos. Se merecía tener a alguien que le diera un mayor apoyo y que no se riera de él. Sin embargo, Oscar no parecía darle demasiada importancia.

—Pues José, te recuerdo que tienes novia, así que ni se te ocurra poner la vista encima de otra tía —contraatacó el muchacho.

—Mientras no se entere, no pasa nada.

—Bueno, siempre se lo puede chivar un pajarito…

Nada más oír esto, José se acercó a él y le lanzó una amenazante mirada.

—Como se te ocurra decirle algo a Mónica, te mato —le dijo con seriedad—. Además, que yo no voy a engañarla. No me tomes por un puto cabrón.

—Ya, ya, lo que tú digas…

—Conociéndote, te acabas liando con alguna, mamón —espetó con voz risible Marcos.

—¡Que yo no voy a engañar a mi novia, capullos! —José se notaba cada vez más y más enfadado— ¡A que me lio a hostias con vosotros dos!

Ricardo era ajeno a aquella conversación. Su atención estaba puesta en otro lugar y no tardó en ser captada. La vio. Al inicio, solo de forma fugaz, pues la gente la ocultaba, pero no pasó mucho tiempo hasta que volvió a avistarla. Allí estaba su querida hermana Sofía.

—Chicos, ¿me disculpáis un segundo? —dijo a sus primos, quienes seguían con su infantil riña sin prestarles demasiada atención.

Caminó hacia ella y, a medida que se acercaba, se dio cuenta de lo esplendida que estaba. Llevaba un precioso vestido de color blanco surcado por varias líneas negras verticales. La falda era larga y amplia. Portaba un escote triangular invertido hacia abajo. Su melena castaña con clara, casi rubia, la llevaba suelta y estaba alisada. Cuando ya se encontraba casi a su altura, pudo hasta captar el agradable olor de su perfume.

Sofía hablaba con dos de sus primas con tranquilidad sin apenas prestar atención a otra cosa. De hecho, cuando Ricardo llegó hasta ellas, ni siquiera repararon en su presencia. Notando que no se enteraban, decidió hablar.

—Bu...Buenas —saludó con cierta parquedad.

Las tres se volvieron nada más escucharle, pero solo sus dos primas le sonrieron.

—Ricardo —habló alegre Carmela mientras se acercaba para darle dos besos.

—Vaya, me alegro de verte —comentó muy simpática Elena mientras también se acercaba para saludarlo.

La única que no se movió del sitio fue Sofía, quien se limitaba a mirarlo con cierta indiferencia. De hecho, cuando el hombre la miró a sus oscuros ojos marrones, notó enojo en ellos. Desde luego, no se notaba muy complacida con su presencia.

—Pues sí, yo también me alegro —habló resuelto a las dos chicas.

De repente, Carmela se acercó un poquito más de la cuenta y le tocó uno de los botones de la camisa.

—Vienes muy guapo —señaló traviesa la muchacha—. Se ve que quieres impresionar a todas…

—Sí, ¿es que vienes con intención de rompernos el corazón? —preguntó divertida Elena.

Lo que le faltaba, que ahora sus primas se pusieran juguetonas. No negaba que ambas eran atractivas, pero no tenía intención de ligar con ellas. Quizás solo iban de broma, pero no podía negar que lo estaban poniendo bastante incómodo.

—No, solo quería venir correcto para la boda.

—Seguro, seguro… —señaló con picardía Elena.

Carmela le dio un suave besito en el cuello, lo cual le produjo un instantáneo escalofrío.

—Claro, tú que vas a querer liarte con nosotras —le susurró al oído.

Se despegó de su lado y lo miró con bastante morbo.

—Aunque todavía queda día y noche por delante. —Sus ojazos verdes irradiaban un brillo muy tentador—. Nadie sabe lo que puede pasar.

Miró a su hermana. Esta se hallaba con los brazos cruzados y la mirada en otra parte en una clara pose de disconformidad. Ni le agradaba lo que pasaba allí delante ni tampoco él.

—Me alegro de verte, Sofía —le dijo.

Ella le lanzó una fugaz mirada y se lamentó con desagrado. Acto seguido, se fue de allí en busca de la recién casada y las otras primas. Elena y Carmela se quedaron mudas ante la actitud que acababa de mostrar.

—¿Y a esta que mosca le habrá picado? —preguntó Elena extrañada.

—Pues sí, que forma tan fría de recibir a su propio hermano —comentó sorprendida Carmela.

Ricardo se quedó callado. Pese a lo que dijeran aquellas dos, sabía muy bien a que venía esa actitud. Ya suponía que no lo iba a recibir de buen grado y así fue.

—¿Qué os ha pasado a vosotros dos? —fue la cuestión que le hizo Elena.

—Nada, hace mucho que no nos vemos —respondió desanimado—. Eso es todo.

—Pues ya, pero esa no es manera de recibirte. —Carmela estaba muy confusa ante la actitud de su prima—. Ni que os hubieseis peleado.

Eso último que acababa de decir resonó con cierta pesadez en su ser. Si ellas supieran, aunque prefería que no tuvieran ni idea.

—Bueno, me alegro de veros —dijo a las dos y le sonrieron muy agradadas.

—Lo mismo, primo.

—Cualquier cosa que necesites, ya sabes que cuentas con ambas.

Agradeció la atención, aunque notó que Carmela le estaba echando demasiado el ojo encima. Se marchó de allí y volvió con sus primos.

—¿Adónde habías ido? —preguntó Oscar.

—Sí, tío, que no te había saludado todavía —manifestó con cierto resquemor su primo Sergio, al que todavía no había visto.

Se estrecharon la mano y se fijó que en la otra llevaba un plato de jamón.

—Coge hombre, que la he pillado de la mesa para todos.

Algo reticente, le hizo caso y cogió una tira.

—Joder, que bueno está el jamón —dijo su primo mientras cogía un puñado y se lo metía en la boca.

—Oye, ¡no te lo zampes todo! —le gritó aireado Marcos.

—Pues venid y coged, idiotas —habló divertido Sergio.

—Mejor, por qué no me lo das, ¿eh? —sugirió José.

Consiguió quitarle el plato y luego, le dio unas palmaditas en su amplia barriga.

—Como sigas comiendo, te vas a poner más hermoso.

Todos prorrumpieron en risas, incluido Ricardo, quien se carcajeó un poco, aunque no le gustaba que se burlaran del sobrepeso de su primo. El muchacho, sin embargo, no le dio demasiada importancia. De hecho, parecía divertirse con ello.

—Bah, yo lo que tengo es mucha fuerza —se excusó con algarabía.

—Seguro que tienes bastante—comentó irónico Marcos.

—Pues oye, no es broma, pero este cabrón es capaz de ganaros echando pulsos.

Los allí presentes se sorprendieron ante lo que Oscar acababa de decir.

—Ni de coña.

—Estás tomándonos el pelo, ¿verdad?

Sus hermanos no se lo creían. Miraban al orondo muchacho y no salían de su asombro.

—Ya veréis luego. Después de comer, echamos unos pulsos, a ver quién es más fuerte —dijo desafiante Sergio.

Los primos asintieron incrédulos, pero aceptaron el reto.

A Ricardo no le interesaban demasiado aquellas reyertas familiares, pero viendo que no dejaba de pensar en su hermana, prefirió entretenerse con las bravatas de aquellos lelos antes que seguir evocándola. Como continuara de esa manera, se iba a volver loco.

—Venga, ¡y echamos unas apuestas! —añadió con sorna.

Los otros lo miraron con sorpresa.

—¿Tu participas? —preguntó Marcos.

—Yo hago apuestas, pero ni loco echo un pulso con vosotros.

—¿Qué pasa, primo? —dijo burlón Sergio—¿Tanto miedo me tienes?

—Eso, ¿es que temes a este? —le presionó Oscar.

Negó con la cabeza.

—Para nada, pero no me apetece.

—Claro, claro, será eso —aseveró con cachondeo su primo—. Es que no tienes ganas, no que te he intimidado.

Sacó un poco de musculo y todos se partieron de risa con él.

Tal vez sería ridículo, pero estaba pasando un buen rato con ellos. Gracias a eso, pudo olvidarla. Al menos, lo suficiente para estar mejor.

Pasado un rato, dejaron pasar a la gente a un amplio salón comedor. La luz entraba por toda la estancia, dejando una increíble claridad, gracias a la enorme cristalera que había en la pared derecha. En el centro, había una larga mesa rectangular, donde se sentaron los novios con sus padres. Alrededor, había mesas circulares donde se sentaría cada invitado. Ricardo buscó su nombre en el listado que había en la entrada y, tras encontrarlo, fue a la mesa que le asignaron.

Una vez allí, vio que lo habían puesto con todos sus primos. A un lado, tenía a Oscar y al otro a Borja, a quien no había visto aún.

—Coño, Ricardo, que alegría verte —dijo con sorpresa.

—Lo mismo, Borja —comentó mientras le estrechaba la mano.

Estuvieron hablando por un pequeño momento hasta que comenzaron a servirles la bebida. Casi todos pidieron cervezas. Luego, llegó el entrante. Se trataba de un surtido de embutidos ibéricos y una ensalada. Después, de primer plato, sirvieron merluza al horno con salsa caramelizada y, de segundo, secreto ibérico bañado en salsa de almendras y frambuesa con patatas fritas. Como postre, había flan de huevo bañado en nata y sirope de chocolate o sorbete de limón.

Ricardo comió todo lo que pudo, pero con los aperitivos que se había tomado antes de entrar, no llegó ni a terminar la merluza. Cuando vio el secreto ibérico, tan delicioso y oliendo tan bien, se vino abajo. En ese instante, maldijo a los canapés y a las croquetas. A su lado, Oscar devoraba todo con una avidez casi inhumana, lo mismo que Sergio. Los dos parecían como dos muertos de hambres recién salidos del desierto. El resto de la mesa tampoco era indiferente a su glotonería.

—Oscar, chiquillo, para un momento para respirar, ¡que te asfixias! —le avisó su hermano Marcos.

—Tu tranquilo, que yo ya tengo mi método —le calmó el muchacho y siguió comiendo como si nada.

Mientras veía a sus primos comer a toda prisa como si estuvieran en el corredor de la muerte, a punto de ir a la silla eléctrica, Ricardo apuró lo que pudo del secreto ibérico. Con un poquito de cerveza para suavizar la entrada, algo más le cabría. Cuando acabó, tenía la barriga a punto de reventar. Les sirvieron los postres y el flan de huevo, aunque algo empalagoso, le sentó mejor.

—Ay, coño, cuanta comida… —se quejó Borja.

—Si no puedes terminar, déjaselo a esos dos —señaló a Oscar y a Sergio mientras hablaba—. Seguro que se zampan hasta el plato.

—Eso seguro.

Los dos se echaron a reír tras el comentario.

Para ser una boda tan larga y pesada, lo estaba pasando bien. Sus primos, en el fondo, eran buena gente y mientras tuviera un contacto fugaz con sus tíos, que siempre lo fusilaban a incomodas preguntas, la cosa iría bien. Sin embargo, no podía dejar de pensar en Sofía. Incluso en el tiempo que estuvo comiendo, de vez en cuando, volvía a su mente. Se giró en el asiento y la buscó con su mirada. La encontró sentada con las primas, hablando animada. En ese instante, notó un fuerte quejido en su corazón. Allí estaba, tan tranquila y alegre. No obstante, parecía tan lejana, como si fuera ya una desconocida para él…

De repente, los ojos marrones de Sofía se clavaron en el hombre. Ricardo, asustado, se dio la vuelta y se quedó petrificado. Lo había pillado con las manos en la masa y, por la expresión que tenía, no parecía muy contenta. Afligido, se lamentó. No podía creer que las cosas estuvieran así entre los dos.

Una vez se habían repartido los postres y todos habían tomado el café, se apartaron varias mesas para dejar una zona de baile. Un DJ, contratado por el hotel, vino y comenzó a pinchar música al tiempo que se apagaban las luces y se encendían unos focos de resplandor rojo para crear un ambiente especial. Una melodía emotiva y elegante comenzó a sonar. Se trataba de un bolero elegido por el marido de Paula. Así, la pareja de recién casados salió para bailar.

Todo el mundo vio como danzaron al son de la música. Lo hacían de forma lenta y sosegada, bien agarrados, como si no desearan separarse el uno del otro. Se miraban fijamente con mucha ternura y amor. Iban dando vueltas, moviéndose al ritmo de la canción y al final, una vez terminó, se besaron de manera apasionada. Los allí presentes estallaron en vítores de alegría. A Ricardo le pareció un momento precioso, aunque le dejó una mezcolanza de tristeza en su interior.

Tras esto, comenzó a sonar música más marchosa y bastantes personas acompañaron a la pareja en la zona de baile. Varios amigos y familiares, incluyendo niños y alguna persona mayor, se movían animados mientras sonaban canciones clásicas de una celebración nupcial como Paquito el chocolatero, Los pajaritos, Mi gran noche o Viva la vida. Ricardo se la pasaba viendo como todos disfrutaban sin hacer mucho más. Tan solo se limitó a ir a la barra de bar que habían improvisado para pillarse un cubata. Después de que se lo diesen, se fue a su lugar y comenzó a beber mientras observaba a todo el mundo divirtiéndose.

No tardó en avistar a Sofía. Se encontraba con Carmela y Elena, con las cuales parecía haberse vuelto inseparables. Tampoco le extrañaba. Carmela y ella siempre se llevaron muy bien y Elena, pese a no haber tenido tanto contacto, era tan agradable que caía bien a todo el mundo. Notó que su hermana estaba muy contenta y pasándolo bien. Hablaba animada y bebía con ganas. Esperaba que no se emborrachase, aunque, ¿quién era él para meterse en lo que hiciera?

—Sofía está que rompe esta noche —dijo una voz de forma inesperada.

A su derecha, su primo Marcos apareció con una copa de ron con limón en la mano. Le dio un sorbo y posó su mirada sobre su hermana. En sus ojos, notaba una mezcla entre lujuria y regocijo impresionante.

—Modérate un poquito, que es tu prima —le comentó algo molesto antes de beber del cubata.

—¿Y qué? —repuso Marcos— Eso no va a impedir que siga diciendo que tu hermana es un pibón de cuidado.

—El cuidado lo deberías de tener tú como sigas hablando así de ella —habló amenazante.

Su primo se volvió sorprendido ante su actitud. Desde luego, Ricardo no esperaba ponerse tan agresivo, pero que hablara de Sofía de esa manera lo enfurecía.

—Tranquilo, hombre —Marcos lo miraba muy impactado—. Cualquiera diría que es tu novia, tío.

Que dijera eso le hizo mucha gracia. Si el pobre supiera…

—Peor, es mi hermana, así que cuidadito —La advertencia sonaba muy intimidante.

—Lo que tú digas —Marcos bebió con despreocupación—. Eso sí, no creo que yo sea el único que se ha fijado bien en ella. Esta noche, muchos tíos van a intentar ligársela, así que ya te puedes preparar.

—Mientras no sean de la familia, no me importa.

Eso último le hizo igual gracia, aunque reírse de sus propias palabras resultaba absurdo.

—Como veas, pero no se diga que no te avisé —dijo su primo como despedida. Le dio una palmadita en la espalda y se fue.

Ricardo siguió allí, observando a Sofía. En un momento dado, ella también lo vio. Sus ojos se encontraron y en esas simples miradas, se dijeron más de lo que podrían decirse en una conversación. El gesto apático de la chica mostraba claramente lo harta que estaba. Él se encontraba igual. Enseguida, su hermana dejó de mirarlo y él decidió salir de allí. Un poco de aire fresco no le vendría mal para despejarse.

En la calle, fue a una amplia zona de césped donde se habían montado un castillo hinchable y varios juegos para que los niños pudieran divertirse. De hecho, allí podía ver a los jóvenes correteando de un lado para otro y saltando como si la vida les fuera en ello. Detrás de ellos, un par de monitoras los perseguían para evitar que se hicieran daño. No pudo evitar simpatizar con las pobres mujeres, todo el rato detrás de esos críos. Él no los soportaba y, por eso, estaba más que decidido a no tener hijos. Las pocas ganas que le quedaban se desvanecieron con la muerte de sus padres. Ya no tenía sentido darles unos nietos.

—Así que aquí andas.

Cuando la escuchó, se quedó sin respiración. Su voz era tan suave y agradable. A veces, se percibía un leve retintineo, como si se fuera a poner más ronca, aunque nunca lo hacía. Eso no le disgustaba para nada, más bien, le encantaba. Sin embargo, oírla ahora no era lo que más deseaba en esos momentos.

—La verdad es que se está muy bien aquí fuera —comentó Sofía mientras pasaba por detrás.

No se volvió. No hallaba el valor suficiente para mirarla. Ya lo intentó antes y fue un completo desastre, pero si estaba allí ahora mismo, era porque quería hablar con él. No lo entendía, viendo su actitud esquiva antes. Desconocía cuales eran sus intenciones. Cavilaba en todo eso cuando ella se colocó a su lado derecho, mirando hacia donde los niños jugaban.

Tembló un poco por los nervios y respiró algo agitado al sentirla tan cerca. No podía creerse que estuviera tan asustado de su hermana, aunque tampoco podía extrañarse. No la había vuelto a ver desde hacía dos años, cuando aquel fatídico día le confesó algo que cambió su relación con ella para siempre. Se pelearon y, desde entonces, no habían vuelto a verse.

—Un poquito mayor para subir al castillo hinchable, ¿no crees? —comentó chistosa.

Percibía su suave respiración y el agradable olor de su perfume. Seguía sin atreverse a mirarla, pero se la imaginaba tan hermosa y esplendida con ese vestido que llevaba, con una bonita sonrisa dibujada en el rostro mientras miraba a los niños. Porque ella siempre había sido así, al menos, para él.

—No me importa —respondió sin más—. Seguro que quepo dentro.

—Al primer salto, te lo cargarías —declaró fatídica.

Al fin, se atrevió. Giró su cabeza y allí la tenía. Sofía lo miraba de soslayo con esos ojos marrones oscuros tan brillantes como atrayentes. Notaba la expresión serena de su rostro y lo brillante que tenía su piel blanca. Su pelo castaño claro lo realzaba mucho más. Ella también lo miró y lo hizo estremecer de una manera inimaginable.

—Me alegro de verte —dijo el hombre con cierta incomodidad.

Sofía pareció quedar indiferente antes sus palabras. No le extrañaba.

—Que bien —se limitó a decir de forma seca.

—¿Eso es todo? —El hombre parecía expectante de que hablase de algo más.

—Bueno, también te digo que eres un pedazo de imbécil y que, la verdad, no tengo ningunas ganas de verte el careto.

Tragó saliva. Desde luego, estaba muy enfadada. De hecho, notó como su sereno rostro se endureció y sus ojos se volvían más intensos. Era evidente que Sofía no estaba nada contenta con su presencia.

Se quedaron callados ante tan cortante respuesta de la chica. Ricardo miró hacia otro lado mientras buscaba serenarse y, por su profunda respiración, Sofía intentaba hacer lo mismo. Volvieron la vista de nuevo hacia cada uno y seguían sin saber que decirse.

—Ya veo que no te alegras mucho de mi presencia—remarcó al final el hombre.

Su hermana sonrió un poco. Por lo visto, le hacía gracia lo que acababa de comentar, aunque él no pillaba el chiste. Se miraron de nuevo y pudo darse cuenta de que ella no estaba precisamente muy alegre. Más bien, al contrario, estaba furiosa.

—No me jodas, Ricardo. —El tono de su voz así lo evidenciaba—. Si crees que me alegré cuando me enteré de que te invitaban a la boda, te aseguro que no. De hecho, deseaba con todas mis fuerzas no encontrarme hoy contigo.

Era evidente el enorme resentimiento que había en ella, pero hasta un punto que no podía imaginar.

—¿Y qué haces aquí?

Esa pregunta pareció pillarla un poco desprevenida, pues se quedó mirando ausente hacia otro lado, aunque no tardó en responderle.

—Supongo que no podemos huir de lo que odiamos ni tememos.

Esas palabras las sintió como un mazazo en su ser. La miró de nuevo, fijándose en lo esplendida que estaba. Sin embargo, notaba una enorme tristeza en ella, un sentimiento que llevaba enquistado desde hacía tiempo como en él. Compartían ese dolor, pero ello, no significaba que siguieran unidos. De hecho, eso era lo que más le dolía.

—Sofía, no hay razón para que sigamos así —habló conciliador, como si quisiera solucionarlo todo de una vez por todas—. Te echo mucho de menos. Creo que podemos arreglar las cosas y volver a lo que siempre fuimos.

La chica sonrió al escucharlo, aunque sabía que esa alegre mueca era una falsa señal. Conocía demasiado bien a su hermana pequeña como para no percatarse de ello. Él quería solucionarlo todo, pero las cosas no eran tan fáciles como aparentaban y, ahora, estaba llegando a un asunto muy delicado y peligroso.

—En serio, ¿crees que las cosas pueden volver a ser como antes?

Su pregunta no podría sonar más devastadora. Pese a no parecerlo, sabía que estaba al borde del precipicio.

—Bueno, yo creo que es posible…

—¡Vete a la mierda! —le grito en toda la cara— Después de lo que me dijiste ese día, aún tienes la desfachatez de atreverte a afirmar que todo se puede solucionar, ¡como si fuera tan fácil!

Una de las monitoras se paró en seco al oírla y los niños se los quedaron mirando impactados. Ricardo, que ya estaba en shock tras ver la reacción de su hermana, se puso más nervioso al notarse tan observado.

—Oye, lo mejor sería que habláramos de esto en otro sitio, ¿vale? —intentó sonar lo más calmado que podía, pero le costaba.

—No, esto se acaba aquí —le dejó bien claro Sofía.

Temía por lo que fuera a decir. Si había algo que conocía muy bien de su hermana era lo decidida que podía llegar a ser para ciertas cosas.

—Ya estoy harta de ti y de que finjas que nunca ha pasado nada entre nosotros —comenzó a hablar con decisión—. Sabes muy bien lo que pasó ese día y como me dejaste tras contármelo todo.

—¿Crees que te lo dije con mala intención? —Ricardo decidió también encarar las cosas de una vez por todas— Sofía, era algo que llevaba tiempo ocultando y necesitaba confesártelo. No podía seguir así y créeme, nunca te lo dije con intención de hacerte daño. Eso es lo último que haría.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Las monitoras se llevaron a los niños de allí, viendo que la discusión se recrudecía. Fue algo que Ricardo agradeció.

—Ah, ¿sí? ¿Piensas que contarle a tu hermana que estás enamorado de ella era lo mejor que podías hacer?

Aquellas palabras fueron golpes instantáneos para el hombre. Recordaba cada segundo de aquel momento, como le contó aquello que llevaba tiempo guardando en su interior. La amaba de una manera diferente a como podría amar a una hermana. Vio cómo su rostro se descomponía ante semejante confesión y como sus vidas se rompían en pedazos. No dejó de pensar en ese momento tan duro para los dos.

—Sé que no fue lo correcto, pero, ¿que querías que hiciera? —Se sentía desolado ante lo que hablaban— Te quiero mucho y no…no podía seguir ocultando lo que siento.

La frustración se denotaba en su hermana con todo lo que le decía. Se dio la vuelta y caminó un poco mientras cavilaba ante lo que hablaban. Todo se complicaba más de lo imaginable.

—No tienes solución. Nunca la vas a tener —decía ya harta de todo.

—Lo siento mucho, Sofía —se intentó disculpar—. Lo último que quiero es que la cosas sigan mal entre nosotros y no tienen por qué seguir.

Se volvió para mirarlo. Quería ver algo de compresión o simpatía en sus ojos, pero lo único que halló fue el malestar reflejado en ellos. Sabía que la batalla estaba más que pérdida.

—Mira, lo siento, pero esto no tiene remedio —habló empezando a sentirse afligida—. Se acabó, no quiero volver a verte.

Quiso hablar, pero antes de que pudiera llegar a articular palabra alguna, Sofía se marchó de vuelta adentro. Ricardo se quedó allí, pensando en todo lo que habían hablado y en cómo no se había solucionado nada. Se encontraba desolado, sopesando el hecho de que ya sí que había perdido a su hermana para siempre. Se maldijo por dentro al permitirlo.

Viendo que ya no había nada que hacer y, con pocas ganas de regresar a la fiesta, el hombre decidió irse a la habitación para descansar o, por lo menos, ocultarse de todo. Así que puso rumbo para allá, tan solo deseando olvidar aquel fatídico día que estaba viviendo y que aún no había terminado.

Una vez dentro, se quitó los zapatos y se desabrochó la camisa, pues tenía un poco de calor. Se acostó sobre la cama y puso la tele, aunque a esas horas no había nada interesante. Teletienda, realitys, reposición de algún documental y aburridas películas eran todo lo que podía encontrar. Al final, la dejó en una peli del Oeste antigua que, seguramente, le habría encantado a su padre. Recordarlo le hizo sonreír un poco, pero también una pequeña sensación de tristeza.

Miraba el televisor, dejando que el tiempo pasara, pero su mente estaba en otro sitio. Pensaba en Sofía y en el día en que comenzó a verla de otra manera. Nunca supo de qué forma ocurrió. Quizás, desde siempre se había sentido atraído por su hermana, aunque no fue consciente de ello hasta que ella cumplió diecinueve años. Por esa época, fue en una ocasión al baño para hacer sus cosas y, al entrar sin llamar, la pilló envolviéndose en una toalla, recién salida de la ducha. Pudo discernir su perfecta figura a punto de ser oculta por la larga tela. Su cuerpo era muy bonito, en forma y portentoso. Se quedó boquiabierto. Cerró la puerta de golpe y esperó a que ella saliese para pedirle disculpas. La chica le quitó hierro al asunto, diciendo que solo había sido un pequeño percance. Sin embargo, para Ricardo todo había cambiado.

Suspiró un poco y continuó rememorando sus recuerdos con ella. Se llevaban cuatro años y la relación entre los dos fue muy estrecha. Siempre estaban el uno para el otro, ayudándose y protegiéndose cuando más se necesitaban. Se tenían mucho cariño, así que nunca le pareció extraño que terminara enamorándose de Sofía. Era maravillosa y la cosa se acentuó cuando se echó un novio, cosa que hizo aflorar sus celos. A partir de ahí, la relación entre los dos se enfrió un poco, al menos, hasta que sus padres fallecieron en un accidente de tráfico. Para ese entonces, ya vivía solo y no veía tanto a su hermana, pero el dolor por la pérdida los reunió de nuevo. No mucho después, ella rompería con su pareja, haciendo que se volvieran más cercanos y Ricardo creyó que era el momento ideal para confesarle todo. Se equivocó.

Con un enorme malestar, se maldijo por haber arruinado la relación que tenía con Sofía. Prefería mantener ocultos sus sentimientos que perder a su hermana. Permaneció inmerso en esos funestos pensamientos hasta que alguien llamó a la puerta.

Se quedó extrañado al ver que alguien había tocado. ¿Quién podría ser? Esperaba que no fueran sus primos. Lo único que deseaba en esos momentos era estar tranquilo y esos irredentos lo que querrían era seguir de juerga. Estaba pensando en no ir a abrir. A lo mejor desistiría, pero quien fuera que se hallase al otro lado, volvió a llamar con insistencia. Al final, no tuvo más remedio que levantarse.

Cuando abrió la puerta, se quedó atónito al ver quien estaba allí.

—¿Sofía? —dijo petrificado.

Su hermana se encontraba de pie, tan radiante como siempre. Incluso, tenía una hermosa sonrisa dibujada en su rostro. En una de las manos, llevaba lo que parecía una botella de tequila a la que le faltaba la mitad de su contenido.

—Oye, ¿me vas a dejar pasar o te vas a quedar mirándome como un pánfilo? —le preguntó con un inusual desparpajo por su parte.

Notando lo agitada que se estaba poniendo, Ricardo volvió en sí.

—Cla…claro, pasa —dijo mientras se hacía a un lado.

La chica se metió en la habitación sin más. Su hermano mayor cerró la puerta y fue tras ella. Vio como se movía meciendo un poco las caderas mientras miraba curiosa a un lado y a otro. A él comenzaba a crecerle una enorme ansiedad en su interior. No era como esperaba verse en esos momentos.

—¿Cómo me has encontrado? —habló en un fino hilillo de voz que revelaba su nerviosismo.

Sofía se volvió ante la pregunta y respondió:

—Tras nuestra conversación, suponía que habrías venido a la habitación. No eres muy de fiestas, y más si te calientan la cabeza. —Su sonrisa se amplió más, aunque al hombre nada de esto le parecía divertido.

—Ya, ¿pero cómo supiste que estaba en esta?

—Porque es la misma que me han dado a mí.

La contestación lo desbarató por completo. Iba a compartir habitación con su hermana. Lo peor era que solo había una cama de matrimonio, así que no quería ni imaginarse donde pasaría la noche. Solo de hacerlo, le entraban escalofríos.

—¿Nos han puesto juntos…?

Su hermana so volvió al escucharlo y asintió como clara afirmación a lo que decía. De nuevo, se quedó sin palabras. Algo que se mantuvo cuando vio como la chica se recostaba sobre la cama.

Mierda, mierda ”, resonaba en lo más profundo de su cabeza.

Contempló como Sofía se quitaba los tacones y se estiraba, contoneando su bonito cuerpo en el acto. No podía quitarle el ojo de encima y suspiró encandilado. De repente, le miró.

—¿Qué haces ahí? —preguntó extrañada— Ven y acuéstate a mi lado.

La invitación no podría ser más indecorosa. Lo que más le sorprendía era que ella fuese consciente de lo que decía, sabiendo lo que sentía por la chica. Tenía que ser una broma, pero le estaba ofreciendo un sitio a su lado. Al final, no tuvo más remedio que aceptar.

—Qué demonios… —dijo para sus adentros.

Se acostó bocarriba. Incorporó la almohada contra la pared para poder apoyar mejor la cabeza y se quedó mirando hacia la tele. Era el mejor sitio en el que podía fijar su atención, porque si lo hacía al lado derecho…

—¿De qué va la peli?

Lo pilló un poco desprevenido con esa pregunta, pero no dudó en contestar.

—Del Oeste, aunque no le he prestado demasiada atención.

—El género que le gustaba a papá —comentó Sofía con regusto nostálgico.

No pudieron evitar sonreír los dos al recordarlo, aunque muy pronto, esa espontanea felicidad se fue desvaneciendo. Miraron hacia la televisión, buscando entretenerse con la película, pero sus mentes estaban inmersas en una tormenta de emociones y dudas gigantescas. Al menos, eso era lo que Ricardo pensaba.

—¿Quieres un poco de tequila? —le ofreció Sofía sin más.

Se giró y vio como la chica le pasaba la botella. Aunque algo dudoso, aceptó la oferta y se tomó un trago. El sabor dulce del líquido alcoholizado baño su gaznate. Le resultó refrescante y liberador.

—Gracias —habló satisfecho.

Observó la botella y como su acuoso contenido se movía de un lado a otro al inclinarla. Le pareció divertido.

—¿Dónde la has pillado?

—La prima Elena, que es una borrachuza nata —comentó carcajeándose un poco Sofía—. Nos la trajo a Carmela y a mí para pillarnos una buena cogorza, o eso pretendía ella. Luego, empezaron a tontear con unos tíos y, cuando vi que sobraba, decidí venir a verte y me la llevé conmigo.

Le lanzó una mirada que lo estremeció de pies a cabeza. Se sintió muy cohibido cuando mencionó que había decidido ir a verlo. Le hizo sentir algo especial.

—¿Y por qué no te quedaste con ellas? —preguntó curioso, aunque no deseaba formular una cuestión así— Seguro que ahora mismo lo estarías pasando en grande con uno de esos tíos.

No se inmutó al oírlo decir eso, pero sabía que su hermana estaba algo afectada por ello. No era algo obvio a primera vista, más la conocía demasiado bien para no percibirlo.

—Bah, me parecían unos idiotas sin nada interesante que contar —hablo tajante—. Anda, pásame la botella.

Se la dio y le metió un buen trago.

—Cuidadito, que puedes acabar bien borracha.

—Lo mismo va por ti.

Se la pasó y él también bebió.

El tequila lo estaba animando bastante. Ricardo sentía como el calor invadía su cuerpo y se notaba un poco desinhibido. Creía que Sofía estaría igual, aunque no lo aparentaba. Se hallaba como siempre, serena y despejada. Lo cierto era que ambos se encontraban compartiendo un momento relajado, sin conflictos ni complicaciones, algo que le sorprendía, pues tan solo un rato atrás, ambos se habían peleado hasta un punto en el que parecía que nunca más volverían a hablarse. Sin embargo, ahí estaban, compartiendo bebida y divagaciones.

—¿Qué haces aquí?

Repetir esa pregunta le resultó extraño, no por formularla de nuevo, sino porque nunca creyó que se la haría a su propia hermana, esa a la que pensó que nunca volvería a ver más.

—Ya te lo he dicho, he venido a verte.

Esa respuesta parecía despejar cualquier duda, pero Ricardo sabía que no era así. Algo tramaba, así que decidió indagar más. Era la única manera de llegar al fondo del asunto.

—No me lo creo —comentó sin más.

Sofía lo miró con cierta molestia. No le gustaba que la cuestionara.

—Ah, ¿no?

—Después de la pelea tan chunga que tuvimos antes, que ahora vengas en son de paz me resulta muy raro.

Se quedaron en silencio. Ricardo parecía haber tocado un punto incomodo, aunque tampoco tenían que extrañarse. La discusión previa había dejado bien claro que no había solución para su problema e, incluso Sofía había sido tajante en su intención de no volver a verlo. Sin embargo, allí estaba, acostada a su lado y hablándole como si no hubiera pasado nada.

—Mira, sigo teniendo claro lo que pienso de tus…sentimientos, pero quizás me he pasado de la raya.

Se volvió estupefacto al escuchar lo que acababa de decir. No era posible. Ni en un millón de años pensó que vería algo igual. Sofía estaba cediendo en este tema. A lo mejor, estaba dispuesta a hacer las paces. O igual era el alcohol. En esos momentos, podía ser cualquier cosa.

—¿Vas en serio?

—Puede…

Estaba sin palabras. Su hermana quería retomar el contacto, o al menos, se hallaba abierta a la posibilidad.

—Me da que estás un poquito bebida —repuso el hombre medio en broma.

Sofía se echó a reír ante su ocurrente comentario.

—¡Mira quien fue hablar! —habló divertida— Como si tu no llevases ya más de dos cubatillas bien metidos.

No se podía creer que estuvieran pasando un rato tan divertido junto a su hermana. Miraba su sonrisa, tan risueña como picarona. Le resultaba arrebatadora e irresistible.

Se calmaron un poco tras tanta diversión. Sofía volvió la vista hacia el televisor mientras que él continuó mirándola. Era tan bonita, una autentica belleza que parecía haber sido esculpida por los mismos dioses. Al menos, así se lo parecía a él.

Se fijó en el fino perfil de su rostro y en la claridad de su piel.Sus ojos marrones poseían un brillo resplandeciente y sus finos labios parecían más que deseosos de besarlos. Siguió por su suntuoso cuello, descendiendo hasta un lugar peligroso. Se dijo que no debería hacerlo, que resultaba inapropiado, pero el deseo podía más.

Sus ojos se clavaron en sus dos hermosos pechos. Redondos y firmes, se veían hasta la mitad gracias al triangular escote hacia abajo del vestido. Los sentía tan cercanos. Solo tenía que alargar un poco la mano para agarrar uno. Así de perfil, podía ver uno de lado. No llevaba sujetador y notaba lo blanquito que estaba. Conforme más tiempo pasaba mirando, más duro se le ponía su miembro.

—Oye, ¿quieres dejar de mirarme las tetas? —dijo de forma repentina Sofía— Como sigas así, me las vas a desgastar.

Cuando alzó la vista y se encontró con los ojos marrones de la chica mirándolo de forma inquisitiva, quiso morirse de la vergüenza.

—Lo…lo siento —se disculpó como un niño pequeño al que acabaran de pillar haciendo algo malo.

Callados, miraron hacia otro lado. Se notaba que las cosas volvían a enrarecerse entre los dos. Ricardo se maldijo por haber sido tan idiota como para ver a su hermana de esa manera. Ahora que todo parecía estar solucionándose, él la liaba fijándose de manera indebida en ella, aunque resultaba muy difícil resistirse.

—De verdad, no entiendo cómo puedes tener una fijación así conmigo —se quejó un poco la chica. Con todo, no notaba que estuviera demasiado molesta.

—Que quieres que haga cuando tengo a alguien tan sexy como tú a mi lado —habló audaz mientras la miraba.

Sofía quedó sorprendida ante sus palabras. Giró la cabeza para mirar la tele y suspiró un poco. Ricardo se acercó un poco más a ella, buscando sentir su cuerpo y su calor. Ella, al notar lo que hacía, se revolvió un poco.

—¿Qué haces? —preguntó inquieta.

—Solo quiero estar más cerca de ti.

Pasó su brazo por la espalda de Sofía y la cogió del hombro para atraerla. Al inicio, no parecía muy receptiva a la idea, pero al final, se terminó acurrucando contra él. Aquella acción le gustó. Parecía querer tenerlo a su lado, después de todo.

Pasaron el rato viendo la televisión sin decir o hacer algo. Inconscientemente, la chica fue apoyándose más en su hermano hasta que, al final, posó su cabeza sobre el hombro. Ese acto tan casual e inofensivo puso al hombre alterado. Sentía su calor y su presencia, lo cual le resultaba muy excitante. Poco a poco, ella se abrazó más a él y eso lo puso de los nervios, pero se tranquilizó lo mejor que pudo. La chica posó una mano sobre su desnudo pecho y notó como los dedos recorrían la piel. Temblaba como nunca lo había hecho en su vida al sentir ese suave roce. Entonces, sin más, Ricardo comenzó a acariciarle el pelo.

—Me encanta tu melena —le susurró a su hermana.

Sofía emitió un suave gemido. Sabía que le gustaba que la tocasen de esa manera. Lo hacían desde que eran pequeños. Era uno de los aspectos por lo que estaban tan unidos y, por lo que veía ahora, era obvio que seguían manteniendo esa conexión.

—Sabes, podríamos estar así siempre —comentó muy relajado—. Como hacíamos años atrás. No habría razón para seguir mal.

—Eso es imposible —dijo de forma repentina la chica.

A Ricardo le dolía que la relación se hubiera deteriorado tanto. Lo único que deseaba era restaurarla. No esperaba que terminaran amándose como una pareja, pero si, al menos, volver a ser lo que fueron. Sin embargo, le daba la sensación de que ya no sería así nunca más.

—No sabes cuánto me apena oír eso —se lamentó.

Suspiró. Sofía se aferró más a él, como si no quisiera separarse de su lado. Le sorprendía lo reacia que era a volver a ser más cercanos y, sin embargo, ahora la tenía abrazada, sintiendo el suave tacto de su piel y el calor que emanaba de ella. A lo mejor, era en lo que radicaba ese asunto. La tragedia de un hombre y su hermana, los dos incapaces de quererse por unos deseos que sabían que nunca podrían satisfacer.

A pesar de todo, no se estaban alejando. De hecho, seguían juntos. Sofía lo abrazaba con mayor fuerza que antes, como si no deseara que Ricardo se marchara de su lado. Eso le sorprendió al hombre. No hacía ni un rato le dijo que no quería volver a verlo nunca más y, ahora, su hermana parecía que fuera solo de su posesión.

—Yo creo que, a pesar de lo que mucho que estás enfadada, no quieres que nos separemos.

Aquellas palabras le salieron sin más. Ni tan siquiera las había pensado, pero en verdad, sabía que estaba en lo cierto. Miró a Sofía, a la espera de una respuesta y no tardó en encontrarla. Ella alzó su cabeza y sus ojos se encontraron. Fue el momento en el que los dos conectaron.

—¿Eso piensas? —dijo la chica.

En ese instante, Ricardo vio como los ojos de su hermana se pusieron vidriosos. La reacción que parecía tener lo pilló por sorpresa.

—¿Sabes lo duro que fue para mí que nos separásemos? —le preguntó llena de tristeza.

Rompió a llorar. Verla así le rompió el corazón. La abrazó con fuerza, haciendo que apoyase la cabeza en su pecho. Acarició su pelo para calmarla.

—¡Tú no sabes lo difícil que han sido para mí estos dos años! —gimoteó Sofía— Sin papa y mamá. Sin ti. He estado tan sola.

Le dio un suave beso en la frente. Ricardo se maldijo por haberla dejado abandonada. Quizás, debió dejar a un lado sus estúpidos sentimientos y centrarse en estar a su lado. Lo necesitaba.

—Ahora estoy aquí, cariño —le habló con calma—. No me iré de tu lado.

Sofía sollozó un poco más y luego, volvió a mirar a su hermano. Sus ojos marrones estaban rojos y cuajados de lágrimas. Por primera vez, la segura y alegre chica que conoció se le revelaba como alguien vulnerable, necesitado de cariño y compañía. Le acarició el rostro y le limpió una de sus empapadas mejillas. No lo soportó más. Sin dudarlo, la besó.

El rostro de Sofía cambió. De un gesto de tristeza, pasó a otro de asombro. Su hermano mayor tenía sus labios pegados contra los de ella. Ricardo sentía la suavidad y la caliente humedad que emanaba de su boca. Le encantaba, aunque sabía que, a lo mejor, acababa de cometer un terrible error.

Se apartó con cierta brusquedad. Su hermana seguía con cara de circunstancias.

—Lo…lo siento —trató de disculparse con parquedad.

La chica no supo en un inicio que decir. Se la veía confusa y no era para menos. Lo último que esperaría era que su hermano mayor la besara en la boca. Por suerte, tan repentina acción le había permitido dejar de estar tan triste. Algo era algo.

—Yo…yo… —murmuró llena de extrañeza.

Sus ojos se clavaron en los de Ricardo. El hombre tembló repleto de miedo, conocedor del temperamento de su hermana. Sabía que iba a estallar. Solo era cuestión de tiempo.

—Ricardo —lo llamó.

—¿Si?

—Bésame.

En ese mismo instante, ya nada volvió a tener sentido para los dos. Impulsados por un deseo irrefrenable, hermano y hermana volvieron a unir sus bocas. Sus labios se restregaban contra los del otro y comenzaron a gemir, presas de la excitación. Respiraban desacompasados, como si les faltara el aire. El calor no cesaba de subir en sus cuerpos.

Abrieron sus bocas y dejaron que sus lenguas se deslizasen hasta acabar encontrándose. Intercambiaron caliente saliva y no tardaron en unirlas, iniciando una intensa lucha entre ellas, quedando enlazas por completo. Poco a poco, el beso se tornó más profundo e intenso. Los quejidos de sus voces resonaban en el interior. Para cuando se separaron, se encontraban noqueados, incapaces de creer lo que habían hecho. Un hilillo de saliva caía de la comisura de sus labios.

—Sofía… —murmuró el hombre con cavernosa voz.

Su hermana estaba esplendida. El rostro lo tenía colorado y ya no caía ni una sola lagrima de sus ojos. Una dulce sonrisa se dibujó en los labios. Le acarició una mejilla, haciendo que se pusiera más melosa. Volvió a besarla. Lo necesitaba. Ella, también.

Mientras sus labios se fundían y las lenguas invadían la boca del otro, el hombre no dejaba de pensar en que tenían que para todo aquello. Eran hermanos, hijos del mismo padre y de la misma madre, su sangre corría por sus venas. No dejaba de pensar en lo que su familia diría de ellos y lo peor, era que se encontraban en el mismo edificio. Sin embargo, sentir el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel y el intenso beso que se estaban dando le impedía frenarse. Fue lo que siempre había deseado y no iba a evitarlo por nada del mundo.

Abrazó a la chica, atrayéndola más hacia él. Se besaban salvajemente, como si estuvieran poseídos por alguna clase de enloquecido espíritu, uno de amor y pasión desenfrenados. Acarició su pelo, tan terso y bonito.

—Sofía —volvió a decir mientras separaban sus bocas.

—¿Qué? —preguntó la chica.

—¿Estás segura de esto?

Su hermana pequeña bajó un poco la cabeza, como si intentara ocultar su vergüenza, pero Ricardo la cogió de la barbilla para que lo mirase.

—No quiero seguir sufriendo —habló triste—. Si esta es la única manera de ser felices, lo haré.

—No voy a obligarte a hacer algo que no deseas —dijo Ricardo con determinación.

Se quedó callada un momento. Podía ver el conflicto dentro de Sofía, debatiéndose entre el deseo y la culpa. Para él no era ningún problema, pues ya había asimilado lo que sentía por ella, pero en la chica se notaban enormes reticencias. Quizás, no era muy buena idea seguir liándose.

—El caso es que…yo siempre me he sentido atraída por ti —le confesó un poco avergonzada—. Siempre me pareciste muy guapo y, hasta alguna vez, llegué a fantasear contigo.

Ricardo estaba sin palabras. No era lo que esperaba escuchar. Se dio cuenta de cómo lo miraba ella al contarle todo. Se encontraba nerviosa. Él se limitó a asentir para que siguiera.

—Luego, nos separamos por tu confesión y, aunque estaba muy enfada contigo, no dejaba de echarte de menos. —Su voz se desafinaba al hablar. Parecía a punto de romper a llorar— Quería verte de nuevo, pese a que me decía que no te lo merecías por lo que me dijiste, pero en el fondo, ¡te necesitaba!

Comenzó a llorar, pero esta vez, Ricardo la frenó y le dio un fuerte beso. Ambos ahogaron su dolor entre sus bocas, consumiendo aquella inmensa pena gracias al ardiente deseo que les envolvía. Sentían el fuerte latir de sus corazones al tener sus cuerpos tan pegados. Era algo increíble, una experiencia que nunca creyeron posible.

Sofía le acarició el torso, cosa que lo puso algo nervioso. Sentir esos dedos recorriendo su piel en una situación así, fue algo que jamás pudo imaginar que se hiciera realidad. Ella lo miró con sus ojos, repleta de deseo.

—Tócame.

Que le pidiera eso, lo dejó paralizado. Bajó su mirada hasta ese par de hermosos pechos que tenía. Luego, volvió a sus preciosos ojitos, como si buscara su permiso. Sabía que lo tenía.

Alargó una de sus manos y atrapó ese ansiado tesoro. Abarcó el pecho por completo, notando su redondez y firmeza. Lo notaba duro y, también, suave. Bajo la tela, sentía el pezón bien duro. Llevó su otra mano y atrapó el otro. Los apretó un poco, haciendo que Sofía gimiera.

—Te gustan mucho, ¿eh? —le dijo picarona.

—Me encantan —respondió el hombre muy excitado.

Se besaron con avidez y se tocaron deseosos. Sin embargo, Ricardo quería más.

—Déjame verlas —le pidió.

Sofía se apartó un poco y el hombre retiró la tela del escote para dejar al descubierto sus pechos. Así, pudo disfrutarlos en toda su gloria.

Sus tetas eran de tamaño mediano, pero redondas y firmes. Un pequeño pezón rosado coronaba su centro y se veían bien duros y prominentes por culpa de la excitación. Ricardo las atrapó otra vez y comenzó a acariciarlas de nuevo. Sentía lo suaves y cálidas que eran. Sofía no dejaba de gemir, disfrutando del ansiado contacto.

—Oh, Ricardo, me encanta —decía gustosa.

Besó su cuello y pasó la lengua por la piel, dejando calientes estelas de saliva. Con sus dedos, pellizcó los pezones, poniéndolos más duritos. Ella no dejaba de suspirar. Le encantaba lo que le hacía y eso era lo que el hombre pretendía, hacerla gozar como nunca.

—Sí, ¡sigue! —le suplicaba desesperada.

Su boca descendió hasta los pechos y comenzó a besarlos y lamerlos. Recorrió con su lengua el redondeado perímetro de ambos, dejándolos brillantes de su saliva. Los pezones recibieron un trato especial, deslizando su lengua alrededor y dándo continuos lametazos que hacían suspirar a la chica. La recostó sobre las almohadas que tenían apoyadas en la pared y comenzó a chupar uno de ellos mientras pellizcaba el otro con sus dedos.

—No pares, por favor.

Sabía que la estaba llevando al borde del placer mismo, pero solo había un modo de lograr que se corriera.

Con sumo cuidado, colocó su mano derecha sobre una de las suntuosas piernas de su hermana y la deslizó hacia arriba. Pasó por su rodilla y se adentró bajo la falda del vestido. Le acarició su prieto muslo, notando la tersura de la piel, y se adentró en su entrepierna. Cuando notó tan inesperada invasión, Sofía se puso un poco tensa, pero Ricardo la calmó.

—Tranquila, tu déjame —le dijo mientras succionaba un pezón.

Sus dedos rozaron la tela de su braga y notó lo mojada que se encontraba. Sofía respiró profunda al sentir las yemas apretándose sobre su húmedo sexo. Ricardo adivinaba las formas de la vagina de su hermana, incluyendo sus labios mayores y todos los pliegues que hallaba en su interior. No tardó mucho en conseguir que la chica se pusiera tensa con tanta caricia allí abajo.

—Ricardo, creo que me corro —le habló rápido.

—No te preocupes, tu hazlo —se limitó a decirle el hombre.

Rozando con suavidad por encima de la tela, fue suficiente para que Sofía no pudiera aguantar más y se corriera. Su hermana pequeña cerró los ojos y abrió su boca para dejar escapar un sonoro grito al tiempo que su cuerpo sufría varias convulsiones. En su mano, notó un estallido increíble de humedad. Desde luego, estaba teniendo un buen orgasmo.

Dejó que se despejara. Se la veía tan relajada y esplendida así. No lo dudó y le dio un suave beso en la boca.

—¿Te ha gustado? —preguntó al verla ya más calmada.

—Sí, ha sido fantástico —contestó en un leve susurro—. Tienes buena mano.

—Bueno, no se me da mal, pero tampoco es para presumir —intentó excusarse.

Los dos se rieron. Luego, Ricardo metió las manos debajo de su falda y le retiró las braguitas. Sin embargo, cuando ya estaban por cerca de las rodillas, Sofía lo frenó.

—¿Qué pasa?

—No sigas.

Notó ciertas reticencias a querer continuar en sus ojos. Esa mirada estaba llena de miedo y vergüenza. Ricardo se aproximó más a ella y le acarició el rostro. No entendía que le pasaba.

—Tranquila, no voy a hacerte nada malo —le habló con calma—, pero si no quieres que siga, por mi vale. Lo dejamos.

La chica ladeó un poco su cabeza. Se la notaba muy triste y decepcionada. Seguía sin comprender que le ocurría.

—Dime, ¿qué es lo que pasa?

La notaba muy indispuesta, como si no quisiera hablar de ello, pero no tardó en responder.

—Es que…soy virgen.

Aquella revelación lo dejó sin palabras. Era lo último que esperaba escuchar esa noche.

—Pe…pero, Sofía… ¡si tienes veintiséis años! —exclamó perplejo— ¿Co…cómo es posible?

La chica comenzó a llorar de nuevo. No de forma tan agresiva como antes, pero con igual tristeza. Instintivamente, Ricardo la abrazó.

—Lo ves, sabía que no te gustaría —sollozó la pobre.

Le dio un suave beso en la mejilla y volvió a secarle las lágrimas. Luego, se besaron en la boca, dándose suaves piquitos. Sofía respiró algo abotargada, pero esa atención la fue calmando.

—No pasa nada —dijo el hermano mayor—. Para mí no es ninguna vergüenza que lo sigas siendo, es solo que me sorprende. Dime, ¿por qué lo eres todavía?

—El capullo de mi novio —contestó con voz desgarradora—. Siempre me trató muy mal y cada vez que quería tener sexo conmigo, me forzaba de forma muy brusca hasta casi hacerme daño. Muchas veces que me negaba, no paraba de gritarme y hasta me pegó en una ocasión. Al final, rompí con él, pero tenía tanto miedo, que ya no me atrevía a acercarme a nadie más.

Escuchar eso le sentó como una patada en su consciencia. No podía creer lo que su hermana le decía. Había sufrido tanto y él la había dejado sola por mucho tiempo. Se maldijo por ello.

—He sido un estúpido —empezó a hablar—. No debí de confesarte una mierda de lo que sentía por ti y haberme ocupado de cuidarte.

Su hermana, al oírlo, llevó sus manos hasta su cara y las colocó en sus mejillas. Luego, lo atrajo hacia ella, teniéndolo muy cerca.

—No fue tu culpa. —Se podía notar el dolor en su débil voz—. Yo me enfurecí contigo y no quise saber nada de ti.

—Ya, pero si yo…

—Tú sentías eso por mí y yo tenía que haber sido más consecuente. —Su interrupción, lejos de resultar molesta, le pareció oportuna—. Nunca debí apartarte de mi lado.

—Ya no pasará más —le dejó bien claro su hermano y se volvieron a besar.

Terminó de quitarle las bragas y le levantó la falda. Ricardo quedó maravillado al ver sus esplendidas piernas. Tan largas y blanquitas, las recorrió con sus manos.

—Que bonitas —suspiró.

Sofía lo miraba con deleite. Sonreía muy risueña y feliz. Fue hasta ella y le dio otro buen beso al tiempo que una de sus manos se internaba de nuevo en su sexo.

—¡Oh, Ricardo! ¡Me encanta como me tocas!

El hombre puso todo su empeño en hacerla gozar. Su mano se internó en el sexo de su hermana y volvió a acariciar cada húmedo pliegue. No tardó en hallar su clítoris. Duro y prominente, lo frotó con ganas. Mientras, su boca seguía devorando aquellos empitonados pezones, poniéndolos más duros de lo que ya estaba. Sofía gozó de todo aquello hasta que no pudo contenerse por mucho tiempo.

—¡Me corro! —gimió con fuerza al tiempo que se contoneaba descontrolada.

Todo su cuerpo vibró por completo. Ricardo fue testigo de tan esplendido orgasmo, notando como su hermana se contraía, incapaz de contener todo el placer que degustaba. La chica terminó derrengada sobre la cama, respirando con un poco de dificultad, pero satisfecha por el orgasmo alcanzado. Poco a poco, se fue relajando, pero para el hombre aquello no había sido suficiente.

—Um, hermanito, ¿es que me quieres matar? —pregunto un poco molesta Sofía.

—Solo de placer —respondió él.

Sus dedos se volvieron a meter en ese coño tan mojado y empezaron a masturbarla. Esta vez, la besó con ganas y no se despegó de ella. Podía escuchar sus fuertes gemidos al tiempo que le comía la boca y ella chupaba su lengua, intercambiando saliva. Su otra mano apretaba sus tetas. La muchacha las tenía muy sensibles y eso le añadía mayor placer.

En un momento dado, su dedo corazón se refregó contra su mojado sexo. Estaba lleno de sus fluidos y comenzó a meterlo por su conducto.

—Voy a metértelo —le informó a su hermana, quien lo miró aprensiva—. No te va a doler. Te lo prometo.

Esa atención que parecía poner la calmó un poco. Asintió y así, introdujo su dedo en el interior de ella.

El coño de su hermana era apretado y caliente. Fue adentrado su dedo corazón hasta que entró por completo. Notó un pequeño muro que le impedía avanzar más. Debía ser su himen. Sofía gimió al sentirse penetrada y Ricardo comenzó a mover su dedo. Al mismo tiempo, frotaba con su pulgar el clítoris.

—¿Está bien así? —le preguntó— ¿Te gusta lo que te hago?

Ella asintió con clara señal afirmativa. Se besaron y continuó acariciándola hasta que se corrió.

Pudo notar las fuertes contracciones de su coño y la tremenda explosión de humedad que surgía de dentro. Desde luego, su hermana se corría como ninguna otra y eso, le encantaba. Vio como temblaba, como si le dieran pequeños ataques al corazón hasta quedar relajada por completo. Entonces, volvió a besarla con cuidado y suavidad.

Sacó el dedo de dentro. Sofía gimió un poco al sentir como salía. Luego, Ricardo se lo acercó a la nariz y aspiró su aroma.

—Que bien hueles —dijo satisfecho.

—Que guarro —le reprendió su hermana.

Acercó el dedo al rostro de la chica y ella se revolvió divertida. No quería que se lo pegara en la cara.

—¡Quita! ¡Ni se te ocurra acercármelo! —le decía divertida.

Estuvieron jugando un poco hasta que se la llevó a su boca. Ella lamió el dedo. Primero, un pequeño lametazo, seguido de más, hasta que terminó por chuparlo. Ricardo vio como entraba y salía de entre sus finos labios. Eso le dio un morbo increíble.

—¿Está rico? —preguntó petrificado.

—Pruébalo tú mismo.

Se volvieron a besar y sus lenguas no tardaron en enrollarse. El sabor al coño de Sofía no tardó en impregnar su paladar. Le encantaba.

Siguieron besándose y se colocaron de lado, uno frente a otro, quedando acostados. Atrajo a su hermana para sentir su cuerpo. Estaba en la gloria. Nunca pensó que acabarían así, era como un sueño hecho realidad. Lo que le preocupaba era que la gente de las habitaciones contiguas se estuviera enterando de la que andaban armando, aunque concluyó que la mayoría seguirían en la fiesta, así que no estaba tan preocupado.

Continuaron de esa manera hasta que su hermana le hizo la pregunta que más esperaba, aunque no creía que sucediera.

—Y tú, ¿qué?

—Te refieres a…

La chica asintió y, sin previo aviso, llevó su mano hasta allí. Ricardo quiso pararla, pero fue tarde. Enseguida, sintió la mano de la chica apretando su dura polla. Gimió al notar como la apretaba.

—Vaya, la tienes enorme —comentó impresionada.

—¿Es la primera que tocas? —preguntó ansioso.

—Si.

Que su hermana tuviera su primera experiencia sexual con él le ponía muchísimo. Su mano subió y bajó por la gruesa barra. Si continuó así, se correría sin más remedio. Tenía que pararla.

—Sofía, me voy a correr si sigues así.

—Eso es lo que quiero —habló ella bien dispuesta.

Le cogió la mano para que parase.

—Al menos, deja que me quite el pantalón para no mancharlo.

El rostro de incertidumbre que se le quedó a la chica denotaba lo impactada ante la propuesta de su hermano, pero no dudó en llevarlo a cabo.

Ricardo se desabrochó el botón y ella tiró del pantalón hacia abajo. Cuando vio el enorme bulto formado en los calzoncillos, se quedó sin habla. Desde luego, se notaba que Ricardo tenía una erección de cuidado. Tiró de la prenda para abajo y descubrió la enorme herramienta.

—Madre mía —expresó cohibida.

—Sí, hermanita, me la has puesto bien grande —señaló igual de impresionado el hombre.

Sofía miraba el enorme miembro sin poder creer lo que sus ojos contemplaban. Volvió la vista hacia Ricardo. Él estaba ansioso porque lo hiciera, aunque no quería forzarla. Prefería que saliera de ella. Un poco reticente, al final, su hermanita se lanzó.

Llevó su mano hasta la polla de Ricardo y se la tocó. El hombre pudo contemplar cómo se la acariciaba sin prisas, recreándose en su forma y dureza. Temblaba entelerido al sentir sus dedos recorrer todo el tronco. Era una sensación única, algo que nunca podría imaginar. Se fijó en el rostro de la chica, absorta ante lo que estaba haciendo. Tampoco le extrañaba, era la primera polla que tocaba.

—Ven aquí —la llamó.

La muchacha accedió y se acercó a su hermano. Él la envolvió por la cintura para pegarla más. Sus rostros quedaron muy próximos.

—¿Quieres que te enseñe a hacerme una paja? —propuso decidido.

Miró los hermosos ojos marrones de su hermana, donde notó ciertas reticencias, pero también, deseo.

—Si —contestó un poco tímida.

La atrajo y le dio un suave beso en los labios.

A continuación, Ricardo hizo que Sofía enroscara sus dedos alrededor del tronco de su polla, aferrándola con firmeza. La chica lo miraba poco convencida, pero él le aseguró que todo iría bien.

—Ahora, mueve la mano lentamente de arriba a abajo —le explicó.

Ella asintió ante sus indicaciones y comenzó. Su mano se movía tal como le había dicho y Ricardo no pudo evitar gemir.

—¿Te…te duele? —preguntó preocupada Sofía al verlo así.

—No, no, tu tranquila, sigue —la calmó.

Continuó con la paja, haciéndola lo mejor que podía. Se notaba su inexperiencia al realizar un movimiento un tanto tosco. Sin embargo, Ricardo estaba encantado. Ni en sus más calenturientos sueños, pudo imaginar que acabaría así. Ver la mano de su hermana subiendo y bajando a lo largo de su polla era lo más erótico que jamás había disfrutado.

—Oye, ¿te vas a correr? —preguntó de repente.

—No, ¿por?

Le señaló a su miembro y se fijó en el glande, de donde supuraba un líquido transparente. Enseguida entendió.

—Eso es líquido preseminal —comentó—. Sale cuando estoy muy excitado.

Sofía le sonrió maravillada y, de repente, pasó su pulgar por encima de la punta de la polla para quitar las gotas que se derramaban desde ahí. Eso le puso aún más malo.

—Oh Dios, esto me encanta.

Buscó con desesperación la boca de su hermana y se unieron de nuevo. Ella reanudó la masturbación y movió su mano con algo más de ritmo. Al mismo tiempo, Ricardo atrapó sus pechos apretándolos y sintiendo esos empitonados pezones contra las palmas.

—Ricardo, dime qué más puedo hacer para que goces.

Su entrega era completa. Estaba más que dispuesta a disfrutar y lo cierto era que ya estaba en un punto maravilloso, pero viendo lo dispuesta que estaba su hermana, pensó en otra cosa.

—Acaríciame los huevos —le pidió—. Me encanta tocármelos mientras me la machaco.

Así hizo ella. Mientras que con la mano derecha lo seguía pajeando, la izquierda bajó hasta sus testículos y se los acarició. Sentir ese tacto allí abajo lo hizo gruñir con fuerza y que su respiración se acompasara. Estaba siendo maravilloso.

—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó con un tono de voz que sonaba tan inocente como tentador.

—Joder, ya lo creo —respondió agonizante el hombre.

La chica apretó sus huevos con cuidado, añadiendo mayor placer al que ya experimentaba. Entre eso y la increíble paja, Ricardo supo que no tardaría en correrse.

—Oh, Sofía, no voy a tardar en venirme —avisó con antelación.

Ella se pegó a su rostro y le susurró al oído:

—Pues hazlo ya —sonó muy incitante—. Quiero ver como lo echas todos.

Al mirarse, notó un claro gesto de perversión en su cara. Le encantaba que fuera así, que lo deseara. Se besaron de nuevo y el hombre apretó las tetas de su hermana con ganas. Ella continuó pajeándolo y masajeando sus huevos hasta que ya no pudo más.

—Sofía, ¡me corro!

Cerró sus ojos al tiempo que todo su cuerpo se tensó. Su polla sufrió varios espasmos al tiempo que expulsaba chorros de espeso semen. Cada latigazo fue tan poderoso e increíble. Era el mejor orgasmo que había experimentado en su vida. Todo ello, gracias a su hermana, algo inimaginable. Cuando todo terminó, acabó exhausto sobre la cama.

Respirando de forma profunda, abrió sus ojos para ver todo el desastre.

La barriga, el pecho y la entrepierna estaban llenas de semen, al igual que la mano de Sofía, quien todavía tenía bien agarrada su polla, la cual comenzaba a menguar de tamaño. Notaba el calor de su corrida ardiendo sobre su piel.

—Joder, estás bien manchado —habló petrificada.

—No pasa nada. Estoy acostumbrado —comentó desenfadado.

Su hermana siguió mirando el estropicio montando y no tardó en levantarse de la cama. Ricardo se sorprendió al verla así.

—Voy al baño y te traigo algo para que te limpies, ¿vale?

Se fue y no tardó en regresar con una toalla mojada. Se la dio y comenzó a pasarla por su cuerpo para quitarse los restos de semen que llevaba encima. Pese a ir quedándose limpio, el olor seguiría impregnado en él. Pensó en irse a la ducha, pero estaba cansado y lo único que quería era dormir. Miró a Sofía y se fijó en algo de ella.

—Oye, tienes la mano manchada —le indicó.

La chica se miró la mano. Tenía parte del dorso todavía lleno de unos cuantos grumos blancos. Se la quedó mirando impactada, como si no se creyera lo que veía. Ricardo estaba pendiente hasta que vio lo que hizo. Sin dudarlo, Sofía lamió todo el semen derramado allí y se lo tragó.

—¿Esta rico? —preguntó divertido su hermano.

El gesto que puso al degustarlo indicaba que no.

—Sabe raro —le respondió un poco asqueada—. Está salado y pringoso…

Casi se echó a reír ante su comentario, pero se retuvo. Tras eso, dejó la toalla en el suelo. Estaba llena de su corrida y no quería manchar más la cama. Luego, se acomodó y miró a Sofía.

—Vente y vamos a dormir.

Sin embargo, la chica no le hizo caso. Siguió de pie, cosa que le pareció extraña.

—¿Qué haces?

—No voy a dormir con el vestido, lo arrugaría—contestó ella—. Mejor me lo quito.

Llevaba razón, aunque viendo que estaba tratando de bajarse la cremallera, supo que la vería desnuda. Eso lo puso bastante nervioso.

Bien rápido, Ricardo se deshizo de la camisa y el pantalón, los cuales tiró al suelo. A él no le importaba que se arrugaran. Luego, se volvió hacia su hermana y vio que estaba teniendo dificultades para bajarse la cremallera del vestido.

—Espera, te ayudo.

Se puso en pie y se colocó detrás de ella. Los dos permanecieron en silencio mientras Ricardo cogía la cremallera y tiraba para abajo. Así, pudo ver la espléndida y blanca espalda de su hermana.

—Gracias —dijo la chica y empezó a tirar del vestido hacia abajo para quitárselo.

La ayudó y cuando la prenda cayó al suelo, se dio cuenta de que la tenía desnuda por completo.

Sus ojos subieron por sus largas piernas y se clavaron en el redondo culito de la muchacha, tan bonito y bamboleante. Siguió por la espalda hasta llegar a su largo cabello castaño. No pudo más. Se pegó a ella y la abrazó.

—Ricardo… —suspiró Sofía al sentir a su hermano tan cerca.

Sus cuerpos se rozaron, sintiendo el contacto de la piel. La polla del hombre, otra vez poniéndose dura, se restregó contra el trasero de la chica. Sus manos se aferraron a sus esplendidas tetas medianas, amasándolas con avidez. Ricardo besó el cuello y hasta le dio un pequeño mordisco.

—Eres preciosa —murmuró entelerido—. Te quiero tanto.

Ella giró un poco la cabeza y lo miró de soslayo. Sus ojitos marrones lo miraban de una manera muy tierna y una dulce sonrisa se formó en sus finos labios.

—Venga, vamos a dormir —le dijo.

Se besaron y fueron a la cama.

Acostados de lado, cara a cara, no dudaron en abrazarse. Se sentían muy felices. No solo habían vivido una placentera experiencia sexual, sino que además, habían arreglado sus diferencias y se habían reencontrado. Sintiendo sus respiraciones, se besaron un poco más hasta que, al final, las fuerzas los vencieron y se quedaron dormidos. Había sido un día muy largo para ambos.


Ricardo despertó un poco cansado. Sentía su cuerpo algo agarrotado y tenía la cabeza nublada. Mirando a tientas en la oscuridad, pues la persiana de la ventana estaba echada y solo se filtraban más que unos pocos rayos de Sol, se incorporó un poco. Se fijó en que estaba desnudo y no tardó en acordarse por qué. Miró a su derecha y allí la encontró.

Sofía se hallaba durmiendo bocarriba. Aunque estaban a oscuras, podía ver su cuerpo desnudo de forma perfecta. Esbelto y delgado, se fijó en sus pechos medianos, en su vientre plano, en su afeitado pubis y en sus largas piernas. Era todo un monumento de mujer. Miró ese rostro tan sereno y bonito. No podría estar más enamorado de ella.

Una de sus manos se aproximó hasta uno de sus pechos y lo aferró. Notaba su calidez y suavidad. Lo amasó un poco y luego, con sus dedos, pellizco el pequeño pezón rosado que lo coronaba. Sofía se estremeció un poco ante el estímulo. Animado, Ricardo decidió atraparlo entre sus labios, chupándolo como si la vida le fuera en ello. Su otra mano viajó hasta la otra teta para no dejarla sola.

Poco a poco, Sofía se fue despertando. No tardó en abrir sus ojos y contemplar a su hermano chupándole los pezones, poniéndoselos bien duros mientras los lamía y mordisqueaba. Una bella sonrisa se dibujó en sus labios.

—Ricardo —suspiró encantada.

El hombre se incorporó y le dio un suave beso. Hermano y hermana se degustaron con avidez, disfrutando de sus húmedas lenguas y de la cálida saliva que intercambiaban.

—Um, no hay mejor forma de despertarse —comentó satisfecha la chica.

—Ya la creo —convino su hermano.

Ambos sonrieron y se dieron otro grato beso.

Ricardo siguió acariciándole los pechos a Sofía con una de sus manos mientras que la otra descendía por sus piernas, palpándolas en el proceso. Sin embargo, no tardó en subir hasta llegar a su entrepierna. Su hermana pequeña, al percatarse de lo que hacía, se abrió para darle completo acceso.

—Oh cariño, ¡estás muy mojada! —exclamó impactado.

Sus dedos recorrieron la húmeda raja de Sofía. Ella emitió un fuerte gemido y más le siguieron cuando abrió los labios mayores y se adentraron más en ella. La pobre se retorció desesperada cuando su hermano comenzó a frotar su clítoris.

—Ricardo, ¡me voy a correr! —gritó desesperada.

—Pues hazlo, hermanita —le dijo tras dejar de chupar uno de sus pechos—. Quiero que lo hagas.

Fue decir eso y la chica estalló. Todo su cuerpo entero se contrajo mientras aullaba muy fuerte. Contra su mano, Ricardo notó la fuerte explosión de humedad derramándose. Quedó impactado al ver como llegaba al orgasmo su hermana pequeña.

Cuando ya terminó y la vio más calmada, fue a besarla. Estuvieron así un poco hasta que volvieron a hablar.

—Sofía, deberías de bajar un poco el tono de tus gritos o la gente se va a dar cuenta de la que estamos liando —comentó lleno de preocupación Ricardo.

—Tranquilo, en esta planta no hay demasiada gente y no son de nuestra familia —le informó ella.

Al hombre le impresionó esa revelación. Que su propia familia hiciera algo así le pareció mosqueante, pero prefirió no pensar mal de ellos. A lo mejor, en las otras plantas, el resto de habitaciones estaban ya pilladas. A lo mejor.

Siguieron besándose y él no tardó en volver a acariciar el húmedo sexo de su hermana. Sofía estaba, de nuevo, gozando de aquel estimulo tan delicioso. Muy pronto, sintió como uno de los dedos entraba en ella. Vibró al sentir esa penetración inesperada.

—¡Ag, Ricardo! —murmuró nerviosa.

Su hermano mayor siguió adentrándose. Le impresionaba lo fácil que estaba accediendo al estar la vagina tan húmeda. Eso le hizo pensar en algo. Se acercó hasta ella y se lo dijo.

—Sofía, quiero follarte.

La chica, quien tenía sus ojos cerrados mientras degustaba el placer que le daba su hermano, los abrió de par en par al escucharlo. Lo miró impactada, sin poder creer lo que acababa de decirle.

—¿No irás en serio? —preguntó temerosa.

—Te quiero mucho y no creo que haya mejor forma de demostrártelo que siendo tu primer hombre —habló bien claro.

Sofía se mostró dubitativa. Ricardo conocía muy bien a su hermana y sabía que ahora andaría dándole vueltas a todo eso, analizándolo de forma fatalista, pues tenía claro que no iba a verlo como algo bueno.

—Sabes que somos hermanos, ¿te parece bien?

Era evidente que romper un tabú suponía un dilema enorme, pero para Ricardo aquello dejó de ser un problema hacía mucho.

—Sofía, estamos desnudos y besándonos en estos momentos —dijo resuelto—. Yo creo que ese punto lo pasamos hace mucho.

A pesar de su explicación, la chica seguía dudosa. Acarició su rostro y la miró con calidez.

—No tienes nada de qué preocuparte —le habló con confianza—. Todo irá bien.

Sofía seguía mostrándose reticente, pero entonces, besó sin dudarlo a su hermano. Eso significaba que si quería hacerlo.

—Vale, hagámoslo, pero, por favor, ten cuidado.

Le enterneció verla de esa forma. Tan frágil y vulnerable, hacía que quisiera protegerla de todo y, siendo su hermano mayor, era lo que tenía que hacer. Otra vez sellaron sus labios, clara señal de lo que iban a llevar a cabo.

Con sumo cuidado, Ricardo se colocó encima de su hermana y guio su miembro hasta la entrada de la vagina. La chica lo miraba expectante, con ganas de ver que era lo que iba a ocurrir. Con el glande justo en la abertura, estaba más que listo.

—Te dolerá un poco, pero una vez este toda dentro, ya dejará de hacerlo.

Su hermana asintió con claridad. Viendo que tenía vía libre, el hombre empujó con lentitud y comenzó a adentrarse dentro de ella.

Su polla se fue abriendo camino por la vagina de la chica. Estaba caliente y húmeda, pero aún así, se notaba estrecha. Sofía se quejó un poco, así que dejó de moverse, permitiendo que se acomodara a tener el miembro en su interior. Cuando la vio más calmada, continuó con la penetración.

—Um, me rompes el himen —comentó de repente.

—¿Segura? ¿Quieres que pare? —Ricardo se mostró muy preocupado al escucharla.

—No, sigue —le contestó la chica—. Ya casi estamos.

Siguió con su avance, tratando de ser lo más calmado y cuidadoso posible. Continuó adentrándose en la vagina de su hermana hasta que al fin, la metió entera por completo. Sofía gruño un poco, aunque no parecía molesta.

—Bueno, ya está hecho —anunció Ricardo.

—Sí y ahora, ¿qué?

—Ahora, vamos a follar.

Ricardo comenzó a mecer sus caderas. Iba de forma lenta, sacando su polla un poco para luego meterla de nuevo. De esa manera, hizo que su hermana comenzara a gemir. Primero, emitía suaves suspiros para ir aumentando su tono hasta convertirlos en sonoros gritos. En un abrir y cerrar de ojos, Sofía mostraba todo su goce con su fuerte voz.

—Ummm, Ricardo, ¡me encanta! —decía ansiosa.

—Me alegro, Sofía —habló él mientras gozaba del interior de su hermana—. Yo también estoy disfrutando.

El coño de Sofía apretaba muy bien su polla. Fluía a la perfección, como si estuviera diseñada expresamente para ella. Siguió clavándola con muchas ganas, haciendo que la chica se estremeciera. Sabía que no iba a tardar en tener un buen orgasmo.

—Te vas a correr, ¿eh? —preguntó incitante.

—¡No creo que tarde! —gritó ella descontrolada.

Desde su posición, podía ver como ella se estremecía con cada estocada. La tenía bien cogida de las piernas y al moverse, se fijaba en como sus pechos se movían como si fueran flanes. Cerraba sus ojos y abría su boca para dejar escapar el aire acumulado en su interior. Se hallaba a punto de venirse, así que aceleró un poco su movimiento. Sofía respiró de forma más entrecortada y, al fin, se corrió.

—Ri…car…¡ahhh!

No pudo ni terminar su nombre. El hombre contempló como se venía, cerrando sus ojos, arqueando la espalda y alzando el torso. También sintió las fuertes contracciones de su coño y la enorme cantidad de humedad que se derramaba de su interior. Fue algo maravilloso.

Cuando vio que se calmaba, se tumbó sobre ella y la besó. Estuvieron intercambiando saliva por un rato hasta que Sofía se recuperó.

—¿Has disfrutado? —preguntó.

—Sí, mucho —respondió contenta—. Ha sido increíble.

Oírla tan feliz y satisfecha le encantó.

—Me alegro, porque todavía no hemos terminado.

—Ya, supongo que tú también tendrás que correrte.

—Tendré que hacerlo —se dio cuenta de lo incomoda que estaba ella con ese tema—. No te preocupes, saldré antes de que lo haga.

Sofía le dio un fuerte beso, algo que lo pilló desprevenido.

—No lo hagas, quiero que te corras en mí.

Ricardo quedó muy descolocado ante lo que acababa de decirle.

—No…no creo que eso sea una buena idea.

—Por favor, hazlo —le suplicó ella—. Quiero sentir tu placer.

De repente, las piernas de Sofía rodearon su cintura. La ansiosa mirada que le lanzó le dejó bien claro que lo deseaba con muchas ganas, así que ya no había más que decir. Se besaron de nuevo y comenzaron a moverse, dispuestos a volver a gozar el uno del otro.

La polla de Ricardo se clavaba en lo más profundo del coño de Sofía. El hombre aceleró un poco más el ritmo. La chica ya se había habituado a tener su miembro dentro de ella, así que no había razón para ir tan suave. Con todo, se controlaba. No quería lastimarla. Sus bocas  no se separaron ni un solo segundo mientras gozaban de la maravillosa unión. Estaban poseídos por un placer increíble.

El hombre podía sentir como los pechos de su querida hermana arañaban su torso con los pezones. Notaba el aire salir de sus bocas, el retumbar de sus corazones y el sudor recorriendo sus pieles. Todo causado por el fervor del sexo. Su polla viajaba por el interior de la chica, adentrándose en lo más profundo de ella y haciéndola gozar como ninguna otra. La escuchó gritar y su cuerpo se estremeció de nuevo. Acababa de tener otro orgasmo.

—Te has corrido de nuevo —le dijo mientras la besaba.

—Sí, ¿y tú?

—Muy pronto, hermanita. Muy pronto.

Siguió moviéndose, gozando de la apretada calidez de ese coño que se le ofrecía. Había estado en varios, pero no se podían equiparar a este. Era el de su querida hermana pequeña, con el que había soñado durante mucho tiempo. Continuó hasta que ya se notó cercano al orgasmo.

—Sofía, ¡me corro! —le avisó.

—Vamos, dámelo —le pidió ella—. Lo quiero todo.

La clavó una última vez y se corrió. El estallido de semen fue increíble, aunque lo que de verdad le sorprendió fue que Sofía también se viniera al sentir su corrida derramándose en su interior. Verla tener un orgasmo al mismo tiempo que él fue algo único.

Todo terminó en un instante. En nada, los dos estaban destrozados, uno encima del otro, respirando desacompasados y agotados por todo el esfuerzo realizado. Ricardo aspiraba aire abotargado y al sentir a su hermana acariciándole la espalda, respondió dándole un suave beso en el cuello. Permanecieron así un poco hasta que él decidió moverse.

Sacó su polla de dentro del coño de Sofía. Al retirarla, vio que estaba manchada de semen y flujo vaginal, aunque no vio ni rastro de sangre. Tampoco lo vio de lo que se derramaba de la vagina. Eso le alivió un poco. Se acostó al lado de ella y la abrazó.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, ha sido maravilloso —comentó la chica mientras apoyaba su cabeza sobre el pecho del hombre.

Le acarició el pelo tal como a ella le gustaba y se quedaron así por un rato. En ese momento, comenzó a pensar en lo que acababan de hacer. Habían tenido sexo siendo hermano y hermana o, lo que es lo mismo, incesto. No podía negar que estaba mal, pero sentir su cuerpo pegado al suyo, le hizo desterrar esa idea.

—Oye, ¿que hora es? —preguntó de repente Sofía.

—No lo sé, espera.

Se incorporó y cogió el móvil de la mesita de noche que había al lado de la cama. Miró la pantalla.

—Las once y media.

De repente, Sofía se incorporó al escucharlo. Esa reacción asustó un poco a Ricardo.

—¿Qué pasa? —inquirió alterado.

—Nos tenemos que ir —contestó alarmada su hermana—. A las doce se termina la reserva de la habitación.

—Pues vaya —se lamentó.

Puestos de pie, vio cómo su hermana iba hacia la ducha. Cuando ya estaba en la puerta, se volvió hacia él.

—Ven, vamos a bañarnos juntos para ahorrar tiempo.

Se quedó petrificado al oír esto y su mente no tardó en imaginar más cosas. Sofía pareció darse cuentas.

—Oye, vamos a bañarnos, no a hacer eso que estás pensando —le dejó bien claro.

Un poco decepcionado, asintió con claridad y fue con ella.

Tal como le había dicho, tan solo se lavaron, aunque Ricardo no pudo evitar acariciar el mojado cuerpo de su hermana. Incluso cuando ya estaban secándose, el hombre la abrazó por detrás y volvió a amasar sus pechos. Le encantaban.

—Ricardo, ¡para ya! —se quejó ella.

—No es mi culpa si tienes una tetitas tan bonitas —comentó él divertido.

—Sí, pero es suficiente.

Se notaba que a pesar de haberse liado entre ellos, Sofía seguía siendo un poquito esquiva, aunque siempre fue así. Tampoco le extrañaba.

Tras eso, fueron a vestirse. Se pusieron algo de la ropa que trajeron en las maletas. Guardaron la que se pusieron para la boda. Mientras que el vestido de Sofía estaba impecable, el traje de Ricardo estaba arrugado. No pudo evitar sentirse un poco mal por esto, pero tampoco quiso darle demasiada importancia.

Listos, salieron de allí y bajaron hasta los aparcamientos, pasándose antes por recepción para dejar las tarjetas con las que habían entrado en la habitación. Ya a punto de entrar en el coche, vieron a algunos miembros de su familia.

—Ricardo —lo llamó su primo Oscar.

Se dirigió a verlo y el chaval lo recibió con su habitual entusiasmo.

—¿Que pasó anoche? —le preguntó animado—. Te esfumaste de la fiesta.

—Estaba cansado —se limitó a responderle.

—Joder, pues te perdiste la proeza del primo Sergio —empezó a contarle entusiasmado—. Derrotó a mis dos hermanos y a más gente echando pulsos. Habrías ganado tu apuesta al final.

—Bah, no importa. Quizás en otra ocasión.

—Eso espero tío.

Su primo miró hacia Sofía. No tardó en notar algo de suspicacia en su rostro.

—Os veo juntos de nuevo —le indicó con cierta saña.

Fastidiado por eso, contestó.

—Sí, bueno, hablamos ayer y solucionamos algunas cosillas.

—Me alegro, hombre.

Se despidieron. Ricardo no pudo evitar sentirse un poco mal al ver marcharse a sus familiares. Si supieran lo que Sofía y él hicieron esa noche anterior. Bueno, conociendo a sus primos, lo más seguro era que se volverían locos. Y alguno seguramente le propondría liarla con ellos. Eso último no le hacía ni pizca de gracia y prefirió no seguir pensando en ello.

Al volver al coche, vio a Sofía a lo lejos hablando con la prima Carmela. Vio como conversaban tan tranquilas y no pudo evitar fijarse en su hermana y en lo hermosa que estaba. Llevando una simple camiseta y unos vaqueros, resultaba muy bella. Lo volvía loco. Cuando ella terminó con su prima, decidió meterse en el coche y esperarla. Cuando ella entró, lo puso en marcha y salieron de los aparcamientos.

—¿De qué hablabais tú y la prima Carmela? —preguntó.

—Era para decirle que en vez de irme con ella, me iría contigo —respondió ella—. Ya habíamos venido al hotel juntas y era lo que tenía pensado para la vuelta.

No había caído en eso. Había dado por supuesto que su hermana se iría con él, pero no tenía ni idea de cuáles eran sus planes en verdad. A veces, dejaba volar las cosas tan fácilmente.

—Si querías te podías haber ido con ella —le dijo.

Sofía lo miró con esos ojillos que tanto lo volvían loco.

—Prefería hacerlo contigo.

Aquella frase fue suficiente para levantar su ánimo por completo. Sintió como la chica apoyaba la cabeza en su hombro, cosa que le reconfortó bastante.

—Oye, te acerco a tu piso, así que tendrás que decirme la dirección —se sintió estúpido al comentarle esto. Ni sabía dónde vivía.

—No, mejor vamos al tuyo —le dijo, en cambio, Sofía—. Me gustaría pasar lo que queda de fin de semana a tu lado.

No podía creer lo que estaba pasándole. Todo lo que hasta ahora solo habían sido sueños o fantasías que nunca se harían realidad, ahora estaban ocurriendo. Su hermana y él habían tenido sexo, además de confesarse que sentían cosas más allá del típico amor fraternal. Se amaban de una manera que nadie vería bien. Pensó en lo que dirían sus familiares y amigos, indignados y horrorizados por lo que habían hecho. Incluso, en sus difuntos padres…

—Sofía, ¿qué vamos a hacer con todo esto? —preguntó sin más, aunque se sentía algo inseguro al hacerlo.

—¿A qué te refieres? —La chica estaba confusa por la cuestión.

—Me refiero a nuestra relación. —Tomó un poco de aire. Le costaba hablar del tema. Tenía miedo de que todo se fuera a la porra—. Hemos tenido sexo y…bueno, me gustaría saber qué significa eso.

—Pues que va a ser, nos hemos acostado, ya está.

Se quedó alucinado con la respuesta de su hermana. Miraba hacia la carretera, pero quería verla para fijarse en cómo estaba. La notaba muy normal para estar hablando de un asunto tan importante.

—¿Y ya está? —Estaba perplejo— ¿Eso es todo? ¿Follas con tu hermano y no tienes más que decir?

Al final, Sofía reaccionó y se lo quedó mirando de una manera que sabía no sería agradable. Quizás, había agitado demasiado el avispero.

—¿Qué pretendes que haga? ¿Me pongo a gritar como una histérica o lloro sufriendo por un amor que no puede ser?

Tragó saliva. Sabía que estaba llevando las cosas demasiado lejos.

—No quiero hacer nada de eso, tan solo hablar.

Entonces, Sofía se acercó y le dio un suave beso en la mejilla que lo hizo estremecer de pies a cabeza. Volvió la vista y notó esa picarona mirada que ella tenía siempre.

—Mejor por qué no dejamos esas cosas para otra ocasión —habló ella con total calma—. Ahora solo quiero seguir este viaje con la persona que más quiero en completa tranquilidad.

Asintió y dirigió su vista de vuelta a la carretera. Sofía siguió apoyada en él y eso lo calmó. Aún así, tenía que decírselo. No podía dejarlo pasar.

—Quiero estar contigo —dijo con seguridad—. Me da igual el resto de la gente. Solos tú y yo. Nos costará, pero te necesito.

Ella respondió con otro suave beso en el cuello, dejando clara su postura.

—Por mi perfecto, así no tendré que celebrar ninguna boda —dejó bien claro su hermana—. Lo último que quiero es tener que aguantar a tanta gente insoportable detrás de mí.

No pudieron evitar reírse tras lo que acababa de soltar Sofía. En fin, tal como ella quería, nada de bodas. A Ricardo, tampoco le importaba demasiado. Con tenerla a ella, era más que suficiente.