Reencuentro con sorpresa
Un reencuentro con ex compañeros de liceo, termina cumpliendo una fantasía del pasado
La verdad es que no estaba muy animado de ir. Se trataba de una cena-reencuentro por los siete años de haber egresado del liceo. Habían organizado todo en un centro de convenciones de la ciudad. Al final, la curiosidad de ver cómo –y cuánto- habían cambiado mis ex compañeros y compañeras me hizo asistir a la reunión. Debo admitir que fue muy divertido ver esos cambios: muchas ex compañeras de las que había estado enamorado habían envejecido prematuramente, algunas ya eran madres y sus siluetas antes perfectas, ahora eran solo un bonito recuerdo. Con los ex compañeros las cosas eran distintas, algunos de ellos también habían envejecido y la barriga les había aflorado; otros, en cambio, se mantenían igual que en tiempos de clases y muchos habían mejorado bastante.
Este último era el caso de Gonzalo, un ex compañero con el que había tenido cierta amistad en el pasado. Debo admitir que, pese a siempre sentirme atraído por mujeres, Gonzalo me causaba una atracción especial y extraña. Muchas veces, en aquellos años de liceo, me sorprendí a mí mismo pensando en él mientras me hacía alguna paja. Me lo imaginaba desnudo, pensaba en su polla. ¿Cómo sería: grande o chica, circuncidada o no? Nunca había tenido la oportunidad de verla, y cuando terminó el liceo pensé que no tendría nunca ya la oportunidad de develar el misterio. Menos si tenía en cuenta el prontuario amoroso con las mujeres del que gozaba Gonzalo.
Sin embargo, ese reencuentro, sin imaginármelo, me traería una sorpresa. Cuando llegué, saludé a todos, departí con todos. No obstante, mi vista siempre estuvo fija en Gonzalo, a quien el tiempo había tratado muy bien. Casi no había cambiado, y el aire de madurez que le habían dado los años, lo hacían, en mi opinión mucho más atractivo. Apenas pude me le acerqué, me recibió muy efusivo y me ofreció un trago. Estuvimos conversando de trivialidades y de recuerdos. El tiempo se pasó rapidísimo. Poco a poco se fueron yendo los ex compañeros y compañeras. Quedamos unos pocos (los más picados por el alcohol). Gonzalo y yo habíamos hecho, ¿sin querer?, un grupo aparte.
En determinado momento, cuando ya ambos estábamos medio sonrojados por el efecto del alcohol, me preguntó si había venido en coche. Le contesté que no, pues había supuesto que bebería. Me dijo que él pensó lo mismo. Fue ahí que, realmente, puedo decir que empezó la noche: inmediatamente después de decirme que él también andaba de peatón, me invitó a su casa, pues, según me dijo, estaba solo por esos días y tenía más alcohol que podíamos disfrutar. Además, yo podría quedarme a dormir allí. Por supuesto que acepté.
Cuando llegamos a su casa, inmediatamente nos dirigimos al bar. Nos servimos un poco de whisky, puso música y seguimos conversando. Como a la media hora, me paré para servirme más y él me siguió. También se sirvió un poco más. Mientras me ponía el hielo, sentí que Gonzalo me miraba fijamente. Casi por atracción magnética, giré la cabeza. Gonzalo me miraba con sus ojazos verde oscuro y una media sonrisa que en ese momento sentí como lasciva. Sin darme cuenta en qué momento ni cómo, me atrajo hacía sí y me besó en los labios. No puse ninguna resistencia. No sé cuánto habrá durado el beso, pero fue como un tiempo suspendido. Simplemente no podía pensar en nada más, hasta que bruscamente Gonzalo se separó de mí.
-Disculpa, perdón –me dijo sumamente sonrojado-, no sé qué me pasó.
-No, no… yo tampoco –le contesté.
-Entiendo si te quieres ir –me dijo mirando hacia el suelo.
-A mí me gustó –me atreví a decirle. Inmediatamente levantó su vista y vi cómo su gesto de vergüenza se disolvía.
-No es que yo sea…, pero fue un impulso –me dijo sonriendo un poco.
-No, yo tampoco, pero me gustó… y me gustaría seguir.
No me dio tiempo a más. Se abalanzó sobre mí y me volvió a besar, ahora con más fuerza. Me fue empujando hasta llegar a su habitación. Allí nos soltamos y sin decir nada, nos empezamos a desnudar. Trastabillamos un poco producto del alcohol, pero pudimos quedarnos en pelotas. Por fin develaba el misterio que rondó mi imaginación por tantos años: el pene de Gonzalo tenía ciertos símiles a las versiones que había imaginado de él. Era de tamaño normal, no circuncidado, la piel un poco más oscura que el resto de su cuerpo. El glande era rosado y los huevos bastante grandes y peludos. No tardamos mucho en tener ambos una gran erección. Pude notar allí que su miembro de curvaba un poco hacia arriba y se ladeaba hacia la derecha. No sé por qué pero es me excitó más.
Me tiré de espaldas en su cama, con las piernas abiertas. Él se puso encima de mí, me volvió a besar y empezamos a frotarnos. Sentía cómo nuestros palpitantes penes se rozaban. Casi no pensaba en nada, pero por momentos me invadía una sensación de incredulidad y nerviosismo. Sentía que mi cuerpo vibraba producto de todo ese conjunto de emociones súbitas.
Gonzalo empezó a besarme el pecho y fue bajando así hasta llegar a mi polla, la cual engulló sin pensarlo. Nunca antes había sentido tanto placer. Lancé un fuerte gemido y me retorcí de placer. Era tanta la excitación que temí correrme, así que le dije a Gonzalo que se quitara mi pene, que ahora yo quería probar el suyo. Cambiamos de posición y ahora era yo el que se comía esa herramienta con la que tanto había fantaseado en el pasado. Me di cuenta que él también vibraba igual que yo, lo que me excitó más.
-¡Métemela! –gritó de pronto Gonzalo entre gemidos. Cuando levanté la vista vi su rostro completamente rojo. Sentí que el mío también ardía.
Abrió el cajón de su velador y sacó un condón. Lo sacó del empaque con los dientes y me lo dio. También sacó una botella de lubricante. Me alcanzó las dos cosas y de inmediato se echó de pecho. Me puse el preservativo y lo unté con el lubricante. Hice lo mismo con un dedo y se lo metí suavemente por el culo. Gonzalo gimió y me dijo que ya estaba listo. Acomodándolo con la mano, puse mi pene a la entrada de su agujero y lo fui metiendo de a pocos. Gonzalo lanzaba pequeños gemidos. Fui aumentando el ritmo hasta que llegué a hacerlo rápido; ambos gemíamos muy fuerte, envueltos y sumergidos en el deseo. Tuve que apoyar mis manos en los hombros de Gonzalo. En una de mis embestidas sentí que su vibración se hizo más violenta y empezó a retorcerse, al mismo tiempo que sus gemidos se volvieron gritos de placer. “¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh… me coooooooorrooooooooo… ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!”, gritaba. Eso me impulsó a darle más fuerte y no tardé mucho en correrme. Sentí una electricidad que nunca antes había sentido cuando acabé dentro de él.
Caí exhausto sobre su espalda, que estaba empapada de sudor, lo mismo que mi rostro. Nuestras respiraciones eran cortas, estábamos como después de haber corrido una maratón. Le di un beso en el cuello. “Nunca pensé que fuera tan rico”, me dijo. Yo apenas podía articular palabra. Solo atiné a volver a besarlo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, solo sé que me invadió el sueño y me dormí. Despertamos abrazados, desnudos ambos, el condón se me había quedado a medio poner, lleno de mi esperma. Cuando Gonzalo se despertó me quedó mirando otra vez con sus ojazos. Tuve miedo de que reaccionara mal, pero no, sonrió y me besó tiernamente.