Reencuentro con Paula 4.2

Domingo por la tarde. Visita a mis padres y conozco a Lucía. Visita para cenar a la casa de Marta. Presentación de Ana, una mujer con muchos secretos.

Recomiendo leer las partes anteriores de este relato, para poder entender la historia hasta aquí; próximamente iré subiendo más partes, estad atentos.


Domingo en la casa de los padres de Paula.

Al acabar la comida, cuyo menú consistió en una paella, que casi parecía más un arroz con cosas, de primero, y una dorada de ración al horno, de plato principal, con patatas a lo miserable, un poco insípida, me despedí de Paula, de sus padres y de su hermana, tras hacer un poco de sobremesa, y quedé con Paula en que, Marta y Susana, la recogerían al día siguiente, sobre las 07:30, de su casa, para llevarla al hospital, a hacer los análisis preoperatorios; le recordé a Paula que, tal y como nos había explicado Carolina, esa iba a ser su última comida de momento, hasta nueva orden, no podría ya comer ni beber nada más, para poder hacer bien los análisis y las cirugías.

Salí de la casa de los padres de Paula, llamé a mi madre, para ver si estaba en casa y si me iba a poder atender (No me gusta presentarme allí por sorpresa, por lo que pueda pasar), mi madre me dijo que no había problema y que nos estaban ya esperando, pues, mi padre, ya había vuelto de la cita de trabajo con el cliente, que había incluido una buena comida, pues se estaba echando la siesta, tumbado en el sofá de su despacho.

Puse la ubicación de la casa de mis padres, en Somosaguas, en el GPS, y salí de Las Lomas, para dirigirme hacia allí, mientras iba en el coche, me sonó el móvil del trabajo, la llamada, era de mi jefe, de Don Simón, que, como siempre, estaba de mal humor, cabreado, al parecer, por un escrito que estaba mal redactado, y que quería que yo, revisara y modificara, para que se pudiera presentar sin errores.

Le dije a Don Simón, que me mandara el escrito, que, más tarde, lo revisaría en mi casa con calma, y trataría de hacer lo posible por reparar el error que hubiera en él.

Llegué a la casa de mis padres, eran las 17:30, apenas pude estar allí una hora, pues, el problema del que me habló Don Simón, ya me esperaba en un email y tenía que regresar a mi casa, con tiempo, para echarle un vistazo, y cambiar lo que fuera necesario.

Mi padre ya se había levantado de la siesta, y me estuvo preguntando, como solía hacer cuando nos veíamos, si, en algún momento, le iba a presentar a alguna chica, alguna novia, y yo, como siempre, le contesté que, pronto, sucedería eso, como siempre, esperanzado en que, en algún momento, diera con la mujer adecuada, y se la pudiera presentar a mis padres, para que dejaran de darme la lata con el tema.

Llegué a mi casa en torno a las 19:00, me quité el traje, me puse cómodo, y, durante una hora, más o menos, repasé el documento que me había mandado Don Simón, localicé los fallos y los corregí, añadí cosas que faltaban, y, cuando vi que estaba ya todo correcto, se lo mandé de nuevo a Don Simón, con llamada previa de aviso para que estuviera atento al email, para que lo viera y lo volviera a revisar y me dijera si le encajaba con lo que quería o no.

Por suerte, Don Simón me dijo que ya estaba todo en orden, así que, teniendo en cuenta que tenía que ir a cenar con Marta a su casa, decidí ir primero a tomar una cerveza a algún bar cercano a mi casa, y, después, agarrar un taxi para ir hasta la casa de Marta, para poder beber vino en la cena, o, incluso alguna copa, si se terciaba, sin problemas de dar positivo por alcoholemia, por ejemplo.

Me puse otra vez elegante, pero informal, una camisa, un pantalón y una chaqueta, sin corbata, y salí a la calle, me dirigí a un bar muy cercano a mi casa, que ya conocía porque lo frecuentaba, ya fuera con Sara o con algún amigo, o, incluso, en solitario, al salir del trabajo en algún día un poco durillo.

Llegué al bar, pedí una cerveza bien fría y un poco de ensaladilla rusa, que la hacen muy bien allí, y me senté en torno a una mesa de la terraza, mientras esperaba a ser servido, me encendí otro cigarrillo.

Al ver que me estaba encendiendo un cigarrillo, una chica que estaba en la mesa de al lado, también sola y tomando una copa de vino tinto, se levantó para pedirme fuego, con la mala suerte de que se le derramó la copa de vino tinto sobre la elegante camisa blanca que llevaba, dejándola toda perdida, y tintada del color del vino.

Aunque mi primera reacción fue la de emitir una medio sonrisa, por lo que acababa de presenciar, rápidamente, al ser un caballero (O, al menos, eso me considero, más allá de mi carácter de Amo Dominante), fui con unas servilletas que agarré como pude de un servilletero que había en la mesa en la que estaba, e intenté ayudar a la mujer, a que se tratara de limpiar la mancha, aunque, en realidad, solo logré que se le extendiera un poco más.

Lucía, que así se llamaba la mujer, me sonrió y me dijo que, puesto que, en parte, yo tenía la culpa por estar fumando, de lo que había pasado, podría invitarla a tomar otra copa de vino, a modo de compensación por lo ocurrido.

Sin pensarlo dos veces, accedí, acompañé a Lucía hasta mi mesa, le di fuego para que se pudiera encender su cigarrillo, curiosamente, de la misma marca que fumo yo, y comenzamos a charlar, aprovechando la ocasión. (Cuando el camarero me trajo mi cerveza y la tapa de ensaladilla, le pedí que le trajera a Lucía una copa del mismo vino que estaba tomando antes del incidente).


Breve descripción de Lucía

Físicamente, 28 años, pelo castaño oscuro, casi negro, en torno a 1.65, cuerpo

natural,

aunque me confesó que le gustaría ponerse tetas, muy simpática, cuando se lanza, al principio, un poco fría y distante, tal vez por los nervios y el cabreo de la situación por el vino.

Lucía me contó que era ingeniera informática, hacker, y que trabajaba como profesora de Matemáticas para dar cierta apariencia de normalidad, aunque, en realidad, lo que más le gustaba, era estar en su sala

gaming

, hackeando ordenadores ajenos, y trasteando con criptomonedas.


Yo también le conté un poco acerca de mi vida, y, aunque, Lucía, dijo de ir a mi casa, al enterarse de que vivía muy cerca, y ver si pasaba algo entre nosotros, yo ya tenía el plan de ir a cenar con Marta, por lo que le tuve que decir que no, con cierta pena, porque me lo estaba pasando muy bien con ella, fumando los dos, un cigarrillo tras otro.

Teniendo en cuenta la insistencia de Lucía, le dije que, si quería, podríamos quedar al día siguiente, en el mismo sitio y a la misma hora, y, con suerte, si no pasaba nada que alterase mi agenda, ya sí, podríamos ir después a mi casa, a cenar, y a lo que pudiera ir surgiendo.

Me despedí de Lucía, tras darle mi número de teléfono, (Para facilitar el encuentro al día siguiente o por si quería hablar conmigo en algún momento) con algo de pena, aunque con la esperanza de poder follar con ella pronto, con suerte, al día siguiente, y fui a agarrar un taxi, el primero que pasó por donde me encontraba, y le pedí al taxista que me llevara a la casa de Marta.

Llegué a la casa de Marta en torno a las 21:05, con algo de retraso con respecto al horario previsto, porque, el taxista, dio algo de vuelta y fue por donde yo no hubiera ido.

Aboné la carrera al taxista, y subí en el ascensor hasta la casa de Marta, llamé al timbre y, de nuevo, la misma asistenta vestida con el uniforme de criada de látex, me abrió la puerta, y, como seguía llevando la máscara, me hizo el mismo gesto que, horas antes, para que la siguiera al salón de la casa de Marta.

En esta ocasión, Marta, sí que estaba en el salón, cuando yo llegué, llevaba un

catsuit

de látex de color negro, con un corsé del mismo material y color, y las mismas botas que llevaba por la mañana.

Marta no estaba sola, en el sofá de enfrente, estaba sentada una mujer a la que no conocía, era Ana, la compañera de universidad de Marta, que iba a vivir con Paula, en el apartamento cuando, Paula, empezara a ser puta y a recibir allí a los clientes.


Breve descripción de Ana

Morena, en torno a los 31 años, pelo largo cuidado y suelto, cuerpo natural, tetas tirando a pequeñas, y ocultas por la ropa, quizás demasiado informal, iba con vaqueros, destaca por su piel oscura.

De carácter, muy tímida, callada, como si ocultara algo que le hiciera sentir incómoda.

Farmacéutica,

aunque en el paro, su trabajo era dedicarse a cuidar a Marta, junto con Susana, aunque, ella, vivía aún en la casa de sus padres.


Marta me ofreció una copa de vino blanco, tenía la botella ya abierta y era lo que, Marta y Ana, estaban bebiendo, yo se la acepté, y estuvimos hablando unos minutos, de lo que iba a hacer Ana con Paula, cuando ya estuvieran viviendo juntas.

Ana se comprometió a hacer lo posible por vigilar a Paula, para que no rehusara a ningún cliente (Salvo que fuera por un motivo legal o de causa mayor), y, también, se encargaría de ayudar en tener la casa en sí, siempre a punto, para ahorrarse la asistenta; la compra, la harían online, por lo que, ambas mujeres, no iban a necesitar salir de la casa para casi nada, y, de ser necesario, alguien se quedaría vigilando a Paula en esos intervalos de tiempo.

Al acabarse la copa de vino, Ana, se despidió de nosotros dos, y se fue, aunque le prometió a Marta, a quien le dio un beso en la mejilla, que volverían a verse al día siguiente.

Ya nos quedamos a solas, Marta y yo, pasamos al comedor de la casa, una estancia separada del salón y también de la cocina, lo que dificultaba a la asistenta llevar los platos al comedor desde la cocina.

Mientras cenábamos, Marta me estuvo contando un poco sobre cómo había sido su vida hasta la fecha, bastante placentera y acostumbrada a que las cosas le salieran a su gusto, aunque le pudiera costar un poco, su padre era empresario, y vivía con su madre en Marbella a todo lujo, pero, ella, prefería vivir en Madrid, iba a Marbella de vez en cuando a ver a sus padres y en invierno, pasaba algunas semanas, por estar allí más cómodas.

Del tema de cómo comenzó en el BDSM, me dijo que me hablaría más tarde, cuando, al acabar de cenar, me enseñaría su mazmorra, con la que prometió que me iba a dejar, al menos, muy sorprendido.

Evidentemente, le pregunté a Marta por Susana, porque, después de la felación que me había hecho, quería saber si iba a ser posible follar con ella, y comprobar si era igual de buena follando que chupando pollas.

Marta le había dado la noche libre a Susana, para que fuera a ver a su familia y desconectara un poco del estilo de vida BDSM y de las órdenes de Marta, por lo que no regresaría a la casa con Marta, hasta el día siguiente, pero, me prometió que, si Susana estaba de acuerdo, pronto, me la podría follar.

En cuanto a la posibilidad de follar con Ana, que también me dio cierto morbo, de hecho, casi se podía decir que el halo de misterio que tenía, hacía que fuera la que más morbo me diera, que, aumentó más si cabe al decirme Marta que, Ana, al llevar un cinturón de castidad, idéntico al de Pilar, no follaba nunca, por decisión propia, pues no se sentía cómoda con su cuerpo y evitaba mostrarlo desnudo delante de hombres.

Le pregunté también a Marta por la asistenta vestida con el uniforme de látex, y por cómo conseguía que no se le cayese nada de la comida, desde la cocina hasta el comedor.

Marta me respondió que, la práctica, hace milagros, al igual que pensar en el castigo por romper un plato o dejar caer algo de la comida, mientras tanto, sonreía de oreja a oreja, algo que me pareció siniestro pero excitante a la vez.

También me explicó Marta el proceso que había seguido para modificar a las asistentas, porque, yo, solo había visto a una de ellas, la otra, estaba en aislamiento, como castigo por alguna trastada que había cometido.

Marta me habló de Rocío, la otra asistenta quien, al ser pelirroja natural y muy pecosa, sí que mostraba su cuerpo, con un uniforme parecido al de la asistenta con la máscara, pero más extremo; Marta me dijo que, al acabar la cena, la conocería en persona, aunque no le podría hacer nada, por muchas ganas que me entraran de ello.

Al acabar la cena, que consistió en una ensalada variada, de primer plato, y una empanada de atún, de plato principal, acompañado todo esto de natillas de chocolate de postre y regado con copas de vino blanco (Nos bebimos una botella entera entre los dos, pese a que, yo, no es que sea de mucho beber), Marta, me enseñó su casa, me hizo un tour, que me dejó boquiabierto, pues no me esperaba semejante despliegue a nivel BDSM.

Pero, eso, os lo contaré más tarde, próximamente.