Reencuentro con la perra pródiga (II)

Cuando nos quedamos a solas, me divertí atando a Laura.

II.- Atada

Ya estábamos a solas en el cuarto de los juegos. Ella ya estaba desnuda cuando me acerqué con las cuerdas. Apoyé una en su hombro, dejando que cayese un bucle sobre su pecho y le agarré de la argolla para que inclinase el cuerpo. Le rodeé el pecho con otra cuerda, seis vueltas de la segunda cuerda rodeaban su teta hasta atarla con la primera. Repetí la operación en el otro seno.

Con los pechos rodeados y sendos bucles libres me recreé en mirar mi obra. Me encanta el shibari y ver a una mujer bien atada me parece sublime. No pude resistirme y acaricié sus pechos tersos por las cuerdas y besé sus pezones hinchados.

Colgué otras dos cuerdas de una argolla del techo y las até a los dos bucles libres. Jugué estirando alternativamente de cada una de ellas para ver cómo iban subiendo y bajando los pechos para pasar a estirar las dos cuerdas de golpe hasta hacerle ponerse de puntillas.

Até las cuerdas a las argollas de la pared de forma que se mantuviesen las cuerdas tensas. Pasé otra cuerda alrededor de su cuello y fui haciéndole un corsé sobre su torso recreándome cuando le pasaba las cuerdas por su entrepierna separándole los labios.

Solté las cuerdas que izaban sus pechos y le dejé con el corsé y los senos atados.  Era el momento de los brazos. Le los eché para atrás y até sus muñecas juntas, fui subiendo con las cuerdas hasta los codos y ahí hice el nudo.

Aprovechando que colgaban dos cuerdas del techo, até con una su pelo y con la otra las manos. Tensé las cuerdas y fui a por la fusta. Tras cien fustazos, que los agradeció todos y cada uno, me pareció que estaba demasiado sonriente, por lo que fui a por una goma con dos ganchos para ponérselos en los caños de la nariz.

Ahora ya me gustaba más. Ya podía darle su regalo, así que até una cuerda a su tobillo derecho y la cuerda a la pared, para que tuviera las piernas bien abiertas. Sin quitarle el corsé de cuerda, jugué un rato con sus labios y su clítoris.

Cuando estaba chorreando, saqué el miembro del pantalón y lo froté por sus nalgas todavía calientes de los fustazos y seguí jugando con su botoncito del placer hasta que se corrió.

Ahora era el momento de entrar en ella. Puse las cuerdas que separaban sus labios una a cada lado y le penetré. Mientras entraba y salía de su cuerpo, mordía sus pezones duros como piedras. Le di a chupar mis dedos y fui dilatándole el ano.

Con el ano preparado, salí de su rajita para entrar en su agujero negro. Estaba muy excitado. Me gusta mucho ver su cuerpo atado, indefensa, entregada a mi lascivia. Mordí su pantorrilla mientras seguía cavando el túnel. En ese momento sólo me disgustaba una cosa en esa postura, la imposibilidad de eyacular en su boca o cara, así que no me preocupé por hacérselo y sin sacarla de su ano concluí.

Desnudo y el pene todavía mojado, le desaté poco a poco, masajeando cada zona que iba liberando y cuando estaba totalmente suelta, le empujé hacia el suelo para que se arrodillase y limpiase los restos de mi miembro.

Le abracé. Y nos fuimos a duchar juntos, recorriendo con el agua y nuestras manos cada centímetro de nuestra piel. Nos rodeamos con la misma toalla y fuimos a la cama. Dormimos desnudos y abrazados.