Reencuentro con la pareja de intercambio

El caprichoso destino me volvió a reunir con los dos amantes con los que años atrás había compartido una noche salvaje de sexo. ¿Superaría el nuevo encuentro las expectativas del episodio pasado? No me pude resistir a contarlo.

Soy Lucía, protagonista en estos dos relatos (https://www.todorelatos.com/relato/93899/ y https://www.todorelatos.com/relato/93955/), de algo que ocurrió ya hace siete años, y que narró mi amante inesperado en esta web, y que un día encontré por casualidad. Ha pasado mucho tiempo, y aquel amante con quien mantuve mi primer intercambio volvió a aparecer en mi vida casi de imprevisto, y hoy soy yo la que se anima a contarlo

Mi nueva pareja, Raúl, y yo, decidimos pasar unos días por Madrid en plan turista, y disfrutar de nosotros mismos. Nos alojábamos en un hotel céntrico, donde disfrutamos de agotadoras jornadas de sexo que nos dejaban pocas fuerzas y ganas de salir a la calle. El destino quiso que aquel día decidimos salir, sí o sí. Estábamos en la terraza de una cafetería de la capital, cuando vi pasar a una mujer embarazada. Era Sonia, la otra protagonista de aquel episodio de intercambio siete años atrás. De primeras, dudé por un momento, pero estaba segura. Era ella. La llamé por su nombre y se paró para mirar desde donde la llamaban.

-"¿Lucia?", preguntó de manera entrecortada y mostrando gran sorpresa. Nos miramos sonrientes, nos acercamos y nos fundimos en un cariñoso abrazo y sendos besos.

-"Pero bueno, ¡cuánto tiempo!", le dije. "No volvisteis a aparecer por nuestro pueblo después de aquellas locas vacaciones", le recriminé con amabilidad.

Sonia intentó justificarse: "Pablo y yo nos casamos dos años despúes, pronto tuvimos una niña, que nos condicionó la vida bastante. Y ahora, mira, -dijo señalándose la barriga-, otra a medio camino", añadió.

Nos pusimos brevemente al día. Le explique que yo no estaba ya con Juan, el cuarto protagonista de nuestro intercambio de parejas en la trasera de nuestro bar. Le expliqué que la crisis acabó haciendo estragos en el pueblo, que me surgió la posibilidad de trabajar en el departamento de finanzas de un centro de salud privado de Oviedo, que para eso tenía estudios, y aquello deterioró nuestra relación definitivamente. Es cierto que tengo una vida menos esclava, y le conté que en la clínica había conocido a un médico cubano, Raúl, con quien estaba actualmente. Le presenté a Sonia como una muy buena e íntima amiga (a pesar de que nuestra estrecha relación se limitaba a un par de noches sexuales en un ya lejano verano). Sonia quedó sorprendida por su altura, su aspecto fornido y sobre todo de su piel oscura. Raúl era lo que vulgarmente llamamos negro. Un negro cubano muy saladote, la verdad... y con un aparato tremendo.

No quise dar a Raúl más detalles sobre lo que ocurrió en el pasado, ya tendría tiempo para explicarle hasta donde me pareciera.

-"Jo, Lucía, tengo ahora un poco de prisa, pero estoy seguro de que a Pablo le encantará que nos veamos. ¿Qué tal si venís a cenar a casa esta noche?", me preguntó. Por un segundo recuperé los recuerdos de aquellas noches lascivas, pensando si se volvería a repetir. Y en el mismo instante, me dije a mi misma lo boba que estaba, aquello forma parte de nuestro pasado, y aunque yo no soy ninguna monja, ellos gastaban ahora mucha más formalidad de pareja estable, y encima ella estaba embarazada.

-"Mira, dame tu móvil, y te envío la dirección. Os esperamos a las 9, y no hace falta que traigáis nada. Me apetece un montón". Me sorprendió tanta insistencia, y le dije que le confirmaría en un rato. Me veía en la obligación de comentarlo con calma con Raúl, que seguro que estaba deseando, como yo, que nos fuéramos al hotel a seguir follando como habíamos hecho todas las vacaciones, en vez de verse cenando ante a una familia desconocida para él.

-"Además tenemos a la niña con los abuelos", me sugirió guiñándome un ojo. "¿Y si no eran la pareja formal que creía?", pensé por un momento.

-"Luego te digo algo, de verdad que intentamos ir", afirmé, mirando la cara que ponía Raúl, y que veía que me dejaba tomar la decisión.

Nos despedimos, y fue casi más efusiva que en el saludo. Me apretó contra su barriga de preñada, nos dimos dos besos. Y se despidió insistiendo: "Os esperamos".

Raúl y yo volvimos a sentarnos en la terraza. No sabía hasta dónde contarle a Raúl, pero Si quería que mi relación con él prosperase, y dar una posibilidad a un plan lujurioso tan inesperado como apetecible, le debía sinceridad. Así que, le empecé a contar con todo lujo de detalles el episodio guarro de 2012. Su complicidad fue extrema, y me dijo: "Pues vamos a su casa esta noche, puede ser divertido... y si nos aburrimos, ponemos una excusa para irnos".


Me había vuelto un poco loca con la ropa. Quería provocar sin excitar, o incitar pero sin atosigar. "¿Y si lo mejor hubiera sido que me quedara en el hotel con mi chico echando un polvo?", me preguntaba en silencio. El caso es que allí estábamos, llamando al timbre de la puerta de la casa de Pablo y Sonia. Había optado por una minifalda vaquera a la cintura, y camisa masculina que asoma tímidamente por el bajo, mientras enseñaba los hombros.

Nos abrió Pablo. "Pero bueno, vaya sorpresa, cuando me lo contó Sonia no podía creerlo", nos recibió con efusividad. Pablo ya no tenía el aspecto juvenil de siete años atrás. Sinceramente, había mejorado. "Qué guapos estáis los dos", le dije mientras le daba dos besos y le presentaba a Raúl. Apareció Sonia, y me pareció espectacular con un vestido corto de premamá, de rayas marinas, cuello redondo, y con un lazo en la cintura que realzaba su barriga y sus pechos, imagino que algo más grandes de lo habitual por el embarazo.

Saludos de rigor, y enseguida estábamos sentados en el salón tomando un aperitivo esperando a que la cena se acabase de cocinar, y aprovechamos para seguir poniéndonos en situación.

-"¿Le has explicado a Raúl desde cuándo nos conocemos?", preguntó Pablo como queriendo entrar en el tema.

-"Con pelos y señales", le dije. "¿Un episodio de nuestro pasado, no? Tampoco es para proclamarlo, pero en círculos íntimos creo que no hay motivo para negarlo".

-"¡Qué vergüenza!", exclamó Sonia, tapándose la cara. Pero sonriendo sin mostrar ningún gesto de arrepentimiento. "He de reconocer que nunca más hemos vivido nada parecido, al menos yo", dijo mirando a Pablo buscando su aprobación. "Todo lo contrario, nos hemos vuelto hasta demasiado... como diría... convencionales. Supongo que la edad, la familia...", siguió justificándose. "Pero tampoco lo niego, y he de reconocer que fue una maravillosa locura improvisada", concluyó.

Pablo no debió contarle a Sonia que lo que sucedió aquella noche fue fruto de una estrategía, y que unos días antes le había sido infiel conmigo en soledad con un polvo espectacular. Y yo no iba a ser quien desvelara el secreto.

Buscaba ser moderada con las palabras, separando el pasado del futuro. "Yo no he llegado a zorrear tanto como aquella noche, pero he de reconocer que tampoco he sido una monja este tiempo... Será que no me he casado aún..." Y miré a Raúl, cogiéndole la mano, buscando su aprobación, porque estaba realmente enamorada de él.

Al comienzo de la cena seguimos conociéndonos un poco más. Raúl estaba muy intrigado en rutinas de la vida de Pablo y Sonia, y al final preguntó:

-"Y en el tema sexual, ¿cómo lo llevan durante el embarazo? Ya saben que no hay ninguna indicación facultativa para dejarlo si no resulta incómodo".

-"No lo hemos abandonado de ninguna manera", interrumpió Pablo. "Incluso resulta muy estimulante hacerlo con ella embarazada. Se ha convertido en una deliciosa perversión", añadió.

Durante la cena, yo tenía a Pablo enfrente. Y le pillé mirándome lascivamente en varias ocasiones, mientras intentaba jugar con sus pies con bastante torpeza bajo mi corta minifalda. Incluso en algún momento pensé que Raúl intentaba lo propio con Sonia por algún gesto que hicieron. Sobre todo en un momento en el que Sonia se atrevió a preguntarme con bastante rubor: "¿Es verdad lo del tamaño del pene de los negros?".

Para dar un poco más de calor a la conversación, comencé a utilizar palabras más subidas de tono: "¿Te acuerdas del pollón de Juan? Pues mucho más pequeño que el de Raúl. Me tiene dilatadísima", exclamé. Y nos echamos a reír.

Acabamos de cenar, y mientras Pablo y yo seguíamos conversando, Raúl y Sonia se pusieron a recoger la mesa. De repente me dí cuenta de que quedaban pocas cosas por retirar de la mesa, y me dispuse a ayudar mientras Pablo preparaba unas copas para todos menos para la embarazada. Me gustaba el tono que estaba llevando la cita, aunque no tenía ni idea en cómo podía acabar. Al entrar en la cocina, mi sorpresa fue mayúscula. Sonia se sentaba sobre la encimera con el vestido remangado, y Raúl en cuclillas le estaba comiendo el coño. N sabía si prefería que supieran que les había pillado o o que no había visto nada. Sonia emitía unos leves gemidos queriendo ocultar el momento placentero, mientras permanecía con los ojos cerrados. Al final, dejé lo que llevaba entre manos en silencio, y me retiré sin que me vieran, no sin echar otra mirada y apretar mi mano contra el coño, deseando que esta aventura empezara para mí también.

Al poco rato, Raúl y Sonia volvieron al salón como si no hubiera sucedido nada, aunque yo percibí la respiración entrecortada de mi amiga, y la sonrisa de mi compañero.

Por un momento pensé: "Pablo ha intentado tocarme el coño durante la cena con el pie, Raúl le ha comido el coño a Sonia... Esta noche va a ser divertida", deduje. Había que dar un empujón a la noche cuando llevábamos dos copas y la conversación empezaba a ser intrascendente.

-"A ver, Sonia, -dije-, ¿quieres ver un tremendo pollón negro?". Me acerqué a Raúl y comencé a desabrocharle el pantalón sin que él hiciera un gesto de desaprovación. "Pablo, ¿te incomoda?", pregunté buscando su complicidad.

-"A esas alturas, de ella depende", dijo Pablo.

Raúl estaba medio desnudo ya. Con su pene flácido aún por la precipitación de los acontecimientos, pero incluso así despertó la sorpresa y admiración de Sonia, que se acercó para ver más de cerca el tremendo rabo negro de Raúl. A Sonia le dio la risa, y dijo: "Antes de que se ponga dura, compárala con la de Pablo, por favor". Era la manera de que Pablo se despelotara también. Todo fluía con improvisada y deseada naturalidad. Dejamos desnudos a los dos chicos, y los cuerpos nada tenían que ver. Daba algo de risa. Y quizás porque yo tenía la confianza de haber manipulado ya las dos pollas, fui la primera en tocarlas simultáneamente. Me arrodillé entre los dos chicos, hice ademán de medirles los rabos, y empecé a pasar mi lengua por el glande negro y el glande blanco. Había cogido ya cierta habilidad para meterme parte del aparato de Raúl en mi boca, pero cuando apuntaba firmemente hacia arriba, era incapaz de introducirla más allá de unos pocos centímetros a pesar de sus esfuerzos por follarme la boca. Sonia me miraba ya con deseo, y yo la invité a que se acercara para ayudarme a esta difícil tarea de chupar dos pollas, una de ellas de especial envergadura. Sonia empezó a palpar simultáneamente las dos pollas sentada en el sofá, momento en el que yo aproveché para desabrochar mi camisa, mientras les pedía a los chicos que liberaran mis tetas. Sonia se desató el lazo de su vestido, y se lo sacó por la cabeza, quedando desnuda, dejando ver ese delicioso cuerpo embarazado con grandes pero firmes senos de pezones oscurecidos, y ligero bello en el pubis.

Seguí con la tarea oral, y el glande de Raúl y el de Pablo chocaban mientras los lamía y masturbaba, cada uno con una mano, pero por sus gestos, ambos disfrutaban. Le pasé las herramientas a Sonia, mientras yo me puse de pie para quitarme la minifalda vaquera, las bragas y dejar mi depilado coño al aire para recibir una polla o las dos. Antes aproveché para acercarme al bolso y sacar el lubricante que siempre llevo encima. "Comprendéis, ¿verdad?", pregunté picarona.

Tenía unas ganas locas de que me follaran, pero entendí que debía cederle el lugar a nuestra anfitriona que mantenía una cara perversa casi desencajada. "¡Quiero que me folléis los dos a la vez!, -exclamó Sonia desencajada y muy caliente-, siempre lo he deseado desde que vi como te follaron Juan y Pablo en tu bar aquella noche". Mientras Sonia dilataba sus dos agujeros en el sofá como le permitía su barriga, coloqué a los dos chicos tumbados sobre la gruesa alfombra, uno contra otro, y sus penes tan cerca, que los huevos chocaban entre sí. Ambos aparatos apuntaban al techo, pero seguí masajeándolos y dándoles lengüetazos antes de aplicar sobre los dos el lubricante para facilitar la penetración de Sonia. Brillaban los aceitosos penes, y sonia hizo el esfuerzo de ponerse en cuclillas entre ellos. Ella misma decidió que la polla negra le atravesara el coño, mientras la de su marido entrara en su ano. Ayudé a la maniobra desde el suelo, pero el calentón del momento, la erección y el lubricante facilitaron la penetración. Sonia no se debió atrever a que el pollón de mi chico le perforará su estrecho ano de primeras. Cabalgaba a los chicos con mi ayuda, y la complicidad de los sementales. No debía ser muy cómoda la postura, pero sí placentera por los gritos silenciosos de Sonia a los que ya me había acostumbrado. Llevaba cabalgándoles un rato, mientras yo había puesto mi coño sobre la boca de Juan, que estaba follando con suavidad pero profundidad el culo de su mujer. Mientras le magreaba las nalgas. Raúl ayudaba a los movimientos de Sonia, aunque de vez en cuando llevaba una de sus manos a los pezones de Sonia, y los pellizcaba robándole aullidos de dolor con placer. En un momento me pidió ayuda para levantarse, y pensé que ya no podía más, aunque los chicos no se habían corrido aún. "Me los deja preparados", pensé. Pero la muy guarra se dio la vuelta y decidió ofrecer su ano al pollón de Raúl, mientras Pablo la follaba el dilatado coño. Todos nos sorprendimos, pero también nos convencimos de que esta perra quería llegar hasta el final como fuera. Pablo era cariñoso con su barriga y sus senos, mientras yo ahora le ayudaba de pie a cabalgar mientras la besaba y la escupía lascivamente en la boca, a la vez que el negro falo se introducía poco a poco por el ano. Pasados unos minutos, y casi al unísono, los alaridos de la zorra de Sonia, que ya no eran silenciosos, coincidió con un mar de fluidos que emergieron de su coño, y que coincidieron casi simulataneamente con las corridas de ambos chicos. Sonia se sentó en el sofá con las piernas abiertas, y sin pensármelo me sumergí en su entrepierna para saborear el semen que brotaba de su coño y de su culo, dejándole su entrepierna reluciente con mi lengua. La muy perra me apretaba de vez en cuando la cara contra su coño mientras notaba convulsiones esporádicas. Quise compartir parte de los pocos fluidos que no me había tragado con sonia, y nos fundimos en un lascivo beso guarro, a la vista de nuestros chicos, que seguían tirados en el suelo por el esfuerzo.

Yo estaba como una perra en celo, sobándome el coño junto al sofá, y deseando mi ración de sexo. Pablo se me acercó, y me empezó a sobra y besar las tetas. "Tan bonitas como siempre", me dijo. Pero yo estaba muy caliente y le ofrecía mi sexo. El modo preliminar había concluido ya. Antes de follarme acercó su boca hasta mi clítoris y empezó a jugar con su lengua como solo él sabía hacerlo. Me follaba con la lengua y quiso lamer mi culo. "No quiero que dejes ningún agujero sin follar", le supliqué, mientras Raúl se empezaba a pajear tirado en el suelo y viendo por primera vez como otro chico se aprovechaba de su pareja. Sonia se estaba quedando dormida en el sofá mientras veía cómo su marido me daba mi ración de sexo. Yo a su lado con una mano acariciba una teta de sonia, y con la otra pellizcaba mis pezones si no empujaba la cabeza de Pablo hasta el fondo de mi entrepierna. Sentada en el sofá y espatarrada, vi a Pablo ya en plenitud, y se acercó hasta mi boca para darme un beso muy guarro, a la vez que acercaba la punta de su glande a mi depilado coño, donde entró con suma facilidad. Comenzó unas arremetidas bestiales, como si no fuera a follar nunca más, que me llenaban de placer mientras acariciaba mi clítores. Él seguía jugando con mi boca, y trataba de morder ligeramente mi lengua entregados a un juego perverso, eso si no bajaba su cara hasta mis pezones puntiagudos y extremadamente duros, con las aureolas encogidas, rugosas, y deliciosamente sensibles, mordiéndolos hasta quedarse al límite entre el placer y el dolor. Pablo siempre tuvo pasión por mis pechos, así me lo confeso veranos atrás. Me invitó a girarme y quedarme de rodillas en el sofá, mostrando mi culo, y comenzó a lamerlo. Raúl le acercó el lubricante y dedicó un placentero masaje mientras mi coño seguía palpitando. Por un segundo dejé de notar su contacto y supuse que estaba embadurnando su polla de aceite para hacer más fácil mi perforación. Quería ponérselo fácil, y abrí mi culo con ambas manos. Noté la punta del rabo empujando hacia dentro mi agujero que se cerraba espontáneamente, pero con habilidad pasmosa se hacía hueco en mis entrañas hasta reventarme. Jadeaba mientras me golpeaba. Sus manos sujetaban y exprimían mis tetas. No quería que parara nunca. Las embestidas eran brutales, pero yo quería más y más. Sonía dormía a mi lado en el sofá mientras su marido me martilleaba. Quería besarla, pero los fuertes empujones de Pablo me lo impedían. De repente bajó el ritmo hasta quedarse casi parado. Pablo gemía y esperaba el golpe de leche dentro de mi culo, pero no llegaba, aunque sus movimientos eran mucho mas suaves. Me giré para atrás y vi al cabrón de Raúl dando por culo a Pablo mientras éste me enculaba a mí. La escena me volvió loca, me moría de placer viendo como el negrazo se follaba a mi amante, mientras éste volvía a coger un ritmo más intenso sobre mi culo. Me retorcía de placer pensando cómo había sido posible que el pollón de Raúl entrara en el culo de Pablo. Quise facilitar la escena y me concentre en mi placer mientras provoqué caricias, incluso pellizcos que despertaron a Sonia. No se podía perder esta escena. Sorprendida abría lentamente los ojos, viendo como un negrazo de dos metros enculaba a su marido, sintiendo lo que ella pudo sentir solo unos minutos antes. Lejos de molestarse comenzó a acariciar suavemente su vulva, mordiéndose los labios y disfrutando del placer de Pablo follando y siendo follado. Pablo empujó con un poco más de fuerza y me atraía hacia él con más fuerza, y ahora sí recibí el manjar de lefa en mi ano, que debía desbordar. Raúl siguió embistiendo a Pablo hasta correrse mientras yo ya recostada en el sofá ofrecía mi orificio negro a Sonia, que saboreaba con placer la leche de su marido. Se levantó del sofá y cuando Raúl sacó la polla del culo de Pablo la chupó, la relamió y se comió literalmente el ano de Pablo del que extrajo todo el semen de mi chico. Los sementales quedaron derrotados en el suelo, y Sonia se acercó y comenzó a compartir conmigo la leche que le quedaba en la boca. Jugamos con la lefa a la vista de nuestros chicos, y comenzamos el descanso.

-"Pero qué guarra eres, Sonia", le dije satisfecha por la perversa sesión.

-"Todo lo que tú me enseñaste a ser, Lucía", me dijo mientras se recostaba y apoyaba su cabeza sobre mis sensibles tetas.