Reencuentro con la niñera

Ricardo se encuentra con Marta después de llevar mucho tiempo sin verla. Tras una conversación trivial tomándose una café, ambos descubrirán sus cartas y los deseos que ambos tienen el uno sobre el otro.

Reencuentro con la niñera.

La tarde era apacible e invitaba a caminar tranquilamente por la calle dando un paseo. Fue un cruce inesperado, pero al hacerlo los dos nos giramos como si ya nos conociéramos de algo, como si nuestras vidas ya hubieran estado entrelazadas en algún momento. Yo sin querer dije un nombre, el primero que se me vino a la cabeza, luego me di cuenta que era el nombre de la niñera que me cuidaba de pequeño en casa de mis padres.

-¿Marta?

-¿Ricardo?

Los dos nos sonreímos al darnos cuenta de que efectivamente estábamos ambos en lo cierto. Marta era ya toda una señora, o eso me parecía a mí. Cuando  dejo de cuidarme yo tendría unos quince años, ella debía de tener unos veinticinco, por lo que si yo ahora tenía veinte tres y me sacaba diez años, ella debía de tener treinta y tres.

-¡Cuánto tiempo sin saber de ti! – la dije.

-Si, la verdad es que una vez que tus padres decidieron que ya no necesitabas niñera, me despidieron y ahí quedo todo.

-¿Te invito a un café, te apetece?

-Si, porque no, venía de hacer la compra pero no llevo congelado, de modo que podemos.

Fue en ese mismo momento cuando la recorrí con la mirada, tan rápido que no pudo darse cuenta de la inmensidad de pensamientos que se me vinieron a la cabeza. Me fije en que efectivamente portaba en su mano derecha una bolsa, y que evidentemente vendría de hacer la compra, pero también me dio tiempo a contemplarla de arriba abajo. Esa melena negra suelta color azabache que me volvía loco desde los doce años, esos rasgos gitanos y su piel oscura, los generosos pechos y ese canalillo que incitaba a meter la mano y descubrirlos, el cual aparecía ante mí de nuevo bajo un suéter color azul marino, aquella cintura minúscula que daba forma al contorno de su culo, el cual me quedaba embobado mirándoselo a cada oportunidad que tenía. Si, la verdad es que estaba tan buena como la recordaba, o incluso más.

Nos dirigimos a un bar cercano, y abriéndola la puerta la invite a pasar para poder corroborar que aquel culo, única parte de su cuerpo que aun no había visto, continuaba duro, redondo y respingón tal y cual yo lo recordaba. Nos sentamos a una mesa y tras pedir unos cafés comenzamos a charlar sobre lo que habían sido nuestras vidas desde el momento en que se separaron, pero inevitablemente al final salió el tema de mi rebeldía, y los castigos que ella me deparo en el pasado.

-Todavía me acuerdo del día en que tu madre me dijo que no me cortase para quitarme la zapatilla y darte lumbre con ella cada vez que fuera necesario. – me dijo utilizando ese lenguaje que me volvía loco, ¡darme lumbre! Evidentemente se refería a calentarme el trasero.

-Si, la verdad es que de los doce a los quince sufrí un ataque de rebeldía constante, lo admito. – admití sin reparos, me estaba volviendo loco, sus labios, su voz, su deje entre gitano y andaluz, sus manos, su mirada, era todo.

-A veces pienso que te iba la marcha, y que me buscabas a propósito, porque si no, no lo entiendo, ¿todos los días querías probar mi zapatilla?. – dijo mirándome a los ojos y posando su mano derecha sobre la mía.

-Nooo, es que me podían las ganas de hacer las travesuras que se me venían a la cabeza y no pensaba en que si me pillabas luego vendría la tormenta.

Ella me miro fijamente durante unos segundos, y supe que sintió mi nerviosismo, me temblaban las piernas, las manos me sudaban, todo yo era puro nervisiosismo. Tuve claro en esos momentos que me había pillado, había caído en su trampa.

-No mientas, sé que me comías con los ojos, deseabas meterme mano fuese como fuese. Te morías de ganas por sobarme el culo, o a estas dos preciosidades. – tocándose ambas tetas con las manos al tiempo que se las movía. – y alguna vez seguro que lo hiciste cuando buscabas desesperadamente frotarte contra mi mientras te dejaba la suela de la zapatilla bien dibujada en tu trasero.

-Nooo, para nada, en serio que no. – conseguí articular.

Pero justo en ese punto de nuestra íntima conversación mis oídos no estaban preparados para escuchar la proposición que a continuación me hizo.

-Te propongo algo, y solo te daré un minuto para que decidas. Estoy segura de que te mueres de ganas por follarme, y llego más lejos, estoy  segura de que te mueres de ganas por probar la zapatilla de esta gitana,  de modo que te invito a que tus sueños se hagan realidad. Tienes un minuto para decidir, eso sí,  o ambas o ninguna.

Marta se hecho para atrás apoyando su espalda en el respaldo de la silla, y comenzó a mirarse el reloj como si cronometrase el tiempo, del mismo modo que inspiro profundo haciendo que sus dos preciosidades se adelantaran hacia delante provocándome casi un infarto. Lo que daría por poder estrujárselas, pensé. Trague saliva, sudaba, temblaba, quería decir si, pero esa minúscula palabra no venía a la boca. Al final pude articularla.

-Si

-Bien, paga y sígueme, disfruta de la vista de mi trasero a unos veinte metros de distancia, no quiero que nos vean entrar juntos. Mi portal está a dos calles, no dejes que se cierre la puerta del portal, no volveré para abrirte. Vivo en el segundo A, si vienes tras de mi te dará tiempo a entrar antes de que la cierre treinta segundos después de que haya entrado y dejado la compra en la cocina.

Pague rápido y deje propina, me levante y la seguí a distancia convenida. Tuve que hacerlo deprisa porque ella ya se había levantado y caminaba hacia su casa antes que hubiera depositado el billete de diez euros con el que pague. No la perdí en ningún momento, disfrutando del movimiento de sus caderas, de aquel formidable culo que por fin iba a poder tocar, acariciar, saborear. Caminaba con parsimonia, sin prisa, sabedora que detrás de ella iba yo babeando, controlando la situación. Abrió el  portal y acelere mis pasos para que no se cerrara la puerta dejándome fuera. Espere unos segundos dejándola que subiera la mitad de la escalera, y entonces reanude mi persecución hasta el cielo, porque ella era el cielo. Giro en el primer piso y mi corazón ya latía a mil por hora, luego el segundo, escuche el ruido de la cerradura al abrir su puerta, camine sin detenerme y me cole en su casa.

-Camina hasta el fondo del pasillo, la ultima puerta a la derecha. Te quitas todo de cintura para abajo y me esperas con las manos sobre la cabeza mirando a la pared en el rincón del fondo. Creo que ya sabes hacerlo, te es familiar, ¿verdad? – escuche que me decía.

Yo obedecí sin protestar, entre en su cuarto y me desnude de cintura para abajo. Deje mis pantalones y mi ropa interior sobre una silla al lado de la cómoda, y allí estaban, sus zapatillas. Trague una vez más saliva, ¿serían aquellas las que iba a probar?, rojas, abiertas por la parte trasera, de suela dura, domadas ya del uso, iban a picar de lo lindo. Di cinco pasos hasta el rincón y levante mis manos esperándola como cuando era pequeño, ya sabía que tardaría un ratito, el tiempo justo para saborear lo que se me venía encima, iban a darme lumbre de la buena.

Pasaron unos cinco minutos cuando escuche ruidos tras de mí, ni se me ocurrió la idea de girarme, eso hubiera supuesto un extra en el castigo, y aun no sabía muy bien como de grande iba a ser este. Sabía que era ella, sabía que estaba mirándome, sabía que llegaba el momento.

-¡Date la vuelta, cariño!- La oí decirme.

Yo me gire lentamente sin bajar las manos, yo también sabía que a ella le gustaba verme así, desnudo frente a ella con mi miembro viril a media asta. Yo también sabía que me deseaba, que aquello era un juego  que nos gustaba a los dos. Supongo que nunca llegamos a mayores porque al fin y al cabo para ella cuidarme era su trabajo, y mi madre de haberse enterado la habría puesto de patitas en la calle en un suspiro.

La mire a los ojos y supe al momento que estaba comiéndome con los suyos. Un chico joven de metro ochenta, fuerte, rubio, ojos azules y bien dotado. Sus ojos se quedaron unos segundos parados en esa parte de mi cuerpo, que comenzaba a estar algo mas excitada de lo normal. Pensé para mis adentros, “contempla lo que después de tu lumbre va a apagar tu fuego, porque estas ardiendo por dentro perra”. Me di cuenta que su suéter estaba recolocado, o estirado hacia abajo, o quizás simplemente era yo, pero percibía sus pechos más expuestos. Continúe mi viaje una vez más por su cuerpo, descendiendo por su falda negra ajustada, tan solo unos centímetros por encima de sus rodillas. Descendí hasta sus pies y allí estaban de nuevo. Se había cambiado los zapatos por las zapatillas, y ahora sí que supe que eran aquellas zapatillas rojas las que iba a probar.

-Coge la almohada de la cama y sitúala en el centro de la misma, ponte sobre ella dejándola a la altura de tu cintura, quiero que ese culito quede bien alto, bien expuesto.

Yo ya sabía a lo que se refería, alguna que otra vez me había castigado así, aunque siempre que utilizo esa postura lo hizo con un cinturón, por lo que dude si iba a probar aquellas zapatillas o un cinturón. Aun así sabia que o pasaba aquella prueba, o me tendría que olvidar de meterla la polla hasta lo más profundo de su ser, y estaba tan caliente que nadie, ni nada me podría parar. Cogí la almohada y la puse horizontalmente a la mitad del colchón doblada por la mitad, luego me tumbe sobre ella dejando mi culo preparado para ser bien azotado. Marta se acerco a la parte delantera de la cama quedando su cintura a la altura de mis ojos, una vez más sus ojos se deleitaban con mi cuerpo, en esta ocasión con mi trasero. Marta levanto su pie derecho doblando la rodilla, para poder quitarse la zapatilla dejándome ver en todo momento esa escena. A ella la excitaba hacer aquello, a mi me excitaba ver aquello. Retrocedió unos pasos y se situó perpendicular a mi trasero, se acerco a la cama subiéndose la falda hasta poder poner una rodilla sobre el colchón, y justo en ese momento comenzó la serenata. Mientras los zapatillazos iban cayendo uno tras otro, Marta no dejaba de hablar, notando cada vez su más entrecortada por el esfuerzo.

-Eres un pervertido encantador Ricardo. He soñado con este momento mucho tiempo. He soñado con follarte un millón de veces. Las veces que me habré preguntado si seguirías tan guapo como cuando eras un adolescente, pero antes quiero volver a ver ese culo rojo. Sabía que me buscabas, que te encantaba que te diera lumbre con mi zapatilla, por eso me las cambiaba a menudo, para que no te aburrieras de ellas, y siempre quisieras probarlas de nuevo.

Yo asentía con la cabeza mientras me mordía  los labios. La hija de puta aquella me conocía a la perfección, me conocía mejor que yo mismo. Sentía su zapatilla sobre mi nalga derecha, luego sobre la izquierda, sentía como picaba, como la temperatura subía.

-¿Te gusta verdad cariño? No hay nada mejor que la zapatilla de tu gitana para poder hacerte una paja después, ¿verdad? Pero esta vez no vas a tener que meneártela, porque te voy a dejar sequito cariño. Prepárate para el polvo de tu vida,  te aseguro que nadie te habrá follado como yo te voy a follar.

Estaba gimiendo, no sé si de placer o de dolor, pero mis gemidos eran bien audibles. ¿Cómo sabía aquella puta que me hacia una paja pensando en ella después de que me calentara el trasero?  ¿Acaso me expiaba la muy zorra?  Ufff, la iba a dejar el coño escocido de la caña que la iba a dar. Me descubrí asintiendo con la cabeza, como dándola la razón a todo lo que decía.

-Así cariño, así. Mueve el culo, pídeme que te de un buen repaso, que te castigue por pervertido, por meneártela en el baño pensando en mis tetas, en mi culo. Dime que te mereces probar la zapatilla como nunca antes te haya dado con ella.

-Rómpeme el culo con ella zorra, siiii. Te he deseado desde que tenía doce años. Quiero comerme esas tetas, sobarte el culo, abrirtelo en dos a pollazos.

Sinceramente no sé porque dije aquello. La oí reírse a mis espaldas, y note un fuerte incremento en la fuerza de los zapatillazos que me estaba llevando. Aullé de dolor, pero aguante estoicamente. Tenía la polla más dura que nunca, y el culo me ardía como si el fuego de una hoguera saliera de él. La zapatilla de Marta caía una y otra vez sobre mis desprotegidas nalgas. No se los zapatillazos que me lleve, pero de seguro que estuvieron cerca de los cien, sino mas. Las lágrimas se me saltaban de los ojos, menuda zurra me estaba llevando. Zapatilla, una y otra vez. Una sensación mezcla de dolor y placer.

-¡Te voy a pelar el culo a zapatillazos cabrón!, ¿pero qué lenguaje es ese? ¿Quién te crees que eres para llamarme zorra?.

Por un momento quise saltar de la cama, frotarme el culo y pedirle perdón, pero cerré los ojos, me mordí los labios, agarre las sabanas cerrando mis manos con todas mis fuerzas y aguante. Unos minutos después todo ceso, abrí los ojos anegados en lágrimas y resople sintiendo en mis posaderas una quemazón indescriptible. Debía de tenerlas al rojo vivo. Sentí el ruido de la zapatilla impactando contra el suelo, y supe que se la estaba calzando, el castigo había terminado por fin. Sin duda nunca antes me había llevado una así.

-Data la vuelta, tumbado y con la cabeza a los pies de la cama.

Obedecí. La note la respiración agitada, su pecho subía y bajaba como si acabara de subir una montaña de un kilometro de distancia. Cuando me acomode en la posición indicada sus pechos parecían aquellas montañas en las que acababa de pensar, grandes, provocadoras, majestuosas. Ella me miro fijamente al tiempo que se levantaba la falda y se quitaba las bragas, mi pene iba a reventar antes de haber empezado. “Dios mío, que pedazo de mujer”, pensé.

-Antes de follarte vas a comerme el conejo con esa juguetona lengua que tienes cariño.

Se coloco a los pies de la cama, justo encima mío,  para abriéndose de piernas y doblando sus rodillas dejar su coñito a medio depilar justo encima de mis labios. Yo simplemente saque la lengua y lleve mis manos hasta sus caderas para acercarla más, para poder saborear aquel manjar. En el mismo momento en que mi lengua dio el primer lametón a aquel coño, Marta emitió un gemido igual o mayor a los que yo daba cuando estaba zurrándome con la zapatilla. La muy perra estaba igual o más caliente que yo. No era el primer chocho que me comía, y sabía muy bien lo que tenía que hacer. Comencé suavemente, abriéndome pasó con la lengua a través de sus labios,  penetrando cada vez más dentro con la puntita. Absorbí hacia dentro, una vez sentí su clítoris, mordisqueándolo, jugando con el, sintiendo como se contraía. Y así poco a poco la fui arrancando sus gemidos hasta dejarla exhausta, hasta sentir como se venia encima de mi empapando toda mi cara.

-Siiii, ahhhh, sabía que sabias hacerlo, no pares cielo. Haz que me corra. Ahhhh, me corro cabronazo, chupa, chupaaa, no pares.

Cuando la presión aflojo sobre mi cabeza comprendí que Marta ya se había corrido. Giro sobre sí misma y busco mi polla, era mi turno. Había llegado el momento de comerse mis dieciocho centímetros de polla. Muchas me habían dicho “eso no me lo metes a mí ni de coña”, pero luego habían disfrutado de lo lindo con ella, queriendo repetir en todas las ocasiones. Sentí como su mano subía y bajaba por mi palo, como su lengua jugaba con mi capullo, con mi glande, como absorbía queriendo sacar mi leche. Alce la cabeza y me quede ensimismado viéndola, mi capullo desaparecía dentro de su boca, tragaba y volvía a aparecer. Esa sensación me estaba volviendo loco de placer.

Al cabo de un buen rato se levanto, vi como se quitaba la falda y el suéter azul, dejándome ver sus pechos aun ocultos por un sujetador de encaje azul. Se subió a la cama poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, luego bajo agarrando mi miembro para introducírselo en aquel conejito caliente que mi lengua había liberado ya una vez de su estrés. Sentí como me abría paso en ella, estaba caliente, ardiendo, mojada. Comenzó a subir y a bajar lentamente, acelerando el ritmo. Sus manos se fueron a su espalda para quitarse el sujetador, por fin sus pechos quedaron libres. Contemple aquellas aureolas grandes, sonrosadas, aquellos pezones erectos. Jamás pensé que pudieran ser de ese color siendo ella tan morena de piel. Sin permiso los hice míos, mis manos comenzaron a acariciar aquellos pechos con suavidad, con ternura, luego los estruje, los manosee. Llevaba toda una vida soñando con ellos, masturbándome con ellos sin saber cómo eran. Ahora por fin los tenía entre mis manos. Ella  continuaba follandome, se movía como una posesa, metiéndosela y sacándosela con un ritmo desenfrenado, con sus manos puestas sobre mi pecho.

-¿Te gusta, verdad corazón? Venga comételas, o ¿acaso te vas a cortar ahora?

Me erguí todo lo que pude y lleve mi boca hasta aquellas tetas inmensas y soñadas para devorarlas como debían. Las lamí, las mordí, las saboree como si se tratasen de dos bombones gigantes de chocolate que se deshacían en mi boca. Ella se sujetaba las tetas y las alternaba para que la comiera primero una y luego otra. Aproveche  la ayuda para agarrarla con fuerza por la cintura y obligarla a bajar al tiempo que yo embestía hacia arriba. Note que se iba a correr de nuevo. Se  soltó los pechos y se irguió echando la espalda hacia atrás. Su melena suelta cayó por su espalda. Su coño apretó mi polla contra ella impidiendo que se saliera ni un solo centímetro, y sentí como por segunda vez se corría. ¿Quién iba a echar el polvo de su vida?

Marta quedo quieta, como si estuviera desfallecida. La cogí por la cintura con la intención de quitármela de encima pero ella no me dejo, me miro a los ojos y me dijo sonriendo como una perra cachonda.

-No cariño, a cuatro patas me darás otro día. No pensaras que después de haberte encontrado por fin solo me vas a follar una vez.

Marta se saco mi polla del coño, y en la misma posición hecho su cuerpo un poco hacia adelante para introducirse mi miembro en su culito juguetón. Yo sonreí, prefería haberla catado a cuatro patas bien sujeta por las caderas, pero tras escuchar que esto se repetiría no pude más que alegrarme. Marta comenzó a sonreírme, estaba metiéndose dieciocho centímetros de polla en su culo, y nunca nadie había hecho eso antes, mucho menos sonriendo, de hecho ninguna mujer me había dejado antes darla por el culo, principalmente por el tamaño de mi polla. Poco a poco se la metió entera, aquel culo estaba prieto, ella se mordía los labios ahora, poco a poco comenzó a cabalgar sobre mi miembro viril. Subía y bajaba lentamente, gimiendo cada vez que lo hacía. Sentí como mi capullo comenzaba a vibrar, estaba a punto de darla toda mi leche. Justo en ese momento entendí cuando me dijo que me iba a exprimir.

-Vamos cariño, dámela toda. La quiero dentro de mi culo, quiero que me lo inundes. ¡Vamos!

Con su lengua relamiéndose los labios, con sus manos puestas sobre mi pecho marcando la distancia, cabalgando lentamente sobre mi palo duro sacándoselo casi por completo, para luego metérselo de nuevo entero en el culo, llegue al clímax total, y aullando como un lobo descargue toda  mi leche dentro de su culo. Me retorcí, me agarre a sus caderas, las sentía moverse cadenciosamente. Si, acababan de echarme el polvo de mi vida.

Marta se levanto y cogió una bata blanca de seda poniéndosela hasta cubrir todas sus partes púdicas, luego me miro sonriendo una vez más y me dijo como quien dice una trivialidad cualquiera.

-Mi hermana debe de estar a punto de llegar, y no quisiera que te encontrara aquí, al menos en nuestra primera cita. Apúntame tu teléfono si quieres volver a verme, y repetir. Si ya te has quitado el calentón, si ya has cumplido tu sueño y soy muy poca cosa para ti, niño de papa, lo entenderé.

Marta se introdujo en el baño dejándome a solas, dándome a entender que aquella cita sexual había concluido. Me levante, me vestí, apunte mi teléfono en un papel de su agenda que reposaba sobre su mesilla, y la deje un mensaje que decía así: “Por fin he encontrado a mi Diosa del Olimpo A mi gitana”