Reencuentro

A veces, el retomar una vieja relación no es tan lento ni tan incómodo como muchos piensan.

No pensé que aceptara mi invitación, pero tampoco me sorprendí cuando sentí un leve toque al hombro bajo la tenue luz del café donde le dije que me encontraría por esta noche. Su piel levemente morena parecía una obra de artesanía constantemente moldeada por un alfarero piadoso; lisa, pétrea. Las comisuras de sus breves labios me sonrieron y sus ojos negros me vieron de arriba abajo antes de abrazarme como se abrazan los viejos amigos: incómodamente. Se sentó a mi lado y se quitó su abrigo. Vestía cómoda y sencilla, como antes. Pude notar cómo la sombra se acentuaba más firmemente que como lo recordaba bajo sus pómulos y quijada. También sus manos estaban más delgadas que antes, sus dedos más finos, igual de pequeños. Cuando se lo hice notar señaló lo mismo de mi persona, comentando que la vida para nosotros había sido dura como para permitirnos engordar tanto. Se rió como lo hacía antes y, creo, yo también llegué a hacerlo. Es difícil no reír en compañía de una mujer hermosa.

Nuestra plática se extendió sobre 3 tazas de té (ninguno había desarrollado el gusto por el café). El ocaso vino y se fue sin que nos diéramos cuenta, como yo tampoco noté cuando, al volver ella de una ausencia al sanitario, se sentó rozando mi brazo y mi costado. El recuerdo de su cercanía, al parecer, se conservó en la memoria de mi cuerpo, su figura nunca llegó a desdibujarse de los pliegues en mi ropa. La rodeé con un brazo y, solo entonces, me di cuenta de que el sabor de su piel no había cambiado. Su pómulo seguía helado y firme bajo el roce de mis labios. Nos vimos un momento y mi mano encontró su mejilla antes de darnos nuestro primer beso en 4 años. Sus labios eran gruesos y sabían a jengibre. Eran purpurinos sin maquillaje. Sin sabores añadidos. Solo el de ella. Sus manos recordaron cómo rodear mi cuello, acariciar los cabellos en mi nuca, acomodar la punta de sus dedos detrás de mis orejas. Mientras mi lengua (sabor a jamaica con limón, seguramente) recorría la suya mi otra mano la atrajo hacia mí tomándola por la curva de su espalda. En verdad había adelgazado, como pude comprobar mientras acariciaba sus omóplatos, sus costados. Cuando empecé a rozar sus pechos y a acariciar sus hombros ella se separó de mí y susurró a mi oído. Luego sentí su lengua en mi lóbulo todo el rato mientras sacaba mi billetera y pagaba la cuenta. El camino a su casa apenas y lo notamos.

Su apartamento de soltera, tanto por el cómo me lo describió como por lo que pude ver en la oscuridad, estaba dentro de una residencia mayor subdividida en varios apartamentos individuales pequeños, pero, en sus palabras, acogedores. La seguí mientras subía por una pequeña escalera de metal que subía hasta el segundo piso del complejo, con una pared de concreto a un costado y la noche al otro. Mientras abría la puerta, en esa esquina del edificio y entre la oscuridad, no me resistí a acariciar sus nalgas, a deslizar mis manos bajo su sudadera y su abrigo para apretar su cintura tan fina, endurecida por el trabajo y la juventud. Besé su cuello y mordí el ángulo de su quijada mientras se reía por lo bajo. Se quejó de que no podía abrir si hacía eso. Con firmeza, me apresuré a voltearla y aprisionarla contra la pared del costado, con la puerta a nuestra derecha aún con las llaves colgando del picaporte. La besé con lujuria. Tomé sus piernas y la levanté cuando la noté engancharse a mis hombros con sus brazos. Aún con la ropa puesta, gimió en mi boca cuando empujé mi erección contra su pelvis lenta, pero intensamente. La razón nos arrebató el momento y, riendo, se escapó de mi agarre para abrirnos la puerta. Apenas entró se volteó y, caminando de espaldas hasta su cuarto, la seguí mientras nos desvestíamos. Pude apreciar cómo, aunque bajó de peso, ni sus muslos ni sus pechos se volvieron menos generosos que en el pasado. Llegó a la cama y, ante mí, se postró boca arriba y levantó sus piernas, invitándome a tomar mi lugar sobre ella, tan solo llevando puestas unas bragas sencillas de algodón.

Tome una de sus pantorrillas y me dediqué a besar su firmeza. Tracé un camino desde el tobillo hasta detrás de la rodilla, y de allí a lo largo del lado interior del muslo. Antes de llegar a sus labios la tomé de la cadera con ambas manos y la atraje hasta mi boca, lamiéndola de arriba abajo. Sus resoplidos se convirtieron de pronto en un gemido contenido. Sus paredes debían de ser muy delgadas, pensé en ese momento, por lo que decidí divertirme con ella. Retiré mi lengua y mordí su otro muslo, el que no había estado besando, y empujé sus piernas hacia su torso, plegando su cuerpo sobre sí mismo. Le di mordiscos y lametones desde sus piernas hasta sus nalgas hasta que, harta, seguramente, ansiosa, se estiró para tomarme del cabello y plantarme sobre su humedad. Sonreí y le comí el coño sin separar sus piernas, introduciendo mi lengua en su estrecha entrada. A los pocos minutos abrí sus piernas de par en par y bajé mis manos para sostenerla de los muslos mientras la devoraba. Mi lengua acariciaba su entrada mientras succionaba toda el área con los labios, la besaba y lamía alternando entre la firmeza en la punta de mi lengua con la suavidad mientras lamía su apertura con toda la extensión del músculo húmedo. De pronto sus vecinos le dejaron de importar. Gemía y jadeaba, se mordía la muñeca, me llegó a comentar que si hubiera sabido esto de mí, hubiéramos estado juntos más tiempo en la universidad. Con ese comentario decidí que era suficiente de ello.

Me levanté del piso donde me había arrodillado y me escabullí entre sus piernas, recorriendo sus curvas con mis manos. Besando su vientre mientras ella acariciaba mi espalda y mis hombros. Pasé mi brazo izquierdo debajo de ella, sosteniendo la parte trasera de su cuello con mi mano, mientras con mi derecha acariciaba su rostro, sus hombros, sus pechos y su cintura. Sentí su mano envolviendo mi longitud antes de maniobrarla hacia su entrada húmeda y caliente. Una vez en posición, la penetré deprisa, con ansias, mientras besaba sus labios y chupaba su cuello, mis manos aferradas a su cuello y a su cintura. Se aferró a mis hombros mientras me la cogía con fuerza, marcando un ritmo rápido e intenso. No sé cuánto duramos hasta que me pidió que nos viniéramos juntos, que ya casi acababa. Me pidió que me viniera dentro al oído mientras su lengua acariciaba mi lóbulo, que estaba bien que lo hiciera. Derrame mi deseo dentro de ella a la par que su coño se contraía y ella hundía su cabeza en mi hombro. Mis manos no dejaron de apretarla contra mí, no dejé de besarla. Pronto me sentí endurecer dentro de ella, ante lo cual ella no pudo evitar el gemir de nuevo, mis caderas en automático marcando un nuevo ritmo más suave y lento, pero constante. La solté para apoyarme sobre mis rodillas y levantarme con los brazos, penetrándola mientras la veía desde lo alto. Sus brazos intentaron acariciarme, pero rápidamente atrapé sus muñecas y las sujeté sobre sus hombros. Todos sus músculos se tensaron, sus labios me sonrieron y sus ojos se cerraron para disfrutar de estar sujeta mientras la penetraba con toda mi extensión.

Duramos un buen rato yo sobre ella, viendo sus pechos moverse a mi ritmo y sintiendo sus brazos retorcerse bajo mi agarre, cuando salí de ella y la tomé de la cintura, jalándola para que entendiera lo que quería hacer. Ella entendió y giró sobre sí misma, quedando boca abajo, su cara presionada contra la almohada, sus caderas elevadas sobre sus rodillas para facilitarme el acceso. Con mi derecha tomé una de sus nalgas y con mi izquierda me ayudé a penetrarla con intensidad antes de agarrar un manojo de sus cabellos para presionarla contra la cama. Sus manos las mantenía apoyadas al lado de su pecho mientras resistía mis embistes. Tras poco tiempo, la vista de su cuerpo retorcerse una vez me hizo cambiar el ritmo y liberar su cabeza de mi agarre para dedicarla a sobar su espalda, sus oblicuos y sus pechos ansiosamente. Me encontraba cerca del clímax nuevamente y deseaba sentirla más, no podía tener suficiente. Se retorció por segunda vez y sentí sus convulsiones desde su interior, por lo que, tomando una pausa, tomé sus bíceps y la obligué a levantarse mientras la jalaba hacia mí, tan solo lo suficiente para que se mantuviera suspendida horizontalmente sobre la cama, apoyada en sus rodillas, ofreciéndome todo lo que ella era. Pronto, mientras ella se venía por tercera vez, me volví a derramar por completo dentro de ella. Si en algún momento dejó de gemir o gritar antes de ese momento, no lo noté.

Lo único que recuerdo después de ello es acomodarme a su lado mientras la abrazaba y besaba, aprovechando ese momento en que todo su cuerpo es una zona erótica tras el orgasmo. Se apoyó sobre mi pecho mientras nos besábamos cuando, de pronto, hizo un rápido recorrido bajando por mi cuerpo hasta alcanzar mi verga, la cual engulló sin previo aviso, logrando arrancarme un profundo gemido, pues su humedad, su calor y mi sensibilidad fueron demasiado como para no hacerlo. Sentí su lengua limpiando mi falo con dedicación y con esmero, logrando que se endureciera tímidamente una tercera vez. Pero no se detuvo, sino que siguió alojando toda mi longitud en su boca, acariciando la punta con su lengua, masajeando mis testículos sobreexplotados con su mano. Por primera vez en mi vida, me vine por tercera vez en una noche. Aunque no fue mucha cantidad, ella tuvo la consideración de tragar sonoramente para mí. Volvió a mí y nos besamos con nuestros sabores aún en nuestras bocas. No pasó nada más esa noche, excepto el dormir juntos, pero por la mañana hablamos más, tuvimos nuevos momentos y, ahora, contemplamos el hacer de estos encuentros algo, por así decirlo, regular.