Reencuentro (3)

Tenía miedo, mucho miedo. Pero no un miedo aterrador. No sabría explicarlo. Un miedo que, mezclado con la excitación del momento y el frío, era una de las sensaciones más agradables que había sentido en mi vida.

Tenía miedo, mucho miedo. Pero no un miedo aterrador. No sabría explicarlo. Un miedo que, mezclado con la excitación del momento y el frío, era una de las sensaciones más agradables que había sentido en mi vida.

Se acercó a mí. Subió la falda de manera que mi sexo quedaba al aire frío de la noche, y abrió todos los botones de la camisa. Cuando me tocó dijo:

  • Esto es una de las cosas que más me gustan de ti, que a la mínima te pones cachonda. Habríamos podido hacer muchas cosas si no te hubieses ido.

  • Pero… - quise contestarle pero metió su lengua en mi garganta. En ese momento no podía comprender qué fue lo que me llevó a dejarle.

Se alejó y fue hacia el coche. Cogió una mochila del maletero y se puso junto a mí. Sacó una mordaza de bola que me colocó inmediatamente. Después cogió su cámara de fotos y comenzó a disparar desde todos los ángulos posibles. Cuando ya pensó que habría hecho el reportaje al completo se acercó a donde yo estaba y me desató de la rama. Me sentí muy aliviada, pues ya me dolía todo. Entonces me llevó a la orilla del río, me hizo arrodillarme, ató mis manos a la espalda y, por fin, sacó su polla delante de mí. Me quitó la mordaza y empecé a mamarla hasta que no pudo más y se corrió en mi boca.

Acto seguido me pidió que me quitara del todo la ropa que llevaba puesta.

  • Estás sucia, zorrita. Métete en el agua y te limpias.

Decir que el agua estaba helada era quedarme corta. Le miré con cara de súplica.

  • Sé que hace frío. He dicho que te metas en el agua.

Metí los pies y el frío se me traspasó a todo el cuerpo. Los saqué muy deprisa y volví a mirarle.

  • ¡Que te metas!

Pensé: "De una vez o no entro." Así que me zambullí en las aguas de marzo del río. Di unas brazadas, me froté todo el cuerpo con las manos y me acerqué a la orilla. El pánico que me dio cuando no vi a Juan superó con creces al estado de congelación. Miré hacia todos lados. ¿En qué momento había desaparecido el coche? Quizás estuve nadando más tiempo del que pensaba. Estaba aterrorizada. ¿Por qué habría confiado en él? Caminé un poco hacia la carretera, pero me escondí tras un árbol en cuanto divisé las luces de un coche. No podía olvidar que estaba mojada del río y completamente desnuda. Caminé sin rumbo fijo por entre los árboles del río. No había ni rastro del coche, ni de Juan, y la congelación era inminente. Era consciente del impresionante catarrazo que me estaba acechando. Volví al árbol más cercano a la carretera. Permanecí inmóvil tras él mientras intentaba pensar en cómo salir de ésta.

No fue hasta un buen rato después, cuando ya lo daba todo por perdido y había decidido salir a la carretera y contar una milonga al primer coche que viese, cuando una mano me tapó la boca por detrás, y de repente me sentí totalmente refugiada y a salvo sumergida en el calor de su cuerpo.

  • ¿Te asustaste? – dijo riéndose.

Cuando por fin pude articular palabra le dije:

  • Estaba aterrorizada.

  • Bien, era mi intención. Venga, que nos vamos.

Me cubrió el cuerpo con la manta del coche que solía llevar en el maletero y caminamos hacia el coche, que había dejado al otro lado de la carretera. Cuando fui a entrar al asiento del copiloto me dijo:

  • No no, tú ahora vas al asiento de atrás.

Evidentemente me quitó la manta, y me amordazó con la bola otra vez. Las manos fueron a la espalda con unas esposas. Ojos vendados, y pies con una cuerda, puso los tres cinturones de seguridad de los asientos de atrás (conmigo entre ellos, claro), cerró la puerta, arrancó el coche y me quedé dormida.

Continuará