Reencuentro

Al fín había llegado el día. Había quedado esa noche y estaba más que nerviosa. "Ven a mi casa, tengo una botella de ron que me gustaría que probaras" había dicho.

Al fín había llegado el día. Había quedado esa noche y estaba más que nerviosa. "Ven a mi casa, tengo una botella de ron que me gustaría que probaras" había dicho. Y yo, como una tonta me había estado toda la tarde probando ropa. Parecía una adolescente, pero quería estar lo más guapa posible para él.

Al fin y al cabo, hacía un par de años que no me veia, y mi aspecto había cambiado notablemente. Ya no era aquella chiquilla desgarbada que nunca llevaba tacones que él había conocido. Ahora era una mujer, elegante y exitosa. Pero, a pesar de la seguridad que había ganado en los últimos años,cuando vi su correo electrónico, me volví a sentir una chiquilla.

Rodrigo había sido durante mucho tiempo mi mejor amigo. Le concocí en el último año de instituto y para mí el flechazo fue inmediato. Se lo confesé timidamente una tarde, despues de que él me acosara a preguntas porque creía que me gustaba uno de sus amigos. Cuando supo que era él el elegido se puso rojo hasta las orejas y me dijo muy bajito que prefería que siguieramos siendo amigos. Y yo lo acepté. Durante los siguientes cinco años casi no nos separamos. Yo le echaba una mano con las chicas que le gustaban, pero con las que nunca terminó de cuajar y él...el siempre encontraba fallos a todos mis pretendientes.

A veces comentaba que tenía que haber aprovechado el tiempo y haberme hincado el diente cuando tuvo la oportunidad. "Tú me rechazaste" le recordaba yo siempre con malicia. Y rompíamos a reir. Pero siempre quedaba esa rastro de coqueteo en nuestras palabras, aunque la cosa nunca llegara a pasar de un par de acercamientos peligrosos cuando llevabamos unas copas de más, y siempre interrumpidos por algun amigo.

Pero llegó el día en que nos separamos. Rodri se tuvo que ir a Sevilla por motivos de trabajo. Intentó sin éxito convencerme para irme con él, pero las circunstancias no lo permitieron. "No perderemos el contacto" me prometió al despedirse. Y efectivamente así fué. Nos llamabamos todas las semanas y yo esperaba ansiosa oir su voz. Fueron pasando personas por mi vida, pero ninguna logró permanecer más de un día o dos, a lo sumo. No tenía interes en ninguno porque seguía queriendo a Rodrigo.

Cuando llevaba un par de años en Sevilla empezó a hablarme de Olga, una compañera de trabajo. Parecía buena chica y hablaba de ella como no le había oido hablar de ninguna otra. En un par de meses me contó que estaban intentándolo. Yo no pude menos que alegrarme porque fuera feliz, a pesar de todo. Decidí escaparme unos días e ir a verles. Me sorprendió comprobar que la química entre nosotros seguia como siempre, y que la tensión sexual era más que palpable. Pero no podía entromenterme. No ahora que él era feliz.

Sin embargo, algo curioso ocurrió. Cuando me fui recibí un mensaje de Olga. Un mensaje furioso sonde me decía que no sabía por qué había ido a hacerle daño a rodri, cuando nadie me querría más que él en la vida. Me quedé a cuadros. No entendía nada. Rodri tenía suficiente confianza conmigo como para contarme si pasaba algo ¿o no?

Cuando le llamé para contarselo me dijo simplemente que él lo arreglaría. Pasarían un par de años más hasta volver a tener noticias suyas. Hasta recibir el misterioso correo invitandome a su casa. Sin explicaciones. Sin pedirme disculpas por no haberme cogido el teléfono ni haber contestado mis mails durando dos largos años. Sin explicarme por qué había desaparecido de mi vida de repente.

Lo que él no sabía al invitarme es que mi vida había dado un vuelco en ese par de años. Cuando desapareció Rodrigo me quedé destrozada, sin saber el por qué y empecé a refugiarme en mis amigas. Sobre todo en una conocida llamada Teresa. Teresa era amiga de una amiga y nos conocimos de fiesta. En seguida conectamos y empezamos a quedar a solas. Ella era lesbiana y me había confesado sentirse atraida por mí desde el primer día, pero yo necesitaba esa dosis de autoestima que solo puede darte una persona que te desea.

Poco a poco nos conocimos más y un día de copas, acabamos besándonos. Confieso que aquel momento le dió la vuelta a mi mundo, nunca me había imaginado con una mujer y ahora me sorprendía el deseo que nacía en mi. Acabamos acostandonos y al poco tiempo, empezamos a salir. Nunca me había sentido tan enamorada en mi vida desde lo de Rodrigo, asi que me dediqué a vivirlo con todas mis ganas. A los seis meses nos fuimos a vivir juntas y al año nos comprometimos.

Y cuando nada podía ir mejor, un día de camino al trabajo recibí un mail. Pensé que era de Teresa, pero me encontré con el ya famoso mensajito del ron.

Fue como un golpe en la cabeza. Me sentí increiblemente aturdida. Cuando se lo conté a Teresa no tuvo duda alguna: "Es tu mejor amigo, tienes que ir" me dijo.

Me vestí con lo más favorecedor de mi armario (a pesar de estar en invierno, ese vestidito blanco de tirantes me sentaba genial), y me planté en la puerta de su casa temblando como una hoja.

-Vaya, estás realmente preciosa

-Gracias, que pena que no pueda decir lo mismo...jeje

Lo cierto es que si no podía decir lo mismo es porque no podía decir una palabra más sin sonrojarme. Estaba arolladoramente guapo, más maduro y seguía oliendo como siempre.

De repente notaba un nudo en la garganta que no me dejaba respirar, pero la tensión de los primeros momentos la fue deshaciendo el ron.

Hablamos de lo divino y lo humano durante no se cuanto tiempo hasta que, por accidente, nuestras manos se rozaron. El chispazo fue mutuo.

-Ay! Me has dado calambre!

-No, tú me lo has dado a mi!

Reimos un rato hasta que me tomó la manos suavemente. "¿Mejor?" me dijo. "Mucho mejor" contesté yo.

Lo siguiente que pasó es dificil de describir. El torrente de magia que nos envolvió solo podía ser fruto de mucha quimica y años de espera.

Me besó, primero el cuello y luego suavemente los labios. Yo no podía pensar en nada. Noté su piel, más aspera y dura que la de una mujer y quise sentirla más. Como una droga que hace tiempo no probaba.

Me quitó la chaqueta para acariciarme los hombros y llenarlos de besos. Yo le quité la camisa. En pocos minutos estabamos desnudos, tendidos en la alfombra del salón acariciándonos con lujuria. Su boca luchaba por eliminar todo rastro de los besos de Teresa en mi boca y mis manos le recorrían ávidamente, disfrutando de acariciarle después de tantos años.

No echamos un polvo, no. No follamos. Hicimos el amor, como solo pueden hacerlo dos amantes que hace mucho tiempo que no se encuentran mezclado con la pasión de dos adolescentes viviendo su primera vez.

Y lo volvimos a hacer. Mezclamos las caricias tiernas con movimientos rudos, de animales en celo. Hicimos el amor por todas la veces que debimos haberlo hecho en el pasado.

Y allí, tumbados en la alfombra, sintiendo aún mi sudor correr por su pecho me confesó la verdad.

  • Siempre te he querido. Siempre. Desde el primer día que te ví. Pero tenía miedo a ni ser suficiente para tí, a perderte. Desaparecí para intentar olvidarte y no he podido. Te amo.

Lloramos casi tanto como habíamos reido y nos abrazamos como si no nos fuesemos a volver a ver. Parecía que queríamos atravesar la piel del otro para fundirnos en una sola persona.

Al llegar a casa, Teresa me preguntó como estaba, qué tal lo había pasado. Pero la luz brillante que había emanado de Teresa desde que la concocí ahora brillaba un poco menos.

Pasé un par de meses más en casa, esperando a que el gris de las paredes desapareciese y volviesen a brillar los colores. "Fue un polvo de despedida" me dije a mi misma.

Pero no pude olvidarlo.

Ayer, le expliqué a Teresa todo lo ocurrido, toda nuestra historia, sin dejarme un detalle. Ella lo comprendió. "Puede que os hayais pertenecido siempre, aunque hayais querido negarlo." Le llamé. Y esta vez sí contestó. Vino a buscarme y me llevó con él.

¿A donde? Eso ya me da igual.