Reencuentro

El reencuentro con una compañera del instituto me trae una fiesta de sexo

REENCUENTRO

Hola, soy Tita. Mi nombre real es Evarista, pero mis padres se debieron arrepentir enseguida de él, porque nunca lo usaron. Tengo 29 años, mido 1,53 y peso 80 kilos, así que sí, estoy pasadita de peso. No es que no me importe, pero siempre he estado así y, además, no me encuentro mal; estoy sana, hago deporte tres veces por semana en el gimnasio y soy moderadamente feliz con lo que tengo.

Mi vida sexual es casi inexistente. Trabajo en un Mercadona desde hace más de 3 años y, aunque había oído decir que en los almacenes el sexo era algo cotidiano por no decir una orgía continua, la verdad es que en este tiempo no me han tocado ni el culo. Hasta hace quince días llevaba al menos 4 años sin echar un buen polvo, y solo la ayuda de mis dedos y unos juguetitos alivian mis ardores. Hasta hace quince días…

En la tienda todos pasamos por todas las secciones de forma rotatoria semanalmente, y esa semana me tocaba repartir pedidos. No me importa porque así sales de la tienda y, aunque has de cumplir con los horarios de entrega, tienes un poco de libertad de acción. No me preocupa tener que subir peso en casas sin ascensor porque me sirve de ejercicio y algunos clientes se apiadan de nosotros y nos invitan a café o algún refresco o nos dan una propina. Ese viernes llevaba el último pedido con ilusión porque me esperaban dos días de fiesta completos después de un mes y pensaba dedicarlos a hacer… nada. Como mucho, ir a ver a mi hermana y su bebé recién nacido. Al mirar el nombre del cliente sonreí. Sara López. No porque la conociera, sino porque me trajo a la memoria a mi mejor-única amiga del instituto, que se llamaba así. No esperaba que fuera ella, la habría visto alguna vez en la tienda. Éramos amigas porque éramos iguales: igual de altas, igual de retraídas, igual de gordas… Sufrimos algún que otro acoso debido a ello, pero juntas nos afectaba menos. Así que cuando se abrió la puerta y  una joven delgada vestida con mallas de deporte y mascarilla me empezó a indicar dónde descargar la mercancía deseché la idea de que fuera ella. Hasta que vi una foto enmarcada encima de un mueble y di un grito: ¡SARA! Vino corriendo pensando que pasaba algo y me encontró con la foto entre mis dedos y una lágrima que había aparecido en mis ojos.

—¿Qué pasa, le ha ocurrido algo…?

Evidentemente, con la mascarilla ella tampoco me había reconocido, así que me la quité y se quedó tan conmocionada como yo misma. Me lancé a abrazarla y empezamos a llorar a moco tendido sin decir una sola palabra por la emoción que sentíamos.

Más tranquilas, nos sentamos y nos miramos sin hablar. Habían pasado doce años desde que salimos del instituto. Yo tenía que marcharme para finalizar mi jornada, entregar los papeles y limpiar el vehículo, pero me hizo prometer que iría a cenar con ella y su marido. Dije que sí, y en menos de una hora estaba con ella de nuevo. No me había cambiado ni el uniforme, y llevaba mi ropa de calle con mis cosas en una mochila. Nos sentamos a hablar con unas cervezas en la mano y nos fuimos poniendo al día de nuestras vidas. La mía se contaba pronto: había estudiado administración pero nunca trabajé de ello. Y soltera y sola en la vida.

Sara estudió medicina y, tras un periplo por diferentes ciudades, desde hacía dos meses había vuelto a nuestra ciudad natal. Se había casado hace dos años con un antiguo compañero y su cambio de aspecto se debía a una fuerza de voluntad que yo no tuve y a alguna ayuda de la cirugía.

Ya llevábamos tres cervezas cuando llegó su marido. Si me había sorprendido Sara, ver a Luis me dejó patidifusa.

Luis era el tío más guapo y popular del instituto. Es de nuestra edad pero iba a otra clase. Todas las chicas suspirábamos por sus huesos. Y fue el chico que me desvirgó en la última fiesta de despedida del instituto. Sí. No sé por qué vino hacia mí y me dijo de pasear fuera del pabellón donde estaba el baile, pero sé que en unos minutos le estaba comiendo la polla y un rato después me estaba follando con gran dolor. No lo conté nunca hasta hoy. Luis ni se acordaba de mí.

Cayeron un par de cervezas más y Sara dijo que iba a preparar la cena, pero que no iba a permitir que me sentara con el uniforme puesto. Me abrazó y me dijo que quería a una amiga en la mesa, no a la chica de la tienda. Le pedí poder ducharme y me acompañó al baño, me dio una toalla y me dejó sola. Me pareció mal cerrar la puerta en su casa y me metí en la ducha con agua fría a ver si me despejaba un poco del montón de cervezas que Sara y yo habíamos tomado. Cuando estaba secándome tocaron a la puerta y entró Sara sin esperar mi respuesta, pillándome totalmente desnuda.

—¡Joder, Tita, vaya cuerpazo tienes…!

Lo dijo con la misma admiración que si hubiese visto a una supermodelo.

—Déjame verte. Pero qué buena que estás, tía.

En sus palabras no había burla alguna, y sentí un ligero orgullo. Nunca nadie había dicho eso de mí, ni yo misma.

—Date la vuelta, por favor, Tita. Quiero verte entera.

En sus ojos y en su tono de voz advertí deseo, y accedí a que viera todo lo que quería. Gracias a que voy al gimnasio no tengo las carnes fofas, así que mi culo es grande pero firme, y Sara lo comprobó con sus propias manos amasando los cachetes con firmeza. Yo no me sentía incómoda en absoluto. No sé si eran las cervezas o el tiempo sin sexo, pero un calorcillo empezó a subir por mi cuerpo y me dejé acariciar. Me hizo dar la vuelta y me miró de arriba abajo con ojos escrutadores.

—Tita, me gustas. ¿Puedo besarte?

Y me ofreció sus labios que atrapé al instante. Nunca había besado a una chica, pero nos liamos en una batalla de lenguas que me estaba poniendo cachonda y pronto sus manos no dejaron un centímetro de mi cuerpo sin acariciar.

—Sara, tu marido está fuera…

—No te preocupes por él: hay fútbol en la tele…

Continuaron los besos y la mano de Sara empezó a acariciar mi monte de Venus.

—¡Qué pelambrera tienes ahí, hay que arreglarla!

Sara me hizo sentar en el borde de la bañera y se puso de rodillas.

Del armario del baño había sacado unas tijeras y se puso a recortar el descuidado vello de mi pubis. ¡Total, para lo que lo usaba no lo cuidaba mucho! Con movimientos precisos recortaba el pelo y aprovechaba para acariciar mi rajita, que a esta alturas ya estaba muy mojada. Cuando dio por concluida la tarea preguntó:

—¿Te acuerdas de “las tres Marías”?

—Sí, claro. Eran unas pijas abusonas.

—Bueno, pues un día me pillaron haciéndome una paja y me dijeron que, o les comía el coño o contarían que era una pajera.

—¡Qué zorras!

—Sí, pues nunca lo contaron porque les comí el coño una tras otra y fui yo quien las amenazó con contarlo porque lo tenía grabado. Y me gustó tanto comérselo que no he dejado de hacerlo. ¿Puedo comerme el tuyo?

Estaba tan caliente que no pude negarme. Bueno, que no quise negarme. Allí mismo, en el borde de la bañera se amorró y empezó a pasar la lengua por mi rajita chorreante de líquidos. La lengua de Sara se movía a velocidad de vértigo por los labios y el clítoris causándome un placer olvidado. Por momentos abandonaba el chupeteo para besarme en la boca mientras horadaba mi cueva con dos dedos con un ritmo feroz. El primer orgasmo me llegó entre sus brazos, y menos mal, porque me habría caído de no estar sujeta. Me movió para sentarme en la taza del váter y se desvistió en un segundo, mostrando su estupendo cuerpo.

—¿Quieres comerme tú a mí ahora, Tita?

Joder, no soy lesbiana, pero ese minicuerpo perfecto no podía quedar desatendido, así que me acerqué a ella y empecé por besar sus tetas perfectas en las que no se veía rastro de cicatriz alguna, y a continuación pasé a acariciar su culo perfecto, y sus perfectas piernas, hasta llegar a su coño perfecto, perfectamente afeitado, en el que sobresalía un clítoris perfecto que acabó entre mis labios en cuestión de segundos. El penetrante aroma de su excitado coño me llegó hasta el fondo de la nariz y se juntó con el dulzón sabor de sus jugos. ¡Joder, qué bien sabía Sara! Con torpeza al principio fui lamiendo la rajita que se abría ante mí, mientras los gemidos de Sara llegaban a mis oídos como la mejor de las músicas. Sujetaba mi cabeza con fuerza contra su coño, y mi lengua continuaba su labor de devolver el placer que momentos antes me había proporcionado ella. Mis dedos acompañaban la faena en el interior de su vagina hasta provocarle un orgasmo brutal. Chorros de líquido blanquecino emanaron de su coño y escurrieron por sus muslos mientras yo trataba de beberlos todos. Era tarea imposible por la cantidad, así que recogí lo que pude con las manos y me lo esparcí por todo el cuerpo, momento que aprovechó Sara para lamerlo y saborear sus propios jugos. Intercambiamos besos con sabor a sexo y permanecimos abrazadas unos minutos mientras tomábamos aliento.

¡Madre mía, qué sesión de sexo nos acabábamos de dar! Yo había perdido la noción del tiempo y necesitaba otra ducha. Sara no dejaba de besarme.

—No sé cómo no descubrimos esto en el instituto, me susurraba al oído. —¡Qué felices habríamos sido, Tita!

Nos metimos juntas en la ducha y nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, con nuestras bocas luchando por darle a la otra el máximo placer. Las manos juguetearon de nuevo en el coño ajeno y nuevos orgasmos nos sacudieron hasta hacernos caer en la bañera.

Terminamos de bañarnos pero no de besarnos y acariciarnos. Salimos del baño justo cuando acababa el partido. Luis ni nos había echado de menos. Preparamos la cena mientras Luis ponía la mesa y cayeron más cervezas y dos botellas de vino que nos pusieron en un estado peligroso. Con lengua de trapo fuimos contando anécdotas del instituto hasta llegar a las confesiones íntimas. Les pregunté cómo es que habían terminado juntos.

—Pues fue muy curioso, dijo Sara, porque tras el instituto no nos volvimos a ver hasta hace tres años y Luis no me reconoció. Yo ya lucía como ahora y no me asoció con la chica a la que desvirgó en la fiesta del instituto.

—Espera, espera, espera… ¡¿quééé?! ¿Que Luis te desvirgó ese día?

—Sí, en el parque detrás del pabellón. Me sorprendió que me pidiera acompañarle, pero claro, era Luis, no iba a decir que no al tío bueno del insti… Casi ni me enteré del pedo que llevaba, pero la sangre en mis bragas y el dolor al día siguiente me recordaron lo que había pasado.

¡Qué cabrón! A mí me había hecho lo mismo. ¿Qué hacía, lo contaba yo también? ¡Qué coño, pues sí, que lo supiera!

Con el segundo gintónic en la mano y falta ya de vergüenza me decidí a confesar.

—Sara, ¿recuerdas que en la fiesta desaparecí un rato y me estuviste buscando como una loca porque estabas muy preocupada?

—Sí, joder. No te veía y me agobiaba estar sola.

—Pues has de saber que en ese momento estaba siendo follada por… Luis.

La borrachera se le pasó al momento a Sara, que miraba nuestros rostros de forma alternativa.

—¿Quééé…?

—Lo que te cuento, Sara. Luis me desvirgó en la fiesta del instituto, como a ti. Y también me dolió muchísimo.

Los ojos de Sara miraban con furia a su marido, que parecía no haber escuchado mi confesión.

—¡Luis, cabrón!, me dijiste que era la única persona con quien te habías acostado.

—Yo que sé… Ese día iba pedo y como erais tan parecidas creí que te había follado dos veces. Además, de qué os quejáis, si podíais presumir de que os hubiese desvirgado yo…

La furia de Sara le hizo arrojarle lo que tenía más cerca, que era la botella de ginebra, con la mala suerte de darle en la cabeza y dejarlo medio inconsciente. Un pequeño reguero de sangre brotó de su frente y nos asustamos.

—¡Pronto, ayúdame a acostarlo!

Entre las dos lo llevamos al dormitorio y lo tumbamos en la cama. Sara trajo una toalla y comenzó a limpiar la herida. Luis permanecía inconsciente, en parte por el golpe y en parte por el alcohol ingerido.

—Anda, ayúdame a quitarle la ropa para no manchar todo.

Con manos torpes por la borrachera que llevábamos procedimos a quitarle la camisa, los zapatos y los pantalones, dejándole solo los bóxer puestos. Se me fueron los ojos al impresionante paquete que marcaba. No lo recordaba del día que me folló, pero no me extraña que me doliese tanto.

Sara se fijó en mi cara y se echó a reír.

—¿Qué, te apetecería probarlo otra vez, a que sí?

Y se puso a sobarlo por encima del calzoncillo.

—No te cortes, Tita, no me importará que lo hagas. Es más, te lo mereces por lo que nos hizo este cabrón.

Y tomando mi mano la dirigió a la polla de su marido, que, aun inconsciente, reaccionaba a las caricias. Pronto me vi con el pollón de Luis en la mano y empecé a pajearlo. Sara se levantó y se despojó de toda la ropa mostrando de nuevo su precioso cuerpo. Se acercó y me besó con furia.

—Te deseo, Tita.

Y, sin oposición por mi parte, me desnudó entera mientras continuaba pajeando a un inconsciente Luis. Las manos de Sara se perdían por todo mi cuerpo. Sus labios besaban cada parte de mí, caliente a más no poder, deseosa como estaba de sexo. Cuando su boca tomó mi coño tuve un orgasmo instantáneo y casi perdí el conocimiento. Sara se incorporó ofreciéndome su boca llena de mis fluidos y no dudé ni un segundo en probar mi propio sabor. Dejé a Luis y enloquecí con el cuerpo de Sara. Tumbada en la cama se veía minúscula junto al corpachón de su marido. Mis labios recorrieron la pequeña anatomía de mi amiga haciéndola temblar cada vez que llegaba a sus pezones o a su clítoris hinchado por la excitación. Los gemidos parecían hacer despertar a Luis, pero no terminaba de reaccionar aunque su polla seguía bastante dura gracias a que no abandoné mi masaje. Pronto alterné el sabor del coño de Sara con el de la verga de su marido, y no sabía qué me gustaba más. Sara sonreía al verme chupar con ansia.

—Cómeme entera, Tita. Hazme gozar y luego nos follaremos a ese cabrón. Nos vamos a cobrar lo que nos hizo.

Con el alcohol corriendo por nuestras venas me dediqué por completo a satisfacer a una entregada Sara, gozosa de tener su coño atendido por mis labios hasta ese día ignorantes de que fueran capaces de dar tanto placer a una mujer. Sus orgasmos se sucedían, y un chorro tras otro manaban de su perfecto coño, anegando mi boca incapaz de tragar todo. Los fluidos resbalaban por mi cuerpo y llegaban a mi caliente coño donde se juntaban con los míos propios que brotaban de mi vagina excitada. Me metí dos dedos intentando aplacarme y Sara lo vio, de modo que intercambiamos posiciones y empezó un furioso ataque que me causó otro brutal orgasmo que me llevó al paroxismo total. Notaba los dedos de Sara dentro de mí moviéndose a toda velocidad, y el placer era tal que era incapaz de responder a la pregunta que me hacía con insistencia:

—¿Quieres follarte a Luis? ¿Quieres joder con este malnacido? Te lo voy a poner en bandeja…

Y, sin dejar de masturbarme, metió la polla en su boca y la vimos crecer de forma instantánea.

—Vamos, Tita, métetela bien adentro… Disfruta lo que no pudiste ese día…

Me incorporé con dificultad y pasé mis piernas sobre el exangüe cuerpo de Luis, cuyo pollón se alzaba majestuoso ayudado por la delicada mano de Sara. Una vez en posición, la mano de mi amiga condujo la verga hasta tomar contacto con mi deseoso coño e introdujo el cárdeno glande en mi interior. ¡Joder, qué gusto…! Fui bajando poco a poco hasta tener toda la polla dentro y suspiré de placer. Luis no parecía notar mi pesada presencia encima de él ni siquiera cuando empecé a subir y bajar con movimientos torpes debidos a mi tamaño, pero yo sí sentía su poderosa verga atravesándome y dándome placer. Tumbada a nuestro lado, Sara se acariciaba el clítoris al tiempo que sobaba mis tetas. Se puso en pie sobre la cama y ofreció su sabroso coño a mis labios. No tuve ninguna duda en volver a comer esa delicia y Sara se agarró fuerte a mi cabeza para no perder el equilibrio cuando le llegó el orgasmo. Expulsó un fuerte chorro que escurrió por mis tetas y todo mi cuerpo, empapando finalmente a Luis, que ahora sí parecía despertar. Confundido por la situación tardó en reaccionar, pero cuando Sara le puso el coño en la boca fue plenamente consciente de lo que ocurría y empezó a tomar parte activa en la fiesta. A mí no me veía porque tenía a Sara encima, pero sin duda sabía que su polla estaba en un agujero caliente y empezó a moverla con ritmo y soltura. La torpeza de mis movimientos no se podía comparar con el ritmo machacón de Luis. Mis gemidos iban en aumento al igual que los de Sara al sentir su clítoris absorbido por los labios de su marido. Sin parar, sin parar, sin parar… no sé el tiempo que estuvo esa polla causándome orgasmos hasta que explotó dentro de mí llenando mi coño de semen caliente. Hacía rato que me había derrumbado sobre la espalda de Sara, quien seguía con su coño en los labios de Luis después de haber tenido también su ración de orgasmos. Cuando noté la flacidez en la polla de Luis me aparté y me tumbé boca arriba en busca de aire fresco para mis pulmones. Sara se colocó a mi lado y tomando mi mano me besó.

—Tita, este ha sido el día más maravilloso de mi vida. Hoy me he dado cuenta de cuánto te quería entonces y de que no quiero separarme de ti. No es solo por el sexo. Te amo. Nuestro reencuentro tiene que perdurar, con Luis o sin él.

Las dos lloramos abrazadas y así amanecimos.

Follamos todo el fin de semana con y sin Luis, y estas dos semanas han sido una fiesta constante de sexo y amor. Sí, de amor entre dos mujeres, dos amigas que se han reencontrado. Esperemos que para siempre.

FIN