Reencarnación. (16)

Lidiar con todo empieza a pesar sobre los hombros de Laura, que tiene que compaginar una relación con Javier con la situación de su hijo.

Reencarnación 16

Tumbada en la cama, boca arriba, con Javier encima besándome, desnudos y sudando del intenso esfuerzo físico que son nuestras sesiones de sexo alocado, no tengo tiempo para pensar en nada más. El roce de su miembro penetrándome rítmicamente, su pecho aplastando mi torso, nuestra piel húmeda frotándose, mis piernas rodeando su cadera y nuestros labios fundidos sin separarse, entre respiraciones trabajadas y sonrisas desatadas de pasión. Es lo que busco, es lo que necesito, desconectar.

Me aferro a sus hombros mientras araño, siseando de gusto al notar cómo me abre por dentro, la fluidez del movimiento debido a la cantidad de líquidos que salen de mí interior. Jadeo extasiada en mitad de toda esta locura, en la que soy una mujer disfrutando de un hombre, uno al que aparte de amar,  desea.

El somier de mi habitación llega a crujir en cada embestida, el sonido de nuestros sexos chapoteando en cada choque apacigua sus gemidos de león embravecido, así como mis gritos lascivos rogándole que no pare y que me la meta más adentro, más fuete y más rápido. Es desquiciante darme cuenta de que al principio, Javier y su grueso miembro me sobrepasaban, y ahora, clamo al cielo porque me lleve al límite.  Me fascina mirarle a los ojos mientras me folla salvajemente, es como un animal dichoso de tomar lo que ansía, de ser consciente de todo el agónico frenesí al que me arrastra, de  verme disfrutar de él de esta manera.

Cuando siente que estiro el cuello sin poder soportar más las ganas de gritar, se apoya en el colchón con las manos y empieza a enterrarme en la cama, tan vigorosamente que reboto provocando una sensación de elevación que termina eclosionando en otro orgasmo, creo que ya es el tercero, que me provoca esta tarde. Me tiemblan las piernas y noto cómo mis paredes vaginales se cierran con espasmos sobre su miembro, algo que no impide que de forma más pausada, siga taladrándome.

Una vez retomo el control sobre mi cuerpo, sintiendo algo espeso  resbalando por mis muslos, asegurándome que tendré que volver a cambiar las sábanas cuando terminemos, le tomo del rostro y hundo mi lengua en su boca, que la recibe encantado, entrelazándola con la suya. De un tirón giramos y ahora es él quien queda boca arriba, conmigo montada a horcajadas sobre él. Mi pelvis gira buscando su velocidad, cuando la encuentra me apoyo en su pecho antes de alzar la cadera y dejarme caer, una y otra vez, sacando un bramido gutural a mi galán, que a estas alturas  sujeta mis  muslos disfrutando del espectáculo.

Pasa un buen rato antes de verle morderse el labio, los músculos se le tensan y sus manos recorren mi espalda hasta obligarme a doblarme para besarnos. Luego se agarra a mis senos, los pellizca travieso y agacha la cabeza para lamer uno de ellos. No soy capaz de describir todo el placer que me provoca verle trabajar  mis pechos con sus labios  mientras se corre dentro de mí, con cada chorro de semen cálido llenándome, tira de mis pezones, succionándolos con fiereza.

Lo que ocurre después es lo de siempre, caigo rendida y agotada sobre él, que sujetándome la maraña de pelo rubio de mi cabeza, nos besamos con ansias y ardiendo por dentro, hasta que poco a poco, nos vamos calmando, respirando más serenos  su miembro deja un gran agujero dentro de mí, del que gotean fluidos sobre su abdomen.

-JAVIER: Te amo, Laura.

-YO: Y yo a ti, Javier. Mucho. – un beso suave termina con su hociqueo, enterrando su nariz en mi nuca, inhalando el perfume de mujer plena y satisfecha que seguro emano por cada poro.

-JAVIER: Cada día lo hacemos mejor.

-YO: Vas aprendiendo. – sonríe medio ofendido, dándome un fuerte azote en el trasero antes de quedar agarrado a él.

-JAVIER: Diría que soy yo quien te ha enseñado alguna que otra cosa…

-YO: Bueno…tal vez.- su media sonrisa me enamora, tomo de su barba y le doy una serie de cortos besos hasta quedarme abrazada a su torso.

-JAVIER: Y eso que queríamos una siesta tranquila.

-YO: Ya, echaba de menos esto.

-JAVIER: Lamento que no podamos vernos tanto.

-YO: Es un asco, desde que la semana pasada supimos los resultados de paternidad, todo se ha enturbiado, entre Celia y Carlos  me tienen de un lado para otro.

-JAVIER: A mí me pasa igual. El otro día me preguntó si una embarazada se puede quedar  preñada otra vez. Fue raro…

-YO: Creo que siente confundido. Tal vez confía en ti…

-JAVIER: Y Celia en ti. No paráis de quedar para hablar.

-YO: Es verdad…luego hemos  vuelto a quedar.

-JAVIER: ¿Otra vez? ¿Está bien?

-YO: La pobre está muerta de miedo, charlamos durante horas de cómo llevé yo el embarazo de Carlos con mi familia, de que ella tiene que ser fuerte, contárselo a sus padres…siempre acabamos de acuerdo en hacerlo cuanto antes, pero luego nunca es buen momento para ella.

-JAVIER: Si quiere hacerlo, debe ser ya, antes de que se la note.

-YO: Aún es pronto, solo lleva  diez semanas…- el chasquido con la lengua de Javier me deja claro en qué piensa.

-JAVIER: Hasta que el doctor Pedrerol no nos dio un tiempo específico, Carlos no paró de cuestionar todo.

-YO: Estaba tratando de asegurarse de que fuera suyo.

-JAVIER: Ya nos hicimos las pruebas. Luego se quiso agarrar a que Celia ya tenía el retraso antes del viaje a Londres.

-YO: Ya nos lo explicó ella, la última vez que le vino fue antes del viaje, no es que tuviera un atraso desde entonces.

-JAVIER. Ya, y aún así, Carlos insistía…al menos tuvo cuidado de expresar sus dudas fuera de la vista de Celia.

-YO: Lo está intentado, vale, pero le va a costar. Ahora mismo está con ella, cuidándola.

-JAVIER: Y eso que se lo agradezco – me pellizca una nalga – llevábamos unos días sin unas horas a solas.

-YO: Dios, yo también…necesitaba un desahogo.

Tras un rato de relax y descanso, mi cabeza vuelve a la triste y dolorosa realidad. Es duro que los únicos momentos en que me siento liberada sea cuando tengo sexo con Javier, el resto del tiempo soy un superordenador calculando las probabilidades de toda acción posible. Me llega a producir migrañas pensar en la  reacción de la familia de mi yerna, o en lo que pasará en un futuro con mi galán.

Mi móvil suena, me alzo para cogerlo aún a horcajadas sobre mi pareja. Leo un mensaje de  Celia, confirmando la cita que teníamos dentro de una hora en un bar a medio camino de nuestras casas. Suspiro sulfurada mientras la respondo que allí estaré. Espero otra conversación inútil en la que ella sólo desea ganar tiempo. Aún así, no puedo negarme, la cría sigue sin querer decírselo a nadie por ahora, y soy la única amiga que siente que tiene.

Las habilidosas manos de Javier empiezan a acariciarme los costados y sujetar mis senos. Antes de volver a dejar el móvil sobre la mesa, ya se ha alzado y está lamiendo mi piel, succionado mis pezones y dedicándose a recorrer cada centímetro de mí con su lengua.  Antes me hubiera dado reparos que me recostara sobre la cama, me abriera de piernas y chupara mi sexo tras haber tenido relaciones. Ahora me agarro a su pelo y le hundo dentro mí pare disfrutar de la sensación de vacío que me produce.

Cuando termina, se pone en pie, quedando con una poderosa erección apuntándome. Es un  invitación y me arrodillo ante él, tomando su miembro y lamiéndolo hasta dejarlo impoluto, metiendo la enorme cabeza entre mis labios.  Nuestras miradas se cruzan y veo el deseo en sus ojos cuando se posan en los míos. Acabamos de hacerlo tres veces y estoy esperado que vuelva a follarme.

-JAVIER: Vamos a la ducha.

Me toma de los costados y de un tirón me sube a su tronco. Me aferro a su nuca, besándonos poseídos por la lujuria, rodeo su cintura con mis piernas y noto su sexo cabeceando entre mis muslos. Me hace rogarle, con un susurro leve, que me penetre, sabe que lo deseo tanto o más que él. Aún así, me hace sufrir y nos lleva a la ducha, donde con asombrosa facilidad nos mete en la bañera sin dejarme bajar.

Enciendo el agua, que al inicio sale fría, provocando que nuestra piel se erice. Justo en ese instante me apoya la espalda contra la pared y con una mano libre apunta su erección a mi interior, jugando a rozarlo por fuera, antes de empujar y meterla de una firme estocada prolongada. Arqueo a espalda exponiendo mi cuello, el cual se lanza a besar y chupar, mientras mi cuerpo resbala hasta quedar perfectamente encajada, sintiendo que me llega tan dentro como es posible.

Para cuando el agua sale tibia ya está percutiendo otra vez, sujetándome por el trasero me tiene a su disposición, y no me deja ni un segundo de respiro. Arremete sin piedad ajeno a mis alaridos  y ligeros resbalones. Le hace gracia verme intentar trepar su cuerpo para no sentir que me va a partir en dos, pero la humedad juega en mi contra y caigo a plomo provocando un chispazo eléctrico dentro de mi ser.

No tarda en llegar el orgasmo, me abrazo todo lo fuerte que puedo a su cuerpo y empiezo a sentir el calor abrasador en mi sexo, siendo masacrado una vez tras otra, hasta que me fallan las piernas y tengo que apoyarme en el suelo de la bañera. Nos besamos un minuto para tomar aire, pero enseguida me gira, apartando mi espesa melena dorada mojada, se dobla la para penetrarme desde atrás, dándome lametones por la columna, hasta que  la inserta completamente. Me sujeto a la esquina de azulejos y él se agarra a mis senos, pellizcando los pezones, retorciéndolos hasta que grito de gusto.

Lanzo mi cadera hacia atrás buscando los golpes de la suya, no sé si es el agua cliente o que nuestros cuerpos irradian tal energía sexual que provocan que el vapor nuble el espacio. El resultado es el mismo, otra sesión de sexo animal, estoy de puntillas recibiendo un castigo divino, una de sus manos desciende hasta mi clítoris y lo acaricia con mimo sin dejar de jugar con mis senos con la otra. Noto mis nalgas rebotar contra su pelvis y su miembro deslizándose con velocidad. El hormigueo en mi vulva me hace sentir otra explosión de sensaciones, el ruido de un potente choro choca contra el suelo y sé que no es el agua de  la manguera, empapándonos a ambos, soy yo, corriéndome.

Es casi un alivio sentir que poco después sus acometidas se van pausando, me derrito sobre su pecho al notar cada embestida, acariciando su cabeza apoyada en mi hombro. Me fallan las rodillas, me mantiene firme sujeta por los senos, juagando con los ellos mientras termina de correrse, sintiendo sus espasmos en lo más hondo de mi ser.

-YO: Madre mía…es que no te cansas nunca.

-JAVIER: ¿Quien se cansaría de una mujer como tú? – me muerdo el labio al sentir sus dedos rozar mi sexo, recogiendo nuestra lascivia,  luego asciende para que yo chupe sus falanges.

-YO: Ummm. - gimo de placer.

-JAVIER: Yo también quiero probarlo. – jala de mi cabello y viola mi boca con su lengua, saboreándonos.

-YO: No seas malo…-freno el ímpetu de su boca -…he quedado, debo darme una ducha…una de verdad.

-JAVIER: Está bien, preciosa mía. – hociquea contento.

Se aleja unos pasos,  me quedo en una esquina, admirado su cuerpo mientras se frota con el jabón y se echa el champú. En menos de unos minutos ha terminado de lavarse y me da un beso suave y tierno antes de salir de la bañera. Tardo un poco más en conseguir mantenerme en pie sin apoyarme en algo.

Me doy una buena ducha aún trastocada por no comprender que un hombre pueda hacerme sentir tantas cosas, y tantas buenas, en muchos sentidos. Me seco con una toalla, me pongo un tanga azul oscuro con un sujetador a juego bonito y  me peino a conciencia, relajándome.

Al salir a mi cuarto, Javier anda por allí ya vestido, con unos vaqueros y un polo gris. Al verme en ropa interior se acerca con gesto felino y me abraza, dándome unas palmaditas en el trasero, al ritmo de una serie de besos dulces. Antes de que descienda a mi cuello con sus labios y no podamos parar hasta volver a la cama, le alejo con astucia, sentándole en la cama. Incluso así, se aferra a mis caderas y besuquea mi vientre.

-YO: Para.

-JAVIER: Vale…- me da un fuerte azote, a modo de queja.

-YO: ¿También te vas?

-JAVIER: Tengo que ir a sacar a Thor, además debo ir preparando el regreso a la universidad.

-YO: ¿Cuándo empiezas?

-JAVIER: La semana que viene tengo que pasarme, el jueves creo.

-YO: Genial, mira a ver si Carlos también lleva todo al día. – arruga al nariz algo asqueado.

-JAVIER: De acuerdo -acaricio su rostro, con gentileza. Sé que no le hace ninguna gracia, pero creo que no puede negarme nada que le pida – ¿Tú cuando regresas al trabajo?

-YO: Cuando quiera, David es muy comprensivo conmigo y me dijo que me tomara el tiempo que necesitara…pero la verdad es que no me vendría mal volver a la oficina. Así dejaría de darle tantas vueltas a todo, distraerme ¿Sabes?

Asiente comprendiendo que pese a todo el amor que siento por él, la situación nos supera. Me abraza con ternura unos segundos por la cintura, susurrándome que todo irá bien.  Rodeo su gran cabeza con mis manos y le aprieto dando gracias al universo por tenerlo en mi vida.   Antes de alejarnos, poso mis labios en los suyos, lenta y cariñosa, para agradecerle el apoyo.

Mientras se calza, yo me voy al armario y escojo un vestido vaporoso, azul oscuro, con amplio escote, que me llega por las rodillas. Me maquillo antes de ponerme unos zapatos con ligero tacón. Es curioso, pero me he dado cuenta que desde que Javier es mi pareja, me arreglo más, no es que antes no lo hiciera, pero ahora me atrevo a ir algo más descocada, con o sin él.

Una vez listos, bajamos juntos y vamos dando un paseo en dirección a su casa. Cogidos de las manos, disfrutamos de una agradable tarde de final de verano. A mitad de camino, nos despedimos con una par de besos, alguno subido de tono mientras nos balanceamos alegres. Javier se despide al obligarle a dejarme marchándose en dirección a su piso, a veces se pone algo meloso y debo ponerme seria. Cosas de adolescentes.

Rodeo un parque y termino en la avenida paralela, caminando un par de manzanas, llego a la esquina en la que he quedado con Celia. Llego unos minutos tarde, veo a la quisquilla de pie, con los brazos cruzados frente al bar. Va preciosa, su cabellera rubia es larga y espesa, suelta le queda por debajo de los pechos y lleva un top marrón, conjuntado con una larga falda hasta los tobillos, enseñando parte del ombligo. Su piel brilla, supongo que al embarazo, un par de hombres se la quedan mirando al pasar, sus pronunciadas caderas se notan pese a la amplitud de la ropa.

Al verme acercarme, saluda con la mano y sonríe, parece algo más alegre que de costumbre. Se queda allí quieta, esperando a que la alcance. Nos damos dos besos de saludo y tras pedir mesa en la terraza, nos sentamos y pedimos algo fresco de beber. Esperamos a que nos sirva un camarero joven y apuesto, que nos dedica una mirada traviesa a cada una, antes de marcharse.

-YO: Bueno ¿Qué tal estás?

-CELIA. Bien…más animada. – sonríe tenue.

-YO: Me alegro, ha estado con Carlos ¿No?

-CELIA: Sí…ha venido a casa.

-YO: ¿Habéis hablado con tus padres? – digo bastante directa.

-CELIA: No…- agacha la mirada-…ellos no estaban.

-YO: Vaya….

-CELIA: Sé que te molesta que no se lo comentemos, pero ahora mismo no es…

-YO: …Buen momento, ya, ya lo has dicho antes.

-CELIA: Lamento todo esto, pero no es fácil, mi padre es muy duro conmigo.

-YO: Pero tendrán que saberlo.

-CELIA: O no... si decidimos abortar ¿Tú qué dices?

-YO: Ya lo hemos hablado, eso es una decisión muy personal y no podemos ayudarte, sois Carlos, y tú  en mayor medida, los que debéis decidir.

-CELIA: Ambos no estamos preparados para ser padres.

-YO: ¿Entonces vas a hacerlo? – suspira angustiada.

-CELIA: El doctor Pedrerol nos avisó de que tendiéramos que decidírselo antes de la semana catorce de embarazo,  ya van casi once. Si lo hacemos ya no habrá riesgos y mis padres jamás lo sabrán.

-YO: No debes tomar esta decisión por miedo a tus padres, si quieres abortar es decisión tuya ¿Eso es lo que tú quieres? – gira la cabeza confundida.

-CELIA: Carlos…--la tomo de la mano.

-YO: Te lo pregunto a ti, no a Carlos. Yo ya sé que está deseando que lo hagas.

-CELIA: Yo antes era antiabortista, mi familia es muy católica y pensaba que estaba mal, pero ahora…

-YO: Aún así, decidas lo que decidas, creo que deberías informar a tu familia.

-CELIA: Tú no lo entiendes…me rechazarán.

-YO: ¿Te olvidas que yo pasé por lo mismo? Y fue hace veinte años, una época muy diferente a hoy en día.

-CELIA: Tengo miedo…

-YO: Será tu hijo, su nieto, lo aceptan.

-CELIA: No…espero que eso sea así, pero no es eso, es que,  tengo miedo…miedo a…verme sola…- me mira, con reparos a seguir hablando.

-YO: ¿Te refieres a Carlos? – asiente avergonzada.

-CELIA: No quiero ser mala, pero Carlos como pareja no es Javier, no creo que pueda ser un buen padre ahora mismo, o que mi familia le vea con buenos ojos.

-YO: Ya…- suspiro callándome que si fuera al revés, yo tampoco aceptaría a alguien como Carlos.

-CELIA: Desde que supimos que estoy embarazada, es amable y gentil conmigo, pero prácticamente ni me ha tocado.

-YO: ¿Te refieres a sexo? – se le encienden las mejillas.

-CELIA: Hasta hoy, apenas hemos hablado de esos temas, casi no nos besamos y cuando trato de ir más allá, se cerraba en banda.

-YO: ¿Hasta hoy…? - pregunto con ironía.

-CELIA: Si…bueno…no sé qué ha pasado, pero en cuanto ha llegado a casa…pues eso…y sin condón- ahora entiendo la pregunta que le hizo a Javier. Se ha dado cuenta de que tiene barra libre.

-YO: Tened cuidado, es muy raro, pero hay casos de doble embarazo.

-CELIA: ¿Si? Se lo diré, pero es que hoy….la verdad es que le echaba de menos. – no puedo culparla, yo en mi embarazo me puse como una moto, Luis casi no me aguantaba.

-YO: Usad protección, por favor, no quiero más complicaciones.

La pobre asiente pese a la evidente incomodidad de estos temas. Noto que se siente liberada al poder hablar de estas cosas con alguien. No es que me considere una madre moderna y comprensiva, pero experimenté muchas cosas de las que ella ha pasado y va a pasar. Sólo lamento que Carlos no sea el hombre que era mi marido en su momento.

Pasamos unas horas distraídas, en las que casi sin querer, terminamos hablando de Javier y nuestras sesiones de sexo. Es raro, muy raro, verla hablar de lo genial y fantástico que era con ella en la cama, de las cosas que le hizo que reconozco, me siento algo contrariada al escuchar que no sólo las hace conmigo. Pero cuando  hablo de otros detalles, es ella la que se queda extrañada, diciendo que eso no lo hacía con ella.

Supongo que es una calle de doble sentido,  salvo a mis padres, nadie más sabe que mi pareja es un adolescente, y es difícil encontrar con quien hablar de confidencias sobre ello. Nos sentimos cómodas y seguras una con la otra, y tarde o temprano, el resentimiento por todo lo ocurrido desparecerá. O eso espero.

Ya empieza a atardecer cuando terminamos. Pagamos la cuenta a un excesivo amable camarero, marchándonos de la terraza por la avenida. La acompaño hasta una parada de autobús, donde se sube y se dirige a su casa. Me escribo con Javier de paseo a mi portal, contándonos cosas de pareja y bromeando.

Una vez en mi piso, me cambio por un camisón más cómodo antes mis rutinas, comenzado por cambiar las sábanas de mi cama, manchadas de fluidos corporales. Limpio la cocina a conciencia. No es hasta que busco más ropa sucia para llenar  la lavadora, que voy al cuarto de mi hijo, allí me doy cuenta de Carlos está con el ordenador, con los cascos puestos, parece estar viendo una serie. Me acerco a él hablándole, pero al acercarme es cuando se percata y se gira, pausando la pantalla. Con sólo un pantalón gris de pijama puesto, me observa con el aire de superioridad perpetuo en sus ojos.

-YO: Hola.

-CARLOS: Hola.

-YO: No sabía que estabas aquí.

-CARLOS: No me has preguntado ni escrito. – su tono hastiado, denota que quiere terminar la conversación cuanto antes.

-YO: Vale, hijo, que no se te puede ni hablar…

-CARLOS: Estoy liado ¿Quieres algo?

-YO: Saber cómo estás.

-CARLOS: Bien…estuve con Celia y pasamos un rato en su casa.

-YO: Ya me ha dicho. – tuerce el gesto.

-CARLOS: Es verdad, habíais quedado… ¿Te ha dicho algo?

-YO: Cosas de chicas…- evado concretar.

-CARLOS: Genial.

-YO: Pues nada…- me quedo unos segundos allí, de pie, a su lado, sin saber qué hacer - …te dejo a lo tuyo ¿Tienes algo de ropa para lavar?

-CARLOS: Eso…- señala un montículo de pantalones y camisetas en el suelo, al lado de la cama.

Lo recojo, cuando quiero darme cuenta está de nuevo con los cascos puestos y viendo la serie. Es duro pero es la relación que tenemos ahora mismo, fría y distante. Y pese a todo, es la conversación menos tensa que hemos tenido en varias semanas.

Salgo de su habitación y me centro en barrer y fregar la casa antes de sentarme en el sofá y llamar a mi jefe. Le comento que ya estoy lista para regresar, y que ese mismo lunes me gustaría volver a la oficina. Encantado por ello, ya que dice que mi sustituta no se entera de nada, lo agradece y me pregunta que tal me va todo. Mantengo una conversación cordial pero estrictamente profesional, sin desvelar nada de todo lo ocurrido. Al colgar me siento más normal, como si poco a poco, mi mundo fuera encajando otra vez, logrando una sensación de normalidad extraña y reconfortante.

Es hora de cenar y voy preparando algo ligero, en una pequeña radio que tengo junto a la nevera, pongo el canal con música rock de los noventa, con el volumen bajo para no molestar a Carlos. Tengo una tenue, pero persistente,  sensación de felicidad y alegría, que debo expresar de algún modo, y la música siempre me ha ayudado a liberarme. Al terminar y poner la mesa, ya estoy cantando tan fuerte que supero el nivel de los altavoces y mi hijo aparece para quejarse.

.CARLOS: ¿Ya estás con la música a toda hostia?

-YO: Me apetecía…la cena ya está.- le digo levantándome a apagar la radio.

-CARLOS: Vale.

Regresa a su habitación y unos segundos después vuelve a la cocina, se lava las manos y se sienta a la mesa, lo más lejos que puede de donde me he colocado yo. Estira un brazo para coger la ensalada y servirse en un  plato. Empieza a comer en silencio, sin levantar la mirada. Algo cansada de su actitud, le sigo, comiendo sin dirigirnos la palabra, hasta que ya casi hemos acabado.

-CARLOS: He estado hablando con Celia…

-YO: ¿Y qué te ha dicho? –digo tras unos segundos de intriga.

-CARLOS: Parece que ya está preparada…me ha comentado si mañana por la tarde podrías venir a su casa con nosotros, y hablar con su familia.

-YO: No sé si a su familia le hará gracia que yo esté allí.

-CARLOS: A mí tampoco me la hace, prefiero hacerlo solos…pero Celia se siente mejor contigo allí.

-YO: Bueno…si es por ella.

-CARLOS: Y antes de que se te ocurra, no, Javier no puede ir, bastantes cosas van a tener que asimilar sus padres como para sumarle que tengas un…

-YO: ¿…Novio mucho más joven que yo? – asiente cerrando los ojos y apretando los labios.

-CARLOS: No quiero que piensen que somos una familia de degenerados…-- me cruzo de brazos.

-YO: ¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Que soy una degenerada?

-CARLOS: Pues…- se muerde la lengua, recordando que me está pidiendo un favor-…mira, no tengo ganas de discutir, sólo te lo he comentado porque Celia me lo ha pedido ¿Le digo que vas a ir o no? –una buena forma de no responderme.

-YO: Está bien, dila que iré, pero me parece que tendrías que mostrarme algo más de respeto,  teniendo en cuenta tu situación no estás en posición de ir dando lecciones de moral a nadie.

-CARLOS: Lo que tu digas…gracias por acompañarnos, ya te confirmaré la hora, pero sería sobre las cinco de la tarde en principio. – ya tiene lo que quería, deja su plato en la pila antes de esfumarse por el pasillo y encerrarse en su cuarto.

Se me ha cerrado el estómago y lo que me quedaba en la mesa lo acabo tirando a la basura. Recojo de mala gana la cocina y sulfurando me voy al sofá, queriendo creer que con el tiempo la relación con mi hijo mejorará. Algo que es una utopía, visto que en varias semanas en que me necesita, no ha variado un ápice su actitud sobre mí, o mi pareja. Es de necios pensar que cuando no quiera cosas de mí, será mejor.

Le escribo a Javier algo alterada, sin llegar a contarle todo por no agobiarle más. Tengo la sensación de que es mi carga, que mi hijo y sus desaires son cosa mía y que no debo estropear algo tan hermoso con mi galán por hundirle conmigo en la miseria de mi vida.  Es un esfuerzo inútil, en algún momento de los mensajes capta mi tristeza y me dice que va a sacar a Thor, que en veinte minutos le espere en mi portal para dar un paseo.  A veces me da miedo cómo puede conocerme tan bien, que incluso sin ser yo misma consciente de ello, sabe que necesito salir a tomar el aire.

Me voy directa al baño, donde me doy una ducha fugaz, me seco y escojo un tanga rojo con  sujetador a juego, me pongo unos shorts vaqueros apretados y una blusa blanca suave, que  deja medio hombro al aire con un generoso escote. Me peino un poco la espesa melena rubia,  maquillándome lo menos posible, apenas un toque de color para resaltar los labios carmesí. Cuando me estoy calzando unas cómodas sandalias me llega un mensaje de Javier, diciéndome que está llegando.

Ni me molesto en avisar a mi hijo, meto mi móvil como puedo en uno de los estrechos bolsillos traseros de mi pantaloncito y con el monedero en una mano y las llaves en la otra, salgo de mi casa. Bajo al portal  saliendo a la calle, donde el choque término es leve, pero se nota. De noche ya no hace tanto calor y a partir de ahora, si quiero salir tan tarde, deberé ponerme algo más de ropa.

A los pocos segundos aparece doblando la esquina una sombra enorme, seguida de un perro aún más impresionante en la oscuridad. Thor ya me busca con la mirada y, al localizarme, tira de un Javier que apenas puede contenerle, sujetándole de la correa con toda su fuerza. Les saludo a ambos con la mano, esperando a  que se acerquen. Entonces me fijo en mi galán, que con unos pantalones negros largos y camisa a cuadros rojos, sonríe hasta llegar a mi lado.

Me agacho para calmar a la bestia, tomo la gran cabeza de cuadrúpedo y dejo que me lama las manos mientras le rasco las orejas y le pongo voz  tonta. Cuando deja de gimotear, soy yo la que rodeo la nuca de mi pareja,  le saludo con un corto beso en los labios, que le sorprende, ya que cerca de mi casa solemos mantener las apariencias. Ahora necesito sentir sus brazos envolviéndome, su nariz torcida en mi mejilla y su barba rozar mi cara. Cumple cada una de mis exigencias sin necesidad de comentarlas en alto.

-JAVIER: Que buen recibimiento.

-YO: Te echaba de menos…- su media sonrisa me cautiva, acaricio con mis dedos su barbilla mientras cierro el abrazo con un casto beso más cariñoso.

-JAVIER: Y yo a  ti, preciosa mía.

-YO: Anda, vamos a dar una vuelta.

Quiero parecer alegre, divertida y jovial. Le quito la correa de sus grandes manos y voy por delante de él, jugando con el perro cuando no estoy preguntando futilidades a Javier, que me cuenta lo difícil que prevé este año su universidad, que la beca no le da para todo y tendrá que buscarse un trabajo. No es que no le preste atención, escucho lo que dice, pero es sólo tratar de distraerme de la discusión con Carlos.

Caminamos unas manzanas y nos cruzarnos con un par de perros que ladran a un impasible Thor, que parece más interesado en olfatear cada árbol o arbusto que en posibles grescas con otros animales. Terminamos en un parque cercano, al que solemos ir, con zona vallada para soltar al enorme dogo negro, y que estire las piernas mientras le tiramos una desgastada pelota de tenis. Tras un rato de reírnos de su energía inagotable, el propio cánido se tumba a mordisquear su juguete. Nosotros nos sentamos en un banco cercano, cogidos de la mano, que descansan en mi regazo de piernas cruzadas.

-JAVIER: ¿Me vas a contar ya que te pasa?

-YO: Nada Javier…

-JAVIER: ¿No quieres contármelo? – le miro a los ojos, sabiendo que es inútil negarlo, lo sabe.

-YO: No es eso…es que no quiero agobiarte más.

-JAVIER: Laura ¿Soy tu pareja o no? – me sorprende la pregunta con tono rudo, la cual respondo tomando su rostro,  besando sus labios.

-YO: Claro que lo eres.

-JAVIER: Pues para compartir sólo polvos y risas, te vale cualquier otro. Yo quiero más,  que confíes en mí para contarme tus problemas.

-YO: Dios, que suerte tengo contigo. – esta vez es él quien posa su mano en mi mejilla, acariciándola,  posando sus labios con delicadeza sobre los míos.

-JAVIER: Yo lo veo justo al revés.

-YO: Bobo…- toma de mi cintura y tira de mí, hasta pegarme a su cuerpo, metiendo su mano por dentro de mi blusa, rozando la piel de mi cintura con sus dedos.

-JAVIER: Venga, dímelo.

-YO. Es que…en la cena Carlos estaba como siempre, y al acabar me ha pedido que mañana por la tarde vaya con ellos a casa de Celia, y por fin hablemos con sus padres de todo.

-JAVIER: Ya era hora… ¿Y te preocupa eso?

-YO: En parte…- poso mi mano en su pecho, jugando con uno de sus botones-…es su actitud, quiere que vaya sola, sin ti. Y es que no cede un poco en su forma de ver lo nuestro.

-JAVIER: Entiendo.

-YO: Parece tan cabreado y enfadado conmigo…yo ya no sé cómo intentar acercarme a él.

-JAVIER: Haces todo lo que puedes.

-YO: Y aun así, me pide un favor como si me estuviera perdonando la vida, cuando debo enfrentarme a una situación que ha provocado él…es tan…injusto.

-JAVIER: Lo siento mucho, mi vida. – me abraza justo cuando debe hacerlo, apretándome para sentirme segura y firme.

-YO: No sé, estoy rara, tan pronto estoy feliz como hecha un asco…no sé cómo podría sobrellevar todo esto sin ti.

-JAVIER: Por suerte no tienes que averiguarlo, pero hallarías la manera.

-YO: Mucha fe tienes tú en mí.

-JAVIER: Siempre has salido adelante. Esto es solo otro bache, ya lo superarás. – el beso en la frente que me da, me trasporta a un lugar sereno y tranquilo en mi mente.

-YO: No sé cómo abordar lo de mañana.

Apoyo la cabeza en su hombro y me quedo mirando el vacío, relajándome al sentir la respiración pausada de su pecho, percibiendo el poderoso latido de su corazón. Es muy acertado de su parte no tratar de darme una respuesta, o decirme cómo solucionar la reunión con los padres de Celia. Es probable que él tampoco tenga ni idea de cómo afrontarlo, pero en vez de aconsejarme y decirme lo que debo hacer, sabe que a menudo las mujeres, o al menos yo, no necesitamos un príncipe azul que nos rescate, a veces, tan solo necesitamos un hombro en el que apoyarnos en mitad de la noche, contarle tus problemas y liberarte de la pesada carga.

-YO: Gracias por escucharme.

-JAVIER: De nada. – me azuza con la mano en mi rodilla.

-YO: Quiero que sepas que confío en ti…es solo que no quiero que te asustes con mis problemas.

-JAVIER. Sé que confías en mí, pero debes entender que me confunden esas actitudes, porque  si no es falta de confianza, creo que es porque no me vez capaz de soportarlo, y eso me duele.

-YO: No…- me giro, besándole repetidas veces por toda la cara -…nada más lejos, sé que eres fuerte y me lo has demostrado, perdóname.

-JAVIER: No tengo que perdonarte nada, solo que a partir de ahora, ten más fe en mí, como yo la tengo en ti.

-YO: Me va a costar…

-JAVIER: No he dicho que fuera fácil. – saca su media sonrisa a pasear, acompasa con su cuello un largo beso tierno que funde nuestras bocas.

Me siento rara y extraña cuando un joven de esta edad me maneja de una manera tan firme. Es evidente que es muy maduro para su edad, pero a veces lo es más que yo. Tal vez sean mis ganas de no perderle y le sobreprotejo,  es de forma tan evidente que llego a menospreciar su capacidad de sobrellevar las cosas.

Tras una media hora de carantoñas y besos, nos ponemos en pie y regresamos a mi casa de paseo. Por el camino siento un fuerte azote en el trasero antes de que meta su mano dentro de mi pequeño bolsillo de atrás, donde aprieta y estruja mi nalga según caminamos.  Procedo de igual forma aunque en mi caso me entra hasta el antebrazo en sus vaqueros. Y con Thor sujeto por mí con la correa, nos paramos a cada semáforo a besarnos y meternos mano.

Al llegar al portal Javier me gira, dejándome atrapada entre la puerta y él, subiéndome al pequeño escalón de la entrada. No me libro de un buen manoseo en el culo, con la altura idónea para que hunda su boca en mi cuello, descendiendo peligrosamente hacia mi escote, rozando mi clavícula. No me quedo atrás y doblo una pierna, rozando con mi muslo la generosa erección marcada bajo el pantalón.  Cuando una de sus manos asciende para acariciar directamente el sujetador, jadeo apretando sus hombros.

-YO: O paras o follamos en el portal de mala manera.  – su risa eriza la piel de mi yugular, alza la cabeza y besa mi barbilla con galantería.

-JAVIER: ¿Es una amenaza o una proposición?

-YO: Un ruego…-entrelazo mis dedos con su cabello en la nuca, mordiéndome el labio.

-JAVIER: No pudo subir a tu casa a terminar esto ¿No?

-YO: Ni yo ir al piso de estudiantes…- a ambos se nos tuerce el gesto.

-JAVIER: Esto es un asco.

-YO: Lo es, ojalá viviéramos juntos…

-JAVIER: …Y solos. – Thor gimotea.

-YO: Tú podrías venirte, bobo. –el perro cabecea, casi como si lo entendiera, pero mantiene su pose alerta, vigilando la calle por si se acerca alguien.

-JAVIER: Es verdad, pero no podemos, no tengo dinero para un piso yo solo, y menos en Madrid.

-YO: Mi casa no está tan mal…

-JAVIER: Mientras no está Carlos…en vacaciones salía más, pero en cuanto empecemos las clases será imposible.

-YO: Ya lo solucionaremos. – apoya su mentón en mi pecho y se queda mirándome a los ojos, hipnotizado por el azul zafiro del iris.

-JAVIER: ¿Lo ves? Siempre eres tan positiva…

-YO: Por eso tienes fe en mí. –acaricio su cabello, sin apartar la mirada.

-JAVIER: Te amo.

-YO: Y yo a ti, mi galán.

Juntamos nuestros labios, en una serie de besos largos y traviesos, en los que noto sus manos recorrer mi cuerpo, terminando en mi trasero, jugando a apretarlo y soltarlo, cuando decide darme palmaditas que van subiendo de intensidad hasta que me hacer reír y sisear.

-YO. Qué bruto…- hociquea alegre.

-JAVIER: Debería irme ya, o no te voy a soltar.

-YO: Sí, sería lo correcto.

-JAVIER: Buenas noches.

-YO. Descansa. – nos damos un último beso de tornillo, su lengua saborea cada rincón de mi boca, antes de alejarse unos centímetros.

Recupero el aliento mientras rasco la cabeza de Thor, que sabiendo que toca despedirse, busca mi mano y se roza con ella. Me doy la vuelta para meter la llave en el portal, de paso ofrezco mi trasero, el cual es golpeado un par de veces, antes de meterme en el rellano.

-YO: avísame cuando lleguéis a casa. – logro decir antes de que se cierre la puerta.

Le veo alzar el pulgar en señal afirmativa, luego tira de Thor, que reniega de marcharse hasta que me ve subir por las escaleras hasta el ascensor.  Espero unos segundos hasta que llegue el elevador, sonriendo y mordiéndome una uña, con las mejillas sonrosadas. Necesitaba y mucho, estar con Javier un rato.

Subo a casa, donde al entrar, no llego a dejar las llaves en el recibidor cuando Carlos aparece por el pasillo, me dedica una mirada oscura y regresa a su cuarto. No voy a dejar que fastidie el buen ánimo con el que vengo, así que me voy a mi habitación a desvestirme. Me dejo el tanga y me pongo el camisón amarillo que llevaba antes de salir. Me aseo un poco antes de meterme en la cama, esperando el mensaje de Javier, que termina llegando una media hora después de separarnos en el portal.

Nos escribimos unos minutos de cortesía antes de que le mande un mensaje de dulces sueños, ya que es casi la una de la mañana, y preveo un día largo mañana. Me acuesto extrañando el cuerpo cálido de mi pareja a mi lado. En el fondo tiene razón y es un asco no poder compartir cama, o casa, con quien amas. Es un problema para mi yo del futuro, por ahora me centraré en la terrible confrontación que me espera en casa de Celia. Me recuesto y espero que esta noche sea como las de las últimas semanas, en las que hasta cuando no tengo a Javier a mi lado, descanso bastante bien.

Lo magnifico de no tener que poner un despertador es levantarte cuando tu cuerpo dice que ya está bien.  Es un hábito que tendré que volver a abandonar. Al levantarme al día siguiente cuando de golpe mis ojos se abren a las nueve y media pasadas,  pongo  de nuevo la alarma en el móvil, para volver a acostumbrar a mi organismo a una rutina laboral que me obliga a estar en mi trabajo sobre las nueve.

Una vez hecho, me levanto aturdida y me aseo. Regreso a mi cama, pretendiendo sentarme un segundo, aunque acabo tumbada con brazos y piernas abiertos, retozando y deleitándome con la sensación tan placentera de no tener obligaciones que apremien. La idea de volver a coger postura y dormirme me seduce, mi estómago ruge negándome esa opción. Me levanto y voy a la cocina, preparo un café y algo de pan tostado con mantequilla, lo cual devoro en la soledad de la mesa de la cocina. Ya más despejada, recojo y plancho la ropa que tendí anoche, antes de ponerme a limpiar mi cuarto de baño.

Son cerca de las doce del medio día cuando empiezan a  llegar los mensajes de Javier, deseándome buenos días y hasta me manda una foto de él y Thor con una cara de haber trasnochado bastante. Le respondo y mantenemos una agradable charla antes de que se meta en la ducha. Aprovecho y voy preparando algo de la comida, momento en el cual Carlos aparece por la puerta, con el cabello rubio despeinado y con sólo el mismo pantalón pijama que ayer.

-YO: Hola.

-CARLOS: Hola.- gruñe, más que decir.

-YO: Que tarde te levantas, deberías ir acostándote antes para acostumbrarte al horario del a universidad.

-CARLOS: Poder, no empieces ya a dar por culo. – pese a la voz ronca de recién levantado, la dicción ha sido perfecta.

-YO: Ya te vale hablarme así.

-CARLOS: Ni me he despertado y ya me estás chinchando…- abre la nevera y bebe del cartón de leche a morro.

-YO: Solo pretendo que luego no te cueste tanto.

-CARLOS: Tengo cosas más importantes en la cabeza ahora que la universidad…. ¿O no te acuerdas?

-YO: Me acuerdo perfectamente, pero no debes descuidarla.

-CARLOS: Ya veré yo cómo lo hago…- bufa antes de marcharse en dirección al salón, hasta me parece oírle mascullar que si sigo incordiándole se irá a vivir de a casa de los abuelos paternos. Una amenaza recurrente en él.

Es desesperante, pero no nuevo, así que corto unas verduras con saña para soltar tensiones y continuo adelante con mis rutinas.  A estas alturas empiezo a darme cuenta de que mi hijo es caso perdido y de que no podré reencauzar su vida, ya es mayorcito, o eso se cree él, y eso le hace responsable de sus actos.

Termino de cocinar y con todo ya listo, me voy a darme una ducha. Me relajo bajo el agua cálida, rememorando los varios encuentras sexuales con Javier que allí han acontecido. Al acabar, me visto con tanga y sujetador limpios, junto a un largo vestido vaporoso azul. Bajo a la calle a dar una vuelta, hacer unos recados y comprar pan caliente recién hecho, al cual, antes de llegar a casa ya me he comido uno de los picos.  Doy un paseo por el mercado que hay a unas manzanas, sin llegar a coger  nada y regreso a  mi casa.

Escucho ruido del baño del pasillo, donde deduzco que Carlos se está bañando. Me siento en el sofá, pongo la televisión de fondo, mientras me escribo con Javier principalmente, mantengo varias conversaciones con amigas del gimnasio y con Carmen, que está muy feliz tras regresar de sus vacaciones en la playa, contándome que su hijo, que se había marchado de casa el año pasado, por fin ha dado señales de vida, encontrando a alguien que estaba buscando.

Mi galán termina centrando mi atención, ya ha sacado a Thor y está repasando apuntes del año pasado para no ir a ciegas este nuevo año de universidad. Ni se me pasa por la cabeza recomendárselo a mi hijo, dada su actitud, cuando se sienta a mi lado en el sofá, con pantalón nuevo de pijama y camiseta vieja puesta. Está con el móvil escribiéndose con algún, y tras unos minutos de espera, al fin habla, sin apartar la vista de su teléfono.

-CARLOS: Celia dice que vayamos a las cinco a su casa.

-YO: Ah, parece que va en serio.

-CARLOS: Eso espero.

-YO: ¿Habéis hablando de como planteárselo a sus padres?

-CARLOS: Tú déjanos hablar a nosotros.

-YO: ¿Y para que voy yo entonces?

-CARLOS: Para que Celia se sienta mejor, yo que sé…

-YO: Genial…- digo suspirando.

-CARLOS: Oye, solo pretendo que salga bien.

-YO: Y yo. Pero en fin, son sus padres, vosotros veréis.

-CARLOS: Si vamos en coche tardamos veinte minutos en llegar, así que ya sabes.

-YO: Salimos de aquí a las cuatro y media, no quiero llegar tarde.

-CARLOS: Vale…y gracias. – es casi un latiguillo que se ve obligado a  usar.

-YO: No pasa nada.

Nos quedamos allí los dos un buen rato, en el que seguimos cada uno pendiente de nuestras respectivas parejas por teléfono. De vez en cuando nos decimos algo, pero es como hablar con retorno, el otro responde corto y pasados varios segundos

Cuando me harto de la situación voy a  preparar la mesa. Carlos solo aparece al final y pone la bebida antes de sentarse. Como ya es costumbre, comemos en absoluto silencio, tras el cual, mi hijo desparece en su cuarto y yo lavo los paltos. Estoy cansada de asumir mi rol de asistenta de mi propia casa, para alguien que no me muestra demasiado respeto ni cariño. Por no complicarlo todo, me trago una bola más de orgullo y me acuesto un rato sobre el sofá para relajarme.

Ansío que un película de media tarde me distraiga, pero según avanza el reloj, un hormigueo que me tele trasporta ha hace casi veinte años, nace en mi viento. Es absurdo ya que esta vez no soy la embarazada, pero las manos me tiemblan como la mañana en que fui de la mano de Luis a casa de mis padres, y les dije al verdad. La reacción de mi madre, exagerada y desorbitada, me tranquiliza, por muy mal que pinten al padre de Celia, no creo que monte un pollo como el que a mí me hicieron.

Son las cuatro de la tarde cuando decido ir a hacerme una tila. Estoy tan ansiosa que derramo un poco de líquido sobre el vestido, lo cual me convence aún más para cambiarme. Era demasiado juvenil para ese tipo de reunión. Así que me cambio en mi cuarto por una camisa blanca y un traje gris de dos piezas, con falda por debajo de las rodillas y chaqueta. Es el que uso en la oficina cuando sabemos que vendrá algún cliente de oriente medio, me hace ver una mujer seria y formal. Zapatos oscuros con apenas tacón y  a última hora decido dejarme el pelo suelto, ya que si lo recojo en un moño o una coleta, tengo más pinta de profesora remilgada que de madre, pese a un maquillaje suave y recatado.

Ya preparada, meto mis cosas en un gran bolso negro y espero sentada en el sofá a Carlos, que ya se está preparando en su habitación. Mientras llamó a Javier,  ni lo hemos comentado, tan solo tenía el móvil en la mano y de golpe estaban sonando los tonos de marcado.

-JAVIER: Dime.

-YO: Hola… ¿Qué tal?- comento abrumada.

-JAVIER: Bien… ¿Y  tú? Pareces angustiada.

-YO: En breve salimos para ir a casa de Celia.

-JAVIER: Ufff, mucha suerte mi amor.

-YO: Gracias.

-JAVIER: Si quieres, puedo pasarme y andar por allí cerca.

-YO: No, si Carlos se entera me mata.

-JAVIER: Está bien, pero si pasa lo que sea, llámame y voy, o te vienes a mi piso cuando acabes,

-YO: No sé, veremos cómo va, sapero que bien.

-JAVIER: Yo también…

-YO: Te quiero.

-JAVIER: Y yo a ti. – lanza un beso al auricular que llego a sentir en los labios.

Al colgar me siento más entera, es absurdo, pero es así. Me pongo en pie, y mirando el reloj  me acerco al recibidor. Taconeo el suelo a la espera, ya salimos unos minutos tarde, pero al final Carlos sale de su habitación y se acerca.

Va muy guapo, con pantalón azul marino de vestir y chaqueta negra, junto a  una camisa blanca sin corbata. Apesta a colonia y se ha afeitado. Es la mejor primera impresión que podrá dar, no temo que le crean poca cosa, es muy agraciado y sus ojos azules redondean una belleza heredada, el pánico me llega cuando me imagino abriendo la boca delante de unos padres,  que van a buscar cualquier excusa para crucificarlo.

-CARLOS: Vamos, se hace tarde.

Sale primero de casa,  bajamos en el ascensor rumiando una tensión palpable. Ya en el coche, nos murmuramos lo bien que vamos vestidos para el encuentro. Es lo único que nos decimos, salvo alguna indicación vaga para llegar a casa de Celia, al este de Madrid, cera del edifico del ejército del aire. Una vez hemos aparcado, nos dirigimos a pie a un edificio de ladrillo rojo de cinco plantas, vigilado por cámaras modernas,  con un portal blindado.

-YO: ¿Celia vive aquí?

-CARLOS: Con sus padres…

-YO: Pero estos edificios pertenecen al ejército.

-CARLOS: El padre de Celia es militar, o lo fue.

-YO: Un detalle que podrías haber compartido…

-CARLOS: Ya te dijimos que es un tipo duro de roer.

Giro la cabeza  resignada cuando me ignora para escribir a Celia que ya hemos llegado. La chiquilla baja unos minutos después a abrirnos, con un largo vestido negro, casi hasta los pies, adornado con un gran cinturón plateado y pendientes a juego. Va arreglada aunque parece que fuera a acudir a una fiesta de los años cincuenta.

.CELIA: Hola.

-CARLOS: Hola.- se saludan como dos desconocidos, no como la pareja que en teoría son.

-CELIA: Gracias por venir, Laura.

-YO: Nada Celia, me alegra que hayas tomado esta decisión.

Asiente temblando, sin querer o poder decir nada más. Nos ofrece pasar y sin que se me escaque, observo cómo nos escanea de arriba abajo, bancando cualquier cosa que pueda usarse para criticar. No debe de apreciar nada, ya que nos guía por una de las escaleras que hay ante nosotros, y tras unos peldaños, llegamos a un ascensor, anticuado por fuera pero moderno por dentro, por el cual subimos hasta la última planta.

-CELIA: Bien, les he dicho a mis padres que venís, creen que es para conocernos.

-CARLOS: De acuerdo.

-YO: ¿No saben nada?

-CELIA: Mi padre se huele algo más, pero como siempre está de mal humor, no sé decir…

-CARLOS: Actuemos normal, charlemos y nos conocemos, cuando vea la oportunidad, se lo decimos.

Llegamos al piso y salimos en fila, doblando a la derecha, para alcanzar la última puerta, que está entre abierta. El recibidor es bastante recargado, un mueble con infinidad de adornos y jarrones, pegado  un espejo con florituras en el marco. El suelo, de madera, cruje a cada paso y  tras pasar la pesada puerta blindada,  hace retobar la pared al cerrarse.

Al acceder por un pasillo, llegamos a un salón, con una gran mesa pegada la pared rodeada de sillas, está llena de fotografías de una pareja y de una niña, que según observo, se va convirtiendo en Celia en cada instantánea, al estar ordenadas cronológicamente. Un gran sofá marrón, pegado a un gran ventanal al fondo,  llena una  estancia con cortinas excesivas para mi gusto, ya que oscurecen la sala. Otro sillón  antiguo, aunque cuidado, está frente a una chimenea y una mesa baja de cristal. No hay televisión, en su lugar hay un cuadro enorme de la lucha contra los franceses en su hueco. En un rincón, toda una colección de medallas y premios militares, mezclados  insignias militares con premios infantiles.

Por una puerta al fondo, aparece una mujer, rubia teñida de pelo corto, cercana a los cincuenta años, achaparrada y con un largo vestido color crema, con chaquetilla y gargantilla de perlas. No dudo que se haya arreglado para la visita,  y que la casa esté  tan impoluta, como ella. Se acerca con sonrisa amable y Celia nos la  presenta como su madre Petra, dándonos besos en las mejillas y manteniendo el protocolo.

A mi espalda se escucha un ruido y al girarnos, veo al padre de Celia. Es inconfundible, tiene la misma mirada  color café, aunque el resto es muy diferente. Pese a no ser muy alto, e ir con una camisa a rayas y pantalón de pana nada llamativos, su rictus facial impone de tal manera que doy un paso atrás sin darme cuenta. Sin pelo en la cabeza pero si una frondosa y blanca barba, las arrugas de su expresión expresan que ese hombre ha visto cosas terribles, cosas horribles. Se acerca gentil, tratando de disimular una evidente cojera en la pierna derecha, y al ser yo la más cercana, alza su mano, ofreciéndomela como saludo.

-YO: Hola…- digo tomando su mano.

-CELIA: Él es mi padre, Juan.

-JUAN: Un placer conocerla, señorita…

-YO: Laura…mucho gusto.  El hecho de que no se haya lanzado a darme dos besos como hacemos todos hoy en día, y solo estreche mi mano con una aspereza delicada, me deja claro que está educado en una época diferente, por lo que calculo tendrá casi sesenta años.

-CARLOS: Un placer, soy Carlos.

Mi hijo sale de mi espalda y se presenta, se queda un segundo quiero con la mano en alto, lo que tarada Juan en dedicarle una mirada de arriba a abajo,  cuadrándose delante de él.

-JUAN: Hola muchacho. – le estrecha la mano.

Abro los ojos al entender la diferencia de trato conmigo, mientras que tomó mi mano con delicadeza, la de mi hijo la estruja notando los músculos de su mano en tensión. Pese a la amabilidad de su sonrisa se masca la tensión.

-CAROS: Un placer. –puedo oír como traga saliva.

-JUAN: Veo que ya han conocido a mi Mujer, Petra.

-CELIA: Si papá, ya les he presentado.

-JUAN: Muy bien hija, pues sentémonos, y conozcámonos un poco.

Cortesía o no, obedecemos como autómatas. Nos sentamos en el sofá amplio, mientras que Juan trae una silla de la mesa para su mujer, que se sienta al lado del sillón individual, el cual ocupa el marido.

Durante la siguiente hora, debo descubrirme el sombrero, o lo haría si tuviera uno, ante mi hijo. Demostrando una capacidad increíble para transformarse en el yermo perfecto. De inicio ha sido sometido a un tibio pero innegable interrogatorio por parte del padre de Celia. No sólo lo ha pasado con nota, ha logrado darle la vuelta y guiar un poco la conversación, hasta ve una debilidad cuando menciona las muchas medallas que ve sobre una mesa, y Juan empieza a contar historias de su época de militar, confirmando que ya está retirado, pero con amplios honores, y un brillo en la mirada al poder presumir de ello.

Pese a que mi hijo se ofrece, soy yo quien tras un rato, acompaño a la madre a la cocina, totalmente moderna pero sin alardes, y preparamos un poco de café. Mantengo una agradable charla con Petra, quien ya en privado confirma lo duro de un matrimonio largo con alguien como su marido, y que Celia es la hija perfecta que siempre quiso tener. Debo mantener mi cara de póker para que no me tome por falsa cuando se descubra la bomba. Al preguntarme por mi marido, le explico que falleció hace tres años, sin entrar mucho en detalles.

Regresamos al salón y continuamos la conversación, en la cual participo de forma esporádica y sólo cuando me preguntan de forma directa. En un momento dado, en el que Carlos saca una sonrisa a todos varias veces, toma de la mano a Celia, gesto que no pasa desaparecido para nadie, creándose un silencio gélido. Los adolecentes se miran unos segundos, y asienten.

-CELIA: Papá, queremos contarte algo. A los dos.

-JUAN: Ya me lo temía hija mía…- dice con un tono dulce, o al menos todo lo que parece que puede serlo la voz grave de ese hombre.

-PETRA: Dinos hija…- como buena mujer, con un tono más cariñoso, suaviza la situación.

-CARLOS: Verá, su hija y yo llevamos viéndonos  ya varios meses, y tras pensarlo detenidamente, hemos decidido formalizar nuestra relación, y queríamos informarle personalmente de que somos novios.

-JUAN: Bueno…me parece bien, agradezco que en los tiempos que corren, un chaval de  tu edad se tome esto en serio. No es que nos pille por sorpresa, llevábamos unas semanas notándote muy rara hija, y me tranquiliza saber que era por esto.

-CELIA: Gracias papá.

-PETRA: Claro pequeña, nos tenías preocupados.

-CARLOS: Quiero que sepan que su hija es una gran chica, que me gusta muchísimo y que no la he hecho o la haré daño nunca. –pese a lo cortés de sus palabras, es evidente que  se ha tensado el cuerpo del padre.

-CELIA: Es así, ha sido muy tierno y cariñoso conmigo, no se ha excedido en nada que yo no haya permitido.

-PETRA: ¿Pero vosotros ya habéis…?

-JUAN: Mujer…-me fijo en su mano, juega a apretarse y soltarse el pulgar con el resto de los dedos, como si contara el número de veces que lo hace-…no es que me haga ninguna gracia que mi pequeña se haga mayor, pero a etas edades y tal como están ahora las cosas, no es tan raro.

-CELIA: Así es mamá…no quiero decepcionaros pero Carlos es mi pareja y desde el viaje a Londres, pues han pasado cosas. Pero quiero insistir en que todas las veces ha sido consentido, y que me ha tratado bien.

-PETRA: Mi hijita…- mantengo la pose, la mujer parece en estado de shock, y eso que solo sabe la mitad. El padre en cambio, pese a que por fuera se retuerce, parece llevarlo mejor.

-CARLOS: Aprecio mucho a su hija, y como usted dice, son otros tiempos…

-JUAN: Mira chico…una cosa es mi hija y otra tú…no me hace ninguna gracia que haya pasado nada sin saber ni quién eres… al menos ahora has dado la cara. –más que un consuelo, parece una reprimenda.

-PETRA: ¿Usted lo sabía? –dice mirándome.

-YO: Me enteré una semana después de que volvieran de Londres.

-CARLOS: La hemos pedido discreción  y ha cumplido su palabra.

-CELIA: Es verdad…queríamos esperar hasta estar seguros.

-JUAN: ¿Seguros de qué? - pregunta intrigado,  es cuando Celia se queda paralizada al entender su desliz.

-CARLOS: De que íbamos a ser pareja. – por cómo arruga la nariz, Juan ha olido sangre, y no tiene pinta de ser de los que lo dejan pasar.

-JUAN: ¿Qué está pasando aquí Celia?

-CELIA: Por favor, no te alteres…

-JUAN: Es mi casa y me altero si quiero, ya estás diciéndome qué ocurre o me voy a enfadar de verdad. – cualquier aspecto dulce, o hasta tierno, que haya mostrado, se desvanece.

-CARLOS: Verá, durante el viaje nos acostamos, y algunas veces…pues…no tuvimos cuidado.

-PETRA: ¡Ay dios santo! ¿Pero qué habéis hecho?- dice abrumada.

-CELIA: Pues…eso…que no usamos protección…y…bueno…yo…yo…-  la pobre se queda trabada, y Carlos no se atreve a abrir la boca al observar el puño cerrado del padre.

-YO: Está embarazada.

No he hecho caso a las indicaciones de mi hijo de no meterme, pero la situación había provocado una huida hacia delante que iba a terminar en una colisión si nadie decía nada. He decidido ponerme frente al paredón y ser yo quien reciba el golpe.

-JUAN: ¡¿Qué? ¡– alza la voz, poniéndose en pie.

-CELIA: Fue sin querer…nosotros…yo…- trata de explicarse, pero ya ha empezado a llorar.

-PETRA: No puede ser, mi pequeña…- la madre también solloza, con la mano temblándole, cubriéndose la boca.

-JUAN: Por favor, hija, di que esto es una broma de mal gusto…dímelo.

Su hija alza la mirada, quiere decírselo, pero sabe que es mentira y la forma en que se acerca a ella me tensa. Por suerte algo me dice que no es el tipo de hombre que pega a las mujeres, aunque sea su hija, por desgracia mi hijo no es una mujer. De un veloz gesto para su edad, toma a Carlos de brazo y le pone en pie,  pese a que son casi de la misma altura, le alza con sus brazos por la chaqueta.

-CELIA: Por dios, papa, no… -murmura casi sin fueras.

-YO: Por favor, suelte a mi hijo. – pese a que el zarandeo que sufre, es bien merecido, mi instinto de madre sale a flote, y me pongo en pie, tirando del brazo de Carlos, con voz firme

-JUAN: Jodido malnacido, has mancillado a mi hija, la has dejado preñada a esta edad, con todo lo que tenía por vivir, la has destrozado la vida. – pese a no gritar, su tono hace que tema por la seguridad de los presentes.

-PETRA: Ya vale, Juan, déjalo.

Supongo que cuando dicen que no hay hombre que una mujer no pueda calmar, se refieren a casos como el que transcurre ante mí. Juan con los ojos llenos de ira, dedica una mirada fugaz a su mujer, que posa sus manos en los puños de su marido, y con cuidado, logra que deje a mi hijo en el suelo, el cual ha tenido la sabiduría de no hacer absolutamente nada, de haber respondido físicamente, estoy segura de que se hubiera llevado la peor parte.

Tarda aún unos segundos en soltarlo, comenzado a dar vueltas por el salón, sin rumbo fijo. Yo me quedo entre mi hijo y él, dispuesta a defenderlo con mi vida, algo que Petra comprende  y se va con su marido, sin decirle nada, solo colocada en línea recta conmigo. Le conoce y sabrá que es mejor dejar que se le pase  el cabreo inicial antes de decirle nada.

Me giro para observar a mi hijo colocándose la chaqueta, con la cara roja y evidentes gestos de agobio. Celia en cambio parece más tensa, aferrada al brazo del sofá, mira a su padre de medio lado esperando cualquier reacción posible, quizá crea que aún pueda volver para terminar lo que ha empezado.

-JUAN: Después de tantos años, cuidándote, criándote, educándote, dejándote tu espacio, confiando en ti…vas y nos defraudas de esta manera….Celia…yo no puedo entenderlo.

-CELIA: Papá, lo siento…pasó sin querer, lo juro. – su voz desgarrada me conmueve.

-JUAN: No te atrevas a jurarlo… – se gira señalándola con el dedo, con Petra acariciando su torso, como quien relaja a un animal embravecido –… pasó porque querías, porque no tuviste cabeza suficiente, y es culpa mía, por dejarte ir a ese viaje sin supervisión.

-PETRA: No seas tan duro, no es culpa tuya, la niña es joven y ha cometido un error.

-CELIA: Mamá, yo…

-PETRA: No me vengas con lloriqueos, Celia, tu padre y yo confiábamos en ti y mira lo que has hecho, estoy tan furiosa contigo como lo está tu padre, pero con violencia no arreglamos nada. – esa última frase la dice mirando a su marido, el cual, suspira, y alza las manos, en señal de paz.

-YO: Miren, sé que es muy duro, a mí también me da mucha rabia lo ocurrido, pero ha pasado y es tiempo de asumir las cosas y actuar con cabeza.

-JUAN: ¿Usted… desde cuándo lo sabe?

-YO: Hace varias semanas Celia y Carlos…me comentaron que ella tenía un retraso.

-PETRA: Pero hay que ir al médico para confirmarlo antes de darlo por sentado.-el clavo ardiendo que le quedaba a la mujer se disipa ante sus ojos.

-CELIA: Ya he ido Mamá, Laura ha sido muy atenta y me ha llevado con uno de los mejores del país.

-JUAN: ¿Y que ha dicho el doctor?

-YO: Que todo está bien, ella está embarazada y no hay ningún problema aparente.

-JUAN: Santo dios…que vergüenza…¿Cómo puedes haberlo permitido?

-CELIA: Estábamos de viaje, lo pasábamos bien y…- mi hijo la corta antes de que siga contado que fue  por estar borrachos.

-CARLOS: Mire, cómo pasó ya no importa, pasó, y estoy aquí para afrontar lo que suceda.

-JUAN: Es que es lo mínimo, si te llamas hombre a ti mismo.- desde luego, no se lo podrá fácil.

-CARLOS: Quiero decir, que apoyaré a Celia, decida lo que decida.

-PETRAS: ¿A qué te refieres?- frunce el ceño extrañada.

-CELIA: Veréis, hemos estado preguntando al doctor, y entre todas las opciones, pues…vamos…nos ha recomendado que si no estamos preparados para ser padres…pues…bueno...que…aborte. -  es una forma de echarle la culpa al doctor y no a ella.

-PETRA: Eso ni hablar, hija, ya sabes que estamos en contra de esas prácticas.

-CELIA: Lo sé, pero nos lo dijo y creo que podría ser una buena opción.

-JUAN: Hija, sé que es el camino fácil, y créeme que ahora mismo me parecería hasta lo mejor, eres muy joven y no estás preparada….pero somos católicos, y además, moramente no soy quien para negarle la vida a un pequeñín…

-CARLOS: Pero es una decisión de ella, no suya. – le fulmina con la mirada.

-PETRA: Es mi hija, y hará lo que le digamos.

-JUAN: Seguro que usted lo entiende…- se dirige a mí.

-YO: No soy yo quien debe decidir.

-CELIA: Es verdad, ella pasó por lo mismo, y fue muy duro para ella, yo...yo no quiero pasar por eso…

-JUAN: ¿Es verdad?

-YO: Me quedé embarazada  muy joven, sí, y aunque me ha dado un hijo y una vida con mi marido que doy gracias por haber tenido, si en aquella época hubiera tenido al información y los avances de hoy, tal vez hubiera optado por abortar.

-CELIA:¿ Lo veis?

-YO: Celia, te aprecio pero no debes usarme  a mí, esto va a marcar tu vida, no la mía,  es tu decisión.

-CARLOS: Así es.

-JUAN: Hija, sé que estas asustada, y que tienes miedo, pero no debes tomar esta decisión sola, nos repercute a todos.

-CELIA: Pero papá…soy muy joven, y no estoy lista.

-PETRA: Es verdad pero ya que ha ocurrido, no empeores más las cosas…

-YO: Respeto su punto de vista, pero no creo que empeore nada por abortar.

-JUAN: Quizá a usted le dé igual…- me toca reprimenda a mí -… pero a nosotros no, y mi pequeña ya me ha decepcionado una vez hoy, si decide abortar…iría en contra de todo lo que yo creo, y he tratado de enseñarla.

-PETRA: Es la palabra del señor. – se santigua.

-YO: No recuerdo el capítulo en el que Jesús o Dios hablan de abortar…- mi lengua me juega una mala pasada.

-JUAN: Bastante tengo con aguantar que este haya dejado embarazada a mi hija, como para soportar que venga a mi casa a faltarme al respeto.

-YO: Discúlpeme, no era mi intención, solo pretendo que esta decisión, que tiene que tomar su hija, lo haga libremente, sin tener presiones de nadie, incluidos ustedes.

-PETRA: Para nosotros es muy fácil, no hay opción, tiene que tenerlo, es…es la voluntad de dios.

-CELIA: ¿Pero no entendéis que sería mucho más fácil no tenerlo?

-JUAN: Eso tendrías que haberlo pensado antes de….antes. Ahora debes afrontar lo que viene, si abortas, quiero que sepas que ya no podré mirarte de la misma manera.

-CELIA: Es mi decisión, ya soy mayor para tomarla.

-JUAN: Es verdad, no podemos impedir que lo hagas, pero si abortas, no puedo asegurarte que puedas volver a pisar esta casa. – la tensión va en aumento.

-CARLSO: Eso no es justo…no le da opción si la obliga a elegir lo que usted quiere, o la repudiará. – en eso estoy de acuerdo con él.

-JUAN: Muchacho, no lo entiendes, para ti es fácil ir dejando preñadas a todas y que aborten, pero el mundo no funciona así, hay que ser responsable de los actos de uno, y si eres mayor para mantener relaciones, lo eres para ser padre. – mierda, él también tiene razón.

-CELIA: Yo solo quiero que todo sea como antes, pero no quiero perder a mi familia por ello.

-PETRA: Eso es imposible hija, y ya tendrías que saberlo antes de contárnoslo.

-YO: Entiendo su situación, piénseselo unos días, aún hay margen.

-JUAN: No hay anda que pensar…pero de todas formas hablaremos en familia, creo que es hora de que se marchen y nos dejen a solas con nuestra hija.

-YO: Me parece bien, si Celia quiere. – pese a ganarme  miradas de desprecio por parte de sus padres, hasta que ella no asiente con la cabeza, y se levanta a darme un abrazo para despedirse, no me muevo del sitio.

-CARLOS: ¿Estás segura?

-CELIA: Sí, lo peor ya ha pasado,  es hora de aclarar las cosas con mis padres. – le da un beso en la mejilla a mi hijo, cosa que hace que Juan se tense.

-YO: A cualquier cosa, me llamas, tienes las puertas de mi casa abiertas. – le susurro en bajo.

-CELIA: Gracias… gracias por todo.

YO: Lamento habernos conocido en estas circunstancias, y espero que de ahora en adelante podamos llevarnos mejor – digo en dirección a  los padres – es posible que tengamos que vernos muy a menudo.

-JUAN: Lamento mucho haber atacado a  su hijo, pero entiéndame…- acepto con gratitud su disculpa.

-PETRA: Por favor…

La mujer nos acompaña hasta la puerta, pese al gesto amable, está desenado que nos larguemos de allí. Me quedo unos segundos en la puerta, cuando cierran, esperando escuchar  algún ruido, gritos o golpes, pero tras un rato no oigo nada y me dirijo con mi hijo al ascensor.

Damos un rodeo y nos paramos a tomar algo en un bar cercano, esperando una llamada o un mensaje de Celia, para subir a buscarla. Hasta Carlos la escribe,  tardando en responder, nos dice que está hablando con sus padres, y que ya se han calmado, que nos vayamos a casa.

Hago lo propio y escribo Javier, que ya me había mandando un “¿Cómo va todo?”, al decirle que ya iba para casa, me dice que me espera en mi portal. No puedo quererlo más, estoy muy cansada, emocionalmente destrozada y le necesito.

Vamos a por el coche, en silencio, apenas interrumpido por algunas frases sueltas, llegamos al parking.   Mantengo una corta e insignificante conversación mi hijo, en la cual, él termina subiendo a casa sin tener nada claro lo que va a pasar. En eso estamos los dos igual.

Yo me dirijo al portal, me viene bien tomar algo de aire y tras unos instantes Javier aparece casi a la carrera, con unos vaqueros rotos y camisa marrón. No se detiene hasta llegar a mí,  debe verme tan hecha polvo que no me abraza, me sujeta. No hay risas ni gritos de alegría, sólo sentir su fuerza sosteniéndome, justo después de que se agotaran mis energías.

Me acaricia el rostro con delicadeza. Me pregunta cómo estoy tantas veces, que no sé si es que no le respondo, o es que no me cree cuando digo que estoy bien. Algo mareada  me sujeto a él, mientras me acerca a una esquina cercana, donde hay un banco en el que nos sentamos.  Me frota los brazos y se queda callado, hasta que me noto más entera y le beso en los labios, como quien agradece que le acaben de salvar la vida.

-YO: Gracias por venir.

-JAVIER: ¿Tan mal ha ido?

-YO: No podía más…ha sido muy duro…

-JAVIER: Cuéntamelo.

-YO: Pufff, a ver por dónde empiezo….

Continuará...