Reeducación sexista 2
Elena se da cuenta de un grave problema que le acarrea su nueva condición... pero esto le lleva al primero de sus muchos encuentros que la acercarán a ser lo que la doctora Harrison desea que sea. Además, conocemos un poco más a la doctora y su pasado... de la mano de una de sus muchas conquistas.
Los gritos de Elena habían sido los que más se habían oído en la manifestación. Exigiendo una vez más sus derechos. A decir verdad… ni siquiera estaba segura de qué se estaba pidiendo, pero acudir a una concentración feminista se había convertido en su día a día. Pero había un problema. Uno que no había tenido antes.
La concentración, la protesta, la habían hecho despojándose de su ropa. Elena ya había acudido a varias así. Pero esta vez… sentía que se estaba excitando terriblemente ante la oleada de pechos y vaginas que vislumbraba. Sus pezones se habían endurecido entre sus clamores… y cualquiera que hubiera decidido observarla un poco se habría dado cuenta de que su sexo estaba mojado.
Avergonzada por ello, se retiró a los baños a recuperar su ropa. No ayudaba en nada a la causa que estuviera tan excitada. Pero todos aquellos pechos… se mordió el labio inconscientemente. Estaba sola. No tendría nada de malo que se diese un gusto allí dentro. Se metió en un cubículo y dejó su ropa sobre la taza. No se lo pensó demasiado. Cerró la puerta, se sentó, extendió las piernas y empezó a tocarse.
Sus dedos se encontraron con un coño jugoso, e instintivamente comenzó también a tocarse los hinchados pechos. Se mordía los labios, para no gritar, pero no podía ahogar los gemidos mientras chapoteaba en su propia intimidad. No pudo escuchar tampoco cómo la puerta principal del baño se abría. Pero sí que percibió cómo la puerta de su cubículo se abría. Había olvidado echar el pestillo.
Instintivamente se cubrió como pudo, roja como un tomate. Por suerte o por desgracia, la cara que la enfocó era conocida. Rebecca. Rebecca era una chica gótica, con el pelo formando una media melena oscura y abundante maquillaje. Normalmente iba vestida con prendas de color negro, algo siniestras. Pero en aquel instante, como había ido a la protesta, estaba desnuda.
_ Veo que la doctora ha hecho maravillas contigo._ Se rio._ Quién iba a decirlo, Elena tocándose en una manifa.
Elena bajó la cabeza, más roja si es que era posible.
_ Es que… no estoy nada acostumbrada… hay tantas chicas y… ¿Eh? ¿Qué haces?
Rebecca, sin ser invitada, había entrado en el cubículo, había echado el pestillo y se había arrodillado frente a ella.
_ Ni de coña voy a permitir que otra sea tu primera experiencia lésbica._ Le dijo._ Soy tu mejor amiga, y llevo media vida deseando que podamos compartir esto.
_ Pero Rebe… tú tienes noviaaaa._ La última a se alargó porque su amiga le apartó la mano del coño y sin más preámbulos empezó a comérselo.
_ Tú no te preocupes y goza._ Le recriminó la morena, dándole un suave beso en el clítoris.
Elena quiso luchar, pero le fue imposible. Aquello no estaba bien y, sin embargo, sus impulsos habían dominado por completo su razón. Su cuerpo estaba ahora al mando y no la dejaba pensar. Aferró con violencia en pelo de su amiga y lo apretó contra su coño. Notaba cómo la nariz de Rebecca se apretaba contra su clítoris, cómo lo estimulaba. Se movía nerviosamente sobre la fría taza, frotándose contra ella. Su otra mano esta vez buscó un pecho ajeno.
Siempre había envidiado los pechos de Rebecca. Eran firmes y más grandes que los suyos. No es que ella fuese plana, pero comparada con Rebecca o con otras amigas suyas, solía salir perdiendo. Pero ahora lo veía como una ventaja, aunque no pudiese tener unas tetas como las de Rebecca, iba a poder recrearse jugando con ella.
Cuando se corrió, lo hizo con furia, lanzando un grito que su amiga rápidamente acalló con sus labios, dándole un intenso beso… y asegurándose de no dejar de estimularla con sus dedos mientras tanto. Pero Elena… quería más. Aferró las manos al trasero ajeno mientras colocaba a la morena sobre ella, y ambos clítoris se conocían íntimamente.
Rebecca volvió rápidamente a tomar el mando, acabada la tregua. Bajó los labios y le mordió los pechos con violencia. Elena gemía… nunca había gozado tanto en toda su vida. Cuando se corrió, su grito fue sonoro. Ya le importaba un bledo si la escuchaba toda la manifa. Pero tuvieron suerte. Se vistieron y cuando se despidieron, Rebecca le dio un buen beso.
_ Llámame siempre que quieras pasártelo bien._ Le dijo.
_ ¿Qué pasa con Rose?_ Le preguntó Elena, ya más lúcida._ Creía que la querías.
_ Y la quiero… pero no siempre me satisface. Lo que no sepa, no le hará daño. Somos amigas, así que me guardarás el secreto ¿O no?
Elena asintió, aunque no pudo evitar sentir un poco de pesadumbre. Se asearon y volvieron a la manifestación. Pero no sabía por qué, ya no gritaba tan fuerte, ya no se lo estaba pasando tan bien. ¿Para qué estaba allí? Ni siquiera sabía qué revindicaban. Terminó marchándose pronto. Tomó una cena frugal y se tumbó en la cama. Se pasó la mano por el pelo y notó una sensación de desagrado. Se levantó y se dirigió al espejo del baño.
Por primera vez… su pelo no le resultó agradable a la vista. Era demasiado corto. Y el color no ayudaba. Se paró a pensar en la melena de su amiga Rebecca, la de la doctora Harrison, e incluso… la de su secretaria. Al pensar en la doctora notó un leve respingo en su clítoris. La doctora la ponía especialmente cachonda, debía reconocerlo.
Volví a la cama. Aburrida, y sin mucho que hacer, metió la mano bajo sus bragas y empezó una vez más a tocarse… ya sin el miedo de ser pillada. Pensaba en la doctora, penetrándola con un gran y brillante strap-con de color negro. Se mordía el labio mientras sus dedos seguían buscando en su intimidad. En su sueño la doctora la insultaba mientras la penetraba.
En algún momento, no supo cual, apareció la secretaria que, entre risas, se sentó delante de ella y le ofreció su coño. Elena empezó a comérselo como si la vida le fuese en ello. Empezó a dar pequeños saltos sobre la cama mientras en su sueño era vejada como nunca lo había sido. Y tuvo un orgasmo tan brutal que a punto estuvo de caerse de la cama… se quedó tan cansada que se quedó dormida.
Mientras tanto, la doctora Harrison cerraba su consulta. Había sido un día especialmente productivo. Quizá algunos a estas alturas podrían pensar que la doctora abusaba de todos sus pacientes. Pero no, no era cierto. Ella sólo había hecho eso en un par de ocasiones. Una de aquellas ocasiones estaba siempre allí para recordarle cómo debía actuar, cuando medirse… y principalmente para que su miembro no la llevase a usar sus grandes poderes cuando no debía.
Aquella risa estridente y aguda se lo recordó. Se giró y sonrió a su más que agraciada secretaria. Era el sueño de cualquier pajillero adolescente. Aún más el imaginarse verlas juntas a las dos. Rubias, de grandes pechos y un culo de infarto. La doctora, sin embargo, tenía un aire más poderoso, a juego con su inteligencia. En cuando a su secretaria, no resultaría nada sospechoso verla en una esquina chupando pollas por un puñado de billetes.
Y eso, en el fondo, destrozaba al hombre… o mujer, que le había hecho eso. A la doctora a veces le costaba definirse. Se acercó a la mujer, la tomó del mentón y le dio un beso en los labios.
_ ¿Has tenido un buen día, Allison?_ Le preguntó.
_ Un poco soso._ Contestó la mujer._ No te has acostado con nadie, y sabes que me gusta mirar.
La mujer lanzó una risita boba.
_ ¿Y si te dijera que me reservaba para ti, amor mío?_ Le preguntó, acariciando su rostro.
_ Te diría que eres el mejor marido y esposa del mundo._ Contestó, con una risita más.
_ Sabes que te quiero, ¿Verdad Allison?_ La doctora sonaba melancólica.
_ Claro que lo sé… pero me gusta mucho más cuando me lo demuestras que cuando me lo dices._ Mary se tiró sobre el escritorio.
La secretaria no mostraba ropa interior, y su sexo estaba ya encharcado. Su ano estaba expuesto. Rápidamente se notó que la parte delantera de la falda de la doctora se levantaba un poco al formarse una protuberancia. Suspiró y se inclinó, besando sus nalgas. Llevó sus labios al ano de la mujer y comenzó a jugar con él.
_ Joder… sí, Mason. Hace mucho que no me follas el culo._ berreó.
_ Cielo, te he dicho que no me llames así._ Le dijo, apesadumbrada.
_ Perdona, perdona…_ Gimoteó Allison._ Ya sabes que a veces olvido las cosas. Pero no seas cabrona. No pares, Andrea. Fóllate a tu mujer. ¿O no es tu deber como marido?
Andrea Harrison… no pudo evitar sonreír. Se bajó la falda y el calzón que llevaba debajo, y colocó frente a la mujer que empezó a comer aquella vara del amor como si la vida le fuese en ello. Sabía bien que necesitaba que se le ensalivara bien para que no le hiciese daño en su culito bonito, como ella lo llamaba. Andrea se despojó del resto de su ropa mientras su polla era la reina de la fiesta. Cuando estuvo preparada, se sentó en la silla de la secretaria.
_ Cabalga._ Le ordenó.
_ Jo… Andrea, eres mala…_ Se quejó ella._ Creía que ibas a darme tú.
_ Quizá así te acuerdes de no llamarme Mason._ Le dijo, dándole un azote que resonó en la habitación.
Lo hizo de morros, pero Allison empezó a penetrarse el culo a ella misma, sentándose sobre aquella polla. Andrea la sostuvo, porque sabía que era muy capaz de sentarse de una vez y romperse el ano. De paso, podía apretar sus pechos por encima de la americana que llevaba. Le gustaba follársela con la ropa puesta… le daba morbo.
_ Siempre se me olvida lo enorme que es._ Allison gritaba de júbilo._ Te quiero, Andrea Harrison. A ti y a tu enorme pollón. No cambies nunca.
_ Nunca, cielo._ Le dijo, besando su cuello._ ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
_ Ah… sí… yo era… una estirada… pero tú eras… tan guapo._ Gruñó, mientras botaba sobre su marido, entre gemidos y gritos que no contenía._ Supe… que… tenías que… ser mío.
_ ¿Echas de menos a Mason?_ Le preguntó Andrea, mientras magreaba sus pechos, metiendo la mano bajo su americana.
_ No…_ La mujer se dio la vuelta y besó los labios de la doctora._ No mientras… te tenga a ti.
Andrea no pudo evitar sonreír y abrazarse a la mujer mientras terminaba de follarla. Como siempre le pasaba con ella… se corrió como un animal, manchando no sólo su culo, sino también su propia polla, la falda de ella y parte de la silla.
_ Con las jovencitas no te corres así._ Aquello siempre le parecía divertido a Allison.
Quizá algún día dejase de sentirse culpable por convertirla en la mujer que en aquel momento limpiaba los restos de semen de su polla. Pero aquel no era ese día.