Redencion XIII
Ni siquiera se molestó en mirar una sola vez al tejado. Pasara lo que pasara, contra un hombre en un tejado con un rifle, sus revólveres no tenían nada que hacer.
Madame Suzanne
Mientras se metía aquella polla enorme y asquerosa en el culo se dijo que no tenía nada que perder. En cuanto el coronel cerró los ojos cogió el orinal y lo estrelló contra su cabeza dos, tres veces, antes de levantarse, propinarle una patada en los huevos y salir corriendo.
Salió de la habitación como una exhalación, desnuda y perseguida por los insultos de Davenport en pos de las escaleras.
Cuando llegó allí, un hombre de Davenport estaba subiendo el último peldaño. Aprovechando la sorpresa y la inercia de su carrera, le dio un empujón con todas sus fuerzas. El hombre cayó hecho un ovillo escaleras abajo, con ella detrás bajando los peldaños tan rápido como podía.
Cuando saltó por encima de él, el hombre intentó agarrarla, pero sus manos resbalaron en su piel sudorosa.
Le parecía increíble haber llegado tan lejos. Tenía la puerta de la entrada a su alcance. Un esfuerzo más y estaría en brazos de John, pero en ese momento apareció Rusty a su derecha y agarrándola por la cintura la detuvo en seco.
Desesperada intentó revolverse y arañarle. Rusty no se lo pensó y le dio puñetazo en la mandíbula y otro en la boca del estómago que la dejó boqueando hecha un ovillo en el suelo.
John Strange
Habían pasado dos días. Dos días luchando contra el impulso de salir de la cama e ir a buscar a Suzanne. Toda idea de venganza se había disipado de su mente. Ahora solo pensaba en sacarla viva de allí. A cualquier precio, si era necesario a cambio de su propia vida. Hubiese hecho un trato con esa serpiente si supiese que lo iba a cumplir. Pero Suzanne se había revelado y le había desafiado. La mataría o la esclavizaría. No sabía qué sería peor.
Cuando se imaginaba a Suzanne en manos de Davenport trataba de cerrar los ojos y no pensar. Bebía y trataba de mantener la mente en blanco hasta que la crisis pasaba. Hora a hora notaba como iba recuperando fuerzas y aprovechó cada minuto intentando idear un plan que permitiese rescatarla con vida. Si lograba entrar en la mansión tendría una oportunidad. El problema era que a Davenport aun le quedaban seis hombres y esta vez estarían atrincherados y alerta.
Finalmente al tercer día se despertó casi en plena forma. La herida apenas era un leve escozor que le recordaba lo cerca que una bala perdida había estado de acabar con él. Era curioso después de sobrevivir a batallas, peleas de borrachos, duelos y emboscadas una bala disparada al azar casi acaba con él. Pero al final había tenido suerte y como en tantas ocasiones había salido del paso con otra cicatriz más para añadir a la colección.
Se levantó de la cama y se miró desnudo, repasando las cicatrices con sus dedos y recordando el momento en que se había producido cada una de ellas. Sin saber muy bien cómo, sus pensamientos derivaron hacía Suzanne y se preguntó si aquel cuerpo, el cuerpo de un hombre violento, le gustaría.
Las chicas habían limpiado y planchado su ropa y la habían dispuesto sobre el sofá. Después de estirarse, se vistió lentamente, cogió sus armas y bajó al bar. Necesitaba una mesa para trabajar.
Big Mama le estaba esperando con unos huevos fritos con tocino y una cerveza. Comió rápido y le dio las gracias a la cocinera antes de apartar los platos y poner las armas sobre la mesa junto con un pequeño estuche.
Sí cuidas de tus armas las armas cuidarán de ti. Eso era lo primero que te enseñaban en el ejercito. Abrió el estuche y sacó las herramientas de limpieza.
Repasó y aceitó con detenimiento los revólveres y el rifle, hasta dejarlos preparados para terminar un guerra que no debía haber empezado y que ahora se veía obligado a terminar.
Intentó alejar todas esas preocupaciones, se dedicó a montar y desmontar sus armas y meditar de nuevo sobre el plan, si podía llamarse así. Decididamente solo había una manera y para ello necesitaba ayuda.
La mansión de Davenport se encontraba aislada del resto de los edificios del pueblo, enfrente de la oficina del sheriff. Solo tenía una entrada delantera y era la construcción más alta de todo el pueblo. Estaba seguro de que habría al menos un hombre en el tejado y el tenía que pasar por delante de él si quería entrar, necesitaba a alguien que le cubriera.
Cuando terminó con las armas y las cargó, reunió a las chicas. No se anduvo por las ramas. Les dijo que preparasen las maletas. Esperaría hasta que solo faltasen un par de horas para que llegase la diligencia. Con suerte, si todo salía mal, tendrían el tiempo suficiente para largarse antes de que los hombres del coronel se organizasen.
Las chicas le miraron, no sabía muy bien si para darle ánimos o para censurarle que hubiese tardado tres días. La mirada de Xiaomei era especialmente hosca.
Pensando que el plan era una estupidez y que probablemente moriría, salió del saloon dispuesto a que todo acabase aquella misma tarde.
Sheriff Donegan
—Me preguntaba cuanto tardarías en venir. —dijo el sheriff al ver aparecer al forastero por la puerta trasera.
—Entonces sabes por qué vengo.—dijo John sin alterar el gesto— Suzanne no es culpable de nada y sabes que no merece morir. Si Davenport me mata, ella morirá y tú serás responsable directo.
—Sabes quién me puso en el puesto. ¿No?
—Claro que lo sé. Pero también sé que no deseas que este pueblo siga siendo el agujero putrefacto que es ahora y para ello no tendrás mejor oportunidad. Davenport esta mermado. Apenas le quedan media docena de hombres y lo único que quiero es que me cubras desde el tejado. —dijo John alargándole el rifle.
—Si dejas pasar esta oportunidad no volverás a disfrutar de otra parecida. —continuó el forastero—Conmigo muerto, dentro de una semana habrá reclutado otros veinte hombres y continuará con su reinado de terror indefinidamente.
—No sé. Tengo que pensarlo.
—Te daría tiempo para hacerlo, pero no lo hay, ese cabrón podría impacientarse y matar a Suzanne. Ten en cuenta que solo tienes que vigilar el tejado de la mansión de Davenport y disparar a todo el que asome el hocico por el borde, si la cosa sale mal, nadie tiene porque enterarse de que me has ayudado. Del resto me ocupo yo. Ha llegado el momento de tomar partido.
Donegan evaluó al hombre que tenía delante. Era verdad que los había pillado desprevenidos, pero se había cargado en dos días más de la mitad de los hombres del coronel. No dudaba de que el forastero, con un poco de suerte, podía librar a Perdición de aquella garrapata.
Nunca había sido muy hábil aprovechando las oportunidades. Siempre había estado borracho o durmiendo la moña cuando pasaban. Pero en esta ocasión no estaba dispuesto a dejarla pasar. Desde la visita de Jenkins no había podido dejar de pensar en las palabras del doctor, en el chico del reverendo, en Suzanne, en Lucas, en el loco Stewart, en toda aquella gente que Davenport había pisoteado para llegar hasta dónde estaba. Aun así no sabía, si aquel hombre que frente a él le miraba con ojos vacios, era mejor que el coronel.
—¿Cómo sabes que cuando estés ahí fuera no te pegaré un tiro en la espalda y entregaré tu cuerpo a Davenport? —preguntó Donegan cogiendo el Winchester que el forastero le ofrecía.
—No lo sé. Pero tienes cinco minutos para subir ese culo al tejado de tu oficina y sacarme de dudas.
John Strange
El sol ya estaba alto cuando salió de la oficina del sheriff por la puerta trasera, para que los hombres de Davenport no lo vieran. Se asomó por una esquina y observó la plaza. Parecía un horno bajo los rayos de aquel sol inclemente. Esperó unos minutos, aprovechando para encender un cigarrillo, mientras esperaba a que Donegan tomase posición y salió a la calle.
Ni siquiera se molestó en mirar una sola vez al tejado. Pasara lo que pasara, contra un hombre en un tejado con un rifle, sus revólveres no tenían nada que hacer. Esperaba que el sheriff ya se hubiera decidido y tuviese buena puntería, si no, estaba listo.
Justo cuando estaba en mitad de la calle, un hombre se irguió en el tejado de la mansión y apuntó su rifle contra él. John miró a la muerte, cara a cara, pero esta pasó de largo, como muchas otras veces lo había hecho en su vida; "tuerto" Donegan utilizó bien su único ojo y realizó un tiro perfecto. El hombre de Davenport soltó un rifle, se agarró el pecho y cayó a la calle con un ruido sordo.
En ese momento echó a correr y en menos de diez segundos estaba a la puerta de la mansión. Como esperaba, dentro de la casa oyeron el disparo de Donegan y creyendo que era él el que había caído, uno de los hombres del coronel abrió la puerta y salió a echar un vistazo.
A pesar de que iba con el revólver amartillado, no tuvo ninguna oportunidad. Antes de que supiese lo que pasaba, Rusty recibió un tiro en la sien y se desplomó en el mismo umbral impidiendo que la puerta se cerrase.
Sin pensárselo dos veces y aprovechando la conmoción, entró en el recibidor donde otros dos hombres sacaban sus armas apresuradamente. Lanzándose al suelo para evitar las balas de los dos adversarios y disparando los dos revólveres a la vez que rodaba sobre sí mismo, los despachó con varios tiros al pecho de ambos.
Cuando se volvió a erguir, se acercó y le dio un par de patadas a los cuerpos para asegurarse de que estaban bien muertos. Se cubrió tras una de las columnas y recargó sus armas. Dio una última calada al cigarrillo y lo tiró al inmaculado suelo.
Coronel Davenport
Cuando oyó el disparo de rifle sonrió pensando que O´Connor había hecho su trabajo y aquel hijo de perra había dejado de ser un problema. Durante un instante se dedicó a planear lo que pasaría a continuación, pero un segundo disparo de revólver le alertó y los sonidos de un tiroteo dentro de la propia mansión le dieron muy mala espina.
Reaccionando con rapidez fue a la habitación contigua. Esta vez no había hecho falta atarla. Rusty no había sido precisamente considerado y el puñetazo la había dejado totalmente inconsciente. Un par de sirvientes se habían encargado de ponerle un camisón y llevarla escaleras arriba.
Tenía que reconocer que era una mujer formidable. —pensó mientras se tocaba con un gesto de dolor los dos prominentes chichones que tenía justo por encima de la sien— Hermosa, inteligente, salvaje... Era una verdadera pena que tuviese que morir. Un verdadero despilfarro.
Agachándose tiró de ella para ponerla en pie y la despertó con un par de bofetones. La mujer se estremeció al sentir el impacto de sus manos en una mandíbula ya hinchada por el golpe de Rusty.
—Vamos cariño. —dijo tirando de ella hacia su despacho— Luego tendremos una charla sobre cómo debe comportarse una buena puta. Pero ahora tengo preocupaciones más urgentes. —añadió haciendo señas a los dos hombres que tenía a la puerta para que estuviesen preparados antes de cerrar la puerta de su despacho.
John Strange
Solo quedaban dos hombres y probablemente estarían custodiando la puerta de Davenport. Subió las escaleras procurando hacer el menor ruido posible y se apostó en la esquina que daba al pasillo donde Davenport tenía la oficina.
Asomó la cabeza y la retiró rápidamente antes de que una lluvia de balas se clavase en la pared levantando una nube de yeso. Sujetando los revólveres con firmeza, respiró hondo y se lanzó al pasillo intercambiando balas con los dos hombres de Davenport que quedaban. Una bala le rozó el muslo y otra hizo un profundo surco en su hombro izquierdo, pero las primeras balas de John se alojaron en el pecho de los dos hombres derribándolos y acabando el tiroteo en pocos segundos.
Coronel Davenport
Sus hombres tenían órdenes de anunciarle cuando Strange cayera abatido. Los tiros tras la puerta y el silencio subsiguiente no le dejaron lugar a dudas. Con rapidez sacó su revólver y cogiendo a Suzanne por el pelo la obligó a girarse en dirección a la puerta. Abrazándola por el cuello y colocando el cañón del revólver sobre su sien esperó la entrada del forastero.
Sintió el cuerpo cálido de la mujer temblar de terror y eso le provocó una enorme erección. A pesar de que los chichones seguían latiéndole dolorosamente, una oleada de lujuria recorrió todo su cuerpo. El coronel atrajo el frágil cuerpo un poco más hacia él, procurando que la joven notase lo que le esperaba cuando terminase con el forastero. Esta vez aquella furcia no tendría oportunidad de jugársela de nuevo.
Frotó contra ella su erección y esperó. Deseaba que apareciese de una vez aquel hijo de perra para matarlo y luego follarse a aquella furcia de una puta vez, con el cadáver de su hombre aun caliente estremeciéndose a su lado.
Alguien disparó a la cerradura de su despacho volándola en pedazos. La puerta se abrió y una sombra apareció en el umbral. Davenport no se lo pensó y apretó el gatillo. Afortunadamente no vació el tambor del revólver ya que la figura era el cuerpo muerto de uno de sus hombres con el que el forastero se había escudado.
Inmediatamente, el coronel volvió a acercar el revólver a la sien de la joven mientras John soltaba el cuerpo de Maddock y le apuntaba con sus dos Colts.
—Buenas noches, Strange, te estábamos esperando.
—Hola, coronel. ¿Cómo va eso? —preguntó el forastero guardando los revólveres en la pistolera para evitar que el coronel se pusiese nervioso y disparase a Suzanne.
—Bien, bien. De hecho me estoy divirtiendo. Has demostrado ser un hombre con recursos. No hay muchas personas con esa capacidad de matar. Con gusto te contrataría, pero la verdad es que llevaba tanto tiempo con estos hombres que uno termina por cogerles cariño, así que tendré que matarte, es una cuestión de prestigio.
—Lo entiendo.
—Sí, lo imagino, pero yo no. ¿Podrías explicarme por qué la has tomado conmigo? Por lo que he averiguado de Suzanne es algo relacionado con tu familia, pero no recuerdo. ¡Hace tanto tiempo de eso! ¿Podrías refrescarme la memoria?
—Tú no sabes quién soy, pero yo sí sé perfectamente quién eres tú, hijo de puta. —respondió el forastero— Al principio de la guerra yo solo era un granjero en Luisiana que había rechazado el reclutamiento. Un día fui a Charlotte, a vender parte de mi cosecha y cuando volví encontré mi casa ardiendo y mis animales muertos, cuando pude acercarme a los restos, a la mañana siguiente, descubrí a mi mujer y a mi hijo atados a sendas sillas con alambre de espino y totalmente carbonizados. Al preguntar por los alrededores, unos vecinos me dijeron que habíais sido vosotros.
—Sé que no te servirá de consuelo, pero no era nada personal... —replicó el coronel sujetando con fuerza a una Suzanne que no paraba de revolverse.
—Para mí sí lo es. Aquel mismo día me apunté como explorador en el ejercito confederado y os he perseguido por todo el continente hasta que os he encontrado en este agujero. Ahora vas a pagar por todo lo que has hecho.
—No te atreverás, mataré a esta furcia. —dijo Davenport pegándose al cuerpo de la joven para hacer más difícil la puntería del forastero.
John no respondió y miró a los ojos de Suzanne, no sabía por qué, pero la mujer se había calmado y con sus ojos le decía que confiaba totalmente en él.
En ese momento, Davenport separó el arma de la sien de Suzanne y apuntó a la cabeza de John, pero este le estaba esperando y como un relámpago sacó la pistola de la cartuchera y disparando desde la cadera le descerrajó dos tiros entre los ojos, satisfecho al ver que Suzanne estaba ilesa, pero lamentando no poder hacer aullar de dolor a aquel cabrón durante días antes de acabar con él.
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.