Redencion XII
Esta letrina putrefacta es toda mía y en ella solo se cumple mi voluntad.le susurró al oído tirando con fuerza de botones y corchetes hasta que el vestido de luto cayó a sus pies.
John Strange
Dormía, pero su sueño era superficial e inquieto. Los medicamentos de Jenkins le habían ayudado a salir de un infierno de pesadillas febriles. En aquellas veinticuatro horas había experimentado la muerte de su familia más veces de las que podía recordar. En algunas de ellas se veía rodeado por las llamas con su mujer y su hijo, para a continuación escapar de ellas y observar con un terrible sentimiento de culpa como ellos se consumían.
A lo que se había negado era a tomar el láudano. Una y otra vez había rechazado la cucharada que le ofrecía Xiaomei. Durante la guerra se había utilizado aquel producto a discreción y había podido ver el efecto que producía en los pacientes que tras unas pocas tomas se convertían en adictos sin cerebro, solo preocupados por la siguiente cucharada, aquella cucharada que les ayudaba a olvidar el dolor y la culpa. Él no quería olvidar. No quería apagar el dolor ni la culpa.
Aquel cabrón fue tan sigiloso que solo se dio cuenta cuando tuvo aquellas enormes manos apretadas en torno a su garganta. John intentó apartarlas mientras pugnaba por respirar, pero eran como cepos y se encontraba demasiado débil para pelear.
Cuando se acordó del arma ya era demasiado tarde para hacer nada, unos puntos negros crecían en sus ojos y estaba a punto de perder el conocimiento.
De todas maneras su mano rebuscó bajo la almohada. En ese momento, Xiaomei, que había estado sentada en el sofá, velando su sueño, se despertó y como una exhalación se lanzó sobre Gunnar mordiendo y arañando como una tigresa.
Gunnar no se dejó sorprender, pero tuvo que soltarle un momento para coger a la chica y lanzarla contra la pared. Era lo único que necesitaba. Cogiendo una larga bocanada de delicioso aire y mientras dejaba que Gunnar volviese a coger su cuello sin oponer resistencia, finalmente dio con la doble derringer que había escondido bajo la almohada y sin darle tiempo a reaccionar apoyó el cañón en el ojo izquierdo de Gunnar y descargó los dos cañones.
Con las manos aun en su cuello sintió las pequeñas balas rebotar en el cerebro de Gunnar hasta que este cayó de la cama muerto.
Tosiendo y boqueando encendió una lámpara y se acercó renqueando a Xiaomei. Había dado contra la pared y había caído boca abajo. Milagrosamente no se había roto nada y solo estaba inconsciente. Pesaba tan poco, que pudo arreglárselas para cogerla en brazos y llevarla a la cama. Agotado por el esfuerzo y aun jadeante trepó él también al lecho y se quedó inmediatamente dormido, preguntándose por qué estaba allí Xiaomei en vez de Suzanne.
Sheriff Donegan
Aquella noche no podía dormir, ni siquiera con la ayuda del whisky. Había bebido más de media botella y estaba severamente borracho, pero la inconsciencia y el olvido se resistían en llegar.
Consciente de los planes de Davenport había decidido no ir al funeral, pero el no haber estado allí no le hacía sentirse menos culpable que si hubiese sido él el que hubiese encañonado a la madame.
Alguno de los presentes en el funeral se había acercado para contarle lo que había pasado e incluso el hijo del predicador había intentado denunciar al coronel por la muerte de su padre. Con el corazón roto le dijo al chico que se fuera, que él, ni podía, ni pensaba hacer nada. Lo que más le había dolido fue la mirada del chico al escuchar sus palabras, no fue una mirada de ira o de odio sino una mezcla de comprensión desesperada, como si fuera aquel chico el que estuviese consolándole por aquella insoportable sensación de impotencia.
Con un rugido estrelló la botella contra la pared. Sollozando cogió su placa, el signo de su autoridad en aquel lugar y la sopesó entre sus manos. No se le ocurría nadie menos merecedor de ella. La dejó sobre la mesa y sacó el revólver de su cartuchera, apoyando el cañón sobre su frente. Con un gesto torpe, retrasó el percutor y colocó el dedo pulgar en el gatillo, listo para acabar con aquella vida torpe e inútil.
—¿Qué demonios haces, Donegan? —preguntó Jenkins entrando en la habitación, justo cuando empezaba a presionar el gatillo.
—Está vida es una mierda, yo soy una mierda. Voy a librar a este mundo de mi presencia. —respondió Donegan lloriqueando.
—Y eso ¿En que ayudaría? —le increpó el doctor levantando la voz.
—Yo... El chico... —balbució Donegan— Vino a mí buscando ayuda y yo, yo... le dije que se fuera. Miré a los ojos a aquel chico y le dije que no iba a hacer nada para que su padre recibiese justicia. No merezco vivir.
—Deja de lloriquear y aparta ese trasto de tu frente. Si aun te queda decencia, tuerto de mierda, cogerías esa chapa y la volverías a poner en tu pecho. Esto aun no ha acabado y quizás tengas la oportunidad de redimirte. De la única forma que no servirás a nadie es muerto.
—¿Servir? Yo nunca he servido a nadie ni para nada.
—Te lo repito. De la forma que no servirás a nadie es muerto, eso te lo garantizo. Además, te juro por mi madre que si aprietas ese gatillo no te entierro. Dejó que te pudras y revientes al sol. Disfrutaré viendo cómo las cornejas te arrancan los ojos.
El sheriff miró a aquel hombre. Jamás había visto a Jenkins enfadado y eso lo hacía aun más formidable. Sintió como su determinación flaqueaba y finalmente, con las lágrimas rodando por sus mejillas apartó el arma de su frente y desamartilló el arma.
—Eso está mejor. Ahora bebamos bourbon y comamos algo de cecina. —añadió el doctor— Quizás tengas pronto la oportunidad de demostrar tu valor. El chico está bien. Está con nosotros y no es tonto. Sabe perfectamente que no puedes hacer nada por su padre en este momento. No te echa la culpa de lo que ha pasado.
El sheriff miró a Jenkis. Aquel hombre sabía algo, probablemente relacionado con el forastero. Estuvo a punto de preguntarle, pero la botella que traía el doctor con él desvió su atención y acercó el vaso para llenarlo con la esperanza de que aquel trago le ayudase a olvidar.
John Strange
Cuando despertó, Xiaomei dormía tranquilamente a su lado. Al parecer las chicas estaban tan aterradas que no se habían atrevido a asomarse para ver qué había ocurrido. Tras mirar a su alrededor se incorporó en la cama. Se sentía mucho mejor. La fiebre había bajado, y el dolor de sus tripas se había vuelto casi soportable.
Con extremo cuidado se sentó en el borde de la cama y probó a levantarse. Una leve sensación de vértigo le obligó a apoyarse en la cama unos instantes. Finalmente se recobró y rodeando el cadáver de Gunnar se dirigió a la ventana y la abrió de par en par para eliminar el olor a pólvora y muerte que dominaba la estancia.
La luz de la mañana, entrando a raudales en la estancia, le deslumbró. Aun le dolía el cuello. Aquel cabrón había estado a punto de estrangularle. Carraspeó y lanzó un gargajo por la ventana.
Cuando se dio la vuelta vio que Xiaomei también había despertado y le observaba con aquellos ojos fríos e inexpresivos.
—¿Qué tal te encuentras? —le preguntó.
—Me duele la cabeza horrores. ¿Qué diablos pasó?
—Que me salvaste la vida. Gracias a tu ataque, Gunnar se despistó y yo pude llegar a mi derringer, pero ese cabrón te lanzó por el aire y tuviste una mala caída. Menos mal que las chinas sois de goma. —dijo recordando la flexibilidad que había demostrado la mujer en la cama.
Xiaomei soltó un bufido, pero no dijo nada. A continuación se asomó por el borde de la cama para ver el cadáver de Gunnar que yacía boca arriba con un hilillo de sangre coagulada asomando de su ojo destrozado.
—Por lo menos no hay mucha sangre que limpiar. —señaló la prostituta.
—Es lo que tienen las derringer si las sabes utilizar. Las balas llevan tan poca fuerza que rebotan por dentro del cráneo. Limpio y efectivo. —replicó él dando una patada al muerto que respondió soltando una larga ventosidad.
—Buf, no vuelvas a hacer eso o moriremos asfixiados. ¿Qué vamos a hacer con él?
—Si fuese por mí lo tiraría por la ventana y lo taparía con un motón de estiércol. —respondió— Pero será mejor esconderlo en algún armario, hasta que esto acabe. Ahora busca a Suzanne y a las chicas para que me ayuden a trasladarlo.
La cara de la joven se ensombreció de inmediato. No hicieron falta palabras. Suzanne estaba secuestrada o muerta. Una angustia como no había sentido desde hacía mucho tiempo lo asaltó. El par de segundos que la prostituta tardó en decirle que Gunnar había dejado que Davenport la raptase le parecieron eternos.
Aun estaba viva. Era todo lo que necesitaba saber. Un alivio inmenso recorrió su cuerpo hasta el punto que se tuvo que apoyar en la ventana para no caer. Quisiese reconocerlo o no, amaba a aquella mujer.
—Bien, ¿Y ahora qué? —insistió Xiaomei.
—Llama a las chicas, hay que encargarse de Gunnar.
—¿Y no vas a hacer nada por Suzanne? —preguntó la joven en tono desdeñoso.
—Claro que sí, pero no es el momento. Aun no estoy suficientemente recuperado.
—¿Y si la mata?
—Si la hubiese querido muerta, la hubiese asesinado delante de todo el mundo. La necesita. Es su seguro contra mí. Esperará a que yo vaya a rescatarla.
La prostituta achicó a un más los ojos e hizo un gesto de disconformidad, pero sabía que él era la única oportunidad que tenía su jefa y salió de la habitación dando un portazo.
Se vistió con dificultad, disfrutando de cada punzada de dolor. Eso quería decir que seguía vivo. Cuando se hubo ajustado las cartucheras y sintió el tranquilizador peso de sus revólveres se sintió mejor. Pocos segundos después llegaron las chicas. Sus ojos iban de él a Gunnar y de nuevo a él. No podían creer que aquel hijo de perra las hubiese traicionado.
Tras darles un par de minutos más para que lo digiriesen, cogió a Gunnar por un brazo y ordenó a Betsy y a Corina que le ayudasen. A rastras sacaron el cadáver y cuando llegaron a las escaleras lo dejaron caer.
Todos disfrutaron viendo como el cuerpo de Gunnar rodaba, se rompía y se desencajaba. Ignorando las quejas de Big Mama, vaciaron una de las alacenas y metieron el cadáver de Gunnar dentro.
Cuando terminaron se reunieron en la barra y esta vez fue Betsy la que le interpeló:
—¿Y ahora qué?
—Ahora mantendremos cerrado el saloon y nadie saldrá de aquí bajo ninguna circunstancia. —respondió el forastero cogiendo una botella de detrás de la barra y bebiendo un largo trago.
—¿Y nada más? ¿Vamos a dejar a Suzanne en manos de ese cerdo? ¿No vamos a hacer nada? —preguntó Xiaomei a pesar de que él ya se lo había explicado.
—Aun no es el momento.
—¡No es el momento! ¡No es el momento! —replicó Corina— Esa es la excusa de un cobarde. Suzanne no durará ni un día más. Si yo fuese un hombre, iría inmediatamente a ver a Davenport.
—Afortunadamente no lo eres, si no, no tardarías en morir. —le espetó él.
—¿Y eso es todo? ¿No vas a hacer nada por ella? ¿Es que no tienes corazón? —continuó Corina sin darle tregua.
—¡Claro que lo tengo! —bramó John harto de dar explicaciones— No hay nadie que deseé más que vuestra jefa vuelva a aquí sana y salva. La sola idea de que... Ese hijo de puta la tenga en su poder me produce... náuseas. —dijo apretando los puños impotente— Pero nada le gustaría más a ese hijo de perra que me presentase ante él debilitado en un inútil intento de rescate.
—No os voy a mentir. —continuó— Suzanne no lo va a pasar bien, pero sobrevivirá porque el coronel aun la necesita. La necesita para convenceros de que os quedéis, la necesita para matarme.
Las mujeres le miraron con desconfianza. No estaban del todo convencidas de sus palabras. Le dio otro trago a la botella y continuó:
—Ahora necesito tiempo. Idos a vuestras habitaciones. No quiero a nadie revoloteando.
Las chicas refunfuñaron y le insultaron, pero sabían que no iban a hacerle cambiar de opinión, así que lentamente desfilaron escaleras arriba.
Suspirando, se sentó en una mesa con la única compañía de la botella. Las imágenes de su mujer y su hijo carbonizados le asaltaban y se mezclaban con las de Suzanne inerte en medio de un gran charco de sangre cada vez que cerraba los ojos.
Desde que se había enterado del secuestro de Suzanne, había intentado convencerse a sí mismo que una puta más o menos en este mundo no importaba. Qué lo único que importaba era la venganza. Pero en el fondo sabía que se estaba mintiendo a sí mismo. Nunca había conocido a una mujer tan bella y segura de sí misma. Había estado engañándose, autoconvenciéndose de que su única misión era la venganza y ahora se daba cuenta de que el destino le había traído hasta allí para conocerla, no para matar a Davenport.
Esperando que todo lo que había dicho a las chicas fuera cierto, bebió otro trago, dispuesto a emborracharse hasta quedar inconsciente, ahogando la intensa sensación de impotencia que le embargaba en alcohol.
Coronel Davenport
Lo malo de no conocer a tu enemigo es que no sabes cómo va a reaccionar y aquello no le gustaba. Había dado por hecho que aquel gusano acudiría corriendo para salvar a aquella furcia, pero se lo estaba tomando con calma. Ya había pasado más de un día y no había dado señales de vida. No era tonto. El sabía que no mataría a Suzanne mientras el siguiese vivo, así que esperaba, generando una guerra de nervios. Pero en el fondo ambos sabían que el forastero tendría que acudir más temprano que tarde.
Se levanto del sillón y miró por la ventana. El sol iluminaba con crudeza las calles desiertas. Observó los edificios de madera, las barracas con techos de chapa y un poco más allá, las tiendas de campaña, apiñadas sin orden ni concierto, al lado del río, cerca del oro. Esa era su ciudad y una furcia y un vagabundo harapiento no se la iban a arrebatar.
Con un gesto de disgusto salió del despacho y se dirigió a la puerta que tenía a su derecha.
Suzanne estaba atada a una incómoda silla de madera; las muñecas a los reposabrazos y los tobillos a las patas de la silla. Así había permanecido las últimas veinticuatro horas. Solo la habían dejado abandonar aquel asiento para hacer sus necesidades tres veces al día. Todo aquello no era necesario. Era imposible que aquella puta pudiese escapar de allí sola, pero disfrutaba observando su sufrimiento y como se esforzaba por ocultarlo.
—¿Estás cómoda? —preguntó Davenport.
—La verdad es que no me puedo quejar. El asiento es un poco duro, quizás tu cabeza separada del resto de tu cuerpo sería un buen cojín.
No lo pudo evitar. Soltó una carcajada. Aquella mujer tenía redaños. Es una lástima que tuviese que matarla. Si hubiese aceptado su oferta de asociarse con ella, hubiesen podido llegar muy lejos juntos.
—Lo lamento, pero no pensaba que tu caballero de brillante armadura fuese a tardar tanto en cruzar la calle. Quizás haya decidido que no mereces la pena y este ya camino de ninguna parte.
—Tranquilo, vendrá. No por mí, sino por ti. —afirmó ella sin asomo de dudas.
Aquella afirmación le tranquilizó y le inquietó a la vez. Quizás había cometido un error de cálculo y aquella furcia no le interesaba.
—Si eso es cierto, tú no me sirves de nada. —replicó cogiéndola por la barbilla— Quizás debería matarte.
Para subrayar esas últimas palabras envolvió aquel delicado cuello con su manaza y comenzó a apretar. La chica aguantó sin una sola palabra. Su cuerpo se debatía ligeramente, buscando aire, pero ella se mantuvo firme hasta que la soltó.
Suzanne jadeó y tosió. Si las miradas matasen, ya estaría frito. Se apartó un instante y la miró de nuevo antes de que decidiese cambiar de táctica.
—Mis chicos me han dicho que no follas con nadie, quizás ese sea tu problema. Necesitas desesperadamente un rabo. Supongo que deseas que el siguiente en entrar en ese chochito sea ese vagabundo, pero bueno, dado que parece que no se va a dignar a venir vas a tener que conformarte conmigo.
Inclinándose sobre ella acarició su cabellera roja y espléndida. Ella intentó revolverse y morderle. Ignorándola se acercó un poco más y le chupó el lóbulo de la oreja. Con placer observó como la mujer se revolvía y con una sonrisa le lamió el resto de la oreja y le metió la lengua por el conducto auditivo.
Suzanne no pudo evitar estremecerse así que sin dejar de besar y lamer su cuello y su barbilla deslizó su mano por el vestido de seda y la coló por debajo de la falda. Con deliberada lentitud bajó la cintura de las enaguas.
Cuando sintió el contacto de sus dedos en el pubis, la mujer intentó cerrar las piernas pero las ligaduras se lo impedían.
Mirándola a los ojos, intentando no perderse ninguno de sus gestos, la penetró poco a poco con sus dedos. Su reacción no era la que esperaba. Aquella puta sonrió justo antes de mearse encima.
—¡Uf! No sabes cómo lo necesitaba. —dijo fingiendo estar aliviada— Estaba a punto de reventar.
Madame Suzanne
La reacción de aquel hijo de perra fue fulminante. Con la enorme mano aun empapada con su orina le dio un bofetón con tal fuerza que hizo que la silla se ladease. Aturdida no pudo hacer nada para evitar que la silla cayese de lado y golpease la cabeza contra el suelo.
El mundo que la rodeaba fue sustituido por una nube de dolor. Notaba un intenso ardor en el pómulo y el golpe en la cabeza había sido tan fuerte que le faltó poco para perder el sentido. Un doloroso tirón de pelo lo impidió.
Con los ojos desorbitados vio como el coronel sacaba a un cuchillo de una funda al lado del cinturón y se lo acercaba a la cara.
—¿Nunca te han enseñado educación? Quizás debería marcar esa cara tan bonita. Así aprenderías a tener un poco de respeto. ¿Le gustarás a ese pistolero con una cicatriz atravesando tu cara?
Ella se limitó a mirar al frente como si el coronel fuese transparente, tratando de disimular el terror que sentía. Conocía al coronel lo suficiente como para saber que nunca amenazaba en vano. Pero estaba cansada y le dolía todo el cuerpo después de llevar más de veinticuatro horas atada a una silla en aquella cochambrosa habitación y cuando aquellas manos se introdujeron en su sexo no pudo evitar orinarse en ellas aunque sabía que era una estupidez.
La hoja llegó a rozar su cara pero Davenport se contentó con hacer brotar una pequeña lágrima de sangre antes de de apartar el cuchillo para cortarle las ligaduras que le ataban a la silla y obligarla a levantarse.
Aun atontada por los golpes pugnó por mantenerse recta, mirando al frente mientras intentaba recomponer un poco sus ropas.
—¿Sabes que esto podía haber sido muy diferente? —dijo él observándola atentamente.
—En efecto, podrías haberme dejado en paz y hubiésemos sido vecinos amigables y respetuosos.
Ella lo miró y no pudo evitar una mueca de escepticismo.
—Podríamos haber sido socios.
—Sí, déjame adivinar. Yo me abría de piernas y tú te llevabas el oro. —replicó ella— Déjalo, no lograrás hacerme pensar que la culpa es mía. La culpa de que este lugar sea una letrina putrefacta es solo tuya.
Davenport frunció el ceño y la siguió observando. Ella aguantó con la cabeza dándole vueltas y la mejilla ardiendo.
Estaba cansada. Desde que la raptaron, la habían encerrado en aquella habitación cochambrosa con aquel colchón mohoso que le habían impedido tocar. Apenas la había dado de comer y beber y solo la habían dejado levantarse de la silla para hacer sus necesidades en un orinal de porcelana, mientras sus guardianes observaban y se reían. A pesar de que sabía que el forastero necesitaba tiempo para recuperarse, no cesaba de preguntarse cuando vendría a por ella.
Anhelaba aquel encuentro tanto como lo temía. Vendría por ella o solo por afán de venganza. La rescataría o solo la utilizaría. Las horas pasaban lentamente y no paraba de darle vueltas a aquellos pensamientos una y otra vez.
La enorme figura del coronel se acercó a ella sacándola de sus pensamientos. Le miró a los ojos y vio crueldad y deseo. Había visto esa expresión en la cara de muchos hombres, sabía lo que le esperaba a continuación.
El coronel acarició suavemente su melena cobriza antes de tirar de ella y obligarle a inclinar la cabeza.
— Esta letrina putrefacta es toda mía y en ella solo se cumple mi voluntad.—le susurró al oído tirando con fuerza de botones y corchetes hasta que el vestido de luto cayó a sus pies.
Davenport observó cómo sus enaguas húmedas se pegaban a su pubis revelando una pequeña mata de pelo rojo cuidadosamente arreglada. Con una mueca de lujuria. Deslizó de nuevo su manaza por dentro de la prenda y la manoseó y la exploró a placer.
No era la primera vez que un hombre hacía aquello, así que no le costó demasiado contener el asco que le causaba tener aquellas manazas dentro de su cuerpo mientras la lengua del coronel exploraba su oreja y le lamía la mejilla tumefacta.
Sabía que lo más inteligente era dejar que hiciese lo que quisiese y tratar de que acabase lo antes posible, pero la sangre escocesa que corría por sus venas se rebeló.
De un empujón separó al coronel. Este, que en principio no entendió la razón, pero una sonrisa lasciva le paró en seco. Con suavidad le obligó a sentarse en la silla y alejándose un par de metros se plantó frente a él. A pesar del paso del tiempo, seguía ejerciendo el mismo efecto sobre los hombres.
Separó un poco las piernas y le miró a los ojos mientras abría ligeramente la boca y se mordía el dedo índice con suavidad, inclinándose ligeramente para que el coronel tuviese una buena panorámica de su busto apretado por el corsé.
Sin dejar de sonreír se deshizo de las enaguas húmedas. Satisfecha sintió la mirada avariciosa que Davenport lanzaba a su entrepierna. Sonrió y giró sobre sí misma, mostrándole su culo y dejando que su melena llameante volase a su alrededor. Se acercó al hombre y se sentó a horcajadas sobre su regazo, moviendo lentamente sus caderas.
Coronel Davenport
El súbito cambio de actitud de la mujer le sorprendió, pero la sola visión de aquel cuerpo enloquecedor acercarse le hizo olvidar todas precaución. Un intenso aroma a lilas, le rodeó cuando la joven se sentó sobre él. La erección fue casi inmediata y ella al percibirlo comenzó a moverse por encima de ella.
Suzanne, adivinando todos sus deseos retrasó sus manos y se aflojó el corsé que cedió ante la pujanza de sus pechos. El coronel sacó uno de ellos de su prisión. Era grande y cremoso, con un pezón grande que apenas se distinguía de la rosada areola y que cuando lo chupó se inflamó hasta tomar el aspecto de una deliciosa fresa.
Suzanne inclinó el torso de forma que su cabeza quedo enredada en una maraña de tirabuzones rojos. Sentía que no había deseado a nadie tanto en su vida. Comparadas con aquella mujer el resto de las putas eran ... basura.
Sabía que Suzanne no había cambiado de opinión sobre él. Seguía despreciándole y sabía que esa actitud era una impostura, pero no podía evitar sentirse atraído y excitado por su presencia.
Deseando demostrar que aun era un hombre joven, se levantó de la silla con ella encima sin dejar de chupar y mordisquear aquel pezón, con la puta gimiendo enroscada en torno a su cintura.
Con un suave empujón Suzanne se separó y comenzó a librarse del corsé con lentitud acariciando su cuerpo al tiempo que se lo quitaba. Con una sonrisa fría e inalcanzable, le desabotonó los pantalones y sacó de ellos su verga. Satisfecho vio su momentánea sorpresa de la joven al ver el tamaño y el grosor de su miembro, pero fue solo un instante, porque inmediatamente se arrodilló y comenzó a lamerlo con suavidad.
La sensación de placer fue indescriptible. Solo su fuerza de voluntad impidió que se corriese inmediatamente. Suzanne sonrió de nuevo y sujetando la base con una mano, se metió la punta de su polla en la boca.
Apartándole el cabello, observó como la fulana abría todo lo que podía sus mandíbulas para acoger su glande. Durante un instante se le pasó por la cabeza que aquella puta pudiese morderle y colocó sus manos alrededor de su cabeza dispuesto a actuar ante cualquier indicio de violencia, pero ella pareció ignorarlo y le chupó el glande mientras le pajeaba la parte de la polla que asomaba de su boca.
A punto de reventar, la apartó de un tirón. Suzanne se incorporó y con la saliva colgando de sus labios se irguió mirándole con desdén. La visión de aquel cuerpo pálido y espectacular con los pezones inflamados y aquel rastrojo ardiente entre sus piernas le hicieron desear que todo aquello hubiese transcurrido de otra manera. Cogiéndola por el cuello la dio un beso salvaje y la obligó a darse la vuelta.
Impaciente, cogió su polla y doblando ligeramente las rodillas la penetró. Su polla resbaló dilatando aquel delicioso coño hasta hacer tope en el fondo. Suzanne soltó un leve quejido y se agarró a la pared para no perder el equilibrio.
Deslizando las manos hacia delante se agarró a sus pechos y le propinó una serie de salvajes empujones. Ella, inerme, se dedicaba a agarrarse a la pared, estirando sus piernas todo lo que podía, intentando inútilmente mantener el contacto con el suelo.
Dominado por un deseo incontenible la cogió por la cintura y la puso a cuatro patas sobre el colchón. Suzanne emitió un leve quejido y su cuerpo se estremeció al sentir el peso de su cuerpo sobre ella. Ardiendo de deseo se inclinó cubriendo aquel delicado cuerpo con su humanidad y haciéndolo desaparecer bajo sus empujones.
Nunca había sentido nada parecido. Quizás cambiase de opinión y no la matase. Probablemente eso era lo que estaba intentando con aquel despliegue.
Con un último empujón, se corrió llenando las entrañas de la joven con su semilla. Se dejó caer de lado, pensando que todo había acabado, pero Suzanne lo aprovechó y se giró para quedar encima de él. Aun de espaldas, colocó sus piernas a ambos lados de las suyas y apoyando las puntas de sus pies en el colchón comenzó a elevar y bajar sus caderas sobre su polla, que no tardó en volver a estar tan dura como una roca.
Sin poder evitar gemir roncamente, acarició aquellos muslos tensos por el esfuerzo y deslizó sus dedos entre sus ellos acariciando el clítoris de la joven, totalmente expuesto, con suavidad. Tras unos minutos se derrumbó sobre él jadeando y cubierta de sudor.
Hizo el amago de tomar la iniciativa, pero ella se lo impidió. Dándose la vuelta se sentó a horcajadas sobre su pubis y se frotó contra su polla como una gata en celo antes de cogerla y dirigirla a su ano.
Suzanne emitió un largo gemido cuando su enorme herramienta superó la resistencia del delicado esfínter y se deslizó por sus entrañas. Por primera vez Davenport cerró los ojos para disfrutar plenamente de aquella oleada de sensaciones. Y entonces aquella puta actuó.
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.