Redencion XI
¡Deteneos, impíos! ¡Estáis en terreno sagrado! En ese mismo instante se dio cuenta de su error. Al mirar a los ojos de Davenport no vio arrepentimiento, solo encontró un vacio aterrador.
Quinta parte: Quien mata a un cabrón, tiene cien años de perdón
Reverendo Blame
El doctor Jenkins tenía que haber trabajado como un esclavo para preparar todos aquellos cadáveres y tenerlos listos en poco más de veinticuatro horas. El sol era una gran bola anaranjada que se ocultaba en el horizonte raso, difuminada por el aire caliente que se elevaba de la arrasada planicie.
Aquel altozano barrido por el viento, donde apenas se habían reunido unos cuantos vecinos amedrentados, era el único lugar sagrado de aquel desgraciado lugar, así que cuando los hombres de Davenport flanquearon a Suzanne y a Gunnar, el reverendo no pudo evitar un gesto de disgusto.
Lanzando una severa mirada al coronel, comenzó el rito, ungió los cadáveres y tras un teatral silencio comenzó el sermón. Fue una pena, aquel día estaba realmente inspirado y su sermón hubiese causado sensación en una bonita iglesia llena de fervientes feligreses, pero ante él estaban una banda de asesinos irredentos y unos pocos ciudadanos que habían acudido, más por miedo al coronel, que por temor a Dios. Solo su hijo, mirándole con los ojos bien abiertos, entendía la trascendencia del mensaje que les estaba comunicando.
Miró a Davenport y le recordó que el camino era el perdón y la misericordia. Davenport sonrió y apoyó las manos en las cachas de sus revólveres. Nunca había sentido una mirada de desprecio semejante.
El no era ningún minero analfabeto. Mantuvo su mirada acusadora en él y le culpó de ser uno de los causantes de que aquella ciudad estuviese sumida en el caos. Cuando terminó, el silencio se enseñoreó del lugar unas instantes hasta que el coronel, con una estentórea carcajada, lo rompió.
Con una señal, aquel pérfido les indicó a los hombres que le acompañaran llevándose a Suzanne. La madame lanzó una mirada desesperada a Gunnar, pidiendo su ayuda, pero este, con una sonrisa torcida, miró al coronel, se llevó la mano al ala del sombrero y dio un paso atrás dejando que se llevasen a la joven, aterrada, sin oponer ninguna resistencia.
Aquella muestra de deslealtad, hizo que al reverendo le hirviese la sangre. Era verdad que Suzanne no era más que una pecadora que vendía su cuerpo al mejor postor, pero no estaba dispuesto que nadie profanase el único lugar sagrado del pueblo con un acto de vileza semejante.
—¡Alto! —les interpeló— Esto es un lugar sagrado, no podéis llevaros a esa mujer contra su voluntad.
—Esta asquerosa furcia es cómplice del asesino de más de una docena de mis hombres y me la llevo para interrogarla y hacerle saber que en esta ciudad también se paga por los delitos cometidos. —replicó el coronel.
No podía permitirlo, si lo hacía, sus sermones serían palabras huecas, así que se puso frente al grupo e interrumpió su camino con una mano en alto.
—¡Deteneos, impíos! ¡Estáis en terreno sagrado!
En ese mismo instante se dio cuenta de su error. Al mirar a los ojos de Davenport no vio arrepentimiento, solo encontró un vacio aterrador. Lo último que vio fue el interior del cañón del revólver del Coronel y luego un terrible dolor en el pecho.
Cayó al suelo sintiendo como la vida se le escapaba en forma de un liquido espeso y cálido que empapaba su camisa. Su hijo se acercó corriendo con las lágrimas en los ojos. Elevó un brazo intentando decir unas palabras tranquilizadoras, pero la oscuridad se hacía más intensa a cada latido de su mortecino corazón.
Con un último esfuerzo abrió sus ojos para ver como su hijo se arrodillaba junto a él y rezaba una oración por la salvación de su alma.
Coronel Davenport
Ahora solo tenía que sentarse a esperar. Estaba seguro de que esa zorra era el cebo perfecto para atraer a aquella sabandija y matarla como la chinche que era. Se acomodó en el sillón de su despacho con la joven sentada frente a él, rígida de terror.
—Tranquila, pronto terminara todo. —dijo preparándose un puro mientras la mujer, con la figura de Rusty pegada a sus espaldas le miraba intentando mantener la compostura— Ese gilipollas será hombre muerto en cuestión de horas.
—Eres un ser despreciable. —le espetó ella— ¿Eso es lo que aprendiste en la guerra? ¿A raptar mujeres y a asesinar reverendos? Menudo héroe.
Davenport se levantó con lentitud, se acercó a ella y con su enorme mano le propinó un bofetón tan fuerte que si Rusty no la hubiese sujetado hubiese acabado con la madame en el suelo.
Observando los dedos marcados en la delicada tez de aquella zorra y el fino hilillo de sangre que manaba de su nariz y no pudo evitar sonreír, pero la mujer se irguió y no estaba dispuesta a callar. Suzanne se tocó la nariz y recogió una lágrima de sangre con su dedo, la observó y levantó la cabeza para enfrentarse a él.
—Veo que disfrutas con el sufrimiento de una mujer. ¿También sonreíste cuando mataste a la mujer y al hijo del forastero? —le preguntó ella que tras un día de delirios se había podido hacer una idea de la razón por la que el John se la tenía jurada.
Aquello le sorprendió de veras. Había matado a demasiadas personas durante la guerra como para saber a cuál de ellas se refería la puta, pero todo empezaba a encajar. Había oído rumores durante la guerra sobre una unidad sudista que al mando de un hombre al que había matado a todas su familia. Decían que le perseguía, pero nunca llegó tener ningún contacto con la unidad y lo descartó como un bulo más de los que recorrían el frente.
Con un gesto ordenó a Rusty que se llevase a la mujer y la encerrase. Tenía que pensar. Si era cierto lo que había dicho aquella zorra, el problema era peor de lo que se imaginaba. Ese tipo no tenía más objetivo que él y no le importaba si moría en el intento. Eso le hacía tremendamente peligroso. Aun tenía la baza de Suzanne, pero no sabía hasta que punto le serviría.
Después de matar al reverendo y capturar aquella furcia, poniéndose a todo el pueblo en contra de él, podría ser que la mujer no le sirviese de nada. De todos maneras el plan no hubiese cambiado mucho. Con tan pocos hombres no podía entrar a saco en el saloon y era consciente de que el pistolero tenía que actuar antes de que él pudiera contratar refuerzos. En ambos casos se limitaría a esperar y cuando intentase entrar en su casa lo mataría como a un perro sarnoso.
En cuanto a aquella furcia, a su debido tiempo le daría su merecido. Había que ver la de vueltas que podía dar la vida, en tres días había pasado de cortejar a la joven a tenerla presa e indefensa ante a él. Cuando todo aquello acabase no habría perdón para ella. Mientras tanto quizás se divirtiera un rato.
En adelante, con el reverendo Blame y ella fuera de circulación, aunque todos le odiasen, nadie se atrevería a levantarse de nuevo contra él. Perdición entera sería suya, todos sus habitantes trabajarían para él, para aumentar su fortuna. Incluso le cambiaria el nombre de una vez por el suyo propio. Davenport era un nombre adecuado para una ciudad que viviría bajo la suela de su bota.
Mike Jenkins
Estaba harto de aquella situación. Cordelia intentó convencerle de que le acompañara al entierro, pero había visto tanta muerte y estaba tan extenuado tras preparar los cadáveres de los hombres de Davenport que decidió quedarse en casa... y si Davenport venía a matarlo, pues que viniese. Ya estaba hasta los cojones de tener miedo y como había dicho el sheriff el otro día, mientras se bebían la botella de whisky, aquella ciudad no tardaría en irse al carajo.
Revolvió entre los estantes y descubrió que Cordelia le había escondido todo el alcohol. Se tuvo que conformar con un poco de licor de menta que recetaba frecuentemente como colutorio. Le dio un largo trago dispuesto a pasar la tarde emborrachándose a conciencia cuando entró una de las putas de Suzanne jadeando y con el rostro arrebolado.
—Doctor, tiene que venir. El forastero se encuentra muy mal.
Despegando el morro de la botella cogió el maletín y salió tan apuradamente de la tienda, como su barriga se lo permitió.
Mientras se dirigía al saloon no podía evitar pensar que si era cierto lo que decía aquella chica, aquel pueblo no tenía salvación. Se moriría ahogado en un lago de sangre provocado por la venganza del coronel.
Afortunadamente la gente que no estaba en el funeral, había optado por encerrarse en casa correr cortinas y cerrar contraventanas por miedo al coronel, así que pudo llegar hasta la parte trasera del prostíbulo sin que nadie se diera cuenta.
Tras darse un respiro para tomar aire y beber un trago que le ofreció Betsy con gesto preocupado, cogió su maletín y entró en la habitación del enfermo.
El forastero yacía en la cama, delirando en la penumbra. Ordenó a las chicas que abriesen las ventanas para que entrara la luz y el aire fresco y examinó a John.
Suzanne había hecho un buen trabajo y el apósito y la herida estaban limpios y desinfectados, aun brotaba un poco de líquido seroso, pero este era claro y no muy abundante, por lo que no le preocupó. Era cierto que los labios de la herida estaban enrojecidos y tumefactos pero aquello era normal a esas alturas.
John apenas murmuró unas incoherencias mientras palpaba su vientre. Estaba relajado y no notaba bultos ni durezas que delataran una hemorragia o un absceso. Al auscultarle oyó los burbujeos típicos de un aparato digestivo en funcionamiento. Era cierto que tenía una fiebre muy alta, más de treinta y ocho grados y medio y que tenía el pulso acelerado. Pero todo aquello era una reacción normal del cuerpo después de haber perdido una buena cantidad de sangre y sufrir una larga y dolorosa operación.
Cuando estuvo seguro de su pronóstico, se quitó las gafas y sonrió. Las jóvenes que se habían reunido expectantes y temerosas a su alrededor suspiraron aliviadas cuando les dijo que aquella era una reacción normal al shock que había sufrido el cuerpo y que en un par de días el señor Strange se encontraría mucho mejor.
Después de librarse de los abrazos y los besos de las jovencitas sacó unas píldoras que le ayudarían al forastero a bajar la fiebre y un tónico de su invención a base de hígado de bacalao y cocaína para ayudarle con la recuperación.
Tras repetir varias veces las instrucciones para la administración de los medicamentos, se despidió de las chicas y aceptó agradecido los cuarenta dólares y una botella del mejor bourbon de Kentucky que Suzanne había dejado para él.
Cuando volvió a la tienda, Cordelia le estaba esperando y su cara era mucho más hosca de lo normal. Al principio creyó que le iba a echar una bronca por haber salido de casa durante el funeral. Pero la causa de su enfado era muy diferente.
—¿Has ido a ver al forastero? —preguntó Cordelia.
—Así es. Una falsa alarma. Las chicas se pusieron nerviosas cuando le subió la fiebre, pero todo es normal. En unos días estará de nuevo en pie.
—Espero que no tarde mucho, porque quizás cuando se recupere, sea demasiado tarde. Tenías razón, el coronel es un perro rabioso. En pleno funeral, delante de todo el mundo, ese hijo de puta se ha llevado a Suzanne y a matado al reverendo por intentar interponerse. —dijo su esposa secamente— Me temo que tenías razón. Ese hombre está loco y va a destruirlo todo. Solo ese forastero puede pararlo, espero que no sea demasiado tarde.
Incrédulo observó como los ojos de Cordelia se inundaban de lágrimas. No recordaba cuando aquella mujer había llorado por última vez. Rememorando viejos sentimientos que creía perdidos se acercó a ella y le dio un gran abrazo de oso. La mujer enterró la cabeza en su pecho y sollozó amargamente.
—¿Qué haremos si todo esto sale mal? —preguntó ella— Por una vez creí que este lugar sería el definitivo para instalarnos. Puede que este no sea el lugar perfecto, pero es nuestro hogar. No quiero dejar este pueblo, pero parece estar maldito. Si Davenport continúa aquí, creo que deberíamos irnos.
—Yo también pienso lo mismo. Este no es lugar para personas temerosas de Dios. Esperemos que todo se arregle.
Tras unos segundos su esposa pareció recuperar la compostura y se separó mientras se toqueteaba nerviosamente el moño. Como queriendo decir algo, pero sin saber la forma de hacerlo.
—Desde que he salido del funeral, he estado pensándolo. —dijo finalmente— No podemos dejar al reverendo allí. Deberías mandar a tus ayudantes y prepararlo. De paso yo podría traer al chico a casa, darle algo de cenar y preparar el cuarto de invitados para él. No creo que sea buena idea que se quede solo.
El doctor asintió sin poder creerlo. El cambio que había dado su mujer era radical. No sabía si todo aquel sufrimiento le había abierto los ojos, pero al contrario de lo que podía imaginar, todos aquellos sucesos habían ablandado su corazón. Notó como una corriente de afecto corría entre ellos. De nuevo se acercó a ella y la abrazó. Esta vez no para consolarla, sino para demostrarla que aun la amaba tanto como el día que la conoció.
Gunnar Samuelson
Estaba eufórico. La visita que había hecho a Davenport aquella mañana había sido un acierto. Estaba seguro que Davenport quería vengarse y cuando se presentó en su oficina y le dijo que aquel hijo de perra estaba liado con la madame, el coronel le agradeció la información y le prometió un puesto destacado a su lado si conseguía que Suzanne fuese al funeral por sus hombres.
Al contrario de lo que pensaba la mayoría de la gente, él no era ningún imbécil y tras negociar le prometió que la llevaría, pero solo si le ponía a cargo del prostíbulo cuando se hubiese cargado al pistolero.
Estaba a punto de entrar en el saloon, cuando vio salir al doctor Jenkins con aire distraído.
—Hola, doctor. ¿Algún problema? —preguntó extrañado.
—Oh, no solo una falsa alarma. Le ha subido la fiebre al forastero y las chicas se han asustado al creer que la herida de bala se había infectado.—respondió Jenkins ignorando que Suzanne le había mantenido ignorante de la herida de aquel hijo de perra.
Gunnar ahogó un gesto de sorpresa. Ahora se explicaba los absurdos recados a los que le mandaba aquella zorra. Lo hacía para poder atender a Strange sin que él se enterase de que estaba herido.
—¿Y cómo está ahora?
—Bien, bien. Le he dado más láudano a las chicas para que descanse y deje de delirar. En un par de días estará recuperado. —respondió el doctor.
Gunnar le despidió casi incapaz de contener una sonrisa de triunfo. El primer reflejo fue ir a contarle aquella noticia a Davenport inmediatamente, pero luego se lo pensó mejor. Herido y drogado el forastero no podía ser muy difícil de matar. Si se acercaba por la noche y acababa con él personalmente, Davenport le estaría eternamente agradecido.
Cuando entró en el saloon, ya había tomado una decisión. Solo durante un instante se permitió una muestra de alegría antes de llamar a las chicas y contarles que Davenport había secuestrado a su jefa.
Las chicas se mostraron aterradas al recibir la noticia. Tal y como había planeado se mostró compungido y se disculpó por no haber podido proteger a Suzanne. Las jóvenes entendieron que el solo y desarmado no tenía nada que hacer contra todos los hombres de Davenport armados hasta los dientes.
Las chicas lo rodearon y lo abrazaron llorosas. Él aseguró que se encargaría de ellas y que no dejaría que el coronel las maltrataba. Solo una, aquella jodida chinita parecía disconforme y no se cortó a la hora de decirle que si era tan hombre como presumía, debía haber muerto antes de que le arrancaran a Suzanne de sus manos.
Gunnar encajó la crítica lo mejor que pudo, alegando que si hubiese hecho eso, las habría dejado indefensas. Aquella puta no respondió, pero tampoco demostró haber quedado convencida. Gunnar tomo buena cuenta de ello y se prometió dar un buen correctivo a aquella zorra cuando todo hubiese acabado. Se prometió que aquella boca sería la encargada de comerse las pollas más gordas y sifilíticas.
Un poco más calmadas, las chicas se fueron a sus habitaciones mientras él se quedaba abajo bebiendo whisky para darse valor. Con el saloon cerrado, las horas se fueron arrastrando con lentitud, hasta que a eso de las dos de la madrugada decidió ponerse en marcha.
Con suma cautela subió las escaleras, encogiéndose cada vez que la madera crujía y se estremecía con su peso. Finalmente llegó a la habitación de Suzanne y aplicó el oído a la puerta intentando descubrir algún ruido que delatase que su ocupante estaba despierto.
Miró por el ojo de la cerradura, todo estaba oscuro y en calma. Cogiendo la llave maestra que tenía para abrir cualquier habitación en caso de emergencia, abrió y se coló en el interior.
La oscuridad era tan intensa que tuvo que recorrer a tientas el recibidor, Afortunadamente no tropezó con nada y cuando llegó a la habitación fue directamente a la cama.
Un bulto informe dormía revolviéndose inquieto. Sin perder el tiempo, cogió a John por el cuello y apretó con fuerza con ambas manos.
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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella***