Redencion X
Con rapidez tomo cartas en el asunto y sirviendo otra copa a Rusty para apartar su atención de John, dejó la barra e índico a dos de las chicas que apagasen una de cada dos lámparas del saloon y encendiesen las del escenario.
Madame Suzanne
Tal como esperaban, Rusty había llegado para echar un vistazo y de nuevo el forastero había sorprendido a todo el mundo con una reacción fulgurante. Después de aquello dudaba mucho que alguien se atreviese a volver a tocarle.
El hombre de Davenport pareció escuchar atentamente lo que John le susurraba y a continuación se dirigió hacia la barra con total tranquilidad para pedir una botella de Whisky y un vaso.
Hizo el ademán de servirle el primer trago, pero él le arrebató la botella y con mano firme se llenó el vaso hasta el borde sin derramar una gota. Bebió aquel liquido ardiente de un trago y se sirvió otro trago con parsimonia antes de darse la vuelta y simular observar la parroquia, aunque en realidad procuraba no quitarle los ojos de encima a John.
Suzanne hacía lo mismo, procurando descubrir la más mínima señal de debilidad en el pistolero. Durante los siguientes minutos John pareció encontrarse perfectamente, pero su actitud no tardó en cambiar. Eran signos sutiles, un cambio a la hora de cargar el peso del cuerpo o al estirar la pierna como si sintiese una ligera incomodidad, un aumento en la frecuencia con la que echaba mano de la botella de whisky, una forma más intensa de morder el palillo...
Hasta que llegó la ocasión en que al dejar la botella en el suelo un espasmo provocado por el dolor hizo que casi la dejase caer.
Con rapidez tomo cartas en el asunto y sirviendo otra copa a Rusty para apartar su atención de John, dejó la barra e índico a dos de las chicas que apagasen una de cada dos lámparas del saloon y encendiesen las del escenario.
Esta vez el espectáculo que tenía preparado haría olvidar a todos los presentes lo que tenían entre manos. Con majestuosa lentitud se acercó al escenario mientras empezaba a sonar la música. En cuanto empezó a cantar todas las caras se volvieron hacia ella.
Suzanne miró al frente, intentando escudriñar las sombras para saber si las chicas estaban atendiendo al forastero tal como habían planeado en caso de que sufriese una crisis.
Consciente de que debía mantener la atención de todos, comenzó a contonear las caderas mientras se quitaba poco a poco un guante, levantando el brazo y tirando lentamente de los extremos de los dedos. Cuando terminó con uno, hizo lo mismo con el otro, procurando que todos los presentes tuvieran una buena visión de sus axilas pálidas y perfectamente depiladas.
Todo rumor o cuchicheo se interrumpió como por ensalmo. Los cien pares de ojos presentes en el saloon en aquel momento estaban fijos en ella y no estaba dispuesta a decepcionarlos. Hacía tanto tiempo que no hacía nada así, que cuando adelantó su pierna derecha para que asomase por la raja del vestido y se quitó una liga para lanzarla al público, provocando un tumulto, no pudo evitar una punzada de orgullo al sentirse todavía deseada.
A continuación las luces que la iluminaban se apagaron y se encendieron otras que la iluminaron desde atrás perfilando su silueta, pero impidiendo que la parroquia pudiera ver nada más que una sombra oscura que se iba deshaciendo de sus prendas una por una, vestido, corsé, enaguas medias. Todo hasta quedar totalmente desnuda. Poniéndose de perfil dejó que aquellos hombres rudos y siempre hambrientos de sexo se regodeasen, observando el contorno de sus pechos y las curvas de sus caderas y su culo terso y turgente.
Con un movimiento rápido cogió varias plumas de avestruz que tenía preparadas y entonces volvieron a encenderse las luces que la iluminaban de frente.
Los presentes se volvieron locos al ver su lechosa piel apenas tapada por unas plumas que agitaba continuamente con las manos. Todos bizqueaban y giraban las cabezas intentando atisbar una pizca de pezón por aquí unos pelos púbicos, rizados y rojos como el fuego por allá.
Mientras tanto, impasible, Suzanne continuaba cantando tratando de parecer insensible a las ansiosas miradas de toda aquella caterva de hombres rudos y desalmados que ahora comían en la palma de su mano.
Con deliciosa lentitud se giró, perfilándose y permitiendo ver casi todo su cuerpo de perfil salvo los pezones y adelantando ligeramente la pierna más cercana a los espectadores para luego apartar las plumas que ocultaban su pubis.
La sensación de tener todas aquellas miradas clavadas en ella fue casi física y Suzanne no pudo evitar sentirse excitada. Por un momento fantaseo con permitir que todos aquellos hombres la atendiesen a la vez, penetrasen todos sus orificios naturales y acariciasen todo su cuerpo manteniéndola en un éxtasis que no tuviese fin.
Con un movimiento que provocó más de un suspiro de sorpresa y angustia se paso las plumas por entre las piernas y tras acariciarse el sexo con ellas se las llevó a la boca, dejando a todos los presentes sin habla.
A continuación se giró un poco más y quedando de espaldas movió rápidamente las plumas para ocultas su culo, pero no lo suficientemente rápido, para que todos pudiesen admirar la deliciosa redondez de sus cachetes realzada por los zapatos de tacón rojos que había importados directamente de Francia.
A pesar de que dudaba mucho de que a alguien le importase, continuó cantando mientras cimbreaba sus caderas lánguidamente al ritmo de la música. Finalmente, con la última estrofa se volvió a colocar de frente y moduló cuidadosamente su voz hasta que un enfebrecido aplauso rompió la magia del momento justo cuando terminó de cantar.
Sin dejar de pegar las plumas contra su cuerpo, Suzanne saludó durante un par de minutos a los espectadores que sumidos en una especie de éxtasis aplaudían, gritaban, silbaban y hasta alguno llegó a agujerear el techo del saloon con su revólver.
Cuando tras volver a encender todas las lámparas, la tormenta de aplausos amainó, se retiró por una puerta lateral dónde se volvió a vestir antes de dirigirse de nuevo a su puesto en la barra.
Apenas salió del escenario y tras saludar y agradecer todo tipo de entusiastas muestras de admiración lanzó una rápida mirada al forastero. Parecía ahora mucho más relajado. Seguramente las chicas le habían dado otra cucharada de láudano. John levantó la vista por primera vez en toda la noche. La mirada que le lanzó fue indefinible, pero hizo que Suzanne se estremeciese de arriba abajo. Recordando que Rusty estaba vigilando Strange hizo una casi imperceptible inclinación de cabeza y apartó la vista a la vez que cogía la botella y bebía otro largo trago de whisky.
Cuando ocupó de nuevo su lugar en la barra, Rusty ya no miraba al forastero. Toda su atención estaba fija en ella. Estaba segura que de no ser porque sabía que su jefe la pretendía, hubiese intentado seducirla, a su manera ruda y brutal, por supuesto.
Suzanne se dio cuenta y le devolvió la mirada. Rusty no era un hombre que se dejase amilanar, pero al sorprenderle con aquella mirada tan cargada de lujuria, se sintió tan turbado que su única opción fue abandonar el saloon.
Con un suspiro de alivio le observó alejarse. Casi nadie pareció enterarse. Solo el forastero levantó ligeramente el ala del Stetson para poder seguirle con la mirada.
El resto de la noche transcurrió en un suspiro. El ambiente alegre y excitado ni siquiera se aplacó tras invitar a los asistentes a varias rondas y las chicas tuvieron que hacer horas extras para atender a un montón de pollas hambrientas.
Gunnar Samuelson
Apoyado en el marco de la puerta, observó como Suzanne se contoneaba con el cuerpo desnudo apenas tapado por aquellas plumas. Estaba excitado, pero más que nada estaba furioso. Le molestaba que aquella mujer tan hermosa, a la que hacía tan poco adoraba y por la que hubiese dado su vida con gusto, le estuviese ninguneando. Le mandaba hacer recados absurdos y le relegaba a vigilar la puerta como si fuese un bruto sin cerebro, incapaz de hacer otra cosa que repartir mamporros.
A pesar de que aquella víbora había tratado de ocultarlo, no había tardado ni un día en descubrir que el forastero se había instalado en la habitación de Suzanne. Cada vez que pasaba por delante de la puerta, se imaginaba al forastero profanando aquel cuerpo pálido y delicioso con su polla. La ira le reconcomía y apenas podía contener el deseo de tirar la puerta abajo de una patada y matarlos. Pero sabía que John era un hombre peligroso. Había visto la rapidez con la que había reaccionado ante la amenaza de Rusty y sabía que no era rival para él. Así que solo pudo observar impotente el cuerpo de aquella mujer en todo su esplendor, consciente de que jamás sería suyo.
Cuando la madame terminó y volvió a la barra, su atención se volvió a la causa de sus desdichas. El forastero seguía quieto como una estatua sentado en una silla, bien recto. Si no fuese por que de vez en cuanto echaba un trago a la botella de whisky que tenía a su lado hubiese jurado que estaba muerto.
Aun así, después de exhibir sus mortíferas dotes, primero con Philips y después con Rusty, esa misma noche, no necesitaba hacer ni un solo movimiento para mantener la paz en el saloon y lo había logrado sin la necesidad de haber pegado un solo tiro.
Poco a poco la velada fue decayendo. El hombre de Davenport fue el primero en desfilar. Por la cara que llevaba, no parecía muy satisfecho de su entrevista con el forastero. Una nueva mala noticia para el coronel, que últimamente parecía tener demasiados contratiempos y tenía la sensación de que todos tenían que ver de una manera de otra con aquel misterioso forastero.
Cuando se dio cuenta el saloon se había vaciado. Suzanne le dijo que se retirase, que ya cerraría ella. Obviamente quería quedarse a solas con el pistolero un rato. Quizás haría otro striptease, esta vez solo para él. Otra nueva oleada de celos le asaltó. Necesitaba quitarse de la cabeza a aquella enloquecedora mujer y lo único que se le ocurría era echar un buen polvo. No se lo pensó dos veces, subió las escaleras y llamó a una de las puertas.
Betsy le abrió la puerta y sorprendentemente, no le costó convencerla. La verdad es que no siempre se mostraban tan receptivas después de una larga noche de trabajo. Más aun aquella noche, tras la actuación de Suzanne, que había puesto a muchos de los clientes más calientes que el culo de una sartén. Quizás fuese la euforia por una jornada de pingües beneficios. El caso es que la joven tiró de él y lo arrastró hasta la cama aun deshecha.
Se comportó como un verdadero cerdo. Sin una palabra la tiró sobre la cama y la penetró sin contemplaciones, descargando toda la furia acumulada aquellos dos días en aquel coño que no era el que deseaba, pero con el que tenía que conformarse. Betsy gruñó y le insultó, pero él se limitó a besarla con violencia y a pellizcarle los pezones hasta hacerla aullar.
Cada vez que cerraba los ojos volvía a ver la cara de su jefa haciendo gestos cargados de lujuria y necesitaba de todo su poder de concentración para poder mantener la erección. La consecuencia fue que tardó bastante más en correrse de lo normal. Betsy lo aprovechó y sus gritos de dolor e indignación se convirtieron en gemidos de placer. La prostituta se corrió dos veces y se puso tan caliente que incluso dejó que la sodomizase un rato antes de correrse por última vez.
La sesión de sexo acabó con una prodigiosa mamada y Gunnar se corrió en la cara de Betsy mientras ella le acariciaba los huevos con suavidad y le decía lo bien que lo había pasado. Gunnar, en cambio se sentía más vacio y ansioso que nunca. A pesar de las palabras de Betsy no dejaba de preguntarse si la puta no le estaría mintiendo. El también había oído lo bien que se lo había pasado con el forastero. En el fondo ese era su trabajo, decirle a todos los que se la tiraban lo machos que eran y lo mucho que la habían hecho gozar.
De todas maneras lo que más le preguntaba era lo mucho que le había costado llegar al final. En pleno polvo se preguntaba que estaba haciendo allí con una mujer que no le atraía y con la que no estaba disfrutando. Suzanne lo había embrujado y ahora que sabía que no tenía ninguna posibilidad sentía que toda esa pasión se estaba convirtiendo en un odio ciego hacia ella. Quisiese o no Suzanne seguía siendo el centro de su existencia y no sabía cómo quitársela de sus pensamientos.
Cuando salió de la habitación se asomó por la escalera a la planta baja del saloon. Ahora estaba desierto. Seguramente aquella furcia estaría de nuevo dando placer a aquel hijo de perra en vez de estar haciéndole el amor a él.
John Strange
Fue una jugada maestra. Aquella mujer era prodigiosa en todos los sentidos. Ahora entendía porque había elegido aquel vestido tan atractivo y aquellos guantes de encaje. Lo había planeado todo, previendo con antelación que él podía sufrir una crisis.
En cuanto le vio vacilar al coger la botella, antes de que nadie más se diese cuenta, tomó la iniciativa y subiéndose al escenario captó la atención de todos los asistentes.
Hipnotizados no se dieron cuenta de cómo Xiaomei se acercaba subrepticiamente a él, le ayudaba a adoptar una postura más cómoda y le daba otra cucharada de láudano para apagar las punzadas de dolor que, cada vez más intensas amenazaban con hacerle perder la compostura.
Cuando el láudano hizo efecto, ni siquiera él pudo apartar la vista de la joven madame. Parecía una visión venida del pasado. En ciertos aspectos se parecía tanto a su desaparecida esposa que no podía evitar que los recuerdos crueles y funestos le asaltasen. Las visiones de su mujer y su hijo inmovilizados y consumidos por las llamas le turbaban y entristecían, pero cuando la mujer se deshizo de todas sus prendas su sensualidad le desarmó y observó cada uno de sus movimientos sintiendo como la atracción que sentía por ella era cada vez más intensa.
Afortunadamente, después de aquella exhibición, todos sintieron una súbita necesidad de apagar el fuego que la madame había encendido en ellos y habían desfilado en perfecto orden, para desfogarse con las chicas rápidamente antes de abandonar el saloon poco a poco.
Solo cuando el saloon estuvo vacio y Gunnar subió al piso de arriba se permitió soltar un suspiro de alivio. La noche no había ido tan mal como esperaba. Había demostrado a Rusty que estaba en forma sin tener que levantarse de la silla y no había habido problemas que le obligasen a intervenir. Pero él sentía que algo iba mal dentro de él. Sentía como su vientre palpitaba sordamente, acallado a duras penas por la acción del láudano. Tenía el cuerpo bañado en un sudor frío y le dolía la cabeza.
—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Suzanne cuando al fin se quedaron solos.
—He tenido días mejores, será mejor que me desates y me devuelvas a la cama.
Los ojos de la joven le miraron preocupados. Afortunadamente estaba atado a la silla, porque si no, probablemente lo habría echado todo a perder y hubiese incorporado y hubiese besado aquellos párpados y aquellos labios. Intentó obstinadamente en mantenerla alejada de él y lo único que se le ocurrió fue apartar la vista rápidamente para echar un nuevo trago de whisky.
Antes de que se estableciese un incómodo silencio apareció Xiaomei diciendo que había visto a Gunnar entrar en la habitación de Betsy. Aprovechando el momento le desataron y se pasaron los brazos del forastero sobre sus hombros. El perfume de Suzanne le envolvió produciendo una leve sensación de mareo.
Subieron los peldaños dando traspiés. John intentó ayudarlas aunque notaba sus piernas como si fuesen de goma, con lo que las dos mujeres estaban al límite de sus fuerzas cuando llegaron arriba. Tambaleándose llegaron a la habitación de Suzanne y sin ceremonias lo dejaron caer sobre la cama.
Tras recuperar el aliento unos segundos, las dos mujeres lo desnudaron y lo taparon. Suzanne le puso la mano en la frente y le miró de nuevo preocupada. A pesar de la operación, parecía que la herida se estaba infectando.
Madame Suzanne
Aquella noche se acostó al lado de John, pero apenas durmió. Estaba muy preocupada. En cuanto llegaron a la habitación, le quitó el apósito que tenía en la herida. Los bordes estaban inflamados y supuraban un líquido claro y un par de horas después comenzó la fiebre que no paró de subir a pesar de las compresas frías y las infusiones de corteza de sauce. Cuando amaneció, el forastero tenía muy mal aspecto. Estaba pálido y ojeroso, temblaba con violencia a pesar de estar tapado con varias mantas y se encontraba semiinconsciente.
A pesar de todo, no se atrevía a llamar al doctor Jenkins y levantar sospechas así que se levantó con las dudas corroyéndole. ¿Sería capaz de superar la infección? Si no lo hacía, todas sus esperanzas y puede que también su vida acabarían con él.
Cuando bajó al piso de abajo solo encontró a la cocinera. Al parecer Gunnar había salido temprano y había dicho que estaría toda la mañana fuera. Suzanne lo agradeció, se estaba empezando a hartar de la permanente mirada ceñuda del guardaespaldas.
Ayudada por Big Mama, preparó un desayuno ligero para el pistolero. Le costó más de media hora, pero al final consiguió que se comiese medio plato de gachas y un vaso de zumo de naranja.
Mientras alimentaba pacientemente a John su mente estaba inmersa en los problemas inmediatos. Tenía que abrir de nuevo el saloon y era evidente que el forastero no estaba en condiciones de pasar la noche sentado en la silla. Y si no estaba presente, la gente se haría preguntas y sospecharía.
Afortunadamente aquella tarde enterrarían a los hombres de Davenport, quizás no sería mala idea cerrar el saloon aquella noche como muestra de respeto. Con una servilleta limpió los labios del forastero, conteniendo el impulso de besarlo. En cambio le beso con suavidad la frente. Su piel ardía. Le puso una nueva compresa fría y cerrando las contraventanas de nuevo, se sentó en la penumbra vigilando las pesadillas del desconocido.
Nada de lo que hizo alivió lo más mínimo los sufrimientos de John. La fiebre siguió subiendo e incluso llegó a delirar. Entre pesadillas, hablaba con su esposa y sus hijo, bramaba, insultaba y lloraba de desesperación. Las palabras "Davenport", "hijo de perra", y "matar a todos" acudían con igual frecuencia a sus labios.
Las dudas la asaltaban. Debería llamar a Mike Jenkins, pero no lo podría hacer hasta la noche. Los minutos se deslizaban con desesperante lentitud. Se levantó y le cambió de nuevo la compresa.
—Abigail. ¿Eres tú? —preguntó John con los ojos febriles.
Suzanne no supo cómo reaccionar, simplemente se quedó quieta y dejó que él le acariciase la cara con suavidad.
—Eres tan hermosa... —añadió con los ojos velados por la fiebre antes de que un ataque de tos le interrumpiese.
—No hables, ahora tienes que descansar. —dijo ella cogiendo la mano de él para mantenerla unos instantes más en contacto con su cara.
En ese momento con un movimiento que probablemente hubiese realizado miles de veces con su mujer, John deslizó la mano hacia su nuca enterrándola en su cabellera roja y jugó con ella en la oscuridad antes de aproximar su cabeza para poder besarla.
Durante toda su vida había besado a muchos hombres, algunos de ellos perdidamente enamorados de ella, pero jamás había sentido tanta calidez y afecto con un beso. El sabor acido de la corteza de sauce invadió su boca cuando sus lenguas se juntaron y ella no pudo evitar haber deseado ser ella la madre de su hijo. Hubiese vendido su alma al diablo con gusto a cambio de compartir la vida con aquel hombre aunque solo hubiesen sido unos meses.
Se sentía vacía. Había derrochado la mitad de su vida pensando que lo que la haría feliz en este mundo era el dinero y la independencia, pero ahora descubría que solo estar con aquel desconocido y hacerlo feliz haría que su vida fuese completa.
El beso le pareció eterno, pero finalmente no aguantó más y apartándose, dejó al pistolero delirando mientras salía de la habitación con los ojos arrasados en lágrimas. Tras dos minutos logró recuperar la compostura y bajó al piso de abajo, necesitaba poner en claro sus pensamientos.
Tras la barra estaba Gunnar sirviéndose un trago. Aliviada observó como la mirada del matón estaba un poco más relajada. Parecía que el paseo de la mañana le había sentado bien. Se acercó a él y le pidió un trago.
—Vas muy elegante —dijo fijándose en la ropa nueva que llevaba Gunnar— ¿Vas a algún sitio?
—Pensé que tendría que ir contigo al entierro de los hombres del coronel.
—La verdad es que no tenía pensado ir. —respondió ella— Solo la mirada que me echó la noche del incendio me bastó para saber que me considera responsable.
—No, sé. —replicó él pensativo— Quizás deberías ir. No creo que se atreva a hacer nada con el reverendo como testigo y si no acudes pensará que sus sospechas son ciertas.
Lamentablemente lo que decía el guardaespaldas tenía sentido. Si no iba, Davenport se lo tomaría muy mal y aquel cabrón era impredecible. No tenía ninguna gana de ir, pero necesitaba ganar tiempo para que John se recuperase y quizás si acudía y le presentaba sus respetos, consiguiese aplacarle un tanto.
Además si se iba con Gunnar, una de las chicas podía llamar a Jenkins para que examinase a John y le administrase medicinas.
—Tienes razón Gunnar. Será mejor no enfadar al coronel. Subiré a prepararme, tengo el tiempo justo.
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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella***