Redención V

En cualquier persona aquel recuerdo le hubiese conmovido, pero hacía tiempo que las lágrimas se habían secado en sus ojos y tenía el corazón seco y duro como una piedra. Así que el sheriff solo pudo ver unos ojos fríos, duros y muertos.

Tercera parte: Quien a hierro mata, a la barbacoa muere.

Sheriff Donegan

Aquella mañana hubiese preferido no levantarse. No todos los días aparecían dos esbirros de Davenport cosidos a puñaladas en la calle. Apenas había tenido tiempo de comerse unas gachas cuando Davenport apareció en su oficina hecho una furia.

—¡Levanta de ahí ese perezoso culo que tienes y haz algo! —exclamó el coronel— Acaban de matar a dos de mis hombres y tú cebándote como un cerdo.

—La última vez que me encontré con un fiambre en similares condiciones, creo que me dijiste que ese tipo de casos no me incumbían y que me dedicase a comer y fornicar, que era lo mío. —respondió el sheriff sin dejar de masticar.

—Sabes perfectamente a que me refería, hijo de perra, ahora es distinto. —replicó Davenport dando un puñetazo en la mesa—Mandé a esos hombres para que se encargaran del forastero y esta mañana han aparecido muertos. Quiero que lo detengas y lo cuelgues del árbol más alto que encuentres.

—No nos engañemos, coronel, —respondió el sheriff tocándose nerviosamente el parche que tapaba su ojo— cuando hiciste que me nombraran sheriff de este cochino lugar, lo hiciste para que me ocupase de las peleas de borrachos y los robaperas, ahora no pretendas que me juegue el pellejo...

—Yo fui el hombre que te ha puesto en esa silla y yo te puedo quitar cuando quiera. —le interrumpió el coronel.

—No lo dudo. ¿Y a continuación qué harías? Sabes perfectamente que no hay nadie en este lugar que quiera mi puesto en estas circunstancias. —dijo el sheriff limpiándose el mostacho con la manga de la camisa— No voy a detener a nadie, sin embargo iré allí, echaré un vistazo y le haré unas cuantas preguntas al forastero.

Davenport le miró, pero no dijo nada. Podía sentir como la ira y el deseo de venganza ardían en el corazón de aquel despiadado hombre. Donegan sabía que su margen de maniobra era estrecho, no debía ofender a su amo, pero tampoco estaba dispuesto a enfrentarse a un tipo tan peligroso como Strange. Le habían contado la paliza que le había dado a Philips sin despeinarse y sabía que si se enfrentaba a él, no tendría ninguna oportunidad.

—Coronel, sabe de sobra que si ese tipo es el asesino, no se dejará detener así como así.  Sin embargo si descubro pruebas o testimonios fiables de que él acabó con ellos sin darles oportunidad de defenderse, nombraré ayudantes a los dieciocho hombres que te quedan y les dejaré matar a ese tipo como un perro amparados por la ley.

—¡Te basta con mi palabra!  —exclamó Davenport cada vez más soliviantado— ¡Mi palabra en este pueblo es la ley!

—Esto es todo lo que estoy dispuesto a hacer,  —dijo el sheriff levantándose y dirigiéndose a la puerta— ahora si me permite, coronel, he de trabajar, tengo entendido que se ha cometido un asesinato.

Reverendo Blame

La verdad es que no sabía muy bien que hacia allí. Era obvio que por mucho que hiciese por aquellos tipejos, nada impediría que ardiesen en el infierno por toda la eternidad. Jenkins le había avisado de lo que había pasado y se había visto obligado a acudir.

Los dos hombres yacían apilados como dos maderos y rodeados por un charco de sangre. Las moscas, pese a que apenas eran las diez de la mañana, ya revoloteaban en gran número alrededor de ellos, entrando en las heridas correteando por la cara y zumbando alrededor de los ojos y la boca de los cadáveres, provocándole nauseas con su ansia de sangre.

El doctor Jenkins se agachó y empujó el cadáver que estaba encima de modo que los dos cuerpos quedaron tumbados boca arriba con la expresión de sorpresa aun marcada en sus rostros yertos.

Él hizo lo mismo a su lado y murmurando una oración les cerró los ojos, provocando con el gesto que una espesa nube de moscas se levantara indignada. Asustándolas con su sombrero se apartó y siguió murmurando sus oraciones.

—¡La leche, reverendo! Es peor de lo que me imaginaba. —exclamó  el sheriff al llegar al lugar del delito— ¿Y usted qué opina, Jenkins?

—Que están muertos y bien muertos. —dijo el médico pegando un trago a una petaca que llevaba consigo y ofreciéndosela a los demás.

—Vamos, hombre. Sé que puede hacerlo mejor. Son hombres de Davenport y si no aclaramos esto rápidamente la ciudad se va a convertir en un avispero.

El predicador vio como Jenkins le miraba y  hacia una  mueca, pero no decía nada. El sheriff tenía razón así que decidió hacer su trabajo, aunque solo fuera por evitar que se produjese un baño de sangre.

—Parece que llevan varias horas muertos. El rigor mortis ha comenzado a establecerse, —dijo el médico señalando una pierna de uno de los cadáveres grotescamente retorcida— pero no está totalmente instaurado. —continuó forzando la vuelta del miembro a su lugar original sin demasiado esfuerzo— Por la pinta yo diría que entre cuatro y ocho horas.

—Ya veo y por esas marcas de ahí, se nota que a uno de los cuerpos, probablemente el de debajo, le mataron ahí mientras que al de arriba lo despacharon en plena calle y lo arrastraron hasta aquí para que quedase oculto a la vista. —añadió el predicador.

—Tienes razón, por la forma de las cuchilladas, a este le sorprendieron por detrás y le clavaron un cuchillo con un filo enorme. —dijo Jenkins señalando las terribles heridas— Al otro sin embargo, lo acuchillaron de frente. Probablemente le lanzaron el cuchillo desde corta distancia y luego le dieron otro par de cuchilladas para asegurarse, aunque debió de caer muerto tras la primera.

—Así que tenemos a un virtuoso del cuchillo... No sé... —dudó el sheriff.

—Entiendo lo que estáis pensando, —intervino el reverendo— un ataque por sorpresa, un asesino silencioso y que maneja las armas blancas con una precisión pasmosa. Si no fuese porque nunca se han atrevido a aparecer por aquí, juraría que es cosa de los indios. Esos desalmados son especialistas en este tipo de acciones.

—Sí y además el atacante se paró a borrar sus huellas cuando terminó. ¿Veis esas marcas? Es evidente que a medida que se iba borraba sus huellas con unas ramas o algún tipo de escobón. Indio o no, es un tipo listo. —sentenció el sheriff— En fin, puedes llevarte los cuerpos, Jenkins. Haz un buen trabajo con ellos, Davenport está de un humor de perros.

—De acuerdo, Sheriff. —dijo Jenkins tomando medidas para los ataúdes— Ya he mandado avisar a mi ayudante, vendrá en unos minutos con la carreta.

—Yo voy a hablar con mi único posible sospechoso.

El reverendo Blame observó al Sheriff dirigirse con su típico paso cansino al saloon. No tenía ni idea del por qué, pero estaba seguro de que el sospechoso era aquel forastero del que su hijo le había hablado. Su hijo siempre había tenido una sensibilidad especial a la hora de predecir acontecimientos y cuando le había dicho que el desconocido tenía los ojos de un arcángel o los de un demonio se lo había tomado en serio.

Estuvo a punto de preguntarle si podía acompañarle. Tenía curiosidad, pero al final decidió que si Dios creía que era necesario que conociese aquel hombre, se encargaría de ponerlo en su camino. Murmurando una última plegaria se despidió y volvió a casa, tenía que pensar en un responso adecuado para aquellos dos facinerosos. Le iba a costar encontrar algo amable que decir en su favor.

John Strange

Estaba terminando el desayuno cuando Donegan apareció por la puerta con su estrella recién bruñida brillando en el pecho.

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! El Sheriff Donegan madrugando. —exclamó Suzanne desde la barra— ¿A qué se debe el honor?

—Hola Suzanne. —respondió Donegan sin darse por aludido— Ponme un Whisky.

—Así que la sed ha sido la que te ha obligado a levantar el culo de la silla. —dijo la mujer con sorna mientras le servía un trago.

—No es eso. Philips y Jackson han aparecido asesinados ahí enfrente y no ha sido muy agradable, necesito algo fuerte para quitarme este hedor de la nariz.

John notó la mirada escrutadora del sheriff, pero lo esperaba, así que se limitó a seguir comiendo los cereales tan inexpresivo como siempre.

—No parece haberle sorprendido la noticia. —le dijo el sheriff tuerto.

—Solo conozco a uno de ellos, pero si el otro era igual de estúpido, yo valoraría la posibilidad de que se hubiesen matado entre ellos. Independientemente de lo que haya pasado, este mundo es un lugar duro y que dos personas acostumbradas a usar la violencia como herramienta de trabajo mueran asesinadas no tiene por qué extrañarme.

Imágenes del asesinato pasaron por su mente, al igual que las imágenes de su mujer y su hijo atados y amordazados en medio de un infierno de humo y llamas. En cualquier persona aquel recuerdo le hubiese conmovido, pero  hacía tiempo que las lágrimas se  habían secado en sus ojos y tenía el corazón seco y duro como una piedra. Así que el sheriff solo pudo ver unos ojos fríos, duros y muertos.

—Entonces, ¿No ha tenido nada que ver con este suceso? —preguntó "tuerto" Donegan yendo directamente al grano.

—No, por supuesto. Yo no tenía nada contra esos hombres. A Philips le dejé claro que no se debía jugar conmigo y no lo volví a ver desde que tuve ese encontronazo del que probablemente se habrá enterado. Si no, no estaría aquí.

—¿Dónde pasó esta noche? —preguntó el sheriff.

—Estuve en mi habitación. Me follé a la chinita y dormimos hasta hace un rato.

—Sabes que no puedo fiarme de la palabra de una puta.

—Me importa un huevo si te fías o no. Esa es la verdad, puedes ir y preguntarle a la puta o puedes ir a la oficina de Davenport e inventarte una historia mejor.

—¿Tienes un cuchillo de caza?

—Sí, como todo aquel que se ve obligado a vivir de lo que encuentra, ¿O tú despellejas las ardillas con los dientes?

El sheriff le miró largamente, intentando evaluar las respuestas, sin hacer ninguna pregunta más. El coronel le había presionado, pero tampoco estaba dispuesto a intentar acusar sin pruebas ni apoyo a un tipo tan peligroso. Es más, le daba la impresión que quería creer la historia que le estaba contando con tal de que en el pueblo no se desatase una tormenta que solo podía acabar en un baño de sangre.

—Está bien, hablaré con la puta china. Si es cierto lo que has dicho te descartaré como sospechoso. Yo también me he follado esa tipa en alguna ocasión y estoy seguro de que si me has mentido esa perra insensible me lo contará sin vacilar un instante.

John se encogió de hombros. En realidad le daba igual lo que ese hombre hiciese. Sabía perfectamente que Davenport no dejaría de sospechar de él, independientemente de lo que Donegan le dijera.  En unos días el sheriff tendría que apartarse de su camino o morir como el resto de los hombres de Davenport y todo aquello no importaría.

Suzanne llamó a Xiaomei y el sheriff habló un rato con ella. Tras confirmarle que no se había movido de su lado se despidió obviamente aliviado y salió del establecimiento apresuradamente.

Madame Suzanne

Siempre se le había dado bien leer la mente de la gente. Es más, eso le había ayudado en el principio de su carrera cuando solo era una puta más. Adivinando los deseos de sus clientes y anticipándose a ellos, se había ganado una reputación y había conseguido suficiente dinero para montar su propio negocio y dejar de vender su cuerpo antes de que lo carcomiesen las enfermedades.

Sin embargo ese hombre había creado una coraza tan gruesa en torno a su persona que no podía detectar nada. La única pista que le dio de su estado de ánimo fue una ligera contracción de sus pupilas cuando el sheriff había mencionado el asesinato, pero nada más.

El sheriff era un vago, pero no un estúpido, si había venido era porque tanto él como Davenport tenían razones para creer que John Strange tenía algo que ver con el asesinato de los hombres de Davenport.

Lo más jodido de asunto es que todo aquel misterio y el evidente poder que emanaban aquellos ojos, le atraían como no lo había hecho ningún hombre en su vida. Cada vez que elegía una mujer para yacer con ella, una oleada de celos y resquemor hacia sus empleadas le invadía. Afortunadamente el forastero no era el único que sabía ocultar sus sentimientos.

—No está mal. Llevas apenas tres días aquí y ya has recibido la visita del sheriff. —dijo solo para apartar de su mente aquellos pensamientos.

John la miró un instante, de nuevo sus pupilas se contrajeron y creyó entrever un fugaz gesto de ira.

—Es normal que Donegan se haya acercado a preguntarme por Philips, no hace falta que te diga por qué. Si crees que esto puede influir negativamente en tu negocio lo entenderé y me despediré...

—No digas tonterías. —se apresuró a intervenir— Solo digo que tengas cuidado. Cuando alguien incómoda a Davenport la cosa suele ponerse fea. No me gustaría que acabaras como esos dos de ahí fuera.

—No te preocupes, si Davenport viene a por mí me ocuparé de él. —replicó con él con soltura inclinándose sobre  la barra y cogiendo una botella de Whisky.

Al hacerlo sus cuerpos entraron en contacto, un segundo nada más, pero eso bastó para que el deseo abrumara a la joven. Para tener las manos ocupadas sacó dos vasos y los puso sobre la bruñida madera de la barra.

John  llenó los vasos. Cogiendo el suyo, Suzanne lo entrechocó con el del forastero y se bebió el contenido de un trago.

Suzanne fue ahora la que llenó los vasos y sus miradas se volvieron a cruzar mientras brindaban y apuraban sus vasos.

—¿Dónde aprendiste a beber así? —preguntó el forastero sin ocultar su admiración.

—A cientos de millas al este, hace ya lo que me parece una eternidad, —respondió rezando para que John achacase el rubor de sus mejillas a los efectos del whisky— pero no es una gran historia. Mi primer trabajo consistió en cantar en un antro de mala muerte y dejarme invitar por los clientes. Pronto descubrí que si quería dejar aquella vida algún día debería hacer algo más y empecé a prostituirme. No estoy orgullosa, pero tampoco tenía muchas opciones. Habiéndome criado en un orfanato de dónde escape tan pronto como pude, antes de que las monjas me vendiesen a algún viejo solterón, mis  únicas salidas eran mendigar o prostituirme.

—No te juzgo. Tampoco yo estoy orgulloso de algunas cosas que he hecho en mi vida... y de otras que pienso hacer. —dijo John cogiendo la botella y subiendo a su habitación.

La mujer observó aquella espalda alejarse de ella, pensando que en otra vida, en otras circunstancias, tal vez...

Con un suspiro salió de la barra y cogió una sombrilla. Tenía que  dar un paseo y despejarse un poco.

En cuanto salió del saloon el sol hirió sus ojos y el viento del este, seco y cargado de polvo, maltrató su delicada piel.

Jenkins ya se había llevado los cadáveres, así que no pudo ubicar exactamente el lugar del crimen. Si de algo estaba segura es de que Davenport había mandado vigilar al forastero y que al forastero no le había gustado. Sintió como un escalofrío recorría su cuerpo. Estaba convencida de que John Strange se había cargado a aquellos hombres tanto como de que Davenport lo sabía y no se iba  a quedar de brazos cruzados.

Mientras caminaba no pudo evitar preguntarse si no habría cometido un error al contratar al forastero. Aquel hombre le resultaba atractivo y excitante, pero era evidente que era un asesino consumado. Eso le hacía aun más peligroso que Davenport.

Con el coronel sabía a qué atenerse. Lo había calado el primer día y sabía perfectamente que debía tenerlo lo más alejado posible de ella. Pero con John era diferente. A pesar de sentir el peligro cada vez que se acercaba a él, no podía evitar sentir una profunda atracción. Estaba casi segura que a aquel hombre no le costaría demasiado llevarla a la cama y una vez allí estaría a su merced. A merced de un hombre que no conocía y del que no era capaz de intuir sus pensamientos. ¿La respetaba? ¿La deseaba? ¿O solo la consideraba un peón que sacrificar en sus oscuros designios.

Al final había pasado lo que más temía. Aun recordaba con aprensión cada una de las muchas veces  que un hombre había depositado  monedas en su mano, la incertidumbre de no saber si la trataría con dulzura o le propinaría una paliza, el temor a que le contagiase una dolorosa enfermedad... Cuando finalmente creó su propia empresa, se había prometido a sí misma que nunca le volvería a pasar y sin saber muy bien cómo, se veía otra vez al borde del abismo.

Fenton, un viejo minero, cliente asiduo de sus chicas, se cruzó con ella y la saludó respetuosamente. Sus largos y colgantes bigotes se movieron cómicamente cuando el murmuró un buenos días y ella no pudo evitar una sonrisa al saludarle a su vez, antes de continuar su camino.

Al parecer, la noticia había corrido por la ciudad, porque esta parecía desierta, como si estuviese dominada por una calma expectante, la calma antes de una tormenta.

Inevitablemente, su mente volvió a centrarse en el forastero. Cada vez estaba más segura de que aquel hombre no había llegado allí por casualidad. Estaba casi convencida de que su objetivo eran Davenport y sus hombres, lo que no entendía era por qué y sobre todo cómo pensaba acabar él solo con dos docenas de hombres armados hasta los dientes y cuyo oficio era la violencia.

Lo que estaba claro es que pasase lo que pasase, cuando todo aquello terminase, el pueblo cambiaría para siempre.

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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella***