Redención IV

Todo lo que tenía Betsy de voluptuoso y extravagante lo tenía Xiaomei de adusto y controlado. John notaba que sus empujones le producían una mezcla de placer y disgusto al sentirse a merced de un desconocido.

Coronel Davenport

Aquel hombre era un enigma y al coronel no le gustaban los enigmas. Le gustaba tenerlo todo controlado. Si había sorpresas estas tenían una posibilidad de ser desagradables y le daba en la nariz que en esta ocasión aquel hombre solo podía significar problemas.

El destino le había tratado con ironía; si no se hubiese cargado a Lucas, aquel hombre no hubiese llamado la atención de Suzanne y ahora no estaría devanándose los sesos.

Lo que menos le gustaba de aquel tipo era lo poco impresionado que se había mostrado en su presencia. Parecía que todo le diese igual, aquellos ojos fríos y grises ni se inmutaron cuando le ofreció el trabajo. A aquel hombre no le movía la avaricia, y cualquier persona que no tuviese precio era un peligro potencial.

El ritual de preparar el tabaco para disfrutarlo le tranquilizaba. Abrió la caja y sacó un habano. Aquellos malditos cubanos eran unos vagos, pero sabían hacer los puros como nadie. Aspiró el exótico aroma del cigarro, anticipando el sabor y el efecto tranquilizador de la droga en su mente. Cortó un extremo con la guillotina y lo acercó a sus labios, lo chupó con suavidad, imaginando a una joven cubana enrollando los puros en el interior de unos muslos morenos, antes de encender un fósforo y acercar la llama al otro extremo.

Acarició la punta del habano con la llama, sin apresurarse, dejando que se calentase antes de encenderse. Finalmente, una pequeña llama salió del extremo del cigarro y el humo intenso y aromático se extendió por la habitación.

Con una primera bocanada, el puro se encendió completamente y el humo penetró hasta el fondo de sus pulmones. Davenport  apartó el cigarro y lo observó mientras contenía la respiración, sintiendo como el efecto ligeramente sedante de la nicotina hacia que todas sus preocupaciones resultasen menos acuciantes. En ese momento alguien llamó suavemente a la puerta de su despacho.

—Adelante, Philips, entra.

—Hola, jefe. —dijo el hombre quedándose en pie y agarrando nerviosamente su sombrero contra el pecho.

Philips se sentó a una indicación de Davenport y le relató una vez más todo lo ocurrido la tarde anterior en el saloon. Tras cada frase, miraba alternativamente la aromática columna de humo y la caja donde sabía que su jefe guardaba los cigarros.

—Me has fallado. —dijo Davenport con seriedad antes de que hubiese completado su relato.

—Lo sé, señor y no sabe cuánto lo siento, señor. Aquel hombre me sorprendió, pero no pasará de nuevo...

—Estoy seguro, por eso quiero que lo vigiles y seas tú el que lo sorprenda esta vez. No me gusta ese hombre y lo quiero muerto lo antes posible. No me importa cómo. Prefiero que lo hagas sin testigos, como hicisteis con Lucas, pero si no tienes la ocasión hazlo a plena luz del día, incluso con esa zorra presente, no me importa mientras esté muerto antes de dos días.

El hombre asintió con frialdad, a pesar de que no deseaba volver a enfrentarse al forastero. Si de algo se preciaba Davenport era de conocer a todos sus hombres y apreciaba especialmente a Philips porque, a pesar de sus estupideces, sabía que haría cualquier cosa por él y por cumplir con sus instrucciones.

—Llévate contigo a Jackson, ya sé que te puedes manejar tú solo, pero un poco de ayuda nunca está de más. —dijo el coronel observando el gesto de alivio de su hombre.

—De acuerdo, jefe, como usted ordene. Delo por hecho.—repuso Philips con gesto adusto.

—¡Ah! Y dile a los chicos que si quieren ir a ese burdel a echar un buen polvo pueden hacerlo, pero no quiero que armen ningún escándalo, no quiero tener a esa gente sobre aviso.

Con un guiño cogió un par de habanos y se los lanzó antes de despedirlo. El hombre los aceptó agradecido y se fue cerrando la puerta con delicadeza.

Davenport dio otra calada y lo observó salir entre la niebla de su propio humo, deseando que librarse del forastero fuese tan fácil como su hombre le había prometido.

Madame Suzanne

Tras una larga siesta, John había vuelto a bajar para ocupar su puesto de nuevo. Aquel hombre cada vez la confundía más. Desde la barra le observaba allí sentado, al fondo del local, con la silla recostada contra la pared, el cigarrillo colgando de la comisura de la boca, la botella de whisky a mano y las botas apoyadas en la mesa, sin hacer un solo movimiento, como si se tratase de una parte más del mobiliario.

¿Cómo aquel hombre, aparentemente tan estático e inexpresivo, podía haberla excitado de aquella manera tan solo con una mirada? ¿Habría sentido él lo mismo al mirarla? ¿Por qué había elegido a Xiaomei, la puta que menos se parecía a ella?

Por otra parte, Betsy ya había hablado de sus noches locas con aquel hombre y todas las putas estaban emocionadas y ansiosas por cabalgar al semental menos Xiaomei, que se mantenía tan indiferente como siempre.

La entrada de Davenport, vistiendo como siempre su impecable traje de lino blanco, le sacó de sus pensamientos.

—Buenas tardes, querida.

—Hola, coronel. ¿Un bourbon? —preguntó ella sacando la botella y un vaso con gesto serio.

—Gracias, Suzanne —dijo el hombre aceptando el vaso que la mujer le tendía— ¿No bebes conmigo?

—Sabes de sobra que solo lo hago con los amigos.

—Veo que ya tienes sustituto para Lucas. —dijo el coronel acodándose en la barra y echando al forastero una mirada fugaz, que no dio muestras de darse por enterado.

—Sí y tengo entendido que ya has charlado un rato con él.

—En efecto, parece un hombre de talento, intenté contratarlo, pero creo que eso de dos tetas tiran más que dos carretas, en este caso, es cierto.

La joven sonrió, pero no dijo nada.

—Pero no te confundas. —intervino Davenport ligeramente irritado por la actitud de la mujer— Si yo decido hacer desaparecer este garito, ni el mismo diablo, y menos ese vagabundo o el bruto que tienes en la puerta, podrán impedirlo. Créeme si te digo que lo que más te conviene es asociarte conmigo. Juntos, este apestoso lugar pronto quedará a nuestras espaldas.

Suzanne no dijo nada, su mirada fría y cortante era suficiente respuesta. El coronel apuró su copa y tras invitar a una ronda a los parroquianos presentes, se despidió disculpándose por no poder quedarse a ver el espectáculo del día.

Suzanne lo vio alejarse ahogando un suspiro de alivio. Inmediatamente miró a John, que permanecía en la misma postura, la única señal de que continuaba con vida era el regular avivamiento de las brasas de su cigarro.

John Strange

Aquella noche había sido inusualmente tranquila. Habían acudido algunos hombres de Davenport, fácilmente reconocibles por sus gabanes de vago aire militar, pero su comportamiento había sido exquisito, ni siquiera se habían atrevido a tocar el culo a las chicas cuando se acercaban a servirles los tragos durante la actuación y eso le hizo pensar que algo estaba tramando aquel viejo cabrón.

Desde su sitio, con el Stetson echado ligeramente hacia adelante, fingía dormir, pero estudiaba a todos sus adversarios; quién se sobresaltaba con un ruido brusco, quién cojeaba o bebía más de la cuenta, todo lo que podía resultar una ventaja para él.

A eso de las dos de la madrugada, llegó el sheriff. No le impresionó demasiado. Desde su silla oyó los chistes sobre la proverbial pereza del único agente de orden público de la ciudad. Algunos incluso llegaron a insinuar entre risas que cuando se llevaba una puta arriba, follar le resultaba tan trabajoso, que  lo único que hacía, era tumbarse en la cama y hacer un gesto a  la chica de turno para que se la mamase.

Ajeno a los chascarrillos, el hombre se paseó por el local, saludando a unos y a otros, parándose y charlando un poco más  con los hombres de Davenport mientras se tocaba el parche de su ojo izquierdo de vez en cuando. Finalmente hizo una señal a una de las furcias y subió con ella al primer piso. Cuando volvió sonreía satisfecho mientras el resto de la parroquia se daba codazos y ocultaban como podían las carcajadas.

A eso de las tres de la mañana el último cliente, medio andando, medio a rastras abandonó el local.

Se estiró, bostezó, inclinó su sombrero hacia Suzanne y subió las escaleras. La madame hizo una señal a Xiaomei que siguió al forastero con un bufido mientras el resto de las prostitutas le lanzaban miradas de envidia mal disimuladas.

—Está bien, folastelo, acabemos cuanto antes.

Xiaomei era una mujer china de edad indefinible entre los diecinueve y los treinta años. Era pequeña, no debía pasar de uno cincuenta y tenía un cuerpo esbelto con unos pechos pequeños y redondos y un culo respingón.

Su cara era redonda, de ojos grandes, oscuros y rasgados y nariz fina y pequeña. Su boca era pequeña y tenía los labios gruesos pintados de un rojo brillante. La mujer le miró con gesto hosco y se quedó quieta con su vestido largo y entallado de seda oscura y cerrado con unos botones plateados en el hombro izquierdo.

John se sentó en la cama y observó la larga y gruesa trenza de la oriental que le llegaba más allá del culo. La mujer se inclinó ligeramente en muestra de respeto y se desabotonó el cierre del vestido quedando totalmente desnuda frente a él.

Tenía el cuerpo moreno con unos pechos pequeños, de pezones diminutos y ni un solo pelo en el cuerpo. John estaba acostumbrado a ver como algunas de las mujeres con las que había tenido relaciones se afeitaran los pelos de las piernas o se los aclararan con agua de camomila, pero nunca había visto un sexo totalmente libre de pelos. La piel suave del pubis y el sexo de la joven eran una irresistible tentación al pecado.

—¿Le gusta lo que ve, mi señol?

—Desde luego —respondió John con un silbido de aprecio.

—Entonces, ¿Podemos empezal de una vez? Me gustalía acostalme antes de que amaneciese. —replicó ella sin mutar su rostro.

—Para empezar, deja ese rollo del acento, sé que todos los chinos habláis nuestro idioma correctamente y hacéis eso solo para irritarnos y créeme, solo parecéis más estúpidos.

—Vale, forastero, no fingiré que no sé pronunciar las erres, pero tampoco pienso fingir que follarme un paleto salido de la nada me va encantar, por mucho que Betsy se empeñe en propagar a los cuatro vientos las bondades de tu polla.

John se levantó y se acercó a ella obligándola a estirar el cuello para poder seguir mirándole a los ojos. La chica intentó retrasarse un par de pasos para no tener que aguantar la incómoda postura, pero John avanzó a su vez evitándolo.

Con un movimiento rápido, la cogió por las axilas y la puso a su altura, besándola con violencia. La mujer cerró los ojos y se resistió, pero la lengua del forastero fue implacable, penetrando en su boca profundamente e impregnándose con su intenso aroma a jengibre.

La joven se rindió y agarrándose con sus esbeltas piernas a la cintura de John, le devolvió el besó fría y profesionalmente. El hombre apartó las manos de las axilas de la prostituta y acarició y palpó su cuerpo con suavidad mientras se acercaba al lecho.

Con un movimiento rápido se separó de la china y la lanzó al aire con violencia, haciendo que rebotara en el colchón. La puta quedó allí tumbada, mirándole con desprecio mientras se quedaba con las piernas abiertas mostrándole su sexo abierto.

John lo acarició unos instantes antes de lanzarse sobre él y envolverlo con su boca. El movimiento fue tan repentino y placentero que la mujer no pudo evitar doblarse en torno a la cabeza de John a la vez que soltaba un largo gemido.

Ignorando los tirones de pelo de Xiaomei, siguió chupando acariciando y mordisqueando, observando como aquella vulva se coloreaba ligeramente y se hinchaba poco a poco abriéndose como una flor.

La mujer, con los ojos cerrados, se retorció y gritó, sintiendo como el placer recorría su cuerpo como hacía tiempo que no recordaba.

Sin darle tregua, John comenzó a desplazar la boca por su vientre, en dirección a sus pechos. Se metió uno de ellos entero, chupando con fuerza mientras con su lengua jugaba con el diminuto pezón. La mujer cerró los ojos y emitió un gemido ahogado, apenas poco más que un suspiro.

Finalmente sus caras quedaron a la misma altura. John le acarició la mejilla con suavidad y la miró haciendo que la mujer temblase con una mezcla de temor y deseo. Él rozó la entrada de su sexo con la punta de su glande provocándole un nuevo gemido.

Rodeando la cabeza de la prostituta con sus brazos, le dio un beso largo, lento y profundo mientras pegaba su cuerpo contra el de la joven.

Xiaomei cogió el miembro con sus diminutas manos y sin esperar más, lo dirigió a la entrada de su coño. Esta vez el quejido fue audible cuando el respetable miembro  entró en el estrecho canal y presionó sin piedad hasta llegar al fondo.

La prostituta hundió los dedos en sus espalda y sus pies se crisparon mientras sus ojos se achicaban y se mordía los labios en un gesto indescifrable.

John se separó y se dejó caer dentro del coño obligando a la mujer a recurrir a toda su fuerza de voluntad para no gritar de placer.

Todo lo que tenía Betsy de voluptuoso y extravagante lo tenía Xiaomei de adusto y controlado. John notaba que sus empujones le producían una mezcla de placer y disgusto al sentirse a merced de un desconocido.

Agarrándole la cabeza para obligarla a mirarlo a los ojos, le dio una serie de brutales y rápidos empujones que terminaron en un monumental orgasmo de la puta. Con un grito agudo todo su cuerpo se paralizó recorrido por oleadas de placer mientras John la agarraba por las caderas y la follaba sin tregua.

Tras unos segundos la mujer recuperó el dominio de su cuerpo y con una expresión que a él le pareció de turbación o vergüenza se separó y se disculpó por haberse corrido antes que él.

Xiaomei le indicó que se tumbara boca arriba y se sentó sobre él, impregnándole el pubis con los jugos de su orgasmo. Con un largo suspiro se metió  la polla de John  y comenzó a mecerse lentamente mientras jugueteaba con su trenza con aire ausente. Alternando los movimientos de vaivén con movimientos circulares, iba llevando a John al borde del orgasmo y en ese momento se paraba para empezar de nuevo un poco después, así una y otra vez, poniendo a John al borde de la locura.

Satisfecha, la mujer observó cómo era él ahora el que perdía el control y levantándola como si fuese una pluma la puso a cuatro patas sobre la cama y la penetró con violencia. La joven gimió y sus miembros temblaron ante el desafió de soportar el peso de aquel hombre que resoplaba y sudaba encima de ella, empujando en su coño con fuerza y provocándole un intenso placer.

Llevado por un oscuro instinto, cogió la trenza de Xiaomei y rodeando su delicado cuello con ella se irguió y tiró de ella redoblando la intensidad de sus embates.

La prostituta sintió como el aire llegaba con dificultad, el miedo y la falta de oxígeno hicieron que su placer se intensificara haciendo que todo su cuerpo burbujeara justo en el momento en que con un último y violentísimo empujón el forastero se corría en ella. El calor del semen fue el último estimulo que hizo que todo su cuerpo volviese a estremecerse, arrasado por un segundo orgasmo.

La joven se estremeció y pugnó inútilmente por ahogar un largo grito de placer mientras él se descargaba una y otra vez.

Se tumbaron exhaustos. John observó como la mujer jadeaba y luchaba por volver a recobrar el control. Él se levanto y encendió un cigarrillo, acercándose a la ventana. Allí fuera, intentando pasar desapercibido, en las sombras, alguien le vigilaba. Las brasas de un puro le habían delatado. Se giró. La mujer le hizo un signo para que volviese a la cama. Se tumbó a su lado y dejó que Xiaomei le rodeara con sus brazos mientras él daba largas caladas al cigarrillo.

Aquel polvo, unido a la larga jornada aguantando a hombres rudos y sedientos de sexo, habían terminado por extenuarla y en poco minutos la joven dormía profundamente.

Con delicadeza, apartó a la prostituta y se vistió en silencio. Cogió los Colt y el enorme cuchillo Bowie y se dirigió a las cocinas. En el fondo de la estancia había una ventana que daba a la parte trasera del edificio y que estaba a poco más de metro y medio del suelo.

Salió por ella,  rodeó el edificio y tras apagar su cigarrillo echó un largo vistazo a la calle. En un par de minutos descubrió a otro hombre en el porche del edificio que había a su izquierda. Evaluando rápidamente la situación, decidió que debía ser el del otro lado de la calle el que debía morir primero.

Dio un largo rodeo para moverse fuera de la vista de los desconocidos y se acercó por detrás al lugar dónde había descubierto al primer hombre. No había duda. Por su altura y la forma que tenía de apoyarse en la pared mientras esperaba, solo podía ser Philips.

En total silencio se acercó con el enorme cuchillo y agarrándole por los hombros le dio tres rápidas cuchilladas en el corazón, tal como había aprendido en el ejército de aquel instructor francés.

El hombre soltó un largo estertor que alertó a su cómplice. El compañero se acercó corriendo. Con el arma preparada, intentó escudriñar las sombras, pero cuando estaba a menos de diez metros, John cogió el cuchillo por la punta y se lo lanzó clavándolo hasta la guarda en el ojo izquierdo de Jackson y matándolo en el acto.

Mirando a ambos lados de la calle cautelosamente, arrastró el cuerpo del segundo hombre a la oscuridad y tras dejarlo apilado sobre el de Philips, sacó la hoja del cuchillo del ojo de Jackson y le volvió a apuñalar un par de veces antes de limpiar la sangre y los restos de tejido cerebral en la camisa de franela de la víctima.

Tras asegurarse de que los cadáveres estaban ocultos en las sombras, volvió a dar un rodeo antes de entrar de nuevo en el saloon. Cuando se metió en la cama, la prostituta seguía durmiendo tranquilamente, ajena a todo lo ocurrido.

Gunnar Samuelson

Sus ojos se negaban a cerrarse. Tumbado boca arriba, mirando al techo, seguía intentando dormir sin conseguirlo. Antes le gustaba, empleaba el tiempo imaginando compartir el lecho con Suzanne. Se imaginaba abrazando su cuerpo desnudo y amándola hasta caer rendido.

Pero ahora cada vez que cerraba los ojos para intentar evocar aquellas imágenes, era el forastero el que montaba a Suzanne con violencia, haciéndola gritar de placer mientras giraba su cara hacia él y se reía sin apartar el cigarrillo de la boca.

Intentaba convencerse de que Suzanne no interesaba a aquel hombre. Si no ¿Por qué se acostaría con todas las putas del saloon? A pesar de que se devanaba los sesos inútilmente, no comprendía por qué a pesar de todo la jefa seguía mirándole con aquella cara de adoración.

Aquel tipo era un cabrón sin corazón. Desde su sitio al lado de la puerta no se le había escapado el temblor de los labios de Suzanne mientras aquel hijo de perra se llevaba a Xiaomei al piso de arriba.

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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella***