Redención
El capitán Leander sufre una alucinación. Confundiendo a Galatea con otra persona.
Redención
No hay sitio para el amor en Esparta. El amor es de los débiles y te crea vulnerabilidades. Y no hay sitio para los débiles en Esparta. O eso se supone.
Todo eso era el lema de la ciudad. Cada uno de los pasos de la educación de los espartanos estaba orientado a hacer de sus compatriotas unos hombres duros y recios. La compasión era algo que se debía extirpar de sus corazones. Los hombres deben ser bravos guerreros, las mujeres debían cumplir su función de traer más progenie. A ser posible más hijos varones que trajesen después de un duro entrenamiento más gloria y riquezas a la ciudad.
El amor era una entelequia. Un mero formalismo para cumplir la labor biológica. Así había sido siempre y así debía ser siempre. Era la forma con la cual los espartanos habían forjado una leyenda que no debía abandonarse. Porque si no sería la decadencia de la ciudad. Y esta pedía más gloria. Era hora de imponerse de una vez por todas al resto de Polis.
Todo esto había sido bien introducido en la mente del capitán Leander. Era un buen ciudadano, un leal espartano. Se caso por conveniencia con Karissa. Sus padres consideraron de que era el partido perfecto y los de ellas también entendieron que el joven cumplía con los requerimientos necesarios. Tras la firma del acuerdo matrimonial y el pago de la dote se celebró una fría ceremonia de boda.
Leander cumplió con lo que suponía que debía hacer para permitir la continuidad de la saga familiar. La luna de miel realizó el acto de manera mecánica. Exenta de pasión, había que evitarlo. Era una cosa bien clara en el proceso de aprendizaje. No hay sitio para el amor en Esparta.
Pero lo que no había sido instruido era lo que se encontró lo que era su esposa. Algo había fallado en la enseñanza de su mujer. No se comportaba como debía comportarse una señora espartana. Karissa era un ser dulce, lleno de imaginación. A su edad seguía actuando un poco como una niña. Esto produjo un shock al encontrarse por primera vez a alguien que no fuera áspero en su ciudad. Sino todo lo contrario.
Leander trato de combatir los pensamientos que surgían dentro de sí. Trato de reprochar a su mujer su manera de actuar. Pero esta hizo caso omiso tratando de dulcificar su carácter también. Por un momento pensó en solicitar la anulación pero era imposible ya. Algo surgió, de los besos, de las caricias, del cariño de su esposa. Algo que según todo lo que le habían enseñado era un veneno en la mente de un hombre. Pero ya era demasiado tarde para extraerlo. Estaba envenenado sin remedio.
En pocas semanas su mujer ya lucía un claro embarazo. Eso debía tomarse con normalidad. Pero él estaba dominado por sentimientos que ya renunciaba a combatir. El miedo y la alegría. La dicha de ser futuro padre. La responsabilidad de proteger a su futuro hijo y a su adorada esposa.
Hablaron sobre su situación. Karissa comentó la posibilidad de huir de la ciudad que decía que era de locos. Discutieron mucho pero ella le comento de la terrible posibilidad de que su hijo no superase la prueba. De que fuese condenado al precipicio. Entonces Leander entendió. Huirían de la ciudad aunque eso significase la terrible maldición de ser un apátrida. Un traidor. Carecer de ciudadanía allí donde fuesen. Pero Leander le pidió que esperasen hasta el parto.
Leander continúo su vida normal. Perfeccionándose como soldado. Pasaron nueve meses desde la boda y Leander fue galardonado como el mejor de su promoción. Eso implicaba ser ascendido a capitán de falange. El orgullo le hinchió cuando vio a sus padres asistir a la ceremonia. Karissa estaba fuera de cuentas y permaneció en su casa. Leander si dirigió a su hogar a comentarle la buena nueva a su esposa. Pero al llegar a su casa los criados estaban inquietos y asustados. El preguntó qué pasaba.
- Tu mujer ha dado luz
- ¿Pero porque me respondes con esa cara?
- Algo ha salido mal.
- ¡¿Qué?!
Leander entro vertiginosamente en su hacienda. Y encontró al médico de confianza. Tenían sus ropajes manchados de sangre.
- Dime que ha pasado
- Tú mujer ha muerto desangrada. Ha sido un parto muy difícil.
- ¡No!
- Eso no es todo. Tú hija también falleció. Nació muerta.
- ¡Nooooo! – grito desconsolado arrodillándose en el suelo.
El médico se turbo al ver un comportamiento tan anormal en un espartano. Era un comportamiento insensato.
- ¿Dónde está mi hija? – dijo entre lagrimas
El físico estaba escandalizado por el comportamiento de su conciudadano. ¿Lagrimas? Eso es intolerable.
- Sabes perfectamente lo que se hace en estas situaciones.
- ¿El precipicio?
- Efectivamente. Tal como manda la tradición
- ¡Maldito! ¡Te mataré!
Leander propino un sonoro puñetazo. En ese momento entro su padre que había recibido ya las noticias.
- ¡Hijo! ¡Detente!
- Malditos seáis tú y todos los espartanos.
Su padre le lanzó una bofetada que pareció devolverle la sensatez. Pero su mirada aún despedía odio.
- Estimado Melacton. Disculpa a mi hijo. Hoy ha sufrido un duro golpe.- dijo el padre
- Sí, señor. Ignoraré este hecho. Pero dígale a su hijo que su forma de proceder no es digna de un espartano. Si sigue comportándose así estará mancillando el honor de vuestra familia.
- Así lo volverá a aprender. Porque parece que ha olvidado la disciplina. Debió ser Karissa. Fui ciego y no pude prever esto.
Leander recibió una dura reprimenda y pareció aceptar su situación de viudo. Pero a pesar de la discreción del doctor los rumores de lo acontecido circundaron la ciudad. Eso haría mella en la reputación del capitán. Ahora sería complicado que un padre entregará su hija para unas segundas nupcias.
A la semana siguiente se celebro el funeral de la difunta Kalissa. Leander esta vez no soltó ni una sola lagrima.
~ ~ ~ ~
El reino de Lesbos había sido asolado por los ejércitos de Esparta. La guerra del Peloponeso estaba en pleno apogeo y el ejército del general Lisandro había conseguido una aplastante victoria contra la liga de Arcadia. Las fuerzas del tirano de la ciudad de Mitilene apenas pudieron ofrecer resistencia a las tropas de los aguerridos hoplitas.
Ahora los pobres supervivientes les esperaba un destino funesto como parte de los dominios de los espartanos. Había pasado pocas décadas desde la victoria de la libertad contra el imperio persa. Cuando todas las polis griegas se unieron para repeler al invasor. Surgió un espíritu de la nación griega comandado por la ciudad de Atenas. Pero Esparta no estaba dispuesta a tolerar que los “asaltacunas” fueran los dirigentes de la alianza que se había formado. El primero en pagar fue el reino de la ciudad de Lesbos.
Una vez que el ejército de Mitilene había sido masacrado, ahora los invasores podían disfrutar del botín. El templo a la diosa Afrodita fue desmantelado y sus riquezas requisadas para formar parte de los nuevos tesoros del rey.
A las mujeres les quedaba uno de los peores destinos. Ser un juguete sexual en manos de los asesinos de sus padres, hermanos e hijos.
En esas vicisitudes se encontraba Galatea. La poetisa heredera de Safo. Al parecer uno de los capitanes se había encaprichado de ella. Incluso enfrentándose con su superior. Ahora el miedo por su destino era lo que le dominaba la mente. Pero a la vez respiraba aliviada. Sus padres consiguieron escapar del cerco a través de uno de los pasadizos subterráneos de la ciudad. Junto a ellos se fue la familia de su amante Sophie. Ella se opuso a la petición de sus padres de huir con ellos. Dijo que no dejaría atrás a sus alumnas. A pesar de la fuerte discusión ellos cedieron conocedores de la testarudez de su hija.
Ahora tenía enfrente a aquel capitán. Al parecer su nombre era Leander. La miraba de manera extraña. Como con una cara de sorpresa. Le metió a la fuerza en uno de los edificios que quedaba en pie. Allí estaban solos. Aquel hombre habló.
- Que funesta broma de las tejedoras del destino. Y quizás haya sido Zeus.
Galatea no comprendía a que se refería. Parecía comportarse como un loco. Se acerco a ella y le dio un beso. Era apasionado pero a la vez ansioso. Galatea se echo hacia atrás, rehuyéndole.
- ¡Oh , Karissa! Has vuelto del valle de Hades.
Galatea trato de procesar las confusas palabras que había pronunciado el extraño. La idea le vino a la mente. La estaba confundiendo con otra, con una fallecida. Posiblemente su esposa. Quizás esto le podría servir para la situación en la que se encontraba. Decidió aceptar el beso y fingir ser ella.
- Sí, mi esposo. Te he echado mucho de menos.
Galatea trata de adaptarse al papel de la supuesta Karissa. Pero creyó conveniente imaginarse que aquel hombre también era un poco su amada Sophie, más que nada para poder interpretar adecuadamente el papel.
Leander estaba como alucinado. Era cierto. Galatea tenía un importante parecido con su difunta esposa. Pero Galatea era al menos 10 años más mayor que la que fue su esposa al morir. Ambas morenas con una talla media, unos pechos generosos. Sus ojos eran de un color verde oliva.
El soldado actuaba como si su esposa se tratase. La poetisa tuvo una idea para amansarle. Vio un arpa en la habitación, la cogió y se dispuso a tocar sus cuerdas mientras cantaba unos versos. Leander se separo a observar.
- ¿Cuándo has aprendido a cantar?
- Las ninfas del otro mundo me enseñaron.
- Me siento como si fuese Aristeo en busca de Eurídice. Trayéndote de entre los muertos.
- Pero él era el poeta, no su amante.
- Cantemos los dos una canción que me sé.
El capitán se acerco hacia ella y dirigió sus labios hacia su cuello. Su esposa le gustaba mucho esa caricia. Se entretuvo en lamerle ese punto. Ahora Galatea más relajada podía dejarse un poco llevar ya que aquel hombre la trataba con mimo. En ese momento recitaba jadeos que eran del agrado de su súbito amante.
La poetisa comprendió que no había más remedio que hacer el amor con el espartano. Su mente tampoco le hacía ascos. Era fuerte y de buen ver. Así que ya tratando de quitarse los miedos se dispuso a actuar como una buena amante. Ella misma se desato la suerte de cinturón que sujetaba la túnica dejando entrever su cuerpo. Leander se extasió con la visión de aquella belleza. Notaba que su cuerpo era distinto al de su mujer, más hecho, más formado. Pero su consciente no estaba para pensar. El pene protestaba por salir fuera de la armadura. Con una ligera ansia busco el descanso del guerrero en su “esposa” después de tanto tiempo sin yacer con ella.
La lujuria era ardiente y su boca fue directa sin más preámbulos hacia uno de los pechos de su amante. Quería como beber de ella, con glotonería. La otra mano disfrutaba sin pudor del otro pecho amansándolo como si de pan se tratase. Galatea le resultaba excitante el desahogo que buscaba Leander en ella. Le recordaba sin problemas al ímpetu desaforado de Sophie provocado por su juventud. Pensaba que si iba a tener que convivir con este hombre que se había encaprichado de ella podría intentar educarle en el arte del amor. Quizás podría conseguir un buen amante masculino, solo bastaba calmarle con mimos y ternura, como hizo con su alumna. Pero ahora le dejaría hacer.
Leander la levanto con sus brazos y la subió al piso superior donde imaginaba que se encontraría el dormitorio de esa casa. Allí la tumbo en la cama y volvió a redoblar sus esfuerzos pero ahora su mano se dirigió al sexo de la maestra. La masturbación fue placentera ya que Leander se cuidó de estimularla con cuidado. Galatea se sorprendió que su primer amante varón lo hiciera tan bien y además dada las circunstancias. Su vagina desprendía ya fluidos abundantemente.
El capitán se acordó de otra cosa que solía hacer a su esposa. Una costumbre que si la supieran sus compatriotas le acusarían de indecente. Ahora su boca bajo al coño de su imaginada mujer y se dispuso a lamer su clítoris escondido en un pequeño monte de Venus peludo. Galatea se sorprendió agradablemente de esta nueva atención y ya no puso reparos en disfrutar. Su sexo congestionado ya anunciaba un pronto orgasmo que no tardo en llegar. La poetisa arqueo el cuerpo y un temblor recorrió su columna vertebral mientras gemía sin pudor. Leander disfruto de la visión del orgasmo de la mujer como si fuese un placer propio. Pero ya no podía aguantar más así que deprisa se quito el uniforme militar quedando ahora él en cueros.
Galatea imaginó lo que iba a seguir. Primero tuvo un ligero reparo pero se convenció a si misma que todo iba a ir bien. Consciente de que aquel hombre deseaba penetrarla se congratulo que bastantes años antes practico con Safo con verduras. Aquella penetración no fue traumática y apenas sangró. Afortunadamente para ella el coito iba a ser más fácil así y además suponía que Karissa no debía ser virgen si fue esposa de Leander.
Leander apuntó su pene al sexo de la poetisa y con decisión entró en ella. El soldado disfruto sobremanera de entrar otra vez dentro de una mujer, deleitándose de la sensación de calor y sentir su pene abrazado. Bajo un poco el cuerpo a besar a su “Karissa”. Galatea respondió apasionadamente ya que la sensación de ser penetrada le estaba gustando. Veía a su amante moverse y un mete saca y la percepción en su coño era divina. Estaba disfrutando. Además veía la emoción de su nuevo amante. Como estaba disfrutando y era hermoso verle. Se le veía tan feliz de volver a hacerle el amor a su esposa después de largo tiempo. Empezaba a notar como en su interior se estaba formando un nuevo orgasmo, esta vez surgido desde lo más profundo de su interior. Una vez más se dejo ir y su vagina empezó a temblar apretando al pene que albergaba. Leander percibió este nuevo orgasmo de su compañera y ya no pudo resistir más el suyo. Su polla estalló de placer llenando el útero de Galatea con semen por primera vez en su vida. La profesora noto el caliente líquido que se derramaba dentro de su ser y extrañamente a lo que ella creía le resulto una experiencia muy gratificante. Ahora se sentía muy unido a aquel desconocido que la había tomado de aquella manera tan tierna.
El cansancio hizo mella en los dos y se separaran cuidadosamente y se dispusieron a dormir abrazados.
Continuará …