Recurriendo a los servicios de una profesional.

Como pocas mujeres son capaces de atender las necesidades de un corpulento hombre como yo necesito recurrir a una profesional para poder dar rienda suelta a mi desbordante virilidad. Un relato cargado de erotismo y sensualidad.

Hacía tiempo que llevaba dándole vueltas en la cabeza a esa idea, y cuanto más pensaba en ello más convencido estaba. Sería una de las pocas maneras de poder dar rienda suelta a mis fantasías.

Soy un hombre muy corpulento. Mis algo más de 2 metros de altura y mis 97 kilos más o menos bien conservados a base de comida saludable y gimnasio me dotan de un porte ciertamente abrumador.

Soy consciente de que mi físico causa una cierta impresión a primera vista. Por si fuera poco, debido a mi profesión, suelo vestir impecablemente y bajo mi supervisión tengo a un buen número de subordinados lo que implica una cierta consideración en el trato diario y eso refuerza más si cabe la imagen que de mi tienen muchos de hombre exigente y que impone respeto con tan sólo una mirada.

Ahora ya casi todos me conocen en la empresa, pero aun recuerdo mis primeros días tras tomar la dirección del departamento de inversiones cuando entraba en el ascensor. Nada más abrirse la puerta y aparecer allí delante de los que estaban dentro, se hacía un silencio sepulcral nada más roto por el "Buenos días" o "Buenas Tardes" de rigor. Todo el mundo intentaba hacerme hueco pero mi espalda abarcaba el doble de ancho de muchos con los que me solía cruzar.

El tiempo que el ascensor tardaba en subir o bajar -según procediese- era un momento ciertamente incómodo pues si ya resulta violento cruzarse con un superior en un escenario así, mucho más lo era si este te mira desde allá arriba haciéndote sentir un piltrafillas.

En lo personal no me quejaba demasiado. Siempre había resultado un hombre atractivo y nunca he tenido grandes problemas para despertar simpatías y deseos en el sexo femenino. Tengo 32 años y aunque todavía no me he casado ni tengo pareja estable -ya sabéis, una vida entregada al trabajo- sí he tenido múltiples relaciones en las que creo -aseguraría diría más bien- haber cumplido con creces las expectativas que en mi depositaron mis parejas.

Soy un hombre culto, generoso, entregado, un muy buen amanate y que siempre ha perseguido la total felicidad de la persona a la cual me entrego.

Visto desde fuera, todo el mundo podría pensar que tengo una vida envidiable repleta de satisfacciones y que muchos querrían para si, y si bien es cierto que no la cambiaría, he de reconocer que desde siempre vivo con una pequeña espina clavada. En el ámbito sexual, padezco alguna que otra frustración por la considerable envergadura de mi miembro viril que me impide disfrutrar del sexo tal y como en ocasiones me gustaría.

Sé que suena pedante y parece el típico exabrupto de macho alfa pavoneándose ante los de su especie para ver quien la tiene más grande (y nunca mejor dicho), pero creedme. Siendo objetivos tengo un pene ciertamente grande que no muchas mujeres son capaces de "manejar" con destreza.

Supongo que mi polla es proporcional al resto de mi cuerpo, y en ese sentido, voy muy bien compensado, pero para que os hagáis una idea, ya desde los primeros desarrollos de la adolescencia quedaba superado el tópico de "...tenerla tan gorda y grande que no entra en un vaso de tubo".

Aunque nunca me la he medido rigurosamente, cuando son unas manos menudas de mujer las que la agarran desde la base, entro en ese selecto club de los que pueden presumir de agarrarla con dos manos y que todavía sobresalga el capullo. Cierto.. solo sin son manos de mujer. Si son las mías las que la sujetan la extensión del rabo tan sólo cubre mis palmas y no sobresale nada, pero en mi defensa he de decir que mis manos son igualmente grandes y proporcionales al resto de mi cuerpo. Tengo manos de esas para pegar hostias como panes que dicen los de pueblo.

Muchos de vosotros, amigos lectores, estaréis diciendo "¿Y de qué se queja este?", pero creedme, eso del tamaño está bien para despertar envidias en las duchas del gimnasio pero cuando estás en la cama con una mujer la cosa cambia, y mucho.

A lo largo de todos estos años, y con prácticamente todas mis parejas sexuales, la situación ha sido más o menos similar. Llegado el momento de la penetración, he tenido que actuar siempre con suma delicadeza, dejando que fuese ella la que marcase el ritmo y limitando mis embestidas a fin de no causar más dolor que placer. En el sexo oral, más o menos lo mismo. Por muy entregada que se muestre ella, y por muy experta que sea en las artes felatorias ciertamente es dificil digerir un rabo como el mío y nunca he podido experimentar la sensación de una mamada de esas "gargante profunda" y todo se circunscribe a -como mucho- la mitad del miembro y con cuidado tambien a la hora de correrme pues el volumen de mis eyaculaciones tambien puede resultar incómodo y dificil de asimilar.

Si ya en la penetración vaginal la cosa debe ir más o menos delicada, cuando lo intento por la puerta de atrás ya os podéis imaginar.

Por si no fuera suficiente con lo poco dadas que son muchas mujeres a entregar su puerta trasera, cuando se ven ante la amenaza de ser empaladas por una estaca de grosor similar a una lata de refresco, pues en fin... podéis poneros en escena. Muchos de mis encuentros sexuales acaban siempre con la mujer totalmente extenuada de placer, y yo quedándome con ganas de más. Ellas intentan complacerme como mejor son capaces pero comprendo que no les debe resultar fácil.

Era por todo esto que en los últimos tiempos me rondaba la idea de contratar los servicios de una "profesional del sexo", es decir, una prostituta, con la cual poder hacerlo sin tener que preocuparme de satisfacerla y recrearme sólo en mi propio placer. Aunque tenía ciertos reparos morales en tener que recurrir a estos servicios, parecía ser la única manera de encontrar una compañera de cama con la cual no tuviese que ser tan entregado y que se ofreciese a mi con el único objetivo de darme placer.

Le daba vueltas a la cabeza intentando imaginarme lo que eso sería. ¿Y si llegado el momento, por el nerviosismo, no conseguía "cumplir"?.. ¿Y si en la realidad no resultaba ser físicamente igual a como yo me la imaginaba?...

Tras mucho valorarlo decidí tantear el terreno. Aprovechando que la próxima semana tendría que viajar a Barcelona para una reunión de trabajo, consideré que sería preferible organizar este encuentro allá, al amparo del anonimato que ofrece el alojarse en un hotel.

Busqué en distintas páginas web anuncios clasificados de "escorts" (que por lo visto así se hacen llamar las putas de alto standing) y tras seleccionar 3 o 4 que me parecieron más destacables me animé a llamar al teléfono que aparecía en uno de ellos.

Nada más responder, una voz con fuerte acento latino me sorprendió desde el otro lado. Rápidamente colgué imaginándome que sería una mulata cincuentona de esas que presumen de que gallina vieja hace buen caldo.

Pensando ya que todos los anuncios serían igual de falsos, con fotos que en absoluto se corresponden con la realidad y en el que todas anunciaban cosas imposibles de cumplir, marqué el número del 2º de los anuncios seleccionados.

En el perfil de la web, esta chica se hacía llamar Marta y decía tener 19 años. Carita angelical, cuerpo divino, culta, elegante.... ¡vamos.. todo un partidazo!. En las fotos aparecía vestida de modo sexy, con una camiseta de tiras y unas braguitas blancas, intentando jugar el papel de colegiala traviesa.

Ciertamente desconfiado de que la realidad fuese ni parecida a lo que veía en el anuncio terminé de marcar el número y al segundo o tercer tono una voz respondió desde el otro lado. Al menos, esta parecía ser española 100%.

-Si, ¿diga? - contestó.

-Hola Marta. Te llamaba porque he visto un anuncio tuyo en un portal de contactos.

-Sí, correcto. ¿Y que querías?.. ¿Contratar mis servicios?.

-Sí, bueno... tal vez... esto.. -comencé a balbucear sin saber muy bien como explicarme.

-Vamos, tranquilo que no muerdo... ¿Es la primera vez que recurres a una escort? - me preguntó en tono distendido como intentando romper el hielo.

Tras esas primeras cálidas palabras la conversación ya comenzó a fluir mucho más distentidamente. Me aseguró que toda la información que aparecía en el anuncio era verídica, que aquella era su foto real y que no tendría ningún problema en que conectasemos por videollamada o videoconferencia para poder verificarlo por mi mismo.

Verla tan dispuesta a darme facilidades para verificar que la información era real me hizo confiar mucho más en sus palabras y comenzamos a concretar todos los detalles. Me informó sobre cuales eran sus honorarios, condiciones y forma de "trabajar". Yo por mi parte le expliqué "mi situación" y me interesé por sus impresiones al respecto.

En el anuncio indicaba que era menuda y pesaba tan sólo 56 Kg. y ciertamente me parecía un tanto delicada como para desenvolverse con soltura con un hombretón como yo. Ella se mostró ilusionada e intentando afianzar el trato me aseguró que no habría problemas. Estaba versada en prácticas sexuales un tanto extremas y confiaba plenamente en ser capaz de satisfacer mis necesidades.

Volvió a proponerme establecer una videollamada para poder ver por mi mismo que era tal y como se anunciaba en aquella web, pero con tan sólo su disposición tenía suficiente. Si no fuese cierto no insistiría tanto en ello, y preferí confiar plenamente y esperar al día del encuentro para vernos cara a cara. Eso haría la experiencia más excitante y más similar a un contacto real con una amiga, conocida o amante lejana.

Me preguntó tambien si tenía alguna preferencia específica sobre la vestimenta que debía llevar aquel día, sobre algún fetiche en particular, algun deseo concreto sobre temas depilatorios o algún tipo de información que considerase relevante.

Le respondí que nada en particular. Que fuese bien vestida pues quedaríamos para cenar primeramente en el restaurante del hotel y fuera de eso lo que ella estimase oportuno. En la medida de lo posible, pretendía que aquello fuese un encuentro lo más normal posible.

Nos despedimos emplazándonos para el día, lugar y fecha convenida y yo volví a mis quehaceres diarios, esperando ansioso la llegada de la gran noche.

La semana discurrió con normalidad, trabajo, más trabajo y más trabajo. Aquel fin de semana evité incluso quedar con una "amiga especial" pues quería abstenerme de practicar sexo en varios días a fin de estar con la líbido a tope de cara al encuentro del Lunes.

Llegué al aeropuerto del Prat a primera hora de la mañana y tras una maratoniana jornada de reuniones con socios primeramente, y con clientes despues del almuerzo, por fín habia terminado el día y estaba más cerca la hora del encuentro.

A media tarde, tras la última reunión, el chofer me acercó al Hotel que la empresa me había reservado.

Tenía a mi disposición una exquisita suite en la última planta de aquel majestuoso hotel. Una amplia estancia de paredes acristaladas desde la cual se divisaba gran parte de la ciudad. Ciertamente era un tanto vertiginoso acercarse a aquellos inmensos ventanales pues practicamente era como asomarse al precipicio. Tan sólo un grueso cristal impedían caer desde aquella altura y ciertamente era una sensación indescriptible sentirse tan expuesto y a la vez tan seguro.

Emplee las algo más de 3 horas que faltaban para el encuentro en descansar un poco, tomar una reconfortante ducha en aquella cabina hidromasaje y arreglarme para causarle la mejor impresión posible. Poco antes de la hora de nuestra cita bajé al restaurante y poco despues de que el camarero me indicase mi mesa recibí en el móvil un mensaje suyo. Estaba aparacando, en menos de 5 minutos estaría allí.

Unos breves minutos de espera y por fin hizo su aparición.

Cuando el maitre le recogió su abrigo descubrió un elegante y sexy vestido de rayas negras y grises, lo suficientemente ceñido al cuerpo para resaltar su esbelta figura pero sin llegar a ser ordinario o chabacano.

Un vestido formal, sin escote, de manga corta, y cuyo largo de falda llegaba más o menos hasta la rodilla.

Bajo el, unas medias negras tambien y unos elegantes zapatos de tacón.

Su morena melena suelta se notaba peinada con esmero -seguramente en la peluquería- y unas puntas algo onduladas le hacían parecer más glamourosa. En su rostro, un suave maquillaje -muy natural- y unas gafas de pasta negras tambien que reforzaban aquella imagen de chica cool.

Una vestimenta muy apropiada para el entorno, que imagino ella habría pensado me gustaría, pues ciertamente la hacía parecer una mujer sofisticada, que bien podría pasar por cualquiera de mis compañeras de oficina.

Supongo que en algo así habría pensado para la elección de su atuendo. Pretender parecer alguien lo más real y accesible dentro del ámbito social en el que yo me muevo.

Ciertamente resultaba más atractiva de lo que podía ver en aquellas fotos de la web.

Quedé mirándola fijamente, supongo que con esa sonrisa idiota que a todos se nos pone alguna vez, y ella rápidamente se dió cuenta de hacia quien debía dirigirse. Supongo que no era dificil pues era el único tio de 2 metros presente en aquel restaurante.

Me levanté para recibirla y muy cordialmente nos dimos los dos besos de rigor. Tuvo que estirarse al mismo tiempo que yo me agachaba, pues tal y como imaginaba, era una chica menudita. Pesaría 50 y pocos kilos -diría yo- y aunque no es que fuera demasiago baja -1.65 calculo- a mi lado la percepción era muy distinta.

-Uau.. pues sí que impresiona tu porte, sí... ¡Es un placer conocerte!.

-El placer es mío Marta, creo que mi expresión habla por sí sola.

-¿Deduzco entonces que la primera impresión no es mala del todo?; preguntó mientras nos acomodábamos en el asiento.

-Es fabulosa. - me limité a contestar mientras esbozaba una sonrisa cómplice.

Disfrutamos de una exquisita cena y ciertamente quedé gratamente sorprendido por su compañia. Marta era una mujer inteligente, culta y con la cual pude charlar distendidamente sobre muchísimos temas. Una seductora nata que por momentos me hacía olvidar la condición económica de nuestro acuerdo y parecía sin más, una cita de dos personas que intentan gustarse el uno al otro.

Me contó que tenía 21 años, que estaba estudiando Arquitectura y que estos "servicios de acopañamiento" le permitían subsistir mientras sacaba la carrera.

Se había quedado huerfana de pequeña, y tras la muerte de sus abuelos -quienes se hicieron cargo de ella cuando era niña- se habia visto medio obligada a recurrir a este trabajo.

No intentaba justificarse ni mucho menos, pues en cierto modo estaba orgullosa de lo que hacía, pero parecía quererme hacer entender que era un tanto selectiva con sus clientes. Supongo que intentando dignificar una profesión sobre la cual giran tantos prejuicios sociales, leía entre líneas que sus contactos eran algo esporádicos y en los que ella tambien procuraba disfrutar.

Terminamos el postre y el café, y antes de subir a la suite volvió a preguntarme si realmente deseaba continuar una vez que la había conocido. La respuesta era obvia. La mejor parte de aquella velada estaba a punto de comenzar.

Nada más entrar a la habitación quedó asombrada con las vistas. Había dejado las cortinas totalmente abiertas y a aquellas horas de la noche la ciudad parecía un hervidero de luces parpadeantes en el horizonte. En el interior de la estancia, comenzó a sonar el mítico Kind of Blue de Miles Davis al tiempo que un par de lámparas de pie iluminaban ténuamente el cuarto.

-¿Te apetece una copa?, le pregunté.

-Si, lo mismo que tu tomes estará bien.

-Un gin-tonic, ¿te parece?.

-Perfecto.

Mientras preparaba las copas sirviéndome del mini-bar, se sentó en la cama y muy recatadamente se despojó de los zapatos y de las medias, quedando con el vestido intacto.

Degustamos unos primeros sorbos de los gin-tonics mientras asomados a aquel inmenso ventanal me explicaba por donde caía su vivienda, su facultad, la casa de su amiga Sonia... Nuestras miradas se cruzaron por un instante y ambos supimos que aquello era el pistoletazo de salida a nuestro tórrido encuentro.

Agarré el borde inferior de su vestido, y mientras ella ayudaba en la operación levantando los brazos tiré hacia arriba para sacárselo, igual que el que saca un jersey por la cabeza. Bajo el vestido, un fino conjunto de lencería blanco. Giró sobre sí misma como si fuese una bailarina de ballet para mostrarme la totalidad de sus encantos.

La braguita blanca era de esas finas, sin costuras, muy ceñida a su carnoso y prieto trasero. Sin llegar a poder ser considerado un tanga, era un corte más bien escueto y la tela no cubría la totalidad de sus nalgas, sino que dejaba la mitad del glúteo totalmente desnudo, lo que realzaba más si cabe su voluptuosidad.

Por el frente, un sujetador a juego, liso con un pequeño adorno de encaje en el borde de la copa, cubría y sujetaba lo que se intuían unos pechos no excesivamente grandes, pero perfectamente harmónicos dada su constitución y que formaban un seductor canalillo.

Su piel clara y suave no lucía tatuaje o piercing alguno y su vientre ligeramente prominente, tal vez por culpa en parte de la copiosa cena recien degustada, le daba ese aire de naturalidad que tanto me gustaba ver en las mujeres.

-Eres preciosa, le susurré.

-Me alegra que te guste, respondió mientras comenzaba a despojarme de mi camisa.

Sus delicadas manos dejaron mi torso al desnudo y lentamente, caricia tras caricia, fue deslizándose por todo el ancho de mi torax, resaltando con sus dedos los surcos de mis pectorales, del deltoiodes, de mis oblícuos, de los abdominales...

-¡Como te cuidas!, ¡Estas duro como una piedra!.

-Lo intento. ¡Y no veas!.. ¡Cada año que pasa cuesta más mantener la línea!.

-¡Qué te va a costar!... ¡Si estás como un cañón!.

-¡Aduladora! - y ambos nos echamos a reir.

Deslizó sus manos hacia abajo y arrodillándose en el suelo comenzó a desabrocharme el pantalón. Presagiando lo que vendría despues, intentaba por todos los medios concentrar mi antención en otras cosas a fin de mantener a raya la incipiente erección que comenzaba a dar señales de vida bajo la ropa.

Quería descubrir mi miembro ante ella lo más relajado posible, para que se lo encontrase calmado, accesible, y facilmente manejable.

Dejó caer mi pantalón al suelo; avancé un paso para despojarme totalmente de el, y ella alzó su mirada hasta coincidir con la mía. No hizo falta decir más nada.

Mostrándose sumisa, totalmente entregada, arrodillada ante mi, sin vacilar ni un instante introduje mi mano derecha dentro del boxer negro que conservaba como única prenda, y sacándome la polla todavía algo morcillona la acerqué a su boca buscando cobijo.

Abrió la boca y llevando sus manos a mis nalgas se la introdujo dentro, avanzando poco a poco, intentando dar cabida a toda ella, hasta que sus labios llegaron a la base de mi tronco y contra su naricilla cosquilleaban los recortados vellos de mi pubis.

Me entregué totalmente, intentando gravar a fuego en mi memoria aquella placentera sensación. Mi polla introducida totalmente hasta su garganta comenzaba a aumentar en volumen y firmeza dentro de ella, mientras Marta se agarraba con fuerza a mis glúteos intentando controlar el instinto reflejo de expulsión que aquel objeto extraño le provocaba en el fondo del paladar.

No debieron ser más de 10 o 15 segundos lo que duró aquella entrada profunda en su boca, lo suficiente como para que mi polla creciese dentro de ella y comenzase a lubricarse con los primeros flujos producidos por tal excitación.

Cuando ya no pudo aguantar la respiración por más tiempo, fue retirándose hacia atrás descubriendo poco a poco toda la longitud de mi falo. Al llegar al capullo, al abrir sus labios de mi glande quedó colgando un fino hilo mitad saliva, mitad flujo pre-seminal, esencia que habilidosamente recogió con la lengua para volver a aprisionar mi capullo entre sus labios y ejerciendo la presión justa, con aquella boca que parecía querer formar un anillo sobre mi miembro, volvió a tragar hasta el fondo.

Repitió este recorrido unas cuantas veces más. Sus prietos y carnosos labios se deslizaban desde la base de mi polla, hasta mi palpitante capullo, lentamente... muy lentamente... disfrutando de todos los centímetros de piel, recogiendo con la lengua todo el néctar desprendido al finalizar el recorrido, para nuevamente en la boca, continuar lubricando mi mástil.

Sus manos continuaban apretando mis duros glúteos, ahora ya por debajo de la tela del calzoncillo. Como queriendo disfrutar de más libertad de movimiento, sin dejar de chupármela, terminó de bajarme completamente el boxer, y ayudándola yo levantando primeramente una pierna y despues la otra, me lo sacó completamente, arrojándolo encima de una silla que había cerca, quedando totalmente desnudo, expuesto y entregado ante ella.

Recorrió la longitud de mi polla una vez más, y justo antes de separarse de ella, recogió con su manos los restos de saliva y flujo que habían quedado atrás y las últimas gotas viscosas que brotaban de mi interior. Con los pringues acumulados en la mano, embadurnó mi estaca, mis huevos, el interior de mis nalgas... una exquisita humedad que utilizaba como lubricante para continuar acaricíandome por todos los rincones.

Sin levantarse, se retiró un poco hacia atrás, para con mejor perspectiva poder deleitarse ante mi cuerpo totalmente desnudo. Yo de pie, totalmente erecto, en silencio, palpitaba a cien por hora viendo como mi abrumador físico le parecía excitante. Continuó un buen rato maravillada ante mi voluptuoso cuerpo. Sus manos torneaban mis muslos, agarraban mi polla dura como el acero, sopesaban en sus palmas el peso de mis testículos. Con sus palabras y halagos procuraba hacerme sentir orgulloso de mis proporciones; a ver si opinaba igual en cuanto la tuviera dentro de su delicado coño.

Se puso en pie, bebió un sorbo de su copa y me ofreció la mía tambien. Mientras yo terminaba de apurar mi gin-tonic se despojó del sujetador y quedó de pie ante mi, cubierta tan sólo con la braguita que mostraba evidentes signos de excitación delatada por la mancha húmeda que cubría su entrepierna.

Sus pechos eran del tamaño justo, una talla 90 pudé comprobar a la mañana siguiente al recoger su ropa del suelo, firmes, coronados por unos pezones rosaditos prácticamente simétricos, que se pusieron duros y desafiantes en cuanto comenzó a estimulárselos con un cubito de hielo sacado de su copa.

Con cada roce del frío cubo contra su piel, una muesca de placer iluminaba su expresión. Me acerqué lentamente y mientras ella comenzaba a deslizar el hielo por mi torso le saqué delicadamente las gafas y tras deleitarme unos segundos viendo su angelical rostro desnudo, le dí un sentido beso al cual correspondió con desaforada pasión.

Nuestras bocas se comían la una a la otra, entablando nuestras lenguas una lucha sin cuartel. Sus manos manejaban ahora el cubito de hielo por mi espalda, dejándolo caer a lo largo de mi columna y deslizándolo entre mis nalgas aprovechando la flexión de mis piernas necesaria para poder bajar hasta su altura y poder besarla con comodidad.

El frío del hielo, o tal vez eran sus dedos igualmente fríos y húmedos, acariciaban mi ano y perineo mientras con la otra mano me masturbaba rítmicamente sin permitir el beso que nos separásemos lo más mínimo el uno del otro. Yo ya estaba a cien por hora, y había llegado el momento de tomar las riendas de la situación.

Mi mano acarició su angelical rostro y fue bajando por su cuello hasta su pecho. Ella permanecía inmovil ante mi, relajada, excitada, sintiendo como mi vigorosa mano recorrían cada centimetro de su piel. Acaricié con el canto de mis dedos el pliegue de debajo de su pecho -el derecho primero y el izquierdo despues- , aprisioné entre mis dedos sus erectos pezones y me delité con la mullida textura de aquellas tetas que cabían prácticamente en su totalidad en la palma de mi gran mano.

Continué bajando mi caricia por su esternon hasta su vientre, rodeando su ombligo y acariciando con la palma abierta aquel abdomen que tan sexy me resultaba.

Recorrí lentamente con el dedo el borde elástico de la braguita, continuando por las ingles con el trazado. Ella separó un poco las piernas como invitándome a ir más adentro. Volví a subir y coloqué la palma de mi mano contra su viente, justo a punto de deslizarse por dentro de su braga. Ella lo esperaba ansiosa, respirando hondo para contraer la barriga y echando el culo hacia atrás para que la tela dejase hueco por el cual poder deslizarme. Unos segundos de agonía despues, dejé de torturarla y metí mi mano completamente dentro de sus bragas para acaricar con mis dedos su chorreante sexo.

Aun hoy recuerdo aquella sensación, aquel calor que emanaba de su entrepierna y aquella cantidad de flujo que rápidamente me empapó los dedos.

Sin verlo, pero notando en mi mano la textura de su piel, pude comprobar como lo tenía prácticamente depilado en su totalidad, a excepción de una pequeña tirita de vello que notaba tímidamente en la parte alta de la palma de mi mano.

Mis dedos índice y corazón surcaron por unos segundos su rajita, apretando el capuchón de su clítoris entre ellos, para rápidamente y sin previo aviso entrarle hasta el fondo del coño mientras con un beso ahogaba su gemido de placer.

La agarré fuertemente como evitando que las piernas le flojearan al sentir mis dedos en su interior, dedos que se afanaban por recorrer su cavidad como intentando hacer una imagen mental, escrutando las distintas texturas en la yema de los dedos, diferenciando la dureza del hueso púbico de la carnosidad de sus paredes vaginales.

Al retirarlos estaban totalmente empapados. Una esencia viscosa delataba su grado de excitación y dirigéndolos hacia su boca le dije:

-¡Mira como estás!... ¡Veo que no soy el único que está disfrutando!

Y sin dejarle contestar los introduje en su boca para que ella misma se deleitase con el sabor de su sexo. Ella chupó y lamió mis dedos, excitada por su propia esencia, y con el sabor todavía en sus labios volvió a besarme para compartir aquel intenso sabor.

Saltó a horcajadas sobre mi, agarrándose con los brazos alrededor de mi cuello y rodendo con sus piernas mi cintura. Era para mi un peso pluma que fácilmente podía llevar de un lado al otro de la habitación mientras continuabamos besándonos apasionadamente. La acerqué a la cama y obligándola con mis fornidos brazos a soltarse la tiré violantamente sobre el colchón.

Mi polla continuaba goteando liquido pre-seminal fruto de la excitación del momento. Cerré con mi mano el prepucio, y condensando todo el flujo en aquella gran gota viscosa que amenazaba con caer al suelo salté a horcajadas sobre ella, dirigiendo mi polla a su boca para que saciase su sed con la esencia de mi placer. Abrió la boca y terminando de presionar el glande dejé que aquella viscosa y translúcida humedad cayese directamente sobre su lengua, para a continuación, terminar de empujarla adentro con un par de embestidas.

Antes de que se animase a excenso comiéndome la polla, yo tambien quería darme mi festín, así que me retiré de encima de su cara y sin dejarla oponerse bajé del colchón para arrodillarme sobre la alfombra.

Agarrándola con fuerza de la cintura la acerqué hacia mí y de un tirón le bajé las bragas hasta las rodillas.

Ella jugueteaba haciéndose de rogar, evitando separar las piernas, pero un hombre corpulento como yo no tenía grandes impedimentos para manejarla a mi entera voluntad.

Sujetándole los dos tobillos con una sóla mano, le elevé las piernas hacia arriba, como si fuese a dar una voltereta hacia atrás encima de la cama, y así, en esa posición, totalmente expuesta, podía acceder sin problema alguno a su palpitante sexo.

Efectivamente era tal y como lo había imaginado al tacto. Sus ingles, sus labios, su perineo, su ano.. todo perfectamente depilado. Tan sólo una pequeña franja de vello moreno y perfectamente perfilado decoraba la zona alta de su monte de venus.

Hundí mi lacerante lengua en su coño y al instante cejó en aquel simulado empeño por resistirse. Le gustaba. ¡Vaya si le gustaba!.

Viéndose vencida agarró ella misma sus piernas por detrás de las rodillas, mantenido la braguita todavía a medio quitar, y sujetándolas en alto, despegando el trasero del colchón para facilitar mi trabajo, se dejaba lamer, disfrutando, haciéndome disfrutar.

Ya con las manos libres, las deslizé debajo de su culo para ayudarla a mantenerse en alto, con el coño bien separado del colchón para resultarme accesible.

En cada una de mis manos descansaba una de sus nalgas, lo que me permitía estrujárselas, abrírselas y cerrárselas recreándome en el agujero de su culo que se dilataba y contraía con cada movimiento.

Tras un largo lenguatazo por la longitud de su rajita, aprovechando un movimiento de apertura de sus nalgas, noté como aguantaba la respiración un instante y dilataba su ano como invitándome a disfrutar tambien de el.

Ese silencio complice y ese movimiento prácticamente imperceptible habían sido suficientes para hacerme entender lo que estaba deseando. Yo tambien.

Cogiendo con las llemas de los dedos un poco más adentro de su nalga, se las abrí todo lo que pude para exponer ante mi su estrecha puerta trasera.

Un escupitajo empapó completamente su rosado esfinter, y afilando la lengua la clavé lo más hondo posible en su culo.

-Ahhhh... me matas... exclamó ella.

Continué lamiendo su ano, recreándome con la textura rugosa de su esfinter, dejando que sus paredes presionasen la punta de mi lengua, extendido mis lamenteones por todo su perineo, lamiéndola entera de arriba a abajo.

Rodó sobre su costado para quedar tumbada de lado, con las piernas semiflexionadas, como si durmiese plácidamente salvo la diferencia de abrir las piernas para facilitar mi acceso desde atrás.

Yo, de rodillas en el suelo, acercaba mi boca a su trasero que reposaba al borde del colchón y continuaba haciendo travesuras con mi lengua en sus orificios.

Me recreeé un buen rato con sus carnosas nalgas. Me gustaba apretarlas con mis vigorosas manos, estrujarlas, darles pequeños mordisquitos. Especialmente tierno me parecía el pedazito de músculo en la cara más interna del gluteo, muy cerca del pliegue contra el muslo.

Habiéndose desprendido ya de la braga que hasta el momento se enredaba entre sus rodillas, tenía ahora mucha más libertad de movimiento.

Levantaba su pierna izquierda para dejarme acceso a lo más profundo de su sexo, y mientras yo lamía y lamía la parte baja de su espalda, la rajita de su culo, su ano, su perineo, y continuaba avanzando hasta su sexo que parecía deshacerse un poco más a cada lenguatazo, ella, con sus ávidos dedos buscaba el auto-placer, friccionándose rítmicamente el clítoris mientras yo me recreaba en ella.

Impregné mi dedo índice con los flujos que desprendía su entrepierna, lo humedecí un poco más con mi propia saliva, y lo enfilé con decisión hacia su prieto aguerito trasero. Al notar mis intenciones, ejerció una liguera presión en su ano para abrirlo y transmirme sin palabras su conformidad.

Empujé lentamente, poco a poco, y mientras de su boca escapaba un profundo gemido de placer mi dedo se hundió en la profundidad de su recto.

Volvió a girarse para quedar nuevamente tumbada con la espalda sobre el colchón, con las piernas bien abiertas, descansando sus pies en mis hombros y con mi dedo dentro de su culo, volví a la carga lamiendo y succionando ya sin contemplaciones su clítoris, mientras que mi dedo comenzaba el ritual del entra y sale de su apretado orificio anal.

Con la mano que todavía conservaba libre, me dedicaba a acariciarle el pecho, a sobarle las tetas, a agarrar su mano y entralazar nuestros dedos. En una de esas, noté como se agarraba fuertemente a mi mano como pidiéndome que no escapase. ¡No me lo podía creer!... ¡Estaba a punto de correrse y aún ni tan siquiera habíamos empezado!...

Correspondí a sus manos que se abrazaban a la mía, aumenté el ritmo de mi dedo entrando y saliendo de su culo y aumenté la presión de mi lengua y mis labios sobre su clítoris.

Comenzó a jadear mucho más intensamente, a tensar sus músculos y viendo que su orgamo era inminente aceleré todavía más el ritmo hasta que no pudo contenerse más y un latigazo de placer recorrió su cuerpo desde la cabeza a los pies.

Su espalda se separaba de la cama, sus piernas apreteban fuertemente mi cabeza entre sus piernas y sus manos estrujaban con firmeza los dedos de la mía. Su sexo entre mis labios palpitaba y soltaba todo su jugo, como quien muerde una fruta madura. Continué lamiendo y succionando mientras los últimos estertores de placer la dejaban extenuada en la cama.

Tan sólo unos segundos le dejé para reponerse, pues cuando quiso darse cuenta yo ya me había colocado un preservativo y estaba dispuesto a atacar con toda la caballería.

Extenuada, sin fuerzas, no pudo decir nada y como si fuese una muñeca de trapo la agarré por la cintura para acercala un poco más al borde de la cama.

Volví a colocar su piernas sobre mis hombros, de modo que la cara anterior de sus muslos rozaban mi pecho y teníendola totalmente entregada enfilé mi polla a la entrada de su delicado coñito.

Empujé levemente hasta que mi glande se perdió en su interior. Una vez metida la punta, paré un segundo para ver como reaccionaba.

Viendo que el placer todavía no había abandonado sus ojos, empujé un poco más hondo, llegándo a meter algo menos de la mitad de mi miembro.

Nos miramos, y así en silencio pegué otro pequeño golpe de cadera para continuar con mi incursión en su gruta prohibida.

-Ahhh...; una leve muesca denotó las primeras molestias en ella.

Su sexo estaba excesivamente sensible y aquella postura ofrecía una penetración muy profunda, pero animado por sus palabras decidó continuar y de un definitivo y certero golpe terminé de acoplar toda mi polla en su cálido coño.

-Ahhhgg.... ¡Joooderrr!... ¡Me partes!... exclamó al sentirse totalmente taladrada por mi rabo.

-Tranquila, ya está; intentaba relajarla yo.

Tras unos segundos quieto, esperando que su coño se adaptase e hiciese cabida al nuevo invitado, comenzé a moverme muy lentamente.

Me limitaba a tensar los músculos de mi polla en su interior, como pegándole pequeños golpecitos en su interior, sin ni tan siquiera efectuar el típico mete y saca. Cuando parecía haberse adaptado a la nueva situación, empecé suavemente con el balanceo de cadera y en menos de nada, ya estábamos en mitad de un desenfrenado ritual.

Descolgué sus piernas de mis hombros, la levanté en brazos y sin sacarla de su interior me tumbé yo sobre la cama para que fuese ella la que cavalgase sobre mi. Sentada a horcajadas sobre mi, su pelvis describía trayectorias circulares primero, oscilantes depues, y apoyando sus propios pies sobre el colchón -en cuclillas- se levantaba unos centímetros para dejarse caer nuevamente sobre mi enhiesta estaca.

Dejé que fuese ella la que dominase la situación durante un buen rato. Me gustaba verla disfrutar, darse placer, clavándose mi polla hasta lo más hondo. Mis manos acompañaban sus movimientos agarrándola de las caderas, del culo, acariciándole los pechos. Se desplomó hacia adelante juntando su pecho contra el mío. Al besarme noté como sus mejillas ardían de calor y su piel sudaba encendida de placer. Metí mi mano debajo de sus brazos y sus depiladas axilas estaban húmedas de sudor. Siempre me ha excitado el olor corporal de una mujer sudada, aseada pero recién sudada, así que embriagué mi olfato y mi paladar con aquel sabor ligéramente ácido, ligeramente salado.

Tal vez era el morbo de sentirse olisqueada y lamida por mí, pero su ritmo cardíaco y respiratorio comenzó a acelerarse de nuevo. ¡Estaba a punto de correrse de nuevo!... Una ligera sonrisa esbozó mi rostro y entrelazando nuestras manos, clavando la mirada del uno en el otro, dejé que se derritiese en otro húmedo y palpitante orgasmo.

  • ¿Tu dos y yo todavía ninguno?... Esto no puede ser. De ser así voy a ser yo el que tenga que cobrarte a ti por los servicios prestados.

-Buff, disculpame. Sé que no es muy profesional por mi parte pero... ¡Madre mía!.. ¡Es imposible resistirse!... ¡Nunca me había sentido tan "llena"!, intentó justificarse.

-No te preocupes. Me encanta ver como disfrutas. No hay nada más hermoso que el rostro de una mujer corriéndose. Pero bueno, ahora será horas de que yo tambien disfrute un poco.

Así que decidido a buscar mi placer más egoista, la bajé de encima mía dejándola tumbada sobre la cama con el culo hacia arriba, y me coloqué de rodillas tras ella, en mitad de sus piernas, con ávida intención de sodomizarla. Abrí sus nalgas con ambas manos y dejé caer un chorro de saliva en mitad de ellas. El escupitajo fue escurriéndose por la rajita de su culo hasta caer dentro la oscuridad de su ano. Ella misma, con su dedo índice, terminó de lubricárselo y de dilatar su apretado esfinter.

-Así.. métete el dedo, le susurrba al oído.

Me gustaba ver como ella misma se follaba el culo con aquellos delicados dedos. A continuación, quise ser yo el que hurgase en aquel íntimo cobijo, así que sin grandes dificultades despues de los primeros contactos, introduje totalmente mi dedo índice a través de su esfinter. Despues, lo retiraba y lo volvía a meter, con movimientos largos y rítmicos alternando el índice primero, el corazón despues, y por momentos tambiene el pulgar.

Tras varias entradas y salidas de por su puerta trasera, parecía que la lubricación natural de nuestros flujos y salivas no era suficiente para lo que estaba por venir, así que cogiendo un bote de lubricante que había llevado para la ocasión, vertí un generoso chorretón en su entrepierna.

Esparcí la totalidad de aquel aceite por toda la superficie entre sus nalgas, insistiendo en las fruncida piel alrededor de su agujerito y procurando que parte de el entrase en su interior. Ahora sí, todo se deslizaba mucho mejor.

Cuando ya 2 de mis dedos entraban simultáneamente sin aparentes dificultades, era el momento de atacar con toda la artillería, así que tras verter otro poco de lubricante sobre el condón que recubría mi polla, enfilé mi miembro hacia su orto y procurando clavarla de un sólo golpe me dejé caer con la práctica todalidad del peso de mi cuerpo sobre ella.

-Aaggghhhhhhh...- Un grito ahogado contra la almohada evidenciaba la molestia que le suponía mi embite. Aun habiéndolo intentando sin demasiadas contemplaciones, no había sido capaz de hundirle poco menos de la mitad de mi polla, hierro candente que en aquel momento estaba en su máximo apogeo, procurando abrirse paso por aquella estrecha gruta.

-Pssstt..., tranquila...- le susurraba al oído intenando tranquilizarla mientras mi cadera proseguía empujando intentando penetrar más y más hondo.

-¡Joooder...!... ¡No voy a ser capaz!... mascullaba ella mientras le sujetaba la cabeza contra la almhoada para evitar que sus quejidos se oyesen en las habitaciones contiguas.

-Venga.. tranquila, que ya casi está toda dentro -Le mentía piadosamente para no asustarla- Ya sabías de antemano cual era mi "problema" ¿verdad?..

-Si joder, pero nunca me imaginé que fuese tanta tranca. Venga.. no pares que cuanto antes pasemos el mal trago mejor.

Me costó todavía un buen rato conseguir invadir la totalidad de su recto. Seguro que Marta estaba curtida en estas lides, pero tambien era cierto que hasta la fecha nunca había tenido que enfrentarse a un hombre tan corpulento como lo era yo.

Tuvimos que cambiar repetidamente de postura, intentando buscar la posición en la que mejor se adaptasen nuestros cuerpos. De lado dándome ella la espalda, sentada encima mía controlando ella la profundidad de la penetración, a cuatro patas en la habitual postura del perrito, tumbada boca arriba levantando yo sus caderas en el aire... Todo un abanico de posibilidades gracias a las cuales, poco a poco, con paciencia y mucha entrega por su parte, por fin su orificio anal pareció dar de sí todo lo necesario y mi polla podía recorrer cómodamente todo el recorrido a través de sus paredes.

Cuando comenzamos a coger ritmo, y el dolor inicial había dado paso al placer, Marta se mostraba ya mucho más entregada al acto. Su cadera acompañaba rítmicamente mis embestidas y sus dedos se procuraban placer mediante carícias sobre el clítoris. Por momentos, cuando notaba la inminente llegada de mi orgasmo, la obligaba a parar el ritmo y cambiar de postura para relajar los ánimos. Quería retrasar todo lo posible aquel estallido de placer.

El ritual proseguía, esta vez estando ella a cuatro patas sobre la cama y yo de pie tras ella. La agarré nuevamente por las axilas para impregnar mis dedos con aquella sudorosa fragancia. Se los ofrecí a oler y se los acerqué a la boca para que saborease sus propias sales.

La pasión se desbocaba cada vez más. Metí mis brazos desde atrás por debajo de los de ella, y los extendí hasta detrás de su nuca; ya sabéís, como esa típica llave que hacen los luchadores cuando inmovilizan a su adversario sujetándole los brazos tras la nuca -llave Nelson creo que lo llaman-. Dada la diferencia de envergadura, de fuerza y de peso, no me costó lo más mínimo enderezar la espalda para levantarla a ella en el aire.

Quedó totalmente suspendida en el aire, sujetándola yo por debajo de los brazos, ensartándola por el culo hasta el fondo de modo que su trasero se apoyaba contra mi pelvis.

-Uauuu... esto es increible; exclamó maravillada.

Era como cojer a un niño pequeño en brazos, pero dándonos la espalda. Teníendola totalmente inmovilizada y sometida a mi, continué moviendo las caderas para follarla hasta lo más hondo. Mis musculosas piernas semiflexionadas aguantaban perfectamente de su peso y al sujetarla con mis brazos por las axilas, evitaba que se escurrise.

Avancé varios pasos, con ella así enganchada, hasta quedar de pie en frente al inmenso ventanal de la habitación.

-¿A que nunca te han follado desde unas vistas tan espectaculares?.

-Uff.. pues la verdad es que no.. ¡Que extraña sensación de placer y vértigo a la vez!.

Liberé sus brazos de aquella suerte de llave aprisionadora, y me limité a sujetarla con un brazo alrededor de sus pechos mientras ella afianzaba la sujección encaracolando sus piernas contra mis muslos.

Apoyó sus manos contra el ventanal, y yo desde atrás, continuaba follándomela cada vez más fuerte y rápido.

Ciertamente era una sensación indescriptible lo que aquella noche estábamos viviendo. Los dos ahí de pie, ante aquel escaparate abierto a la noche de la ciudad, con aquella sensación de ingravidez y vértigo, imaginándonos que tal vez alguien, desde otro edificio lejano, pudiése estarnos viendo follando como animales salvajes aumentaba nuestra líbido hasta límites insospechados.

Apoyaba a Marta sobre el cristal, de modo que sus pechos tocaban el frio vídrio del ventanal mientras mi polla continuaba traladándole las entrañas. Mientras la sujetaba con una mano para evitar que se resbalase al suelo, con la otra le acariaba los abiertos lábios de su coño, su clítoris, jugueteaba con el minimalista mechocinto de su vello púbico y volvía a hundir mis dedos en su vulva.

-Ohhhh... me voy a volver a correr...; exclamó como pidiéndo disculpas por tal atrevimiento.

-¿Otra vez?.... ¡Vaya!.. ¡Te gusta que te follen así a través del gran escaparate!... Imagínate que cualquier vecino pudíese estar viéndote retozando de placer.

-Lo cierto es que me encantaría, lástima que no haya pisos tan altos en un buen radio a la redonda.

-Si encendiésemos las luces de la habitación, tal vez alguien pudiese vernos aunque fuese a través de un telescopio.

-Pues sí.. no sería ma... oh.. oh... me corro...me corroooo; ni tan siquiera pudo terminar la frase. Aquellos últimos movimientos circulares sobre su clitoris habían sido definitivos y no pudo contener más los espasmos de placer. Su espalda se erizó, sus manos intentaron agarrarse al ventanal y por unos instantes pude notar sobre mi polla las contracciones de sus músculos internos.

Extenuada de placer su cuerpo caía totalmente relajado. Solo el yo estarla sujetando firmemente, y gracias al apoyo que le brindaba el propio ventanal, conseguían mantenerla en posición, a mi entera disposición, para terminar de empujar unos cuantos movimientos más hasta que veía que yo tampoco podría aguantar mucho más tiempo mi clímax.

Le saqué la polla del culo de golpe, y mientras me desprendía de aquel tedioso plástico que aprisionaba mi rabo, dejé que Marta cayese de rodillas rendida en el suelo.

-Date la vuelta; le ordené.

Y totalmente sumisa se giró hacia mí, sentándose directamente en el suelo apoyando la espalda contra el cristal y extendiendo las piernas para que yo pudiese colocarme de pie ante ella, con mis pies a ambos lados de sus muslos.

De tan rendida que estaba dificilmente podía articular palabra, pero sabiendo bien lo que esperaba de ella, abrió la boca y extendió la lengua como invitándome a derramar en ella mi corrida. Ciertamente lo deseaba. Dada mi gran altura, tuve que doblar un poco las rodillas para que mi polla quedase a la altura conveniente. Comencé a masturbarme a escasos centímetros de su rostro, restregando mi chorreante glande por su cara y su lengua mientras ella se limitaba a esperar mi muestra de afecto.

Estaba a punto, no aguantaría mucho más. Presentía que la eyaculación iba a ser monumental pues además de toda la tensión retenida aquella noche llevaba varios días sin practicar sexo alguno en espera de este gran momento.

Justo en ese último segundo, en esa última parada previa a la gran explosión, como si ella tambien percibiese el instante preciso, Marta abrió la boca todo lo posible y extendió su lengua para dar la bienvenida al lefazo.

-Chooooofff... Un denso y contundente chorro de semen saltó despedido hasta entrar a lo más profundo de su garganta.

Al notar el latigazo viscoso contra su campanilla, su glótis amagó con cerrarse fruto del instinto reflejo, pero haciendo gala de una exqusita entrega, se mantuvo en posición dispuesta a recibir toda mi descarga.

Un segundo y despues otro tercer impetuoso chorro terminaron de llenarle la boca con mi esperma. Cálido y denso esperma que rápida y diligentemente tragó para hacer espacio a nuevos borbotones de mi corrida. Nada más abrir nuevamente la boca, otro lefazo saltó hacia ella, yendo ahora a parar a sus labios y su mejilla derecha.

En ese momento, en mitad de tan increible orgasmo, perdí ya la cuenta de las emanaciones que de mi interior salieron, recordando tan sólo que cuando volví a abrir los ojos su cara, sus labios, sus pechos estaban totalmente empapados de mi fluído.

Tras los últimos coletazos de placer, mis piernas temblaban y buscaban apoyo. Terminé de apretarme la polla con la mano, forzando a salir las últimas gotas que se resitían a desprenderse del capullo. Con esos últimos restos concetrados en la punta, me incliné hacia delante metiéndosela en la boca, cayendo extenuado sobre el cristal, con Marta en el suelo entre mis piernas, terminando de digerir los últimos restos de mi exhuberante corrida.

Tardé todavía un buen rato en reponerme, quedando allí enfrentado ante aquel inmeso escaparate, mientras mi polla comenzaba a desinflarse mientras Marta chupaba, lamía y tragaba todos los restos que habían ido quedando desperdiciados por su cuerpo. Me encatan estas chupadas despues del orgasmo, cuando la polla está tan sensible que hasta la más mínima caricia hace que se te ericen los vellos.

Cuando recuperamos un mínimo de energía, avanzamos como malamente pudimos hasta la cama para tirarnos allí extenuados, abrazos el uno al otro, diciéndonoslo todo sin pronunciar palabra alguna.

Nos repusimos, descansmos unos minutos, pero rápidamente Marta volvía a ponerse manos a la obra.

Continuamos follando hasta altas horas de la madrugada, en la cama, en el suelo, en la silla del escritorio, nuevamente de pie ante el gran ventanal, por delante, por detrás, de lado, anal, vaginal, oral... Sin dudarlo fue la noche más intensa de todas las que hasta la fecha había vivido y nunca el dinero me había parecido tan bien empleado.

A no sé con certeza qué hora de la madrugada, nos quedamos dormidos, extenuados, rotos y doloridos de tanto placer. A la mañana siguiente, las caricias y besuqueos de Marta me despertaron.

-Buenos días mi semental. ¿Qué tal has dormido?.

-Buenos días princesa. Dormir, lo que se dice dormir... digamos que más bien poco hemos dormido.

Pedimos el desayuno al servicio de habitaciones y quedamos acurrucados en cama hablando, bromenado sobre quien se había anotado más tantos la noche anterior y lamentándonos de que aquello estaba llegando a su fin.

Me disculpé para ir al baño a hacer el primer pis matinal e intentando desperazarme me dirigí al aseo.

Levanté la tapa del inodoro, descapullé el glande que todavía conservaba restos de flujos de la noche anterior y justo cuando iba a proceder con tan delicada tarea aquel torbellino de mujer interrumpió corriendo en el baño y me empujó a un lado para sentárse ella en el váter.

-Pi, pi.. ¡dejen paso!.. ¡Las damas primero!, bromeaba mientras me cogía la vez.

-Oiga!.. ¡Un poco de educación!... ¿Acaso no ha visto Vd. que estaba yo delante?; continué la broma.

-Lo siento caballero, pero con lo dilatado que tengo todo lo mío dificilmente podré controlar las ganas de mear que tengo ahora mismo.

-Bueno, siendo así tendré que cederle mi turno. Y menos mal que sólo son ganas de mear, porque de lo otro... en fin... no creo yo que lo tenga mucho mejor despues de las embestidas de anoche.

-Ja,ja,ja... ¡Eso sí que me pone miedo!...

Y en mitad de la broma, ni corta ni perezosa, dejó fluir su chorro de pis ahí delante mía, con total confianza, con total complicidad.

Siempre me ha gustado ver a las mujeres en estas actitudes tan íntimas, tan naturales, y aquella chiquilla dulce era todo un espectáculo así recien levantada.

Debió notar que la miraba con cierta lujuria porque abriendo bien las piernas se reclinó hacia atrás para que viese bien como su chorrito era expulsado.

-¿Te gusta?.

-Me encanta; me limité a responder.

Y sin todavía hoy saber muy bien el porqué lo hice, me coloqué ante ella, entre sus piernas, dirigí mi pene hacia el hueco libre que quedaba en el vater entre su cuerpo y la porcelana y comenzé yo tambien a mear ante ella.

Mi meada fue a tropezar primeramente contra su barriga, y ajustando la puntería del chorro bajé un poco más para mearle directamente contra el coño. Nuestros chorros se mezclaban en un mismo torrente, cayendo juntos al interior del vater. Ella se separaba los labios con las manos para mostrarme más nítidamente su espectaculo y para sentir bien dentro el impacto y calor de mi orina.

Ahora me arrepiento de no haberme atrevido en aquel momento, pero por un instante estuve tentado a subir la dirección de mi chorro y dirigir mi meada a su cara y su boca. En aquel instante supuse que no le resultaría excesivamente agradable y en parte por temor a su respuesta, y en parte por pudor, no lo hice cosa que seguramente no hubiese sido desaprovada pues en todo momento parecía disfrutar con aquello casi tanto como yo.

Ella terminó antes con su meada, de modo que esperó a que yo vaciase toda mi vejiga dejándose empapar el pubis con mi orina.

Cuando concluí, tuve cuidado con esas últimas gotas que siempre amenazan con manchar lo que no deben y justo en ese instante, Marta me agarró la polla como queriéndose ocupar ella de terminar la tarea.

Fue entonces cuando intuí que no le hubiese importado que dirigiese mi meada más arriba, pues con las últimas gotillas de pis todavía sobre el capullo, se la llevó a la boca y comenzó a chupármela con pasión.

Ciertamente esto me cogió por sorpresa, y con mi polla dentro de su boca notaba como todavía tenía unas gotillas pendientes de salir.

Quise aguantarlas pensando que tal vez ella no se lo esperaría pero entre la succión de sus labios, una cosa y la otra, no sé muy bien cómo pero terminó de relajárseme la uretra y casi sin querer solté las últimas gotas en su interior.

Marta no le dió mayor importancia, no sé si las tragó o se fueron escurriendo junto a las babas y flujos que continuaron con la mamada, pero el caso es que así fue. Fue una situación novedosa para mí, y he de reconocer que me ha parecido algo de lo más excitante. Probablemente en alguna que otra ocasión repetiré la experiencia y en nuestro próximo encuentro tal vez contemple esto de la lluvia dorada.

Terminé de correrme nuevamente con aquella mamada mañanera, e intenté gravar a fuego en mi retina esa última imagen del angelical rostro de Marta con la boca inundada de mi esperma. Tal vez no le hubiese tampoco importado que le tomase alguna foto para recordarla en alguna noche de soledad alejado de ella, pero al igual que antes, en aquel momento tampoco me atreví a plantearlo. Un motivo más para querer volver a quedar.

Nos duchamos, dimos buena cuenta del suculento desayuno que el camarero nos subió y a media mañana abandonamos la habitación para volver a nuestras vidas habituales. Nos despedimos a la puerta del hotel, dirigiéndome yo a coger el taxi que me llevaria al aeropuerto y enfilando ella las escaleras de bajada al parking donde tenía su coche.

-Lo he pasado genial Marta. Ha sido una experiencia increible. Espero que pronto podamos volver a vernos.

-Yo tambien Alberto. Sabes que cuando vengas por Barcelona estaré encantada de verte. He disfrutado muchísimo contigo.

-Lo sé, lo sé... ¿Cuantas veces has "disfrutado"?, ¿8, 9, 10...?; pregunté burlonamente.

-Ni me acuerdo, pero fuese como fuese ha estado muy bien. Hasta pronto mi semental.

-Hasta pronto princesa.

Nos dimos un último beso y tras un abrazo de despedida pusimos fin a aquel tórrido y maravilloso encuentro.


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