Recuperando años perdidos

Paula ama a María,María ama a Paula. Podrían haber vivido un romance perfecto juntas, si no fuera por que la anorexia se interpuso entre ellas. Tras 10 años batallando contra la enfermedad, María sale del internado, dispuesta a recuperar todos los años que perdió.

Recuperando los años perdidos.

Prólogo

María tenía 15 años cuando ingresó en el ITA. Recuerdo que fue muy duro para ella, fue muy duro para todos.

Cada vez que pasaba a visitarla, me suplicaba con ojos llenas de lágrimas que la sacara de allí, prometía que volvería a comer y nunca más se provocaría vómitos. La creí, varias veces, pero siempre volvía a hacer lo mismo.

Con el pasar del tiempo, al ver que esto duraría durante muchos más años, yo también acabé por dejar Andalucía y me instalé en Barcelona, cerca del centro donde estaba internada María. Todo el dinero que ganaba trabajando, lo gastaba en ella, en pagar su internamiento, en aprender de su enfermedad, para entenderla a ella, para ayudarla.

Pensé que esto no terminaría nunca, todas las mañanas, cuando abría mis ojos, le daba las gracias al cielo de no haber recibido una llamada por la noche, anunciándome que María había fallecido.

La quiero, la quiero tanto. A pesar de que me haya mentido tantas veces, a pesar de tantas discusiones y palabras crueles que recibí mientras trataba de ayudarla. Mi corazón se ha derrumbado tantas, y tantas veces, pero entonces pensé, si yo, que soy una mera espectadora de su enfermedad se rinde, o huye como una cobarde, ¿Que será de ella, que debe enfrentarse ante tanto dolor y miedo, en cada segundo de su vida?

Ella es muy fuerte, y yo también. Por eso sé que juntas lograremos construir un futuro feliz juntas.

Hoy por fin podrá volver a casa. Aún no está curada, pero sé que lo peor ya ha pasado. Cuando me anunciaron esta noticia salté de felicidad. Avisé a su familia, sus amigos; algunos compartieron mi alegría, mientras que otros ya habían perdido la esperanza y estaban convencidos de que volvería a tener una recaída.

Es muy probable que sufra una recaída, los psicólogos que la trataron me han avisado que el alta no significa que esté curado, aún falta parte de la lucha. Antes de que pase un año hay que tener muchísimo cuidado con ella, porque está en un periodo muy frágil, cualquier cosa puede causar otra recaída.

Sé que esto va a ser muy duro, pero me siento tan feliz. María y yo tenemos ahora 25 años, cuando ingresó aún eramos niñas, ahora somos mujeres...

Capítulo Alfa: Nueva Vida.

Aparco mi Smart Rosa cerca de la clínica, y con una sonrisa de oreja a oreja brinco hasta la entrada del ITA.  Nada más entrar pude verla, con sus maletas sonriente. Corrió hacia mi, y yo hacia ella. Nos llenamos de besos y de abrazos. Aunque haya ido a visitarla numerosas veces, me sorprendía lo bien que se veía, su piel había recuperado su color.  Aunque seguía delgada, su cuerpo se veía tan sano que no pude evitar llorar de felicidad. Por fin podía abrazar a una mujer, y no a la personificación de la muerte.  ¡Tenía hasta pechos y un culo! Esto debió sonar un poquito grosero, pero no os podéis imaginar lo que siente al ver que la mujer que amas tiene un cuerpo de mujer sana, y no unos huesos a punto de partirse si la abrazas demasiado fuerte.

María estaba tan contenta de salir de ahí, que no dejó de abrazarme hasta llegar al coche. En otras circunstancias me habría avergonzado un poco de tener a una lémur colgada del cuello mientras camino por Barcelona.  Pero estaba tan feliz que ni siquiera me di cuenta que los catalanes nos miraban como si nos hubiéramos escapado de un hospital psiquiátrico.

Cuando llegamos al coche,me cogió de la mano, me sonrió, y me susurró al oído:

–    Me alegra ver que sigues siendo la misma extravagante de siempre.

Al principio no entendí bien a qué se refería. Tardé unos segundos en darme cuenta que se refería a mi coche rosa fosforescente.

Soltamos una carcajada de risa, y volvimos a casa.  Es verdad, siempre he sido muy extravagante. Coche rosa, pelo azul, colección de muñecas de porcelana y me vuelve loca mezclar el helado con una coca cola.

Mientras manejaba el coche hablamos  sobre cómo sería nuestra vida de ahora en adelante, sobre la música actual y demás anécdotas. Cuando aún faltaba media hora llegamos a un silencio bastante incómodo. Para aliviar el ambiente decidí encender la radio.

María se tapaba los oídos cuando empezó a sonar “Friday” de Jessica Black.

–    ¡Dios Míoo! ¿Qué es esto? ¿Eso escucha la gente ahora? ¿¿Qué ha pasado con el mundo?? – decía María con su típica voz de dramática peliculera

–    Vamos a morir todoooooooooooooooos – exclamé con voz de loca.

Otra carcajada de risa. Me alegro mucho que no hayan desaparecido nuestras tonterías.  Es algo que siempre adoré de nosotras.  Aprovecho el fuego rojo para verla detenidamente, me gusta cuando coloca su mechón de pelo negro tras su oreja. No quiero decirle nada con respecto a su apariencia, temo que un simple comentario despierte viejas obsesiones, pero se ha vuelto increíblemente guapa. Tengo ganas de besarla y no soltarla nunca.

–    ¡La última en llegar friega los platos! – Gritó María mientras corría por las escaleras

–    ¡Preparate a perder! – exclamé mientras me unía a su juego.

–    ¡¡ Tortuuga!!

Ella me ganó, y yo perdí medio pulmón en la carrera. Aún sin recuperar el aliento abro la puerta de casa mientras María improvisa un himno de la victoria.

Sin pensarlo dos veces me lanzo al sofá – ¡Dios! ¡ Me he quedado sin aire!

Oigo una risita diabólica, y antes de que pudiera reaccionar veo a María saltarme encima.

– ¡¡Maríiia!!! ¡Que no respiro!

–    Buajajajaja, estás atrapada, ¿Que harás ahora, pecesita sin pecera?

–    ¡¡Me muero!! – exclamo entre risas tontas

De repente, el timbre de la puerta interrumpe nuestro juego. Me sorprendí, porque no espero visita...

–    A lo mejor son los testigos de Jehová...

–    Vienen a salvar nuestras almas percaminadas de lujuria – dije con voz fantasmal

Nos levantamos muertas de risa y nos acercamos a abir la puerta

–    Hola – resultó ser nuestro vecino. Un hombre de 40 años, padre de familia.

–    He oído gritos y venía a ver si estabais bien, pero veo – se inclina para ver el salón – que no ha pasado nada grave.

–    Vaya, lo siento. Solo jugábamos, trateremos de hacer menos ruido.

–    Sería muy amable. Pasad un buen día.

Volvimos en silencio al sofá.  Veo a María pálida mirando al suelo. No me gusta esa mirada

–    Cariño, no pasa nada. Al menos sabemos que a unas malas los vecinos vendrán a ayudarnos.

–    No es eso...

–    ¿Entonces?

–    Son las dos

–    ¿Y?

–    Es la hora de comer...

Por un momento, había olvidado todo esto.   Debo hacer algo para aliviar la tensión.  Inspiro aire y con voz de actor americano de los años 70 digo – Tranquila Baby, soy una guerrera, conseguiré limpiar esos platos sin morir en el intento.

–    ¡Mi heroína! – Exclamó María entes de mostrarme la sonrisa más dulce del mundo.

Voy a la cocina y caliento la comida. Ya había preparado calabacines rellenas de verduras con queso gratinado.  He contado los nutrientes que necesitaba,  y he pesado la comida tal y como me ha recomendado la nutricionista de María.  Tengo un poco de miedo de lo que pueda pasar ahora.

Sé que todo mi felicidad se puede derrumbar en cuestión de minutos. Pero debo confiar en ella, debo mostrarle que puede hacerlo. Si siente mi miedo, ella lo percibirá, y no puedo permitir esto...

Preparo la mesa, y trato de decir con la voz más alegre posible

–    La table est servie mon amour

La veo entrar despacito en la cocina. Mirando al suelo. Se sienta, coje el tenedor y el cuchillo. Y... come. No nos digimos ni una palabra mientras almorzamos. Se la veía muy concentrada. Sé que sufría cada vez que tragaba.  Me habría gustado borrar todo su dolor, pero no podía. Y tampoco era momento de bromas que pudieran acabar con el golpe de valor que la hacía comer.

Cuando terminó de comer, vi como trataba de retener las lágrimas. Mi niña... Es tan duro verla sufrir, pero es necesario para sobrevivir.

Enciendo la radio y suena Highway to Hell de AC/DC. Mientra friego los platos me pongo a bailar con mi culete.  En cuanto María se da cuenta, se acerca a mí y nos ponemos a bailar juntas.  Me gusta mucho sentir sus brazos por mi cintura, sentir su piel tan cerca de la mía, el aire que expulsa de su boca chocar contra mi nuca. Esto parece un sueño hecho realidad.

Muchos sueñan con la fama, la vida eterna o el poder, yo solo querría verla bien, y me alivia el alma de que María lo esté consiguiendo.


–    Pero las siestas son para las bebés...

–    ¡Y para las andaluzas también! Que aunque viva en Cataluña quiero rendir homenaje a mi tierra...

–    Esta bien Paulita, yo mientras leeré un libro.

Apoyo mi cabeza en la almohada. Tengo costumbre de dormir la siesta, siempre me entra un sueño increíble después de comer.  Pero esta vez,a pesar del cansancio, no lograba encontrar el sueño.  Estaba hipnotizada con la esbelta figura de María.  Es hermosa cuando se concentra. Me encanta cuando humedece sus labios pasando lentamente su lengua por ellas.

–    ¿Ocurre algo cariño?

Vaya, no me extraña que María se haya dado cuenta de mi mirada, debo de parecer una babosa demente.

–    Me alegro mucho de que hayas vuelto a casa

–    Gracias mi amor, yo también me alegro mucho

–    Rápidamente, vuelve a fijar su mirada en su libro.

–    ¿Cariño?

–    ¿Eh?

–    ¿Puedo darte un beso?

–    ¿Desde cuando me pides permiso para esas cosas? – me dice con una voz coqueta.

–    Me acerco lentamente a ella. No entiendo muy bien por qué, pero de repente, me he puesto un poco nerviosa.  Mis manos acarician lentamente su rostro, y mis labios se acercan a los suyos, mientras poco a poco mis brazos bajan hasta agarrarla por su cintura.

Creo que me estoy hundiendo en una mar de nubes. Tantas sensaciones me dan ganas de soñar. Abro despacito los ojos para ver su lindo rostro, pero me sorprende unos ojos totalmente abiertos con unas pupilas contraídas.

Me alejo de ella,y le pregunto – ¿Estás bien cariño? – Cuando la beso, solía tener las pupilas dilatadas, ahora más bien parece asustada.

–    Si, estoy bien es solo que...

–    Su frase termina en un suspiro. Estoy un poco confundida, no entiendo por qué teme de mi, ¿Será que se avergüenza de su cuerpo?

–    ¿Es solo que qué? – Intento preguntar con la voz mas dulce que puedo expresar.

–    No lo entenderías...

Su mirada evade la mía, esto me asusta mucho. ¿ Y si ha dejado de amarme? Un temible escalofrío recorre mi cuerpo. Han sido 10 años luchando por ella, me preparé por sí moría, como también si se recuperaba, pero lo que nunca jamás me planteé, fue que me dejara, que desaparecieran nuestros sentimientos.

–    Paula, ¿ Por qué te has puesto tan pálida? ¿En qué piensas?

–    No, mi María no ha dejado de amarme. Es imposible, lo veo en su mirada, y en la ternura de su voz. Solo hay algo que le da miedo.

–    Es solo que me da miedo que sufras sola. Tal vez si me contaras podría ayudarte, no estás obligada a hacerlo todo siempre tu sola.

Me abraza, muy fuerte.

–    No te preocupes, solo son tonterías mías.

Su cuerpo está pegado al mío. Otro escalofrío recorre mi cuerpo, aunque ahora esté en un peso sano,  el tacto de la María esquelética a punto de romperse sigue vivo en mi mente. De repente yo tambien tengo miedo, miedo de que se haga daño, miedo de que “hacer el amor” sea un deporte demasiado duro para su condición, en fin, miedo de que se rompa.

Pero no me atrevo a decirle. Si le anunciara semejantes pensamientos mientras sus labios llenan mi cuerpo de besos, podría hacerle demasiado daño. Debo proteger su autoestima y su amor propio.

Sus manos desabrochan el botón y la cremallera de mi pantalón. Yo sigo su juego y le quito la ropa con delicadeza.  Veo su cuerpo, en principio hermoso, una piel de marfil, unos pechos sensuales, un olor a limón.  Pero al poco tiempo aparecen durante milisegundos fragmentos de la antigua María.  La María que podía morir en cualquier instante. ¡Dios mío! Esto no es nada romántico. Llevo muchísimo esperando ese momento de intimidad,  y cuando debería gemir de placer, estoy aguantando mis lágrimas para que nadie perciba mi dolor.

El tiempo avanza increíblemente rápido, aunque esto no significa que lo estoy disfrutando. Nuestros cuerpos, muy cercas, rozan y agitan la respiración de María.  No debería de haberse puesto arriba, ¿ Y si en vez de hacer el amor lo que intenta es ejercitarse para perder las calorías consumidas en el almuerzo? Por un momento me avergüenzo de mis pensamientos,  ¿Desde cuando sospecho de María mientras hacemos el amor?

Miro levemente a María, quien a su vez me mira, agitada pero con una mirada de preocupación. Me da un besito en la nariz, y se acuesta entre mis brazos.

Creo que ella tampoco los ha disfrutado. ¿Acaso a ella le pasará lo mismo? ¿Tal vez ella también tiene pensamientos que le parten el alma y no la dejan tranquila disfrutar de la vida?

Le doy un besito en su cabecita, cuando siento algo mojar mi pecho. Está llorando, tengo miedo de preguntar qué le pasa. Tengo miedo de oír la respuesta.


Me despierto y no la encuentro.

–    ¿María?

Nadie me responde. Cojo mi bata lila y la empiezo a buscar.  Nadie en el salón, nadie en la cocina.

No hay notitas en ningún sitio, y se ha dejado el móvil aquí.

–    ¡¡¿¿María??!! – Grito por última vez, con la esperanza de oír una respuesta.

Entro en el cuarto de baño, no hay aroma de ambientador, lo cual significa que no ha vomitado. Por un segundo me siento aliviada.

Me visto, pantalones verdes, camisa rosa y zapatos naranjas. La ropa no combina pero no tengo tiempo para la moda. ¿Donde ha ido María? Me acerco al vestíbulo y... María se llevó mis llaves.  Como salga, no podré volver a entrar.

No sé que hacer, ni siquiera sé donde buscarla. Barcelona es enorme.  Voy al salón, y miro por la ventana con la esperanza de verla. No creo lo que veo... ¡ Se ha llevado mi coche!  ¡¡¡ Pero si no tiene permiso de conducir!!!

Creo que me voy a volver histérica.  Una muchacha recién recuperada de una anorexia profunda, que ha llorado en mi pecho ayer, ha salido sin avisar, se ha llevado mis llaves y mi coche sin ni siquiera tener permiso de conducir.

Las lágrimas salen de mis ojos. No debería llorar sino encontrar una solución.  Pero me siento tan impotente. – ¡¡Quiero que vuelva!! – Suplico ante mi misma.

Siento que me falta el aire. Mi corazón late tan fuerte que me duele mucho. Cada latido, cada contracción, cada dilatación, cada movimiento de mi corazón me duele mucho. ¿Por qué me duele tanto? ¿Es un principio de infarto?

Caigo arrodillada en el suelo. No puedo para de llorar, siento que me estoy asfixiando.  Mis piernas se mueven solas. Como temblores muy bruscos. Y mis manos, están entumecidas. –  ¡Dios Mío! ¿Me voy a morir?  Todo se está nublando. Definitivamente, este es el fin.


–    ¡¡Paula!! ¡¡¡Paulaaa!!!

Oigo una voz muy lejana que me llama. ¿La voz de un ángel que me indica el camino del cielo?

Solo veo oscuridad. Trato de acercarme, pero no veo nada. Nada, salvo una respiración agitada...

¿Y si es el limbo?  ¿Me he pasado la vida siendo buena y ahora me castigan por lesbiana? Porque no se me ocurre ningún otro pecado...

–    Abre los ojos por favor, paula!

–    Es María.  No es un Ángel, es María. ¡Significa que estoy viva! Trataré de abrir los ojitos, poquito a poquito.

Lo estoy consiguiendo, menos mal. Temía estar en coma. Pero la luz me daña los ojos...

–    ¿¡Joder qué te ha pasado!? – Me grita María mientra me sujeta entre sus brazos. Tienes los ojos hinchados, parece que lleva mucho tiempo llorando.

Miro a mi alrededor. Estoy bañada entre mierdas. Esto es asqueroso ¿Me ha dado diarrea mientra estaba desmayada?

No sé que decir, me siento desorientada. Solo sé que no me gusta la mierda. Trato de levantarme, María me ayuda, me sujeta. Juntas caminamos al cuarto de baño.  María me desviste y me ayuda a entrar en la bañera. Me acuesto. Cierro los ojos por un momento y oigo el chorro de agua caer.  Me siento avergonzada,esto es humillante, pero no tengo fuerzas para hacer nada.  Agua tibia recorre mi cuerpo.

Abro los ojos y veo a María pasarme la alcachofa de la ducha por el cuerpo.  Los restos de mierda se desprenden de mi cuerpo y caen en las alcantarillas.  Una vez que estoy totalmente mojada, pulsa el botoncito que hace que el agua deje de fluir por la alcachofa y baje por el grifo. Mientras, coge la manopla, lo llena de jabón de rosas y me masajea suavemente el cuerpo con ella.

Sus suaves movimientos me tranquilizan.  Hacía tanto tiempo que la cuidaba a ella, que se me olvidó lo que era ser cuidada.

Otra vez el agua tibia en mi cuerpo. María me hace girar boca abajo, y se repite el suave masaje en mi espalda, mi culo, mis piernas... Una vez limpia me envuelve en una toalla me lleva a la cama.

–    Acuéstate y descansa un poco

–    ¿A donde vas? --Digo intentando seguirla

–    No te muevas.  Solo descansa un poco ¿Vale? Ahora vuelvo.

No me gusta estar sola en momentos así. Muchas preguntas corren por mi mente ¿A donde había ido? ¿Como consiguió manejar el coche sin tener accidentes? ¿Por qué no me avisó? ¿A donde va a ahora? ¿Qué me ha pasado?

No me dio tiempo terminar de pensar en todas las preguntas que se pasean perturbadamente por mi cabeza cuando oigo los pasos de María acercase.

–    ¿Que tal te encuentras?

–    Como un conejo sin pilas alcalinas

–    Eso significa que ya estás mejor –  me dice mientras suelta una dulce sonrisa. – Bebe esto, es infusión de regaliz. Tienes la tensión un poco baja, esto te lo va a subir un poco.

–    Gracias – cojo la tacita y lo bebo despacito. Le ha puesto cubitos de hielo y dos cucharaditas de azúcar moreno, como a mi me gusta.  Además ha usado la taza de bambú para que no me queme los dedos, como a mi me gusta. Me sorprende que recuerde tan bien los detalles que me gustan. A pesar de los años, no lo ha olvidado.

–    Poco a poco recupero energía. Parece que la regaliz me ha sentado bien.

–    ¿A donde has ido antes?

–    Fui a comprar desayuno – Sale del cuarto y aparece con una bolsa de papel, me lo acerca y me muestra croissants rellenas de vegetales.

–    Náuseas... – El olor me ha revuelto la barriga.

–    Lo siento – exclama mientras cierra la bolsa y la coloca sobre la mesilla de noche.

–    ¿Por que no me has avisado?

–    No querría despertarte

–    ¿Y las llaves?

–    No querría despertarte con el timbre. Aún no tengo una llave para mi.

–    ¿Por qué te has dejado el móvil?

–    La panadería queda cerca, no pensé que tardaría mucho. Es solo que había mucha cola. Parece que mucha gente tiene la costumbre de comprar el desayuno en la panadería.

–    ¿Como sabías que había una panadería cerca?

–    Lo he visto en el coche, ayer

–    ¿Y mi coche?

–    ¿Cómo?

–    ¿Cómo es que has cogido mi coche si no tienes permiso de conducir?

–    Yo no toqué tu coche...

–    ¿Como que no? Si esta mañana miré, y ya no estaba...

–    Te juro por Dios que no toqué tu coche! – me responde alterada

–    ¡Si eres atea!

–    Paula te lo digo muy enserio. No he tocado tu coche, no desconfíes de mí.

–    ¿Co... Lo siento.  Voy a revisar los aparcamientos a ver si lo he aparcado en el sitio equivocado. Sino, supongo que alguien nos habrá robado el coche. – Casi suelto un “¿Como quieres que confíe en ti despues de toda una vida mintiendome?”. Pero son cosas que no debo soltar.  Ella ha cambiado, nada la debe atar a su antigua yo.

–    Cariño, no creo que sea bueno que te levantes...

–    Cariño. Necesito mi coche para trabajar. Si me han robado el coche, necesito hacer denuncia y contactar con el seguro, y encima encontrar un coche nuevo. Porque no, ningún autobús pasa para cerca de mi trabajo, y no tengo dinero para taxi.

–    Está bien, voy contigo.

Cogidas de la mano salimos del piso.

–    Lo aparcaste cerca del piso. Lo sé porque desde el coche se podía ver tu casa – me recuerda María.

–    Si, yo también recuerdo.  Era justo aquí

–    No hay cristales rotos, así que no creo que hayan forzado la entrada.

–    ¿Me habré dejado las llaves dentro con el coche abierto?

–    No lo recuerdo. Estaba tan emocionada que no me fijé en esos detalles.

–    Voy a llamar al seguro, a ver si encuentran solución – busco en mi carpeta de papeleos el papel del seguro.

–    Paula, mira esto.

–    ¿El qué?

–    Ese coche lleva un papelito.

Me acerco a ver el papelito del que habla María.

–    Es un papel de personas con discapacidad. Hay sitios especiales para ellos. Sobre todo si tiene dificultades de movilidad,  creo que el ayuntamiento les destina un sitio donde aparcar cerca de su casa.

–    Lo sé, y si alguien aparca sin el papelito viene la grúa a … ya sabes.

Me arrodillo y miro debajo del coche

–    ¡¡ La leche que le dieron !! ¡Es un sitio para discapacitados! No me lo puedo creer. Llevo años viviendo aquí, y eso no estaba ahí. ¿De donde apareció? ¡Ni siquiera hay discapacitados en este barrio!

–    Relajate amor.

–    ¡Joder!

–    Una chica nueva se ha instalado aquí. – me explica una señora que ni siquiera percaté que estuviera aquí.

–    No lo sabía.

–    Si es ciega, por eso tiene una plaza especial.

–    ¡¿Como hace una ciega para conducir?! – exclamamos María y yo al unísono.

–    ¡No lo sé! Yo solo os cuento lo que me ha dicho mi vecina...

–    Gracias por contarnos – dice María con un bad poker face

–    Si el coche la llevó la grúa debe de estar en el depósito municipal.

Corremos a la parada de autobús, nada más llegar apareció nuestro bus.  Nos subimos, pero estaba todo lleno, tuvimos que pasar el trayecto de pie. Esto no sería tan malo si no fuera porque aun andaba un poco nauseabundo y el tipo al lado mío olía al macdonald.

Afortunadamente el depósito no estaba tan lejos. Pagamos la multa y volvimos a casa en mi Smart Rosa. En estos tiempos pagar una multa por una plaza de discapacitados que ha aparecido de la nada no me hace ninguna gracia. Pero de alguna manera estoy muy feliz.

No sólo María me ha demostrado que ha cambiado, y que en verdad no ha hecho nada malo. Al contrario ¡Ha ido sola a comprar comida para nosotras dos! Sino que además, me ha sido sincera desde el principio. Me  ha cuidado con tanta delicadeza. Creo que la única que estuvo hoy anclada al pasado fui yo. Ella no se ha portado como la muñeca frágil y manipuladora de antes, al contrario, se ha portado como una persona, fuerte y sincera. Y es ella, la persona que me enamoró años atrás.

Lágrimas de felicidad corren por mis mejillas mientras sonrojo levemente.

–    ¿Estás bien Paula?

–    Si.

–    ¿Por qué lloras?

–    Es de felicidad

–    ¿Te gusta pagar multas?

–    ¡ Te quiero tonta!