Recuerdos & Sed -Tercera entrega-
Podía sentir como la garganta le quemaba, con un dolor que se asemejaba al de inhalar llamas, llamas humeantes. Reprimía el deseo casi incontrolable que le producía, en aquel momento, el aroma celestial que inundaba sus sentidos...
Esta entrega se la dedicaré a Adi, Aurora la diosa. Por ser la impulsora y motor principal de mi regreso, aún sin saberlo y de manera indirecta; gracias.
Parte V
No sabía exactamente por qué, aún no lograba comprender lo que le estaba sucediendo. Sus piernas avanzaban, paso por paso, sin detenerse. Lo hacían con voluntad propia, guiados hacia aquel lugar al que no tenía pensado regresar, al menos no durante ese día. La lluvia había cesado, pero el ambiente se hacía cada vez más tenso y pesado a medida que la distancia entre aquella casa y ella se acortaba. Lento, muy lento, se encaminaba por cada corredor endemoniado que conocía como si le pertenecieran, como si fueran parte suya, de su cuerpo.
Hacía mucho que no pasaba por allí, que sus dedos fríos no recorrían aquel barandal, que no reconocían aquella textura, pero el recuerdo vivo del aroma a roble no había abandonado su mente. Permanecía latente a pesar de los siglos, y un sentimiento cotidiano le embriagó el corazón.
– Fue aquí… hace, hace tanto… –Pensó para sí
Un grito ahogado la sacó de su ensimismamiento y sobrevoló con extrema desesperación la planta superior de aquel recinto, utilizando su magia. Ingresó a la habitación de María, su amada, y la encontró en el peor de los escenarios.
Yacía inconsciente, desnuda, desarropada; hermosa. Hermosa a pesar de los múltiples cortes que traía en el cuerpo, a pesar de la muestra de debilidad con la que ahora se mostraba; hermosa, simple y llanamente hermosa.
Moriel se acercó a ella con cautela, observándola con paciencia, tocándola con delicadez. No pudo evitar tragar en seco. Posó ambas manos sobre las manchas de sangre fresca y, usando parte de su energía vital, logró curar sus heridas. La levantó y arropó con sus brazos, acurrucándose junto a ella en la enorme cama. Besó suavemente su mejilla izquierda, depositando en ese beso simple cada fibra y parte de su alma, aquello y todo lo que –por añadidura– le pertenecía a María. Era sencillo e inexplicable; el ambiente pesado de la habitación se esfumaba lenta y dolorosamente, mientras la Hechicera derramaba pequeñas gotas saladas, una vez más, junto al cuerpo casi muerto de su amada, sintiendo las mismas dagas que se incrustaron, minutos antes, en esa fina y delicada piel que tantas veces había deseado besar hasta el cansancio, dejando una marca imborrable, irremisible, casi inexplicable de lo sucedido.
Los leves sollozos no tardaron en alertar a una frágil María, quien empezaba a recuperarse de aquel último encuentro que bien podría haber terminado con consecuencias desastrosas, no sólo para ella y lo sabía. La imagen de Víctor, de pie en su habitación, al borde de su cama, sosteniendo la enorme pieza de pirita con que había logrado paralizarla y la –ya desaparecida– súcubus, la exasperaban terriblemente.
Tenía como única y principal misión el proteger a Moriel, así la vida se le fuese en ello, así tuviera que recorrer cielo, mar y tierra para encontrar ‘aquello’ por lo que se encontraban allí, en ese preciso instante. Así perdiera credibilidad ante el consejo y, por consiguiente, su reino entero.
–M-Moriel… –Soltó con un hilo de voz casi inaudible
–Shh, estoy aquí, tranquila
–É-él… t-te…
–No… no hables, mi amor, descansa… –Dijo Moriel, con todo el amor que podía caber en su corazón
–Pero… tú necesitas, necesitas saber…–un dolor agudo le hizo retorcerse y lanzar un aullido desesperado– r-rayos…
–Shh… duerme, duerme… todo estará bien, duerme…
–Duele… duele m-mucho…
–Lo sé, pero pronto pasará
–¿Segur-a…?
–¿Confías en mi?
–Ciegamente…
–Sólo descansa
–¿Te quedarás conmigo…? Dime que te q-quedarás con… c-conmigo…
–Te amo… –Dijo Moriel de manera leve, y casi en un suspiro. Se acercó al rostro de su compañera y la besó tiernamente en la comisura de los labios.
Los ojos de la princesa se cerraron lentamente mientras sonreía, para después caer plenamente exhausta en un profundo sueño del que tardaría mucho en despertar.
Parte VI
María despertó de un tirón desorientada, enmudecida, sofocada. Podía sentir como la garganta le quemaba, con un dolor que se asemejaba al de inhalar llamas, llamas humeantes. Reprimía el deseo casi incontrolable que le producía, en aquel momento, el aroma celestial que inundaba sus sentidos, ese que provenía de Moriel, quien se encontraba aún dormida al lado suyo, aferrándose a su pecho con una mano.
No quería despertarla. Se veía hermosa en aquel momento, pero algo le hizo cambiar de opinión.
Unos rayos minúsculos se filtraban levemente por una rendija, iluminando a la Hechicera, trasluciendo la túnica blanca que ésta llevaba puesta y dejando entrever aquel cuerpo grácil y delicado del que se jactaba con timidez, y en muy raras ocasiones.
María se acercó temblorosa, como nunca antes en su vida. Posó una de sus manos sobre la mejilla de Moriel, mientras respiraba de manera acelerada –e innecesaria–. Un escalofrío le recorrió entera, sacudiéndola desde el centro mismo de su intimidad hasta la cabeza, al mismo tiempo en que acallaba un gemido en los labios de su amada, quien acababa de abrir los ojos como dos platos soperos tan sólo para volverlos a cerrar de manera inconsciente, mientras disfrutaba.
Se observaron consternadas por escasos segundos, antes de atraerse mutuamente para fundir sus labios y olvidarlo todo; absolutamente todo. Primero de manera sutil, pura. Como un primer beso de niños, de niños experimentados –en todo caso–. Moriel acercaba a María, sujetándola del cuello, atrayéndola lentamente, olvidando por completo la necesidad que tenía de respirar mientras María correspondía apenada, al sentir aquella mano curiosa que se abría paso entre sus caderas, recorriendo su cuerpo desnudo, erizándole la piel y acercándose peligrosamente a sus senos.
Pasó muy poco tiempo, hasta que ambas decidieron inspeccionar sus cavidades primarias, entrelazando en un abrazo fraterno a sus respectivas lenguas tímidas e inexpertas, provocando pequeños suspiros mientras el ambiente dentro de la habitación se hacía cada vez más caliente y el aire más denso.
Se separaron por escasos segundos, mientras Moriel intentaba recuperar todo el aire perdido y respiraba agitada, sin quitar la vista de aquellos ojos claros y hermosos que no dejaban de seducirla desde la primera vez en que los observó, cayendo rendida instantáneamente.
La túnica que la cubría se perdió entre una esquina oscura y alejada, quedando con sólo una diminuta prenda que se encargaba de esconder aquel lugar cálido y extremadamente húmedo que no dejaba de palpitar a medida que las caricias, los quejidos y jadeos aumentaban.
–Dime que esto no es un sueño… –dijo Moriel en un susurro leve que se llevó el viento, mientras María recorría su vientre, desfilando y recorriendo por sobre su piel con un camino de besos cortos, lentos y pausados, acercándose nuevamente a sus labios y besándola tiernamente
–No, no lo es –Sonrió y besó su mejilla– No lo es, pero te va a parecer que sí…–Dicho esto se deslizó, rozando la piel de la Hechicera, descendiendo hasta su centro y depositando en éste una serie de ‘caricias’ que le hicieron estremecer y sujetar las sábanas con fuerza, de manera repentina. Una descarga eléctrica le hizo cruzar las piernas o, al menos intentarlo, mientras arqueaba la espalda y gemía de placer.
Tantas cosas recorrían su mente, una y otra vez. Entre recuerdos nostálgicos y fechas inexactas que le hacían conjurar alguna que otra cosilla indiscreta de manera inconsciente, mientras enredaba sus dedos en el cabello cobrizo de María y la aferraba contra sí, acercándola hacia su intimidad con ferocidad, importándole poco o nada la vida, la muerte y el tiempo.
Sólo quería que continuara, que jamás se detuviera. El placer desbordante la abrumaba, a tal punto de ser la principal instigadora y dueña del más estridente gemido que se pudo haber oído alguna vez en esa casa.
Cayó rendida y satisfecha, mientras abrazaba a quien había sido, por mucho tiempo, la dueña de sus suspiros y sentía cómo ésta le clavaba los colmillos en la zona más sensible de su cuello. Se aferró, suspirando lentamente hasta dormir mientras oía a lo lejos, de manera distante, un Te amo .