Recuerdos & Sed -Segunda entrega-
Seamos breves.
Aquí la segunda entrega.
Cada una de éstas constará de dos partes breves -lo sé, soy malvada-.
Agradezco sus comentarios y valoraciones:
Aurora la diosa, Hombre FX, Lililunita, Peke, labrys28 y Ingrid<3.
Espero sea de su agrado. Aloha.
Parte III
Descansaba con la vista fija en el cielo, puesta sobre una nube gris que se negaba a entrar en movimiento. La pradera estaba vacía, completamente. Y Moriel continuaba allí, después de unas interminables horas de llanto. Siempre perdida, bohemia, nostálgica.
Recordaba con pesar lo acontecido, y su mente retrocedía hasta el momento preciso en que todo empezó. Se hallaba sumida entre sus más inquietantes secretos, esos que sólo una persona sabía, esos que le hacían tanto daño y la convertían en la férrea hechicera que era ahora. Esa que sólo tenía una debilidad, una con cuerpo de mujer, una que llevaba por nombre: María.
La recordaba, en primera instancia, cuando las tropas de Aleve contrarrestaban los potentes hechizos de Víctor, ese ser despreciable a quien ahora buscaba, por quien estaba allí en aquel período ambiguo. Ese que acabó con la vida de su familia y amenazaba con quitarle a lo único que ahora amaba en todo el universo, en todos los tiempos, en todos los años.
Se imaginaba junto a María, la hija de Cross, el vampiro.
Lo hacía y le parecía pecado, pecado porque lo era; ella pecaba y lo sabía.
Noche tras noche: en el cuartel, la escuela, la casa, las calles; en esa misma pradera.
Todo le recordaba, una y otra vez lo que sentía. Y sabía que era imposible, sabía que siempre lo sería.
Se sentía presa de aquel miedo y la impotencia que un amor claustrofóbico le hacía sentir. Había dejado de ser un juego de niños desde hacía ya mucho y no lograba comprender qué sucedió exactamente para que la magia y ese lazo intenso se destruyeran.
María había sido no sólo su amiga. Ambas eran mucho más que eso y les quedaba claro.
Recuerdos; recuerdos como aquel primer beso, como esa noche juntas… recuerdos; recuerdos que invadían su mente y atrofiaban sus sentidos. Recuerdos que le hacían sonreír y llorar de tristeza al mismo tiempo; recuerdos.
– ¿Cómo puede hacerme esto, cómo? Quería que le dejara ir y lo hice, quería que me alejara y no puse resistencia, quería que la olvidara y… y lo intenté… ¡Lo intenté y lo estaba logrando! ¿Con qué derecho viene ahora a intentar besarme, a acelerar los latidos de mi corazón, a enamorarme una vez más y sólo como ella sabe hacerlo? ¡¿CON QUÉ DERECHO?!
Chocó ambos talones con furia, estrujando el gras contra las suelas, apretando fuertemente la mandíbula y cerrando ambos puños. La primera gota de lluvia se mezcló con sus lágrimas, y el frío viento de la mañana alborotó sus cabellos. Permanecía quieta junto al gran árbol, ese que en mil años sería su refugio, ese que sabría reconocer cada parte de su historia, que la conocería entera de pies a cabeza, que exploraría sus infiernos y los memorizaría. Ese, ese que guardaría su más oscuro secreto.
–Debo dejar de hacer eso –dijo, mientras secaba sus lágrimas con el reverso de la chaqueta –, necesito olvidar lo que siento. Debo enfocarme en la misión.
Acto seguido, desapareció.
Parte IV
Los latidos de su corazón se enloquecían mientras agitaba con furor las sábanas y las extendía, pieza por pieza, pliegue por pliegue, estirándolas hasta casi romperlas con una brusquedad monstruosa que desaparecía tras un grito ahogado, a mitad de la madrugada, entre las luces titilantes de una ciudad que se oscurece, que amplía su manto y nos cubre por completo.
Allí estaba María, tendida sobre la cama y con los ojos completamente abiertos.
Frente a ella, una figura casi espectral, instalada en el borde izquierdo de la habitación continuaba su labor, sosteniendo entre ambas manos una especie de piedra amarillenta, cilíndrica y pesada.
– ¡ Súcubus ! –Gritó con desesperación – ¡Suéltame ahora!
– Hoc est simplicisimun…
Una ráfaga de viento agitó las cortinas con brusquedad hasta casi arrancarlas, mientras una corriente eléctrica acompañaba al agujero negro que empezaba a formarse en el suelo y amenazaba con tragarse todo aquello que tenía cerca.
– Hoc fácite in meam commemoratiónem!
–¡Te he dicho que me sueltes!
–Puedes hacerlo más simple, sólo si quieres. Entrégame a la chica y todo habrá acabado, pequeña Crossen
– Crossen… –un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, paralizándola instantáneamente
–¿Pensabas que no te encontraría?
–¿C-cómo… cómo sabes mi nombre?
–El Señor de las tinieblas está presente en estos tiempos, insensata. ¿Traerla aquí para resguardarla, eh? Vaya idea. Tan sólo deja que juegue con ella un rato, prometo no hacerle daño; o, tal vez sí… Todo depende de cuánto lo disfrute.
–¡cierra la boca o…!
–¿o?
– ¡Argh! –Gruñó. Cientos de dagas se clavaron fuertemente en su abdomen, desgarrándole la piel –M-Mierda…
–No, no, no –Soltó, mientras meneaba de izquierda a derecha su dedo índice– Aún tienes mucho por aprender. Al parecer no te han servido en nada las lecciones de mi Señor –Continuó, acercándose a María de manera desafiante
–¿Qué…?
–Eres muy bonita para ser hija de Cross, ¿sabías? –Dijo, esbozando una amplia sonrisa– ¿por qué no vienes conmigo y pones fin a tu tormento?
–Jamás…
–¡Eh! Lo entiendo, lo entiendo… Juguemos.
–¿No estás demasiado grande para juegos?
–¿Has olvidado que continúas desangrándote?
– Touché…
Un sonido intermitente resonó dentro de la habitación, alterando los sentidos de ambas presentes.
–Víctor…
–¡Mi señor!
Una figura sombría se acercó con pasos lentos y pausados hacia el borde de la cama, arrastrando tras su andar el alma de la Súcubus, quien empezaba a desmaterializarse junto con la enorme piedra amarillenta, dejando en libertad el cuerpo de María y soltando un grito ahogado antes de convertirse en polvo nuevamente.
–Es todo un placer, princesa –Soltó Víctor, haciendo una reverencia – Pensé que no volvería a verla
–No seré tu aliada
–Pero si no he venido por ti, mi amada Crossen
–Lo sé
–No me dirás dónde está, ¿cierto?
–No. Jamás lo haría
–Veo que realmente la amas pero, sé que eso cambiará cuando el Consejo se entere
–No tiene por qué enterarse de esto, Víctor…
–¿Estás dispuesta a sacrificar tu inmortalidad por una Hechicera Natura?
–Eso y mi reino, de ser necesario
–Crossen, Crossen. No has cambiado desde la última vez en que nos vimos. Siempre defendiendo la vida de otros antes que la tuya, siempre defendiendo otros reinos.
–¿Qué necesitas de ella?
–¿Tengo por qué decírtelo?
–Podría conseguir lo que quieres, así nos ahorramos la batalla y el derramar sangre humana…
–No intentes retarme, Crossen. Puede irle muy mal a tu pequeña amante
–Puedes morir en este preciso instante, lo sabes…
–Podemos morir
–Sí, podemos