Recuerdos eróticos.

Siguieron y ya entonces pude imaginar que lo que estaban haciendo era que ella lo ponía en su boca a ese “mochito” como le decía ya que sonaba como que algo chupaba.

Una curiosidad que pudo tener un desastroso desenlace, pero que por esos azares de la vida terminó siendo entretenido y motivador. Un hecho erótico atestiguado por casualidad a muy temprana edad. Culpable ? Nuestro protagonista.

Un relato candoroso y hasta casi inocente sucedido hace mucho tiempo al personaje , contado por él mismo y no se si corregido y aumentado, pero que en su momento al menos a mí me provocaba. Claro, compartíamos iguales fantasías y eso nos servía de un excelente preámbulo.

Vivíamos en las afueras de la ciudad, corrían los años setenta. Tenía una buena relación con mi abuelo materno. Aunque había estado separado de mi abuela en los años previos; por esos dimes y diretes de los adultos, mis tías habían conseguido que regresara para la casa. Entiendo que ya nada funcionaba como antes al menos con la abuela, pero él había aceptado quedarse aunque sea de mala gana.

Bien, como ya decía, al poco tiempo me había vuelto su amigo predilecto en la familia, Creo que nadie más gozaba de su cercanía como yo lo hacía. Me participaba de sus paseos, me compraba golosinas y nos habíamos vuelto medio cómplices sin talvez habérnoslo propuesto. Más tarde yo entendería el porqué de ese afecto especial hacia mí por su parte; y era que él había dejado un hijo que casi tenía mi misma edad, tan solo unos meses de diferencia.

Para mí el abuelo era un tipo muy simpático, de mediana estatura, regordete, algo ventrudo. Para entonces estaría por los sesenta y tanto años. Sastre de profesión. Para mí él era un anciano como pocos. Vestía a la usanza antigua, siempre de traje oscuro y sombrero.

Le habían asignado una habitación casi separada de todas las demás, pequeña pero acogedora y a la que por fortuna, yo tenía el privilegio de pasar y repasar debido a que la vivienda de mis padres estaba ubicada a continuación, solo separadas por un pequeño patio.

Como les cuento, yo me había ganado su confianza y por esa confianza es que a veces, aprisionado entre sus piernas solía escucharle sus cuentos y relatos, con el objetivo de al final obtener una moneda o una golosina. Así también me había percatado del bulto que se le formaba entre las piernas, a veces seguido por las mangas ya izquierda ya derecha de sus holgados pantalones, Eso me tenía intrigado y claro, hubo oportunidades en las que distraídamente arrimaba mi cuerpo contra el de él y entonces sentía la suavidad y la tibieza de ese sitio tan interesante para mí. Cómo será, me preguntaba…porqué se notaba tan grande. Ni a mi padre se le parecía; bueno, al menos a él nunca se le veía así. Y yo, peor…mi “picha” como solían decírmelo mis padres, apenas si podía yo atraparlo entre los dedos.

Todo aquello se me volvió obsesivo y no tardé en empezar a hurgar entre sus ropas, cuando él no estaba. Su ropa interior era mi objetivo, y también sus pantalones llenos de botones. Así fue que descubrí que usaba unos calzoncillos grandes, confeccionados a su medida, quizá por él mismo, con mangas hasta casi media pierna, abiertos al frente y cerrados por botones.

Bueno, ésto fue el motivo de otro relato; pero me volví un adicto y siempre buscaba la manera de tenerlos entre mis manos. Especialmente cuando veía que se había duchado, era la señal que estarían disponibles camino a la lavandería, y entonces yo podía disfrutarlos de su olor y sobretodo, ponérmelos para jugar a sacar y guardar mi pequeño juguete a través de esa enorme bragueta. Me arriesgaba a ser descubierto, pero igual me las ingeniaba.

En eso estaba, porque mi mayor objetivo era lograr mirar al menos algún momento esa masa que para mis ojos y mi imaginación se veían grandes, abultando entre sus piernas.

Un día que tanto mis tías como mi abuela y hasta mis padres tuvieron que salir por un funeral de alguna persona conocida, me dejaron solo jugando en el patio entre las casas. Pues mi abuelo debía regresar muy pronto para hacernos mutua compañía. Puesto que no volverían hasta caída ya la tarde. Fue una oportunidad de oro para entrar a husmear el cuarto del abuelo,

Estando en esas, y que escucho apenas que mi abuelo ya entraba conversando en voz baja con alguien. No debía ser descubierto y menos por, a lo mejor alguna de mis tías, o mi mamá mimo porque se escuchaba la voz de una mujer. No pude ser más rápido en mis pensamientos y en mi accionar: me escurrí debajo de la cama para quedarme absolutamente quieto y casi sin respiración.

Efectivamente por debajo de la cama pude observar los zapatos de mi abuelo y los de una mujer que cuando ya pude distinguir su voz, no era de ninguna persona conocida. Los dos se sentaron en la cama y entonces pude escuchar claramente que mi abuelo estaba convenciéndola de que nadie estaba en casa y que tardarían todos en regresar y que debían aprovechar.

Por su voz y por como llevaba sus zapatos y el filo de su falda pude darme cuenta que se trataba de una mujer mayor, evidentemente no era joven. Pero yo no sabía qué iba a ocurrir.

Los dos se quitaron los zapatos y empezaron un cuchicheo que yo no podía entender. Al parecer se estaban abrazando quizá por la cercanía mutua de sus canillas. Como que respiraban fuerte y yo allí sin poder moverme y temiendo ser descubierto.

En un momento escuché claramente que ella dijo:

  • Y cómo está mi mochito…Déjame cogerlo al mochito…siiiii….quiero saborearlo al mochito ese que tienes…

Y acto seguido vi de reojo que las faldas de ella se cayeron al suelo junto a otras ropas que se agachó y las recogió para colocarlas supongo en una silla que estaba al lado- Yo no entendía lo que ocurriría.

Cuándo mi corazón quizo paralizarse, fue cuando ví que también mi abuelo arrastraba por el suelo las mangas de su pantalón, que también debió irse sobre la ropa de ella en la silla, por el sonido que produjo la hebilla de su cinturón al golpearse contra la madera. En ese momento ya estaba casi paralizado. La verdad, no entendía y tampoco me imaginaba lo que vendría. Yo ya solo quería salir de allí, escaparme y ponerme a salvo.

Fue entonces que vi las rodillas gruesas desnudas de ella casi frente a mi cara y los pies de mi abuelo aún con medias, a los lados de esas rodillas, y un sonido como de deleite de ella; como cuando se saborea algo delicioso. Fue una eternidad para mí, porque no sabía si aprovechar y buscar la manera de salirme o quedarme hasta el fin que por otra parte, tampoco sabía si sería pronto o al cabo de qué tiempo. Decidí quedarme.

Después de escuchar esos ruiditos por una largo rato, escuché como él le decía:

  • Que rico…qué delicioso…sigue mi hijita, sigue…desata todos los botones…

Ella por su parte le respondía:

  • Qué grande se ha puesto, qué rico….y mira como están éstos  huevitos…éste mochito quiere más? Venga que me lo como.

Siguieron y ya entonces pude imaginar que lo que estaban haciendo era que ella lo ponía en su boca a ese “mochito” como le decía ya que sonaba como que algo chupaba.

Cuando acordé, veo que ella se pone de pié y se sube a la cama, mientras que mi abuelo deja caer su calzoncillo en el suelo y también sube sobre la cama. Una sorpresa para mí y también la oportunidad para tener entre mis manos esa dichosa prenda, recién usada, tibia aún y con una sensación de humedad deliciosas. Lo tomé para mí, suponiendo que mi abuelo no lo recogería inmediatamente.

Lo que siguió fue un traqueteo de la cama, mezcla de quejidos de ella y también de él luego de que le ordenara abrir muy bien las piernas. Yo no comprendía. Un sonido como de chasqueo que a mi me resultó largo y casi interminable pero por algún motivo, agradable. Yo con el calzoncillo de mi abuelo en mi cara, oliéndolo, pero con el miedo de causar algún ruido que me delatara. Recuerdos que permanecen imborrables en mi mente.

Con el paso del tiempo deduje que la posición que adoptaron fue la del misionero, todo el tiempo porque no advertí que la variaran.

Cuando mi abuelo empezó por dar resoplidos y a proferir unos gruñidos o quejidos, casi entro en pánico. Tentado estuve de salir de mi escondite, pues no sabía qué le estaba ocurriendo. Casi empecé a sentir una especie de terror a que algo malo le estuviera pasando. Los gemidos de mi abuelo predominaban sobre los jadeos de la mujer hasta que al aparecer se mezclaron también con una especie de suspiros profundos, acompasados. Luego, el silencio de ambos. No escuchaba nada, ningún movimiento-

Quizá ahora, era mi corazón el que resonaba fuerte pero debajo de la cama.

Después de unos minutos de silencio noté que se movieron y algo balbucearon pero no logré entender lo que se dijeron. Más silencio, hasta que por fin le escuche a ella decirle:

  • Qué bien mi hijo lindo…mi mochito estuvo perezoso al principio, pero que rico que ha estado….se nota que me has reservado bastante en esos huevitos… todas éstas semanas…tienes que seguir cuidándomelos.

A mi abuelo le entendí claramente cuando le respondió:

  • Es que no había cómo traerte hasta aquí, a no ser ahora que se han ido…quizá otro día sea igual….

Para entonces yo ya había tirado el calzoncillo al sitio donde lo vi caído.

Pasó otro rato en el que yo creí que se hacían cosquillas mutuamente porque ambos reían bajito. Luego le escuché a mi abuelo decirle:

  • Mi hijita, vamos a tener que arreglarnos por si acaso.

Empezaron  por bajar los pies al suelo. Ví como ella dirigía sus pasos a la silla y mi abuelo tomaba su calzoncillo del suelo. Acto seguido se ponía en pie y equilibrándose se lo colocaba. Tardaron unos instantes en vestirse y a cierta distancia de la cama pude ver que ponían sus pies frente a frente. Evidentemente se besaban y demoraban sin querer desprenderse uno del otro.

El le dijo:

  • Vamos para dejarte… para que te regreses en taxi.

Ella también le dijo, vamos; y salieron cerrando la puerta.

En la oscuridad que quedó yo me salí de debajo de la cama para quedarme agazapado temiendo que por algún motivo regresaran. Solo cuando escuché la puerta de la calle cerrarse con un golpe, entreabrí la puerta y encendí la luz.

Pude entonces ver la cama con sus mantas y sábanas revueltas, noté un olor algo extraño en el ambiente y observando más de cerca…unas manchas húmedas en la sábana, y en el pequeño velador una pequeña toalla de mi abuelo, que al revisarla con cuidado, tenía pegado algo viscoso como si con ella se hubiesen quitado algo que se hubiera derramado.

El pensamiento de que mi abuelo regresara me despertó de mis ensueños y dejando todo en su sitio, salí y cerré la puerta. Rápidamente fui hasta mi casa desordené mis juguetes y esperé a que volviera.

Pasados algunos minutos mi abuelo regresaba. Yo le noté un semblante mucho más agradable que de costumbre. Risueño y cariñoso me preguntó que qué hacía, que si había estado ahí desde que mis padres se había ido. Le dije que si, que me había mantenido jugando y tratando de “componer” un carrito desarmado.

Mi cabeza no dejaría de pensar en lo ocurrido aquella tarde. Verdaderamente, no lo sabía por entonces. Siempre me preguntaba, qué hicieron mi abuelo y esa señora, sin ropa encima de la cama? Se me quedaron grabados los sonidos, gemidos y palabras que despacio se dijeron.

MOCHITO…? Me parecía un nombre muy bonito…porqué esa señora lo llamaba así…se refería con cariño entonces a ese abultamiento que mi abuelo exhibía entre sus piernas…pero yo, apenas tenía algo que sobresalía de mi abdomen… cómo sería…la curiosidad estaba echada para mí y solo se cumpliría tiempo después cuando por fin pude observar a escondidas, el tamaño, el grosor, el color y sobre todo, esos grandes huevos que dentro de una gran bolsa colgaban orgullosos y que juntos, satisfacían ampliamente a la dueña actual de aquel “mochito”.