Recuerdos del Seminario

El amor de un amigo del seminario hizo cambiar mi vocación.

RECUERDOS DEL SEMINARIO

El amor por un compañero del seminario hizo cambiar mi vocación

A raíz de la publicación de mi relato Oscar, mi primer y largo amor , he conocido a un chico de mi edad que se llama Jorge. Me envió un correo, empezamos a escribirnos y, como no vivimos muy lejos, quedamos en vernos un día, conocernos y hablar con tranquilidad.

Yo me llamo Luis, trabajo en una agencia de turismo y tengo 24 años. Más detalles de mi vida y de mi personalidad las encontraréis en el relato que he mencionado; era el primer relato que escribía pero ha sido Jorge quien me ha animado a escribir éste. El protagonista es él, y la historia que os cuento es la fiel reproducción de lo que Jorge me contó.

Cuando Jorge tenía 16 años sus padres le enviaron a estudiar al seminario de una congregación religiosa. El ambiente cristiano de su pueblo era un terreno propicio para que se desarrollara en él esa vocación de entrega total a Dios, y Jorge accedió gustoso. Era entonces un adolescente sano, inteligente, de carácter simpático y alegre. Era alto para su edad, con un cuerpo robusto, acostumbrado a la vida en el campo.

Había vivido su pubertad sin grandes traumas, apenas algunos contactos con muchachos como él con quienes, en las tardes que iban hasta el río cercano, se bañaban juntos, sin malicia. Allí Jorge pudo comprobar que los cambios que se estaban produciendo en su cuerpo, eran normales. Como a sus compañeros, también a él le estaba naciendo una mata de vello en su pubis, un vello negro y rizado. También en su pecho, en sus axilas, y hasta en un incipiente bigotillo que enmarcaba sus labios grandes y carnosos.

A veces observaba a los otros y veía que, como a él, la verga iba creciendo, tomando una forma y un volumen de adulto. Los juegos con sus amigos no pasaron de algunas pajas que se hacían, cada uno la suya, sentados entre la maleza, lejos de miradas indiscretas. Todo consistía en ver quién la tenía más grande y quién se corría el primero. A veces salían conversaciones sobre chicas, y alguno algo mayor decía –o pretendía- haber visto a alguna de ellas desnuda o incluso haberles metido mano. Y entonces las pajas se hacían más rápidas y chorros de semen caían sobre la hierba.

Así de normal era Jorge cuando, cargado con su equipaje, llegó a la puerta del seminario. El Rector lo acogió paternalmente, le mostró la casa y le llevó hasta el dormitorio para que se instalara. Era una habitación bastante grande, con 4 camas y sus armarios respectivos. En el extremos, dos servicios, dos lavabos y dos duchas. Luego pudo constatar que había varias habitaciones así, a lo largo del pasillo.

Jorge observó que, aparte de la cama que le había sido asignada, otras dos estaban ya ocupadas: había ropa sobre ellas. Abrió su maleta, arregló sus cosas y bajó hasta el comedor adonde iban llegando los otros seminaristas ya establecidos en la casa. Calculó, a primera vista, que deberían ser unos veintitantos. Allí cursaban los últimos años de secundaria antes de entrar al Seminario mayor. El Rector tuvo unas palabras de presentación y Jorge se sintió feliz al oír el aplauso de bienvenida que le dedicaron sus nuevos compañeros. Luego se sentaron en mesas de 4.

De aquella comida Jorge sólo guarda un recuerdo imborrable, el de un compañero que dijo llamarse David. Por un momento le hizo experimentar sensaciones extrañas. David tenía 15 años, uno menos que él. Luego supo que venía de la ciudad. No era alto ni tenía la musculatura de los chicos del campo. Tenía un hermoso cabello rubio, ojos claros, y una sonrisa dulce que desde el primer momento le fascinó. Hasta los gestos de sus manos al comer y al expresarse eran de una delicadeza y suavidad increíbles.

La sorpresa llegó cuando, a la hora de ir a acostarse, Jorge constató que David era uno de sus compañeros de habitación. El otro, Román, era un muchacho más bien gordito, nada atractivo y, como pudo constatar más tarde, de sueño profundo del que se escapaban ligeros ronquidos.

Las normas del seminario eran estrictas: había que guardar silencio o hablar muy bajito en el dormitorio y, sobre todo - lo había dicho el Rector- guardar siempre una gran modestia y respeto mutuo. Jorge hubiera querido preguntarle muchas cosas a David, pero aquella primera noche no fue posible. Román fue el primero en meterse en la cama. Al poco David salió de la ducha vestido con su pijama, le hizo una sonrisa de buenas noches y se acostó.

Cuando Jorge se acostó también, mil pensamientos pasaron por su mente: su casa, sus padres, sus amigos, sus juegos y pequeñas aventuras… Y sobre todo la figura del pequeño David que le estaba haciendo sentir algo desconocido para él. Casi inconscientemente bajó su mano hasta su entrepierna y acarició su verga. Al contacto se fue poniendo dura poco a poco. Se bajó un poco el pantalón del pijama y el slip, y empezó una suave masturbación, sin hacer ruido. No necesitó mucho tiempo para que su mano se viera llena del pegajoso semen que salió. Se limpió como pudo en su slip y se quedó dormido. Sintió vergüenza al pensar que estaba en un seminario y que él, como sus compañeros, estaba destinado a realizar una gran vocación.

No le fue difícil a Jorge acostumbrarse al ritmo del Seminario: las clases, los rezos, las comidas, los juegos… Una vida un tanto cerrada, pero que Jorge aceptaba como parte de su entrenamiento para la vida consagrada por la que optaba. Pero había algo que iba creciendo en su interior y le desconcertaba: era la atracción creciente que iba sintiendo por David. Hacía esfuerzos por disimular, pero sus ojos se le escapaban tras la figura sencilla, dulce y atractiva de su compañero. Admiraba sus ojos, su porte, su voz delicada. No es que David tuviera nada de afeminado, al contrario era un chico muy normal, educado, agradable en su conversación. David ponía todo su esfuerzo en los tiempos dedicados al trabajo en la huerta del seminario o en los partidos de fútbol que organizaban en los momentos de deporte. Jorge gozaba viendo ese cuerpo sudado, con la ropa pegada a la piel.

Llevaba ya varias semanas en el Seminario, y lo más que había podido ver de David era cuando llevaba los pantalones cortos, tipo bermudas, que dejaban ver sus piernas apenas cubiertas por un vello rubio, clarito, como sus brazos. A Jorge le parecía contemplar a un ángel y en él fue creciendo el deseo de tenerlo cerca, de acaparar su conversación, de escuchar alguna palabra suya dirigida a él. Le observaba cuando se movía, cuando se agachaba. Intentaba imaginar los perfiles de su cuerpo, la forma de su culo. Los pantalones anchos que usaba David no dejaban traslucir la forma de su paquete. ¿Sería un ángel sin sexo?

El deseo creciente de ver a David desnudo, de tocarlo, de acariciarlo, fue creciendo en él. Intentaba alejar de sí esos pensamientos, pero no podía. Se repetía una y otra vez que ambos eran seminaristas, que él nunca había sentido nada así por un chico. Pero la atracción era más fuerte que él. David seguía indiferente: jamás tuvo un gesto que pudiera denotar algo anormal en un chico de su edad. Por la noche, Jorge esperaba una ocasión en que pudiera verle más de cerca. Pero David, regularmente, entraba en la ducha con su ropa normal y salía de ella con el pijama, o con el pantalón de deporte. Las noches se hacían eternas. Román dormía como siempre con sus ronquidos entrecortados. Y David, cubierto con su sábana, no dejaba entrever nada, por más que los ojos de Jorge contemplaran los ocultos perfiles de su cuerpo. Sus masturbaciones se hicieron habituales. El deseo crecía.

Hubo un día en que Jorge subió al dormitorio a tomar unas cosas. El armario de David estaba entreabierto. Miró. En el suelo había algo de ropa sucia en espera del día indicado para echarla a lavar. Jorge miró con curiosidad. Entre algunas camisetas y pantalones había un slip blanco. Superó un primer movimiento de asco y lo tomó en sus manos. Notó que estaba algo húmedo: ¿sudor? ¿restos de semen? Lo apretó entre sus manos en una fantasía de estar apretando el cuerpo de David. Lo acercó luego a su entrepierna y notó que su verga se endurecía. Entró rápidamente al servicio, cerró la puerta, se desnudó y se puso el slip de David. Le venía muy apretado, pero le hizo sentir como si el mismo David le estuviera acariciando sus partes más íntimas. No pudo evitar una masturbación que acabó con gotas de semen en el inodoro. Luego dejó todo como estaba.

La tensión iba aumentando en la vida de Jorge. Intentaba seguir su vida normal. Se entusiasmaba con las charlas de los profesores que les hablaban de la belleza de su vocación, que cultivaban en ellos la llamada de Dios. Sin embargo, en lo más íntimo de su ser, Jorge se debatía con algo que ya no dudaba en llamar enamoramiento. Y lo que más le angustiaba era pensar que no se estaba enamorando de una chica, sino de uno de sus compañeros. Lo que sentía por él era indescriptible: deseaba verlo, tocarlo, acariciarlo, sentir el calor de su cuerpo… Era una lucha entre la tentación y el deseo, entre su voluntad de ser fiel a la llamada de Dios y la fuerte atracción de la carne que le impulsaba con pasión hacia una relación que nunca hubiera imaginado, pero que ahora no podía retirar de su mente.

Todo se aclaró una mañana de primavera. Al despertar, Jorge vio que David, contrariamente a sus usos habituales, no se levantaba. Se duchó, se arregló y, al volver del baño, vio que David seguía acostado. Se acercó a la cama.

¿Te pasa algo, David? ¿No te encuentras bien?

He dormido muy mal. Me duele mucho la espalda; casi no me puedo mover.

No te preocupes, ahora aviso al Rector, vale?

Jorge bajó, le avisó y se unió a los rezos de la comunidad. Más que orar, se preguntaba qué le habría pasado a David. En el desayuno, el Rector le llamó aparte y le dijo:

Escucha, Jorge, creo que David tiene un tirón muscular y le resulta difícil moverse. Súbele el desayuno, mira a ver si necesita algo. Yo voy a buscar al médico y dentro de un rato vengo.

Aquellas palabras le abrían de repente un horizonte insospechado. Tomó el desayuno en una bandeja y voló hacia la habitación. David, despierto, seguía acostado boca abajo, con la cabeza girada.

¿Qué te pasa, David? ¿Qué te duele?

No creo que tenga importancia, pero me duele bastante la espalda. Es como un tirón muscular y casi no me puedo mover. He intentado levantarme y no puedo.

Ayer hiciste mucho esfuerzo en el partido de fútbol

Sí, quizá sea eso. Ya me ha pasado otras veces.

Poco a poco fue tomando el desayuno mientras Jorge sostenía la bandeja apoyada en la cama.

Jorge, necesito orinar, pero no me puedo levantar… No sé cómo hacer.

Espera un momento, ya sé

Jorge voló hacia un cuarto que hacía de enfermería y trajo uno de esos recipientes para que los enfermos puedan orinar sin levantarse. Se lo ofreció a David. Éste lo tomó y lo introdujo bajo las sábanas.

Lleva cuidado no vayas a mojar las sábanas. ¿Te ayudo?

David se destapó hasta los muslos dejando ver su cuerpo adolescente cubierto con el pijama. A Jorge, sentado en la cama, le temblaban las piernas, Intentaba que todo pareciera normal. David se bajó un poco el pantalón y el slip blanco, tomó su verga entre sus dedos, le pidió el recipiente a Jorge y empezó a sonar el ruido de la orina cayendo en el recipiente.

Jorge seguía disimulando, como si eso fuera lo más normal del mundo. Pero sus ojos no podían separarse de esa verguita, de esos vellos suaves, cortos y rubios que cubrían su pubis. Cuando terminó, Jorge lo vació en el baño. Al regresar, David había vuelto a tomar su posición boca abajo, la que le resultaba más cómoda. Jorge se volvió a sentar al borde de la cama:

¿Necesitas algo más, David? Me ha dicho el Rector que me quede contigo hasta que venga el médico.

No te preocupes, Jorge, no necesito nada, gracias, muchas gracias.

Su voz suave excitó de nuevo a Jorge que contemplaba de cerca las curvas del cuerpo de David bajo las sábanas. Con mano temblorosa se acercó hasta los rubios cabellos de David y se los acarició con cariño. David se dejó hacer, como un gesto de amistad. Le acarició la nuca, el cuello mientras le repetía:

Se te pasará pronto, David; ya verás.

Al poco rato se oyeron pasos en el pasillo. Era el Rector acompañado por el médico. Jorge se sentó en una silla. Entraron.

Vamos a ver qué le pasa a nuestro angelito, -dijo el médico acercándose a la cama.

El Rector le hizo seña a Jorge para que se retirara; quizá se tratara de un cierto pudor, pues el médico tendría que examinar el cuerpo de David. Salió de la habitación discretamente y entornó la puerta. Dejó justo una rendija, lo suficiente para que la puerta pareciera cerrada y Jorge pudiera ver.

El médico retiró la sábana, hizo algunas preguntas a David y luego le subió la camisa del pijama para examinar bien la espalda. Fue tocando con sus dedos en distintos lugares, y David respondía con "Aquí me duele, ahí no". Los dolores parecían más intensos al llegar a la cintura.

Bájate un poco el pantalón, por favor, - le dijo el médico.

David obedeció al instante dejando al descubierto aquellas nalgas tan deseadas, tan apetitosas. Jorge se estremeció como si una corriente le recorriera el cuerpo. Su cuerpo tembló y su verga inició un movimiento de despertar sexual. El doctor, sentado ahora en la cama, donde había estado él, seguía apretando sus riñones y pequeños gritos de dolor salían de la boca de David. Su culo se movía con pequeños espasmos producidos por el dolor. Jorge ya tenía su mano dentro del pantalón y se acariciaba la verga mientras contemplaba ese culito tan blanco, tan suave.

No es nada serio, concluyó el médico; una simple neuralgia lumbar. Le voy a dar unos calmantes para el dolor y una crema para unos masajes. En cuestión de un par de días estará nuevo.

Rápidamente Jorge corrió hacia el extremo del pasillo mientras colocaba su verga en una posición que no delatara nada. Cuando salieron el rector y el médico, Jorge se acercó como quien ignoraba todo y preguntó con aire ingenuo:

¿Es algo serio?

No, tranquilo; dijo el rector. Voy a comprar unas medicinas y ahora vengo. Por cierto, Jorge, ¿has dado alguna vez masajes?

Aquella pregunta le volvió a hacer temblar de emoción. La verdad es que nunca lo había hecho; no sabía más que cualquier otro chico de su edad. Sin embargo, con una sonrisa de disponibilidad y con una voz que disimulaba su afectación, replicó:

Sí, sí, claro, he dado masajes algunas veces a mis amigos en el pueblo cuando tenían algún esguince. ¿Lo necesita David?

Sí, por favor, le pidió el Rector. Ahora te traigo la pomada.

Esos momentos le parecía estar en el cielo. Nunca imaginó que fuera tan fácil tener cerca el cuerpo de David, tocarlo con sus dedos. David, desde la cama, había oído la conversación, y cuando Jorge se acercó de nuevo, le dijo:

Lo de siempre, Jorge, ya me ha pasado esto otras veces. En casa era mi hermano quien me daba los masajes. Ahora te va a tocar a ti.

Tranquilo, David, lo haré lo mejor que pueda. Ahora descansa un poco. Y mientras se lo decía levantó la sábana, le colocó bien el pijama y lo volvió a cubrir.

Minutos después, el Rector regresó con los medicamentos.

Estas pastillas, tres veces al día antes de las comidas. Y esto para el masaje. Hazlo bien y luego vete a clase con los demás. Allí te espero.

Cuando Jorge oyó que los pasos del rector se perdían al fondo del pasillo, se volvió hacia Jorge y le dijo:

¿Preparado?

A tus órdenes, Jorge. Yo te iré indicando. Mejor que me ayudes a quitarme la camisa del pijama; podrás trabajar mejor.

Así lo hizo, retiró totalmente la sábana, le ayudó a quitarse la camisa y David quedó totalmente boca abajo. Mientras colocaba crema en sus manos, Jorge pensó lo maravilloso que era contemplar de cerca aquella espalda desnuda, lampiña, perfecta, blanca y atractiva. Al poner sobre ella sus manos, David se sobresaltó:

¡Qué frías tienes las manos!

No te preocupes, ahora entrarás en calor, ya verás.

Jorge empezó a darle un masaje suave por toda la espalda y poco a poco fue aumentando la intensidad.

Bien, bien, me hace sentir mejor, pero, por favor, dame más abajo, donde más me duele.

Te voy a manchar el pantalón, David. ¿Te importa bajártelo? Así lo podré hacer mejor.

Perdona, Jorge, no me había dado cuenta.

Mientras se lo decía tomo el pantalón y el slip por el elástico y lo deslizó por sus muslos hasta dejar al descubierto todo su culo. Jorge siguió masajeando: notó que su verga se volvía a poner dura al hacer realidad su sueño. Sí, era verdad, era real: ahí estaba David, con sus nalgas desnudas, dispuesto a que lo tocara con sus masajes. Frotó una y otra vez sus riñones, mientras sus manos bajaban repetidamente y acariciaban la masa firme y dura de los glúteos de David. No tenían nada de vello, apenas una ligera capa tan rubia que resultaba imperceptible a la vista y suave al tacto.

Lo haces fenomenal, Jorge. Eres todo un experto, musitaba David de vez en cuando en unos murmullos de voz en los que se mezclaba el dolor cuando tocaba sus partes doloridas y el placer que sin duda experimentaba cuando, casi como un juego, despertaba la sensibilidad de su culo.

Cuando Jorge terminó el masaje y se lavó las manos, David le pidió que le ayudara a darse la vuelta y ponerse boca arriba, para conservar el calor de la espalda. Así lo hizo. Al voltearse, David hizo ademán de subirse la ropa interior. Jorge le ayudó. Por unos instantes pudo contemplar la verga de David, dura, larga y delgada, con unos vellos rubios por encima. Le ayudó a ponerse la camisa y corrió para clase.

En el recreo vengo, por si necesitas algo, David

Gracias, Jorge, y perdona la lata que te estoy dando

No te preocupes, es un placer; quiero que te cures pronto.

Los tres días que duró aquella tonta enfermedad fueron decisivos para la vida de Jorge. La intimidad iba creciendo más entre ellos. David se dejaba manipular por Jorge con toda espontaneidad. Le acompañaba despacito hasta el baño para que hiciera sus necesidades, le lavaba suavemente con la esponja, le secaba, le perfumaba el cuerpo, le ayudaba a cambiarse de ropa interior… y David se dejaba hacer.

Nadie sospechaba nada: era un compañero ayudando a otro compañero. Pero para Jorge la pasión se iba haciendo insostenible cuando tocaba ese cuerpo tan precioso y lampiño, cuando lo recorría para lavarlo. Era imposible ocultar la excitación que todo esto le provocaba. David no era tonto y lo notó. Tampoco él había tenido nunca ninguna relación de este tipo con otro chico, pero los dedos de Jorge le estaban haciendo descubrir sensaciones nuevas.

Los tocamientos de Jorge se fueron haciendo cada vez más atrevidos. Le acariciaba el culo con mucha suavidad y aquello le encantaba a David, que abría sus piernas durante los masajes para que los dedos de David recorrieran toda su rayita y acariciaran su ojete. Una de las veces David pudo ver el bulto de la entrepierna de Jorge:

¿Se te pone dura muchas veces?

Sí, respondió David un poco avergonzado. ¿A ti no?

Mucho, como ahora, mira.

David se volteó a medias y tomó su verga entre las manos:

Tengo un cosquilleo, unas ganas

Normal, ¿tú no te masturbas?

Me dijeron que era malo, intento no hacerlo, pero a veces

¿Malo? Qué va, te lo aseguro. Necesitamos descargar todo lo que llevamos dentro; uno se siente mejor después de hacerlo. Mira. - Y al decirlo, tomó entre sus manos los huevos lampiños de David. ¿Ves? Están llenos, hay que vaciarlos.

David sonrió, ya habían caído los muros de la vergüenza. Se colocó boca arriba y dejó que Jorge actuara. Éste tomó la verga suavemente entre sus dedos. Estaba caliente, dura, el capullo brillaba con la humedad. Jorge empezó a menearla despacito, de arriba abajo. David, con los ojos cerrados y la cabeza recostada en la almohada, se dejaba hacer. Tan sólo emitía ligeros suspiros de placer ante algo nunca antes experimentado de manos que no fueran las suyas. Jorge seguía acariciando la verga de David con una masturbación lenta. La sentía latir, moverse con espasmos de placer.

De repente notó como la mano de David se acercaba lentamente a su cuerpo, le tocó la cintura, le tocó el muslo. Jorge estaba vestido y se acomodó mejor para que David pudiera actuar, sin soltar la verga de entre sus dedos. La mano de David, tímida, pero deseosa, llegó hasta la entrepierna. No le fue difícil notar la tremenda erección de Jorge. Y sus dedos recorrieron todo aquel bulto. Jorge aumentó la velocidad de su mano sobre la verga de David. David, en el colmo de la excitación, abrió el botón del pantalón de Jorge e hizo salir la verga de éste, húmeda, dura como un tronco. La tomó con su mano y empezaron una masturbación mutua que les hizo sentirse en el cielo

No tardaron mucho en venirse: David fue el primero y el chorro de esperma, retenido por bastante tiempo, le llegó hasta el cuello. Soltó la verga de Jorge y éste tuvo justo tiempo de llegar al baño y terminar. Volvió a la cama, secó los restos de semen del pecho de David y poco a poco fue acercando su cara a la de él. David cerró los ojos y abrió suavemente los labios. Jorge se acercó despacio y colocó los suyos encima. Fue el principio de un largo y profundo beso… el primero para ambos.

David curó y todo volvió a la vida normal. No volvieron a hablar del tema durante bastante tiempo. Se observaban por la noche, cuando estaban seguros que Román dormía como siempre, profundamente. Jorge veía que a veces las sábanas de David se movían rítmicamente indicando lo que pasaba debajo. Y él hacía lo mismo. Una noche Jorge se levantó, se acercó a la cama de David, metió la mano por debajo de las sábanas y constató que estaba desnudo. Le acarició las nalgas y acercó sus dedos al hoyito: primero caricias circulares y luego fue introduciendo uno de sus dedos mientras acercaba sus labios y se besaban. David se dejó hacer dejando entender que le gustaba.

  • ¿Te gusta, David? Me encantaría poder hacer algo más.

David quedó unos momentos en silencio. También en él se debatían las fuerzas de la vocación y las fuerzas contrarias.

Jorge, creo que estamos yendo demasiado lejos. No podemos seguir así; quiero intentar ser fiel a mi llamada. ¿Y tú?

No sé, David, desde que te he conocido, veo la vida con otros ojos. Te necesito. Me has hecho sentir algo inexplicable.

Al acabar el curso, Jorge habló con sus padres y les explicó que había sido muy feliz en el seminario, pero que no creía que ése fuera su camino. Salió y prosiguió sus estudios. Ahora es un chico gay, sin pareja estable, pero tiene buenos amigos como él. Sigue buscando el amor… un amor como el de David.

David siguió en el seminario. Muchas veces soñó con aquellos momentos tan felices cerca de Jorge, pero poco a poco ha ido madurando y serenando su sexualidad. Creo que se ordena de sacerdote el año próximo.

Y ya sabéis, si alguien ha vivido experiencias semejantes o quiere establecer contacto conmigo, podeis escribir a: mmmiyaju@yahoo.es

Un abrazo, Luis