Recuerdos del barrio. Séptima Entrega

Séptima entrega de los relatos sobre el despertar sexual de un adolescente con una mujer madura y... su novia, el barrio donde vive y algo más. A petición del personal, las entregas que siguen van más cortas.

Recuerdos del barrio

Séptima entrega

XXVI

La cita de Vero. Una cita casi pospuesta. Lo había olvidado por completo, quizá estaba tan impresionado con lo ocurrido con el prefecto que se me pasó por completo. Ya fuera de la escuela el grupo se dispersó poco a poco y se van, entonces veo en el estacionamiento que algunos porros rodean un pequeño auto, no se, quizá un Datsun , casi nuevo, color azul cielo, sedan cuatro puertas, me extraña el carro, no es común por aquí y menos rodeado de "malditos" y tengo una corazonada, camino hacia el carro y un porro alerta: ¡aguas! , y se apartan, al momento la cara sonriente de Verónica aparece diciendo: "¡hola amorcito!", uno de los porros me reta: "¿y tú qué?", le sostengo la mirada de igual a igual, sin decir nada y se aparta caminando despacio –me llega el olor a marihuana--, llevándose la mano a la cintura, como si trajera algo ahí, otro lo alerta: "mejor nos vamos, ahí están sus cuates, déjalo, luego lo agarramos solo" y miro que efectivamente, cruzando la calle están cinco o seis compañeros con actitud expectante; "luego te ajusto las cuentas", dice tartajeando el marihuano con la mirada perdida; "cuando quieras", le contesto seguro mirando sus ojos amarillentos, y todos se van caminando y alegando algo entre ellos. De repente mi entereza cambia a temor, mis amigos me preguntan a señas "¿qué pedo?", los tranquilizo con un gesto de manos, aún así le grito a Vero: "¿qué chingaos haces aquí?", ella tranquila, luego enojada, contesta:

--"¡Oh, cabrón!, aquí me tienes como tu pendeja , esperándote, toreando a los porros, ¿ya se te olvidó?, quedamos que aquí y a las dos, ya pasan de las tres, ¡cabrón!, ¡eres un cabrón!, ya casi me convencen los pinches porros de comprarles unos churros de mota , ¡no tienes vergüenza!, todo se te olvida, ¡hijo de tu ma…dre!".

Cuando entro al auto recuerdo que si, tenía cita con la Vero; me mira con ojos de interrogación y trato de justificarme: "si, perdona, se hizo tarde, tuvimos unos asuntos en el salón" y para calmar los nervios tomo un cigarro de la cajetilla de la prima, fuma Viceroy Lights pero ni modo,

doy dos fumadas y Vero lo toma de mi mano y también fuma, pero de forma delicada, con cierta elegancia, como si se tratara de un escena de película francesa –pero bastante chafa --, su gesto adusto desaparece y sonríe diciendo: "¡Ay Alberto!, de verdad creí que te pelearías con ese drogadicto, nunca te había visto así, enojado y decidido, me sorprendiste, luego vienes y me gritas, ¡te viste muy macho papacito!".

--"No digas tonterías, por favor", le contesto y vuelvo a fumar, ya tranquilo, mirando de reojo que los porros no vayan a regresar, se me ocurre decirle a la prima que mejor nos vayamos de ese lugar, pero lo pienso mejor, no, frente a la escuela podemos estar más seguros.

--"Bueno ya… pero la verdad… ¿si o no se te olvidó que nos veríamos hoy?, contesta, ¡cabrón!".

--"La verdad si… perdona, es que sigo pensando que esto no va a funcionar, lo cierto es que no se realmente que hago aquí, contigo; tú deberías estar en tu escuela, tomando tus clases o paseando con tu novio de coche nuevo o algo así", le digo.

--"¡Ay!, ahora me vas a decir que te echas para atrás, que siempre no… eso me pasa por andar de pinche ofrecida… ¿quién te entiende?, primero insistes en echarte un faje conmigo y acepto, y cuando te digo que quiero contigo tratas de darle la vuelta, ¿qué te pasa?", interroga.

Miro al frente en silencio, pienso que tiene razón, pero ¿cómo decirle que su familia me cae gorda?, que sus actitudes me molestan, que cómo una niña rica va a andar con un chico jodido como yo, como en las telenovelas, creo que estoy exagerando, pero… "no pasa nada, sólo que será mejor que nos veamos en otro lugar, los pinches porros son muy traicioneros, te puede pasar algo, a ver dime, ¿por qué traes ahora otro coche?".

--"¿Ya se te olvidó que me dijiste que viniera "normalita"?, el carro es de mi hermana, y por los porros no hay problema, ya son mis "cuates", nomás les doy una lana y me dejan en paz, hasta me ofrecieron "protección", ¿la escuela?, también yo tengo vacaciones, ¿mi novio?, se fue de viaje… bueno ya… no hagamos una tragedia de esto", y se acerca para besarme ansiosa y mientras su lengua culebrea en mi boca veo de reojo que no trae sostén y las tetas le bailan libres dentro de la blusa blanca de seda ¿china? y se las acarició como para confirmar su textura, las tiene suaves, firmes, los pezones duros; y mientras sus besos se hacen más urgentes su mano busca mi sexo, erecto ya pero dentro del pantalón, yo le deslizo la mano entre las piernas que siento calientes, tersas, que se abren poco a poco, y llego a su entrepierna que encuentro desnuda, esto es, Vero no trae pantys , mis dedos se mojan de su tibia humedad y siento que la carne de su pucha rodea mis dedos, pero ahí no hay calzón y eso me sorprende y me separo para reclamarle: "oye, ¿por qué no traes calzones?, ¿eh?".

--"¡Oh niñito!, hoy vengo de "entrega inmediata", tenía que verte y…", Vero vuelve a pegar su boca a la mía, vuelvo a acariciar su pucha que noto carnosa y casi sin vellos; un dedo se desliza hacia el interior y vuelvo a confirmar que la prima no es virgen, como ella insistía aquella noche, se lo hago notar: "eres una mentirosa, aquí no hay ninguna virginidad, mira… mi dedo entra entero, todo, todito", y seguimos besándonos, y entre besos y caricias le pregunto: "¿quién fue?"; ella guarda silencio, su boca pegada a la mía, su lengua jugando con la mía; vuelvo a insistir: "¿quién fue?", momentos después ella se separa, vuelve a su asiento y mira hacia fuera del auto y así se queda.

Vero guarda silencio, voltea la mirada hacia fuera del auto, por fin se decide y: "¿por qué me preguntas eso?".

--"Quedamos en que seríamos sinceros, ¿o no?", le reto.

--"Pues si… pero esas son cosas muy personales, muy… digamos… íntimas, además ¿para que quieres saber?", dice mordiéndose los labios con pena.

--"Hummm, curiosidad, digamos que curiosidad", le digo y busco su cara que ella trata de ocultar, aguarda unos segundos para contestar.

--"¿Prometes no decir nada a nadie?", pregunta.

--"Quedamos en que todo quedaría en secreto, ¿no?".

--"Humm, ¡ay Beto, qué preguntas haces!, bueno te cuento con una condición", dice en tono retador.

--"¿Qué condición?".

--"Que me dejes tocarte el pajarito, ¿si?, y que luego me des una probadita de tu… pajarito, ¿sí?", y repasa su mano encima de mi entrepierna, donde ya apareció el misterioso bulto de mi verga y añade: "¡ay Beto!, mira que cosota, la tienes bien parada, ¿verdad?", agrega y aprieta su mano sobre el bulto de carne, la apremio:

--"Bueno, vas a contar ¿si o no?".

Vero sonríe con picardía y casi musita dice: "fue Luis", así, sólo eso, en tanto su mano trata infructuosamente de desabrochar el pantalón.

--"¿Luis?, ¿qué Luis?", le pregunto.

--"Si, Luis, Güicho , tu primo".

--"¿Luis?, ¿el hermano de Lulú?, y… ¿por qué él?, ¿cómo fue?", le pregunto intrigado.

--"No, ya te dije, quedamos en que te decía y me dejabas tocar tu pollito, ahora tu cumple".

Y sin más su mano me acaricia la entrepierna, mira hacia fuera del auto y empieza a desabrocharme el pantalón, le condiciono: "bueno, tócala, pero a ver si nos caen los porros o pasa una patrulla y nos lleva a la delegación por degenerados, ¿eh?, y luego me cuentas todo".

--"¿Porros, patrulla?, los primeros ya son mis amigos, los segundos nunca los he visto por aquí, además el estacionamiento está casi vacío y no pasa gente, y de contarte todo, no se, déjame pensarlo", y cuando termina de hablar ya ha liberado mi verga del pantalón, y sin dejar de ver el pito erecto me empieza a masturbar, pregunta: "sabes Beto, quisiera que terminaras en mi mano, nunca he visto un pajarito eyacular, tengo curiosidad, ¿si?".

--"Sólo que me cuentes todo", le digo.

Y Vero me acaricia delicadamente el pito, pela el glande, su mano sube y baja suavemente y empieza:

--"Hace tiempo Luis trabajó con mi padre, le ayudaba con las carnicerías, a descargar la carne y cortarla, todo eso; hay varios empleados, ¿recuerdas?..., por la tarde, luego de cerrar los negocios los empleados acostumbran bañarse en un cuarto que utilizan para destazar la carne…, no yo sabía, pero desde la sala de mi abue es posible ver por la ventana hacia ese cuarto; una tarde vi que mis hermanas estaban espiando por ahí haciendo comentarios un tanto… digamos, obscenos: que mira nada más que palote!, que aquel la tiene más grande y cosas parecidas", Vero detiene su relato y se afana en masturbarme y añade: "cuando te venga el semen me avisas, no vayas a salpicarme de leche, ¿eh niñito cochinón?", y sigue: "la curiosidad me hizo acercarme, primero se sorprendieron al verme, las había descubierto mirando cosas feas, no tuvieron opción, me dejaron espiar, así vi a Luis, se estaba enjabonando el cuerpo, tiene muy buen cuerpo el primo, ¿no?, bueno, pero lo que atrajo mi atención fue su pene, no lo tenía parado, le colgaba, lleno de jabón, pero aún así se le notaba bastante grande, seguimos mirando unos segundos y todas nos fuimos conteniendo la risa por haber hecho eso".

En ese momento sentí que ya no podía contener la eyaculación, Vero se percata, mi pito palpita y… antes que ella pueda evitarlo, el semen salta en un grandioso chorro que salpica el tablero de su auto, el cristal, su mano se empapa, y unas gotas caen sobre su rostro, ella exclama: "¡Beto!, ¡es blanca!, tu leche es muy blanca, ¡ay Beto cuánta leche!, mira siguen saltando los chorros, humm, sigue palpitando tu… pito, ¡cómo palpita tu pollito!, hummm, que rico es esto, salió una cantidad de semen, ¡Betito, te sale mucho! Y mira tu palote sigue duro, hummm, espera, espera, déjame limpiar el cochinero que hiciste, ¡niñito cochino!, mira nada más como dejaste mi coche y mi mano y… ay… también mi cara, ¡niño malo, horroroso!".

Cuando Vero termina de asear su rostro y el auto con papel higiénico continúa con su relato: "¿sigo?, bueno… la cosa es que ver a Luis así, de esa forma, despertó en mi cosas… no se… desconocidas… tenía ganas de… bueno… que él se fijara en mi o algo parecido… no tenía la idea clara de tener sexo con él… fue algo difícil, pues los empleados tiene prohibido acercarse a nosotras… así que… se me ocurrió una idea: por ese entonces apenas estaba yo aprendiendo a manejar, pero tenía miedito de meterme al centro de la ciudad con el carro, así que… le pedí a mi papá que me prestara uno de los muchachos para que me llevara a comprar unos libros… total que Luis y yo fuimos por los libros y… él supo lo que yo buscaba, de regreso metió el carro en un hotel sobre Zaragoza y ocurrió, estaba nerviosa por lo que pudiera pasar, pero dejé que me hiciera de todo… bueno no todo, me beso por todas partes, me hizo sentir cosas desconocidas y… me cogió… yo lo deseaba… lo hicimos varias veces, supe que era eso del orgasmo… luego quiso hacerlo por atrás y me negué… tenía miedo; salimos dos o tres veces… ¿no me crees?, bueno… cogimos cinco veces, eso es todo, ¿no?, te lo juro… es que… era muy rico hacerlo, sobre todo porque se venía y seguía cogiendo bien rico y más y más… siempre usamos condón… pero luego se ponía necio, que chúpalo… que déjame ponértelo atrás… y yo… eso no… no se… pero tenía miedo…, --mira mi incredulidad y-- ¡te lo juro Betito!… nunca le… besé el palo… nunca… y jamás dejé que lo pusiera allá… atrás… nunca, me entraba un miedo atroz, que no es lo mismo que "¡un hombre atrás!", y suelta la risa nerviosa y espontánea, y añade: "¿me crees Betito, verdad que sí?".

Me entra un poco de ira y: "ustedes la viejas, siempre son muy mentirosas, andan cogiendo con cualquiera y luego le dicen a uno que son vírgenes… así pasa siempre, cuando fajamos dijiste que eras "virgen", ¿o no?".

--"¿Por qué?, así fue.. ¡lo juro!, es que… de Luis… me entraron las ganas… eso fue todo… ahora lo veo y me da rabia y coraje… y el se reía con sorna… hice que mi padre lo corriera… para no verlo más…, de aquel faje… pues si… te dije eso, pero te vi y me dieron ganas… de estar… contigo", dice algo compungida.

--"¡Pinches viejas!, así eres tú… ¡nomás buscas una pinche cogida y luego me vas a botar!... nomás por probar una nueva verga, eso es todo, ¿también me acusarás con tu papito?, ¿sí?... tú sólo quieres coger, ¿o no?, sólo darle vuelo a la verija y luego buscar un pendejo que se case contigo, ¿o no?", y me entra un poco de tristeza y añado "todo esto es una pinche pendejada". Y ambos nos quedamos callados, el cigarro hace tiempo que se terminó, y es como un "click" que suena en mi cabeza: "¡ya cabrón!, no hagas pedo!", y la miro cabizbaja y triste y le acarició el pelo teñido de negro y nos quedamos callados hasta que ella agrega: "¿sabes?, ya me habían dicho que tú eras muy cabrón, ¡pero te pasas!".

--"¿Por qué?", pregunto un poco arrepentido.

--"No se que buscas Alberto, primero me calientas y luego me reclamas, no entiendo; haces que te diga cosas personales y luego te enojas, ya no se…", dice casi gimiendo.

Recuperado del ataque neurótico propongo: "¿nunca haz hecho el sexo en un estadio de béisbol?", primero me mira extrañada, pero al momento su rostro se ilumina, pícaro, para decir:

--"¡No!, jamás, ¿dónde?, ¿vamos a ir?, ¿me llevas a eso?", y el rostro se le pinta de lujuria.

Cuando caminamos entre los arbustos del deportivo Sexenal escuchamos el sonoro "pack", seco, del bat al pegar contra la bola de beis , señal de que el equipo de la escuela está entrenando; se escuchan los gritos, los golpes del bat, pero en los pasillos, en las gradas, bajo ellas no hay un alma, sólo en el campo los jugadores que entrenan. Subimos las gradas envueltos en algo como ansiedad o nerviosismo por hacer algo prohibido.

Nos detenemos en la barda que separa los dos niveles de gradas, frente a nosotros los jugadores que corren buscando atrapar la pelota que vuela, unos, otros pelotean entre sí, otros más calientan el brazo con el bat, nadie nos ha visto.

Hago que Vero se apoye en la pequeña barda, yo tras ella, pegado a sus nalgas; y cuando le alzo la falda dice con sorpresa: "¿aquí?, no Beto, nos van a ver, mejor en otro lado, no, aquí no, ¡ay Beto!", ya he sacado el pito del pantalón y se lo deslizo entre las nalgas, la prima alza las nalgas y el garrote ya se frota contra la raja de su pepa, vuelve a decir que no, pero sigo con mis intentos por penetrarla y le ordeno: "tú estate quieta, mira al frente como si nada, como si atendieras el entrenamiento, no te muevas, déjame a mi". Y obediente sigue las instrucciones.

Cuando la penetro un "¡ah!" de sorpresa sale de su boca y me empiezo a mover, lento, muy lento, apenas moviéndole la verga dentro de la pucha, apretada, muy ajustada. Seguimos así por momentos, ya mi verga va y viene, Vero –mirando al frente--: "ay, apúrate, anda, termina", segundos después, cuando la tranca ya se desliza con suavidad por el canal vaginal y la prima suspira emocionada o caliente, añade: "hummm, Beto, mejor… no termines… sigue… sigue… más… hummm… qué rico… más… sigue… sigue… ay… sigue primito de mi vida… qué rico lo metes… hummm, sigue… sigue, no te detengas, ¡sí!, más, así, hummm"; más metidas y sacadas de verga, suspiros, un "prrr" –pedo— que se le escapa a la prima y de pronto un gemido agudo resuena entre las gradas, Vero parece desfallecer y dobla su cuerpo sobre la bardita de cemento, y su cabeza cuelga hacia abajo por momentos, sus gafas negras –Tipo Ray Ban -- caen, yo arremeto con furia contra sus nalgas y ella… se viene, su cuerpo se contorsiona mientras acelero las metidas de verga, buscando mi eyaculación que parece tardar, hasta que suelto el semen a chorros pausados, primero urgentes, luego a pausas, en tanto que Vero sigue gimiendo y suspirando. Minutos después bajo las gradas para buscar sus lentes oscuros, mientras arriba Vero se limpia el semen que le escurre por las piernas con un "kleenex"; siento sobre mi algunas miradas de los jugadores, alguno sonríe, quizá interpretando lo que acaba de ocurrir en las gradas.

XXVII

Un anochecer. Las nubes grises cargadas de lluvia presagian la tormenta que no tardará en llegar. Hacia el poniente retazos de cielo azul asoman tímidos entre los nubarrones oscuros y grises. No lo se, pero estos momentos me hacen dejar de maldecir esta pinche ciudad, ahora hasta me parece bella; no conozco otros lugares, pero los atardeceres en la ciudad de México son maravillosos, pienso. Sopla el aire fresco y de la esquina cercana sale un ruido, más bien retazos de una canción en la antigua pulquería "Las Tres Caídas" –así con mayúsculas iniciales mal pintadas en un rojo ofensivo, que añade en su leyenda "Solo pulques finos"--; y resuena: "tres veces te engañé… tres veces te engañe… tres veces te engañé", la voz en tono de reclamo de Paquita la del barrio , y sigo mirando los cachos de cielo que se niegan a dejar su lugar a los nubarrones grises. Y mientras Paquita sigue cantando y grita "¡me estás oyendo inútil", las puertas de persiana y madera, repintada de algo como café, se abren de golpe y salen los borrachos.

Al primero que veo salir y caer al suelo es Angelino, Angelindio lo llaman los vagos, antiguo soldado y reacio de dejar atrás sus modismos indígenas, ya no digamos su fisonomía, que a manotazos trata de librar la ayuda de los otros que tratan de levantarlo: "¡ya maaarrrchas, ya marrrchas!", que en buen "cristiano" podría traducirse como "¡ya déjenme en paz!" o algo así. Quien trata de ayudarlo es alguien conocido, "el Carnitas", mi antiguo amigo de la infancia, chico gordo hasta donde no hay más, me mira como apenado pero luego me saluda con la mano.

Respecto al Carnitas hay muchas historias, sólo yo se la verdad. La infancia siempre me hizo tímido, más por la muerte de mi padre y cuando uno es tímido busca alguien similar, es como dijera el Che : "los miserables buscan a los más miserables, para sentirse menos miserables", y creo que así fue: el Carnitas no se apodaba el Carnitas , era un chiquillo gordo, obeso, moreno hasta casi parecer negro y abotagado de la cara, y era mi compañero de clase en tercero de primaria y yo fui quien le puso el apodo: el Carnitas , y así se le quedó. La soledad nos hizo amigos. Juntos compartimos tortas de frijoles o de huevo a la hora del recreo. Luego salimos a la calle a jugar al "burro entamalado", a la "rayuela", o al "avión", o al "burro 16" y esas cosas, con amigos igual de rechazados que nosotros; luego me invitó a comer a su casa y conocí a su familia, todos igual que él: gordos hasta la inmensidad, viviendo en una vivienda de vecindad de sólo tres cuartos pequeños. Con esa familia compartí algunas comidas a media tarde, pero dejé de ir cuando caí en cuanta que el menú nuca variaba: platos de sopa de pasta; una olla inmensa de frijoles, una canasta con cuatro cinco kilos de tortillas y un bote de chiles, eso era todo, nada más.

A duras penas Joel el Carnitas , terminó la primaria, y yo me fui a la secundaria, poco después la obesa familia empezó a perecer de enfermedad: primero el padre obeso y casi negro, pero de sonrisa y trato siempre amables; luego la mamá, igual de gorda y casi negra, de largas trenzas y trato intransigente; poco después una hermana y luego otro hermano, hasta que el Carnitas se quedó solo y heredó del padre un destartalado microbús que rara vez rodaba, así se hizo chofer de transporte público.

Ahora le inventan cosas a Joel: que es dueño de la vecindad ruinosa donde vive; que tiene decenas de microbuses; que tiene más de tres mujeres con hijos; que trajina refacciones de carros robados y saca miles de pesos y así. Yo siempre lo he visto de pasada tratando de componer su inservible vehículo, viviendo solo. Pero él sigue ahí, con su viejo armatoste y tomándose dos que tres litrejos de pulmón de ajo , o sea, de a "a jodido", nomás blanco, puro, en la "pulcata" Las Tres Caídas , ni hablar de los "curados" de avena o piñón o nuez o jitomate Pa´saber .

Otro que sale de Las Tres Caídas es don Pedro, el "cachuchas", hombre obeso y grande y alto, casi calvo pero con mostacho abundante y mejillas gordas, pasó ya de los 40 hace rato. Don Pedro es un hombre feliz, o lo aparenta muy bien. Siempre sonriente saluda a todo mundo a su paso de una forma singular: se detiene ceremonioso y con una tonada: "¿Y tú cómo estás?, ¿yo?, ¡encantado de la vida!" , de una vieja canción de Beny More de por allá de los cincuentas. Al Cachuchas nadie le perdona que siendo ya maduro se haya "arrejuntado" con una chiquilla de 17 años. Las lenguas de doble filo dicen que recogió a la chiquilla de la calle y se la llevó a vivir a su casa, al poco tiempo la chica dejó la mugre y la prostitución en el olvido y se convirtió en la "esposa" de don Pedro; Adriana, que así se llama la susodicha, se ve feliz también, sobre todo viste limpia aunque de forma modesta pero se le nota el orgullo por haber dejado atrás la calle y la putería, y cuando menos trata de hacer feliz a su hombre, don Pedro, que ahora ya dejó atrás las cachuchas beisboleras y vive de sus rentas, pues durante años trabajó en un reclusorio, pero luego algo paso, cosas de la fortuna, no lo se, pero el Cachuchas dejó de trabajar y ahora de dedica a menesteres un tanto misteriosos y sobre todo, más rentables.

Y mientras miro como las nubes se tornan negras y los retazos de cielo desaparecen y los beodos llevan en rastras al Angelindio un carro se detiene junto a mi; es un coche que conozco y una voz: "¡hola chiquito!, ¿cómo estás?, ¿por qué ya no vas a la casa?, ¿qué te hice?, ¿he?". Es doña Teté que con sonrisa falsa me invita a entrar a su carro. La miro, primero sorprendido, luego desdeñoso, ella insiste: "anda sube, no te voy a coger" y enseña en su mano derecha una botella a medias de "Jack Daniels", la botella y su invitación me valen madres , pero un trueno inesperado y la lluvia estruendosa que cae de sorpresa me hace entrar a su coche.

--"¡Ah verdad!, ¿no qué no tronabas pistolita?, mira llegué en el momento oportuno, sino te mojas, a ver Betito, el calladito , dime…".

Y no dejo que termine su diálogo: "mire señora… yo no soy el Burro , así que deje de lado sus insinuaciones y…".

--"¡Ah chinga!, ¡ya lo sé!, tú no eres el Burro , ¡no lo busco a él!, te encontré a ti y no…, ¡chingues! ", dice Teté sobresaltada y añade: "déjate de mamadas Betito calladito , sólo quiero platicar contigo, nada más, sólo eso, ¿eh?".

En ese momento caigo en cuenta que Teté viene algo tomada. El carrito avanza y la señora con bastante pericia, para su estado, avanza por la avenida, dos cuadras adelante lo detiene junto a la banqueta, afuera sigue lloviendo con fuerza, me vuelve a ofrecer de su botella y de nuevo declino la invitación.

--"No se por qué te caigo gorda, Betito, no lo sé, no te hecho nada, no te entiendo, a ver si me puedes explicar", dice la señora mirándome con ojos de medio borracha.

Y dejó que la señora inicie un largo monólogo del que no recuerdo nada, mi vista se fija en el agua que golpea con fuerza el parabrisas del auto y los truenos y rayos, sigo así dejando que la mujer hable y hable, yo sólo asiento con la cabeza, en cierto momento le doy un sorbo al pomo de Jack Daniels , pues empieza a hacer frío, no hago caso de la mano de Teté que me toca la entrepierna.

XXVIII

El secreto del Mudo. Aquel día regresaba de pasear con Mita por Chapultepec, sólo gasté 25 pesos, tortas incluidas, y me sentía dichoso, como siempre que salía con ella, cuando supe que el misterio de la panza la miss había quedado aclarado: fue el Mudo , decían, sí, el pinche sordomudo , recalcaban. ¿Cómo?, ¿el mudo?, para no creerse.

Aclaro: Fermín, el sordomudo , no es sordomudo, trabaja de sordomudo, ¿si?, en este pinche barrio de mierda todos tratan de trabajar en lo que sea. Si lavas parabrisas sacas de 150 a 200 pesos al día, mordidas no incluidas, pues todo cuesta. Si eres ambulante o torero más o menos lo mismo, claro que este empleo conlleva más riesgos, pues cuanto llega la tira hay que correr con la merca y si te la quitan, la pagas; si vendes pirata te pagan fijo, 150 o 250 varos al día, pero las mermas o lo que te roben te lo descuentan, o sea los jefes te chingan como sea, y es que en la pinche pobreza todos tratamos de sobrevivir.

¿Cuántos no compran robado?, si en el súper un paquete de papel sanitario de cuesta 25 pesos, en el tianguis te cuesta 18, pero tiene "dudosa procedencia", un frasco de "shampoo" que en la "Mega" cuesta 55 pesotes en el tianguis lo consigues en 37 pesos, pero o es marca rober –robado-- o pirata --"rellenado"-- de vete a saber que madres y cosas así, y con la invasión china es peor, ya ni los sweteres de "Chiconcuac" son de Chiconcuac, no, son "made in Taiwan", ¡pinches chinos! Ya ni en lo que comes puedes confiar con eso de los "transgénicos": que maíz o trigo de la India que son para cerdos nos los venden las transnacionales, y los frijoles igual: marca "Morelos", pero no del estado de Morelos, los traen de Guatemala "transge" y te callas y los pagas y te los tragas y punto! Por eso hay tanto cabrón enojado, ¡tanta frustración chinga!, pero bueno, volvamos al caso del sordomudo .

Fermín, hijo de la pobreza, no, corrijo: hijo de don Fermín, vendedor de helados, y doña Teresa la lavandera, tal vez al percatarse de la marginación en la que crecía junto con cinco hermanos más, se fue haciendo callado, introvertido, tal vez como la mayoría de nosotros cuando empezamos a entrar a la adolescencia, y los vagos le apodaron "el mudo" y Fermín se la creyó, o tal vez vislumbró en el apodo una salida a su situación; poco después lo descubrimos en el cruce de Canal de Norte y eje 3 y algo ofrecía a los automovilistas: pequeñas estampas religiosas –que la virgen María, que San Judas, que San Martín— y una leyenda impresa al reverso: "soy sordomudo, compre la estampita bendita, cuesta 5 pesos y colabore en mi educación" y en el lapso que duraba el alto del semáforo repartía las estampas, luego las iba recogiendo, la estampa o el dinero, cuando se ponía el siga el sordomudo se iba a platicar con el policía que manipulaba los altos y los sigas, y así una y otra vez, de lunes a viernes, de 8 de la mañana a las 4 de la tarde, cuando un vendedor de cacahuates japoneses ocupaba el crucero; los chicos nos sorprendimos de la inteligencia del sordomudo y hacíamos cuentas del dinero que sacaba en un día; una tarde, con dos o tres caguamas en el solar, Fermín nos soltó la sopa : las imágenes las compraba en santo Domingo al mayoreo, le salían a uno cincuenta, en un buen día llegaba a vender entre 60 o 70 estampas, o sea entre 300 y 350 pesos –el salario de un burócrata de nivel medio--, de los que le quedaban 200 o 250 pues tenía que comprar las estampitas y darle su mordida al poli para que el alto durara 4 minutos en lugar de 3; y había otros riesgos: otros sordomudos que querían sacarlo del negocio o gente de la delegación política o casas de ayuda que se lo querían llevar a un refugio para "educar al pobre mudo".

Pero no se crea que con los poco más de mil pesos que ganaba Fermín a la semana había sacado de la pobreza a su familia, no, seguían viviendo en la misma vivienda miserable y mugrienta y comiendo frijoles y sopa de pasta –aderezados con suficientes chiles en vinagre—un día si y otro también, ni un guisado de res o un caldito de pollo, ¡ni madres!, la marginación como una perpetua costra de mugre en la piel o como un sello de tinta en la frente: naciste jodido y así te quedarás por los días de los días, amén.

Y cuando la miss Ana descubrió al mundo su milagroso embarazo --supe después--, una tarde el sordomudo agarró una peda de antología, invitó cervezas a los vagos y contó sus desventuras: cierto día mientras se afanaba en "vender" sus estampas se cruzó con la miss que regresaba de su trabajo, a señas –porque lo creía mudo de verdad— la señora intentaba explicarle que había un lenguaje para sordomudos , que con él podía comunicarse con la gente o con otros mudos, que el idioma le permitiría saber y conocer muchas cosas; con paciencia Fermín evadió las explicaciones de la miss .

Pero la doña fue perseverante y temiendo el mudo que la señora lo descubriera o para quitársela de encima, aceptó ir a su casa por las noches a que le enseñara a mover las manos y hacer gestos para darse a entender con los demás, según. En una de las clases el mudo entrevió bajo la blusa las buenas tetas y bajo la corta falda las piernas y abundantes nalgas de la miss Ana y tal vez sin quererlo tuvo una erección, que cuando la señora descubrió de reojo se ruborizó, pienso o me contaron que contó el mudo.

Días después pasó lo que tenía que pasar: luego de la clase doña Ana con mano nerviosa le desabrochó el pantalón al sordomudo y le sacó la verga erecta, se la acarició con maestría y luego, ante la expectación del sordomudo , le hizo una mamada que le dejó seco el pito, contó Fermín. Así, repitieron el ejercicio varias veces, primero la clase y luego la mamada, nunca al revés –eso dijo Fermín--, hasta que no hubo mamada, bueno, si, Ana se la chupó un poco para poner la pinga a tono, luego se arrodilló en el sillón, se subió la falda, se bajó el calzón y le ofreció al mudito el maravilloso espectáculo de su pepa rasurada y sus nalgas entre abiertas, él no necesitó ninguna explicación: le sepultó la verga entre las nalgas con suspiros de la madura como fondo que empezó a mover las caderas al ritmo de la cogida, y le dio tal cogida, contaría el mudo , que la mujer gritaba de placer y el se quedaba con el pito adolorido luego de tres venidas.

Así se hicieron amantes por varios meses, hasta que… una noche la miss le anunció que estaba panzona y que sería mejor que ya no fuera a verla, que las clases de "sordología" habían terminado. Fermín primero se asustó, ¡le había hecho un hijo a la miss !, ¡había embarazado a una vieja!, y acepto el trato: guardar silencio, bueno si se le puede pedir silencio a un sordomudo , y que doña Ana se hiciera cargo del inesperado problema.

El mudo , al principio aceptó, pero luego empezó a extrañar las deliciosas mamadas de la miss Ana o tuvo un inesperado sentimiento paterno, intentó regresar con la miss , pero fue echado sin más de la casa, la mujer no lo quería volver a ver, y ya borracho Fermín les decía a los vagos "¿cómo voy a aceptar que un hijo mío ande por ahí, sin padre, sin nada?"; total que los chamacos no supieron guardar el secreto de Fermín, y así como llegó a mis oídos lo supo todo el barrio, ya hasta los padres del mudo estaban planeando ir a buscar a Ana para convencerla de que se casara con Fermín, según contaron; a la miss no pareció afectarle el chisme.

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