Recuerdos de Zolst - 03

Donde nuestra esclavizada protagonista completa una difícil misión a la vez que recibe revelaciones curiosas sobre sí misma.

Recomiendo encarecidamente leer las entregas anteriores si se quiere tener una visión completa del universo. Es una historia continuada por lo que se hace mención a elementos y personajes que son explicados en los capítulos previos.


Un nuevo día, una nueva oportunidad de servir al Imperio y hacer disfrutar a los amos. Eso es lo que pensaba esa mañana cuando salí de mi vaina de mantenimiento y empecé a arreglarme para una nueva jornada de servicio. Ya llevaba tres rotaciones en el mismo turno y empezaba a sentirme cómoda con mi rutina diaria, lo que quiere decir que llevaba más de 45 días sirviendo como retrete humano en los excusados del nivel 157/4 (plaza B) abriéndome de piernas a todo aquel que pasase por allí. No podía quejarme aunque mis tareas eran un poco monótonas. Al menos los tripulantes y visitantes de aquel nivel eran majos y dejaban que me corriese de vez en cuando. Había estado en otros destinos donde los tripulantes estaban bastante más amargados y preferían torturar a las chicas en vez de follárselas.

Un agudo pitido desde el terminal de comunicaciones me sacó de mis pensamientos. Mientras lo encendía y cargaba el mensaje recé para que a Emma (¿por qué seguía llamándola Emma cuando su código era 4C73F5H22?) no le hubiese pasado nada. Tenía unas caderas estupendas y la chupaba bastante bien pero tenía bastante menos resistencia física que la media de esclavas del nivel. Sorprendentemente, el mensaje era para mí. Ordenaba a la Unidad de Alivio Sexual 2B67K4T19 (es decir, yo, antaño llamada Naomi) presentarse en el compartimento 47/9, también conocido como los laboratorios del profesor Hojo. Mi puesto sería reasignado a otra Unidad disponible. No indicaba la duración de la asignación y tampoco importaba porque jamás se me habría ocurrido desobedecer una orden de los amos. Brillante esclava estaría hecha si fuese poniendo peros a las órdenes, pensé. Terminé de ajustarme las medias negras en los ligueros, me introduje mi querido vibrador de 25 cm en el culo como de costumbre y me puse en camino. No esperé a que Emma regresase y no tenía ni idea de si volvería a verla otra vez.

Mientras recorría pasillos, ascensores y escaleras hice un poco de memoria sobre el profesor Hojo. Sin lugar a dudas era la mente más cultivada y genial de la estación Helms Tertius, director jefe de la división de científicos y el responsable de la programación de los nanites que corrían por mi cuerpo y por el de todas las esclavas del sistema planetario. También coordinaba distintos programas de investigación y desarrollo siempre en el campo de la esclavitud femenina, una de las ramas más antiguas e ilustres de la cultura zolstiana y con una tradición de más de cuatro mil años. Pero también tenía fama de excéntrico y algunos de sus ramalazos de inspiración habían acabado bastante mal. Hacía un mes una esclava del nivel 342/5 me había comido los morros de manera bastante decente y a la vez pasado actualizaciones sobre todos los cotilleos de la estación del último año. Por lo visto, una mañana el profesor Tojo se había levantado con una inspiración genial y decidió ponerla en práctica. Requisó una esclava del retrete más cercano y le implantó mediante cirugía radical el pene de un soldado muerto hacía escasas horas con el fin de crear un genuino hermafrodita plenamente funcional. Al terminar la operación recordó que probablemente los vasos sanguíneos del clítoris femenino no eran suficientes como para que el nuevo órgano alcanzase la erección por lo que a la desesperada inyectó a la esclava un cóctel de poderosos estimulantes musculares y nerviosos. La esclava logró liberarse dejándose un brazo en la camilla, noqueó al profesor Tojo de un revés con la mano restante y mató a tres tripulantes durante su huida. Cuando tomó consciencia de su nueva condición física prefirió suicidarse lanzándose por una salida del aire al espacio. Con estos antecedentes, cuando toqué el timbre del laboratorio esperaba fervientemente no ser su próximo experimento genial.

Las puertas se abrieron y pasé al despacho interior donde el profesor Hojo estaba terminando unos cálculos en su terminal portátil. Permanecí en silencio con las piernas abiertas y las manos a la espalda como dictaba la etiqueta esclavista zolstiana así que pode observarlo bien. Masanobu Hojo era más joven de lo que había supuesto para tener una mente tan brillante, ya que aparentaba no haber cumplido los treinta a pesar de los anticuados anteojos que corregían su visión. Vestía un mono verde de cómodo aspecto y una bata médica de color blanco impoluto. Estaba sentado en una mesa de material cristalino tecleando a toda velocidad en dos equipos distintos, uno en cada mano. Entre sus piernas había una chica arrodillada con la cabeza enterrada en su entrepierna. Le estaba haciendo una mamada lenta mientras trabajaba, y contemplé con envidia sus hermosos pechos que fácilmente duplicaban los míos. No sabía como demonios podría mantenerse de pie porque tenía que calzar mínimo una talla 150. Los únicos ruidos audibles en la sala eran el frenético clack-clack de las teclas, el sonido de succión de la esclava y el zumbido del vibrador en mi culo.

Al cabo de unos minutos, imaginé que Hojo eyaculaba, pues se estremeció ligeramente y ordenó a la chupona que parase. Sorprendentemente, pasaron casi diez segundos desde que el amo diese la orden hasta que aquella esclava cesara en la mamada. Parecía que no lo hubiese oído… o que estuviese deseosa de un severo correctivo por indisciplina. Él mismo se abrochó la bragueta y se me acercó mirándome de arriba abajo mientras me analizaba.

—Me agrada ver que los informes por una vez están correctamente actualizados. La Unidad 2B67K4T19 lleva realizando unos números más que satisfactorios desde hace tres meses, a pesar de no contar con unas características físicas especialmente diferenciadas. Excelentes valoraciones en todos sus agujeros, con especial elogios en la lengua. Ninguna modificación radical. Implantada con nanites en su versión 784/R. Parece que en esta estación gusta mucho como la chupas. ¿Se te ocurre por qué podría ser? —me preguntó mientras andaba a mi alrededor.

—Lo ignoro, amo. Trato de ser una buena esclava zolstiana, como todas las demás. Quizás reconozco que me gusta aprovechar mi lengua y garganta sensibilizadas para encontrar los puntos de placer y estimularlos. Con ese tipo de detalles suelen autorizarme a correrme con mayor frecuencia y así salimos todos motivados. ¿Hago mal?

—Ni mucho menos, demuestras una mente despierta lo cual es insólito después de la conversión. Te he mandado llamar porque vas a ayudarme en una tarea muy delicada. Ahí dentro tengo a una compatriota tuya que aún no ha sido esclavizada. Me han hecho la petición especial de que sea entregada con su virginidad intacta por lo que no podemos recurrir a ningún modelo de vaina existente. Habrá que proporcionar estimulación a la antigua sin dañar su himen. Tiene ya implantados una pequeña cantidad de nanites que servirán para que yo la monitorice y te vaya dando instrucciones. Es una tarea bastante delicada que espero que cumplas con absoluta eficiencia. ¿Alguna pregunta?

—Si me permite la pregunta, amo ¿por qué yo? Si simplemente necesita una esclava para estimulación ha tenido una entre las piernas hace dos minutos. No sé que tengo de especial.

—No es mala pregunta. Esa de allá es uno de mis experimentos fallidos y me temo que no sirve para la tarea de hoy. Mi intención era lograr una concentración de nanites mucho mayor en el organismo y así lograr una capacidad de procesamiento y memoria superior a todo lo conocido. A la habitual distribución por todo el cuerpo añadí dos grandes colonias de super-nanites localizadas en sus tetas, de ahí el tamaño que tienen. Lamentablemente no reparé en los tiempos de intercambio de información. Desde que el cerebro recibe un estímulo, lo manda a las tetas, allí lo procesan, mandan la orden subsiguiente y vuelve al cerebro para ejecutarse hay un retardo apreciable que con la tecnología actual no tiene solución. Así que básicamente la unidad H0N0K que tienes ahí tirada tiene la capacidad computacional de un ordenador de salto cuántico pero es más tonta que un saco de martillos. Bien, veamos esa recepción inalámbrica. ¿Me oyes?—y lo oí en mi cabeza sin que él hubiese abierto la boca. Me estaba transmitiendo directamente la voz a mi cabeza a través de los nanites. Una vez más me quedaba boquiabierta con el grado de control que podían ejercer los amos sobre nosotras. Quién sabe, si eran capaz de proyectar sus palabras en nuestra mente quizás fueran también capaces de leerlas o visualizarlas.

—Pues claro que podemos leerte la mente. Con los nanites controlando todo lo que pasa por tu sinapsis, cada esclava es para un científico como yo un libro abierto. —aquella voz despreocupada sonaba directamente en mi mente sin poder evitarlo. —Sin embargo no hace falta que te preocupes, vosotras tenéis la mente tan llena de sexo que normalmente son la mar de aburridas. Aunque la tuya parece bastante más interesante de la media, veamos… Ejerces tu servicio con entusiasmo, pero tu espíritu de compromiso te hace pensar si estar abriéndote de piernas en un WC es la mejor manera de servir a tus amos. En realidad disfrutas más con el sexo anal que con el vaginal, pero te da vergüenza reconocerlo y por eso pides a todos tus usuarios que te usen por delante. Resulta divertido; piensas que gozar más por detrás te hace menos mujer y menos esclava. Hace años que no consumes ningún alimento ya que la vaina te lo proporciona por vía intravenosa pero aún recuerdas ciertos platos que te gustaban antes de tu esclavitud y ocasionalmente te preguntas como sabrían con un buen chorro de semen por encima. Te enfada no poder servir más de 16 horas al día y querrías encontrar alguna manera de ser reconocida más allá de que tu último usuario te permita orgasmar. Eres un material fascinante, pero eso tendrá que esperar. Lo de ahora corre más prisa. Sígueme.

Obediente, le seguí por los interiores del laboratorio hasta un reservado que aparentaba ser tanto un quirófano como un almacén de aparatos para inflingir tanto placer como dolor. Las paredes estaban llenas de expositores con toda clase de artilugios sexuales e incluso con mi memoria mejorada para este tema me costaba nombrarlos a todos. Sí, reconocía un amplio surtido de vibradores, consoladores y bolas anales, gran variedad de recipientes con lubricantes y afrodisíacos así como toda clase de fustas, látigos y restrictores de todo tipo. También divisé una estantería llena de agujas, sondas, lavativas y dilatadores. Incluso distinguí lo que parecía un electroestimulador neuronal de aspecto horripilante. Pero había una multitud de aparatos que no pude adivinar su función e incluso al fondo de la sala había un recipiente de cristal enorme donde me pareció percibir algo grande y oscuro que se movía y agitaba tentáculos. Aparté esos pensamientos de mi mente: era una esclava y estaba allí para obedecer, no para imaginar cosas raras.

Quien sí merecía ser el objeto de mis atenciones se encontraba en mitad de la sala, completamente desnuda y atada firmemente a un bastidor de interrogatorio que mantenía sus brazos fijos por encima de su cabeza y las piernas completamente abiertas y elevadas también por encima de su cabeza formando con su cuerpo una V con la que ya se me estaba haciendo la boca agua. No cabía duda de que era una fémina que no había completado aún su proceso de conversión pues su largo cabello aún mantenía un tono negro azabache en vez del clásico albino de las esclavas. No debía pasar de los venticinco años pues se apreciaba en su cuerpo la lozanía de la juventud plenamente florecida. Unos pechos algo pequeños aunque eso podría arreglarse dentro de poco. No podía juzgar mucho sobre su rostro pues su boca estaba bloqueada con una mordaza de bola y su visión con uno de los antifaces que solíamos usar para bloquear la visión completamente. Puedo decir de primera mano que son terriblemente efectivos y la sensación de desamparo e indefensión que producen es terrible. La posición en la que se encontraba dejaba totalmente a mi merced su cabeza, sus pechos, sus piernas y ambos agujeros del coño y del culo. El bastidor la mantenía tumbada boca arriba y pude ver que varios tubos y cables surgían del suelo y acababan en el collar que ella llevaba ceñído al cuello. Habían optado por ir introduciendo lentamente los nanites a través de su riego sanguíneo por el collar que debía comunicar con sus arterias del cuello, pero si llevaba ya unas horas así probablemente ya tenía una cantidad respetable de los mismos en el organismo listos para ser programados. Volví a oír en mi cabeza la voz del doctor Hojo.

—Céntrate, 2B64. No tenemos todo el día. Primera orden: no debes tocar su coño ni por asomo. Te puedes acercar a la zona púbica pero necesito que conserve su virginidad al 100%. No puedes ni rozarle el clítoris siquiera. Segunda orden: la quiero loca de excitación, ardiente y rogando por correrse durante horas. Tú no podrás oírlo pero yo desde acá lo sabré gracias a mis lecturas de datos. Te daré indicaciones así que permanece atenta.

—¿Puede oírme y entenderme? Suele ser mejor que estén calmadas antes de comenzar el calentamiento.

—Aún no hemos instalado en ella los programas de traducción simultánea, pero he adaptado tus nanites para que todo lo que hables lo pronuncies en lauraniano sin siquiera pensarlo. De todos modos, espero que tengas pensado usar esa lengua para algo más que recitarle nanas al oído. Sácate el vibrador y comienza.

—Si no tengo nada metido en mis agujeros me siento molesta y no me concentro…

—Como sigas protestando reprogramaré tus nanites y cada vez que alguien quiera concederte un orgasmo tendrá que resolver una raíz cuadrada de veinte cifras. A ver si así aprendes a no ser tan contestona.

Argumentos contundentes, sin duda. Con un suspiro de pesar retiré el vibrador de mi culito y me acerqué a la cautiva que seguía atada, completamente expuesta y a mi merced. Le susurré con voz amable al oído para tratar de calmarla.

—No te preocupes, hermanita, no voy a hacerte daño. En realidad, voy a hacértelo pasar muy muy bien. Tú relájate y disfruta porque esto va para largo. No puedo esperar a ver la magnífica puta esclava en la que te vas a convertir.

Empecé a besar su cuello y orejas mientras mis manos iban explorando sus pechos. Puede que fuese por el frío o por el miedo, pero sus pequeños pezones estaban duros como piedras. Un buen rato después mi lengua ya había pasado por su cuello, su cara, sus hombros, sus axilas (¡qué magnífico sabor salado tenía una axila femenina bien depilada!) y sus mamas estaban tan erectas que tenían que dolerle. Me perdí mis buenos diez minutos en su ombligo, tan pequeño y mono. El doctor Hojo me iba dando actualizaciones frecuentes desde la habitación de al lado sobre el estado de la esclava. Me sorprendí mucho cuando me comentó que la esclava atada no podía entender como se estaba mojando tanto si no era lesbiana, ni siquiera bisexual. Se me escapó una risita antes de detener un momento mi tarea oral para explicarme.

—No te preocupes hermanita, yo tampoco soy lesbiana. Pero si un amo me dice que te coma el coño hasta que se te ponga rojo lo hago con toda la alegría del mundo. Ese es uno de los gozos de ser esclava, que no volverás a hacer nada a desgana. Tu vida estará llena de alegría y optimismo. Y si eres buena, también de orgasmos. No te resistas y será mejor.

Tras unas pasadas de lengua por sus preciosos piececitos atados era momento de pasar a mayores. El problema estaba en que no podía acercarme a su clítoris, por mucho que estuviese tan caliente como una caldera a pleno rendimiento. Tendría que centrarme en su culo, lo que tampoco estaba tan mal. Limpié con un par de gasas todo el flujo vaginal que estaba chorreando por sus muslos y de paso aproveché para limpiar todo lo que pude su ano. Si fuese otra esclava ya entrenada habría entrado con la lengua directamente pero esta estaba aún por entrenar lo que significaba que aún ingería comida sólida, aún usaba su sistema excretor y probablemente aún podría encontrar restos de excrementos en su orificio trasero. Cuando algún amo me ordenaba que le comiese el culo lo hacía sin rechistar, pero tampoco es que me apasionase dicha práctica. Una vez bien limpio, un par de lenguetazos me dejaron claro que aquello estaba cerrado como pocos culos había visto. Veinte minutos de chupeteo suave apenas habían empezado a relajar aquello, aunque la muy golosa ya empezaba a necesitar alivio y no se cortaba un pelo en acompañar mis lamidas con movimientos de su cintura que le proporcionasen más excitación. Trataba desesperadamente de ofrecerme su coño en vez de su culo para que lo chupase. Pobrecita, aún no se había enterado de lo que iba todo esto. Tomé de una bandeja cercana un pequeño consolador de bolas y empecé a introducirlo poco a poco por aquel agujerito. La cautiva empezó a retorcerse y protestar con gruñidos. Así no había manera de avanzar. Yo llevaba casi una hora de caricias y chupeteos y estaba empezando a agobiarme porque ni me había corrido ni siquiera tenía algo dentro y mi coño olvidado me estaba pidiendo guerra. Así que decidí dejarme de sutilezas y le dije con voz menos suave:

—Escucha hermanita, te he dicho que no te resistas. O relajas el culo y me dejas que lo abra poco a poco o me voy a enfadar. Si me enfado te meteré una cánula, te pondré un enema de glicol de alta densidad de tres litros y a continuación me marcharé para que me follen un rato. Cuando vuelva mañana tendrás la tripa tan hinchada que parecerás preñada de quintillizos. Y cuando te quite el tapón anal te cagarás tanto y tan fuerte que me rogarás de rodillas que vuelva a meterte el tapón porque tendrás un prolapso de colon de un palmo. ¿Me explico?

Debió entenderme porque dejó de retorcerse. No pude evitar una sonrisa sádica cuando introduje de golpe todo el rosario de bolas hasta su base. La cautiva empezó a temblar y recibí una orden escueta por parte del doctor Tojo. —Esquiva a la izquierda—me dijo y al instante de apartarme surgió de aquel coño prohibido un largo chorro dorado. Se estaba meando encima de la impresión que le había causado la repentina entrada de aquellas bolas en su recto. Esperé a que terminase de orinar y le propiné una traviesa palmada en el muslo derecho mientras limpiaba la zona con otra toalla.

—Estás hecha una cerda, pero tienes suerte. Me encantan las cerdas, especialmente cuando me suplican que las deje correrse. ¿Quieres correrte, cerdita?

No podía mover mucho la cabeza pero asentía de manera entusiasta. Maldita sea, me estaba gustando demasiado someter a aquella compatriota atada al bastidor como una mariposa en una telaraña. Si el doctor Hojo me estuviese follando en estos momentos, sería el paraíso. Pero él tenía cosas más importantes de las que encargarse que esta pobre esclava así que retomé de nuevo mi tarea.

—Tienes razón, ahora mismo estoy demasiado ocupado para follarte, putita. Ya veremos luego.—Una vez más me sorprendió el control que era capaz de mantener sobre mí, incluso leyendo mis pensamientos mientras programaba nanites al vuelo. Gracias a mis abundantes babas y al mete saca aquel pequeño artilugio de bolitas que estaba usando ya entraba y salía con facilidad del culo de la cautiva así que pasé al tamaño inmediatamente superior. Un vistazo rápido a la estantería me aclaró que había 16 tamaños distintos, desde la pequeñez que acababa de dejar hasta uno con esferas grandes como bolas de billar. Tuve que reprimir un suspiro de frustración. Aquello iba a llevar más de un rato.

Seis horas más tarde aquello tenía un cariz muy distinto. La programación de los nanites había sido un éxito, pero había resultado una tarea laboriosa tanto para el doctor Hojo como para mí. La cautiva tenía el rostro rojo como un tomate y habíamos tenido que retirarle la mordaza porque amenazaba con ahogarse con sus propias babas. Tenía el anillo del perineo completamente encarnado y dilatado, abríendose y cerrándose como el pico de un pajarillo que suplicase comida o, en este caso, un buen rabo que lo llenase. La pura desesperación por alcanzar el orgasmo, aumentada cada rato a medida que los nanites de su organismo se iban activando habían vuelto a la prisionera de lo más comunicativa. Me enteré de que se llamaba Lieri, que era natural de Auclepia IX y que tenía el rango en la flota de Teniente Coronel. Que tenía marido pero que su primer amor siempre había sido la Armada Espacial Lauraniana. Incluso había prometido secretos de estado y se había ofrecido como espía voluntaria. Todo a cambio de un simple orgasmo que, por supuesto, le había sido negado gracias al preciso seguimiento de sus funciones corporales que había realizado el doctor Hojo y mis solícitas atenciones. Completada la programación de los nanites al fin, aquella teniente ya solo era una solícita esclava a la que solo restaba tatuarle su número de serie en el pubis y ponerla en servicio. Lo único que salía ya de sus labios era un respirar entrecortado y la palabra “polla” que repetía como un mantra, sin duda expresando su deseo más ardiente e inmediato.

He de decir que yo no estaba mucho mejor. Tenía la lengua dormida e incapaz de articular palabras después de tantas horas de chupeteo activo y ese era el menor de mis problemas. Probablemente acababa de vivir el periodo temporal más largo que había pasado sin ser usada desde mi conversión en esclava y decir que mis agujeros me pedían guerra era quedarse muy corta. Creo que el doctor Hojo había bajado la actividad de mis nanites al mínimo para que no terminase con un cortocircuito mental por el deseo urgente que sentía entre mis piernas. Aún así, estaba sentada sobre un charco de mis propios fluidos y si me hubiesen puesto delante a un caballo estaría pensando la manera de que me montase él a mí. Mi buen doctor entró en la sala; parecía cansado pero rebosaba buen humor. Liberó de sus restricciones a la nueva esclava y le puso un collar con correa al cuello para llevársela consigo mientras me hablaba directamente por primera vez desde que comenzamos la operación.

—Muy bien trabajado, 2B67K4T19. Estoy francamente contento con el resultado obtenido. El general Mainzt estará muy complacido por poder desvirgar en persona a la piloto que tuvo la mala idea de derribar a su hijo mayor. Y es muy posible que el himen no sea lo único que pierda porque ahora tengo que entregarla en su sala de torturas privada. Pero para nosotros y para la estación ha sido un buen día pues nos hemos asegurado un aumento de presupuesto nada desdeñable. De hecho, creo que te he encontrado un nuevo destino con el que podrás saciar tus ansias de mayor servicio al imperio.

Se agachó y me mostró su terminal portátil, en el que aparecía mi ficha completa de esclava en modo maestro mediante la cual tenía acceso completo a la programación de mis nanites. Tecleó un par de instrucciones y una línea cambió de “Restricted” a “Open”. Me miró sonriente.

—Acabo de liberar tu control de orgasmos de manera provisional. Durante las próximas tres horas no necesitarás permiso de un amo para sentir uno. Ahora me iré a entregar a esta virgencita y te quedarás sola un rato. Dentro de unos minutos, cuando esa imbécil que tengo en el despacho termine de procesar las órdenes que le he dado, la unidad H0N0K va a pasar por esa puerta y se va a tirar tres horas follándote con un vibrador de doble cabeza. Exclusivamente por via anal, como más te gusta. Y cuando vuelva te meteré en una vaina de conversión para adecuarte a tu nueva función en nuestra sociedad. Pero permite que te haga un pequeño anticipo: has sido ascendida de retrete a ganado.

Traté de darle las gracias pero la lengua no me respondía así que me puse de rodillas y realicé una reverencia llegando con mi frente al suelo. Me moría de curiosidad por saber en qué iban a consistir mis nuevas obligaciones. Pero sobre todo, esperaba que aquella descerebrada no tardase demasiado porque no sabía cuanto más iba a poder aguantar sin nada dentro.

CONTINUARÁ.


Como siempre, agradeceros vuestras opiniones, comentarios y sugerencias que me hacéis llegar sobre la saga. De momento me quedan tres entregas más sobre esta temática futurista y luego veremos como progresamos.