Recuerdos de Zolst - 02

Una jornada de nuestra protagonista, ya plenamente adaptada a su nuevo rol en la sociedad.

Para un piloto de combate, la noche encarna el deseo de poder descansar sin sufrir un ataque mientras duermes. El amanecer solo trae una nueva oportunidad para que te maten durante la nueva misión.

Ahora, afronto el nuevo día de otra manera. Una nueva jornada marca el inicio de mi inagotable deseo sexual y la noche es la oportunidad de recuperarme para poder seguir disfrutando de las delicias del servicio a los demás.

Soy la Unidad de Alivio Sexual 2B67K4T19 y esos son los pensamientos que vienen a mi mente mientras la vaina de mantenimiento donde descanso cada jornada se abre y sus distintos sistemas de monitorización y cuidado se apartan de mi cuerpo. Como siempre, los últimos en retirarse son las largas y gruesas sondas que ocupan mi coño y culo provocándome el primer estremecimiento de placer del día. Tengo media hora para comenzar mi jornada así que me acerco al espejo de cuerpo entero y tocador que hay instalado en esa estancia para repasar mi estado y terminar de prepararme.

Me miro al espejo y ordeno mis pensamientos. Recuerdo vagamente haberme llamado Naomi antes de iniciar mi servicio en el Imperio Zolstiano, pero eso a estas alturas me da igual. No me importa nada de mi anterior existencia. Hace pocas semanas cumplí mi primer año de servicio y mis amables amos me regalaron un turno triple tan intenso que necesité 36 horas en la vaina para recuperarme. Ser una unidad de alivio sexual es lo mejor que me ha pasado en la vida y mis días son tan felices que no se me ocurre gastar tiempo en recordar mi vida anterior. ¡El tiempo! ¡Tengo que darme prisa!

Reviso todo mi cuerpo buscando algún tipo de morado o imperfección que la vaina no haya podido curarme durante mis horas de descanso. Como de costumbre, su eficiencia es impecable y luzco perfecta y sin mácula. Pechos firmes con pezones bien erectos que lucen orgullosos sus aretes dorados reglamentarios. Es una pena que aún no me haya ganado la cadenita de fidelidad para unirlos, pero si sigo cumpliendo diligentemente mis obligaciones espero que me la impongan en otro año o dos. Vientre plano con un ombligo que muchos amos dicen encontrar sexy. Un trasero respingón y bien tonificado que ha ganado algo de volumen desde mis inicios para poder agarrarlo mejor. La primera vez que salí de la vaina de conversión fueron tan minuciosos con mi depilación que me dejaron completamente calva, sin cejas ni pestañas. Hoy luzco una coqueta media melena que me llega hasta los hombros de un blanco suave como es reglamentario para todas las esclavas. Según me contaron, esto sirve para poder diferenciarnos fácilmente del resto de ciudadanos aunque en ocasiones pienso, con cierta picardía, que bastaría con fijarse en si llevan ropa o no. Mientras reviso mi pubis para comprobar que sigue limpio de cualquier resto de vello no puedo evitar fijarme en el código de barras tatuado con láser que me da nombre. También lo tengo grabado en mi hombro derecho y sirve para que me puedan tener bien localizada. Tampoco es que vaya a irme a ningún sitio; estoy muy cómoda realizando mis tareas diarias aquí en la Estación Helms Tertius situada en el sistema Harkoon cerca de la frontera del Imperio.

El sonido de la puerta del compartimento abriéndose me saca de mis ensoñaciones. La Unidad 4C73F5H22 (algo en mi cabeza me dice que se llamaba Emma, pero no es un nombre muy práctico ahora mismo) regresa de su turno y viene a ocupar la vaina que acabo de dejar libre. Nuestros turnos son de 18 horas por lo que viene bastante cansada.

—2B67, perdona que te moleste. ¿Podrías ayudarme a entrar en la vaina? — y un rápido vistazo me confirma que será mejor que le eche una mano para evitar estropicios. Uno de sus ojos apenas puede abrirse debido al abundante chorro de semen que alguno de los amos ha descargado en su rostro y el otro, como de costumbre, está tapado por un parche quirúrgico que le impide la visión. Una vez tuve el valor de preguntarle a un amo porqué le ponían a Emma un parche en el ojo cuando estaba perfectamente de visión. El amo gozaba de un excelente humor (acababa de follársela y yo le estaba limpiando el miembro de semen y flujos vaginales con mi lengua) y me contó que esa esclava en su vida anterior había sido una francotiradora de gran habilidad por lo que ahora los soldados disfrutaban quitándole la percepción de la profundidad y se reían mucho viendo como trataba de atrapar las puntas de sus penes con la boca sin acertar nunca a la primera. Argumento impecable porque si no llego a coger a ¿Emma? de su mano, guiarla hasta la vaina y acoplarla a los sistemas antes de cerrarla no habría sido capaz de acercarse y no podría recuperarse a tiempo para su próximo turno de servicio. Al menos me dio tiempo a darle un largo morreo que permitía que los nanites implantados en su cuerpo y los míos intercambiasen información sobre nuestro entorno. Es el método habitual que tenemos las esclavas para actualizarnos y mejorar nuestro desempeño diario. Gracias a eso me enteré que hacía una hora había atracado un crucero ligero procedente del frente con 800 soldados deseosos de descanso y ocio, o que se había hecho muy popular en la Red Zolstiana un documental que defendía la teoría de que una esclava realizaba mejores mamadas si tenía los agujeros inferiores totalmente ocupados. Tendría que prepararme mentalmente para el hecho de que iba a tener un par de días de mucho trabajo.

Pero el tiempo se me estaba echando encima así que sería mejor que fuese acabando. Me puse las medias negras con ligueros reglamentarias de toda esclava y que eran mi único atuendo durante todo el día. Eran de un tejido de tacto excitante pero con una resistencia muy superior a la antigua licra por lo que aguantaban toda clase de castigo sin rajarse. Al principio me sorprendió la presencia de unos pequeños y encantadores volantes en la parte más alta muslo hasta que terminé reconociendo su utilidad. Nosotras, como buenas esclavas que somos, estamos permanentemente excitadas por lo que la humedad de nuestros coños es constante y si nos quedamos mucho tiempo podríamos formar un charco en el suelo. Los volantes absorben de manera efectiva el fruto de nuestros ardores permitiendo que podamos caminar sin dejarlo todo perdido… y hacer que nuestra mera presencia desprenda un muy reconocible aroma a perra en celo que cualquier varón sabe reconocer perfectamente. Miro de refilón la vaina de manteniento donde 4C73 (¿por qué la sigo llamando Emma?) ya está descansando en sueño inducido y con todos los sistemas robotizados interiores reparando lesiones, administrando nutrientes por via intravenosa y suministrando al cuerpo todo lo que necesita para que cuando se levante dentro de seis horas esté al 120% para rendir toda su jornada sin necesidad de descanso o alimento. Yo misma no soy capaz de recordar cuando fue la última vez que ingerí comida o bebida. Al menos comida normal porque lo que es semen si echo unos cuantos tragos todos los días. Como toque final antes de salir, escojo de la taquilla común un vibrador de unos 25 cm y con una sonrisa de complacencia me lo alojo hasta su base en el culo. A algunos tripulantes les gusta “descorchar” a la esclava antes de usarla y a mí me servirá para entretenerme hasta que comience mis tareas.

Me han vuelto tan puta que si paso diez minutos sin nada dentro me siento incómoda.

El trayecto desde mi compartimento hasta el lugar donde voy a realizar hoy mi turno no es largo, así que puedo hacerlo sin mayores problemas. Está a punto de comenzar el ciclo nocturno y dentro de unos minutos se efectuará el cambio de personal en casi todas las secciones así que me encuentro con poca gente. Algunos me saludan con una jovial palmada en el culo aunque casi todos están tan concentrados en sus obligaciones que no me prestan atención. Únicamente me ha parado un soldado bastante jovencito, probablemente de los recién llegados que se había perdido buscando los barracones. Ha quedado tan embelesado por mi figura que ha escaneado mi tatuaje con su terminal personal para que el sistema le informe más tarde del lugar donde estoy sirviendo y me ha añadido a sus favoritas. Será una tontería pero en una estación donde hay más de cien mil tripulantes y unas cinco mil esclavas me ha hecho muchísima ilusión. Poco después ya estoy delante del compartimento donde voy a servir hoy durante las próximas 18 horas: los aseos del sector 157/4 (plaza B).

Esta quincena me toca ser un retrete humano.

Siguen sin arreglar la segunda luz desde hace tres días y el interior parece un poco sórdido, aunque esa atmósfera también les gusta a otros tripulantes. La cortesía entre esclavas indica que tendría que acercarme a la plaza A y saludar a mi compañera de compartimento pero los gemidos ahogados y el ruido de chocar carne sobre carne me dicen que será mejor no interrumpir. Entro en el segundo excusado, me siento en el inodoro con mis piernas bien abiertas y conecto el largo cable trenzado que cuelga de un lateral a la anilla de mi collar. Esto no solo sirve para darme una encantadora apariencia de mascota atada en su jaula sino además informa a todas las bases de datos de la estación que la plaza B de los aseos 157/4 está lista para el uso y que la unidad 2B67K4T19 está de servicio. En estos momentos ese encantador soldadito que me ha escaneado en el pasillo estará recibiendo la notificación de que estoy lista para el uso. Ahora solo me queda esperar a que alguien quiera hacer uso de mis servicios. El vibrador de mi culo sigue haciendo su placentero trabajo aunque empieza a saberme a poco así que rezo porque empiecen a venir cuanto antes.

Cinco minutos más tarde que a mí se me han hecho horas entra mi primer usuario del día. De mediana edad, algo entrado en kilos, parece cansado. Simplemente entra en el compartimento, se saca la polla y me la señala con el dedo. Mientras le doy las primeras pasadas al tronco con mi lengua pienso que probablemente sea un técnico al final de su jornada que lo único que quiere es una mamada antes de irse a la cama. Me esfuerzo con la mamada ansiando que se anime lo suficiente como para metérmela pero esta vez no tengo suerte. Con un gruñido, el tipo me sujeta la cabeza por la nuca y me mantiene bien sujeta mientras vacía sus huevos en mi garganta. Sin decir palabra la devuelve al interior de su pantalón, se sube la bragueta y se marcha. No me ha dejado darle las gracias por usarme y por supuesto no se ha acordado de autorizarme a tener un orgasmo para agradecerme la felación. No puedo quejarme, pero llevo una calentura encima que tener un pequeño desahogo me habría venido muy bien. Ni siquiera me ha dejado saborear su semen en la boca, pienso con fastidio.

El siguiente rato es frustrante porque no viene nadie. Puede que sean unos veinte minutos pero estoy tan caliente que tengo que levantar la tapa del WC y sentarme con las piernas abiertas para que la humedad de mi sexo no forme un charco bajo mis muslos. Cada minuto se me hace eterno y todos los nervios de mi cuerpo me están gritando “follar, follar, follar”. Envidio con todo mi ser a la compañera de al lado a la que aún se están trabajando con gran ímpetu. Pero tras un rato de tortura atroz los hados se apiadan de mí y la puerta se abre. ¡Es el soldado jovencito de antes! Alto, bien parecido, con la complexión delgada y alargada de quien ha pasado más tiempo en naves que en planetas con gravedad. Me mira de arriba abajo con evidente satisfacción por haberme encontrado aún muy limpia.

—Caramba, esto sí que no me lo esperaba. Vine buscando un buen polvo y resulta que tú te alegras más que yo de verme—me dice con bastante guasa. Le comería los morros si no lo tuviésemos prohibido. En vez de eso le lanzo la mirada más lasciva que sé poner mientras le saco el aparato de los pantalones procurando que no se me note el temblor de las manos por el ansia. Intento que la mamada sea lenta, aumentando su deseo y de paso dando tiempo a que acuda más gente. Me entretengo pasando la lengua por sus testículos mientras agradezco a los hados del destino que la moda zolstiana imponga los sexos depilados también para los amos. Es una verdadera delicia surcar con la lengua un buen rabo sin incómodos vellos que pueden hacerme estornudar. Tengo que reconocer que esperaba que acabase en seguida pero está demostrando un digno autocontrol y me puedo deleitar con su sabor. Cuando me aparta la cabeza de su entrepierna me hace un gesto para que le de la espalda y yo, obediente, adopto la pose del perrito y separándome los carrillos del culo le ofrezco mis agujeros.

—No sé, putita. Tu coño tiene toda la pinta de necesitar compañía pero tu culo está pidiendo a gritos algo más animado que esto. ¿Alguna sugerencia? —me replica mientras saca lentamente el vibrador que aún tenía metido. Yo empecé a contonearme haciendo ochos con las caderas mientras suplicaba —Ambos agujeros están más que listos para serviros y estoy segura de que ambos sabrán satisfaceros ¡ay!—me había dado una sonora palmada en el carrillo derecho. Para él no sería mucha fuerza pero no dejaba de ser un soldado y yo estaba hipersensibilizada.

—No te he preguntado si estás lista, te he preguntado por donde quieres que te use. Como no te decidas rápido y en voz alta me voy a ir con el calentón pero ambos sabemos que tú lo vas a pasar peor.

Era evidente que estaba bromeando, pero si tenía que jugar a la sumisa humillada era algo que se me daba condenadamente bien así que comencé a suplicar —¡Por mi coño, mi señor! ¡Métamela hasta el fondo antes de que me muera de ansia! —y no pude seguir porque me penetró de golpe metiéndola hasta los huevos. Este tipo de sexo violento me encanta aunque cierto es que el primer empellón siempre te deja sin respiración. Empezó un bombeo vigoroso que me estaba volviendo loca y que se prolongó durante quince deliciosos minutos en los que aquel jovencito jugó con mis tetas, me hizo cosquillas en el clítoris, me abrazó fuerte por detrás mientras me usaba, me hizo lanzar sonoros gemidos de éxtasis y, en general, me hizo sentir inmensamente feliz por ser una unidad de alivio sexual. Terminó eyaculando abundantemente en mi interior y por supuesto en cuanto la sacó me puse a realizarle la lenta mamada de limpieza con la que se termina una buena sesión de uso. Su rostro estaba mucho más afable y relajado después de haber liberado tensiones.

—Muy bien putita. Muy, muy bien. Caray, tu coño hace que casi merezca la pena un mes en el frente. Mañana probaré tu culo, tenlo por seguro.—Me acariciaba el pelo como si fuese su mascota preferida mientras terminaba de relamer y guardaba con todo cuidado en su pantalón aquel pene que tanto gozo me había dado. Antes de salir por la puerta se volvió y guiñándome el ojo me dijo —Por cierto, te lo has ganado, puedes correrte.—E inmediatamente noté como un fuerte orgasmo surgía de mi sexo y subía como el rayo hasta mi cerebro. Liberación salvaje de endorfinas. Todos los nanites de mi organismo cantando arias de placer. Hace media hora estaba maldiciendo la tradición zolstiana de que las esclavas no puedan correrse a no ser que un amo las autoricen. Ahora mismo, retorciéndome de placer en la soledad de mi retrete, daba mil veces gracias porque los nanites acumulasen toda la tensión sexual previa y pudiesen liberarla de esa manera. Un orgasmo de tal potencia, sin mi organismo protegido por los nanites y mejorado cada noche por los tratamientos de las vainas, sin ninguna duda me habría frito el cerebro.

Aún me estaba recuperando de tan magnífico orgasmo cuando la puerta volvió a abrirse y pasaron dos personas. Aquí la cosa empezaba a ponerse muy seria; eran dos soldados con pinta de duros, mayores de treinta años y tan musculados que probablemente podían partir nueces con el sobaco. Uno de ellos tenía una cicatriz que le surgía en las sienes y le bajaba hasta la mandíbula. Probablemente eran tropas de choque, acostumbrados a lo peor de lo peor. Cuando se sacaron los aparatos de los pantalones me quedó claro que andaban a juego con su complexión general. Aquellos manubrios empequeñecían el vibrador de 25cm que me había metido por el culo al comenzar la jornada… y eran dos. No parecían muy dados a sutilezas así que sostuve ambas trancas una en cada mano y comencé a chupárselas con vigor y metiéndomelas hasta el fondo de la garganta desde un principio. Un par de cabezadas, sacar, respirar y a por la otra. Los dos tipos mientras tanto conversaban como si les estuviese haciendo cosquillas.

—Esta zorrita no tiene mala boca. Al final vas a tener que invitar al novato a cervezas por el chivatazo.

—De momento lo único que veo es que sabe chupar con fuerza sin chocarla con los dientes. Ah, aquella chica arturanar, la pequeñita. Esa sí sabía chuparla como los ángeles.

—No juegues sucio. Esa chica tenía toda la dentadura extirpada porque estaba especializada en mamadas. Claro que no te iba a morder el nabo. Creo que hasta le quitaron las cuerdas vocales para que no hubiera riesgos de lesión cuando le follaban la boca bien.

— Bueno, tampoco es que esta hable mucho. Dinos, zorrita: ¿gritas cuando te están follando o eres de esas que pide un gagball para no tragarse la lengua?

Me saqué la tranca de aquel soldado de la boca y di un par de boqueadas para recuperar el aliento y para que las abundantes babas que estaba soltando no saliesen volando. —Amo, depende de lo que me ordenen en cada momento. Algunos amos les gusta escuchar gemidos, otros prefieren que grite como si me estuviesen destripando y algunos les molesta hasta el ruido de mi respiración. Normalmente en cuanto notan algo que no les gusta me lo dicen de inmediato así que quedo a su voluntad para hacer lo que más les plazca. —y dicho esto volví a retomar mis mamadas alternando entre uno y otro falo. Estaban tomando un volumen preocupante, pero solo pensar en como iba a ser el sentir una de esas entrando y saliendo de mi interior me daba más ganas aún.

—La chica conoce su lugar, desde luego. Aquí las educan mejor que las del cuartel. Venga, Erik, asume formación que no tenemos toda la noche.

El de la cicatriz se sentó encima de la tapa del retrete y el otro me tomó por los hombros indicándome que me sentase encima suya mirándolo y bien abierta de piernas. Según bajaba el tronco el de la cicatriz me la iba metiendo lentamente por mi sexo. En un determinado momento el otro soldado a mis espaldas vio que no bajaba más y presionó con fuerza mis hombros hacia abajo para que aquella polla interminable terminase de profundizar en mi interior. Una vez más di mil gracias a aquellos científicos que habían modificado mi cuerpo para la servidumbre porque si no creo que habría muerto allí mismo. No me habría extrañado que hubiese llegado al fondo de mi útero de una tacada. El amo se había quedado extrañamente quieto así que empecé a subir mis caderas para realizar yo el movimiento de mete-saca pues pensaba que querría que realizase yo el trabajo por él.

No era ese el caso. En cuanto hice ademán de empezar a moverme, el amo a mi espalda me separó los carrillos del culo con las manos y de un solo empujón me la clavó por detrás. Yo me creí morir. Lancé un grito de sorpresa y placer al notar aquellos dos monstruos en mi interior que debió oírse a tres plantas de distancia. Me tenían ensartada como un ave lista para el horno y no podía hacer nada más aparte de retorcerme entre aquellos dos amos que me estaban llenando de una manera tan brutal.

—¿Ves como sí sabe gritar cuando quiere?—exclamó el amo a mis espaldas entre risas. El de delante había descubierto mis tetas anilladas y se lo estaba pasando bomba amasando mis pechos y tirando de mis piercings. Comenzaron a hacerme un bombeo sincronizado culo-coño-culo-coño con el que perdí la noción del tiempo. Puede que me follasen durante diez minutos o durante tres horas. Supongo que los nanites bloquearon mi consciencia durante la mayor parte del tiempo. Cuando detectaron que faltaba poco para que ambos acabasen me devolvieron el control de mi cuerpo justo a tiempo para que sacaran aquellos monstruos fálicos de mis agujeros, ponerme de rodillas y recibir su abundante eyaculación en mi boca, rostro y pechos. Era un semen abundante, muy espeso y concentrado. Aquel par debía llevar sin descargar lo menos un mes. Bueno, pues esa era mi tarea por cansada que fuese. Aún estaba entretenida recogiendo el semen de mis pechos y rostro para llevármelo a la boca cuando ellos ya se habían enfundado las pollas y estaban a punto de marcharse. Sin embargo, se quedaron a observar como me iba relamiendo su semilla poco a poco. El de la cicatriz tosió un poco para que le prestase atención.

—Zorrita, tengo que reconocer que has conseguido convencerme. Acabamos de añadirte a favoritas y vamos a hacer correr la voz por todo el pelotón sobre tus habilidades. Mientras tanto, por mi parte puedes correrte… dos veces. —La ola de placer que subió desde mi clítoris hasta mi cerebro hizo que empezase a temblar espasmódicamente y empecé a tartamudear tratando de dar las gracias por usarme. El otro me agarró por el mentón y me miró a los ojos mientras me decía —Te has portado fenomenal, por la mía puedes correrte por el culo otras dos veces —y otros tantos fogonazos de éxtasis recorriendo toda mi espina dorsal desde mi hipersensibilizado trasero me dejaron tirada en el suelo, espatarrada, con los ojos en blanco y aún cubierta de semen. Aún me quedaban quince horas de turno y no tenía ni idea de como me las iba a apañar para realizarlas. No era capaz cerrar la boca y la lengua me colgaba por un lado cuando levantaron mi rostro del suelo, me apoyaron contra la pared del servicio y aún pude escuchar entre risas:

—Como somos tipos agradecidos y nos ha encantado oírte gritar durante el fornicio, te dejamos correrte otras tres veces por la boca.

Y mi mundo desapareció en un flash de puro placer concentrado.