Recuerdos de una puesta de sol
Sentada en el sofa recuerdo...
Estoy sentada en el sofá de casa viendo la televisión. No me interesaba demasiado lo que estaba viendo en la caja tonta y la he silenciado enmudeciéndola desde el mando a distancia dejando que las imágenes del reportaje sobre gorilas que repiten a éstas horas de la madrugada, me embriaguen de la belleza salvaje de la naturaleza en estado puro. Dejo que los recuerdos lleguen a mi mente, de cuando éramos felices, tiempos en que nos amábamos. Y de pronto me he puesto a recordar un episodio que relaciono con lo que ven mis ojos en el reportaje que siguen emitiendo. El sol se pone y cae la noche en la jungla. Aquel día decidiste enseñarme una puesta de sol desde un lugar desconocido para mi pero habitual en tus paseos solitarios. Mientras nos acercábamos al lugar en el coche, me hablaste de lo especial que sería ver la puesta de sol desde allí conmigo, lo romántico que era el lugar y las cosas que tu pensabas cuando allí acudías en tus citas con el astro rey en sus desapariciones en el horizonte. La última parte del recorrido la hicimos a pie. Tu cogiste esa especie de manta que siempre llevas en el coche y que utilizábamos para un sin fin de usos. Llegamos a la cima del montículo, pusiste la manta extendida en el suelo y nos sentamos muy juntos esperando ver el momento mágico de la puesta de sol. Me abrazaste, sentí tus brazos en mis hombros mientras me comentabas todos los pormenores de lo que nuestra vista alcanzaba, detalles que a mi me hubieran pasado desapercibidos pero que con destreza y mucho detalle, describiste para mi comprensión. Tu estabas familiarizados ya con todos ellos y te fue fácil encandilarme con tus explicaciones, tu voz, tu tono, tu sensibilidad. Quedaste en silencio en el momento oportuno, en tres minutos el sol desapareció por detrás de la colina a unos cuantos kilómetros de distancia y la oscuridad empezó a adueñarse de todo. La soledad y un silencio impresionante reinó sobre nuestros cuerpos. Te tumbaste y me obligaste con tu brazo a hacerlo yo también junto a ti mirando el cielo todavía azul como tu mirada pero oscureciéndose lentamente. Noté el roce de tu mano en mi pecho mientras desabrochabas los botones de mi blusa y la deslizaste por dentro del sujetador en busca del rosado y ya duro botón. Te incorporaste ligeramente y sin salir de mi blusa, me besaste delicadamente en mi cuello, buscando ese lugar que sabías me volvía loca. Llegaste a mi boca donde acariciaste mi lengua con la tuya con esos giros rítmicos, pausados y decididamente enérgicos que me deshacen la respiración. Desabrochaste mi blusa del todo, liberaste mis pechos del sujetador y me quitaste la minifalda que molestaba para tus fines. Buscaste mi tanga para liberar mi tesoro y noté tu aliento enfurecido en él. Ávidamente empezaste a jugar, el músculo más utilizado por ti no hablaba, no hacía su cometido habitual, pero no me importó. Cuando callas por esos motivos no me importaba no escuchar tu voz. Mientras, tu otra mano andaba jugando todavía con mi pecho. Hiciste crecer mi diminuto centro nervioso de placer mientras tus dedos lograban que mis jugos facilitaran su ir y venir en mi interior. Me conocías bien, sabías donde debían posarse para que yo alcanzara niveles de éxtasis increíbles. Mi orgasmo fue demencial, creo que perdí el conocimiento y me costó un tiempo recuperar el aliento que me abandonó instantes antes. Mientras volvía al mundo real, noté que abrochabas de nuevo mi blusa, después de devolver a su lugar el sujetador, subiste de nuevo mi tanga y me dijiste algo que no olvidaré jamás. - Espero que te haya gustado la puesta de sol desde éste precioso lugar, amor mío. Conozco un par de lugares más como éste. ¿querrás que te los enseñe? Te dije que si y me los enseñaste. Ahora sólo son recuerdos que no volverán, al menos contigo. Volaste a otro nido, el nuestro quedó destrozado después de una tormenta. Ahora es otra mujer la que disfruta de tus puestas de sol. A mi me dejaste tres de inolvidables, de los mejores recuerdos de mi vida. Y de vez en cuando, vuelven a mi mente mientras espero que alguien me sorprenda algún día con una nueva puesta de sol.