Recuerdos de la primera vez (parte2)
Continuación de mi primera vez: un sueño hecho realidad. Solo para los que quieren conocer el desenlace de recuerdos de la primera vez (parte 1)
Antes de empezar recordar que a todo autor/a le gusta leer las opiniones que suscitan sus escritos tras el esfuerzo invertido ;)
Recuerdos de la primera vez (parte2)
(Recomiendo a los lectores de esta entrega leer Recuerdos de la primera vez (parte1)
para entender el desarrollo de la historia)
— Veamos, ¿por dónde íbamos? –pregunto mirando a Marcos, que ha acudido puntual a la cita, como esperaba.
—Nos quedamos en que viste cómo tu madre te esperaba fuera y regresaste a la cama, como un cobarde.
Me echo a reír.
—Es verdad, en ese momento regresé a la cama. Tenía mucho por analizar, era una situación nueva y habían muchos cabos sueltos, como qué pasaría a partir de ese momento: ¿mi madre y yo tendríamos la misma relación?, ¿nos acostaríamos de vez en cuando o esa sería nuestra única vez? Era una decisión que no se podía tomar a la ligera porque no estamos hablando de una mujer cualquiera, estamos hablando de mi madre, el miembro más importante de mi familia, un pilar fundamental en mi vida.
—Entiendo, pero ¿qué pasó?
Sonrío por lo bajo, pero antes de continuar Jose abre la puerta del bar, nos mira y se acerca con paso ligero hacia nosotros.
—¡Vaya! al final has podido posponer esa cita ineludible –comento haciendo serios esfuerzos por no romper a reír.
—Mira, dejémoslo en que no quería dejarte tirado –comenta sentándose en la silla con brusquedad.
Su orgullo me hace mucha gracia y esa enorme curiosidad... Es realmente fácil manejar a Jose, solo tienes que picarle para que responda.
»La brisa soplaba ligeramente en esa pegajosa noche de verano frente al mar. El rumor líquido y espumoso de las olas se había convertido en una pegadiza sintonía que me empujaba a salir al exterior, y después de mucho debatir conmigo mismo, decidí enfrentarme directamente a la raíz de mis problemas. ¿Quién mejor que mi madre podría ayudarme? Ella no solo me quería, además, tenía paciencia conmigo.
No bien puse los pies fuera, sentí como la fina capa de arena fresca acariciaba mi piel. Moví los dedos acomodándome a esa nueva sensación, mientras intentaba darme tiempo para acabar de pensar en lo que estaba a punto de hacer.
En la lejanía a penas se distinguía el contorno rocoso de un pequeño islote que se interponía en la llana horizontalidad del mar, donde iban a romper las diminutas olas emitiendo un ruido rítmico y constante, similar al de una palmada. Sin más testigos que la luna llena, caminé en la dirección en la que sabía que se encontraba mi madre. Tenía miedo, estaba literalmente cagado de miedo, me aterraba no dar la talla, mi inexperiencia, mi inseguridad cultivada durante años... Pero otra parte de mí, sabía que esa era la clase de oportunidad que solo se presenta una vez, y desaprovecharla, sería de necios. Mi madre jamás pensaría mal de mí, me ayudaría y me comprendería más que cualquier otra mujer.
Y al fin, a escasos metros de la orilla, distinguí su apuesta figura en mitad de la noche. Estaba sentada, absorta en sus mudos pensamientos, no obstante percibió cómo me aproximaba por su espalda.
—Mira, mamá, he estado pensándolo y agradezco que seas capaz de hacer algo así por mí, pero creo que...
—Shhhh... –me silenció con un siseo– ¿Has visto que bonito es todo esto? –intervino sin dejar de mirar el horizonte– Siempre me gustó vivir cerca del mar, se respira una paz y una tranquilidad... Ojalá pudiésemos estar más tiempo aquí.
Miré en la misma dirección que lo hacía ella y debía reconocer que tenía razón, aunque para mí el mar no era tan especial, yo crecí en la ciudad, lejos de la costa, así que no podía añorar lo que nunca había tenido. En ese momento me arrepentí de lo cruel que fui con ella al ponérselo tan difícil cada vez que hacía el esfuerzo de llevarnos a la playa, estaba cegado por mi egoísmo y no había sabido ver lo importante que era para ella regresar al lugar de su niñez.
—Es precioso –reconocí en un susurro.
Mi madre sonrió e inclinó ligeramente la cabeza en mi dirección.
—Sé que a ti no te gusta, así que no hace falta que finjas.
—¡Sí me gusta! –espeté– Lo que ocurre es que todavía no he aprendido a apreciarlo.
Mi madre cogió mi mano, que yacía despreocupada sobre la arena, para apresarla con las dos suyas.
—Alguna vez vendrás con una chica que te guste y entonces lo verás con otros ojos –bajé la mirada sonrojado.
—Verás, mamá, yo...
—Ya sé lo que te pasa –me guiñó un ojo cómplice–, así que no digas nada más.
Sin darme tiempo a reaccionar, se acercó tanto a mí que pude apreciar la caricia de su dulce aliento sobre mi rostro. Mi cuerpo se tornó completamente rígido, en guardia, incluso mi mente se bloqueó imposibilitando cualquier movimiento.
Llevó una de sus manos a mi rostro y acarició con ternura mi mejilla atrayéndola al mismo tiempo hacia ella. Ahora nuestros labios casi podían tocarse, sentí el calor de su cuerpo muy cerca del mío, e inevitablemente, me estremecí por el deseo.
Mi madre había escogido ese lugar porque era el adecuado para ambos; ella sentía un amor incondicional por el mar y yo me sentía extrañamente cómodo en la inmensa oscuridad de la noche, pues en ocasiones se hacía difícil distinguir el cuerpo de la mujer que había frente a mí; sin lugar a dudas, era el escenario perfecto para llevar a cabo una relación prohibida.
Me armé de valor y recorrí con la punta de mis inseguros dedos su antebrazo, ascendiendo lentamente hacia su hombro, al mirarla, se me hacía difícil imaginar que esa hermosa mujer fuese realmente mi madre, parecía más bien una chica de mi edad, que anhelaba como yo, vivir su primera aventura de verano. Pronto, dejé de verla como una madre y empecé a deleitarme con el cuerpo de una mujer.
Incliné lentamente la cabeza y no esperé ni un segundo más en besarla. Sus labios, los mismos labios que había contemplado desde la niñez, me correspondieron con el mismo deseo que yo empleaba. Poco a poco, tuve sed de más. Mis manos se posaron tras su nuca y la apreté con fuerza mientras la besaba con un deseo desmedido, al tiempo que sus brazos me abrazaban dejándose llevar por mi efusividad.
La proximidad del abrazo hizo que sintiera sus firmes pechos aplastados contra mi torso y esa mágica sensación, es algo que jamás podré olvidar.
Su acercamiento estaba volviéndome loco, así que mi impulsividad de juventud hizo que empezara a jadear no bien sentí el sutil roce de su lengua sobre la mía. Ahí me vi paralizado, incapaz de reaccionar, de llevar la iniciativa, únicamente intentaba controlar mi gran erección mientras sus manos me rozaban con superficialidad por encima de la ropa. En ese momento tuve ganas de lanzarme, de tumbarme sobre ella y dejar fluir toda la pasión que hervía dentro de mí, siempre he sido muy impulsivo y me he anticipado, pero en esta ocasión, no quería que este momento acabara demasiado rápido, quería sentirlo, saborearlo y vivirlo lentamente con plenitud.
Mi madre se retiró lo suficiente, y sin dejar de mirarme, empezó a desabotonar uno a uno los botones de su blusa. Mis ojos no pudieron perder detalle del recorrido de sus dedos, mientras se abría una grieta en su ropa que dejaba al descubierto su imponente escote. Su respiración lenta y constante resaltaba la redondez de sus pechos, aún cubiertos por el wondrebra negro; mi madre era tremendamente erótica, era esa clase de mujeres que te atrapan con su magnetismo y no puedes dejar de mirar.
Cuando retiró su blusa, empezó a desabotonarse el vaquero frente a mi cara de asombro, hasta terminar retirándoselo por completo. Mi corazón iba a cien por hora, mis ojos no sabían hacia dónde mirar y mi mente estaba literalmente en blanco. Nos quedamos en completo silencio durante un rato, era obvio que mi madre me concedía el tiempo que necesitara hasta que tuviera la valentía necesaria para despojarme de mi ropa, como había hecho ella.
Dedicándome una sonrisa pícara se tumbó sobre la arena, su cabello de oro parecía brillar por el reflejo de la luna; estaba preciosa, parecía la imagen de una campaña publicitaria de woman's secret, era la mujer más perfecta que había visto jamás, y quizás sea por ese recuerdo idílico de mi pasado, pero hasta ahora ninguna mujer ha conseguido impactarme tanto.
Hago una pausa para dar un trago a mi taza de té humeante.
—¿Y? ¿Qué pasó luego? –pregunta Jose que no ha dejado de escuchar embelesado mi historia.
Miro el reloj de mi muñeca, calculando el tiempo del que dispongo antes de regresar al trabajo.
—Ni se te ocurra dejarnos así –me advierte Marcos.
Suelto una carcajada, cojo aire y continuo con el relato:
»Pasado un tiempo, mi madre susurró:
—Acércate, ponte encima de mí...
Sus palabras fueron las que me hicieron despertar y reaccionar, estaba ofreciéndose a mí y aunque me sentía un poco intimidado, no quise dejar pasar esa oportunidad.
Me puse a cuatro patas encima de ella, mirándola a los ojos sin atreverme a rozar mi cuerpo contra el suyo, entonces mi madre volvió a intervenir, y desanclando una de mis manos de la mullida arena, la llevó a su rodilla, ligeramente flexionada.
—Tócame –dijo sin dejar de estudiar las reacciones de mi rostro.
Dicho y hecho. Deslicé con cuidado mi mano por su suave piel hasta el muslo y sentía que no podía más, para ser exactos tenía ganas de correrme en ese preciso instante, pues solo ella era capaz de excitarme sin tan siquiera haberme tocado.
No os explicaré todos los esfuerzos que hice para no dejarme llevar por el erotismo que desprendía, solo sé que logré controlarme y seguí perfilando su cuerpo con mi mano, ciñéndome a su estrecha cintura hasta llegar al sujetador. Mis manos dejaron de cuestionarse las cosas y simplemente fueron solas hacia el cierre de su sostén para retirárselo. Por primera vez en años, veía esos pechos completamente desnudos frente a mí y mi excitación aumentó notablemente. Fascinado se los toqué, los apreté con cuidado y me dejé guiar por la voz de mi interior, que solo quería degustarlos.
Lamí suavemente sus pezones mientras una de mis manos se aferraba con fuerza a su cadera, jugando con la tela de sus braguitas. Mi cuerpo no tardó en querer sentir el suyo y me dejé caer con cuidado sin dejar de saborear el manjar que me ofrecía.
Me volví loco con sus pechos, no podía dejar de lamerlos, mientras escuchaba sus suaves jadeos, que eran música para mis oídos. De tanto en tanto su espalda de arqueaba, demandando más, y yo, no quise negárselo. Estaba impaciente y quería hacer muchas cosas esa noche, quería saborear el cuerpo de mi madre al completo, sin dejarme nada, pero por desgracia, mi impaciencia de adolescente no me dejó ir mucho más allá.
En cuanto mis dedos deslizaron su braguita hacia un lado y sentí la húmeda calidez de su sexo en mis dedos, mi cuerpo no pudo evitar reaccionar por instinto, olvidándose de todos los objetivos que quería alcanzar esa noche. Mi miembro erecto, palpitaba deseoso de explorar esa cueva secreta y no pude refrenar mis ganas, que se habían instalado en el fondo de mi estómago y anhelaban franquear ya esa barrera.
Sin tan siquiera retirar su ropa interior, cogí mi miembro con una mano, mientras la otra separaba la húmeda tela de sus braguitas, y sin más, apunté el glande hacia esa cálida obertura.
Estaba nervioso e impaciente por saber qué sentiría al traspasar, por primera vez, esa frontera. Mi miembro presionó un poco esa estrecha obertura y el cuerpo de mi madre reaccionó, alzando ligeramente las caderas para recibirme en el fondo de su ser. Con exquisito cuidado fui hundiéndome en ella, experimentando como las prietas paredes de su vagina me acogían, sintiendo la calidez y textura mullida a lo largo de mi miembro. No quería que esa mágica sensación terminara nunca, pero al mismo tiempo quería moverme, iniciar el vaivén que demandaba a gritos mi interior.
No pude resistirme por más tiempo y empecé a moverme, rápido y seguro mientras retenía fuertemente las caderas de mi madre contra mí. Toda la sangre de mi cuerpo pareció concentrarse en un único sitio, y cuando creí que ya no podía más, mi orgasmo me sorprendió desatando un placer inmenso.
Me vacié literalmente dentro de mi madre con fuertes embestidas, hasta terminar extasiado encima de ella.
Ahora solo recuerdo la calidez de mis fluidos deslizándose por sus muslos una vez logré retirarme, la hipersensibilidad de mi glande después de esa primera vez dentro del cuerpo de una mujer y mis ganas de sexo, que lejos de apagarse, se desataron aún más si cabe.
Y esa fue, amigos míos, mi primera vez. Si desde el principio hubiese dicho que perdí mi virginidad en una playa con mi madre, hubiese desmerecido la importancia de este suceso, porque todo tiene un sentido y un porqué, el contexto es importante para entender cómo se desarrollaron los acontecimientos.
—Buaaaa, tío, no me jodas... –dice Marcos parpadeando varias veces para salir de su aturdimiento– creo que acabo de ponerme cachondo...
Me echo a reír y apuro el té que queda en mi taza.
—¿Y qué pasó después? –Pregunta Jose con impaciencia.
—Pues, después de aquello tuve a mi primera novia, María, una de las hermanas que conocí en la playa ese verano y con la que estuve manteniendo una relación a distancia durante varios años, pero me temo que eso es otra historia...
—Sin duda, eres mi ídolo –reconoce Marcos con un asentimiento de cabeza.
—¿Y qué me dices de tu madre? ¿Hubieron más encuentros? ¿Practicaste otras cosas con ella? ¿Volvisteis a acostaros? –La impaciencia de Jose me desata una risotada.
—Lo que pasó con mi madre es un misterio que ahora no pienso revelar, tengo que regresar al trabajo –les recuerdo.
—¡Vamos tío! –se queja Jose– Dinos solo si hubieron o no más encuentros.
Me levanto sonriendo, dejo el dinero de la consumición sobre la mesa y me despido de mis dos amigos sabiendo que pronto volverán a abordarme con sus preguntas.
—¡Eres un enorme hijo de puta, ¿lo sabías?! –grita Jose antes de que logre cruzar el umbral de la puerta y salir al exterior.
Me giro enérgico, y sin dejar de sonreír digo:
—Lo sé, y me encanta serlo –reconozco divertido.
Cuando al fin salgo del bar, la gris neblina de Londres me hace regresar bruscamente a la realidad; de lo único que tengo ganas es de llamar a mi madre para saber cómo está. Miro el reloj, calculo la hora en España mentalmente y marco el único número que sé de memoria sin necesidad de consultar la agenda.
FIN